Capítulo 33: Tu voz
Una vez solo, habiendo terminado una montaña considerable de tareas atrasadas (no quiero darles a mis padres más razones para alargar mi condena), me armo de coraje para llamarla.
Ya sé lo que están pensando: no es para tanto. Sucede que prefiero mil veces textear a hablar por teléfono, pero la extraño demasiado. Necesito oír su voz, imaginarme su rostro y lo que está haciendo del otro lado de la línea.
¿Han notado cómo la gente cuando está en una llamada tiende a caminar dando vueltas por la casa, o a dibujar garabatos si están sentados y tienen una hoja a mano? Creo que lo que hacemos o cómo reaccionamos depende de quien está del otro lado de la llamada.
En este caso, cuando supero la parálisis cerebral que me causa su hermosa sonrisa en la foto de contacto que tengo de Alba, me sale el contestador al primer tono. Claramente, su celular no tiene batería o está apagado.
Mierda. Puedo intentar mandarle un mensaje por Instagram, pero realmente quiero oírla...
«River, ya sabes qué hacer. A tiempos desesperados, medidas desesperadas. Hora de cruzar la última frontera: llamarla por teléfono de línea».
Si escucharon bien. Estoy así de demente.
Marco el número de su casa con el corazón en la boca. La anticipación me consume mientras suenan los tonos antes de que alguien conteste. ¿Y si es su madre la que levanta el tubo? De solo pensar esa opción, mi estómago se revuelve.
Soy un idiota. Cuando me aparecí en su casa, en moto, y con intenciones de llevarme a su hija por ahí siendo casi de noche, fue la peor primera impresión de la historia. Okay, quizás no la peor, pero fue bastante nefasta.
Me siento en mi cama, pero no puedo mantenerme quieto. El maldito teléfono sigue sonando... Camino por la habitación agradeciendo el invento de los inalámbricos, y los segundos antes de que ella o su madre respondan terminan con mi estabilidad emocional.
El ardor en mi pecho es abrasador, me tamborilea el corazón y temo las consecuencias. He evitado mis medicamentos durante semanas: no puedo concentrarme si los tomo. Me quitan energía y no quiero poner en peligro los momentos que paso con ella.
Sé que es muy irresponsable de mi parte, y que voy a tener que pagar caro, pero decido ignorar esa realidad y preocuparme de eso cuando o mejor dicho si algo sucede.
Esta noche no. No ahora cuando un sinfín de posibilidades tiemblan bajo el repetitivo ring de esta llamada.
—¿Hola? —La cadencia de su voz se lleva toda mi angustia y la tensión en mi cuerpo se desvanece como por arte de magia. Aliviado me dejo caer en mi cama con una sonrisa de oreja a oreja.
Alba tiene ese efecto en mí, una especie de poder mágico: me basta uno de sus besos, o el aleteo de sus largas pestañas para sentirme en las nubes. Ella reina libremente sobre mi débil corazón, lo tiene en la palma de sus delicadas manos.
—Hola, nenita —la saludo, tratando de contener un suspiro que de todos modos se escucha.
Ella se ríe del otro lado de la línea, y yo cierro mis ojos saboreando sus labios, su largo cuello y su intimidad como lo hice esa noche en el lago. Aún tengo impregnado en mi recuerdo el aroma de su cabello mezclado con nuestros besos interminables. Sentí como su respiración se volvía superficial cuando mis manos acariciaron su cuerpo, haciéndola vibrar y gemir de placer. Nos besamos tanto esa noche que nuestros labios estaban hinchados, nos abrazamos tanto que cuando nos separamos mi piel extrañó el calor de la suya de inmediato.
—¿Estás ahí? —pregunto, porque me he vuelto un tonto con esos recuerdos, y podría resultar extraño si no digo nada.
—Sí —susurra.
—Hola.
—Hola —contesta y puedo imaginarla sonriendo.
—¿Hice mal en llamarte en vez de enviarte un mensaje?
—Para nada, me gusta. Es diferente... no sé.
