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Delta, I Parte, Especial 20k. PERDÓN.


AVISO SERIO:

ESTA NARRACIÓN ESTÁ PENSADA PARA DAR ASCO.

PURO ASCO.

ES DESAGRADABLE, GORE, SE MENCIONAN VIOLACIONES, ASESINATOS Y PUTO ASCO

NO LEAN.

Ya expliqué en un mensaje que mi intención es hacerlo desagradable al punto de que no se pueda leer, la historia "trágica" de Lolo es muy habitual en los fics para justificar que sea un psicópata, yo aquí lo llevo al máximo, por que hablamos de un trauma semejante a convertirse en delta, y la narrativa no encaja en el mundo dulce de minecraft, tampoco en el general de mi historia. Hago esto como un reto personal del que aprender. Así pues, os prometo avisar cuando la trama se vuelva más "digestiva" dentro del especial. En serio, que no me gusta.



Atardecía en Wakanda. Con el sol de frente, los ojos de los héroes en pie sobre la muralla, no lograban ver lo que estaba ante ellos. Lo tenían claro, esa invasión no sería como las anteriores, todo ante ellos era distinto, sobre todo el portal que se tragaba toda la luz de su ciudad.

-Elyas, esto tiene mala pinta.

-Lo sé Herny.

-¿Deberíamos pedir ayuda? -la voz chillona de Jesus sonó demasiado descorazonada.

Elyas era reticente, ellos habían hecho una promesa y debían resistirla, no podían correr en un momento de duda a rogar socorro, pero aquello... tenía que ser sincero, los superaba, ¿Portales? Apenas sabían de ello.

-Eso... ¿Es una sirena? -Lexosi le interrumpió el hilo de pensamientos.

-¿Qué? -el pequeño Arsilex saltaba para ver sobre la muralla.

-Sh ¡escucha!

-¡Estamos en el desierto Lexosi qué tonterías...!

Jesus tuvo que callar, era cierto, débilmente unas notas iban entrando en sus oídos, hipnotizándolo.

-¡¡Taparos los oídos!! -gritó Elyas- Herny, necesitamos esa ayuda.



MUCHO MUCHO ANTES.



Los dedos de ambos apenas llegaban a tocarse, eran puros desconocidos, cuyas jaulas habían sido colocadas una al lado de otra. Intentaban que las yemas de sus dedos se tocasen, en busca de un tacto cálido, reconfortante, pero las fuerzas les fallaban a ambos tanto como para no poder siquiera extender el codo y alcanzarse, y estaba el miedo, a que alguien viera esa necesidad de consuelo. Pero ese otro era solo un niño, apenas superada la pubertad, y aun así ya lo sabía, podía verlo en sus ojos opacados, inundados del vacío de toda esperanza. Él sabía que aquel almacén era la última parada, antes de ser subastado para terminar sus días siendo el objeto de la perversión de algún psicópata, y había miedo si, todo se terminaba, al fin, por fin todo acababa para aquel niño que a su corta vida ya había vivido en sus carnes más horrores de lo que sería capaz de relatar un anciano, y aún así, tenía miedo. Ese lugar olía precisamente a eso, al montón de recién presentados alfas que ya no servían para lo que se requería a un omega, a tullidos tras una subasta que se fue de las manos, olía a las docenas de personas que sabían que iban a morir.

Los pies de alguien se detuvieron ante ellos, mirándolos antes de reírse, antes de dejar una bandeja con un mendrugo de pan mojado y un trozo de carne seca. El pobre chico que estaba a su lado tras barrotes se relamió los labios, no tanto por la comida, que a saber cuando la había probado por última vez, si no por el agua del pan. Lolito se esforzó en levantarse del suelo, empujándose hasta la bandeja, estirando el brazo entre los límites de su jaula hasta alcanzarla y arrastrarla hasta su jaula, luego se la ofreció al chico.

