Peticiones
Las primeras navidades que Elena recordaba eran las de cuando tenía tres o cuatro años. Recordaba una melodía antigua inundando su casa en Francia, las luces de colores iluminando la Rue des Acacias por la noche y penetrando por las ventanas en su salón, y su hermano y ella jugando con las figuritas del Belén bajo el árbol de navidad. Sus padres, Jacob y Judie, los observaban embobados, y en un momento dado su padre agarró a su madre de la cintura y ambos improvisaron unos pasos de baile, riendo y mirándose con cariño.
Era una imagen que Elena nunca olvidaría.
La Navidad siempre había sido especial para los Williams, y la habían celebrado por todo lo alto cada año, independientemente de lo malo o bueno que hubiera sido el mismo. Las fiestas navideñas estaban, simplemente, al margen de todo lo demás. Beauxbatons daba a sus estudiantes la opción de permanecer en la academia durante las fiestas y asistir a un gran cotillón de año nuevo, pero Elena siempre volvía con su familia. Y, en ocasiones, no volvía sola. Como el año anterior, cuando Edmond la había visitado por sorpresa y sus padres les habían sorprendido besándose en el jardín trasero… Alaric se había reído de ella durante meses por aquel incidente, y probablemente aún lo seguiría haciendo si las cosas no hubieran seguido los derroteros que siguieron.
Sin embargo, aquel año la tradición se rompería. Elena había decidido que pasaría la Navidad en Hogwarts, con sus amigos, y que asistiría al gran Baile de Navidad por el Torneo de los Tres Magos.
De todos modos, pensó mientras escribía a sus padres para explicarles sus planes, ya no iba a ser lo mismo. No estaban en Francia, se recordó, si no en Inglaterra, y muchas cosas habían cambiado en su vida. Tal vez incluso demasiadas.
***
Lisa Connors era una estudiante de sexto de Hufflepuff, rubia de pelo muy liso, con cándidos ojos azules, la piel pálida típica de los británicos y cuerpo lleno de curvas. Exactamente el tipo de chica con la que Jaime solía salir. Además, de todas las estudiantes de Hogwarts, las Hufflepuff eran sus favoritas, porque no conocían la palabra "no".
-Nos vemos esta noche en la Torre de Astronomía -susurró en su oído, para después descender un poco y besar ese punto que volvía locas a la mayoría de las chicas. Lisa, como ya había comprobado, no era una excepción.
Ella suspiró de puro placer y se puso de puntillas para besarle largamente.
-Nos vemos allí -murmuró, y se alejó contoneándose.
Jaime iba a seguir caminando en la dirección contraria hacia el lugar donde había quedado con James y Andrew cuando oyó una risa a sus espaldas. Una risa bonita, pero demasiado burlona y ácida para su gusto.
Se dio la vuelta y, apoyada en la pared de piedra, vio a una chica alta, de cabello castaño oscuro y rizado, ojos prácticamente negros, fríos, y piel aceitunada. Vestía el uniforme de Sltyherin y era la antítesis de Lisa.
-Avery -saludó secamente al reconocerla.
La chica se estaba riendo tanto que tuvo que llevarse las manos al estómago.
-Por favor, ¿en serio acabo de ver la escena que acabo de ver? Dime que no -respondió ella entre risas.
Jaime enarcó una ceja. Odiaba que se rieran de él, y Cristina Avery siempre lo ridiculizaba. Como él, estaba en séptimo, y su relación había sido tensa desde antes de entrar a Hogwarts, ya que su primera discusión se remontaba al expreso de Hogwarts que los llevaría por primera vez desde King's Cross hasta las montañas escocesas. Es cierto que se conocían de antes, ya que ambos pertenecían al reducido círculo de los magos de sangre limpia, pero sólo se habían visto en contadas ocasiones, y nunca habían hablado demasiado.
-Pues creo que sí que la has visto -dijo, arrogante-. ¿Es que tienes envidia?
La slytherin empezó a reírse aún más fuerte, si es que eso era posible.
-¿Envidia? -Cris a duras penas conseguía articular las palabras, tanto se estaba riendo-. ¿De ella por estar con un tío -encima un gryffindor- que ya ha estado con tres cuartas partes de Hogwarts? ¿Y encima se cree que lo vuestro sí que tiene futuro? Travers, por favor. A mí no me gusta lo que todos los demás han tenido ya, yo busco lo exclusivo.
Jaime entrecerró los ojos.
-Claro, a lo mejor por eso no has tenido nunca novio, ¿no Avery? ¿O es simplemente que nadie te soporta?
-O tal vez yo sea más discreta y no vaya por ahí magreándome con tíos por los pasillos -replicó ella con una sonrisa digna de la serpiente que era, y se marchó echándose el pelo hacia atrás.
Eran muy pocos los que lo sabían, pero el mortífago Avery había tenido un hijo con otra servidora del Señor Tenebroso que murió en la primera guerra mágica. Cuando el apellido familiar cayó en desgracia, Avery envió a su hijo a estudiar a Durmstrang, donde los hijos de mortífagos eran mucho menos machacados en parte gracias a la influencia del director, Igor Karkarov, que en su día también sirvió en las filas de Lord Voldemort.
Cuando el joven Ian Avery terminó sus estudios, la segunda guerra mágica estalló, y él tuvo que regresar rápidamente a Inglaterra y fue prácticamente obligado a unirse a los mortífagos. Sin embargo, previendo el final que aquello tendría, Ian envió una carta a los rebeldes ofreciendo datos importantes que fueron de mucha ayuda en la derrota final y huyó a España, donde conoció a Eva Mendoza, una maga de sangre limpia que le cautivó. Vivieron juntos y en paz durante años, y tuvieron una preciosa hija a la que llamaron Cristina, en honor a su ascendencia hispana y a los muchos rasgos que había heredado de su madre.
Por desgracia, Ian y Eva habían sido asesinados cuando su pequeña apenas tenía un año, debido al ataque de un grupo radical que odiaba el apellido Avery por saberlo asociado con Lord Voldemort, aunque no tenían ni idea del servicio que Ian Avery había prestado a su victoria. Cristina había pasado entonces a custodia de su padrino, Draco Malfoy, y de la esposa de este, Astoria que la habían criado como a una hija propia. A los once años había ido a Hogwarts y, siguiendo con la tradición de su familia fue seleccionada para Sltytherin. Y, rápidamente, se convirtió por pleno derecho en la princesa de Slytherin.
Y, también, en la enemiga declarada de Los Merodeadores.
Ella y su mejor amiga, Margot Greengrass, también Slytherin y a la que consideraba casi una hermana, habían saboteado en numerosas ocasiones las bromas y travesuras de Jaime, Andrew y James, y cada vez que se encontraban surgía entre ellos la disputa. Y la cosa no iba a cambiar pronto.
Margot era otro caso aparte. Era la hija mayor de Liam Greengrass y Charlotte Nott. Uno de los hombres de negocios más prominentes del mundo de la magia y una apasionada historiadora que se había empeñado en llamar a sus hijos como algunos de sus personajes favoritos: Margarita de Valois, la reina Margot y el rey Henry VIII de Inglaterra. Liam hubiera elegido otros nombres para ellos, pero, sencillamente, no era capaz de negarle ningún capricho a su mujer.
Al lado de su mejor amiga, con su exótico y atractivo aire latino, Margot no llamaba demasiado la atención, pero era la perfecta prueba de que las apariencias engañan. Puede que Cristina Avery fuera considerada la Princesa Slytherin, pero a Margot la llamaban la Reina de las Serpientes. El llamado trono de Slytherin siempre había pertenecido a las Greengrass por derecho propio, y Margot había recibido una estricta educación para convertirse exactamente en lo que era. No quería decir que hubiera tenido una infancia desgraciada, de hecho sus padres siempre la habían mimado y consentido, y era el ojito derecho de su tía Daphne, pero desde pequeña había sido enseñada a comedirse y a ser todo lo que se esperaba de una buena slytherin.
En aquel momento esperaba a su mejor amiga en la biblioteca, con varios libros sobre Transformaciones desperdigados sobre una de las grandes mesas, escribiendo tranquilamente.
-Hola, Cris -saludó distraídamente, sin dejar de escribir.
-Holap -respondió la aludida, sentándose frente a ella-. ¿Sigues con el ensayo de McGonagall?
Margot suspiró. Su amiga, que quería hacer la carrera de medimagia, necesitaba Transformaciones a un nivel mucho más elemental que ella, así que no tendría que cursar la materia al nivel de ÉXTASIS, si no que tendría suficiente con el crédito de la Facultad de Medimagia.
-Ya ves. ¡Afortunada tú que lo dejaste! -Gruñó, mientras buscaba algo en uno de los libros. La versatilidad de Margot Greengrass era legendaria entre sus amigos-. Tengo que entregar un metro y medio de redacción, y sólo llevo uno… No sé con qué demonios voy a llenar lo demás.
Cris se levantó y ojeó lo que su mejor amiga llevaba escrito, frunciendo el ceño al no entender alguna cosa.
