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Capítulo 35: Destinos Peores que la Muerte

―¿Asesinato? Ustedes lo vieron, ese maldito mató al viejo. ¿Ustedes se hubieran quedado tan tranquilos? ¡Yo también lo hubiese cortado por la mitad! ―reclamaba Moraes a los oficiales de la policía que impedían entrar a ver a la Capitana... si es que todavía conservaba ese título.

―Oficial Moraes, no detuvimos a la señora Benett por eso ―Felipe lo observó confundido―, esa mujer mató a un Diputado del Oriente y a toda su familia hace 5 días. ¿Acaso no lo sabía?, está en todos los medios, me sorprende que usted no esté informado ―Lo empujaron hacia atrás más no contestó ni reclamó dicha acción. En cambio, miró al oficial pidiendo respuestas. Este le contó que encontraron su sangre junto a los cuerpos de esas personas―. Parece que hubo un forcejeo y terminó manchando la escena del crimen.

Moraes era ajeno a lo que escuchaba, debía ser una noticia demasiado reciente. Eso, sumado al aislamiento de su jefa todo el fin de semana, lo hacían ver como alguien lejano a los asuntos de seguridad nacional, pese a estar un escalón por debajo de la mandamás.

No quiso culparse a si mismo, toda esa situacion era mas grande que un simple asesinato. Necesitaba respuestas, Leryda no pudo haber hecho algo así.

O quizás sí y él había vivido en un engaño, otro más de la conspiración.

Pese a su experiencia, él no sabía muy bien cómo accionar, no con tan pocos datos. Para poder formular un plan de acción, necesitaba de un equipo más grande, conjuntamente con información que solía caer sobre su escritorio diariamente como correspondencia y una voz de mando mejor conectada que el.

Esa persona ahora estaba encerrada en aquella oficina de Capitol Hills, dormida sobre papeles que le han funcionado como almohada todo el fin de semana y un suministro extenso de bebidas de color ambar e intensa amargura que incluso a el le parecian insultos a la salud.

¿Acaso todos los artífices de su vida querían probarlo?.

El hombre de seguridad apuntó hacia la sala de espera, hasta un televisor con mucha estática que transmitía las noticias, explicando lo mismo que ya había oído.

―Pensaba que era un ajuste de cuentas de las Brujas, un cabo suelto ―dijo Moraes, más un pensamiento en voz alta que un argumento entre él y el guardia de seguridad.

―Ellos también están metidos en esto, señor. La señorita Benett no lo hizo todo ella sola. Debieron ser más de 10 personas, mataron a 8 en una noche, primero al diputado y después a otras personas del gobierno de allá.

El oficial no tenía pruebas, pero estaba muy seguro de quién más estuvo esa noche durante ese baño de sangre, se la podía imaginar masacrando a esas personas inocentes con euforia en el rostro, deshumanizando más su ya de por sí cruel y vil ser.

―Debo hablar con la señorita Benett, lo que sepa debo llevarlo al Ministerio ―si el hombre sabía quién era él y donde trabajaba «o al menos eso le parecía, quizas tenia mas pinta de uniformado de lo que pensaba», no le quedaría de otra que dejarlo pasar.

Sino, él podía llegar a ser un verdadero fastidio si se lo proponía.

Después de un pequeño regateo lo dejaron pasar ―solo 5 minutos― y se la encontró observando a la nada. El traje de anoche estaba tirado sobre una silla junto a la entrada, con manchas rojas oscuras por todas partes, le recordaba los uniformes pintados que usaban los rebeldes republicanos en la guerra civil.

Con una bata azul que la cubría más arriba de las rodillas, Moraes identificó una cicatriz reciente en el muslo derecho de Leryda, era imposible no verla, tuvo que ser un forcejeo violento, nadie laceraba casi por completo un muslo solo por miedo.

―Algo me decía que vendrías ―Leryda le habló antes de que llegara a su lado, su voz fantasmagórica le provocó un escalofrío.

―Dime que no lo hiciste, Leryda. Tantos golpes de pecho que me di defendiéndote, insistiendo a Seamann que no te abandonara otra vez... ¡y eso que apenas te conocía! ―Sentía la necesidad de hacer ese drama, habían sido meses de su vida, tiempo invertido que no recuperaría.

―Vas a tener que confiar en mí esta vez, Moraes ―le dijo, «¡como si no confiara en ti lo suficiente, muchacha demente!»

Leryda le hizo señas para que se acercara y él obedeció, esperando cualquier cosa mientras arrastraba una silla hasta su lado-. Leryda, hay que sacarte de aquí y llevarte al Ministerio -vio las esposas que la retenían, por ahora no podía respaldar sus palabras -, el mundo parece haber enloquecido, la gente anda más paranoica que nunca y lo peor es que no saben lo que hay detrás.

-Moraes -apuntó hasta la bolsa a su lado, ignorándolo -. Llévatelas, no me hacen falta. Hay un teléfono allí.

-¿Dónde se oculta ese maldito?, el sitio donde te llevaron hace meses, aún hay tiempo, solo debería convencer a Meredith de que confíe en ti otra vez. -Algo a lo que ya había hecho, no sería tan sencillo ahora, esperaba que el licor la hubiese ablandado.

-Sé que conoces muchas cosas. Entiendo que sabes que Clara es la mano derecha de Esien -la Capitana susurraba, su mirada desolada, por alguna razón, le transmitían al oficial una sensación de despedida -. Si la encuentran a ella, encontraran donde se ocultan los demás, retrasarán un poco su plan.

-¡Leryda! -resistió con todas sus fuerzas las ganas de seguir gritándole -. Respóndeme, hay tiempo, con esa mocosa o sin ella, podremos encontrarlo si sabemos dónde carajos está.

-Es en el cañón -el oficial le hizo gestos para que fuera más específica -. El cañón es inmenso, nunca vi el exterior, un día desperté allí y luego en medio del bosque, no tengo mucha información útil.

Por un instante, el oficial elogió el plan detrás de la conspiración, para ser el hombre más buscado de un país, se necesitaba una mente ágil, además de mucho coraje para cargar con el peso de ser enemigo público. Eso explicaba el desequilibrio en Marcano y en menor medida, el de la mujer a su lado, ella cargó con todo ese conocimiento.

»Marcano tiene un misil... -reveló Leryda y la habitación se llenó de silencio.

-¿Eso es todo?, las ciudades tienen defensas aéreas, si intenta mandar alguno será destruido antes que siquiera sea peligroso.

-¡No!... no de esa clase... Es nuclear, un antiguo proyecto de la Federación.

Moraes sintió una livianez extraña en su cabeza, apoyó su mano en el barandal de la camilla.

-Leryda... eso es imposible, este país nunca ha tenido armas nucleares. Tendríamos a medio mundo metido aquí obligandonos a desmantelarlas si fuera verdad.

La ex-Teniente le pidió que hiciera silencio, recalcando que necesitaba su confianza, no para realizar un movimiento heroico que detuviese a su enemigo, sino a modo de antesala para lo que estaba por venir. Felipe probó a levantarse, sus piernas no lo permitieron. Volteó hacia la puerta, mientras un escalofrío recorría toda su espina dorsal.

¿Cuántos ojos y oídos estarían concentrados en él a partir de ese momento?.

-¿Ese hijo de perra quiere usar eso para dar un golpe? -Leryda asintió al instante, su tranquilidad al hablar le daban a entender que se había quitado un gran peso de encima.

Era lo más normal y tranquila que había observado a Leryda en tiempos recientes, todo ese plan, al que la habían metido por la fuerza, solo le hizo deteriorarse más rápido que en su antiguo rancho.

Allí todo hizo click en la mente del uniformado, la exagerada confianza, la seguridad o altanería de presentarse en medio del centro de gobierno del país. El hombre tenía más poder que la misma Junta, quizás no en soldados o equipo, pero, ¿Quién necesita cualquiera de esas dos cosas si tiene la capacidad de destruirlo todo con un botón?.

-Será mejor que no perdamos más tiempo. -pronunció el oficial a modo de despedida.

La mano fuerte de Leryda lo retuvo, aferrándose con demasiada fuerza -Cuida tus espaldas, quizás no sepan que te conté esto hoy, pero Clara nos vio hablar, ella es muy lista y sabrá conectar los puntos, no dudará en contarlo todo. Además de que ya tiene esa pequeña vendetta contigo por andar investigandola -la Capitana exhaló el aire en sus pulmones, reflexiva, como si dejara salir todo aquello que la mortificaba -. Es posible que me hagan algo, Marcano no tolera a los soplones a menos que trabajen para él... si muero, quizás era lo que debía pasar desde un principio.

Lo liberó y se recostó sobre su costado en la cama, no parecía pesarle lo que acababa de confesar.

Mierda..., los problemas solo se extendían.

El oficial suspiró. Estuvo a punto de retroceder, sobresaltado por el rostro que se asomaba por el cristal de la puerta, desapareciendo en cuestión de segundos.

Sabiendo en lo que estaba metido, embarrado hasta las rodillas de problemas y en medio de una conspiración gigantesca, salió de esa habitación.

El hombre de seguridad se había ido.

Los pasillos se hicieron infinitos y laberínticos, como si nunca hubiese entrado en primer lugar. Mientras pasaba por una encrucijada, un hombre alto con chaqueta negra se interpuso en su camino. Moraes, muy agitado, vio como aquel individuo lo miraba fijamente mientras continuaba avanzando por el pasillo desierto, sin hacer más contacto con él.

Caminó más deprisa, ahora todos parecían inspeccionarlo con la mirada, desde las enfermeras y doctores hasta los empleados de limpieza. La posibilidad de que estuvieran preocupados por su apariencia casi desquiciada no pasó por su mente, todos eran potenciales enemigos.

Ni siquiera pensó en preguntar dónde quedaban las escaleras o los ascensores, siendo lo segundo lo que encontró, entrando en él y aferrándose del barandal que sobresalía de la pared del mismo.

Al llegar a la planta baja intentó aparentar seguridad, sin notar al individuo que salía de las escaleras en ese momento.

...

Se encontró con su esposa en la recepción. El oficial, agitado y sudoroso como quien hubiera visto a un demonio, la tomó del brazo y empezó a llevarla hasta la entrada.

Ella se resistió en un principio, reprochándole lo agresivo que era, pero con solo oír cómo su esposo pronunció "Vámonos", supo que se trataba de algo serio, no era una de sus típicas jugarretas.

―Felipe, ¿es tu compañero o algo así? ―preguntó señalando hacia el pasillo. El pesando que apuntaba a uno de los televisores o a alguien que pasaba, simplemente negó.

»―¿Entonces por qué viene hacia acá?.

A Moraes solo le hizo falta verlo de refilón para tomar con fuerza a su esposa y correr, escapando del hombre que ahora los seguía a paso calmado.

La entrada del hospital, un lobby amplio lleno de columnas cilíndricas y con una decena de puertas automáticas, mostraban una escapatoria segura, hasta su carro, que parecía llamarlo para huir desde el otro lado del cristal de la fachada.

Varias puertas se abrieron, pero demasiado lejos de su presencia como para activarlas, habían arrojado una especie de paquetes.

Algo no andaba bien.

Y la explosion atronadora lo confirmó, acompañado de una lluvia de pequeños cristales que le hicieron caer.

Cubrió a su esposa con su cuerpo, ella gritaba, pero los oídos del oficial no lo registraban.

Uniformados entraron pisando los escombros del suelo, armados con rifles, idénticos a los que él disparó aquel estupido día con Leryda. Camisas azules, chalecos antibalas, pasamontañas, un trauma escondido en su mente desde hacía tiempo.

Se mezclaron entre un cúmulo de personas que huían del fuego y del terror.

Un guardia de seguridad avisaba a todos que evacuaran el lugar a través de una salida de emergencia al este de las instalaciones, no duró mucho hasta que fue acribillado por una enfermera que escondía su rostro detrás de una mascarilla quirúrgica, lentes y gorra.