El muchacho levantó la barbilla con sus ojos preguntándole si era en serio, Lolito solo le sonrió como le fue posible y el pobre chaval hizo uso de todas sus fuerzas para levantarse y comer desesperado lo que había en la bandeja. Lo miró, está vez con tristeza, esa probablemente sería su última comida, ese chaval, moriría muy pronto, y seguramente alguien pagase lo suficiente por él para que su muerte fuera una agonía. Lolito se tumbó en el suelo de su jaula, se acurrucó en posición fetal y empezó a llorar. El otro muchacho dió su mejor esfuerzo en intentar alcanzarlo para, con sus dedos entre la melena roja, acariciarle, pero eso no fue consuelo, fue aún peor.

Acurrucado, dejándose llevar por las lágrimas, tras ver partir uno a uno a decenas de jóvenes a la muerte mientras él quedaba allí, en su jaula, esperando, su mente vagó sin remedio solo unos años atrás, cuando sus pies eran tan pequeños como las caracolas que recogía en la playa. Allí había sido feliz. Su madre, su hermana, iban a su encuentro cada día, lo recibían entre abrazos bajo las aguas del mar y jugaban hasta que su padre, un recio marino, lo agarraba del pescuezo y lo sacaba del agua como a un pescado más, incluso si necesitaba de una red para ello, mientras su madre y su hermana intentaban recuperarlo entre risas. Esos fueron tiempos muy felices.

En las noches, el calor del cuerpo de su padre lo mantenía a salvo durante el sueño, ambos abrazados compartiendo una feliz pobreza, sin necesitar nada más que el día a día para seguir sonriendo, abrazándose, y reencontrándose. Pero siempre hay una noche que lo arruina todo, y esa noche llegó cuando Lolito cumplió catorce años. Un ruido ensordecedor, como si el mundo acabara de romperse, los despertó en mitad de la madrugada. Unos hombres de extrañas ropas tiraron la puerta abajo, antes de poder entender lo que ocurría, lo sacaron de la cama arrastrándolo de la melena rojiza fuera de su casa dejando una última imagen grabada para siempre en sus ojos. La expresión de su padre intentando llegar hasta él, el arma mortal surgiendo de su boca a través de su cuerpo, muriendo empalado por los invasores.

Aquella noche las sirenas de la cala no cantaron, gritaron de la forma más atroz que se recordase rasgando la misma noche, mientras su mitad hijo, era amordazado y llevado al otro lado de un portal, que rara vez se abría, gracias a los Dioses.

Junto con él y los bárbaros, desfilaron en esa dimensión todo tipo de criaturas mágicas, híbridos y niños de todas las edades. Sus rostros estaban igual de demacrados que el suyo mientras eran arrastrados hacia una oscura ciudad que emanaba podredumbre. Lolito fue cambiado de mano en mano, desnudado, limpiado, y amordazado de tal forma que cualquiera podía ver sus dientes, pero él no podía articular palabra alguna. maniatado y desnudo, fue arrojado al centro de una diminuta sala octogonal, donde un foco lo iluminaba solo a él. Miraba a todos lados, intentaba cubrirse encogiéndose, pero un hombre de negro lo agarró del pelo levantándolo en el aire, exponiéndolo, mientras a su alrededor sonaban pitidos amortiguados en el interior de los cubículos que lo rodeaban.

Apenas unas horas después de ver morir a su padre, Lolito aprendió lo que era una subasta, lo que la gente estaba dispuesta a pagar por él, y para qué. Aún tenía el olor de la sangre metido en la nariz cuando fue arrastrado a un furgón con víctimas mucho más alteradas que él, incluso el híbrido de serpiente que se escondía en un rincón se veía a punto de morir solo de miedo.

Fue separado del grupo y conducido por pasillos oscuros y tétricos, a sus espaldas sonaban los gritos de aquellos que lo habían acompañado y su cuerpo empezó a temblar bajo la solitaria manta que lo cubría. Llegaron ante una puerta guardada por un hombre que lo miró desde su altura juzgándolo con desprecio, hasta sonreír de una forma tan macabra que tuvo que apartar los ojos rápidamente al suelo y empezó a llorar. La puerta frente a él se abrió y lo empujaron dentro. Allí, una habitación que retenía los lujos que le faltaban a todo lo anterior. Una enorme cama de lujosas colchas era el centro de la estancia. Escuchó voces tras la puerta, un breve intercambio de palabras y la entrada volvió a abrirse de par en par dejando entrar a un viejo que sonrió baboso en cuanto sus ojos se posaron sobre él.

