Navidad
Elena se despertó temprano la mañana del veinticinco de diciembre, y, con el entusiasmo de una niña, comprobó que aquella noche la nieve al fin había cuajado y una capa de nieve de unos cuarenta centímetros cubría todo cuanto abarcaba a ver desde su ventana.
Ella siempre había adorado la nieve, y no había habido navidad en que su hermano y ella hubieran faltado a la tradición Williams de organizar una gigantesca batalla de bolas de nieve en la que toda la familia se veía involucrada. Sonriendo inconscientemente al evocar esos recuerdos, Elena se bajó de la cama esquivando la pila de regalos que ya abriría después y fue a despertar a sus dos amigas a base de cosquillas, como Alaric y ella llevaban toda una vida haciendo con sus padres, a pesar de las protestas de estos, que muy en el fondo también adoraban la costumbre.
-¡Pero qué haces! -Exclamó Rose, con el pelo aún más revuelto de lo que solía estarlo, las mejillas arreboladas y los ojos entrecerrados.
-¡¡Feliz Navidad!! -Gritó Elena, emocionada, y saltó, al más puro estilo Catwoman, hasta la cama de Dominique, donde repitió el procedimiento.
La otra pelirroja reaccionó mejor que su prima, reconociendo el modo en que su hermano Louis y ella llevaban toda una vida despertando a Victoire cuando estaban de vacaciones en su casa de Shell Cottage o en La Madriguera.
-¡Feliz Navidad! -Exclamó Dominique, estirándose como un gatito y saltando rápidamente hacia la ventana para comprobar cuanta nieve había-. ¡Ya era hora de que nevase en condiciones! Oh, mirad esto chicas, ¡debe haber casi medio metro!
Elena no tardó en unirse a ella con el mismo entusiasmo infantil.
-¡Y que lo digas Nique! Luego podríamos hacer una pelea de bolas de nieve, ¿no te parece? Sería fantástico -comentó, con ojos soñadores.
Dominique asintió, y Elena empezó a saltar por toda la habitación mientras canturreaba villancicos en francés.
-Mírala -Rose sacudió la cabeza con una media sonrisa-, cualquiera diría que fue ella la que se acostó más tarde anoche… Menuda energía matutina, por Dios.
Efectivamente, Elena no había llegado a su habitación hasta bien pasadas las cuatro de la madrugada, y solamente había vuelto porque Andrew y Jaime ya regresaban del Baile, y no la apetecía encontrárselos allí. Para entonces, hacía rato que Dominique había regresado de su cita, y Rose también llevaba un rato en la cama. Aún así, el par de dos la oyeron entrar y juraron interrogarla al día siguiente.
-Uy, es verdad, ¡si Elenita tiene un montón de cosas que contarnos! -Se entusiasmó Dominique.
Elena quitó importancia a eso con un gesto, y volvió a acomodarse en su cama.
-Luego, luego -dijo, jadeando aún llena de entusiasmo navideño-, ¡pero primero hay que abrir los regalos!
Y dicho esto, se abalanzó sobre la pila de regalos a los pies de su cama.
Como buena amante de la navidad que era, todos los años Elena dedicaba mucho tiempo a preparar con mimo cada uno de los regalos que hacía a todo el mundo. Y ese año en particular se sentía feliz de haberlo hecho así, ya que todos los regalos que obtuvo fueron magníficos.
El primer paquete que llamó su atención, por los delicados motivos y el original lazo que parecía un arco iris, resultó ser el de James, y al abrirlo Elena se encontró con una cámara Canon en modelo mágico. Elena sonrió al verla y la dejó con sumo cuidado sobre su mesita, mientras pensaba en si él habría abierto ya el regalo que ella le había hecho: unas buenísimas entradas para que pudiera ir a ver a Matthew Sheldon, su cantante favorito, en el concierto que daría en Londres. En realidad, las entradas llevaban tiempo agotadas, pero Elena sabía como ingeniárselas.