—Suerte que contestaste tú.
—¿Hubieras colgado si era mamá?
—Probablemente —confieso.
—Cobarde —bufa juguetonamente.
—No me juzgues, nenita, o si no, me vengaré comiéndote esa boca tan malvada.
La escucho ahogar un jadeo. Me encanta.
—Hablemos de algo...
—¿Como qué? —me pregunta divertida.
—Hum... ¿Qué tal confesar esas cosas que no podemos decirnos frente a frente? —tanteo.
—Ni loca.
—Cobarde.
Alba chasquea la lengua, y me doy cuenta de lo mucho que me gusta escuchar su voz por teléfono. Es cristalina, transparente. Quisiera pedirle que acerque el auricular a su boca.
Okay, eso sonó pervertido. Ignórenlo.
—¿Y? Vamos a confe—
—Odio a tus amigos —me interrumpe, su voz apenas un susurro.
Mi corazón se encoge al recordar todo lo que la hicieron sufrir, y como solía ser tan crítico e idiota como ellos.
—Perdón, River. No debí decir semejante cosa.
—Nunca pidas disculpas por eso, Alba.
—¿Jamás?
—Nunca de los jamases.
Ella vuelve a reír, y se me llena el alma con ese sonido.
—Aparte —continúo —yo tampoco los soporto. Charlemos de otra cosa ¿si?
Quiero sentirla cerca de mí, tengo miedo de alejarla si continuamos con este tema.
—¿River?
—¿Si?
—¿Por qué me llamaste?
El alma se me cae al piso. Suena cansada. ¿Habré arruinado el momento sugiriendo este juego ridículo?
Quizás quiera colgar. Toda esta incertidumbre, esta vulnerabilidad que siento cuando estoy a su lado me aterra. Me ahoga, hundiendo mi pecho. Me cuesta respirar, y eso no es bueno.
Pasan los segundos y debo contestarle algo significativo o si no lo echaré todo a perder. Mierda.
—No podía esperar a escuchar tu voz. Suena cursi pero así es. Y ya sé que han pasado horas nada más desde la última vez que nos vimos, así que entiendo si quieres que cuelgue.
Por favor, di que no.
—No —Su voz es más suave ahora.
Me doy cuenta de que he estado conteniendo la respiración, y ahora al escuchar su negativa, la suelto en un largo suspiro.
—¿Dónde estás ahora? —le pregunto.
La imagino tendida en su cama, su cabello rojizo y rebelde esparcido sobre la almohada. Deseo poder estar ahí, a su lado, acariciarla y oler su aroma a coco y miel.
—¿Qué quieres decir? ¿En qué parte de la casa? —me contesta.
—Sí, en qué lugar.
—¿Por qué? —susurra.
—Porque estoy pensando en ti, y quiero imaginar cada mínimo detalle, nenita terca.
Bufo exasperado. De seguro ella ya ha puesto esos endemoniados ojos almendrados suyos (que me enloquecen) en blanco. Es testaruda: me pone a prueba con cada cosa que digo. Me dan ganas de rezongarla y besarla a la vez.
«¿Es que no te das cuenta de lo mucho que significas para mí, Alba? ¿Es serio?»
—Y porque quiero sentir que estoy contigo, Alba —agrego, sacudiendo mi cabeza.
No puedo evitar reírme de mí mismo, de mi desesperante anhelo. Pasan unos segundos y ella rompe el silencio tomándome por sorpresa con su nueva pregunta.
—¿Qué estás pensando, River?
—Que me gustaría verte. Que te extraño. Que quiero besarte sin parar...
Me doy la vuelta sobre mi estómago y presiono mi cara contra la almohada, más bien hundo mi cara en ella. Mis mejillas se sienten a cien grados.
Ella vuelve a estar silenciosa, tanto que puedo escuchar su respiración entrecortada. Adoro el sonido. Toco mis labios recordando sus besos, y mi visión se torna vidriosa.