-Claro hija -dijo al fin-, con esas micro letras no me extraña que aún te falte medio metro.
-Ya sabes que si escribo más grande luego la presentación me queda hecha un desastre…
Cris asintió. Su amiga era un poco maniática en cuanto a todas esas cosas de la letra y la presentación. Margot prefería el término "metódica", pero para ella, bastante menos organizada, siempre serían manías.
-Después de tantos años juntas sigo sin entenderte, Margot.
-El sentimiento es mutuo, Avery -replicó la aludida con una sonrisa torcida.
Cris se encogió de hombros.
-Pues no nos ha ido ni tan mal -sonrió-. Por cierto, ¿sabes si ya han devuelto la Breve historia de la medimagia antigua?
-Cristina, ¿tú crees que yo leo esos libros? ¿En serio?
Cris negó con la cabeza, divertida.
-Pues eso -continuó Margot-. De todos modos, ¿alguien coge ese libro?
-Cuando vine a preguntar la semana pasada me dijeron que Weasley lo había cogido…
-¿Weasley? ¿Cuál de ellos? Porque son una plaga. Dentro de poco va a haber más Weasleys que chinos -ironizó Margot, poniendo los ojos en blanco.
Cris se rió.
-Probablemente la mitad de los chinos ya tengan algo de sangre Weasley. Pero se refería a la pelo-estropajo.
-¿Rose? Pues despídete.
Cris hundió los hombros. Necesitaba ese libro para una parte importante de su trabajo solicitando una plaza en el examen de admisión del año siguiente en la Facultad de Medimagia de la Universidad Mágica de Londres.
-¿No has mirado en la Biblioteca Slytherin? -Preguntó Margot. Los slytherin tenían su propia biblioteca con un montón de volúmenes, muchos de los cuales eran únicos o casi.
-Sí, lo he mirado, pero no lo tienen. Salió hace un par de meses, y ya sabes que el primer cargamento no llega hasta después de navidad, y yo tengo que terminar el trabajo como mucho esta semana.
-Vaya… Pero espera un momento. ¿Historia? Si es algo relacionado con la historia te apuesto lo que sea a que mi madre lo tiene o sabe cómo conseguirlo. Puedo pedírselo hoy y ya verás como para mañana lo tenemos de seguro.
La cara de Cris se iluminó.
-¿Sí?
-¡Claro!
-Ay, ¡muchísimas gracias! -Cris se levantó y abrazó efusivamente a su amiga.
-Qué pegajosa eres cuando te conviene -rió Margot, devolviendo el abrazo-. Bueno, ya casi he terminado la redacción, lo que me falte lo hago esta noche y ale.
Cris asintió y la ayudó a recoger sus cosas y dejar todos los libros en el lugar adecuado, excepto "La revolución transformista del siglo XIX", que tomó prestado.
-Bueno, voy a escribir a mi madre, ¿me acompañas? -Preguntó Margot mientras guardaba el libro en su mochila.
-Uy pues cuidado con lo que te encuentras por los pasillos, yo advertida te dejo. Yo es que tengo que ir a la Torre de Astronomía a buscar los resultados del experimento que dejé allí.
-¿Cómo que cuidado? ¿Qué me he perdido, Cris?
-Acompáñame y te lo cuento. Te aseguro que merece la pena subir hasta la Torre de Astronomía, es digno de la mejor comedia del año.
-Hecho, aunque más te vale que de verdad merezca la pena.
-Ya verás.
Mientras subían, Cris relató a Margot la escena de la que había sido testigo por los corredores de Hogwarts. Como esperaba, su mejor amiga se echó a reír al escucharla…. Y más teniendo en cuenta de que se trataba de Lisa. Lisa Connors y Jaime Travers. Las vueltas que da la vida…
-Ay que bueno -rió Margot.
-Te lo dije…
Las dos slytherin recogieron los resultados del proyecto, que Cris anotó en un pergamino suelto, y luego volvieron a guardar.
-Todo eso me hace recordar… Cris, ¿te acuerdas de cuando te gustaba Jaime?
Cris se puso roja como un tomate, y se apresuró a negar por la cabeza.
-¡Por favor, teníamos siete años! -Exclamó.
-Ya, pero te gustaba.
-Sí, bueno, tengo que decir que por aquel entonces Jaime era todavía un niño normal y guapete. Desde luego, no había indicios de que fuera a acabar así.
-La cosa es que te gustaba.
-Sí, me gustaba -admitió Cris al fin, a regañadientes, y su amiga se echó a reír. Cris hizo ademán de darla una colleja, pero al final también ella se echó a reír recordando los viejos tiempos.
-Bueno, ¿vamos ya a la Sala Común?
-Venga.
Jaime también había relatado la anécdota a James y Andrew, aunque antes les contó unos cuantos detalles sobre la anatomía de Lisa.
-¿Dices que Avery os pilló a Lisa y a ti en plena faena? -Preguntó James, divertido.
-Cuando nos despedíamos -puntualizó el rubio.
-¿Y no le propusiste un ménage á trois? -Soltó Andrew, con una risotada.
-Andrew, tío, estás enfermo.
-No, el enfermo eres tú -corrigió Andrew-. A mí no se me ocurren esas cosas, pero contigo sí que pegan.
-Lo ha clavado -convino James con una amplia sonrisa.
-¡Mira tú quién fue a hablar! -Trató de defenderse Jaime-. Corrígeme si me equivoco, pero, ¿no fuiste tú precisamente quien estuvo saliendo con Paola Jones y Katia Chang a la vez en sexto?
-Sí, fue él -confirmó Andrew-. Ergo, los dos sois unos enfermos.
-Pasado -dijo James, haciendo un gesto desdeñoso con su mano derecha al tiempo que se pasaba la izquierda por el pelo.
-Lo que tú digas, hermano -Jaime se tumbó en la hierba y miró las hojas de uno de los árboles de las lindes del Bosque Prohibido, lugar en el que él y sus amigos solían reunirse a menudo-. De todos modos tampoco hubiera sido una mala idea… Si ella no hubiera sido una jodida serpiente.
-¡Cómo si eso te hubiera importado alguna vez! -Se rió Andrew, y tenía razón. Jaime no era de hacer excepciones cuando ser trataba de mujeres-. ¿No eras tú el de: "cuando se trata de mujeres la casa no importa?
-Yep, pero cuando se trata de la princesa de Slytherin la filosofía no es aplicable.
Sus amigos rieron.
-Totalmente de acuerdo -expresó James-. La chica no es nada fea, pero con ese carácter…
Jaime asintió, mientras mordisqueaba una brizna de hierba que acababa de arrancar. Recordaba vagamente a Cris de las pocas reuniones de magos sangre limpia a las que había ido con sus padres, en las que ella siempre estaba con su padrino, Draco Malfoy. No había hablado con ella más de dos veces por aquella época, pero la recordaba como una niña normal, maja. Pero tampoco la había conocido muy bien, y el primer día que se vieron después de estas reuniones, cuando iban a empezar en Hogwarts, empezaron ya discutiendo en el tren por lo diferente de sus ideales.
Mientras, James y Andrew seguían discutiendo sobre Avery.
-Bueno, -gruñó Jaime-, vamos a dejar de hablar de serpientes que me está dando dolor de cabeza.
Sus amigos se rieron un poco, pero accedieron a cambiar de tema. Hablaron de la liga profesional de quidditch. El Puddlemore United llevaba varias semanas en lo más alto de la tabla, pero las Holyhead Harpies les iban pisando los talones a tan sólo dos puntos de diferencia. Estaba siendo una liga extraña la de aquel año.
-Por cierto -comentó Andrew en un momento dado-, se supone que el baile es en una semana y media, ¿ya sabéis con quien vais a ir? -Al ver las sonrisas pícaras de sus mejores amigos, se echó a reír-. Debí imaginarlo.
-Yo, obviamente, voy a ir con Elena -dijo James, entrecerrando los ojos.
-Oye hermano, no te ofendas, pero es más probable que yo vaya al baile con Avery y Andrew con Greengrass al baile antes de que Elena acceda a ir contigo.
-De hecho -comentó Andrew-, es más probable que Elena vaya con Avery y Greengrass.
La estampa de esas tres bailando juntas y cenando a la luz de las velas en el Baile de Navidad era, verdaderamente, digna de imaginar. Aunque, realmente, no era muy buena idea, salvo que uno quiera suicidarse. Principalmente porque los tres Merodeadores -y de hecho era una conclusión a la que llegaría cualquiera que pensase en ello- estaban seguros de que a los diez minutos de baile ya habrían incendiado el salón y se hubieran liado a lanzar maldiciones de un lado a otro. Y eso si había suerte y tenían hambre suficiente como para no tener que hablar durante la cena.
En cualquier caso, si James se desanimó por las afirmaciones de sus amigos, en absoluto dio esa impresión, si acaso todo lo contrario.
-Decid lo que queráis, pero lo voy a conseguir y lo sabéis. ¿Y vosotros?
-Pues… Yo se lo iba a pedir a Elizabeth McLaggen.
-¿A esa estirada?
Andrew se encogió de hombros:
-Sus padres y el mío son amigos, y siempre hemos sido amigos.
James y Jaime asintieron. Lo sabían, y la verdad es que Elizabeth era muy guapa… Y maja, aunque sólo fuera con Andrew.
-Qué claro lo tenéis todo, qué envidia -suspiró Jaime.
-¿Tú no vas a ir con Lisa? -Preguntó James.
-No sé. A lo mejor -el chico se encogió de hombros-. Pero no he decidido nada.
-Procura que no te mate una horda de admiradoras celosas porque no las has elegido a ellas -rió Andrew, y los otros dos se unieron rápidamente a las risas.
Aquel Baile de Navidad prometía y mucho… No lo sabían ellos bien.
***
Albus, Elena, Dominique y Rose habían decidido que reunirse en la Sala Común o en la Biblioteca era demasiado cantoso: había muchos oídos indiscretos por ahí. Por eso, haciendo caso de la idea del chico, habían decidido reunirse en la Sala de los Menesteres, probablemente el lugar más seguro y privado del castillo.
Cuando los cuatro estuvieron frente al tapiz del Chiflado enseñando bailar a unos ogros, Albus se dispuso a pasar tres veces delante de la puerta, pero Elena lo detuvo apoyando una mano en su pecho.
-Ah, no, no. Lo siento Al, pero la decoración no es lo tuyo. Déjame a mí.
Rose resopló.
-Oh vamos, Elena. Esto no es una película de James Bond, tenemos algo serio entre manos, ¿sabes?
-Bueno, pero estar cómodos nunca está de más. Ya puestos…
Rose sacudió la cabeza. Elena se parecía mucho a su tía Fleur en algunas cosas. Tan… francesas. No tenían remedio.
Elena pasó tres veces ante la puerta y la abrió.
-Et voilà -sonrió, mirando al interior.
La Sala de los Menesteres lucía como una enorme habitación de paredes blancas, amueblada de forma sencilla en color negro, aunque con ciertos toques grises y azules aquí y allá.
En el centro de la sala, una mesa de cristal con cuatro sillones de cuero negro y aspecto de ser muy cómodos. Frente a cada silla, una taza de té humeante y en el centro una bandeja con pastas y pasteles.
-Lo admito, francesa, tienes estilo -comentó Albus, sentándose en uno de los sillones y cogiendo un pastel de chocolate.
-Lo sé -sonrió Elena, sentándose a su derecha.
-No está del todo mal -reconoció Rose.
-Yo podría acostumbrarme a esto -sonrió Dominique, dando un sorbo al té, que estaba servido justo como ella solía tomarlo.
Elena asintió, totalmente de acuerdo.
-¿Y si nos mudamos aquí? -Propuso.
-Ojala…
Rose se apartó el pelo de la cara y jugueteó con el colgante en forma de corazón que Scorpius le había regalado hacía tanto tiempo. Era un gesto que solía hacer cuando estaba nerviosa. La pelirroja de pelo rebelde ordenó sus pensamientos rápidamente, habilidad claramente heredada de Hermione, y sacó un par de papeles de su mochila.
-Bueno -dijo-, ¿nos ponemos al tema?
-Qué mal ha sonado eso, prima -se rió Dominique.
-Estás muy mal, Nique -replicó Rose, aunque ella misma se rió.
Albus y Elena cruzaron una mirada divertida, y el chico empezó a rebuscar también entre los papeles que se amontonaban en una de sus carpetas.
-Sí, bueno -empezó, mientras seguía rebuscando-. Mi padre ya me ha contestado a lo que le preguntamos. Ha tardado tanto porque ha aprovechado para investigar un poco en los archivos del Ministerio. Tía Herms también ha contestado ya, ¿no?
-Sí -asintió Rose-, pero tú primero. Probablemente lo tuyo sea más interesante.
Albus negó con la cabeza.
-No te creas -al fin encontró la carta de su padre y la puso encima de la mesa-. No quiero meterle mucho en todo esto porque sé que este tema todavía le afecta lo suyo y como tampoco tenemos pruebas…
Las tres chicas asintieron. Rose y Dominique habían vivido lo mismo con sus padres, así que sabían perfectamente de lo que hablaba Albus. Y Elena no pretendía entenderlo, pero se imaginaba que debía ser muy duro pasar por todo eso.
-La cosa es que le dije a mi padre que, el otro día en Hogsmeade, oí a un chico hablando acerca de la Segunda Guerra Mágica -prosiguió Albus-. Hasta ahí todo normal. La cosa es que escuché al chico decir algo sobre que los planes reales de Voldemort pasaban por controlar de manera absoluta las mentes de todos los magos del país, salvo aquellos más allegados a él. Le dije que, como nunca había oído hablar de algo así, me entró mucha curiosidad y por eso quería preguntarle.
