Capítulo Especial: Cuando todo va a comenzar I
Matrícula de honor
(Jaime Travers y Cris Avery)
Cris Avery, la princesa de Slytherin, se miró una vez más en el espejo de cuerpo entero y marco de plata primorosamente tallado que colgaba de una de las paredes de su habitación. Había puesto mucha atención a su aspecto y su atuendo aquella tarde, indudablemente mucho más de la que solía, y ni siquiera sabía por que. Si Margot hubiese estado allí, sin duda hubiera dicho que sí que lo sabía pero no quería admitirlo; pero la reina de las serpientes estaba ayudando a su hermano con la tarea de Transformaciones, así que –por suerte- no podía actuar como la insidiosa voz de su conciencia.
La chica contempló su melena castaña, recogida en una larga trenza de espiga que caía sobre su hombro derecho, con ojo crítico. Empezaba a dudar de que peinarse así hubiera sido tan buena idea como en un principio le había parecido, pero de todos modos ya no tenía más tiempo, así que no le quedó otra que resignarse y se limitó a despeinarse un poco, cuidadosamente y de manera muy estudiada. Mientras lo hacía, pensó que sería buena idea cortarse un flequillo, una idea que hacía tiempo venía barruntando pero que nunca se atrevía a poner finalmente en práctica. Quizás ese fuera un buen momento, reflexionó, aunque aún no lo tenía del todo claro. Cris era a veces muy impulsiva, pero nunca cuando se trataba de su pelo, materia en la que por lo general solía ir a lo seguro, aquello que sabía que le quedaba bien.
Se encogió de hombros y alargó la mano para coger su chaqueta de cuero, que había dejado sobre la cama, porque aunque el tiempo en general era bueno, de vez en cuando venía un viento bastante desagradable, y además no tenía ni idea de lo que Jaime habría preparado.
Sintió un escalofrío al pensar en aquel gryffindor rubio con el que tenía una cita. No podía negarse que Jaime la alterara, porque además llevaba alterándola una vida entera. Claro que la alteración que le provocaba ahora era muy diferente a la de, mismamente, el año anterior. Y mientra que antes se había sentido completamente segura de sí misma, ahora la asaltaban dudas completamente impropias de ella. Aún así, si alguien se hubiera presentado ante ella y la hubiera hecho elegir, Cris tenía muy claro qué habría dicho.
Salió fuera del castillo y se puso la chaqueta de cuero negra, aunque no se la abrochó.
Durante toda la mañana había hecho un sol radiante pese al viento, pero después de la hora de comer las nubes habían hecho acto de presencia. Por suerte, Cris no creía en los presagios salvo cuando a ella le convenía, así que no prestó atención mientras caminaba hacia el jardín donde habían quedado.
Mirando su reloj de pulsera, vio que llegaba tres minutos tarde y sonrió, satisfecha. Aquello era un absoluto record para ella, que siempre llegaba con diez minutos –o más- de retraso, exasperando a la puntualísima Margot. Irónica como ella era, pensó que Jaime debería sentirse honrado.
Lo encontró exactamente donde había dicho que estaría, con la espalda apoyada en el tronco de un árbol en la actitud despreocupada que Cris ya tenía asociada con él, aunque sonrió para sí misma al verlo mirar la hora con discreción antes de levantar la vista y encontrársela acercándose a él.
-Ya pensé que no vendrías –dijo Jaime, con una enorme sonrisa.
-Lo bueno se hace esperar, ¿es que nunca has oído eso?
-Sí, pero te diré que es un mito. Si no lo fuera, yo tendría que llegar al menos una hora tarde a todas partes.
-Yo a veces lo hago –señaló Cris, con una sonrisa.
-Mm, entonces he tenido suerte, ¿no?
-Menos mal que lo admites –rió ella.
-Tú también tendrás que hacerlo después de hoy, ya verás.
La chica enarcó una ceja y Jaime guiñó un ojo.
De Jaime Travers se podían decir muchas cosas, y no todas ellas buenas, pero desde luego nadie que supiera de qué hablaba podía negar que supiera como preparar una buena cita, y Cris Avery estaba a punto de comprobarlo.
El Merodeador la cogió de la mano como si tal cosa, y para su sorpresa ella no se apartó, sino que entrelazo sus dedos con los suyos sin darle mayor importancia. Inconscientemente, Jaime sonrió, aunque ni siquiera la miró, como sabía que ella tampoco lo había hecho, y se limitó a guiarla hacia el lugar que había escogido, creando con su silencio aún más expectación en la chica.
Y es que aunque estudiar interno en Hogwarts imponía bastantes limitaciones a la hora de planear una buena cita, los Merodeadores sabían cómo montárselo bien, y el rubio estaba a punto de demostrarlo.
Condujo a Cris a través del Bosque Prohibido como el mismo Hagrid lo hubiera hecho, tomando varios atajos pero aún así dando un buen rodeo para evitar las áreas potencialmente peligrosas, que eran más de las que la dirección del colegio solía admitir.
La slytherin se estaba muriendo de curiosidad, pero sabía que, aunque preguntara, Jaime no iba a decirle nada y además, pese a que no era ninguna aficionada a las sorpresas, por una vez no quería arruinar lo que fuera que el chico hubiera preparado para ella. Además, le gustaba estar así, con sus manos entrelazadas como si fuera lo más normal. Y tal vez lo fuera, pero entre ellos hubiera sido completamente impensable tan solo unos meses atrás.
Sin embargo, la paciencia no era un rasgo por el que se conociera a los Avery precisamente, y quince minutos andando en silencio sin conocer el destino exasperarían a cualquiera. Cris ya iba a protestar o al menos a pedir más información cuando se detuvieron frente a una pared rocosa en la que se abría una pequeña gruta. No tenía nada especial en sí, aunque la roca formaba caprichosos diseños que resultaban delicados y bonitos.
-¿Dónde estamos? –Preguntó la chica, mirando a su alrededor mientras se preguntaba si sería capaz de recordar el camino de vuelta.
-En el límite suroeste de los terrenos. Casi nadie viene por aquí, así que es el lugar perfecto para una cita –explicó Jaime, guiñando un ojo.
Ella se quitó la chaqueta, acalorada.
-Normal que casi nadie venga –replicó, resoplando-, entre el sol que pega y que esto está alejado del mundo civilizado...
El chico sonrió con diversión, y aprovechando que todavía seguían tomados de la mano tiró ligeramente de ella para conducirla hacia la entrada de la cueva.
-Venga, no protestes tanto que aún no estamos.
-Ah, y todavía me llevarás a una cueva... En serio, cómo se nota que no estás acostumbrado a necesitar nada más que una cama.
-A este paso la próxima vez mejor te llevo a Madam Pudipé...
-Atrévete y te prometo que te tiro acantilado abajo antes de que lleguemos allí.
-Pues yo creo que te iría mucho el ambiente... Pega mucho contigo.
Cris estaba a punto de soltar una de las suyas, pero se quedó sin palabras al ver lo que les esperaba en el interior de la pequeña cueva.
Esta estaba iluminada, además de por la luz que se filtraba por la entrada, por multitud de pequeñas luces mágicas flotantes que revoloteaban por el techo, el cual no era demasiado alto. El suelo estaba cubierto por una suave capa de la hierba mágica que las hechiceras de la Edad Media utilizaban en sus hogares y que aún en los tiempos actuales tenía muchos usos, y sobre este se apoyaban dos grandes puffs, uno blanco y otro negro, frente a una mesa llena de las delicias de Honeydukes y de la tienda de Molly Weasley. Un poco más allá, una gran pantalla blanca y dos discretos altavoces que se camuflaban con la pared.
La chica finalmente sonrió de medio lado y prácticamente corrió a lanzarse sobre el puff negro y a inspeccionar todas las delicias sobre la mesa. Jaime la siguió, medio riendo.
-Tengo que admitirlo –dijo por fin ella-, esto no está nada mal.
-Me alegra que te guste, ¿qué se dice?
Ella lo observó con ojos inocentes.
-¿Que la próxima vez podrías traer más hojaldres?
Jaime rió entre dientes y asintió.
-Significa que habrá una próxima vez, así que me sirve.
Cris cogió un pastel de menta y le dio un placentero mordisco antes de responder.
-Aunque solo sea por los pasteles, seguiré viniendo hasta que ya no quepa por las puertas.
-Procuraré no ofenderme porque te gusten más los pasteles que la compañía –resopló Jaime, eligiendo por su parte un barquillo de nata y sentándose en el puff blanco.
-Tengo que admitir que la compañía no está nada mal tampoco, pero es que esto es comestible.
-Si es por eso, a mí también me puedes comer –repuso Jaime, mirándola intensamente.
-Tendré que meditar la oferta –sonrió Cris, mordiéndose ligeramente el índice derecho, en una actitud inconscientemente provocadora-, pero de momento me quedo a los dulces, que tienen mejor pinta.
Él enarcó una ceja, pero no dijo nada, sino que trasteó un poco con su varita en dirección a la pantalla, que de repente se iluminó.
-Y ahora, señorita, el plato fuerte –anunció.
-¿Es un cine mágico? –Preguntó la slytherin, encantada con la idea, pues siempre había considerado que una cita sin película no estaba completa.
-Por supuesto. Y, ¿a qué no adivinas que vamos a ver?
