Capítulo 15: Secretos
Luego que veo su silueta desaparecer envuelta en el aguacero, las horas que le siguen son igualmente borrosas. Son de esas que invaden tu cerebro y demoran los segundos. De las que empañan tu juicio, mientras ves todo lo ocurrido una y otra vez, como si alguien pasara diapositivas en tu mente. No paran. Te llevan al límite.
Si aún no había comprendido lo mucho que su bienestar significa para mí, lo mucho que ella significa para mí, bueno... Lamento decepcionarlos, pero ahora tampoco puedo.
Soy un lío tambaleante, no sé qué pensar ni qué hacer.
Después de que Alba se alejó, cojeando mientras sostenía su bota suicida con tanta fuerza que parecía que la vida se le iba en ello, todo mi alrededor pareció hundirse en la oscuridad. Mis esperanzas de darle una buena impresión se disolvieron en el agua del lago.
Cuanto más distancia ponía entre nosotros, más ganas me daban de darme en la cabeza contra un roble. No se suponía que las cosas iban a darse de esa forma.
Pensar que tenía todo planeado a la perfección: un escenario donde charlaría con ella, le mostraría lo diferente que soy de mis amigos y le devolvería su corona de papel. Alba, me agradecería y me daría una oportunidad. Sonreiría con esa risa tan contagiosa, y yo me animaría a invitarla a tomar un chocolate caliente.
Mis manos ensopadas siguen protegiendo el bolsillo de mi mochila que guarda eso que le pertenece. Y pensar que ni siquiera pude mencionarle que le había traído su corona, esa que dejó caer cuando la empujaron. Me hierve la sangre de solo recordarlo.
Todo fue un caos. Igual que cuando salieron a trompicones los estudiantes de las clases, y yo vi ese pedazo de papel, en medio del torbellino de mochilas y la cacofonía de conversaciones casuales.
Al ver esa corona tan frágil en el medio del pasillo, algo en mí se encendió. Devolverla se volvió importantísimo. Ella tenía que recuperarla. No podía soportar la idea de que una persona cualquiera la pisara, aplastándola sin miramientos. La recogí aturdido, con manos temblorosas, y sin pensarlo, me la llevé a la cara. En el segundo en el que el papel toco mi piel, un leve aroma a coco y miel invadió mis fosas nasales. Quedé como petrificado, mientras el resto de los estudiantes seguían caminando rumbo a sus salones en cámara lenta como si estuviera en una película. Olía a ella.
Sí, ya sé lo que deben estar pensando.
«River, amigo, se te ha aflojado un tornillo».
Y puede ser. Mierda, a esta altura todo puede ser. ¿A quién estoy engañando? Todo lo que hice y como actué es de locos.
Empezando por no haberla podido contener una vez que la saqué del lago. ¿Qué clase de idiota no le pregunta a una chica que casi se ahoga cómo está?
Siento como la bilis me sube por la garganta del miedo que me provoca pensar que podría haber llegado tarde. Y en vez de rodearla con mis brazos la hubiera visto flotando boca abajo, con ese pelo rebelde esparcido sobre el agua.
«River, para. Respira profundo».
La cabeza me da vueltas. ¿Estaba intentando suicidarse? La forma que recitó ese poema, sobre el agua y la muerte, hace eco en mi memoria.
La mera idea de que eso sucediera, de que ella ya no estuviera más, fragmenta mi mundo en mil pedazos. Sin ella nada sería lo mismo.
Tenía tantas cosas que quería decirle, pero todo lo que pude hacer es agarrarme el pecho, que me ardía del esfuerzo. El dolor era demasiado familiar, pero no quería que me controlara.
«Ahora no, por favor. Delante de ella no, por favor».
Lo repetí una y otra vez como un mantra.
—¿Qué fue todo eso, Alba? Dios...
¿Cómo puede ser que esas fueran las únicas palabras que se abrieron paso por mi garganta rasposa?
Patético, ¿no? Unos segundos después, ella se había marchado. Me dio la espalda, y salió disparada dejándome atrás sin volver la vista siquiera.
Mis piernas la siguieron, todo mi cuerpo reaccionando con voluntad propia, a través de la negrura del bosque. Los truenos haciéndome compañía, y el cielo partiéndose en dos.
La llamé con desesperante necesidad. Su nombre explotó en mi boca, mientras mi corazón latía a un millón de revoluciones por minuto. Entonces sucedió, Alba volvió a mirarme a través del diluvio. Duró un segundo, y luego ese momento se acabó: se me escapó como la lluvia a través de mis dedos congelados.
—Alba, no te vayas así, por favor —le susurré, pero ella no me escuchó. Como una liebre aterrada, bajó su mirada y corrió aún más deprisa. Aún más lejos de mí: con una sola bota, con una media embarrada y mi desesperación enlazada a su pelo enredado.
No pude lograr hacerla sentir a salvo. Se veía angustiada y asustada de mí...
Con el sabor amargo de todo lo sucedido, y cuando mis ojos ya no lograban distinguirla más, yo también me di la vuelta y emprendí el camino de regreso a casa con la mente en blanco.
No tengo idea de cómo ni de cuánto tiempo demoré en llegar a casa. No recuerdo haber estacionado mi motocicleta en el garaje, o haber abierto la puerta de entrada.
Debo haberme ido derecho a mi cuarto, ya que cuando abro mis ojos, me encuentro tirado bocarriba en la cama, usando la misma ropa sucia y zapatos cubiertos de barro.
«River, has caído bajo, hermano. Humillación: nivel jefe».
Soy un desastre apestoso y arrugado. Entro a trompicones al baño y me miro en el espejo. ¿Quién es este tipo, con pelo revuelto y círculos oscuros debajo de unos ojos preocupados que me está devolviendo la mirada? No puedo ser yo, ¿verdad?
Levanto mi mano izquierda, y con mi dedo índice, golpeo el cristal suavemente. La imagen me devuelve la misma reacción. Sí, definitivamente, el demente del espejo soy yo.
¿Cómo puede una chica afectarme tanto? ¿Qué es lo que tiene de especial que con una mirada hace que quiera seguirla a cualquier parte que ella vaya?
Quiero respirar el mismo aire que ella respira. Y sí, ya sé. Me pongo cursi por ella también. Mierda.
Me hubiera ahogado en la maldita agua del lago con ella si no podía llegar a tiempo.
Quiero luchar contra lo que sea que parece estar listo para arrebatarla de este mundo justo cuando estoy empezando a...
—¡River, mijo, está listo el desayuno! —La voz de mi abuela llamándome desde el piso de abajo, me arranca de un sinfín de pensamientos alocados. Dejo escapar un fuerte suspiro, y luego de una ducha rápida, me seco el cabello con una toalla agradeciendo el olor a jabón que emana de mi piel.
Justo cuando estoy poniéndome una remera de manga corta negra, escucho un maullido desde el alféizar de la ventana. Es Minina, mi gata blanca de pelo largo. Ella se sabe diva, de lo hermosa que es.
—¿Qué pasa, bonita? —Fijo mi mirada en sus ojos verdes esmeralda, siempre curiosos. Ella levanta su delicado hocico rosado, y olfatea la brisa que se cuela por la ventana. Salta hacia adentro, aterrizando sobre los azulejos a cuadros blanco y negro del baño con la elegancia felina que la caracteriza.
Empuja con suavidad mi pierna con su cabeza, acariciándose contra ella. La tomo en brazos y complazco sus caprichos, obteniendo como recompensa incontables ronroneos mimosos.
Mientras acaricio su suave pelaje, mi mente lucha por deshacerse del sinfín de imágenes de mis últimos momentos con Alba. Son un caleidoscopio de catástrofes. Necesito aclarar mi mente. Recobrar mi dignidad. Suficiente con este comportamiento imprudente que me va a costar muy caro.
Debo esforzarme en volver a mi vida de antes de conocerla. Si mi madre se enterara de que falté a clases, y que su hijo se ha vuelto una especie de zombi sin capacidad de razonamiento ante una leve mirada de una chica que apenas conoce, lloraría dos días seguidos.
Mi padre sigue fuera, en un viaje de negocios que durará todo el mes, por lo tanto, tengo que mantener la cordura o recuperarla mejor dicho, antes que todo se vaya al diablo. Más de lo que ya se fue.
Bajando las escaleras con Minina en los brazos, escucho a mi hermano menor, Joshua, quedándose de que me he comido todo el yogur.
—Ey, yo no me comí nada, enano endemoniado. Fue Minina. Le encanta tu yogur de vainilla. Agárratelas con ella, ¿okay? —le digo dejando que la gata camine por la cocina.
Mi hermano, seis años menor que yo, vuelve su cabeza rubia en mi dirección y bufa.
—Dale, sí. Seguro fue ella —me retruca con un dejo de ironía—. Con sus patas traseras se paró, caminó a la heladera y la abrió. Luego se sirvió el último vaso de yogur y dejó el sachet vacío en la jarra.
—No te olvides lo atlética que es, seguro ha estado entrenando como caminar como la señorita esbelta que es —le contesto a Joshua que pone sus ojos en blanco—. ¡Ah! Y agradécele que cerró la puerta de la heladera. Esta preciosa tiene más modales que tú.
La cara de rabia de mi hermano logra hacer sonreír a mi abuela, que pretende estar limpiando la mesada sin escuchar nada. Observo como Joshua se pasa una mano rabiosa por ese cabello color oro, y no puedo reprimir una carcajada por lo bajo. Es tan diferente a toda la familia, siempre lo molesto diciéndole que rompió nuestra genética, porque mientras todos somos morochos, él es rubio, y en vez de tener los ojos claros, los tiene de un marrón tan oscuro que parecen casi negros. Es muy buen mozo el sinvergüenza. Seguro en un par de años va a estar rompiendo corazones con lo lanzado que es.
Joshua es muy fácil de querer, es del tipo de persona que les cae bien a todos instantáneamente, razón por la cual amo hacerlo enojar y romper un poco esa fachada de "chico bueno". Solo hace falta un par de comentarios irónicos de mi parte, unos gestos que ya los tengo bajo la manga, y listo. Misión hermano-demonio: activada.
—Córtala, ya, River. Sé muy bien que te encanta terminarte lo único que me gusta desayunar —me escupe con enojo renovado.
—Pff, ¡blasfemias! Amigo, a esta gatita le encantan los lácteos —le contesto fingiendo asombro, mientras levanto mis manos en señal de tregua.
Bueno, sí, ya sé que quieren que deje de molestarlo. Está bien, no soy un completo monstruo. Déjenme que les cuente que también juego incontables partidos de básquetbol en el patio trasero de casa, y que lo dejo ganar "casi siempre".
—Me voy a lo de Juan a jugar videojuegos, abu —le dice a nuestra abuela mientras me ignora sin remordimientos.
—Vago —susurro entre dientes, mientras me gano una mirada mortal de su parte.
—Está bien, mi amor. Pero recuerda no volver de noche ¿si? —le dice nuestra abuela, poniendo otro bizcocho en su plato. Él se lo devora en menos de dos segundos. Este chico es un dingo cuando se trata de los bizcochos caseros de nuestra abuela.
Dos minutos después, la abraza con fuerza, me gruñe de pasada y sale disparado a buscar su bicicleta del garaje.
Mi abuela es la única persona capaz de darte los mejores abrazos apretados del mundo. También tiene un doctorado en dulzura y empatía. Ella te sostiene la mano, y simplemente te escucha hasta que ya no sabes cuantas cosas le contaste, o cuantas veces ella te acarició el cabello con cariño.
Nosotros la llamamos Chiquita, apodo que se ganó por su metro cuarenta y dos de estatura. Lo que le falta en centímetros, lo compensa con un corazón gigante y toneladas de comida casera deliciosa.
Mi mirada se posa en las begonias que cuida con esmero, que se asoman a través de las ondulantes cortinas de lino que dan al patio. Tienen un follaje asimétrico y un estampado muy particular. Ella afirma que son la adición perfecta de color a nuestro jardín.
Cuando bajo la vista a mi café con leche, la escucho acercarse a la mesa. Encuentro sus ojos, y se me cae el alma al piso. Tiene una expresión preocupada, y sé muy bien por qué.
Desearía no saberlo, o tener que escucharlo de sus labios que se fruncen en una línea apretada al mirarme.
—River, cariño... ¿Estás tomando tus medicamentos? Te noto pálido y corto de aire.
Aquí está, el elefante en la habitación.
—Claro que si, abu. No tienes nada de que preocuparte —Carraspeo incapaz de sostenerle la mirada.
Ella me conoce mejor que cualquiera. Ve a través de mi mentira con tanta rapidez, que ni siquiera se me ocurre inventar otra. Sabe que odio esas benditas cápsulas que me nublan la cabeza, y hacen que mi energía se desvanezca más rápido que el yogur de vainilla de Joshy.
—Ay, mijo. No le mientas a tu abuela que te ama tanto —Su preocupación intensifica las líneas en su frente arrugada. —Sabes lo importantes que son.
—Lo sé —suspiro con voz resignada.
—Entonces prométeme que vas a ser más responsable. Tienes que tomarlas a diario. Debemos proteger ese corazón tuyo. No hay otro igual.
Se acerca aún más, y apoya una mano pequeña y cubierta de manchas amarronadas sobre mi pecho. Yo levanto mi mano izquierda y la poso sobre la suya, maravillado de lo parecidos que son nuestros dedos. Dibujando círculos sobre sus nudillos huesudos, le sonrío con todo el amor que le tengo.
—Estoy siendo cuidadoso, abu. Tengo que irme ahora. Tadeo me está esperando, tenemos tarea en equipo para entregar mañana. Dile a mamá que volveré para cenar ¿si?
Beso su mejilla tibia, y salgo apurado. La salida del cobarde. Me odio por eso. Pero no puedo evitarlo. Lo único que quiero en este momento es estar solo con los pensamientos que juré dejar atrás.
Solo con mi recuerdo de su cara a milímetros de la mía. Solo con mi deseo de tocarla, de besarla...
Con alarmante claridad, me doy cuenta de que gracias a ella y a lo que pasó en el lago, me he convertido en algo más que un adolescente enfermo.
Soy más que un corazón defectuoso que no palpita bien.
Soy más que el mentiroso del instituto.
Soy el chico que la sacó del lago.
Soy River, el que la abrazó con desesperación, y la dejó en la orilla a salvo.
No me importa si casi me desmayo en el intento. Yo. Le. Salvé. La. Vida.
Váyanse a la mierda pastillas y miocardiopatías. De nada me va a servir estar sano si Alba decide no querer saber nada de mí.
N/A
Ay, ay, ay... la trama se complica...
¡Nuestro River también tiene sus secretos!
Amo a su hermano Joshy y como se pelean ^u^
Sigan dejándome sus comentarios que amo tanto leer y voy a seguir dedicando capítulos porque ustedes me dan tanto tanto cariño que me esfuerzo para retribuirlo como puedo <3
Los quiero muchoooooo
Nos vemos mañana (^-^) Chuik de Choco 💋🍫
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro