Madame la reine
El sábado en que se celebraba el baile de disfraces, nada más terminar de comer, Cris se presentó en la puerta de la habitación de Margot, cargada con varias bolsas en las que llevaba su vestido, los complementos y todo tipo de maquillaje y cosas para el pelo que Astoria le había regalado y a las que nunca había sacado demasiada utilidad. Margot, sin embargo, sabría darles provecho: no era la primera vez que lo hacía.
Desde muy pequeñas habían tenido el acuerdo de ayudarse mutuamente cada vez que tuvieran que ir a algún baile o acontecimiento, y llevaban tantos años con la misma rutina que ya ni siquiera hablaban de ello: Cris se presentaba directamente en el cuarto de Margot, que era la más ordenada de las dos, cargada con todos sus bártulos y se ponían manos a la obra.
Margot abrió la puerta antes siquiera de que Cris dejara alguna de sus bolsas para llamar, y la indicó que pasara con un gesto imperioso. Ella sonrió, al ver a su amiga envuelta en la suave bata de seda verde y con el cabello recogido con unas pinzas en lo alto de la cabeza. ¿Por qué Margot siempre estaba guapa, en las circunstancias que fueran? Era su mejor amiga y la quería, pero lo consideraba muy poco justo.
-Venga, venga, llegas tarde Cris. Saca el vestido de la funda y puedes colgarlo aquella ventana, pero ten cuidado de dejar cortina cerrada: no quiero una corte de sirenas y demás bichos marinos chismorreando en mi ventana.
-En serio Margot, ¿no has pensado en alistarte en los marines? Llegarías a general en dos semanas -ironizó Cris, aunque haciendo lo que le habían dicho.
-Venga ya, ¿dos semanas? A mí me verían y ya me darían el puesto.
Las dos se echaron a reír.
-Bueno, ¿qué me traes? -Inquirió Margot, rebuscando entre las bolsas y empezando a seleccionar cosas y a dejarlas sobre el enorme tocador, donde ya estaban todas las suyas propias que había preparado un rato antes-. No está mal… Mi tía Astoria tiene un gusto increíble para estas cosas.
-Psst, si tú lo dices.
Margot sonrió, divertida. A Cris no le gustaba el maquillaje ni lo más mínimo, y no solía dedicar más de diez minutos para arreglarse. De hecho tendía a exasperarse y mucho cuando tenía que hacerlo, y su mejor amiga se lo pasaba pipa viéndola.
-¿Sabes? Me han dicho que el Campeón de Beauxbatons va a ir de Robespierre. Creo que deberíais juntaros.
Cristina, que había elegido el disfraz de Reina de Corazones entre otras cosas por su frase más famosa "¡qué le corten la cabeza!", se echó a reír.
-Si ha elegido ese disfraz es que es un buen tipo. Tendré que concederle al menos un baile, ¿no te parece?
-Por supuesto. Aunque igual te topas con Enrique VIII y te pasas el baile discutiendo por quién le corta la cabeza a quién -Margot esbozó una de sus sonrisas misteriosas, y Cris supo que la Reina de las Serpientes se guardaba un as bajo la manga. Y también supo que no serviría de nada preguntarla, hacía demasiado que se conocían. Así pues, tendría que esperar para ver de qué hablaba, pues sin duda se acabaría enterando.
-Odio cuando te pones críptica… En serio, resulta muy frustrante. Frustrante debería ser tu segundo nombre, de hecho.
-Si tú lo dices… Pero yo creo que Margot Rosalie Greengrass suena mejor que Margot Frustrante Greengrass.
-Sí, pero te describe mucho peor -replicó Cris con una risotada.
Margot resopló, aunque con una gran sonrisa.
-Pues a mí me encanta. Y ahora ven aquí y dime qué quieres que te haga.
-De todo menos daño...
-Idiota, hablo en serio.
-Yo también.
Cris y Margot, una junto a la otra, se contemplaron en el espejo de cuerpo entero con marco de plata que esta última tenía, y admiraron los resultados de la intensiva sesión de belleza de aquella tarde.