—Estoy en mi cuarto —me dice—. Tumbada en el suelo de madera, mirando por la ventana. Hay miles de estrellas en el cielo esta noche. ¿Lo sabías?
Cierro mis ojos y me deleito con su voz: es un suspiro en el viento, aterciopelada y seductora. La veo allí, con su pálida piel brillando bajo la luz de una luna curiosa. Alba, perdida en un mundo de sueños de los que muero por ser parte.
—¿En la oscuridad? Suena oscuro —le digo.
—Bobo, no tienes cómo saber eso.
—Solo sígueme la corriente, nenita peleadora.
Vuelvo a escuchar su risa y un resoplido.
—En la oscuridad, sí.
Giro nuevamente, quedándome de cara al techo de mi cuarto. Cubro mi cara con mi antebrazo. Puedo verla. Sola en su habitación. La suave brisa agita sus cortinas, mientras se cuela por mi ventana al mismo tiempo. Y estoy agradecido del viento, de su capacidad para conectarnos. Seguro hasta el lucero en el cielo le presta un poco de luz para que brille en su delicado rostro.
Toda ella es magia y luz: la más hermosa de las estrellas aquí en la tierra.
Apuesto a que ya extrañaban mi cursilería romántica cuando pienso en Alba. ¿No? Bueno, no los culpo. A mí también me da vergüenza ajena y soy yo el que hace el ridículo. Sepan disculpar, pero no puedo parar.
—Desearía que estuvieras aquí, o que yo pudiera ir a buscarte. Desearía poder vernos pronto, pero eso va a ser imposible.
—¿Por? ¿Pasó algo?
—Llamaron del instituto y le avisaron a mis padres que estoy suspendido por dos días. No sé cuánto tiempo voy a estar sin la moto. Mi madre está furiosa —le digo, con la derrota abriendo camino a través de mis palabras.
La oigo ahogar un jadeo y murmurar mi nombre.
«Alba, no digas mi nombre así. Detente. Solo haces que me hierva la sangre de ganas de escaparme de esta penitencia y aparecerme en tu casa».
—River... Y-yo... Perdón. Todo fue culpa mía, y esto también lo es —solloza.
Su angustia me atraviesa como un puñal, casi puedo escuchar sus lágrimas deslizándose por sus mejillas y el anhelo de estar ahí se intensifica.
Tengo que decirle algo, lo que sea para que deje de llorar.
—¿Tienes otro apodo aparte del mío?
Aprendí que si cambio de tema con ella, puede ser que vuelva a estar contenta.
—A decir verdad, sí. Es "Alba" —me contesta, riendo mientras escucho como se suena la nariz.
Sentirla mejor, me alivia. Mi tristeza vuela por la ventana, arrastrada hacia lo profundo de la noche por la misma brisa que aún nos conecta.
—Muy graciosa, nenita sabelotodo.
—¿Estás tratando de darme uno nuevo? —me pregunta con un resoplido—. Este me gusta.
—¿Ah, sí?
—Sí, pero que no se te suba a la cabeza. ¿Okay?
—Demasiado tarde —le contesto, sonriente.
—Tarado —Trata de sonar seria, pero su voz dice otra cosa.
—Corrección, "tú" tarado. Estás clavada conmigo. No hay escapatoria. Mua-ja-ja. Esa es mi risa malvada. Por las dudas.
Sé que debería tomármelo con calma, no apurarla y darle su tiempo, pero mi pecho me quema literalmente de ganas de decirle estas y miles de otras cosas más antes de que me asfixien. Alba vuelve a quedarse silenciosa.
—¿Alba?
—Estoy aquí.
Pasan algunos segundos hasta que vuelve a hablarme.
—River...
—¿Sí?
—¿Por qué te gusto?
Mis ojos se abren de par en par. Me levanto de un salto, y comienzo a pasear por mi habitación. Hago una pausa breve en la ventana, sigue ventoso, pero no puedo respirar. Me está pidiendo que le explique la única cosa que no puedo explicarme ni a mi mismo.
