Capítulo 31: Una cita en motocicleta
River conduce su motocicleta por las calles del barrio con mis brazos agarrando su cintura. La luna se eleva sobre nosotros decorando el cielo teñido de rosa tan propio del atardecer.
—Esta noche es solo para ilusiones y sueños por cumplir —parece susurrar allí, en lo alto, mirándonos volar por el empedrado.
Soy consciente del calor de su espalda contra mi pecho. Me agarro con tanta fuerza a su chaqueta, que mis dedos se entumecen. Sin embargo, mi corazón está galopando enloquecido, latiendo salvajemente al ritmo de su respiración constante.
Los robles pasan junto a nosotros con rapidez, si me concentro lo suficiente también puedo oírlos susurrar.
—¿No es esa la chica dueña de la bota suicida? ¿No es ese el chico de nombre acuoso que la salvó de ahogarse en el lago?
Quiero decirles a esos árboles un poco entrometidos que tienen razón. Quiero contarles todo lo que me ha sucedido desde esa mañana en el lago Elsie. Quiero pero no puedo: River se asustaría, no entendería mi locura ni mis voces.
Entonces opto por seguir abrazándolo, rogando que mi torbellino no me lleve lejos y me permita disfrutar de esto nuevo que me está sucediendo.
Pasamos por delante de una casa con un pequeño caniche ladrando, y no puedo evitar jugar al juego de papá: imagino las conversaciones de la gente que vive en ella, y me invento sus historias de vida. Parte de mí espera que mi padre venga y haga las voces como siempre sucede, pero se queda callado. Mis ojos se llenan de lágrimas de miedo y el viento las seca tan rápido que no llegan a rodar por mis mejillas.
A mi derecha, nos sobrepasa un coche azul metálico. Antes de que gire a la siguiente calle, puedo escuchar la canción que suena dentro del vehículo. Y sigo jugando: el conductor se dirige al cine, con su esposa y sus dos hijos. Ellos pelean en el asiento trasero porque uno quiere pop dulce y el otro salado. Luego de la película se van a ir a su hogar donde comerán una rica cena y habrá muchas sonrisas de postre. Abrazos y recuerdos para guardar en un pequeño cajón dentro de cada uno de sus corazones.
—Qué lindos momentos creaste, abejita. Ahora concéntrate en este viaje. En la curva que van a tomar. Siente el viento en tus alas.
«Sí, papi».
Se desvanece demasiado rápido y mi pecho se contrae. Mi mente se acelera llenándome de pensamientos desesperados: quizás no esté enojado, quizás solo esté distante porque quiere que viva este momento tan especial. Quizás no tenga que elegir nunca entre ellos dos.
Cruzamos la rotonda y nos dirigimos al lago. River apaga su moto y me ayuda a bajar. El contacto de sus manos sobre mi cuerpo siempre desencadena un tumulto de sensaciones. La manera en que los músculos de sus brazos se contraen mientras arrastra la motocicleta camino abajo hacia el bosque me tiene hipnotizada.
O quizás debería decir idiotizada...
River estaciona la moto junto al árbol de tronco enorme, el mismo que tiene el columpio de madera en el cual me senté la primera vez que lo vi.
Mi memoria trae ese momento, sus ojos intensos, sus manos sosteniendo el bloc de dibujo y su lápiz... Tanta concentración en esas cejas arrugadas.
—Tierra llamando a nenita —me susurra, extendiendo su mano izquierda con una sonrisa pícara.
Agarro su mano sin dudarlo, ignorando el temblor de mis dedos y rogando que él no lo note demasiado.
—Estás temblando como una hoja, Alba.
Mierda.
Sus labios carnosos se curvan un poco y noto la nuez de Adán balanceándose bajo su piel mientras traga saliva. Yo también trago con dificultad. El nerviosismo que me genera estar a su lado es tan intenso que no sé cómo no me he desmayado. La electricidad en el aire es tan jodidamente aguda que podría atravesar nuestra piel a medida que avanzamos tomados de la mano bosque adentro. Todo este lugar me es familiar. Sus olores y sonidos son reconfortantes.
La tierra está helada, así que River se quita la chaqueta y la deja allí como alfombra.
