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Est-ce que tu m'aimes encore?

Cuando vio a su hermano volver a la sala común pisando fuerte y con la expresión descompuesta de cuando luchaba por contener las lágrimas, Albus supo que algo iba realmente mal.
Iba a preguntarle qué había ocurrido, pero James ni siquiera le miró y subió las escaleras de dos en dos hasta su habitación. El portazo que dio resonó en toda la torre, y Albus suspiró. Su hermano era muy temperamental a veces, nadie lo sabía mejor que él, pero no actuaba así a la ligera, y en muy pocas ocasiones le había visto perder los papeles de aquella manera.
Cuando salieron de la sala de los menesteres, Elena le había dicho que había quedado con James en el Invernadero 15, y Albus dedujo que algo debía haber ido mal en aquella cita, y que si su hermano mayor estaba así era muy probable que su mejor amiga también lo necesitase. Y como sabía que Jaime y Andrew estaban en su habitación, no lo dudó, y ni siquiera se molestó en abrigarse antes de salir a toda prisa en busca de Elena.

La encontró dentro del invernadero, sentada junto a un arbusto de aspecto extraño, llorando con la cabeza en las manos y escondida entre su pelo. Albus frunció el ceño: resultaba tan obvio, incluso para él, ver que James y Elena se querían… ¿Por qué estaban así, entonces?
El chico negó con la cabeza, diciéndose que tal vez por eso nunca había tenido novia, ya que sencillamente no lograba comprender las relaciones. A su modo de ver las cosas, la gente se complicaba demasiado, viendo complicadas cosas que en realidad eran muy simples. Pero esto tampoco le correspondía juzgarlo a él, así que, como el buen amigo que era, se limitó a sentarse junto a Elena y a rodear sus hombros con un brazo.
-¿Albus? -Preguntó Elena, con la voz rota.
-Sí -dijo él asintiendo-. Vi a James entrar en la Sala Común y supe que algo había ido mal. ¿Qué ha pasado?
-Que soy estúpida, Albus -confesó entre lágrimas-, y encima lo he jodido todo.
Albus apartó un par de mechones rojos de su cara, la abrazó y ella se apoyó en su hombro.
-¿Quieres contarme qué ha pasado? -Preguntó él, acariciando su pelo. Nunca sabía muy bien qué hacer o qué decir en aquellos momentos, así que normalmente se limitaba a escuchar y tratar de reconfortar a la otra persona. Y se sentía estúpido, pero haciendo cualquier otra cosa la sensación hubiera sido aún mayor.
Elena suspiró y asintió. Esperó a serenarse un poco, y después le explicó a su amigo todo lo que había pasado aquella tarde, desde el momento en el que salió del castillo hasta cuando echó a Marie y Claudette con cajas destempladas, con el firme propósito de que aquello no iba a quedar así.
Entonces Albus entendió la actitud de James, porque él hubiera reaccionado igual o peor. Pero había algo que no cuadraba en aquella historia, porque si de verdad hubiera planeado jugar con él, Elena no estaría como estaba en aquellos momentos. Puede que en un principio, ella de verdad pensara así, pero hubiera apostado su cuello a que había cambiado de opinión.
-Y pues eso. Que soy muy idiota -resumió Elena con un suspiro.
-Al menos no se te acaban los sinónimos, ¿eh? -Murmuró Albus, al tiempo que fruncía el ceño  tratando de pensar en algo-. Escucha Elena, no toda la culpa ha sido tuya: en primer lugar Marie y Claudette son estúpidas y James…
-No -lo interrumpió Elena-. Sí que es mi culpa, sí  que lo es. No debí haber pensado siquiera de esa manera, es muy rastrero Albus. Juzgué a tu hermano sin apenas conocerle y fui tan injusta… Todo porque me recordaba a Edmond. Pero James no es así, no…
Albus la estrechó más fuerte.
-Elena, escúchame, ¿quieres?
Pero la pelirroja negó con la cabeza, aún entre lágrimas.
-No. Escúchame tú a mí -pidió, con la voz rota.
Y entonces, por primera vez desde que el año anterior se lo contó a su hermano, habló a Albus de su historia con Edmond.