Elijo no pensar en mi contestación, no fabricarla, sino dejar que esta inmensidad de emociones marque el camino.
—No me gustas —le digo—. Te necesito.
Espero a que ella me retruque algo como: "Dios mío, que cursi eres", o "suenas como una mala canción country". Pero se queda callada. Me arrastro a mi cama mientras los segundos hacen que mi ansiedad explote al tope. No aguanto más, así que sin importarme si se puede asustar, o decidir dejarme, agrego otra frase a lo que acabo de confesar.
—Puedes preguntarme por qué te necesito.
No quiero susurrar, pero es así como se deslizan las palabras de mi boca al teléfono, en la oscuridad, dejo que mis labios se muevan y sigan hablándole.
—Alba, puedes preguntarme, pero la verdad es que no lo sé —le digo, tratando de no colapsar.
Ella no dice nada, pero una parte de mí sabe que sus pequeñas manos están agarrando con fuerza el tubo en el otro extremo de la llamada. Sé que su mirada está en el cielo nocturno, y también sé que tiene sus hermosos ojos muy abiertos, y que parpadea más de lo necesario.
—Te extraño, nenita. Quiero estar contigo todo el tiempo. Eres la chica más inteligente y testaruda que he conocido. La persona más genial y única en mi vida. Todo lo que haces me sorprende... Y... Mierda. Ojalá pudiera decir que esas son las razones por las cuales te necesito tanto. Me harían sonar como un hombre adulto, lo sé.
»P-Pero creo que tiene mucho más que ver con el hecho de que tu cabello es rebelde, y huele a miel y coco, y que cuando tus manos me acarician siento que me voy a morir de placer. Cuando te devolví la corona de papel y me sonreíste, casi me explota el corazón en el pecho. Y-y cuando nos besamos, fue como si flotara contigo. Casi como lo haces a veces, solamente que estaba a tu lado. ¿Entiendes? Claro que no, soy un mega idiota. Pero...
Un golpe en mi puerta me interrumpe y no sé qué hacer. Le susurro que no cuelgue, y corro a ver quién es. Es mi madre con la cena. Me ha traído un sándwich y un jugo de naranja.
—No te quedes despierto hasta muy tarde, hijo.
—No, ma. Te lo prometo.
Mi madre sonríe, deja la bandeja de comida sobre mi mesa de luz, y cierra la puerta detrás de ella.
—Alba, ¿sigues ahí?
No puedo soportar un segundo más de este silencio ensordecedor.
—Sí...
—Di algo, por favor —le suplico.
Mi pecho se contrae, y comienzan a temblarme las manos.
«¡Maldita sea, ahora no! No puedo descomponerme en este momento».
—N-no sé qué decir.
—Cualquier cosa, así no me sentiré como un reverendo tarado.
Empeoran los temblores y me castañean los dientes. Me sostengo con el respaldo una silla para mantener el equilibrio, y rezo en silencio para no desmayarme. Es la primera vez que me arrepiento de no estar tomando mi medicación. Cada centímetro de mi cuerpo duele. Puedo escuchar a mi gata sobre las ramas del roble que da a mi cuarto. Puedo escuchar las hojas secas donde ella pisa. Me está volviendo loco.
—Puede ser que lo seas, pero eres mi tarado. River, pregúntame por qué me gustas —me dice finalmente.
Sonrió a través del dolor, su calidez se derrama sobre mí como un bálsamo.
—¿Por qué te gusto, nenita?
—No me gustas —dice ella con severidad.
Bufo porque no agrega nada más, y luego río por lo cruel que está siendo.
—No te rías, River. Es verdad. No me gustas —repite.
—Guau.
—Yo —se detiene—. N-no puedo hacer esto.
—¿Por qué no?
—Es muy vergonzoso.
—Hasta ahora solo para mí que soy el rechazado —le contesto.
—Es que tengo miedo a decir demasiado.
Creo que la escucho suspirar, y mis entrañas se vuelven puré. El mundo implosiona y soy átomos disparados al espacio a la velocidad de la luz.