-¿Y qué te ha contestado? -Inquirió Elena, que estaba deseando saber algo más.
Albus sonrió a su impaciente amiga y dio un largo trago a su taza de té.
-Podéis leerlo vosotras mismas, pero en líneas generales lo siguiente: él desde luego nunca recuerda haber oído nada de eso, y teniendo en cuenta de que llegó a estar en la mente de Voldemort, su testimonio es bastante fiable. De todos modos, por si acaso, ha estado mirando en los archivos que tiene guardados el ministerio desde la Primera Guerra hasta la Segunda y nada. Dice que probablemente sea alguna exageración que alguien ha inventado.
Dominique entrecerró los ojos, pensativa.
-¿Y tú, Rose? -Preguntó, apartándose el flequillo de la cara-. ¿Qué dice tu madre?
-Lo mismo o menos que tío Harry -suspiró Rose-. La pregunté si sería posible controlar las mentes de los magos mediante un conjuro o algo, y también sobre las invocaciones de magos. Todo como algo meramente hipotético para clase, ya sabéis -sus amigos asintieron y ella continuó-. Me ha contestado diciendo que es posible controlar la mente de alguien mediante la Maldición Imperius -nada nuevo-, y que hay un par de conjuros más, pero nada que permita controlar todas las mentes a la vez. Desde luego, eso es impensable para una sola persona. Y, respecto a las invocaciones, me ha dicho que son magia extremadamente complicada, que se necesitan una serie de ingredientes que desde luego no están al alcance de cualquiera y que las pocas que a día de hoy se realizan están estrictamente controladas por el Ministerio.
-Y eso y nada, treinta y tres y medio -suspiró Elena.
-¿Qué? -Albus la miró como si acabara de soltar una gran parida.
-Ah, es una expresión que usamos mucho en Francia, ¿aquí no?
-Cierto, mi madre se lo dice mucho a mi padre -rió Dominique.
Rose y Albus se miraron, sintiéndose incultos. Ellos no eran muy de frases hechas: sabían las justas en inglés como para saber las que usaban en otros países… Además del hecho de que aquella en concreto no tenía mucho sentido. Franceses… No tenían remedio, pensaron los dos, por enésima vez, y se sonrieron.
-La cuestión es que… ¿no sería una broma? -Propuso Elena, recuperando la seriedad perdida-. Una de muy mal gusto, ya lo sé, pero al parecer lo que decían no tiene base alguna…
Albus negó con la cabeza.
-Créeme Elena, yo lo oí todo y aquello parecía cualquier cosa menos una broma.
La francesa asintió gravemente. Eso se temía, pero aún le quedaban esperanzas…
Por unos minutos, los cuatro amigos estuvieron en silencio, bebiendo cada uno de su taza y tratando de asimilar lo que se les venía encima.
-Me parece que vamos a tener que investigar por nuestra cuenta -concluyó Rose.
-¿Y no sería mejor decírselo al tío Harry? Es el jefe del departamento de aurores, y además si alguien puede lidiar con este tema es él… -Dominique se mordió el labio inferior. Aquel asunto no le gustaba nada.
-No nos creerían -rebatió Albus-. Dirían que son imaginaciones o cuentos o Merlín sabe qué. Pero nadie quiere pensar siquiera en esa posibilidad. Es mejor que, de momento, nos ocupemos nosotros. Hasta que sepamos algo más, por lo menos.
Rose y Elena le dieron la razón.
-Créeme, me gusta tan poco como a ti la idea de meterme en la biblioteca por puro gusto, Nique -dijo Elena-, pero creo que no nos queda otra.
-En el fondo ya lo sé… Aunque creo que también deberíamos vigilar los principales lugares donde se guardan los ingredientes para pociones y hechizos importantes. Por si aparece otra vez.
-¿Y cómo hacemos eso? -Inquirió Elena, enarcando una ceja.
Los tres primos se miraron.
-¡Con el Mapa del Merodeador! -Exclamaron, a la vez.
Elena nunca había oído hablar del Mapa del Merodeador, y, como es lógico, preguntó por el misterioso mapa a sus amigos. Ellos le explicaron la historia del mapa que, junto a la capa de invisibilidad, habían sido heredados por James. Lily, por su parte, se había quedado con la Saeta de Fuego de su padre, que seguía siendo una de las mejores escobas en el mercado, prácticamente inmejorable. Y Albus había recibido el diario de Conjuros y Pociones Especiales de su madre, que ya le había sacado de unos cuantos apuros.