En esa habitación los golpes no fueron lo más doloroso que le fue obligado a soportar, el peso de aquel hombre sobre su espalda con su aliento golpeando su nuca, mientras lo forzaba desgarrándolo, sin importarle, o quizás disfrutando, de sus lágrimas una vez no pudo seguir gritando. Su cuerpo fue roto centimetro a centimetro, golpe a golpe, para luego ser arrojado en una celda fría y oscura, con la única compañía de su desesperación. El dolor, el miedo, el cansancio y las lágrimas, lo impidieron dormir no solo esa noche, si no muchas de las que siguieron. Jamás volvió a saber a los que lo acompañaron en la furgoneta, eso era lo que se repitió, para no poner rostro a los gritos que llegaban hasta a él y que día tras día se repetían, para no poner rostro a las escamas que flotaba en la sopa aguada que ya le era imposible rechazar.

Desde la celda le era imposible seguir el transcurso de los días así que jamás pudo decir cuánto tiempo pasó allí hasta el momento en el que un hombre entró en la celda, por primera vez no para arrastrarlo fuera hasta el dormitorio donde deseaba morir cada segundo. No, ese hombre se agachó cerca suyo, esperando paciente que Lolito se atreviese a mirarlo y cuando lo hizo lo reconoció, como el hombre que guardaba la puerta aquel maldito primer día. Lo sonrió tendiéndole un pequeño pan que aún horneaba.

Estaba tan hambriento, su cuerpo era tan incapaz de rechazar el más mínimo ofrecimiento, que se lanzó a tomar el pan y a devorarlo, sus lágrimas saltaron de sus ojos en silencio mientras su boca disfrutaba del calor del alimento.

-Calma pequeño... te quemarás la lengua ¿Cual es tu nombre?

Dudó, lo miró, y deseó por un momento que aquella persona fuera la ayuda por la que tanto había suplicado a gritos.

-Lolito.

-Bien, ¿Quieres salir de aquí Lolito? Solo tienes que hacer...

Algo simple dijo, pero no lo era, cómo iba a ser simple matar a un ser humano, era impensable, era atroz, y el solo un niño, sin poder, sin fuerza. Oh, pero aquellas palabras que pretendían ser de salvación prendieron con fuerza. No mucho más tarde, llegó el día, en que la puerta se abrió de nuevo, y fue arrastrado al exterior.

Cuando ese viejo decrépito lo golpeó por primera vez, fue como si su cerebro se despejara y quedase vacío, cuando fue arrojado sobre la cama y su piel contaminada por el tacto de aquellas manos, el vacío se convirtió en odio y en rabia, y cuando sus ojos vieron el abrecartas en la mesita de noche, ese odio tomó forma de palabras que le dieron la fuerza a un niño para clavar el puntiagudo metal en el cuello de un monstruo. La sangre de él y del viejo se mezclaron rápidamente en la cama, vomitó la bilis de su estómago y se dejó caer en la alfombra, temblando y esperando a lo que vendría. Cuando el rectangular haz de luz que dejó pasar la puerta iluminó su pequeño cuerpo temblando en el suelo, la sonrisa del hombre que le había manipulado se hizo más cruel que cualquier otra, por que fue una sonrisa que se regodeó en la muerte de aquella habitación.

Los hombres al servicio del muerto entraron con una única idea, matarlo, destrozarlo a golpes, pero el hombre los detuvo, con esa sonrisa sádica, con ese olor a muerte destilando de sus poros. Desde ese momento, Lolito tuvo un dueño nuevo, el hijo del hombre al que había matado. Y la cosa no mejoró en absoluto.