—Imposible. No existe esa palabra entre nosotros. Nos queda chica.
Mis dedos agarran el teléfono con tanta fuerza que temo partir el plástico.
—Si sigo hablando voy a confesarte la verdad, y eso me aterra.
—Hazlo.
—River...
—¿Alba? No te gusto... —digo, guiándola.
—N-no. No me gustas solamente. Es demasiado poco decir eso. Y-yo —se detiene y contengo la respiración.
—Y-yo... Vivo por ti.
Esas tres palabras me desarman. Me derrumbo en mi cama una vez más, mi cuerpo vibrando de ganas de abrazarla y besarla.
—Creo que ni siquiera respiro cuando no te veo. No sé cómo es posible. Pero así es. No lo hago. No oxígeno, al menos. Sé que suena raro, pero es lo que siento. Lo que significa que cuando pueda verte el instituto después de estos malditos dos días de suspensión; serán sesenta horas desde que he tomado una verdadera bocanada de aire —dice entrecortada, su voz tiembla y yo creo que voy a saltar por la ventana, y salir corriendo hacia donde ella está.
Sucede que si hago eso, mis padres pueden agregar más días a mi penitencia. Mejor no.
Cierro los ojos con fuerza, la impotencia me domina. Quiero seguir escuchándola decir estas cosas, no quiero que se detenga nunca.
Lucho por no responderle, porque sus palabras siguen derramándose como mis lágrimas.
—Soy tan patética. Soy un desastre y a nadie le gustan los desastres descomunales ¿no? Todo lo que hago desde que te conocí es pensar en ti. Todo lo que hago cuando estamos juntos es entrar en pánico. Es que cada segundo parece tan importante. ¿Y qué pasa si lo arruino todo? No quiero perderme de nada. Estoy tan fuera de control que no puedo evitarlo. Ya ni siquiera soy dueña de mi misma. ¿Entiendes eso, nenito acuoso? Soy tuya.
»¿Qué pasa si decides que no quieres seguir siendo mi novio después de esta confesión chiflada? ¿Y si te despiertas mañana y decides que soy una rara sin remedio, que incomoda a todo el mundo inclusive a ti? ¿Cómo puedo importarte de la misma forma que tú me importas a mí? —susurra.
Estoy como enraizado en este cuarto en sombras, pero me siento a un millón de galaxias de distancia. El mundo queda en silencio, pero su voz es música en mis oídos.
—Alba, tú y yo somos la mejor historia jamás contada. Somos todas las mejores canciones jamás escritas y nunca de los jamases va a ser diferente. Y no quiero que digas una sola palabra más. Ahora mismo, quiero escuchar tu respiración y quedarme dormido a tu lado. Quiero que sepas que te quiero, a ti y solo a ti. Te quiero en mi vida para siempre. Y ya sé que somos jóvenes, y que todos dicen que las relaciones cuando eres un adolescente nunca duran. Pero la gente no nos conoce. No sabe lo que somos y lo que sentimos. ¿Me escuchas, nenita? Tú y yo somos eternos.
Ella no responde, me hace caso. La escucho suspirar y sonarse la nariz por décima vez. No agrego nada más.
El tiempo pasa, marcando los minutos, convirtiéndolos en horas. Pierdo la cuenta. Solo sé que su respiración se vuelve más pausada del otro lado del teléfono. Se ha quedado dormida.
Cierro mis ojos, dejándome llevar por un sueño compartido. Todo el cielo nos cuida. Tomo su bicicleta amarilla, y la llevo a pasear por entre las nubes. Donde no hay tristeza, no hay dolor. Todos los colores de un arcoíris brillan en su pelo rebelde, en todo esplendor.
Esta es nuestra historia, la de un chico acuoso que se enamoró perdidamente de una nenita torbellino. No lo saben aún, pero juntos son invencibles.
Ellos son el universo.
N/A
Suspirar...
Solo puedo suspirar <3
Chuik de Choko a los mejores del mundo o sea ustedes 💋🍫
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