A continuación vino el regalo de sus padres, que reconoció al instante porque siempre lo envolvían en el mismo papel que su madre pintaba. Aquel año la habían regalado una caja con motivos de libros antiguos. Era de por sí un regalo precioso, pero al abrirla Elena comprobó que sus padres habían ido más allá y la habían llenado con preciosas ediciones de sus clásicos preferidos: Ana Karenina, Los Miserables, Jane Eyre, Orgullo y Prejuicio, Historia de dos ciudades… Estaban todos.
El regalo de Albus era una edición de lujo de la Saga Star Wars, por la que ambos sentían pasión, y Elena captó la indirecta de que deberían hacer un maratón.
Rose, en su línea de organización, le regaló una agenda. Una agenda preciosa, encuadernada en piel y con todos los detalles que cabrían imaginar. A Elena le encantó, y prometió que aquella sí que iba a utilizarla.
Dominique también la regaló un brazalete plateado que era precioso, e incluso Jaime la había comprado un estupendo bate nuevo.
En cualquier caso, de todos los regalos que Elena recibió, y fueron bastantes, los que más ilusión le hicieron fueron un maravilloso vestido que su hermano Alaric le había mandado y un jersey de lana con una E bordada que la señora Weasley le había enviado a pesar de no conocerla, simplemente por las maravillas que todos sus nietos contaban de ella. Elena se lo puso rápidamente, emocionada por aquel gesto que nunca habían tenido con ella.
Cuando bajaron a desayunar, las tres ataviadas con sus calentitos jerseys Weasley, se encontraron a los Merodeadores en la Sala Común, bajando también desde su habitación.
Nada más verla, a James se le iluminaron los ojos y se dirigió hacia ella. A Elena le pasó algo muy similar, y ambos se fundieron en un intenso abrazo en mitad de la Sala Común. James la alzó del suelo sin ningún esfuerzo, y susurró en su oído.
-¿Cómo sabías que me encanta Matthew Sheldon?
-Intuición femenina -replicó ella, divertida, aunque en realidad lo que había hecho había sido preguntar a Albus.
-Muchísimas gracias.
-Lo mismo digo. La cámara… Es increíble, siempre me ha gustado la fotografía.
James la guiñó un ojo. Su intuición también llevaba el nombre de Albus Potter, pero eso no hacía falta mencionarlo. Por un momento, se miraron a los ojos, verde esmeralda y avellana indescriptible, y todo permaneció en silencio.
Hasta que la intuición se abrió paso bostezando.
-Buenos días, feliz navidad y demás -saludó Albus, con un bostezo-. ¿Qué espectáculo hay para que estéis como las vacas al tren?
Entonces, Elena y James se dieron cuenta de que sus amigos habían formado un corro a su alrededor y los miraban con expresiones que mezclaban la diversión con una suspicacia inusual. Poniéndose rojos, se separaron inmediatamente.
Antes de que nadie dijera nada más, Elena se acercó a su mejor amigo, y pasó una mano por encima de sus hombros.
-Nada Albus, que están tontos. ¿Vamos a desayunar?
Albus asintió, pero aún medio dormido era muy perspicaz.
-Con que Matthew Sheldon funcionó, ¿no? -Susurró en su oído-. Siento haber interrumpido.
Elena asintió.
-Sí, bueno, pero hablemos de cosas más interesantes… ¿Qué tal anoche con Grace?
Albus se puso rojo, reacción muy inusual en él, y sonrió como un bobo. No quería hablar de ese tema, pero confiaba plenamente en Elena a pesar de que hacía poco que se conocían, y además sabía que de poco servía intentar ocultar nada su amiga francesa.
-Pues… Muy bien. Siempre me ha caído bien Grace, y baila muy bien y es muy divertida. Creo que se lo pasó bien conmigo, también. Aunque la que no creo que vuelva a salir con tu amigo Alec es Alice…
-Um, a él ya le interrogaré luego, eso es lo de menos. Volvamos a ti -no era tan fácil distraer la atención de Elena.
-¿Y por qué sólo a mí? -Protestó Albus-. Estoy segura de que tú tuviste una noche interesante con mi hermano, ¿no?
