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Con los pelos de punta

-Entonces... ¿al final pedimos los centros de mesa blancos con dorado pálido o los rojos? –Preguntó Victoire, mordiéndose indecisa el labio inferior mientras contemplaba ambas propuestas.

-Confío plenamente en ti y en tu gusto, mi amor –respondió Teddy, repantigado en el sofá y completamente absorbido por un partido de baloncesto muggle que echaban en la tele.

-¡Teddy! –Lo riñó ella, mirándole mal-. Falta menos de lo que piensas para que nos casemos y todavía quedan muchas cosas por atar, ¿me quieres hacer un poco de caso?

-Toda mi atención es para ti siempre, ya lo sabes. Pero espera cinco minutos, que van empate.

Victoire no supo entonces si reír o llorar. Por una parte tenía ganas de pegar a su prometido en la cabeza repetidamente, y si no cogía una de las sillas del salón y lo hacía era porque eran un regalo de su abuela materna y les tenía mucho cariño. Pero no podía negar que no amaría a Teddy como lo hacía sin aquella parte de su personalidad que tanto la gustaba aunque nunca lo admitiría.

La rubia decidió aplicar, pues, un método aprendido de su tía Hermione y que funcionaba a las mil maravillas. Dejó las fotos sobre la mesa con delicadeza y se levantó. Con una deslumbrante sonrisa, cogió el mando que Teddy tenía apoyado en uno de los brazos del sofá y apagó la tele. Antes de que el chico protestara, Victoire se sentó junto a él y le dio un beso.

-¿Tengo ahora tu atención? –Preguntó con suavidad.

-Pero el partido... -Intentó protestar el chico, cuyo cabello cambió de azul eléctrico a negro.

La chica volvió a besarle, esta vez con más intensidad, al tiempo que introducía sus manos por la camiseta de él.

-Que le den al baloncesto –concluyó Teddy, al  tiempo que la agarraba por la cintura para colocarla encima de él.

-Ese es mi chico –sonrió Victoire, y volvió a besarlo.

Sin embargo, cuando la cosa empezaba a ponerse verdaderamente interesante, al menos según Teddy, su prometida se apartó de él y se estiró para coger las fotos que había estado observando anteriormente.

-Entonces... ¿cuáles dices  que te gustan más?

El metamorfomago suspiró, resignándose a que tendría que elegir entre los centros de mesa, y apoyó la cabeza en el hombro de su novia para ver mejor.

-Déjame adivinar –dijo, tras haber observado un momento ambas opciones-: tu madre propuso las rojas y las otras fueron cosa de Ginny.

-Bingo –rió Victoire-. Y bien, ¿qué te parecen?

-Bueno, yo creo que esta  vez Ginny tiene razón y deberíamos elegir el blanco y dorado.

-Justifica tu respuesta.

-Ya te me pareces a McGonagall –dijo Teddy con una gran sonrisa, para después darla un beso en la mejilla-. Pues a ver, en primer lugar porque me gusta bastante más como queda, es más discreto y en general creo que va mejor con la decoración. Y en segundo lugar porque si cogemos las rojas no van a destacar nada entre el pelo de la mitad de los invitados.

-Matrícula de honor, Teddy Lupin.

-¿Y eso no merece ningún premio, profesora Weasley?

-Mm, no es mala idea... Pero luego prométeme que nos sentaremos a revisar la lista de invitados que han confirmado su asistencia.

Teddy resopló.

-¿De verdad es eso necesario? ¡Si sabes perfectamente quién va a venir y quién no!

-Aún así, tenemos que hacerlo.

-En buena hora te pedí que nos casáramos, Victoire Weasley.

-¿Acaso te arrepientes? –Preguntó ella, enarcando una ceja con diversión-. Porque en ese caso todavía estamos a tiempo de cancelarlo todo...

Teddy la agarró por la cintura y la apoyó sobre él.

-Eso nunca. Además, ¡James me mataría si le digo que ya no va a ser mi padrino!

-Mejor, porque Lils, Nique, Rose y Lena también se me cargarían a mí si las digo que ya no pueden ser damas de honor.

Ambos se echaron a reír y él la abrazó más fuerte.

-¿Entonces es seguro lo de que Odette no va a venir? –Preguntó Teddy.