Cristina, vestida de Reina de Corazones, había comprado en una pequeña pero bastante exclusiva tienda de Hogsmeade el disfraz que llevaba aquella noche, y con el que pensaba hacer honor a su título. Se trataba de un vestido palabra de honor, cuya parte de arriba estaba compuesta sólo por un corsé con escote de corazón, de color rojo intenso, y salpicado con pequeños corazones negros bordados a mano, como los de los naipes. La falda, larga hasta el suelo, seguía la línea de sus piernas, aunque era bastante vaporosa, de un tono de rojo ligeramente más oscuro que el del corsé, aunque la diferencia era apenas apreciable. Era completamente lisa hasta la altura de las rodillas, donde comenzaban a aparecer algunos corazones más, desperdigados al principio pero que iban juntándose hasta formar una franja completamente negra en el ruedo de la falda. Aunque no se podían ver, Cris ganaba unos cuantos centímetros gracias a los tacones con los que llevaba practicando una semana, y también había conseguido una liga roja de encaje que le hacía ilusión llevar, aunque no tenía previsto enseñársela a nadie. Respecto al maquillaje y el peinado, Margot había hecho un gran trabajo, alisando y luego rehaciendo los tirabuzones de la larga melena castaña de su amiga, para finalmente recogerlos en un delicado entramado que se sujetaba con una peineta de plata heredada de su madre, con corazones rojos esmaltados. No tenía mucho valor material, pero Cristina la adoraba por todo el significado y el valor sentimental que tenía. Respecto al maquillaje, también era perfecto en su sencillez, con los labios de color rojo intenso, un ligerísimo colorete, los ojos oscuros bordeados con kohl y sombra de ojos de un rojo pálido. Eso era todo, y el efecto final era maravilloso, complementado con unos pendientes de botón que eran rubíes purísimos, un brazalete de plata con piedrecitas en el brazo izquierdo, anillos de distintos materiales en todos los dedos y, como último detalle, un colgante con la imagen de la Reina de Corazones de Alicia en el País de las Maravillas pendía entre sus pechos.
A su derecha, Margot era Morgana Le Fay, señora de Avalon. Su disfraz era más sencillo que el de su amiga, pero igualmente precioso. Se trataba de una túnica blanca con escote de pico que dejaba ver bastante de su piel y amplias mangas que casi rozaban el suelo, con el interior recubierto de bordados rúnicos en hilo dorado. La parte superior estaba bordada también en hilo dorado con motivos de ramas y flores, y en su cintura brillaba un cordón dorado con piedras engarzadas. Luego, la falda descendía en suaves pliegues hasta el suelo, con el ruedo bordado con la misma clase de runas que había en el interior de sus mangas. Además se había recogido el flequillo de una forma muy ingeniosa y que apenas se notaba y el resto del pelo lo llevaba en suaves rizos. Una esmeralda colgada de una delgadísima cadenita dorada pendía sobre su frente, y en su cuello brillaba una gargantilla con las mismas piedras. Aparte de eso, sólo llevaba el anillo de plata con el símbolo de Slytherin grabado que llevaba siete años sin quitarse. El maquillaje era igualmente sencillo, con pintalabios en un tono rosado apenas perceptible y los negros ojos resaltados por kohl. Sencilla pero majestuosa, como a ella le gustaba, y sin lugar a dudas increíble y mágica.
-Estamos tremendas -concluyó Margot tras echarse un buen vistazo.
-Y quien diga lo contrario miente -convino Cris, con una risita-. Es una pena que tengamos que llevar máscara hasta medianoche, ¿no crees?
-Sí, pero al menos son unas máscaras preciosas -dijo Margot, y se encaminó con la elegancia de una reina hacia el lugar donde habían dejado sus máscaras.
-Sigue siendo un fastidio -masculló Cris, mientras su amiga le ajustaba el antifaz veneciano rojo con encajes negroa y un par de plumas en uno de los laterales.
A continuación, ella ayudó a su amiga con el antifaz blanco con etéreas líneas doradas y una mariposa en la parte superior derecha que había elegido y que iba como anillo al dedo a su disfraz.
Se echaron un último vistazo frente al espejo. Ahora, con los antifaces ya puestos, tenían un aire misterioso que sin duda haría que no fueran pocos los que se las acercasen durante la noche.