-Um, bien pensado, todo eso puede esperar a que desayunemos, tengo un hambre terrible… -Y ambos se sentaron en la mesa de Gryffindor para desayunar.
Sus amigos llegaron enseguida, acompañados por los Merodeadores y Lily Luna y sus amigas, y todos se pusieron a hablar de sus regalos de navidad y a planear la batalla de bolas de nieve más épica de la historia del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.
Louis vagaba por los corredores del castillo como si fuera un fantasma más. A diferencia de la mayoría, él llevaba despierto desde muy pronto, ya que la noche anterior la cena no había sentado del todo bien a Tanya y ambos se habían ido muy pronto a la cama.
Sin darse cuenta, sus pasos le llevaron hasta las inmediaciones de las mazmorras, territorio Slytherin, y cuando vio a Henry Greengrass salir de allí con una bolsa entre las manos y cara de felicidad, se dijo que aquel era su día de suerte y que no podía desperdiciar aquella oportunidad, así que se acercó a él lo más amistosamente posible.
-Hola Henry -saludó con una sonrisa incómoda pero sincera.
El niño frunció el ceño al verle, y Louis pensó que iba a salir corriendo, pero estaba infravalorando su naturaleza -y sobre todo su orgullo- slytherin-. Después de la charla que había tenido con su hermana, Henry sabía que no debía sentirse intimidado por un simple idiota.
-Greengrass para ti -replicó altivamente-. Y ahora quita de mi camino, que a mí los animales sólo me gustan tras los barrotes del zoo.
Louis suspiró. Se lo tenía merecido, esa era la triste realidad. No había imaginado en sueños que las cosas fueran a dar un giro como aquel, pero aún así… ¿quién le había mandado meterse con ese crío y tratar de intimidarlo sólo por invitar a la hermana de Tanya al baile? Al final su hermana Victoire iba a tener razón y él sólo había acabado en Ravenclaw porque quedaba una vacante que el sombrero tenía que cubrir…
Henry lo observaba con una mirada desafiante brillando en sus profundos ojos negros, tan parecidos a los de su hermana, esperando a que se apartase. Pero él no pensaba hacer tal cosa, al menos no tan rápido, antes tenía que arreglar las cosas. Pasándose una mano por el pelo, hizo algo que jamás pensó que tendría que hacer: pidió perdón sinceramente a un slytherin.
-Eh, mira, perdona por todo lo que te dije el otro día, no sé que me pasó. Es que soy…
-¿Idiota? -Lo ayudó Henry-. ¿Estúpido, tal vez?
Louis puso los ojos en blanco, y a duras penas se mordió la lengua para no soltar ninguna.
-Más o menos -reconoció-. La cosa es que lo siento mucho.
Henry lo observó con aquella solemnidad suya tan poco propia de un crío de once años.
-Disculpas aceptadas. Y ahora aparta. Por favor.
Louis forzó otra sonrisa, una sonrisa humilde que se había convertido en su especialidad desde que, de pequeño, había descubierto que enternecía a Fleur Weasley en sobremanera y siempre había más leves lo castigos. Por desgracia, Henry no era su madre y la cosa no sería tan fácil.
-La cuestión es que… Necesito tu ayuda.
-¿Mi ayuda? -Henry enarcó las cejas-. Menudo sentido del humor tienes, ¿no?
Louis no le hizo caso y continuó.
-Es que… Es sobre tu hermana.
Esta vez sí, el joven Greengrass se echó a reír.
-Así que se trata de Margot, cómo no. Pues verás, a mi hermana le encantan las rosas, sobre todo para estamparlas en las cabezas de quien se las regala. Y si de casualidad se te ocurre ligar con ella, siendo tú, básicamente te hará quedar como el idiota que eres. Eso en el mejor de los casos. Ah, y por cierto, mi padre siempre ha estado muy orgulloso de su puntería con los maleficios. Por si te pones pesado.
Y, dicho esto, lo esquivó y se fue, dejando a Louis de un aire. La familia Greengrass, sin lugar a dudas, tenía un don especial para dejar pasmada a la gente.