Desde que tenía seis años, el joven Potter había maldecido a su hermano mayor en incontables ocasiones por no pararse nunca a escuchar, sino actuar guiado por sus primeros impulsos, pero aquella vez lo hizo más que nunca. ¿Cómo se podía ser tan cenutrio?
Albus acarició suavemente las puntas del cabello de Elena.
-Encontraremos la solución Elena -prometió-, Dominique, Rose, tú y yo lo conseguiremos, créeme.
Elena ya iba a negar con la cabeza, pero su mejor amigo no se lo permitió, si no que la ayudó a levantarse y la condujo hasta la Torre Gryffindor.
Al día siguiente ya pensarían algo, de momento ella debía descansar.

A la mañana siguiente, James no fue a Pociones, dejando a Jaime solo para lidiar con una Avery malhumorada, como siempre a primera hora.
-¡¿Me estás tomando el pelo?! -Casi gritó ella, llamando la atención de toda la clase, cuando Jaime le explicó que James no había podido ir a clase porque no se encontraba bien-. ¡Es el maldito día más importante, en el que la amortentia va a  empezar a oler, y tu amiguito no se encuentra bien! -Continuó, aunque hablando más bajo para que solo Jaime la oyera-. ¿Estamos tontos o qué? Ya podría estar muriéndose que me da igual, no hay excusas para faltar hoy.
Jaime ni siquiera intentó dar alguna razón a favor de su mejor amigo, pues había aprendido que cuando Cristina Avery estaba de aquel humor -y más en las primeras horas del día-, más valía callarse o la cosa sería aún peor.
-Ponte a deshojar esas ramas -ordenó la slytherin bruscamente, al ver que Jaime no pensaba decir nada-, y que no se te rompan las hojas o la liamos.
Jaime obedeció rápidamente, aún sin decir palabra, y ella también se puso manos a la obra, primero reajustando el fuego de la poción y removiéndola un poco, y luego cortando algunos ingredientes con una mala leche que evidenciaba su mal humor, al tiempo que mascullaba maldiciones contra Phileas Shanatan por colocarla con dos idiotas semejantes para lo que quedaba de trimestre.

Entre tanto, en la mesa de delante, Margot se afanaba en dar los últimos retoques a su propia poción, que ya presentaba un agradable color rosado pero que, de momento, sólo olía a caramelo derretido, puesto que faltaban aún algunos de los ingredientes más importantes y unas cuantas horas de reposo para que su amortentia estuviera verdaderamente completa.
Louis no había aparecido por clase ese día, pero no la importaba lo más mínimo. Se las podía arreglar a la perfección sin él, y además resultaba un descanso no tenerle a su lado.
Porque podía negarlo todo lo que quisiera, y de hecho lo hacía hasta la saciedad, pero en el fondo no era demasiado difícil ver que a Margot le atraía Louis Weasley, y tanto su hermano como Cris, las dos personas que mejor conocían a la Reina de las Serpientes, la habían notado bastante alicaída últimamente, aunque sólo esta última había relacionado la melancolía e irascibilidad de su mejor amiga con el rechazo por parte de Louis, que había preferido a Tanya Jordan antes que a ella.
Pero lo importante es que aquel día estaba sola, y relajada como no se había sentido últimamente. Margot se había quitado el jersey debido al calor que tenía, y no tardó demasiado en subirse también las mangas de la camisa hasta los codos y en recogerse el pelo en una coleta alta para mayor comodidad. Se movía con gracia entre los ingredientes, cortando con rapidez y efectividad, añadiendo cosas aquí y allá y, de vez en cuando, parándose para picotear de alguna cosa dulce o que la gustara.
La puerta de la mazmorra se abrió entonces, y la chica levantó la mirada, con una sonrisa soñadora en los labios, para ver de quién se trataba. Era Louis Weasley, con el pelo rubio algo revuelto y un cierto aire circunspecto, seguido por una Tanya Jordan con los ojos hinchados y llorosos, pero una expresión de serenidad en el rostro. Al verlos, Margot se envaró y la sonrisa desapareció de su rostro. Miró a Shanatan, que había levantado la vista del libro que estaba leyendo, y cruzó los dedos interiormente para que no los dejara entrar. Pero no estaba de suerte.