Discretamente sentado en el interior de una de las ventanas cercanas al Gran Comedor, donde la mascarada ya estaba dando comienzo, un caballero de la edad moderna, vestido completamente de negro y con un antifaz a juego, controlaba a todos aquellos que entraban en el salón. Junto a él, otro hombre casi de la misma época pero mucho más lujosamente ataviado y con una corona sobre la cabeza. Jaime Travers en el papel de Enrique VIII, que le iba como anillo al dedo. Y, al otro lado de James, un flamante Julio César con capa púrpura incluida era Andrew Collins.
Vieron pasar a Lily Luna vestida de Casandra, la vidente que fue desgraciada toda su vida por rechazar el amor de Apolo, a Katia Chang con un disfraz que bien habría podido ser de Afrodita o de señorita de la calle, a Tanya Jordan como la hechicera Medea, y algo por detrás un flamante Alejandro Magno que no era otro que Louis Weasley. A Nikolai con una armadura completa y un enorme martillo, pretendiendo ser Thor, el dios del trueno. A Marie como Escarlata O'Hara y a Claudette como una noble muy elegante que más tarde averiguarían que era Diana de Poitiers, auténtica reina de Francia en la sombra por muchos años. Vieron a todos excepto a la dama a la que estaban esperando, que se hacía de rogar.
-¿Estás seguro de que iba a venir de eso? -Preguntó Jaime al cabo de un rato-. A lo mejor no y ya ha pasado y no nos hemos dado ni cuenta.
James negó con la cabeza.
-No, Albus me lo dijo. Además, si te das cuenta Rose y Dominique tampoco han bajado todavía.
Jaime asintió, sin decir nada, y volvió a pasear la mirada entre la variopinta multitud. Divisó a Lisa Connors cerca de la entrada de su Sala Común, con un vestido bastante atrevido. Ella también se dio cuenta de que Jaime la estaba mirando, y tras reconocerlo se acercó a él abriéndose paso a codazos.
-¡Jaime! -Saludó con voz chillona, poco menos que lanzándose a sus brazos-. Te sienta tan bien la corona… Un pajarito me dijo que ibas a venir de Enrique VIII, así que yo me disfracé de Catalina Howard, que dicen que de todas sus esposas fue la más guapa…
-Sí, la más guapa y la más tonta -susurró Andrew en el oído de James, que se rió-. ¿Sabrá acaso como acabó?
-Aunque no lo sepa la va que ni pintado -se rió él.
Entre tanto, Lisa ya arrastraba a Jaime hacia el interior del Gran Comedor, parloteando excitadamente acerca de, con toda seguridad, ella misma, su disfraz o lo buena pareja que hacían Jaime y ella, sin darse cuenta de que su apuesto acompañante, como habría hecho el verdadero Enrique VIII, apenas prestaba atención a sus palabras y estaba mucho más interesado en observar al resto de las asistentes a la velada, en busca de alguna que llamara particularmente su atención.
James los contempló con una cierta diversión.
-Anda, tira con ellos Julio César -dijo, refiriéndose a Andrew-, que veo que estás deseando a encontrar a… esto, ¿de qué se ha vestido Elizabeth?
-No lo sé, pero tengo intención de averiguarlo. ¿Nos vemos luego?
-Claro.
Andrew también entró en el Gran Comedor, y James se quedó solo, aún sentado en el interior de la ventana. Cada vez quedaba menos gente en el vestíbulo, pues la mayoría habían entrado ya, aunque la música aún no había empezado. Unos minutos después vio a su prima Dominique, a la que reconoció únicamente gracias a la máscara de encaje negro que apenas ocultaba su rostro, ya que la chica se había teñido el pelo de negro, que le daba un aire muy diferente pero que le sentaba bien.