Sin embargo, y aunque se parecieran en muchas cosas, Henry no era como Margot en un aspecto básico: él no era vengativo, de hecho era una excelente persona y ayudaba a todo el que podía. Y además, tenía la sensación de que aunque su hermana se hubiera sentido orgullosa de la réplica que le dio a Louis Weasley, él podría actuar mejor.
Así, a la hora de comer, el chico recibió una nota cuidadosamente doblada. Al abrirla, se encontró con la cuidada letra de un niño de once años.
A mi hermana le gusta el chocolate negro con naranja, siente pasión por Shakespeare y el arte dramático en general, y adora a los gatos. Adora las manzanas caramelizadas y las fresas con nata o chocolate. Ni siquiera ella tiene claro a lo que dedicarse, pero todos sabemos que llegará tan alto como apunte. Nunca la subestimes. Sus flores preferidas son las amapolas, y ella misma ha conseguido cultivar una nueva variedad en el Invernadero 15. Les dedica todos los días de media a una hora después de comer.
Atte.
H. Greengrass
Louis sonrió al leerlo, y se dijo que había acertado con Henry Greengrass: Slytherin y todo era un buen tipo. Comió a toda prisa, y tras darles una excusa a sus amigos de la que más tarde ni siquiera él se acordaría, corrió hasta el Invernadero 15.
Él nunca había sido un gran aficionado de la Herbología, y el propio profesor Longbottom le había dicho en alguna ocasión que, sencillamente, no tenía mano alguna para las plantas, así que no iba por el Invernadero 15 a menudo. Aún así, sabía que solía ser un lugar lleno de concurrencia. Pero claro, ese era el día de Navidad, y nadie estaba cuidando de sus plantas… Nadie excepto ella. Porque era sin duda la voz de Margot Greengrass la que inundaba todo el invernadero cantando una dulce canción que mezclaba el francés y el italiano.
Elle m'a donné la clef du ciel qui m'ouvre en fin les portes du soleil…
Como buen hijo de su madre que era, Louis no tardó en reconocer la canción como una de las preferidas de esta, que solía cantársela a él y a sus hermanas cuando eran pequeños. Sin duda, el mundo era un pañuelo muy pequeño y lleno de mocos. O, tal vez, el destino realmente existiera. ¿Por qué no?
Con el sigilo de un gato montés, Louis se acercó a ella y la slytherin, absorta como estaba en el cuidado de sus plantas y segura de que nadie la molestaría aquella tarde, ni se dio cuenta hasta que fue demasiado tarde. En cuanto percibió la presencia de alguien junto a ella, dejó de cantar y se levantó de un salto, pero ya no había nada que pudiera hacer.
Con rapidez, Louis aprisionó a Margot contra la pared del invernadero, pegando sus cuerpos y colocando sus brazos a ambos lados de la cabeza de ella, de modo que no podía escapar.
Era como su primer encuentro, sólo que las tornas habían cambiado: esta vez era él quien tenía las riendas, mientras que ella estaba indefensa, a su merced.
Antes de que Margot pudiera protestar, Louis se inclinó y la besó. No fue un beso delicado, no fue un beso de cuento, y entre ellos todo parecía arder. Al principio ella se resistió y trató de apartarle, pero Louis permaneció inamovible y aprovechó el momento en que, inconscientemente, abrió la boca para quejarse, para profundizar el beso.
Y Margot, que por fuera parecía tan fría, respondió al beso con entusiasmo, pasando las manos por detrás de su cuello y enrollándose pequeños mechones del pelo de Louis en las puntas de sus estilizados dedos.
Inevitablemente, él sonrió y descendió sus manos hasta la cintura de ella, tocándola casi con reverencia, pero sin dejar de besarla en ningún momento. Lentamente, Louis comenzó a bajar por su cuello, y ella introdujo las manos bajo su jersey Weasley de color azul, acariciando su espalda.
-¡Margot! ¿Estás aquí? Cris dice que hay un problema con la preparación del próximo cercle…
Louis y Margot se separaron tan bruscamente como él la había besado, y vieron a Henry Greengrass frente a ellos, mirándolos con incredulidad. Louis fue el primero en romper el hielo.