-Vaya, señor Weasley, señorita Jordan… -comenzó  el profesor, con su habitual tono sarcástico-. Menudo horario tienen ustedes, ¿no? Creo que voy a ir a hablar con la directora McGonagall a ver si yo también puedo entrar a estas horas… Pero por favor, compartan con este viejo un poco de su enorme sabiduría: ¿cómo han hecho para convencerla? Estoy seguro de que me será útil saberlo.
Louis y Tanya miraron al suelo avergonzados, sin decir nada.
-Vaya, veo que ustedes se guían por el dicho muggle de "un buen mago nunca revela sus trucos", ¿no? Una pena, una pena, yo les hubiera puesto un diez. Pero en vista  que no me van a decir nada, no tienen el aprobado ni mucho menos tan asegurado, así que vayan a sus sitios inmediatamente y agradezcan que sus compañeros sean mucho más responsables que ustedes. ¡Venga!
Margot apretó los dientes, fastidiada, pero no dijo nada y siguió picando el perejil que necesitaba, ignorando a Louis cuando se sentó a su lado y comenzó a sacar sus artilugios de pociones.
La slytherin era increíble en pociones, y hasta aquel momento era ella la que siempre había llevado la voz cantante en el grupo, dándole con tono seco y preciso órdenes sobre lo que debía hacer y sin prodigarse demasiado en explicaciones. A él le fastidiaba esta actitud pero, ¿qué podía hacer? Eso había pensado hasta el baile de disfraces, a pesar de que esa actitud derrotista no iba mucho con él, pero ahora estaba decidido a cambiar las cosas.
Había pensado en muchas cosas que tenía que decir, pero en aquel momento se quedó en blanco, sin poder apartar sus ojos azules de ella: el pelo negro recogido en una coleta le quedaba a las mil maravillas, y observó hipnotizado como ella se apartaba el flequillo, un poco demasiado largo, como siempre, y lo recolocaba.
Siguió contemplando sus ojos bordeados por tupidas pestañas, su nariz fina y elegante, sus labios voluptuosos, fruncidos en aquel momento y que él quería besar. Bajó la vista por su cuello, la camisa blanca con el escudo de Slytherin desabotonada hasta que se podía entrever la curva de sus pechos, la delgada cintura… Por Merlín, aquello iba a acabar muy mal, porque el autocontrol de Louis estaba ya a punto de terminarse.
-¿Se puede saber qué haces, Weasley? -Inquirió Margot, echando el perejil a la poción con una cucharilla-. Cierra esa boca, que entran moscas. Además, tienes a tu novia dos mesas más allá, y aunque personalmente yo también me miraría a mí antes que a ella, tú ya decidiste lo que querías en su día.
Louis dirigió de nuevo su mirada a los ojos de ella, y se pasó una mano por el pelo. Era la mención más directa que Margot había hecho al respecto de lo que había pasado entre ellos, y, de repente, todo lo que había pensado decir se fue de su cabeza.
-Lo he dejado con Tanya -consiguió articular al fin.
Margot tardó un momento en responder, mientras procesaba internamente la noticia. ¿Significaría aquello que Louis…? Pero Margot no podía permitirse hacerse ilusiones.
-Pues me alegro mucho. Por ella, más que otra cosa. Tú para esta tarde ya habrás encontrado a otra inocente a la que dar falsas esperanzas, ¿no?
Louis se mordió el labio, a sabiendas de que él se lo había buscado.
-Margot, lo siento mucho… Deja que te explique…
-No, Weasley. Yo no quiero ni necesito ninguna explicación, así que ahórrate el discurso para la siguiente y ya que llegas tarde al menos ponte a hacer algo de provecho.
Louis contuvo un grito de exasperación. Aquello iba a costarle más de lo previsto, pero no iba a abandonar de buenas a primeras.

Cris acababa de añadir el extracto de saliva de unicornio a la poción, y Jaime y ella la contemplaban expectantes, esperando a que empezara a oler. Al fin, unos segundos después, el humo de la poción empezó a elevarse en las características espirales de la amortentia, y ambos se inclinaron sobre ella.
Cris aspiró hondo, y tuvo que aferrarse a la mesa para no pegarle un buen trago a la poción, que olía a chocolate y menta mezclado con algo más. ¿Colonia? ¿Era colonia de tío? Era la colonia de Jaime,  en concreto.