—Úsala si tienes frío, nenita desabrigada. Yo voy a buscar leña para la fogata.
Espero unos segundos a que desaparezca en el matorral para tirarme de cabeza a su campera: huele a él. No puedo evitar cerrar mis ojos al sujetarla debajo de mi nariz. Me la pongo sobre los hombros, sintiendo su calor entibiando mi espalda.
Todos mis sentidos están alerta, es como si mi piel estuviera quemada por dentro. Hiervo de ganas de besarlo, de tocarlo y que él me abrace y me acaricie. Lo sé... Me he vuelto una loca hormonada. Pero, ¿pueden culparme?
Escucho sus pasos y segundos después, lo veo saliendo de entre medio de los árboles acarreando dos grandes ramas, una en cada mano.
Con agilidad las parte pisándolas y haciendo fuerza con sus piernas... Trato de no mirarlo, de ignorar como su cuerpo reacciona bajo la tensión que están ejerciendo sus músculos. Y no, no le miro el trasero. Bueno, sí, ¿okay? Sí lo hago. No me juzguen. Soy débil.
Me levanto porque necesito alejarme un poco de semejante show de sensualidad masculina, y me concentro en encontrar ramas finas que ayuden a prender el fuego. Junto las que puedo, y vuelvo para observar la pira que River acaba de armar con destreza. Le doy las ramitas, y él las coloca junto a los troncos más gruesos. Da un paso atrás y mira su creación.
—Te ha quedado muy bien —le digo, acercándome como si su cuerpo fuera un imán.
—No es por nada, pero sí. ¡Me ha quedado tremenda! —Se ríe y me encierra en un abrazo apretado.
—Digna de un premio a la mejor pira de la historia. Seguro entra en el Guinness.
—Doce de diez —suspira, cerca de mi cuello, dejando besos húmedos aquí y allá.
Giro para encontrarme con su rostro, sus ojos me observan con emociones que no sé nombrar. Me encanta la forma que me mira.
Toma mi mentón con su mano, levantándolo un poco. Me besa con intensidad, sabe exactamente cómo mover sus labios con los míos en una especie de danza íntima y deliciosa.
—Veamos si podemos prenderla, ¿si? —Se acerca a la montaña de leña, no sin antes besarme la mejilla justo en la comisura de mi boca.
Enciende un papel y lo coloca entre las piñas que también pudimos conseguir. Las llamas arden tentativamente al principio, luego chasquean y estallan. Amo el sonido del fuego al arder. Lame y cruje. Quiere que entendamos lo frágiles que somos. Cómo nuestros corazones pueden derretirse bajo la magnitud de este momento. Y ¿saben qué? El fuego tiene razón: no somos más que una disposición aleatoria de elementos. Abatibles. Una serie de átomos varios, rebotando debajo de este cielo estrellado.
Mi mirada encuentra la silueta de River mientras junta más piñas. Dibujado en sombras. Sí. Somos fantasmas hechos de luz parpadeante, de vidas inconstantes.
¿Lo sabe? Lo precioso que es este tiempo que vivimos... Al menos lo es para mí.
Miro las llamas una vez más, y los destellos de mi infancia invaden mis pensamientos. Recuerdo cuánto me encantaba ayudar a mi papá a encender el fuego para sus famosos fogones. Nos sentábamos a observar como los leños se transformaban en carbón rojo. Él agarraba su guitarra acústica, y algunos malvaviscos, y me contaba un sinfín de historias propias de fogatas y misterios. La mejor parte eran las voces, le salían de maravilla.
Cuando papá murió, mamá pensó en cremarlo: convertir su cuerpo en cenizas. Quedé paralizada. Había visto como el fuego funcionaba. Una vez quemado, no habría espacio mágico para que el cuerpo de papá se escondiera bajo la tierra, y volviera a mí de alguna forma u otra. Por suerte no sucedió y gracias a eso todavía puedo hablar con él.
—Aquí estoy, abejita. A tu lado siempre. En las sombras de los robles dormidos. En el crepúsculo de la luna. No he ido a ninguna parte.
«Sí, papá. Aquí estás. Puedo oírte».