-Hola Henry -saludó con total desparpajo.
Los hermanos Greengrass, a pesar de lo extraño de la situación, cruzaron una de sus miradas ante la actitud del ravenclaw.
-Esto… ¿qué pasa con el cercle? -Inquirió Margot, intentado aparentar naturalidad.
-Pues… Creo que se me ha olvidado. Efectos del trauma. Creo que te voy a pedir que me pagues un psicólogo…
-¡Pero mira que eres cuentista! Por favor…
Mientras tanto, Louis los contemplaba divertido. Henry, con esa actitud teatrera que se parecía a la suya cuando a veces había pillado a Teddy y Victoire juntos. Y Margot, con el pelo revuelto, las mejillas inusualmente sonrojadas y la exasperación que se pintaba en su rostro junto con la diversión.
-Y bueno, ¿vosotros dos desde cuando…? -Henry dejó la frase en el aire, pero se hizo entender a la perfección.
-Qué cotilla eres, hermanito, eso no está nada bien… Y tú no vas a decir nada de esto, ¿verdad?
-¿Me escondes en el armario, Margot? -Intervino Louis, mirándola fijamente.
-No te hagas la víctima Louis, y ya hablaremos tú y yo.
-Lo espero con ansias...
-En fin Henry, hagamos una cosa -continuó Margot, mirando a su hermano-. Ahora vamos a ver a Cris y a solucionar lo que sea que pase con el cercle y luego esta noche yo te llevo a cenar al mejor restaurante de Hogsmeade. Y tú te quedas calladito, ¿hecho?
-¿Eso se puede hacer? -El pequeño Henry frunció el ceño.
-Yo tengo mis métodos… ¿Aceptas?
-Hecho. Pero quiero cenar bien y no quedarme con hambre. ¿Entendido?
-Que sí, pesado. Venga, vamos.
Los dos salieron juntos del invernadero, pero a mitad del camino, Margot se giró y guiñó un ojo a Louis, en una muda promesa para futuras conversaciones.
Todavía nevó un poco más aquel día de navidad, y para cuando los chicos estuvieron listos para su pelea en la nieve, la capa era al menos cinco centímetros más alta.
Quedaron a las cuatro menos cinco en el jardín trasero, y todos estuvieron allí puntualmente, listos para dividirse en equipos.
James, Jaime, Andrew y Lily Luna formaron un equipo. Elena, Albus, Dominique y Rose otro, y el equipo tres eran las gemelas Longbottom con Scorpius y Daniel Thomas.
-Bueno, ¿listos para morder el polvo? -Preguntó Jaime, apoyándose en uno de los árboles-. Porque si no lo estáis, podéis empezar ya a mentalizaros… Ya que claramente nosotros vamos a ganar.
Los miembros de su equipo asintieron, seguros de si mismos.
-No vendas la piel del oso antes de cazarlo, Jaimito -dijo Scorpius, sonriendo malévolamente.
-¿Apostamos?
-Hecho.
-Yo veo claro que a mi equipo y a mí nos invitéis a una cena cuando ganemos -sugirió Albus con una sonrisa.
-¡Lo veo y me cuadra! -Exclamaron Rose y Dominique a la vez, y chocaron sus manos.
Al final, todos aceptaron la idea de Albus… y la batalla dio comienzo.
Fue increíblemente divertido, todos corriendo de un lado para otro tratando de cubrirse infructuosamente y recogiendo y lanzando proyectiles a toda velocidad. Ninguno se salvó de terminar empapado.
-¿Lista para pagarme una cena? -Preguntó Scorpius, lanzándose encima de Rose.
-Para nada. Y que sepas que me gusta la comida árabe -replicó ella, cambiando las posiciones, y aprovechando para besarle, los dos sobre la nieve, por un momento ajenos a lo demás.
De todos modos, al final tuvieron que dejarlo en tablas, porque ningún bando consiguió sobresalir claramente ante los demás.
-Oye, ¿y al final qué hacemos con lo de la cena? -Preguntó una jadeante Dominique-. Porque yo quiero que me inviten.