-Joder Travers, deberías echarte menos colonia -dijo, cuando ubicó el olor-. En serio, me está llegando hasta aquí el olor.
Jaime frunció el ceño, porque de hecho él apenas se echaba colonia, pero de repente sonrió y se acercó a ella.
-¿Tú crees que de verdad llevo tanta colonia? -Susurró-. ¿O es que te gusta tanto que ya la hueles hasta en tu amortentia?
Cris se mordió el labio inferior, pensando si de verdad sería posible.
-Eso sería que hemos hecho algo mal -dijo, sacudiendo la cabeza-. Se supone que la amortentia tiene  que oler a cosas que te gustan.
-Sí -convino Jaime, enrollándose un mechón del pelo oscuro de Cris entre los dedos-, cosas que te gustan, que te atraen…
-Suéltame.
Pero Jaime la ignoró, y continuó con su monólogo.
-Qué cosa tan curiosa la atracción, ¿no crees? -Añadió, con un tono que parecía acariciarla.
-Tan inexistente entre nosotros -añadió ella, luchando por no dejarse llevar.
Pero Jaime era un experto en mujeres, y notó su debilidad mejor incluso que ella misma, así que aprovechó ese momento para agarrarla por la cintura y arrinconarla entre la mesa y su cuerpo. En cualquier otro momento, Cris hubiera sacado su varita y le hubiera gritado todo tipo de cosas antes de lanzarle una maldición, pero no quería atraer la atención del profesor Shanatan y, además, tampoco es como si fuera capaz de decir algo coherente.
Pero la suerte estaba de su parte aquel día, y justo cuando Jaime se inclinaba hacia ella sonó el timbre de final de clase. El estridente sonido terminó con la peculiar atmósfera que había entre los dos, y Cris lo apartó con fuerza.
-Vaya Jaimito -dijo-, contente un poco, que para estas cosas ya tienes a la Connors. Yo tengo un poquito más de dignidad.
Jaime estaba a punto de replicar, pero antes de que le diera tiempo ella cogió su mochila y salió de la mazmorra con Margot Greengrass.
El chico suspiró, y se tomó su tiempo para guardarlo todo bien antes de salir. En el pasillo, se encontró con Louis Weasley, que observaba a Cris y Margot perderse en dirección a su Sala Común.
-Jodidas slytherin -masculló Louis al verle salir.
-Y que lo digas tío -respondió Jaime, dándole una palmada en la espalda-. No hay quién las entienda.
-A mí me lo vas a contar.

Aquella fue una semana horrible, y no sólo para James y para Elena, que solamente salían de sus cuartos para ir a clase y, cuando sus amigos les obligaban, al Gran comedor, si no también para sus amigos, que les veían así y no sabían qué hacer, porque ninguno atendía demasiado a razones, tampoco.
El viernes a última hora James tenía herbología en el Invernadero 9, y hacia allí se dirigía en el último minuto, solo, pues aquel año había tantos alumnos de séptimo matriculados en la asignatura que había sido necesario desdoblar la clase en dos, y tanto Jaime como Andrew -con los que iba a casi todas las clases- estaban con la vieja profesora Sprout, mientas que a él le había tocado el profesor Longbottom.
-¡Potter! -Gritó una voz con marcado acento francés a sus espaldas, y James se giró al instante, para ver a Alec Fournier, el Campeón de Beauxbattons y, encima, uno de los mejores amigos de Elena.
-Qué pasa Fournier -dijo, con impaciencia. Lo último de lo que tenía ganas era de hablar con Alec-, tengo prisa.
-Me importa bastante poco -replicó Alec, bruscamente-. Eres gilipollas y alguien tiene que decírtelo.
James apretó los puños, luchando por no meterle un buen puñetazo en el ojo.
-Vete a la mierda -dijo, y se dio la vuelta.
Pero Alec lo agarró por la parte trasera del jersey, reteniéndolo.
-Por mí a la mierda te puedes ir tú, pero antes vas a escucharme.
-¿Y eso por qué?
-Porque no sé quién te has creído para tratar a Elena así, pero vas a disculparte.