Esa misma mañana estaba en la sala de reuniones, uno de los lacayos lo aplastaba contra el escritorio donde su nuevo amo estaba estudiando unos libros, poco le importaba que las embestidas de su hombre castigando el cuerpo desnudo de Lolito movieran su mesa peor que en un terremoto, Lolito intentaba mantener los pies en el suelo y las manos en algún lugar donde agarrarse. Sus gemidos eran todos fingidos, había aprendido que si pretendía disfrutar de sus castigos estos se volvían menos hirientes. Su amo frente a él, le sostuvo la barbilla con dulzura para alzar su rostro y hacer que lo mirara, se apoyó en sus manos para mirarlo a los ojos mientras gemía, sonriendo.

-Si disfrutas tanto de tus castigos puede que ese sea el problema por el que no logramos corregirte, pececillo.

Lolito negó rápidamente, sintiendo como el apestoso que lo penetraba lo hacía con más virulencia, sus pies resbalaron en el suelo con las fuertes embestidas y tuvo que agarrarse a las mesa más fuerte, tirando algo al suelo, lo que le hizo ganarse una bofetada en la mejilla de su amo, por suerte esa bofetada que recibió hizo que el otro hombre se corriera dentro de él, gritando como si fuera una bestia. El sonido del cinturón siendo abrochado a su espalda le hizo saber que podía dejarse descansar sobre la mesa, pero una fuertisima nalgada en su piel desnuda le hizo apretar los ojos y fruncir la cara.

-La próxima vez termina tu trabajo y nadie tendrá que cobrarse su tiempo con tu culo. ¿Entendido? -le dijo su amo, aunque su voz sonase cariñosa, ese no era el caso.

-¡Hice lo que me pedisteis! ¡Los maté a todos!

Otro azote en el trasero, esta vez demasiado fuerte, le hizo terminar con la frente sobre la madera de la mesa conteniendo el grito.

-Te dejaste uno.

-¡¡Era un bebé!! -gritó con todas sus fuerzas.

-Y yo tuve que gastar mi tiempo en ir a terminarlo.

Le dio otro golpe, tan fuerte o más como el anterior, su amo se entretenía en los papeles sobre la mesa, luego otro más, las lágrimas se le saltaron de los ojos.

-Un tiempo compartiendo jaulas le hará recordar lo que le pasará si sigue sin terminar los trabajos.

-¡Cierto! -su amo miró al lacayo con gran felicidad. luego miró a Lolito a la cara- ¿Qué tal cinco días?

Y así había acabado en la diminuta jaula junto a aquel desconocido, sus piernas estaban tan agarrotadas de estar encogidas durante tanto tiempo que ya no las sentía más que como algo doloroso, se sentía incapaz de sentir emoción alguna a parte de aquel dolor que le llenaba, pero los dedos de aquel niño cariciando su pelo a través de las rejas, lo calmaron al instante. Recordó a su madre peinándole su larga melena en las rocas mientras su hermana jugaba con sus pies, y su padre pescaba en la distancia. Esa imagen dolió, pero se abrazó a ella y a lo poco que le quedaba de sus hermosos recuerdos con desesperación.

El chico huyó de esas caricias cuando los pasos y las risas de dos hombres se les acercaron demasiado, uno de ellos era el hombre que lo había sometido ante su amo.

-Qué bonito es el amor, ¿no crees? -se burló sonriendo a Lolito, que se secaba las lágrimas con la piel de su brazo, intentando mirarlo desafiante- ¿Te llevas a este?

El otro hombre abrió la jaula del chico, que intentó huir encogiéndose en un rincón de la diminuta jaula, algo sin sentido, por que solo estirando el brazo el otro hombre lo sacó sin problema.

-El jefe ha dicho que es para tirar, ¿Te unes?

-¡Para, dejadlo!

El hombre golpeó la jaula de Lolito para callarlo.

-¿Sigues desobediente eh pececito? -se rió de él- Tengo una idea. Ve tú primero, voy a hablarle al jefe.

Lolito vió como se alejaban, el chaval lo miraba desesperado, sin poder evitar que lo arrastraran.


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PERDÓN

Tampoco es que luego mejore...

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