-Pues te vas a quedar sin el gusto, guapa -respondió Jaime-, porque yo no invito a nadie. Ni hablar…
-Oye, ¿y si lo dejamos en una cenita conjunta? -Propuso Elena.
Y, tras un rato de discusiones, al final aceptaron esa idea, diciéndose que lo harían antes de que acabaran las vacaciones, y fueron a lavarse.
-¿Hace que te enjabone la espalda, pelirroja? -Preguntó James, enarcando las cejas.
-Agradezco las intenciones, Jimmy, pero creo que podré arreglármelas solita -replicó Elena, sonriendo, y se fue hacia el baño de prefectos con Rose.
Louis estaba leyendo en uno de los divanes junto a la ventana de la Torre de Ravenclaw, aunque las letras le bailaban ante los ojos mientras pensaba en Margot. Después del episodio del invernadero, ella se había ido con su hermano y no la había visto más en todo el día, pero la había tenido presente toda la tarde, tratando de desembrollar el lío que tenía encima.
Pero las cosas no estaban muy favorables para él, ya que Tanya Jordan, sonriente y en todo su dulce esplendor, se acercó a él aquella noche, sentándose a sus pies en el diván.
-Hola Louis -saludó, acariciando su mano.
-Hola…-Respondió él, distraídamente.
-¿En qué estás pensando? Te veo muy distraído hoy.
-¿Eh? Pues en nada en concreto.
Tanya hizo un mohín.
-Yo que tenía la esperanza de que estuvieras acordándote de mí…
-Eso también -reconoció Louis.
-No sabes cuanto me alegra oír eso -Tanya guiñó un ojo-, porque quería decirte una cosa.
-Dime, preciosa.
Tanya, algo insegura, se acercó más a él y apoyó los labios sobre los suyos en un tierno beso.
Louis no pudo evitar las comparaciones con Margot, pero sencillamente no podían hacerse. Y sin embargo… sin embargo Tanya había sido su amor durante tanto tiempo que ya no estaba seguro de nada. Y sí, seguramente Tanya era la chica que realmente le convenía. Sí, eso tenía que ser.
-¿Y qué me dices? -Preguntó Tanya cuando se separaron.
-Digo que estoy de acuerdo.
A primera vista, Gryffindor y Ravenclaw tienen las mejores salas comunes, pero lo cierto es que el más inteligente a la hora de elegir las dependencias para sus alumnos fue Salazar Slytherin. Los de la casa de las serpientes contaban para ellos con un gigantesco espacio subterráneo, equivalente a la planta entera del castillo y que además se hundía siete pisos bajo tierra, con lo que era como otro castillo bajo el castillo. Y, aunque algunos pocos estudiantes de otras casas habían conseguido entrar en la Sala Común de Slytherin a lo largo de los años, ellos se habían asegurado muy bien de que nadie supiera cuanto abarcaban sus dominios.
Otro de los secretos mejor guardados de esta casa -tanto que sólo unos pocos conocían de su existencia- era el Cercle des serpents, el círculo de las serpientes, al que habitualmente se referían como, simplemente, el cercle.
El cercle se remontaba a los tiempos en que se fundó la escuela, cuando la esposa de Salazar, Eleonora Slytherin, que había nacido siendo Greengrass, escogió a los estudiantes más prominentes de la casa fundada por su marido y los reunió en una asociación llamada Rhowch gylch o gympas y Nadroedd, la forma gaélica de escribir Círculo de Serpientes, pero que con los años acabó por conocerse por el nombre francés, que era más simple.
El cercle había perdurado por los años, siempre con la Reina de las Serpientes a su cabeza, y sus tradiciones eran las mismas, aunque también se habían añadido otras nuevas.
Margot llevaba muchos años dirigiendo las ceremonias del cercle, siendo la de Noche Vieja la más importante de todas y la que más ilusión le hacía siempre.