-¿Yo? -Gritó James, sin poder contenerse más-. ¡¿YO?! ¡Es ella quien intentó utilizarme! ¡Es ella quien debería disculparse!
Alec negó con la cabeza.
-¡Claro que pensó eso! Porque tú eres precisamente la clase de chico que era Edmond, ¿qué querías que pensara? Además, usa las dos neuronas que te quedan, Potter. Si realmente planeara utilizarte Elena no estaría como está.
James ladeó la cabeza. Aquellos días había preferido no prestar mucha atención a Elena, porque eso solamente echaba más leña al fuego, pero si es cierto que había notado  que no salía demasiado de su habitación, cuando antes siempre estaba por ahí
-Un momento. ¿Edmond? ¿Quién demonios es Edmond?
Alec frunció el ceño. Realmente sonaba a algo muy típico de Elena el no haber contado nada a James acerca de Edmond… Y, de hecho, todo cuadraba mucho mejor así.
El francés agarró a James del brazo y lo condujo a la sombra del enorme carruaje de Beauxbattons, donde nadie podría verlos. Este no protestó, porque aunque en teoría ya debería estar en clase, si se trataba de Elena la consideraría una hora bien invertida.
-Bueno, explícate -ordenó James.
Alec se sentó en el suelo, haciéndole un gesto para que lo imitara, y sólo cuando lo hizo comenzó su historia.
-Elena y yo nunca fuimos lo que se dice populares en Beauxbattons, ni tampoco Claudette y Marie, aunque ahora quieran hacer creer lo contrario. No es que fuéramos marginados, a ver, si no que más bien pasábamos algo desapercibidos… Y tampoco es como si nos importara, la verdad. En fin, la cosa es que Elena nunca tuvo un novio ni nada en la Academia, lo más parecido a una relación fue darse un par de besos con un alemán de intercambio, David se llamaba.
>>Bueno, la cosa es que… ¿Recuerdas al guardián de nuestro equipo? Él también está aquí, Edmond Florit. Edmond es de familia sangre pura, y siempre fue -y es- uno de los chicos más populares de la Academia, el típico que se cree el mejor en todo y que encima es guapo, así que todas las chicas van detrás de él. Elena no era la excepción, pero no creía que tuviera una sola oportunidad con él. La verdad es que ninguno lo creíamos, pero ese no es el caso. Resulta que Edmond debió hacer una especie de apuesta con sus amigos, no sé muy bien todos los detalles, pero la esencia es que él saldría con Elena y antes de que terminara el curso iba a acostarse con ella.
James apretó los puños, pero Alec puso una mano en su pecho indicándole que no dijera nada, y continuó hablando.
-Ya te digo que no teníamos ni la menor idea del asunto, y todos nos pusimos la mar de contentos cuando Edmond por fin pareció madurar un poco y empezó a salir con una chica como Elena, que a decir verdad se alejaba bastante del perfil que solía gustarle. Por otra parte, ella estaba increíblemente feliz, porque Edmond era un encanto y siempre tenía la típica cosa de película para ella.
-¿Pero consiguió…? -Empezó James, sin poder contenerse, y con los nudillos blancos de  tanto apretar los puños.
Alec le miró, fastidiado por la interrupción.
-No. Fue algo después de Año Nuevo, una semana o dos después de volver de las vacaciones de Navidad. Elena y yo estábamos… No sé muy bien qué estábamos haciendo, pero juraría que ella estaba dibujando en los jardines o algo así. Oímos a Edmond pasar con sus amigos, hablando precisamente de la apuesta. Edmond se estaba jactando de que antes de Semana Santa lo habría conseguido, y ya sabes como es Elena: se lanzó sobre él preguntándole si era cierto, y ni siquiera lo negó. La verdad es que le dio una buena paliza, pero al final ella quedó peor. Deberías haberla visto, apenas comía, se pasaba los días en su habitación estudiando, y nos costó muchísimo que volviera a la normalidad. Aún así algo cambió en ella.
-Joder ahora todo tiene sentido -suspiró James, hundiendo la cabeza en sus manos-, pero yo nunca la haría algo así. ¡Yo no soy así!
