Venganza merodeadora
El viernes, todo el personal de Hogwarts, docente y no, había sido convocado en una reunión extraordinaria, y aunque nadie estaba seguro del verdadero motivo, por los pasillos se comentaba que el motivo era que McGonagall, tras más de veinte años al frente del Colegio de Magia y Hechicería, estaba pensando en retirarse el curso próximo.
En cualquier caso, y por el motivo que fuera la reunión, las clases se suspendieron a partir de la hora de la comida aquel diez de marzo, y no hubo estudiante que no lo celebrara porque, además, el día era magnífico, con el sol brillando en un cielo despejado y sin una sola nube.
Albus, Dominique, Scorpius, Elena y Rose no fueron una excepción, y ni siquiera ellos quisieron quedarse entre los muros del castillo, así que traicionaron la comodidad de la Sala de los Menesteres por el segundo lugar más seguro que conocían para hablar: la Cabaña de Hagrid. El viejo guardabosques les había dicho que se pasaran a tomar el té más tarde si querían, y ellos habían decidido darle una sorpresa, además de aprovechar para hablar discretamente.
Elena y Dominique enseguida tomaron los mandos de la cocina, la primera para hacer el bizcocho de zanahoria por el que era famosa entre su familia y amigos y la segunda para preparar pastas con la receta de su abuela que Victoire y ella habían mejorado.
Scorpius, por su parte, se hizo cargo del té. Y Abus y Rose se sentaron en la mesa y les observaron mientras comían plumas de azúcar.
-Yo lo veo muy claro -dijo Rose, mientras se levantaba a por un vaso de agua-, ese señor de las tinieblas que supuestamente regresará como un errante y del que hablaban las runas del caldero no puede ser otro que Voldemort, el Señor Tenebroso.
-La verdad es que tiene sentido -asintió Elena mientras batía la masa-, ¿quién si no podría ser? Quiero decir, creo que el hechizo o lo que quiera que sea que afecte a ese caldero es mucho más antiguo que lord Voldemort, pero hay que tener dos dedos de frente, y me apostaría la mano derecha a que se refiere a él.
-Estoy de acuerdo -convino Dominique.
Scorpius las miró con el ceño fruncido.
-Pues lo siento pero a mí no me cuadra. ¿Qué persona con dos dedos de frente iba a querer invocar al Señor Tenebroso? Es como si me dices que un muggle quiere resucitar, yo que sé, a Hitler y crear un cuarto Reich.
-Pues no te creas, que tiene sus seguidores. Nadie dijo que todos los muggles tuvieran dos dedos de frente, y lo mismo pasa con los magos -le respondió Elena, encogiéndose de hombros.
-Ya Elena, pero en cierto sentido yo estoy de acuerdo con Scorpius, qué quieres que te diga -intervino Albus, llevándose otra pluma de azúcar a la boca-. Todos sabemos lo que pasó en el Mundo Mágico las dos veces que Voldemort llegó al poder, y la verdad es que no sé cómo puede quedar alguien que quiera traerle de vuelta o seguir su ejemplo... Porque lo de que convoquen a su espectro sólo para conversar un rato y luego sacar un sobresaliente en Historia de la Magia no me acaba de cuadrar, no sé vosotros cómo lo veréis.
Elena y Dominique se miraron, tratando de contener una carcajada por lo serio de la situación, aunque apenas si lo consiguieron.
-Si, bueno, después de la Primera Guerra Mágica seguramente pensaban como tú, Albus, pero hubo una segunda -suspiró Rose, pasándose una mano por el pelo-. Y por mucho que odie la idea, yo también creo que hay algún inconsciente intentando traer a Voldemort de vuelta o que quiere hacer lo mismo que él.
-Pues blanco y en botella... -Dominique se volvió para mirarles uno a uno con gravedad hasta, al final, detenerse en Scorpius-. No quiero ofender, pero a mí me dicen que alguien quiere invocar a Voldemort y yo pienso en un slytherin.