-Por desgracia, James no se separa de ese mapa ni para dormir -terminó Albus-, y no nos lo dejaría ni por todo el oro de Gringotts.
-Ni siquiera por un puesto en la selección británica de quidditch -añadió Rose.
Elena entrecerró los ojos. Comprendía a la perfección el potencial de un objeto mágico como el Mapa del Merodeador, y sabía que era muy importante que sus amigos y ella lo consiguieran si es que de verdad querían sacar algo en claro de todo aquel asunto. Y tomó una decisión.
-Yo conseguiré ese dichoso mapa, cueste lo que cueste -al ver la expresión de desconfianza en los rostros de sus amigos, sacudió la cabeza y añadió-. Ya veréis, yo tengo mis métodos.
La costó un poco, pero acabó convenciéndoles de que era una buena idea, de que lo conseguiría.
Al final, salieron de la Sala de los Menesteres con una especie de plan. Y, tres de ellos, rogando para que tanto James como su amiga sobrevivieran.
***
Al día siguiente, por ser el último día previo a las vacaciones de navidad, las clases se interrumpieron dos horas antes de lo acostumbrado.
Rose y Scorpius habían ido a hablar con McGonagall de un asunto que mantenían totalmente en secreto, y Albus estaba en la Sala Común ayudando a su hermana Lily con los deberes de DCAO. Dominique, por otro lado, había quedado con su hermano Louis, y las gemelas Longbottom habían ido con su padre a visitar a su madre. Así pues, todos sus amigos estaban haciendo cosas, y Elena, en cambio, no tenía nada que hacer, porque sus amigos de Beauxbatons estaban en clase con Madame Maxime.
Aburrida, cogió su bloc de dibujo y sus lápices y salió a explorar el castillo. Conocía Hogwarts lo bastante bien como para poder ir y venir de todas sus clases sin perderse, pero aún le quedaban muchas zonas por explorar.
Tras un rato andando, llegó a un pasillo de la planta baja en el que nunca antes había estado. Era un corredor pequeño y sin importancia, pero a Elena le gustó porque había una gran ventana con un banco incorporado en el que podía sentarse y dibujar. Dibujar el bonito jardín trasero al que daba la ventana, que Elena reconocía porque Albus y Scorpius se lo habían mostrado el primer día, cuando hicieron un tour por el castillo, aunque nunca había vuelto allí.
Con una sonrisa, la misma sonrisa soñadora de artista que siempre ponía cuando se disponía a dibujar algo, sacó un lápiz, abrió el bloc por una hoja al azar y empezó a dibujar con trazos suaves pero muy seguros.
Al cabo de un rato ya tenía todo perfilado, y los resultados eran impresionantes. Ahora faltaba el sombreado, la parte más difícil, por otra parte. Elena inclinó un poco la cabeza hacia la derecha y observó atentamente el paisaje que acababa de dibujar, guardando todos los detalles en su mente.
Finalmente, se atrevió a comenzar. Mordiéndose la punta de la lengua y con el ceño ligeramente fruncido, con cara de extrema concentración, deslizaba el lápiz por aquí y por allá, consiguiendo todos los tonos disponibles desde el blanco al negro, haciendo que su dibujo pareciera real, que cobrara vida.
Así se la encontró James. Aquella mañana él también estaba aburrido y le había dado por cotillear en el Mapa del Merodeador a ver que había por el castillo. Se extrañó bastante al ver a Elena sola, en aquel pasillo tan recóndito y poco transitado y decidió que, como no tenía nada mejor que hacer y ver a Elena siempre era una buena opción, iría a ver qué hacía su pelirroja preferida.
Sonrió al verla tan concentrada, y se sentó frente a ella, esperando a que levantara la vista y lo descubriera.
Elena lo hizo al cabo de unos cinco minutos, y cuando lo vio allí, sentado frente a ella, contemplándola embelesado, pegó un respingo y por poco tira el lápiz.
-¡Potter! -Exclamó, sorprendida-. ¿Qué estás haciendo aquí?
James sonrió, satisfecho de haberla pillado de improviso.
-Pasaba por aquí y te he visto. ¿Tan raro es? -Preguntó, con su mejor sonrisa de niño bueno.
-Raro no -masculló Elena, decidida a no caer ni siquiera ante esa carita inocente que James clavaba-, sólo difícil de creer.
James la guiñó un ojo y observó el dibujo al que Elena llevaba ya un rato dedicando todos sus esfuerzos.
-Ey, es muy bueno.
-Gracias… Si me dejaras tranquilidad a lo mejor lo terminaría y todo.
James la sonrió. Inocente… Él no pensaba dejarla jamás en paz, porque, sencillamente, era como un imán, y le atraía irremisiblemente.
-El dibujo puede esperar -dijo sencillamente, y con un gesto rápido se lo quitó de las manos y lo guardó tras su espalda.
-¡Eh! -Protestó Elena-. Dame mi bloc ya, capullo.
-Claro que sí, pelirroja. Por mí encantado. Sólo tienes que darme un beso.
-Sigue soñando.
-Pues entonces hablemos un rato.
Elena puso los ojos en blanco. James la desesperaba a veces. Por Circe, ella sólo quería pasar una tarde relajada, dibujando y sin pensar en nada… Ni siquiera en él.
-¿Sabes ya con quién vas a ir al baile?
-Nope -respondió ella, con sinceridad. Ya había escrito a sus padres pidiéndoles que la mandaran el vestido que quería llevar, pero no había pensando con quién iría. Un par de chicos se lo habían propuesto ya, pero no se había animado a decir que sí. Todos sus amigos tenían pareja ya… Excepto ella. Bueno, Alec tampoco tenía con quien ir, así que había pensado en ir juntos, y cuando lo viera iba a proponérselo. Después de todo, ellos siempre iban juntos a los bailes de Beauxbatons.
-Mejor, así no tendremos que aclararle a ningún idiota que tú vienes conmigo -James esbozó una sonrisa y la miró fijamente a los ojos.
Sin saber por qué, Elena tuvo que echar mano de todo su autocontrol para no echarse a temblar ante la mirada tan intensa de aquellos ojos color avellana.
-No pienso ir contigo ni en tus mejores sueños -susurró.
-Sí que lo vas a hacer -James nunca fallaba cuando se proponía algo, e iba a ir con Elena al baile o no iría.
-Dame una sola razón para que debiera ir contigo.
-Que irías con un campeón y que en el fondo, yo te gusto aunque sea sólo un poco.
-Lo segundo más te gustaría. Y lo primero, yo ya puedo ir con un campeón. Pensaba ir con Alec.
James apretó un puño y respiró profundamente. Ni hablar. Ni hablar, Elena no iría con el campeón francés. Tenía que ir con él.
-Sí que es cierto, preciosa -ella se estremeció imperceptiblemente ante el tono que James utilizó-. Además, creo que tu mejor amigo ya ha hecho bastante de pagafantas, ¿no te parece? Ven conmigo.
Elena se apoyó en el muro tras ella y cerró los ojos por un momento. Odiaba admitirlo, pero en el fondo la apetecía ir con James… Muy en el fondo, eso sí, se auto convenció. Por otra parte… Sí, bien mirado aquella era su oportunidad.
-Está bien, James -aceptó-. Iré contigo… con una condición.
James trató de ocultar (con bastante poco éxito) una sonrisa de éxito, y enarcó las cejas.
-¿Me vas a poner condiciones por disfrutar del placer de mi compañía?
-Efectivamente. Quiero que me prestes el Mapa del Merodeador.
-¿El Mapa? ¿Para qué quieres tú ese mapa?
-Eso es cosa mía… Pero no te preocupes que lo usaré bien.
James la examinó fijamente, sin parpadear. No le gustaba separarse de su mapa, pero también es cierto que confiaba en Elena.
-Bueno. Pero será bajo mis condiciones: un día como máximo, tú eliges cuando.
-Hecho. Nos veremos en el Baile, espero que se te dé bien -dijo Elena, guiñando un ojo.
-Ya verás lo bien que se me da -replicó James-. Jaime y Andrew deben estar esperándome ya… Nos vemos.
-Adiós, James.
El chico sonrió, como siempre que ella lo llamaba por su nombre, y se levantó. Dejó el bloc sobre su regazo y la dio un rápido beso en la mejilla, yéndose antes de que ella pudiera decir nada.
Elena cabeceó, aunque, como él no la veía, se permitió el lujo de una sonrisa.
Unos pasos más allá, oculto tras uno de los árboles del jardín, Nikolai suspiró derrotado. Estaba paseando por el jardín pensando en cómo pedirle a Elena que fuera con él al baile cuando la había visto al otro lado de la ventana. Iba a entrar a decírselo, pero entonces llegó James. No lo había visto hasta entonces, o tal vez se había negado a verlo, pero Nikolai fue consciente de que no tenía nada que hacer contra el inglés. Y, sin embargo, tampoco pensaba rendirse. Porque nunca lo había hecho y no sería aquella la primera vez.
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