James entendió que su prima hubiera escogido una máscara como aquella, que la hacía perfectamente reconocible, aunque el ánimo de la mascarada fuera precisamente el contrario. Y es que Dominique odiaba taparse la cara, y desde muy pequeña había así. Al contrario que su hermana Victoire, que había experimentado de todo con su pelo, Dominique siempre se había mantenido fiel a un único estilo que sabía que la sentaba bien, y nunca había consentido que la cortaran flequillo. No utilizaba gafas de sol nunca, y cuando se ponía gorras solamente lo hacía con la visera hacia atrás. James aún recordaba con diversión cuando él estaba saliendo con Irina Keller, una gryffindor muy pija que se empeñaba en llevar el flequillo ladeado de tal modo que cubría completamente su ojo izquierdo. Un día estaba con ella en la Sala Común cuando Dominique se les acercó con varias horquillas y, antes de que Irina pudiera reaccionar, la agarró y le recogió el flequillo para que no la tapara la cara. James se había reído como pocas veces, pero Irina no se lo tomó demasiado bien y le dejó. Y como resultado, James invitó a Dominique a merendar el sábado siguiente, pues le había librado del trago de dejarla después.
Al contrario de todos los demás, Dominique sí que se dio cuenta de su presencia, e inmediatamente dedujo qué, o más bien a quién, esperaba su primo. Con una sonrisa, le saludó e hizo un gesto que James entendió como que ya no le quedaba mucho tiempo de espera. Después entró, increíblemente metida en su papel de emperatriz.
Sin embargo, James pronto se olvidó de su prima. Porque entonces la vio, y a pesar de la máscara no le cupo ninguna duda de que era ella.
Llevaba un vestido blanco con escote cuadrado por detrás dejando ver una pequeña porción de su blanca espalda, y por delante bajo pero tampoco demasiado. El corsé, con estampados de flores muy sutiles en un color crema ligeramente más oscuro, tenía el dibujo de una mariposa con piedrecitas incrustadas en la parte delantera, aunque por lo demás era muy sencillo, simplemente resaltando su bonita silueta. Tenía mangas largas y abombadas que, sin embargo, se recogían por las muñecas formando un pequeño pico. La falda, larga y algo abombada, estaba compuesta con exactamente la misma tela que el corsé, y caía en con algunos pliegues hasta el suelo. La parte delantera de esta se abría como un triángulo para mostrar un pedazo de tela algo distinto, con más piedras cosidas, que creaba un efecto de brillo a su alrededor precioso cada vez que se movía.
La melena color rojo intenso la llevaba suelta, lisa, y con un tocado en lo alto, una cofia blanca que parecía una corona, como único adorno. Aparte de eso, llevaba dos pendientes de topacio y una gargantilla de plata y perlas. Los labios color carne, y la mirada verde intensa, hechizante detrás del antifaz plateado.
Era Isabel I de Inglaterra, una reina guerrera, la reina de la Edad de Oro. Su reina.
James la abordó antes de que llegara a las puertas del Gran Comedor, e hizo una inclinación elegante.
-Mi reina -susurró, mirándola fijamente-. El conde de Leicester a vuestro servicio.
Elena, aunque sorprendida, lo reconoció inmediatamente, pero decidió seguirle el juego.
-Oh, mi señor Robert Dudley -murmuró, inclinando levemente la cabeza-. Qué inesperado placer.
-El placer es mío, majestad. Si me permitís…
James tendió su brazo, Elena acomodó la mano en el hueco de su codo, y él sonrió. Había tenido que interrogar un buen rato a Albus para que le dijera de qué iba a vestirse Elena, y luego le había costado otra hora de investigación descubrir que la Reina Virgen sí que había tenido un amor. Robert Dudley. Diez minutos después, corría a Hogsmeade en busca de su disfraz.
-Y bien, ¿cuánto te ha costado sacárselo a Albus? -Preguntó Elena con una sonrisita.
-Le tengo que dejar la capa de invisibilidad el día que él me la pida, pero ha merecido la pena -James se encogió de hombros.
-Podrías habérmelo preguntado a mí directamente, ¿no? Seguro que te hubiera costado menos convencerme -la chica esbozó una sonrisa pícara que hizo a James demostrarle como, efectivamente, la convencería.
-Sí, creo que conozco un par de métodos bastante buenos, pero me habría perdido tu cara de sorpresa.
Elena dejó escapar una risa suave.
-No tienes remedio, Potter. Pero ve más despacio o me voy a matar. No sabes la de capas que llevo, y con estos condenados zapatos o frenas o me mato.
-Tranquila, yo te salvaría -susurró en su oído, pero aún así la obedeció.