El rubio asintió, porque a pesar de todo el tiempo que había pasado comentarios como aquel seguían estando más o menos a la orden del día, aunque sin la acritud de antaño.
-No, si a mí no me ofendes -declaró, sonriendo, aunque de manera algo forzada-, pero también digo que no lo tengas tan claro. Que sí, que la mayoría de seguidores del Señor Tenebroso eran de Slytherin, pero no eran ni mucho menos los únicos.
-Ya... Pero es que además en las mazmorras pues no sé... Tienes que admitir que tiene toda la pinta.
Elena metió el dedo índice en la masa y lo lamió con la felicidad de una niña antes de meterla al horno.
-Por otra parte, casi parece demasiado obvio -comentó la francesa, sentándose en el fogón-. No sé, pero si alguien puede hacer una poción como esa, digo yo que será lo bastante inteligente como para no delatarse.
-O igual lo que busca es que lo delatemos, precisamente -objetó Rose.
Albus negó con la cabeza, pensativo, mientras se mordía las uñas. Había desarrollado aquella manía a los seis años, cuando su magia empezó a manifestarse, y Ginny había pasado años intentando quitársela con todos los métodos que conocía, aunque al final fue Harry, en el décimo cumpleaños del chico, el que pudo atribuirse esa victoria.
De todos modos, algunas costumbres nunca se pierden del todo, y Albus seguía mordiéndose las uñas cuando estaba muy nervioso o pensativo.
-¿Qué piensas tú, Al? -Preguntó Scorpius, mirándole fijamente.
El chico de ojos verdes tardó unos segundos en responder, con voz calmada:
-Creo que le estamos dando demasiadas vueltas. A ver, conjeturar sobre a quién quieren invocar es lógico, y bueno, tiene sentido que sea Voldemort, vale. ¿Pero de qué casa son quienes le invocan? No tenemos ni la más mínima pista, así que veo una pérdida de tiempo intentarlo.
Todos asintieron, de acuerdo con lo que decía Albus. Aquel chico tenía la virtud de ordenar las cosas y dejar claras las prioridades.
-¿Y qué propones tú? -Preguntó Nique.
-Bueno, si nuestros cálculos no fallan, todavía queda tiempo para que la poción esté lista, ¿no? Pues bien, periódicamente procuraremos pasarnos por ese pasillo cuando sepamos que no está muy concurrido a ver si vemos algo, tenemos tiempo. Y si no hay suerte, cuando ya veamos que la fecha límite se acerca mucho, pedimos a James su capa de invisibilidad, nos colamos dos dentro y a ver qué pasa.
Durante un momento, nadie dijo nada, mientras rumiaban la idea.
-Lo veo -dijo Rose al fin-. Es arriesgado, pero es la mejor opción.
El resto asintió, más o menos convencidos, y estaban a punto de repartirse los turnos cuando, por casualidad, Elena miró el antiguo reloj colgado de la pared.
-Merde! -Masculló, al tiempo que se levantaba de un salto y empezaba a colocarse la ropa y el pelo de manera frenética.
Los cuatro la miraron, intentando contener la risa, porque llevaban soportando pacientemente los nervios de Elena durante la última semana, desde que supo que en serio iba a tener que conocer a Harry y Ginny Potter. Y aquel día, el gran día, la pelirroja francesa no había sido capaz de parar en su sitio ni un solo momento.
-Ey vamos Elenita, relájate -dijo Albus, con una enorme sonrisa-. Si total, sólo vas a conocer a mis padres.
-¡Y lo dice como si fuera lo más normal del mundo! -Casi gritó ella, retorciéndose las manos-. Y además se me ha ido la noción del tiempo, y no voy a poder cambiarme, y, y, y...
Dominique se echó a reír y se acercó a su amiga para abrazarla.
-¡Venga, relájate! Si mis tíos en el fondo son buena gente. Lo peor que Ginny ha hecho a una chica que James le ha presentado ha sido... Mm, Rosie, tú que tienes mejor memoria, fue a Maica a quien tía Ginny se pasó toda la noche mirando mal y haciendo comentarios malintencionados sobre su pelo, ¿no?
-Sí -confirmó la aludida-, pero creo que peor fue lo de Paola... Tía empezó a sacar todos los trapos sucios de sus padres en Hogwarts, la pobre no sabía ni para dónde mirar... Y encima después parecía que rea una examinadora de los TIMOs, todas aquellas preguntas que la hizo.
Elena abrió mucho sus ya de por sí grandes ojos verdes, sin advertir, nerviosa como estaba, que las dos chicas Weasley estaban haciendo esfuerzos por no reírse.
Finalmente fue Albus quien se compadeció de ella, y aclaró la situación.
-Venga chicas, estáis dejando a mi madre como si fuera una auténtica arpía... Además, James nunca ha presentado a ninguna chica a mis padres.
-¡Ala, encima resulta que yo soy la primera! -Exclamó Elena-. Encima no hay nada peor con qué comparar...
-Venga, venga Elena, no exageres. ¡Si tú te has llevado a los buenos de la familia! -Intentó animarla Scorpius.
Rose miró a su novio frunciendo el ceño, y el rubio sonrió inocentemente. Sin embargo, antes de que la chica demostrara ser digna hija de Ron Weasley, Elena intervino, acercándose a ellos y despidiéndose con un beso en la mejilla de cada uno.
-Bueno, chicos me voy, que ya bastante poco tiempo tengo... El bizcocho estará listo en unos diez minutos, ¿vale? Decidle a Hagrid por qué no puedo quedarme, que ya vendré otro día... Au revoir!
Había quedado con James en la puerta principal del castillo, a las cuatro y media, y eran y veinte cuando salió de la cabaña del guardabosques, así que Elena tuvo que correr tan rápido como pudo para llegar a tiempo. El chico ya la estaba esperando, y se echó a reír cuando ella llegó agotada y respirando como buenamente podía, y se apoyó sobre él para tomar aire y tratar de recuperarse.
-Es que estaba en la cabaña de Hagrid y no me di ni cuenta de la hora -explicó, entrecortadamente.
-Mujer, no iba a matarte por llegar cinco minutos tarde... Y así al menos hubieras conservado los pulmones -dijo James, mientras le daba palmaditas en la espalda.
Elena se tomó un minuto hasta que volvió a respirar con normalidad, aunque seguía estando roja.
-Ya sabes que odio llegar tarde. Y ahora ni podré cambiarme...
-Yo creo que estás perfecta, pelirroja -respondió él, mientras la besaba en la mejilla.
Ella sonrió por el cumplido, aunque sí que hubiera deseado ponerse otra cosa para una ocasión como aquella. El mayor de los Potter, sin embargo, no mentía, y además sabía que a sus padres les gustaría aquel aire sencillo de Elena, con los pantalones vaqueros, una camisa de cuadros y el pelo recogido en un moño que acababa de hacerse. Se alegraba de que la primera chica que presentaba a sus padres fuera así.
Después de dejarla descansar un poco más, James entrelazó sus dedos con los de ella y ambos caminaron en dirección Hogsmeade, ya que aunque tenían permiso para salir, aquel día no había carruajes.
Hicieron la mayor parte del camino sin decir palabra, pero se trataba de un silencio cómodo, propio de dos personas que no necesitan rellenar el tiempo parloteando, sino que tienen suficiente con sentir la presencia del otro y disfrutar de otras cosas como el sol que les acariciaba y los paisajes, que empezaban a ser primaverales. James y Elena llevaban poco tiempo juntos, pero se habían acostumbrado muy rápidamente el uno a la otra, tal y como Jaime solía recordarles burlón.
El trayecto hasta la pequeña ciudad se le pasó a la pelirroja en un suspiro, y antes de que se diera cuenta siquiera ya estaban en la puerta de las Tres Escobas, donde Harry y Ginny ya deberían estar esperando.
-¿Estas lista, pelirroja? -Preguntó James, al tiempo que apretaba su mano.
Ella negó con la cabeza mientras esbozaba una sonrisa nerviosa.
-¡Pero si ya conoces a mis padres!
-Sí, de diez minutos en el andén 9 ¾. Perdona que te diga, pero yo no considero a eso exactamente conocer a alguien...
-Venga, que todo va a ir a las mil maravillas. Después de todo, tampoco tienen nada con lo que comparar...
-Todavía no tengo claro si eso es bueno o malo.
-Bueno sin duda. Venga, todo va a salir a las mil maravillas, prometido -dijo James, al tiempo que se inclinaba para besarla.
Elena lo agarró por la camiseta al tiempo que sonreía.
-Más te vale, Jimmy, más te vale -dijo, con sus labios casi rozándose.
Él la guiñó un ojo y, tras volver a cogerla de la mano, ambos entraron en el establecimiento, sin darse cuenta de que los padres de él ocupaban una de las mesas junto a la ventana y habían contemplado toda la escena sonriendo encantados.
Louis se encontró a Margot por casualidad: la chica estaba sentada en el asiento de una de las ventanas de los pasillos que conducían a la Torre de Astronomía, donde tenía unas vistas magníficas de los terrenos de la escuela, pero a las que ella no hacía demasiado caso, centrada como estaba en un libro de aspecto antiguo. Llevaba el pelo recogido de cualquier modo con una pinza y el flequillo ladeado, y se mordía el labio mientras pasaba las páginas con avidez. Louis nunca la había visto con un aspecto tan "casual", porque ella siempre parecía ir de punta en blanco, pero también es cierto que nunca la había visto tan guapa. Era evidente que Margot había acudido allí para que no la molestaran, pensando que nadie iría a la Torre de Astronomía un día como aquel. Pero no había contado con que él también quería tranquilidad para pensar.
Sin embargo, nada más verla Louis cambió de opinión, y pensando en lo curioso que era que nunca la encontrara cuando la estaba buscando pero que justo cuando quería alejarse se la encontrara... Encogiéndose de hombros, el chico se sentó en el suelo, con la espalda apoyada en la pared contraria al asiento, y esperó a que ella notara su presencia. Con cierta sorpresa, notó que el libro que estaba leyendo, el cual había pensado que estaría relacionado con las clases, no era otro que Anna Karenina, de Tolstói. Él había leído ese libro el verano anterior, después de que su hermana Victoire se pasara meses diciéndoles a Dominique y a él lo buenísimo que era. Y Louis tenía que admitir que le había gustado bastante, mucho más de lo que esperaba.
Al ver que Margot, metida en la lectura como estaba, no se había dado cuenta de que estaba allí y probablemente no fuera hacerlo, él se decidió a intervenir.
-Empezó a bajar tratando durante algún tiempo de no mirarla, como se evita mirar al sol, pero la veía, como se ve al sol, sin mirarla -citó, recordando uno de sus pasajes favoritos del libro.
La slytherin levantó entonces la vista, y si le sorprendió la presencia de Louis no lo demostró en absoluto, haciendo gala del dominio de sí misma por el que era respetada entre los de su casa.
Ella ni siquiera se molestó en cerrar el libro, si no que lo apoyó sobre sus piernas dobladas, con cuidado de que no se cerrase, y le dirigió una enigmática mirada.
-No sabía que las Comadrejas tuvierais tan buena memoria -comentó al fin, con indiferencia.
Louis se encogió de hombros.
-Si lo que estás intentando es atacarme a través de mi familia te va a salir el tiro por la culata, porque me siento muy orgulloso de ser un Weasley.
-Cada cual se siente orgulloso de lo que puede, supongo. Pero no pretendía atacarte, sólo reflexionaba en voz alta.
Se miraron por un momento, y esa electricidad que llenaba el aire cuando sus miradas se cruzaban apareció de nuevo, una vez más.
Incómoda aunque nada en su postura ni en su gesto la delatara, Margot cortó el cruce de miradas. Con cuidado, colocó un marca páginas y cerró el libro. Mientras acariciaba la portada distraídamente, con aquellos dedos largos y finos que tenía, dijo:
-Cualquiera diría que este castillo no es lo bastante grande como para que no tengamos que encontrarnos... Voy a empezar a pensar que me persigues.
Louis sonrió y se pasó una mano por el pelo.
-Tal vez de vez en cuando lo haga, pero ahora lo que quería era estar solo.
-¿Y entonces qué haces aquí, conmigo?
-Te vi y no pude resistirme.
-¿Y eso por qué?
-En Anna Karenina hay un fragmento en el que dicen: él sólo podía enamorarse de mujeres hermosas, misteriosas y excepcionales. Quizá a mí me pase lo mismo.
-¿Y entonces qué haces que no estás buscando a otra como Tanya Jordan?
-Porque te estaba buscando a ti, que cumples todos los requisitos.
Margot, en absoluto impresionada, volvió a mirarlo enarcando una ceja.
-Debe ser curiosa tu definición de "amor" Weasley.
Louis sonrió, a su pesar. Touché.
-Bueno, quizá no sea para tanto. Pero podrías dejarme averiguarlo, ¿no?
La respuesta de Margot fue clara y concisa.
-No.
-¿Y eso? ¿Tienes miedo de que te guste?
-Tengo miedo de que resultes tan pesado que acabe lanzándote una maldición imperdonable y entonces acabe en Azkaban lo que me queda de vida.
-Demasiado drástico. No creo que pensaras eso en el invernadero por Navidad, ¿sabes?
-Soy humana -ella se encogió de hombros-, y todos cometemos errores. Pero eso no quiere decir que vaya a tropezar dos veces con la misma piedra.
-Yo opino lo mismo. Así que esta vez no voy a ser tan estúpido como para desaprovechar la ocasión.
Margot inclinó la cabeza ligeramente hacia la izquierda y fijándose en la expresión determinada del chico, y comprobó así mismo que llevaba una camiseta del Puddlemore United que le sentaba endemoniadamente bien. Y él lo sabía, no tenía la menor duda.
-Apuntas demasiado alto, Weasley -opinó al fin la chica.
-No pretendo decir que la vida no merezca la pena sin ambición, pero sería aburrida.
-¿Quieres dejar de citar Anna Karenina? Me estresa bastante.
Louis se encogió de hombros y ella, cansada de hablar, se levantó con la clara intención de irse. Sin embargo, cuando pasaba frente a él, el chico la agarró por la muñeca haciéndola caer justo en su regazo.
-¿Pero qué haces, idiota? -Preguntó la chica, poniendo los ojos en blanco.
Antes de que Margot pudiera levantarse, Louis la agarró por la cintura para que no tuviera escapatoria y sonrió.
-Me apetece hablar contigo -dijo, sencillamente.
-Ya, pues a mí no, así que suéltame.
-Al momento... Si quedas conmigo.
-¿Quedar contigo? ¿Para qué?
-Sorpresa -susurró Louis, casi en su oído.
-No me gustan las sorpresas -replicó Margot, también en un susurro, dejándose llevar por el ambiente.
-Pues aquí te quedas... -dijo el chico, con una sonrisa.
Margot negó con la cabeza lentamente, mientras esbozaba una sonrisa.
-Ni hablar. Si quieres quedar conmigo ya me encontraras, Weasley.
Y mientras él reflexionaba sobre si eso significaba que tenía alguna oportunidad, la slytherin aprovechó para levantarse e irse, guiñándole un ojo.
-Y qué, ¿ha sido tan terrible, pelirroja? -Preguntó James, con una enorme sonrisa, mientras salían juntos de las Tres Escobas.
En realidad la cosa había ido mejor que bien. En cuanto entraron, Harry y Ginny se levantaron para saludar cariñosamente a su primogénito, y la mujer aprovechó para regañarle cariñosamente por cómo llevaba el pelo, aunque ella sabía mejor que nadie que el pelo de sus hijos, al igual que el de su marido, era un caso aparte.
A continuación, James hizo las presentaciones, porque a pesar de que Elena y sus padres ya se conocían, era de unos pocos minutos y además, no la conocían como su novia.
Ese fue el único momento un poco incómodo, porque la francesa, de habitual tan extrovertida cuando conocía a alguien, no sabía qué hacer. Sin embargo, Ginny zanjó la situación acercándose a la joven y dándole dos besos, mientras comentaba lo guapa que era. Harry, siguiendo el ejemplo de su mujer, también besó a la chica y luego guiñó un ojo a su hijo, de acuerdo en que tenía buen gusto.
Todos se sentaron, y tras pedir cervezas de mantequilla, que al fin y al cabo era la mejor bebida que ofrecía el establecimiento, Harry y Ginny se interesaron por conocer un poco más a Elena, quien les habló sobre su vida en Francia, cómo era estudiar en Beauxbatons y sus planes de futuro. Y mientras tanto, James contempló fascinado como se iba ganando poco a poco a sus padres, tal y como se lo había ganado a él. Porque había algo fascinante en ella, en su alegría y su espontaneidad, y en cómo siempre cogía el toro por los cuernos, para bien o para mal.
-En realidad ha sido genial -respondió Elena, y luego añadió, guiñándole un ojo-. Tus padres son increíbles, no sé a quién habrás salido tú...
-A mi abuelo -respondió él, con una carcajada-, por eso soy el mejor.
-Y el más humilde -dijo la pelirroja, mientras le daba un beso en la mejilla.
-Bueno, tampoco podía ser perfecto en todo, eso sería aburrido. De todos modos, tú ya no tienes excusa para no venir a la boda de Teddy y Victoire.
-Oye, eso hay que discutirlo.
-Ni hablar, pelirroja, ahora le caes bien a mi madre. Ya eres una más del clan Weasley, como no vayas por tu propia voluntad, ella vendrá a buscarte.
Elena sonrió, porque en el fondo estaba encantada con la idea de haberle caído bien a los Potter. Y aunque sabía que igualmente iba a sentirse rara cuando fuera a aquella boda -porque ya había asumido que tendría que ir, aunque sólo fuera por James-, para ella iba a ser bastante más fácil sabiendo que tenía a Harry y Ginny -lo primero que hicieron fue pedirle que los tuteara- de su parte, porque además le parecían gente fantástica.
-Oye, ¿y dónde se supone que estamos yendo? -Preguntó la chica entonces, al ver que James no la conducía hacia el castillo, sino que se dirigía hacia la zona más comercial de Hogsmeade.
-Digamos que no has terminado de conocer a mi familia por hoy.
Elena enarcó una ceja.
-¿Esto es una encerrona, Jimmy?
-En absoluto. Tú espera y verás, te prometo que va a ser una visita de lo más productiva.
Ella asintió, confiando en su criterio, hasta que pararon en la parte trasera de un gran edificio que Elena identificó como el local de Sortilegios Weasley, porque precisamente había estado allí en la última salida a Hogsmeade con Albus, que quería comprar algunas cosas. Su mejor amigo le había explicado que la franquicia, tan popular en todo el mundo de los magos, pertenecía a su tío George, y le había hecho un breve resumen de la historia de la cadena más popular entre todos los bromistas.
-Tenía entendido que la tienda cerraba esta semana por reformas y no iba a abrir hasta el domingo -comentó Elena, viendo que lo que James se proponía era entrar.
-Y así es, pero yo soy de la familia, así que tengo ciertos privilegios -dijo él, con una sonrisa mientras sacaba una llave de su bolsillo y abría-. Mi tío George nos dio una llave a Fred y a mí para cuando estábamos en Hogwarts... Así podíamos venir a Hogsmeade cuando quisiéramos por alguno de los pasadizos y aprovisionarnos para nuestras bromas.
-Menudo peligro...
-Ya ves, a Filch se lo vas a contar. De todos modos, Fred se va a hacer cargo de la tienda en Hogsmeade de momento porque han tenido algún problema con los encargados... Debería haber llegado esta mañana, pero estará experimentando o algo, y si esperamos a que nos abra él nos dan las uvas, así que mejor entramos directamente y ya le buscamos.
-Valep, pero ya verás como nos encontremos con alguna situación incómoda.
James se encogió de hombros, sonriendo.
-Hay que vivir al límite, pelirroja.
Ella se echó a reír y los dos entraron por lo que parecía el almacén más desorganizado del mundo, y Elena no pudo evitar pensar cómo se las arreglarían para encontrar las cosas allí.
James la guió a través del desorden hasta llegar a otra discreta puerta, que le dijo que conducía al laboratorio donde se probaban todas las nuevas idea. Ambos entraron, suponiendo que encontrarían a Fred ahí. Lo que no se esperaban es que el chico no estuviera solo. Y es que efectivamente, el pelirrojo hijo de George y Angelina estaba muy bien acompañado por una chica alta y delgada, con una larga melena castaña que caía lisa hasta la mitad de su espalda. La chica estaba apoyada en el escritorio, y acariciaba el cabello de Fred mientras ambos se besaban apasionadamente, y el chico deslizaba sus manos bajo la sudadera de ella.
-¿Y si nos vamos y hacemos como que no ha pasado nada? -Sugirió Elena en un susurro-. Y por cierto, te lo dije.
-Bah, podría haber sido peor. Y además, ya es tarde para irnos.
Efectivamente, Fred acababa de descubrirles y se separó de la chica riendo a carcajadas.
-Tío, ¿alguna vez vas a dejar de cortarme el rollo? -Preguntó, yendo a abrazar a James, quien también se estaba riendo.
-Qué dices, perdería toda su gracia...
-Es que tienes un sentido de la oportunidad que...
-Ya ves. ¿Y quién es la desafortunada esta vez?
-¡Oye! -Protestó Fred, dándole un puñetazo amistoso-. ¿Te acuerdas de Natalie Watson?
-Como para olvidarla, con la de horas de castigo que me he tragado por su culpa... ¿Así que te vas reformando, Freddie?
-O a lo mejor la estoy corrompiendo a ella. Por cierto, he oído que tu también...
Elena y Natalie se miraron incrédulas, la segunda bastante sonrojada todavía, flipando por el hecho de que estuvieran hablando de ellas como si no estuvieran presentes.
La inglesa se recolocó entonces su camiseta y se acercó a la otra chica, con una sonrisa agradable.
-Visto que el idiota pelirrojo no piensa presentarme, soy Natalie Watson, un placer -dijo, apartándose el pelo de la cara, y Elena se fijó en que tenía unos grandes ojos color café que resultaban magnéticos.
-Yo soy Elena Williams, la novia del otro idiota. Y perdona por interrumpir pero...
-Bah, ya me imagino que no fue exactamente idea tuya.
-Pues no, más bien no.
En ese momento, Fred estaba explicando a James algo mediante una extraña representación, y el otro asentía como si tuviera todo el sentido del mundo.
-Eres consciente de que salimos con dos locos peligrosos, ¿verdad? -susurró Natalie en el oído de Elena, que asintió.
-Si tú me das coartada cuando una de sus locuras se les vaya de las manos, yo haré lo mismo.
-Hecho.
Por fin, ambos primos parecieron acordarse de que no estaban solos, e hicieron las presentaciones. Al fin y al cabo, más vale tarde que nunca, como ellos mismos dijeron cuando Natalie les miró con cara de "a buenas horas".
-Bueno, ¿y a qué se debe la visita? -Preguntó Fred, y echó un trajo de una botella de agua que había en el escritorio.
-Bueno, me he estado acordando de todas las geniales bromas que gastamos juntos y había pensado que podríamos colaborar una vez más -dijo James, con una sonrisa ciertamente maligna.
-¿Una travesura? -Fred esbozó una sonrisa muy similar a la de su primo, debía de ser cosa de familia.
-Mejor aún, una venganza merodeadora.
-Un momento, un momento, un momento -interrumpió Natalie, levantando una mano-, que yo todavía tengo conciencia y me impide ser cómplice de una broma vuestra.
-Venga, no seas aguafiestas -pidió Fred, poniendo los ojos en blanco.
-Además, esta vez es por una buena causa -añadió James, y pasó a explicarles la historia.
-Bueno, admito que puedes tener tus razones -admitió Natalie cuando él terminó de hablar-. Pero aún así me desentiendo totalmente.
El resto asintieron, sin prestarle mucha atención, porque Fred ya estaba rebuscando entre las estanterías.
-Creo que tengo algo que podría servir para esto. Es de lo último que va a sacar Sortilegios Weasley, y sería un buen modo de estrenarlo.
-¿Es de lo que me hablabas en tu carta? -Preguntó James con interés.
-Sí, pero papá y yo lo hemos retocado.
-¿De qué habláis? -Interrumpió Elena, acercándose más a ellos.
-Mira, son unos polvitos que, si los echas en la almohada de alguien, a las dos horas de haber rozado siquiera la cabeza, la tiñen -explicó el pelirrojo, mostrándoles la cajita-: tenemos muchos colores, verde, azul, blanco, rosa...
-No está mal, pero creo que no es suficiente -opinó James.
-Paciencia, pequeño saltamontes. Cuando las pobres desesperadas vean sus nuevas cabelleras, lógicamente intentarán peinárselas para recogerlas en un gorro o lo que sea, ¿no?
-Lo veo lógico, sí.
-Bien, pues cuando el pelo entra en contacto con el cepillo se produce una reacción que deja los pelos de punta, y digo literalmente, porque las puntas salen disparadas hacia arriba y ni con las pociones más potentes se puede devolver el cabello a su estado normal hasta que no han pasado mínimo 72 horas.
-Claudette y Marie dedican a peinarse y cuidarse el pelo más del doble de lo que yo tardo en prepararme por las mañanas. Es un plan perfecto -dijo Elena, riendo con ganas.
Natalie volvió a acercarse a ellos, y arrebatándole la caja a Fred, echó un vistazo a las advertencias y demás que venían en la parte de abajo.
-Que conste que sigo desaprobando esto -dijo, mientras le devolvía la cajita-, pero quizá podríais echar polvos de otro tipo en sus cepillos. Así, además de tener el pelo de punta, iría alternando entre dos colores estrafalarios.
Todos la miraron y sonrieron, pensando en lo genial de la idea.
-Tu novia tiene estilo, Fred -dijo James, mirándola con aprobación-. Al final haremos de ella una bromista de provecho.
-Ya te dije que era yo quien la estaba corrompiendo... Bueno, ¿qué colores te llevas?
James miró a Elena, quien a su vez echó un vistazo a todos los que había disponibles.
-Verde aceituna y ese blanco como grisáceo.
-Gran elección -sonrió Fred mientras los cogía.
-Sí -convino James-. Va a ser una venganza merodeadora muy épica.
-¿Y cuál no lo ha sido?
-Eso también es verdad. Somos terriblemente geniales.
-Y terriblemente humildes, también -dijeron Natalie y Elena, mirándose divertidas.
Aunque incluso ellas admitían que, en lo que se refería a bromas, aquellos dos no tenían igual.
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