Sin embargo, aquel año no era como los demás, y Margot estaba pálida y algo alicaída. Puede que consiguiera engañar a todos los demás con su fría máscara, pero no a Cris, y así se lo hizo saber mientras las dos bajaban hacia la sala donde se celebraban las reuniones del cercle.
Se trataba de un enorme salón abovedado en la séptima planta hacia abajo, en un pasillo que sólo algunos conocían y del que solamente Margot tenía la llave y unos pocos elegidos la contraseña. No tenía ventanas, pero el techo simulaba a la perfección el cielo exterior, no a la manera del Gran Comedor, sino con un vistoso y exquisito mural que había sido pintado hacía siglos, pero que los slytherin mantenían como el primer día.
Cris dejó el candil que llevaban sobre la gigantesca mesa de roble rodeada de veinticinco asientos exactos -el número de miembros del cercle- y musitó un hechizo para que las antorchas que estaban estratégicamente repartidas por la sala se encendieran.
-He oído que Weasley (el Weasley de Ravenclaw que es medio franchute, me refiero) ha empezado a salir con la Jordan. ¿Es eso lo que te afecta? -Preguntó Cris. Margot y ella siempre se hablaban con total confianza, sin andarse en tonterías, y aunque Cris se había reído mucho cuando su amiga le contó su pequeña aventura con Louis en el invernadero, no la hacía ninguna gracia que se jugara con los sentimientos de su amiga.
-Sé lo que estás pensando -replicó Margot, mientras servía el vino canei de frutas del bosque, que era su preferido, en cada una de las copas y en un cáliz más grande-, y no vayas por esos derroteros. Lo que Louis Weasley haga con su vida es asunto suyo. Y si le apetece estar con Tanya Jordan allá él con su conciencia.
-No estoy segura de que las comadrejas tengan conciencia -apuntó Cris.
-Bueno, lo que sea.
-Oye, que si quieres yo le lanzo una maldición, ¿eh? Ya sabes que hay confianza para pedir esas cosas…
-Soy muy capaz de lanzar mis propias maldiciones, gracias.
-Ay hija, cuando te pones así… ¡Qué es Noche Vieja! Luego si quieres nos emborrachamos para empezar el año como Dios manda.
-Sí, nos emborrachamos con canei -Margot soltó una carcajada, la primera auténtica en días.
-Mujer, si es por eso Logan me ha ofrecido su whisky escocés.
Margot sacudió la cabeza.
-Bueno, vamos a preparar esto antes de que llegue la gente y luego ya se verá.
Cris asintió, y las dos se pusieron manos a la obra. Dibujaron el círculo, prestando exquisita atención a las runas, y sirvieron la comida que habían ido a buscar a las cocinas. Después, se pusieron las lujosas túnicas verdes bordadas con runas plateadas que indicaban su rango dentro del cercle y, sobre estas, las amplias capas de un verde tan oscuro que parecía negro.
-¿Lista, Reina de las Serpientes? -Preguntó Cris, guiñando un ojo.
-Como todos los años, Princesa de Slytherin -replicó Margot, y se sentó en la silla de ébano al fondo de la habitación-. Abre la puerta.
Cris obedeció y abrió el cerrojo interior, dejando la puerta abierta… Para quienes supieran como abrirla.
Como todos los años, la ceremonia fue perfecta y, al terminar, Margot se sintió profundamente liberada. Mientras los miembros del cercle hablaban de eso mismo, Margot se paseó entre ellos, y de repente una bombillita se le iluminó y supo lo que quería. Puede que no fuera la mejor solución, puede que incluso fuera rastrera, pero a Margot le daba igual. Ella era Slytherin, y tenía la venganza grabada a fuego en su alma.
Así pues, cuando todos se dispusieron a sentarse para cenar, sobre las doce y media, Margot invitó a Oliver Wood y a Robert Parkinson a sentarse en los dos lugares más cercanos a ella, que ocupaba la cabecera de la mesa.
Aquella podía ser una noche de lo más divertida, ¿por qué no?
***
¡Y esto es todo! Espero que os haya gustado el maratón, que votéis y que dejéis vuestra opinión acerca de los capítulos :)
Un beso a todos
AngelaLannister
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro