"Cuando nieve en el infierno"
Se llevaron rápidamente a Alec a la enfermería, y Elena les siguió muy preocupada, mientras, fuera, la celebración por James seguía.
Tumbaron a Alec cuidadosamente sobre una de las camillas, donde Ella Clark, la nueva ayudante de Madame Pomfrey, acababa de poner unas sábanas limpias. Mientras tanto, la anciana enfermera rebuscaba entre los tarritos de su despacho hasta encontrar una cajita de marfil donde guardaba unas hierbas que hacía tiempo que no usaba.
-¿Qué es eso? -Inquirió Elena, sentada en la silla junto a su mejor amigo.
Madame Pomfrey la sonrió comprensivamente.
-Ella, ve a y tráeme un litro de agua negra hirviendo -solicitó, y su ayudante rápidamente corrió a cumplir con el encargo-. ¿Estudias pociones para ÉXTASIS, querida?
Elena asintió.
-Bien -continuó Madame Pomfrey-, entonces conocerás la poción de la luna negra, aunque sólo sea de oídas, ¿no es así?
El nombre quería sonar a Elena, que forzó la memoria. Tras unos segundos pensando, se le encendió una bombillita. Su profesor de pociones se lo había explicado en una de las primeras clases: se trataba de una poción curativa muy específica cuya receta había permanecido en manos de los seres del bosque durante siglos hasta que una maga italiana se la había arrebatado a una colonia de trasgos unas décadas atrás y había revolucionado el mundo de la medimagia, puesto que ayudaba a paliar el dolor mejor que cualquier otra cosa conocida, y si se mezclaba con el ingrediente adecuado, podía curar practicamente cualquier herida. Desgraciadamente, era extremadamente difícil de preparar, por lo que se solía administrar con cuentagotas. Y, precisamente por eso, el hecho de que Madame Pomfrey pidiera una jarra entera a su ayudante preocupó más a Elena.
-Sí, nos han hablado de ella -dijo Elena, sin apartar la mirada de Alec, tendido en la camilla.
-Probablemente la estudiéis más a fondo el año que viene, porque es un tema muy común en los exámenes teóricos del ÉXTASIS de pociones -comentó Pomfrey yendo a buscar un trapo húmedo y apoyándolo en la frente de Alec, que ardía-. En cualquier caso, como sabrás, es muy valiosa y normalmente se administra exclusivamente en pacientes muy graves.
-Eso quiere decir que Alec… -Elena tragó saliva.
Madame Pomfrey esbozó una sonrisa y le apartó un mechón pelirrojo de la cara con dulzura: aunque nunca había tenido hijos siempre había adorado a los niños, y precisamente eso era lo que le había hecho trabajar en la enfermería de Hogwarts aún cuando sus excelentes puntuaciones le habrían asegurado un puesto mucho mejor en cualquier hospital mágico, empezando por el prestigioso San Mungo de Londres.
-No te preocupes -dijo la medimaga con una sonrisa que a Elena le recordó vagamente a su madre-, tu amigo no está tan mal. Está grave, sí, pero no tanto como para necesitar una jarra entera. En cualquier hospital normal le darían sólo unas gotas y con eso bastaría, pero en Hogwarts tenemos la suerte de contar con Ella, que se especializó en la preparación de pociones y, de hecho, fue una de las mejores de su promoción. Por eso disponemos de Luna Negra de sobra y podemos administrarla con un poco más de generosidad, para acelerar la curación y evitar sufrimientos.
-Entonces, ¿se pondrá bien pronto? -Elena suspiró de alivio.
-Más o menos, supongo. Te voy a ser sincera, este tipo de heridas son bastante difíciles, pero saldrá de esta…
Elena asintió y acarició la mejilla de Alec con la punta de sus dedos. Llevaban siendo los mejores amigos desde los once años, y siempre lo habían compartido todo. Era la persona a la que más había echado de menos al irse de Francia, y se alegraba de tenerlo otra vez junto a ella.
En ese momento, Ella volvió con una jarra humeante de poción que depositó cuidadosamente en una mesa con ruedecitas al lado de la cama.
-De momento eso es todo Ella, puedes descansar: sé que todavía no estás del todo repuesta de tu gripe.
La joven medimaga vaciló. Madame Pomfrey era sin duda muy capaz a pesar de sus años, pero aún así últimamente se fatigaba con facilidad y prefería estar junto a ella para ayudarla siempre.
-Estás segura de que…
-Sí, no te preocupes Ella. Aunque sea vieja, todavía valgo para ciertas cosas, y si no la señorita Williams se quedará aquí para alcanzarme algo si lo necesito o cualquier cosa.
La voz de Madame Pomfrey era amable pero no admitía réplica, y Ella se despidió y se marchó rápidamente.
Entonces la vieja enfermera sacó de uno de los armarios un tazón de obsidiana y lo llenó hasta más o menos la mitad con la poción, de color azul marino muy oscuro. Acto seguido, convocó algo que parecía un vaso de precipitado, aunque de un material que sin duda no era vidrio pero que Elena tampoco pudo reconocer. Abrió delicadamente la caja de marfil, como si se tratara del más preciado de los tesoros, y de ella sacó una cuchara de plata con runas delicadamente dibujadas por toda su superficie y un cofrecito de madera rosada con el mismo tipo de runas. Abrió el cofrecito con igual cuidado y, utilizando la cuchara, comenzó a echar en el tazón varias cucharadas de unos extraños polvos verdes.
-Esto es sangre de hada sometida a un complicado proceso para que sea un polvo que se diluye sin dificultad alguna en la mayor parte de pociones -explicó con voz suave mientras revolvía la mezcla-. Es muy difícil de conseguir, pero es el método más eficaz para que esta clase de heridas se curen, el único que no deja secuelas, me atrevería a decir.
-Estudié la sangre de hada en Preparación de Amuletos -comentó Elena frunciendo el ceño-. Es extremadamente efectiva, pero se pasa de potente para la mayor parte de cuerpos humanos y puede causar agonía.
-No te preocupes, es precisamente por eso por lo que la administramos con Luna Negra, para que no haya sufrimiento y porque además potencia sus capacidades.
Elena asintió, y se limitó a observar como Madame Pomfrey seguía revolviendo la mezcla hasta que esta se tornó casi negra y de aspecto espeso. Cuando juzgó que era suficiente, Madame Pomfrey sacó su varita y dio un par de golpecitos en el borde del tazón que enseguida se llenó hasta el borde.
-Bien, ahora le daremos esta mezcla y podremos limpiarle las heridas. Probablemente duerma hasta mañana por la mañana, aunque si es muy fuerte se despertará de madrugada. La verdad es que varía un poco con cada persona, es imposible establecer un único patrón.
-¿Podré quedarme esta noche con él?
Madame Pomfrey la miró con una sonrisa. Le enternecía ver a aquella joven tan preocupada por su amigo, dispuesta a velarle toda la noche mientras la mayoría de sus amigos estaban de fiesta. No eran tantos los adolescentes que harían eso.
-Por supuesto.
Alec era de Calais, y por tanto ya estaba en el carruaje cuando este pasó a recoger a Elena por su calle en París. Por aquel entonces era un chico alto y flacucho, con una mata de pelo castaño oscuro y unos enormes ojos azules que parecían reír por si solos. Sin saber por qué, a Elena le recordó a su hermano Alaric. Sin dudarlo, con su habitual desparpajo, se sentó a su lado y empezó a darle conversación.
Él era un chico cortado al que había que sacarle la información con sacacorchos, mientras que ella la soltaba sin control. Tal para cual, vamos.
Elena tardó el camino desde París hasta la Academia en hacerse un hueco en su corazón, y desde entonces no se separaron más. Poco a poco, de la manera más natural del mundo, se hicieron más y más amigos, y él hizo que ella se controlara un poco, mientras que Elena le ayudó a soltarse más. Con el tiempo, Claudette y Marie también se habían unido a su grupo, pero no compartían el mismo lazo que siempre les había unido a ellos dos.
Eran Alec y Elena, siempre juntos. Ellos dos, que podrían con el mundo si fuera necesario.
Alec se despertó exactamente a las cuatro y siete minutos de la madrugada, desorientado y con un fuerte dolor de cabeza. Tosió un par de veces antes de girarse hacia la derecha con una mueca de dolor, tratando de encontrar una postura más cómoda, y allí vio a su mejor amiga, sentada en una postura tan extraña de esas que sólo ella sabía poner, durmiendo con el pelo desparramado sobre la cara. Sonrió al verla así, y al comprobar que se había quedado con él en lugar de estar de fiesta con sus nuevos compañeros. Sin duda, él hubiera hecho lo mismo, pero nunca se lo hubiera reprochado de haberse ido.
En ese momento, Elena abrió sus preciosos ojos verdes y lo miró con aquella sonrisa que sólo le dedicaba a él.
-La enfermera dijo que no te despertarías hasta por la mañana, pero yo sé que eres fuerte -murmuró ella suavemente mientras le apartaba el pelo de los ojos-. ¿Cómo te encuentras?
-Como si los caballos de Maxime me hubieran pasado por encima -confesó Alec.
Elena rió suavemente y se levantó a por un vaso de agua que tendió a su amigo.
-Qué malo es conocerse -sonrió el chico, y bebió con avidez.
-Encima que te trato como a un rey…
Él sonrió y los dos se miraron en uno de esos momentos en los que sobran las palabras.
-Estoy muy orgullosa de ti, Alec. Al final lo conseguiste -susurró ella-. Aunque me has dado un buen susto, pero sabía que podrías.
Alec guardó silencio durante un momento, recordando la primera prueba y cómo había conseguido superarla.
-¿Cómo quedamos? -Preguntó al fin el chico.
Elena se encogió de hombros.
-No lo sé. Ni siquiera esperé a que Zinaida terminara, en cuanto saliste del Bosque Prohibido vine contigo a la enfermería, y no me quedé para ver las puntuaciones. Pero no te preocupes, ya nos enteraremos. Lo importante es que estés bien.
Alec asintió. En cierto modo estaba tranquilo, aunque le decepcionaba un poco que Elena fuera la única que hubiera ido con él. Ella, que lo conocía mejor que a sí misma, le sonrió tranquilizadoramente.
-No te preocupes. Han restringido todas las visitas por lo de que eres el Campeón de Beauxbatons y no querían que la enfermería se llenara de gente. Yo he podido quedarme porque tengo enchufe con Madame Pomfrey.
-Cómo no… Tienes contactos hasta en el infierno, ¿no Elena?
-Sabes perfectamente que allí es donde más tengo.
Los dos rieron estrepitosamente. Era una tontería, pero eso es lo que suele pasar con los amigos. Que las cosas más tontas son las que más les hacen reír.
-Ahora si estás bien duerme un rato más, anda. Tienes que recuperarte lo antes posible.
Alec sonrió y sacudió la cabeza, como siempre que su amiga se comportaba como una madre como él, pero la hizo caso y cerró los ojos. En poco tiempo, su respiración se hizo más regular y él se sumió en el mundo de los sueños.
Eran las siete de la mañana, y todo el mundo seguía durmiendo en la Torre Gryffindor después de la fiesta de la noche anterior. Lo cierto es que las cosas se habían desmadrado un poco bastante, hasta que el mismo Profesor Longbottom había subido a pedirles que pararan. Tampoco es como si le hubieran hecho demasiado caso, pero el hombre lo había intentado.
Ahora, mientras se levantaba, James se arrepentía de haber seguido con la fiesta hasta tan tarde. Le dolía todo, y sentía como si su cabeza fuera a estallar de un momento a otro.
-Necesito empezar a controlarme -masculló para sí mientras se llevaba los dedos a las sienes y se levantaba.
Sus amigos seguían profundamente dormidos, y James los envidió, pues sabía a ciencia cierta que él ya no iba a poder dormir, por más que lo intentase.
Cogió algo de ropa de su cómoda y entró en el minúsculo baño de su habitación para darse una ducha. Abrió el grifo de agua fría y suspiró.
Mientras se duchaba, pensó en el día anterior. Tenía que acordarse de escribir a sus padres explicándoselo todo o su madre le mataría y luego dejaría sus restos a los centauros para que se divirtieran. Ginny Potter era a veces un poco drástica, sí.
Mientras se lavaba el pelo se acordó de Elena. Recordando el abrazo que le dio cuando salió del Bosque Prohibido, no pudo evitar sonreír tontamente. Era un pequeño gesto, pero le había hecho muchísima ilusión. Demostraba que se preocupaba por él, que aún tenía oportunidades. Por desgracia, ella no había estado en la fiesta la noche anterior, si no que en cuanto vio como estaba Alec había corrido junto a él y no debía haberlo dejado en toda la noche, porque si no la hubiera visto entrar en la Torre casi con toda seguridad. Eso le fastidiaba, pues hubiera querido estar con ella, y más después de aquel abrazo, pero también valoraba que ella se hubiera quedado con su amigo: era una cualidad que le gustaba mucho de ella.
James había oído que la enfermería estaba clausurada, y no le extrañaba. Madame Pomfrey era muy estricta con el tema de las visitas, y opinaba que demasiado ajetreo no hacía sino ralentizar la curación de cualquier herida. Pero, desde luego, él no dudaba de que Elena hubiera podido camelarse a la vieja medimaga para que la dejara quedarse junto a su mejor amigo: su pelirroja solía conseguir lo que quería.
Pero en eso él no le iba a la zaga, y después de haberse pasado al menos un cuarto del tiempo que llevaba en Hogwarts metido en la enfermería, tenía cierto enchufe con Madame Pomfrey, que ya le dejaba hacer prácticamente cualquier cosa en sus dominios. Por no hablar de Ella Clark, que a pesar de los años que le llevaba, tenía una debilidad especial por él.
Saliendo de la ducha, mucho más relajado, tuvo una idea. Mientras se secaba el pelo pensó que era una tontería, pero aún así estaba dispuesto a llevarla a cabo. Nunca se había sentido como se sentía con Elena: ella lo hacía dudar prácticamente de todo, pero aún así le gustaba. Mucho.
Salió sigilosamente de la habitación para no molestar a sus amigos, y sin dudarlo bajó a las cocinas, donde los elfos domésticos, muchos de los cuales eran ahora elfos libres gracias a la constante insistencia de su tía Hermione Weasley, que le dieron todo lo que necesitaba.
Entró sigilosamente en la enfermería, por una pequeña puerta que muy pocos conocían, pero que él había descubierto ya hacía tiempo observando detalladamente en mapa del merodeador que había heredado de su padre.
La enorme enfermería de Hogwarts estaba prácticamente vacía y no se oía absolutamente nada en ella, ni siquiera el constante trajinar de Madame Pomfrey y Ella Clark, que no solían ir a la enfermería hasta pasadas las ocho y media.
Alec dormía en una cama cerca del despacho de la enfermera, y junto a él, en una de las incómodas sillas, estaba tumbada de cualquier manera Elena.
James sacudió la cabeza al verla. Ni siquiera en eso era como las demás: ella no había tenido ningún reparo en tumbarse de un modo muy extraño pero que parecía medianamente cómodo, encogida bajo su sudadera para no enfriarse y con el pelo desparramado por la cara.
James se aproximó sigilosamente a ella, se agachó hasta quedar a la altura de su cabeza y susurró en su oído:
-Buenos días pelirroja.
Elena se despertó inmediatamente, pegando un brinco que por poco se cae.
-¡Potter! -Gruñó, aunque en un tono muy bajito para no despertar a Alec, que aún dormía-. ¿Qué estás haciendo aquí?
Con toda tranquilidad, James se sentó en la silla contigua.
-¿Así es como recibes al chico que te ha traído el desayuno a la cama? -Sacudió la cabeza en un gesto reprobatorio-. Muy mal pelirrojita. Ayer parecías mucho más contenta de verme.
Elena enrojeció levemente a acordarse del impulso que había tenido el día anterior al ver a James salir sano y salvo del Bosque Prohibido, haciendo que la sonrisa de este se ampliase, para su fastidio.
-¿Qué decías de mi desayuno o qué? -Preguntó, tratando de cambiar de tema.
-Ah sí. Pensaba que no habrías comido nada, así que ya que pasaba por las cocinas… -James sacó un paquete y se lo tendió a Elena, que al verlo vio todas las cosas que solía desayunar. Los elfos hacían demasiado bien su trabajo.
-Vaya, muchas gracias… -Sonrió, para placer de James.
-Nada mujer. ¡Para que luego digas que no te trato como a una reina! Y… ¿no hay un besito para tu caballero de brillante armadura?
-Por supuesto -respondió Elena como si nada-. Si ves a Albus por los pasillos, llámale que yo le doy un beso.
James gruñó algo que Elena no fue capaz de entender.
-¿Cuándo asumirás que estás loca por mí?
-Cuando los cerdos vuelen.
-Oh, pues me acuerdo una vez en clase de encantamientos que…
-Si vas a hablarme de lo que quiera que hizo Jaime en primero, prefiero no saberlo -replicó ella mientras daba un mordisco a uno de los bollos.
James levantó las manos en señal de paz.
-Tengo cosas que hacer, pelirroja.
-¿Desordenarte el pelo adecuadamente, tal vez?
James sonrió de lado.
-Entre otras, y también he prometido una entrevista a mi club de fans. Pero si vienes a verme esta tarde, te haré un hueco -antes de que ella pudiera decir nada, se levantó y, con una mueca burlona, le plantó un beso en la mejilla y se marchó.
En cuanto James cerró la puerta, Alec abrió los ojos.
-Te gusta ese tipo -dijo, y no era una pregunta.
-¡No! -Se indignó Elena-. Por supuesto que no. Sólo es idiota.
-Así que sigues en la fase de negación, ¿no? Menos de dos meses y me estás confesando que estás enamorada -Alec enarcó una ceja y picó una galleta de las de Elena.
Elena frunció los labios y dejó de comer.
-Me enamoraré de James Potter cuando nieve en el infierno, Alec. Él sólo quiere jugar conmigo, pero, por una vez, las cosas no van a salirle bien. Si alguien juega con alguien esta vez, seré yo.
Alec frunció el ceño. Conocía su amiga y sabía que no era así, pero no dijo nada.
Lo que no sabían es que no estaban solos, si no que dos figuras los observaban desde las sombras.
Sobre mediodía, Madame Pomfrey tuvo que echar literalmente a Elena de la enfermería, aduciendo que no podía estar tanto tiempo en una de esas sillas que no harían ningún bien a su columna y que además necesitaba comer y descansar en condiciones.
La francesa no tuvo otra que obedecer, y subió hacia su Sala Común deseando estar por fin en su blandita cama y echarse una siesta.
Sin embargo, cuando entró se encontró con que Dominique, Albus y Rose estaban sentados alrededor de la mesa que siempre ocupaban, en una discreta esquina de la Sala Común. La hicieron gestos para que se uniera a ellos y, aunque cansada, se acercó y esbozó una sonrisa.
-¿Qué hay chicos? Estoy muerta, ¿nos vemos después? Necesito urgentemente una siesta…
-Espera -pidió Albus con gesto inusualmente serio hasta para él-. Tengo algo muy importante que contaros.
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