Entonces entraron en el Gran Comedor, justo al tiempo que la música empezaba a sonar. Y, sin embargo, nadie se animó a bailar, pendientes como estaban de la pareja que acababa de hacer su aparición. A pesar de los antifaces casi todos se habían reconocido enseguida, y aquellos dos eran más inconfundibles que ningún otro.
Ella, una reina vestida de blanco. Él, su más fiel caballero, de negro a su lado. Conjuntaban a la perfección, y en ese preciso momento nadie hubiera sido capaz de negar que había algo muy fuerte entre James Potter y Elena Williams, pues era como un hechizo que los había subyugado a todos.
El Gran Comedor había sido decorado con mucho cuidado para la ocasión, y lucía como una original mezcla de todas las épocas y lugares que, a pesar de lo que pudiera parecer, acababan conjuntado a la perfección.
Pero James y Elena no prestaron atención, sino que sumidos también en el hechizo que los envolvía caminaron lentamente, con una cierta majestuosidad, hasta el centro de la pista de baile.
James se separó entonces de su reina y se situó frente a ella. Se inclinó levemente y la ofreció su mano.
-¿Majestad? -Murmuró-. Bailad conmigo aunque sólo sea esta pieza.
Elena sonrió y tomó la mano inmediatamente.
-Esta pieza y todas las que deseéis, lord Dudley -dijo, y luego en voz más baja para que solamente él pudiera oírla añadió-. Esta noche sólo quiero bailar con mi conde favorito.
James sonrió y la tomó entre sus brazos para dar los primeros pasos.
-El sentimiento es mutuo… Aunque igual algún otro caballero te reclama.
-Mientras a ti no te reclame ninguna otra bruja… O sea, dama.
-Tranquila, a mí sólo me interesa la reina de Inglaterra.
-Sí que apuntas alto, sí.
-Es que… ¿tú has visto a esa pelirroja?
-Bueno, este conde no está nada mal, todo hay que decirlo.
-Te quedas corta. No hacemos mala pareja, ¿no crees?
-Nada mala -rió Elena.
Había estado pensando mucho aquella tarde mientras se vestía, y había llegado a la conclusión de que James la gustaba muchísimo, más de lo que resultaba razonable. Pero las cosas eran así, y ya que no podía negarse, ¿por qué no darle una oportunidad? El hecho de que las cosas hubieran salido tremendamente mal con Edmond no significaba que siempre la fuera a pasar lo mismo, y ahora estaba segura de que se había equivocado al juzgar a James por el mismo patrón. También era atractivo, sí, y conseguía a cualquier chica que se lo propusiera. Pero no del mismo modo. O al menos no iba a tratarla así a ella, y de momento eso era todo lo que importaba. Que había cambiado.
El resto de asistentes los contemplaron, como si fueran simples figurantes de una extravagante película de época, hasta que Scorpius atrajo a Rose hacia sí con delicadeza y ambos comenzaron a moverse al compás de la música, también.
Cris, que aquella noche se sentía como una auténtica reina de corazones, no estaba dispuesta a quedarse al margen, y rápidamente agarró por la camisa a un chico al que no reconoció, pero que parecía tener una buena planta en su disfraz de soldado confederado americano. Él, al verla sonrió de medio lado y no tardó en pegarla a él tanto que parecía imposible que fueran capaces de bailar.
Y así, poco a poco, todos fueron uniéndose a la danza.
Todos excepto Margot que, recogiendo con cuidado el ruedo de su túnica, se alejó de la pista de baile con elegancia, acercándose hacia la ventana. La espesa capa de nieve que había cubierto los terrenos a principios de trimestre empezaba ya a remitir ya, aunque en aquel momento algunos copos de nieve caían del cielo cubierto, como escapados del agarre de una mano descuidada.
-Pensé que ibas a venir de Medea -susurró una voz a sus espaldas, y unos fuertes brazos la abrazaron por detrás al tiempo que una cabeza se apoyaba en su hombro-, pero este disfraz me gusta más. ¿Es Morgana?
Por un momento, Margot no supo que decir. Porque ella reconocía a la perfección la voz del chico que la había confundido con otra. Con su novia. Por un momento, una sensación desconocida la invadió, y sintió como un nudo se formaba en su garganta. Pero ella era Margot, Margot Greengrass, y no era la Reina de las Serpientes por casualidad. Y mucho menos por actuar como una idiota, loca por un chico que prefería a otra. Por un chico que ni siquiera la distinguía. Así que, echando mano de todo su autodominio y frialdad, se apartó de él, zafándose de su abrazo.
-Creo que me confundes con otra -dijo con suavidad, procurando no ser demasiado brusca ni cortante para no delatarse.
Entonces se giró, y comprobó que quien la había estado abrazando no era otro que Alejandro Magno, con un sencillo antifaz blanco y dorado tras el que brillaban unos ojos azules que prometían toda clase de diversiones. Si no lo hubiera reconocido ya por su voz y por el simple roce de su piel, sus ojos hubieran terminado por delatar a Louis Weasley.
-Oh, eh… No eres Tanya, ¿no? -Preguntó, pasándose una mano por el pelo, avergonzado.
-No -Margot negó con la cabeza.
-Lo siento mucho, me he confundido -se excusó, ruborizándose ligeramente-. De verdad que lo siento.
-No pasa nada.
Louis la miró durante un momento, intrigado. No, definitivamente aquella no era Tanya, y no entendía como en un principio las había confundido. Pero tampoco tenía idea alguna de quién podía ser esa misteriosa mujer… Aunque algo en ella le resultara perturbadoramente familiar.
-Esto… ¿Quién eres? -Preguntó, al fin.
-Soy Morgana -respondió Margot con sencillez-. Soy la primera entre las hadas que gobiernan Avalon.
Y antes de que Louis pudiera hacer alguna pregunta más, se alejó de él con elegancia, inconsciente de la profunda impresión que acababa de marcar en aquel rubio que pretendía ser el general más grande de todos los tiempos.
Para cuando el Maestro de Ceremonias, que no era otro que el Conserje Norris disfrazado, anunció que era la hora de cenar, Cris Avery había bailado ya con todos los chicos que había considerado que merecían la pena, pero ninguno había conseguido seguir el ritmo de la Reina de Corazones, no aquella noche… Ni siquiera un noruego de casi dos metros que pretendía ser Odín. Ni tampoco Robespierre, con el que tanto debiera haber tenido en común. Cris empezaba a desengañarse respecto al mito de los franceses desenfrenados y divertidos. Desde luego, los de Beauxbatons no encajaban en aquel estereotipo.
Buscó a Margot con la mirada, y la vio unos cuantos metros más allá, riendo junto a Andrew Collins, que iba de Julio César. Cris estaba segura de que, lo mismo que él no tenía ni idea de con quién se juntaba, su mejor amiga era perfectamente consciente de que estaba codeándose con un Merodeador. Enarcó una ceja para sí misma, preguntándose qué estaría tramando, pues no tenía ninguna duda de que se traía algo entre manos, pero aún así se acercó, sin hacer caso alguno a todos cuantos la abordaron.
Al distinguirla, Margot se llevó discretamente el dedo índice a los labios, indicándole que no descubriera su tapadera, y Cris frunció el ceño, pero Margot ya no la miraba, sino que parecía prestar total atención a su conversación con Andrew.
Cris se quedó ahí, parada sin saber muy bien que hacer, cuando notó que alguien la agarraba del brazo.
-¿La reina de corazones sola? ¿Y qué será lo siguiente?
Cris no tardó ni medio segundo en distinguir la voz de Travers, y entonces comprendió la jugada de su amiga y sintió ganas de echarse a reír, pero en vez de eso se giró coqueta, con la completa convicción deque su máscara la protegía y de que aquella era una noche para la diversión.
-Es el problema de cortar la cabeza a todos los que me aburren -susurró-, que no se atreven a hacerme compañía.
-Qué casualidad… Yo tampoco consigo encontrar una buena acompañante esta noche; todas temen que su cabeza deje de estar unida a sus hombros.
Cris se giró entonces y comprobó que, tras ella, Jaime la miraba fijamente, calcando el papel de Enrique VIII. Y sintió ganas de reír de nuevo, pero una vez más se contuvo.
-Tal vez debería cenar contigo, entonces. Eso si tú no tienes medio también.
Jaime la contempló, ofendido.
-Harías mejor en temer tú. ¿Quién eres, por cierto?
-Oh, pues yo creo que no. Y soy sólo la Reina de Corazones. No necesitas saber más.
Jaime entrecerró los ojos. Se había fijado en ella en cuanto entró en el Gran Comedor, pero había estado demasiado ocupado entre Lisa y el resto de sus admiradoras como para poder buscarla hasta aquel momento. Aquella chica le resultaba muy familiar, pero no era capaz de ponerla nombre. Y, a su manera, le había seducido e intrigado a partes iguales, así que Jaime estaba decidido a retenerla a su lado hasta medianoche, cuando por fin descubriría quien era.
Encogiéndose de hombros, Jaime la condujo hasta la mesa más cercana, donde Andrew esperaba junto a otra chica que prefirió no identificarse.
Sin embargo, antes de que Jaime pudiera darle vueltas a aquel "misterio", su mejor amigo se acercó a ellos con Elena.
-Pero si es mi bella hija -saludó, con la galantería propia de él-, digna heredera de la belleza de su padre.
Elena lo contempló con una media sonrisa.
-Más bien soy la alumna que superó al maestro -bromeó.
Jaime se echó a reír y todos se sentaron a cenar.
Faltaba poco para la medianoche, momento en que todos deberían desenmascararse, aunque a decir verdad muchos se habían reconocido ya, y Elena se excusó para ir al baño. Hacía rato que bailaba sólo con James, aunque a lo largo de la noche también había bailado algunas piezas con Albus, Alec y el resto de sus amigos.
Mientras volvía, se puso a reflexionar sobre la extraña cena. Ni James ni mucho menos los otros dos Merodeadores las habían reconocido, pero Elena estaba segura de que las misteriosas Reina de Corazones y Morgana eran en realidad Margot Greengrass y su amiga Cris Avery.
Ella no tenía ningún prejuicio en particular en contra de esas chicas, pero resultaba raro que de repente se sentaran con los Merodeadores… Y que fueran tan agradables, porque la conversación había sido de lo más normal, con las típicas bromas y unos cuantos flirteos por parte de Jaime y Cris. Elena no lo acababa de tener claro, y eso la frustraba.
-Vaya, vaya. Pero si tenemos a Isabel de Inglaterra por aquí -dijo una voz burlona delante de ella, y al levantar la vista Elena vio al chico vestido de soldado confederado con el que se había negado a bailar un rato antes.
No le hizo mucho caso y siguió andando, pero él se interpuso en su camino.
-¿Dónde te crees que vas? -Preguntó, acercándose a ella-. ¿O es que acaso eres demasiado buena incluso como para hablar conmigo?
Elena se mordió el labio, nerviosa por la mirada que aquel chico la dirigía.
-Oye mira, esto empieza a darme mal rollo -dijo-. No es nada personal que no quisiera bailar contigo ni nada pero…
-Pero es que James Potter es mejor -la interrumpió él, sarcástico.
-Yo no he dicho eso.
-Pero lo piensas, como todo el mundo.
Antes de que Elena pudiera reaccionar, el soldado ya la había arrinconado contra la pared, pegando mucho sus cuerpos.
-¡Déjame en paz! -Gritó ella, tratando de apartarle al tiempo que maldecía aquel vestido que no la daba libertad de movimiento alguna.
-¿Pero sabes qué? -Continuó él, sin prestarla atención-. Yo soy tan bueno o mejor que él.
-Lo que tú digas, pero no lo estás demostrando mucho. Déjame en paz. James nunca caería tan bajo.
El soldado hizo un gesto desdeñoso.
-Al final incluso te gustará más como beso yo…
-Lo dudo mucho, así que quítate o haré que te arrepientas.
Él la ignoró, y sujetando su rostro con una mano para que no pudiera apartarlo, pegó sus labios.
A Elena, aquel mero contacto le pareció repulsivo, y luchó por zafarse, pero no podía.
-Creo que quiere que la sueltes -observó una voz muy calma a sus espaldas, y de pronto un chico vestido completamente de negro, a juego con su pelo, sacudió un gran puñetazo al soldado confederado, hasta el punto de tumbarlo.
Elena lo reconoció inmediatamente como James, y lo abrazó con todas sus fuerzas.
-Entonces, ¿no hizo nada más? ¿Segura? -Preguntó James por enésima vez.
-Sí, James, de verdad. Gracias, de verdad. De no ser por ti…
-No es nada.
Ambos estaban en un corredor algo alejado, Elena sentada en el interior de la ventana y James de pie, sin poder parar de un lado para otro.
-¿Cómo es que saliste a buscarme? -Preguntó ella, con curiosidad.
-Vi que tardabas y pensé que, con ese mamotreto encima, a lo mejor te habías caído.
-Pues menos mal… Aunque, ¿seguro que no te metes en un lío por mi culpa?
-No, tú tranquila. Ese gilipollas no dirá nada. Y más le vale no volver a acercarse a ti.
Ella sonrió y le miró, profundamente agradecida.
-Muchas gracias, en serio. Cada vez te debo más.
James se paró frente a donde ella estaba sentada, con sólo unos pocos centímetros separándoles.
-¿Es que acaso me debías alguna previa?
Elena se sonrojó levemente ante la intensidad de su mirada.
-Te debía una apuesta -explicó-. Del partido contra Hufflepuff.
-Ah, cierto… Espero que ya hayas aprendido a no apostar contra mí.
-Lily me explicó esa lección.
Ambos se sonrieron.
-Debería cobrarme esa apuesta -continuó James-. Y yo voy de frente: te juro solemnemente que mis intenciones no son buenas.
Elena se mordió el labio y se echó hacia delante, rodeando su cuello con sus brazos. Se acercó más y más a él, y entonces se besaron.
Fue un beso que, por más que lo intentaron, nunca supieron cómo definir, porque mezclaba la complicidad que habían ido desarrollando con la atracción que ambos sentían, la dulzura de un momento como aquel… Todo.
-Travesura realizada -susurró Elena, separándose mínimamente de él.
James sonrió ampliamente y la agarró por la cintura, levantándola y posándola frente a él antes de profundizar el beso.
En cuanto el enorme reloj que habían instalado dio las doce campanadas de media noche, la música cesó, y todos pararon de bailar.
Cris y Jaime, casi en el centro de la pista, se miraron un momento.
-¿Lista para que vea quién eres? -Preguntó Jaime al tiempo que se quitaba su máscara.
Cris negó con la cabeza, pero aún así no perdió la sonrisa y se quitó la máscara, dejando que él viera su rostro.
Para su satisfacción, a Travers se le desencajó la mandíbula.
-¿Avery? -Casi gritó.
-Cristina Avery. Para servirle. Puedes venir a buscarme cuando quieras a una chica con cerebro… a lo mejor -y haciendo una pequeña reverencia al tiempo que le guiñaba un ojo, se marchó en busca de su mejor amiga, dejando a Travers aún más pasmado que antes. ¿Por qué Avery siempre le dejaba así?
En la otra punta del salón, Louis hacía rato que había encontrado a Tanya, que efectivamente iba de Medea, pero en aquel momento no la miraba, si no que barría el Gran Comedor con la mirada, esperando desvelar el misterio de Morgana.
Y la vio en el mismo punto en el que él la había confundido con su chica, pero esta vez en lugar de observar la nieve observaba el Gran Comedor.
Se estaba quitando la máscara, pero antes de que terminara Louis ya sabía quién se ocultaba tras ella, pues en el fondo lo había sabido desde el primer momento.
Era Margot Greengrass.
Y Louis comprendió que él no quería a Tanya, que ella era sólo la opción segura a la que se había aferrado cuando no sabía que hacer.
Él quería a Margot, que tenía toda la magia de Morgana y que bien pasaba por la auténtica señora de Avalon. El problema iba a ser que ella lo entendiera a aquellas alturas.
***
¡Hola! Bueno... se ha hecho de rogar -unas 200 páginas para ser más precisos- pero al fin llegó el momento y espero haber estado a la altura ^^
Este capítulo tan especial me gustaría dedicárselo a AAvery07 y @helloimcarmen por ser tan geniales :)
Un besote!
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