Si tan solo eso fuera suficiente. No me animo a decírselo y su voz se desvanece.
Una rama se rompe bajo la presión de la bota de River, y el ruido me devuelve a la realidad. Me esfuerzo por mantenerme enraizada en este momento, así que me concentro en lo que me rodea.
En el susurro de las ramas de los árboles que no quieren despertar.
En el camino, con su grava fría y en el canto de los grillos que nos visitan.
En la voz de River, mi nenito acuoso, diciéndome que trajo bocadillos.
En mi propia voz, contestándole que traje un termo con chocolate caliente para los dos.
Papá se ha desvanecido, y yo me quedo con River.
Nos sentamos pegados el uno al otro y comemos Doritos y galletitas de chocolate. Bebemos del termo que encontré en uno de los gabinetes de la cocina de mamá. El líquido caliente entibia mi cuerpo. ¿O es la cercanía de su cuerpo la que logra quitarme del todo el frío, reemplazándolo por un calor indescriptible?
El tintineo del lago y nuestros sorbos de chocolate llenan el aire.
Hablamos un poco, miramos las llamas. Todo esto es tan irreal: demasiado mágico.
—¿En qué piensas, nenita?
—En lo irreal que es todo esto. En lo mágico que es estar aquí contigo.
Maldita sea. ¿Quién me manda a soltar semejante cosa? Dios mío, mi rareza no tiene límites. ¿Por qué no escaneo mis pensamientos a través de mi cerebro para ver si tienen el suficiente sentido antes de decirlos en voz alta?
Alba, ya deberías haber aprendido la lección.
—Yo también estaba pensando lo mismo —me dice, con su sonrisa torcida.
—¿En serio? —le pregunto sorprendida.
—Nope —confiesa tiernamente, lo cual derrite mi alocado corazón. La cadencia de su voz cuando me habla es tan jodidamente cálida: casi como la fogata que entibia nuestras mejillas.
—Desearía poder explicarme. De verdad que sí. Pero pasa que mis pensamientos a veces son demasiados —confieso abochornada—. Entran corriendo a mi mente y se escabullen con rapidez.
—Como nuestro tiempo juntos —me interrumpe, con sorpresiva timidez, acercándose aún más a mí.
Estamos tan pegados que el olor a menta en sus palabras invade mis fosas nasales, tomándome prisionera como siempre.
¿Es real todo esto? ¿Me está pasando de verdad?
—¿Qué quieres decir? —le pregunto rezando porque me diga lo que creo que significa como respuesta.
—Nunca es suficiente. Siempre quiero más. Más tiempo, más besos, más tú —Su voz es ronca, apenas por encima de un susurro.
Nuestras miradas se encuentran, y hay una galaxia en sus pupilas. Es tan hermoso. No sé qué decir a continuación. Él toma mi mano con delicadeza, y acaricia mis nudillos enviando electricidad por todo mi brazo. Me quedo callada, disfrutando del calor de su contacto.
River rompe el silencio.
—Esto es mágico. Tienes toda la razón, Alba. Es fácil. Sin complicaciones... Tú y yo, aquí.
Mi mano vuela a su mejilla, lo acaricio con toda la ternura que me desborda en este instante.
Es todo nuevo para mí, nadie nunca ha pasado tiempo conmigo de esta manera. Nunca pensé que iba a vivir emociones como estas. Es demasiado para mi pobre corazón.
Contemplamos el fuego una vez más. Hay formas en las llamas, parte de mí quiere desprenderse y entrar en ellas. Levantarme como el humo y flotar a la deriva. Nos imagino desde arriba: un chico alto y varonil junto a una chica demasiado rota. Sin embargo, parecen felices. En el aquí y ahora.
¿Eres feliz, Alba?
¿Y tu padre? ¿Qué harás si ya no tienes espacio en tu corazón o en tu mente para dejarlo venir?
¿Estará feliz por ti? ¿Sin ti?
¿Será mejor así? ¿Eh? ¿Es mejor? ¿Lo es? ¿Segura? ¿Eh, Alba?
La vida cambia en un abrir y cerrar de ojos. El fuego nos reduce a la nada. Las cenizas de mi padre no están en una urna. No fueron esparcidas en la orilla del río donde amaba pescar y acampar. Él está descansando debajo de la tierra, la misma en la que clavo mis uñas.