-Ya bueno, pero eso no podía saberlo -Alec se encogió de hombros-. Al principio te vio, y además teniendo en cuenta lo que se hablaba de ti por aquí… O por lo menos eso me decía. Pero luego fue conociéndote, y algo debiste hacer bien, porque cambió  su opinión poco a poco, pero radicalmente.
-¿Y la conversación de después de la primera prueba…?
-Sospecho que Claudette y Marie no te lo contaron todo entonces. O al menos no lo que yo dije. Cualquiera que conociera bien a Elena hubiera visto que no sentía eso en realidad, y personalmente yo creo que ya empezabas a gustarla por aquel entonces, pero es algo terca y aún estaba en fase de negación… Lo típico, en fin.
James se pasó las manos por el pelo. ¿Por qué Elena nunca le había contado aquello? Aunque tal vez lo hubiera hecho si él se hubiera parado a escucharla en lugar de irse como un cobarde.
-Por Merlín, igual sí que soy muy idiota.
-Lo eres -asintió Alec-. Y yo te partiría la cara si no estuviera seguro de que ella me lo reprocharía luego.
La cara de James se iluminó entonces.
-Entonces… ¿tú crees que aún tengo alguna oportunidad con ella? ¿No la habré cagado definitivamente.
-Yo no he dicho eso, a lo mejor sólo es que quiere hacértelo ella misma… Eso pregúntaselo a Elena.
James asintió.
-Gracias Alec. A lo mejor eres buen tipo y todo.
-Una pena no poder decir lo mismo -replicó este, pero James ya no lo oía, porque se había marchado corriendo en dirección al castillo.

Encontró a Elena en la Torre de Gryffindor, subiendo las escaleras hacia su cuarto. La última hora de clase no había terminado aún, pero ella la había tenido libre, así que se había quedado en la Sala Común, leyendo El gran Gatsby¸ libro del que nunca se cansaba a pesar de haberlo leído incontables veces desde que, a los trece años, su padre se lo recomendara. Pero ni siquiera en la lectura encontraba descanso últimamente, y apenas se estaba enterando de lo que leía cuando oyó la voz grave y algo ronca de James decir la contraseña para pasar a la Sala Común.
Inmediatamente, sin dejarse invadir por las sensaciones que provocaba esa voz en lo más hondo de ella, dejó el libro olvidado sobre el sillón y se apresuró en subir a su dormitorio, donde sabía que él no podría alcanzarla.
Pero no fue lo bastante rápida, y James la vio cuando sólo había subido un par de escalones.
-Elena -Llamó, pero ella lo ignoró-. ¡Elena!
La pelirroja hizo una mueca de dolor. De acuerdo, se había equivocado y era muy consciente de que había obrado mal, pues desde pequeña sus padres habían educado a Elena para asumir los errores. Y ella lo hacía, pero en aquel momento quería permitirse ser una cobarde, porque sencillamente no podía soportar que James pensara que su única intención era utilizarle.
Pero el mayor de los Potter no iba a rendirse: necesitaba hablar con Elena, necesitaba disculparse, y necesitaba hacerlo ya. Así que, sin dudarlo, corrió hacia los escalones. Pero antes de que alcanzara  el segundo, la escalera se convirtió en un tobogán gigante, tal y como él había planeado, ya que aunque él cayó de espaldas -y bastante dolorosamente- contra el suelo, Elena tampoco se libró de resbalar y caerse, aunque por suerte James se movió unos centímetros a la derecha, calculando exactamente donde iba a caer, de modo que lo hizo exactamente encima de él, lo que amortiguó bastante la caída.
James no pudo evitar una mueca de dolor, pero aún así la aprisionó en sus brazos antes de que la diera tiempo a irse.
-Elena -susurró contra su oído-. Elena escúchame por favor.
-Déjame en paz -pidió Elena, con la voz quebrada-. Por favor.
-No -James la dio la vuelta para que lo mirara a los ojos, y aunque en un principio ella se negó y apartó la mirada, acabó cediendo. El corazón de él por poco terminó por resquebrajarse al ver aquellos ojos verdes, preciosos pero llenos de lágrimas, y más a sabiendas de que era por su culpa.
-James déjame por favor.
-No -repitió él-. He estado hablando con Alec.
-¿Con Alec? ¿Qué te ha dicho ese bocazas? -Preguntó Elena, dejando de debatirse entre sus brazos.
James aprovechó ese momento para envolverla más fuerte y pegada a él.
-Me ha contado lo de Edmond -reconoció-. Y sólo puedo decir que lo siento muchísimo, no sabes cuanto. Soy estúpido pero por favor perdóname. Tienes que perdonarme.
Elena se dejó caer contra su pecho.
-Pero James entiéndeme tú a mí. Creíste ciegamente a Marie y a Claudette, y ni siquiera te paraste a escucharme, a dejar que te explicara mis razones. Y ahora ha tenido que ser Alec quien te explicara toda la historia para que tú me dieras una oportunidad de hablar contigo. Eso duele -explicó, y algunas lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas.
James acercó el rostro de ella al suyo, y lentamente besó sus lágrimas hasta limpiarlas.
-Porque soy gilipollas. La culpa no fue de esas dos, la culpa fue mía por no haberte escuchado, y de verdad que sería lógico que tú me ignoraras, pero no me hagas eso…
Elena enterró la cabeza en su pecho, sin saber qué decir.
-Elena -susurró James en su oído, repitiendo las palabras que había pedido a Alec que le tradujera al francés-, est-ce que tu m'aimes encore?[1]
Ella levantó la cabeza y le miró.
-Oui. Sí James, y no puedo evitarlo. Pero la cosa es que te quiero -añadió, y le besó.
Fue un beso en el que dieron rienda suelta a todo lo mal que lo habían pasado los últimos días, a la frustración y al dolor. Pero más que nada, en ese beso expresaron todo lo que sentían el uno por el otro, de un modo que las palabras jamás conseguirían transmitir.

***
Cuando había preguntado, sus amigos le habían dicho a Lysander que Lily Luna estaba junto al Lago Negro, que había dicho que aquella tarde lo que necesitaba era estar sola y pensar.
Pero esto no detuvo al chico, que llevaba mucho tiempo deseando hablar con ella y no iba a dejar pasar la oportunidad.
Efectivamente, la joven vidente estaba allí, sentada sobre una roca, con el viento sacudiendo su pelo suelto y los ojos pardos clavados en las aguas. Lysander se acercó a ella y se sentó a su lado sin decir palabra, esperando a que fuera Lily quien rompiera el silencio cuando quisiera.
-¿Te ha pasado alguna vez que intentas recordar algo con todas tus fuerzas pero que no eres capaz de hacerlo? -Preguntó ella al cabo de un par de minutos, pero sin apartar su mirada del lago.
-Me pasa a menudo -respondió Lysander, hipnotizado con el delicado perfil de aquella chica que últimamente le quitaba el sueño.
-¿Y qué haces en esos momentos? -Lily por fin se giró para mirarle frente a frente.
Lysander se perdió en su mirada y en el olor a hierba cortada de aquella chica, que se mezclaba a la perfección con la colonia frutal que usaba. Conocía a la perfección esa colonia, porque, además, era la misma  que usaba su madre. Y la adoraba.
-Distraerme -dijo, con sencillez-. Pensar en otra cosa y tratar de olvidarme del asunto, porque, tarde o temprano, vuelve a mi mente.
-¿Y si no logras distraerte de ninguna manera?
-Entonces pido ayuda.
Y sin decir nada más, Lysander acarició suavemente su mejilla, y agarrándola con dulzura pero firmeza aproximó sus rostros. Sus labios estaban a punto de rozarse, sus alientos se entremezclaban, pero él quería que fuera Lily quien diera el paso definitivo.
Y ella estaba decidida a hacerlo.
-¡Lysander! -Llamó la afectada voz de Andrea White a sus espaldas-. Lysander, vamos tarde, McGonagall nos está esperando ya, tenemos que irnos…

***
[1] ¿todavía me quieres?

Sé que no tengo perdón por haber tardado tanto en actualizar, pero es que se me han juntado los exámenes con la falta de inspiración y... En fin.
De paso os digo que sintiéndolo mucho creo que tampoco la semana que viene habrá capítulo, porque me voy de viaje con el instituto y como que no voy a tener tiempo.
Aún así prometo que actualizaré cuanto antes y espero que os haya gustado el cap.
Un besazo,
AngelaLannister

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