Moraes se sentía en un Reality Show demasiado surrealista, «¡una enfermera, sacando una pistola de un botiquín de primeros auxilios y matando a sangre fría a un miembro de la seguridad del hospital!».

La conspiración crecía con cada segundo, ahora cualquiera podía estar metido en ella.

Ambos salieron del recinto, apoyando a quienes se encontraban por el camino para salir de ese lugar. Moraes, enseñando su placa, detuvo un carro y le ordenó que los llevara hasta Capitol Hills, tumbaría la puerta de Seamann si era necesario.

...

Arribar a la oficina le brindó tranquilidad y desahogo, dos palabras que no solía asociar con el trabajo.

Los eventos de las últimas 24 horas habían causado una reacción visible en el recinto, todos trabajaban, cada cual en su respectivo lugar, Marcano le había propinado un jalón de orejas a toda la República, institución que no dejaría pasar cualquier opción sobre la mesa para devolverle la ofensa.

Luego de conseguir agua y alimento para su esposa, relató lo ocurrido a sus dependientes, dejando caras de preocupación y miedo a medida que la noticia se esparcía por el recinto en lo alto de la ciudad.

Algunos inclusive elogiaban su actuar y por más insignificante que haya sido su colaboración con la gente, podía sentir que su moral iba in crescendo. Cualquier palabra de aliento eran reconfortantes sabiendo la nube gris que ahora cubría al país entero.

―Llegas tarde, Felipe ―nunca un reproche de su jefa había le había hecho sentir tan seguro.

Él llegó al lugar con intenciones de derribar la puerta y arrojar agua fría sobre Seamann, era preciso levantarla de su estado autodestructivo.

Sin embargo, la encontró en su oficina, rodeada de computadoras portátiles y un par de teléfonos móviles.

Se sentó frente al escritorio, algo rutinario, pero que le infundió esperanza.

Sabía que algo parecido a un plan se estaba cocinando y él quería ayudar, sus sentidos estaban muy agudizados y no tenía miedo de contar todo con lujo de detalle.

«Recuerda, Felipe. Primero el misil, luego el desierto y los departamentos al norte y al final Leryda, la cereza sobre el pastel. Quizás no quiera pelear, pero puede ser importante solo con los datos que nos pueda dar», en su mente lo tenía claro.

Incluso entraron más oficiales, ¡justo lo que necesitaba!, «¡un equipo hecho y derecho!».

El único inconveniente, o más bien, malentendido, era que no iban a apoyar la investigación.

Iban a por él.

La razón resonó en todos los televisores a lo largo y ancho de la nación.

Ahora nadie lo olvidaría.

...

¡Última Hora!

―Se han hecho públicas en las últimas horas fotos sacadas de una cámara perteneciente al oficial y alto miembro del Ministerio de la Defensa, Felipe Andrés Moraes Aveiro, que durante al menos dos meses acosó a la ciudadana Clara Armstrong de casi 20 años de edad, todo esto lo confirmó ella misma vía redes sociales, afirmando que el individuo no la dejaba en paz y se aparecía en cualquier lugar con la excusa de estar "investigandola".

―Parecía seguir a esta joven a todos lados, hay fotos entrando y saliendo del trabajo, fotos en su casa, fotos desde las ventanas. No existen adjetivos suficientes para este impresentable...

»―Tenemos palabras de la Ministra de Defensa, General en Jefe Meredith Seamann, desde Capitol Hills en la sede de dicha institución. Ella estuvo presente en el instante que este sujeto fue detenido y estas fueron sus palabras para Noticias N.O.B:

―Bueno, nunca fue un trabajador excepcional, pero al menos cumplía con su deber... la mayoría de veces. Pueden estar seguros de que no volverá a pisar esta oficina, esa pobre joven debió horrorizarse al ver esas fotos.

»―¿Qué relación tiene con la afectada?

―No la conozco mucho, pero parece buena chica. Conocí a su madre y sé que sería una ofensa para ella si no castigará al oficial Moraes como se debe...

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