Él es la tierra, y yo no tengo tiempo de ser feliz. No si quiero escuchar su voz. No puedo dejar que lo que siento por River colme mi pecho y no deje lugar para mi padre. No puedo. Necesito tenerlo cerca.
Algo oscuro en mí florece bajo mi desazón. Me dice: no eres nada sin su voz.
«No eres real. Vete a la mierda, negrura».
El fuego estalla lloviendo chispas por doquier.
—Alba, ¡cuidado! —Instintivamente, River bloquea las brasas con su espalda, todo ocurre con mucha rapidez, y termino con él encima de mi cuerpo.
Ambos tomamos conciencia de eso... Un búho ulula en la distancia, y vuelvo a ser parte de mi piel, mis huesos y mis latidos errantes.
Sus antebrazos se encuentran a ambos lados de mi rostro.
—River...
No sé por qué digo su nombre, se me escapa de los labios con una cadencia desconocida. Él me observa unos segundos, y sus ojos se oscurecen. Acaricia mi cabello, colocándome un mechón detrás de la oreja, su mirada nunca abandona la mía.
Baja su rostro con lentitud. Sus rulos azabaches me acarician la frente hasta que apoya la suya en mi sien. Nuestros labios están a milímetros de distancia, y yo no puedo esperar un milisegundo más. Tomo su cara entre mis manos y lo beso apasionadamente.
Él gime, y ese sonido me excita demasiado. Me incorporo un poco, con él aún encima de mí, mientras seguimos besándonos con ansiedad descontrolada. Sus manos viajan a mis senos, y cuando me toca, mi cabeza cae hacia atrás en puro placer, sus pulgares rozando mis pezones y su lengua incendiando mis sentidos, evaporando mi moral.
Con manos seguras, levanta mi camiseta. Yo subo ambos brazos dejándole saber que quiero que me la quite. Lo hace. Su respiración es tan entrecortada como la mía.
Una vez libre de ropa, mis dedos se enroscan en los tirantes de mi sujetador, comienzo a bajarlos lentamente. No puedo mirarlo de la vergüenza que me da estar tan condenadamente excitada.
Él parece leer mi necesidad, y con un millón de emociones corriendo por su rostro, me abraza besando mi cuello, mientras lo desprende con destreza. Por un segundo me pregunto cuántas veces lo habrá hecho para lograrlo de primera. Pero no puedo concentrarme en estar celosa por demasiado tiempo.
Estoy desnuda delante de él, y su mirada me devora.
—Dios mío, Alba. Sabía que eras hermosa... Pero nunca tanto. Me enloqueces, nenita. Cada. Centímetro. De. Ti. Me. Desarma —me habla entre suaves besos.
No tengo control de lo que le sucede a mi cuerpo. Mi espalda se curva bajo sus manos aterciopeladas.
—River...
Tiro de su remera como queriendo sacarla del camino, quiero sentir su piel sobre la mía. Él cierra sus ojos, toma la parte de atrás del cuello de su camiseta, y se la quita por encima de la cabeza. Amo como se quitan la ropa los varones. Trago con dificultad al posar mis ojos sobre su abdomen definido, sus brazos fuertes, y esa condenada V.
Diosa de la virginidad, no me abandones antes de tiempo.
El aire se colma de deseo, sus ojos bajan de mi rostro a mis pechos, sus manos acarician mi piel, y llegan al botón de mis jeans.
Mis caderas se mueven hacia él, y entonces lo siento desprendiéndolo y bajando el cierre para deslizar su mano bajo mi ropa interior.
—¿Quieres que pare, nenita?
No puedo contestarle, solo gemir y negar con la cabeza. Sus labios vuelven a mi cuello, succionando sin tregua, enviando pequeños escalofríos a lo bajo de mi espalda.
Me estremezco bajo sus manos... quiero más. Gimo su nombre, mientras él desliza mis pantis a un costado. Cuando sus dedos hacen contacto con mi intimidad, se me escapa un jadeo entrecortado.
—Dios, estás tan húmeda —gime en mi oído, mientras su mano derecha aún masajea mis pechos.
¿Quién miércoles le enseñó a tocar el cuerpo de una mujer tan bien?
—River, por favor...
—¿Qué? ¿Qué quieres, nenita? —pregunta con voz ronca.
—Yo... N-no sé...
—Yo sí, mi amor. Yo sí —jadea. Y entonces, mientras su lengua devora la mía, introduce su dedo en mí.
Se me escapa un quejido, y ya no sé dónde se fue mi autocontrol. Mis caderas se mueven hacia arriba, mientras él acelera sus movimientos. Estoy cerca del orgasmo, puedo sentirlo en los temblores que dominan mis piernas y en la deliciosa sensación de anticipación.
Ver como los músculos de sus brazos se contraen, mientras me sostiene, mientras sus dedos me penetran, es demasiado. Con un grito ahogado por su pecho exploto en mil sensaciones que recorren toda mi piel.
Él me abraza, retira sus manos de mis pantalones y me abriga con la campera que quedó olvidada a un costado. Increíblemente no tengo frío, imposible luego de lo que acabo de vivir.
Pero aún quiero más de él, quiero darle el mismo placer que él me ha dado. Deseo tocarlo como él me ha tocado. Giro, aun acostada para mirarlo y me sorprende ver sus enormes ojos azules infinitos llenos de crudo deseo. Entonces, mis manos bajan por su abdomen hasta sus pantalones. Los desabrocho con dedos temblorosos, y rozo su erección.
—Alba...
Escucharlo gemir me da la valentía suficiente para meter mi mano por debajo de su ropa interior. Mis ojos se abren de par en par al tomarlo en mis manos. Es más grande de lo que pensé. Me sonrojo de mis pensamientos, pero ya estoy más allá del bien y del mal.
—Mierda, nenita —susurra bajando su jean y colocando una de sus manos sobre la mía, enseñándome a tocarlo.
Todo es tan sensual, tan intimo y erótico. Mi mano acelera el ritmo y observo como su abdomen se contrae de placer bajo mis dedos.
Estamos semidesnudos, jadeando al unísono. River quita su mano y yo continúo acariciándolo, cada vez con más rapidez. Su boca y sus manos vuelven a mis senos, lamiendo, masacrando y mordisqueando.
—¡Ah! Alba, detente o voy a acabarme en ti.
Oh por Dios, sus palabras me excitan tanto, la noción de lo que puede suceder, de lo que puedo hacerle me devora por dentro.
—Hazlo —le susurro entre mutuas respiraciones entrecortadas.
River deja escapar un sonido ronco y demasiado sensual, y se viene en mi mano.
Pensé que me daría algo de asco, pero es al revés. Me levanto con calma y camino unos pasos hacia el lago para lavarme las manos. Cuando vuelvo, lo veo sentado, sonrojado y sonriendo. Sus rulos despeinados me colman de dulzura. Ni siquiera me importa como me veo, me siento cómoda bajo su mirada.
Sus ojos pícaros se posan en el vaivén de mis pechos al caminar hacia él. Se levanta, y me espera. Una vez frente a frente, besa la punta de mi nariz mientras levanta mis brazos para ponerme la remera.
—¿Está mal que no quiera que uses tu sujetador? —me pregunta, con una sonrisa dibujada en la comisura de sus labios carnosos, colorados de tantos besos compartidos.
—No, pervertido —le contesto sonriendo abiertamente mientras él me acaricia la mejilla.
—Eres lo más lindo que me ha pasado, Alba Gray Brooks.
Y así sin más, terminamos de abrigarnos, esparcimos las cenizas para apagar el fuego, y volvemos a subirnos a la moto como si nada hubiera cambiado.
Aunque ambos sabemos que no es así.
Nuestra piel lo sabe.
Todo es diferente: los árboles, la ruta, nuestras miradas...
Todo a nuestro alrededor late bajo nuevas sensaciones, y nuestras vidas se proyectan en una sinfonía tecnicolor.
N/A
Creo que me van a entender si solo...
👊🏻🎤⬇︎⬇︎⬇︎
Chuik de choko con mejillas sonrojadas 💋🍫
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