Victoire asintió con la cabeza. Odette era la hija de Gabrielle, su única tía por parte de madre, y siempre se habían adorado mutuamente. Estaba estudiando su segundo año en Beauxbatons, y no iba a poder ir a la boda porque en Francia, a finales del segundo año de educación mágica se hacían unos exámenes estándar muy importantes, con lo que no podía abandonar la escuela para ir a la boda. Cuando lo supo, Victoire se sintió muy decepcionada y Teddy incluso llegó a proponerle que atrasaran la boda a verano, cuando Odette podría asistir. Sin embargo, Victoire no quiso trastocar todos los planes, así que al final todo quedó como estaba.

-Que pena –suspiró Teddy-, es mi segunda francesa preferida.

-Espero ser yo la primera... -Dijo Vic, dándole un pequeño beso en la mandíbula.

-Ni hablar, yo nunca me casaría con una francesa. Tú eres mi inglesita preferida.

Victoire rió con ganas.

-Me doy por satisfecha pero ahora tengo curiosidad. ¿Y la primera?

-Elena, la novia de James, por supuesto –sonrió Teddy.

-Mm, así que la famosa Elena... Tengo ganas de conocer a esa chica –comentó Victoire, aunque en verdad le habían hablado tanto de aquella pelirroja que ya casi sentía como si la conociera.

-Bueno, podrás hacerlo cuando vuelvan a casa para la boda.

-Cierto. Por cierto, hoy me ha llegado carta de los Malfoy: Draco y Astoria no pueden venir a la boda, pero Draco vendrá con Rose como esperábamos.

-Bueno, tanto mejor –Teddy se estiró en el sofá y Victoire aprovechó para colocarse en su regazo-. ¿Algo más?

-Sí. También me han dicho que Cristina Avery sí que vendrá, acompañando a Daphne Greengrass y a Margot.

-Oh por Merlín, ¿por qué tuvimos que invitarlas?

La rubia fingió reflexionar un momento antes de responder, con una pequeña sonrisa:

-Bueno, porque Daphne es íntima amiga de mi madre y Margot es la niña de sus ojos. Y porque, a juzgar por las cartas de mi hermano, a lo mejor es mi próxima cuñada.

-¿Qué dices? –Teddy enarcó una ceja- Cuéntamelo todo...

Con sumo cuidado para no hacer ningún ruido, Andrew, Jaime y James entraron en el carruaje de Beauxbatons, y durante un momento los tres se quedaron boquiabiertos. Si por fuera parecía grande, por dentro lo era mucho más; se trataba de una pequeña mansión equipada con todas las comodidades.

Andrew fue el primero en salir de aquella especie de trance y apresuró a sus amigos: Elena se había quedado fuera fingiendo que dibujaba para entretener a cualquier estudiante francés que se aproximara, pero aún así no podía darles más que un pequeño margen de tiempo.

En el interior, el carruaje constaba de tres pisos, y según Elena le había dicho, todas las chicas dormían juntas en el segundo, así que ahí se dirigieron, sin dejar de observar todo a su alrededor.

Habían pensado que, una vez dentro, uno de los mayores problemas sería identificar las camas de Marie y Claudette, pero al final eso fue lo más fácil. Y es que las suyas eran las únicas colchas que tenían sus respectivos nombres y apellidos bordados en las colchas, con coronitas de princesa y demás cursiladas rodeándolos. Cuando lo vio, a Jaime le dio un ataque de risa tan fuerte que James acabó lanzándole agua en la cara con su varita, aunque también Andrew y él se estaban riendo.

-Bueno a lo que veníamos... -James sacudió la cabeza, aún riéndose suavemente, y se acercó a la cama de Claudette-. Jaime y yo nos ocupamos de las almohadas, y  tú Andrew busca los cepillos, ¿vale?

-Perfecto –dijeron los otros dos a la vez, perfectamente compenetrados.

James se sacó las cajitas del bolsillo y repartió una generosa ración de polvos de ambos tipos: los merodeadores nunca escatimaban cunado se trataba de una buena broma. A continuación, los tres se pusieron manos a la obra con una sorprendente profesionalidad.

-Oye, y estas dos que tienen hasta las colchas bordadas ¿a la ropa interior también le pondrán sus iniciales o algo? –Preguntó Jaime, mientras pasaba su varita sobre la almohada de Marie para que los polvitos  fueran inapreciables.

-Bueno, sí no quieres morir con la duda yo lo tengo todo aquí muy a mano... Podemos echar un vistazo –dijo Andrew con una gran sonrisa.

-Tío, no. Qué asco, no quiero vivir con el trauma de haber visto las bragas de esas dos.

-Fuiste tú el que lo dijo, que conste.

-Ya, pero solo teorizaba, no me fastidies.

-Ay Andrew, y luego nos dicen que tú eres el bueno, qué engañado tienes al mundo –comentó James con una sonrisa maliciosa-. Bueno, creo que ya hemos terminado, ¿nos vamos?

-Vámonos antes de que el pervertido ese empiece a hurgar en la ropa interior de estas locas francesas –se rió Jaime mientras avanzaba hacia la puerta, ignorando la mueca burlona de Andrew.

Fuera, Elena esperaba con su cuaderno de dibujo, trazando nerviosas líneas sobre el papel que formaban un enorme y curioso laberinto.

-¡Misión cumplida pelirroja! –Dijo James, victorioso, al tiempo que se dejaba caer junto a ella y pasaba un brazo por encima de sus hombros.

-Ha sido todo un éxito –informó Jaime, mientras Andrew y él se dejaban caer al otro lado de la chica.

-El éxito vendrá mañana –rió ella, apoyándose ligeramente sobre James.

-Merlín sí, creo que por una vez no me va a costar despertar a estos –dijo Andrew con una carcajada a la  que Elena se unió.

-¡Oye! –Protestaron Jaime y James.

La pelirroja  dio entonces un beso en la mejilla de su novio al tiempo que le sonreía.

-Y bueno ¿por aquí fuera qué tal? –Preguntó el chico.

-Cual hospital robado, no ha pasado nadie. Bueno, miento, hará cosa de un momento he visto a Avery ir en dirección al jardín pequeño. Parecía de muy buen humor –añadió, mirando a Jaime de forma intencionada.

-James, ¿por qué tu novia me mira como si tuviera monos en la cara?

-Te miro así porque tienes escrito en la frente  que quieres ir a ver a Avery –replicó Elena, haciendo que James y Andrew rieran.

-Solo los franceses decís tantas tonterías juntas... Solo es que ella tiene mi sudadera y aún no me la ha devuelto.

-Ah, con que tiene tu chaqueta... Vaya Jaimito, eso es un gesto muy caballeroso, te gusta de verdad, ¿eh?

El chico rubio se puso inmediatamente rojo, mientras los dos merodeadores cruzaban miradas entre sí.

-Pero qué tonterías dices...

-Sí, sí claro. Aún así deberías ir a pedirle la sudadera, ¿no?

-Pues sí, debería. Pero no es porque me guste ni nada.

-Claro, claro –Elena esbozó una gran sonrisa maliciosa-. Negarlo siempre es la primera fase.

Cris Avery se había sentado a la sombra de un gran roble con su libro de Historia de la Magia, dispuesta a sumergirse en la influencia que tuvieron los magos durante la Segunda Guerra Mundial. Le encantaba leer en el jardín pequeño, ya que allí nadie la molestaba casi nunca, y cuando lo hacían ya se ocupaba ella de ahuyentarlos para que no volvieran a hacerlo.

Iba por la teoría del mago y profesor en la facultad de Historia de la Magia de París además de Orden de Merlín de Tercera Clase, Bertrand du Moulin, de cómo Himmler se había visto fuertemente influenciado por las palabras de un mago alemán perteneciente a su círculo cercano cuando, de repente, notó que alguien se dejaba caer junto a ella.

A regañadientes, levantó la mirada del libro y regaló una mirada capaz de helar el mismo infierno al chico que estaba a su lado: Jaime Travers.

Pero el merodeador llevaba tanto tiempo aguantando esas miradas que ya estaba prácticamente inmunizado a ellas.

-Hola Avery –dijo, con una enorme sonrisa-. He venido a alegrarte el día.

-Mi día estaba siendo muy bueno hasta que llegaste tú a fastidiarme, Travers.

-Di lo que quieras, pero tus ojos se han iluminado cuando me has visto.

-Sí –admitió Cris-, es que estaba imaginándome  qué tal quedaría tu cabeza como trofeo de caza en el salón de Avery Manor.

Jaime soltó una gran carcajada.

-Quedaría preciosa, por supuesto. Además, así me tendrías siempre a mano para besarme cuando quisieras.

La chica hizo un gesto de disgusto.

-Cierto, es una pésima idea. Mejor te metería en  el armario del garaje para ocultar pruebas.

-A veces me das miedo, Avery.

-¿Solo a veces? Por Merlín, algo estoy haciendo mal, debería ser siempre.

Se miraron por un momento, conscientes de que aquella era una conversación totalmente surrealista.

-Y bueno, ¿has venido para algo en concreto o solo querías fastidiarme en general? –Preguntó Cris, apartándose un mechón de pelo de la cara.

-Supongo que el mítico "pasaba por aquí" no va a colar, ¿no?

-Nope –Cris negó con la cabeza.

-En ese caso, he venido a preguntarte por mi sudadera.

Ella enarcó las cejas, haciéndose la tonta.

-¿Tú sudadera? ¿Y por qué me preguntas a mí?

-Porque cuando la vi por última vez, tú la llevabas puesta.

-¡Ah! Te refieres al trapo ese que me diste... Se lo mandé a mi elfo doméstico para que limpiara.

Jaime la miró horrorizado.

-No. Dime que no has sido capaz de hacerle eso a mi preciosa sudadera.

Cris se echó a reír con ganas.

-No, en realidad no. Lo pensé, pero me dio pena: es muy calentita.

-Menos mal... Te hubiera matado.

-Hubieras muerto en el intento.

Parecía que saltaban chispas, y lentamente sus cabezas se fueron acercando y Jaime comenzó a juguetear con uno de los rizos castaños de Cris.

-¿Y cuándo me devuelves mi sudadera? –Preguntó, casi en susurro.

-No lo sé. Es que es muy cómoda.

-Así que te gusta mi sudadera.

-Por supuesto; huele muy bien.

-Y también te gusta mi olor.

-Es un olor agradable –murmuró Cris, perdiéndose en los ojos tormentosos de aquel chico. Más tarde se preguntaría qué demonios había hecho, pero en aquel momento no podía pensar.

-Tal vez podría alquilártela por un determinado número de besos semanales, ¿tú como lo ves? –Jaime tampoco era del todo consciente de lo que estaba diciendo.

Cris sonrió, y fue la sonrisa más sincera que él le había visto.

-Pues depende del número, claro...

Un súbito relámpago les iluminó entonces, seguido a los pocos minutos de un gran trueno, que rompió toda la magia del momento en el que estaban. Cristina se levantó de un salto y cogió su libro.

-Pero creo que me la voy a quedar sin pagar nada –añadió, y, una vez más, se fue sin mirar atrás.

Jaime se quedó donde estaba, con una pequeña sonrisa a pesar de aquel final tan brusco. Porque sabía que Cris había estado dispuesta a besarle. Y ella también lo sabía.

Al fin, al segundo trueno, se levantó y echó a andar hacia el castillo. Era hora de hablar con Andrew y James, y de pedir consejo a los Merodeadores.

A la mañana  siguiente, Elena despertó a sus amigas media hora antes de lo normal, porque se negaba a perderse el momento en que sus antiguas amigas entraran en el Gran Comedor. Al principio, Dominique y Rose protestaron y no quisieron levantarse, pero en cuanto Elena les recordó que aquella mañana el desayuno probablemente incluiría espectáculo, no tardaron ni diez minutos en estar preparadas.

En la Sala Común, Albus las esperaba con cara de sueño.

-Más vale que merezca la pena habernos levantado tan pronto –masculló al verlas bajar.

-Venga, no seas quejica que ya te digo yo que sí –respondió Elena, dándole un beso en la mejilla a modo de saludo.

Cuando llegaron al comedor estaba casi vacío, con un par de excepciones que incluían a dos chicas de Hufflepuff, un grupito de alumnos de Ravenclaw... Y los Merodeadores, que estratégicamente tenían los mejores sitios y les hicieron señas de que se sentaran junto a ellos.

-Qué, ¿también aquí para ver la función? –Preguntó Jaime, sonriendo ampliamente mientras untaba generosamente un croissant con mantequilla.

-Qué duda cabe –se rió Dominique-. Lo que me extraña es que vosotros estéis aquí tan de mañana.

-Oh por favor primita, ya deberías saber que los Merodeadores siempre acudimos a ver el resultado de nuestras bromas –dijo James.

-Exacto, sino no tiene gracia –añadió Andrew, dando un sorbo a su café.

Elena aprovechó entonces que James estaba distraído para coger de su plato una tostada con mantequilla y mermelada de mora.

-¡Oye! No me robes el desayuno –protestó el chico.

Ella dio un buen mordiscó antes de responder, sin soltar la tostada por si intentaba recuperarla.

-Lo siento, pero sabes que me encanta la mermelada de mora.

-Pues prepárate tú las tostadas... Con mi comida no se juega, pelirroja.

-Es que me da pereza. Además, tú las haces tan ricas... -La chica puso carita de buena.

-Mira que tienes morro –James puso los ojos en blanco.

-Bueno. Pero lo de que haces las tostadas muy ricas es cierto.

Elena dio un pico a su novio, que sonrió tontamente y sacudió la  cabeza mientras cogía otra tostada.

-Empalagosos –murmuró Andrew entre toses nada discretas, pero ellos lo ignoraron.

Cuando las puertas volvieron a abrirse, todos miraron con expectación, esperando que fueran Marie y Claudette luciendo pelazo, pero se llevaron una decepción, pues no eran otras que Cris Avery y Margot Weasley. Bueno, en realidad todos se llevaron una decepción excepto Jaime, al que James y Andrew dieron sendos codazos cuando la vieron aparecer. Esto no pasó desapercibido a Elena y Rose, que cruzaron una mirada llena de significado.

-Oh, excelente, veo que no llegamos tarde para la diversión... -Dijo Cris Avery, sonriendo maliciosamente.

-Ya te dije que lo iban a intentar todo antes de venir –Margot se encogió de hombros.

En la mesa de Gryffindor todos se miraron atónitos. Aquello empezaba a no ser normal.

-¡Ey Avery! –Gritó Jaime-. ¿Lo tuyo son artes oscuras o solo espionaje descarado?

La chica se giró y sonrió de manera apenas perceptible antes de encogerse de hombros.

-Eso pregúntaselo a ella –respondió, señalando a Margot.

-Ciertos secretos es mejor que no sean revelados... Pero una tiene sus métodos –dijo esta, yendo a sentarse a la cabecera de la mesa de su casa.

-Merlín, es como Varys versión tía atractiva –dijo Andrew, medio boquiabierto.

Los demás lo miraron con cara de no entender nada, así que él tuvo que explicarse:

-Uno de Juego de Tronos que se entera de todo.

-Ah –asintió Dominique-, pues sí. Pero mejor que mi hermano no se entere de que has dicho que es atractiva...

Los chicos de la mesa se miraron entre sí, confusos, hasta que finalmente procesaron el comentario, mientras Rose, Dominique y Elena pensaban en lo obtusos que podían llegar a ser a veces.

-Así que Louis y Margot... -Albus asintió lentamente.

Rose sacudió la cabeza con incredulidad.

-¿Pero en serio no os habéis dado cuenta hasta ahora? ¡Si se ve a distancia que Louis está detrás de Margot! Y ella pues... mira, eso no lo tengo claro. Creo que ni ella lo tiene claro.

Elena y Nique asintieron, expresando su conformidad con el razonamiento de su amiga.

-Vaya con este Louis, es un valiente –dijo Albus, mirando de reojo a la mesa de Slytherin.

-¡Pues como nuestro Jaime! –Soltaron James y Andrew a la vez, estallando en carcajadas.

Tal y como Margot había predicho, Marie y Claudette lo probaron todo antes de hacer acto de presencia en el Gran Comedor. Y probablemente ni siquiera hubieran ido de no ser porque Maxime se lo exigía a todos sus estudiantes, como Elena sabía muy bien. Si de ella se hubiera tratado, por otra parte, hubiera fingido una enfermedad hasta que se le hubiera pasado, pero Claudette y Marie eran demasiado cobardes como para eso y tendrían demasiado miedo de las repercusiones si la directora se enteraba. Tanto mejor, por otra parte.

De todos modos, las dos francesas prorrogaron al máximo su aparición. Probablemente pensaban que así habría menos gente para verlas, ya que en Beauxbatons la mayoría de los alumnos desayunaban muy pronto. Pero en Hogwarts había muchísima más gente y, además, la mayoría eran más perezosos a la hora de levantarse. Y los que habían madrugado expresamente para no perderse nada –Elena, Albus, Rose, Dominique, los Merodeadores y, por lo visto, Margot y Cris- eran pacientes, muy pacientes.

Así, cuando las dos francesas se deslizaron discretamente, al más puro estilo Ninja en el comedor, ellos fueron los primeros en verlas, aunque sin duda no los únicos, dado que la concurrencia no era para nada desdeñable.

Ambas francesas no tenían pérdida: se habían vestido completamente de negro, como si así la gente no fuera a fijarse en ellas, pero lo cierto es que había sido una pésima decisión, ya que lo único que habían conseguido así era que sus cabezas resaltasen más.

Aunque, para ser sinceros, hubieran destacado en cualquier circunstancia.

El largo pelo, casi hasta la cintura, del que Marie tanto se enorgullecía, estaba tieso como una tabla... y apuntando hacia el techo. Además, el color había cambiado por un verde aceituna... con vetas en tono blanco sucio.

Claudette, por su parte, llevaba el pelo más corto, y gracias a los polvos de Sortilegios Weasley ahora parecía un erizo. Un erizo que alternaba periódicamente del verde aceituna al blanco sucio.

Por un momento, el silencio absoluto se apoderó de la sala, mientras ellas pasaban hacia sus sitios habituales.

Fue Cris Avery quien finalmente lo rompió, cuando pasaron por su lado.

-Cuando me dijiste que el verde estaba de moda esta temporada no pensé que te refirieras exactamente a esto –dijo, en dirección a Margot.

-Es que hay gente que se toma esto de las tendencias demasiado en serio, visto está.

Marie y Claudette se pusieron rojas y les dirigieron sendas miradas asesinas. Sin embargo, las slytherin eran expertas en ese arte y ni se inmutaron, sino que Cris les sonrió irónicamente mientras su mejor amiga enarcaba una ceja.

Aquella brevísima conversación,  que todo el mundo oyó debido al silencio imperante, fue el desencadenante de muchas risas, algunas discretas, pero la mayoría estrepitosas e incontenibles.

-Por Merlín, Marie, cuando te dije que el verde era tu color no me refería a que te tiñeras el pelo... -Rió Elena, ya que el único sitio libre en la mesa de Gryffindor, que era la que ocupaban la de Beauxbatons, estaba muy cerca de ella-. Además, yo me refería más bien a alguna clase de esmeralda, no ese aceituna.

Marie miró con resentimiento a su antigua amiga, pero no abrió la boca. Las risas a su alrededor se incrementaron y ni siquiera los merodeadores, tan dados a regodearse, fueron capaces de decir nada, en medio del ataque de risa que sufrían.

Finalmente, los profesores que también estaban desayunando pusieron orden, especialmente Madame Maxime, a quien no le hacía ninguna gracia que se estuvieran riendo de dos de sus alumnas. Miro a McGongall, haciéndole entender que aquello no iba a quedar así, pero la vieja directora inglesa se limitó a encogerse de hombros como diciendo "son cosas de críos", y las comisuras de sus labios se elevaron imperceptiblemente.

Minerva McGonagall podía haber envejecido, pero aún estaba al tanto de todo lo que pasaba entre los muros de su castillo.

 ***

Por la tarde, Dominique y Elena habían quedado en que ellas vigilarían la sala donde la poción 7A negativa seguía preparándose sin que pudieran hacer nada por el momento.

Llevaban tiempo sin saber nada nuevo, y empezaban a desanimarse, pero sabían que dejarlo no era una opción, que era demasiado tarde como para que lo fuera.

Se arrebujaron en la capa de invisibilidad de James, la cual últimamente utilizaban más que él mismo, y ocuparon su lugar habitual, en una discreta esquina de la habitación donde no había riesgo de que accidentalmente tropezasen con ellas.

Todo comenzó como los demás días, con detalles de la poción por parte del chico y la inquietud de ella. Sin embargo, aquel día supondría un punto de inflexión.

Cuando la pareja ya casi había terminado, en un gesto espontáneo, la figura femenina pasó una mano por la mejilla de él, echando hacia atrás la capucha que llevaba. Él hizo lo mismo y se sonrieron comprensivamente.

-Dentro de poco –prometió el chico.

-Dentro de poco –asintió ella-. Dentro de poco podremos traer a Grindelwalt y llevar a cabo lo que él no pudo.

Volvieron a ponerse las capuchas y salieron del cuarto. Bajo la capa, Elena y Dominique se miraron atónitas.

Eran Tanya Jordan y Nikolai. 

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