Ella se lo pensó un momento, pero de buenas a primeras lo más light que venía a su mente, tratándose de algo ideado por Jaime Travers, era 50 sombras de Grey. Sin embargo, de repente una bombillita se encendió en su cabeza, y esbozó una amplia sonrisa. No podía ser que se acordase pero... ¿Y si se acordaba? Después de todo, ella lo hacía. Claro que ponerse a sí misma como ejemplo, con su increíble memoria, no era la mejor de las ideas. Aún así, optó por arriesgar.
-¿Me vas a poner El señor de los anillos? –Preguntó, divertida, recordando aquella fiesta de Navidad de la madre de Margot en la que, siendo unos niños, él le había prometido que algún día saldrían juntos y verían esa saga.
Después de su conversación con la reina de las serpientes, Jaime había dado muchas vueltas a porqué ella habría mencionado precisamente El señor de los anillos, pero había sido incapaz de acordarse hasta que, tiempo después, cuando habló seriamente con sus mejores amigos sobre lo que sentía por Cris Avery cuando James le recordó aquella vieja fiesta de navidad hacía tantos años.
-Esa era mi idea, pero al final me vino la inspiración y he elegido Las ventajas de ser un marginado. No se por qué, pero presentí que te gustaría –añadió, con una sonrisa misteriosa.
Cris hubiera apostado a que Margot era quién podría dar todos los porqués, pero no dijo nada, aunque pensó que más tarde hablaría largo y tendido con su mejor amiga. Bueno, cuando esta la dejara meter baza después del interrogatorio digno de la Gestapo que estaba segura que pensaba hacerle acerca de la cita, por supuesto.
-Deberías seguir tus presentimientos más a menudo –respondió la slytherin, guiñando un ojo.
Él sonrió, ignorante de que lo habían descubierto, y puso la película. Cris se la sabía casi de memoria, pero le seguía encantando, y aprovechando que no molestaba a nadie no dudó en comentar sus partes preferidas.
Las palabras The End se dibujaron en la pantalla, la cual volvió a quedar de un blanco inmaculado, y cuando Jaime se volvió hacia Cris, vio que esta sonreía sin reservas, cosa que muy pocos la veían hacer. Decidió que no debía desaprovechar el momento y, antes de que ella pudiera reaccionar o protestar, se cambió con agilidad a su puff y la envolvió entre sus brazos.
-Bueno, ¿he superado la prueba? –Preguntó en su oído, y después mordisqueó suavemente el lóbulo de su oreja.
Cris se mordió el labio inferior y se movió para estar más cómoda.
-Te doy un bien –decidió, con voz ronca.
-¿Solo un bien? ¿Ni siquiera un notable? Y luego nos quejamos de que Lindsey es rácana...
Ella fingió pensárselo.
-Bueno, tal vez te suba a notable si veo que me dejas buen sabor de boca –declaró, al tiempo que hacía extrañas maniobras para darse la vuelta.
-¿Ahora sí quieres probarme? –Preguntó Jaime, dando un suave beso en su cuello.
-Es que me he quedado con hambre –suspiró Cris, y enrolló sus piernas en la cintura del chico al tiempo que empezaba a besarle.
Nuestra octava primera cita
(Bill Weasley y Fleur Delacour)
Encerrado en el espacioso pero algo tétrico despacho que los duendes de Gringotts le habían asignado, Bill Weasley se pasó una mano por el pelo. Le quedaba mucho papeleo por delante, pero era totalmente incapaz de concentrarse.
Normalmente, el pelirrojo se aburría profundamente con aquellas cosas, sí, ya que él se consideraba a sí mismo un hombre de acción, pero no tenía ningún problema a la hora de cumplir con su deber; más bien todo lo contrario, ya que era sumamente eficiente y perfeccionista, por mucho que su apariencia llevara a confusión a muchos.
Pero aquel día, para fastidio suyo, las cosas eran muy distintas. Y todo por culpa de aquella francesa con cara de ángel y ojos de seductora que estaba sentada en su pulcro escritorio de cristal al otro lado de la puerta, probablemente dando sorbos a un café latte para llevar que siempre la acompañaba después de la hora de la comida mientras tecleaba algún informe o hacía cálculos que anotaba cuidadosamente en un cuaderno junto a ella.
Los pensamientos de Bill se dirigieron entonces hacia la camisa blanca que llevaba ese día, con un par de botones más de lo habitual desabrochados y aquel colgante de plata que se perdía entre la piel cremosa. Y luego estaba esa falda de tubo negra, con la provocadora cremallera por detrás.
Finalmente Bill sacudió la cabeza, ahuyentando la imagen de su cabeza.
-Genial Weasley, ya piensas como un baboso salido –masculló para sí mismo.
Pero lo cierto es que, por mucho que lo intentaba, no lograba evitarlo. Cerró de un golpe el archivador en el que acababa de guardar algunos documentos, y se echó atrás en su silla, cerrando los ojos y respirando hondo.
Su relación con la becaria francesa había sido complicada desde el primer día, y a pesar de llevar ya tres meses trabajando juntos, las cosas no mejoraban. Bill recordó el momento en que la vio entrar en la oficina, con la identificación prendida de la cintura diciendo que ella era la nueva becaria. Aunque en realidad, todo había empezado antes, mucho antes, y lo hizo en Hogwarts cuando acompañó a su madre a ver a Harry y a darle ánimos para enfrentarse a la última prueba del Torneo de los Tres Magos. Ya entonces, su mirada se había cruzado con la de la Campeona francesa, y aunque no llegaron a hablar sus miradas sí que dijeron muchas cosas.
Si era sincero consigo mismo, Bill tenía que admitir que ya entonces le cautivó. Porque era preciosa, sí, pero el Cáliz de Fuego no te escoge solamente por eso, y se quedó con ganas de conocerla más.
Una vez, estando en cuarto en clase de Adivinación, la profesora Trelawney se le había quedado mirando fijamente con aquellos ojos suyos que tan desconcertantes resultaban y, después de casi un minuto, se había inclinado hacia él y le había susurrado "Ten cuidado con lo que deseas Bill Weasley, porque a lo mejor se hace realidad". Cuando Harrison, su jefe y también amigo, le había "presentado" a mademoiselle Fleur Delacour, el primer pensamiento que tuvo fue precisamente para su antigua profesora y el consejo que esta le había dado, y pensó que debería mandarle una tarjeta o algo, y decirle a sus hermanos que se la tomaran más enserio.
Se pasó una mano por el cabello pelirrojo que caracterizaba a su familia. En realidad, no debería haberle molestado tanto trabajar con la francesa puesto que, de hecho, eso le daba la oportunidad de conocerla mejor. Pero Bill estaba en un momento delicado, en el que lo que menos necesitaba eran distracciones en el trabajo –y evidentemente Fleur era una distracción, y no pequeña, para él y para cualquiera-, por no hablar de lo poco que le había gustado que le adjudicaran el papel de niñera y le tocara supervisar el trabajo de los becarios. Ya le había tocado hacer aquello un par de meses en Egipto, y prácticamente solo se encontró con estúpidos medio incompetentes.
Fleur no era así, se dijo, eso al menos tenía que admitirlo. Durante los meses que llevaba trabajando para el banco había demostrado ser perfectamente capaz, y mucho más que una cara bonita.
Pero también era un problema, al menos para Bill. Indudablemente, entre ellos había una tensión muy fuerte no resuelta y que no sabía la chica, pero que a título personal cada día llevaba peor. La última gota había colmado el vaso aquella misma mañana, cuando la había visto riendo junto a otro becario, Sam Dalton –y este en opinión de Bill sí que era un completo inútil-, quien la tenía agarrada por la cintura contra él y le estaba proponiendo un fin de semana en la casa que sus padres tenían en Lancashire. Ni siquiera se había quedado para oír la respuesta, ese no era su estilo, sino que se había encerrado en su despacho, de donde no había salido ni para comer.
No dejaba de decirse que Fleur y él no tenían nada, por no ser ni siquiera eran amigos, y que por tanto no tenía ningún derecho sobre ella, pero su enfado no remitía. Probablemente, porque sabía perfectamente que si la francesa estaba tonteando con aquel idiota pijo y con menos de un dedo de frente era, al menos en parte, por su culpa. Y es que la tensión no resuelta entre ellos era una realidad casi palpable, y lo que suele suceder en estos casos es que las cosas estallan... Y vaya si habían estallado.
Bill y Fleur habían tenido nada menos que siete encontronazos, la mayoría en el despacho del propio Bill, pero también por los oscuros corredores de Gringotts e incluso, una vez, en el baño. Por suerte, él siempre había conseguido frenarse antes de que la situación pasara a mayores, pero Fleur ya estaba cansada de aquella situación, y la última vez que pasó, hacía tan solo dos días, le había dejado muy claro que ella no pensaba ir escondiéndose por la vida, y mucho menos si él insistía en fingir que no pasaba nada. Desde luego, lo que no pensaba consentir era que la escondieran en el armario con los trapos sucios.
Y Bill, como un completo idiota, se había ido.
Acarició pensativamente el colmillo de dragón que usaba como pendiente, un regalo de su hermano Charlie. Desde entonce, la francesa no le había vuelto a dirigir ni una mirada, y solo le había hablado cuando era estrictamente necesario y no podía librarse de ninguna manera.
Casi sin darse cuenta, el pelirrojo se levantó. Había tomado una decisión, y ya era hora de poner todas las cartas sobre la mesa. Terminó de recoger los papeles, se puso la chaqueta y salió del despacho con paso firme.
Fuera, Garret y Emma habían pedido el día libre por asuntos personales, y John trabajaba sin levantar la vista. Fleur, por su parte, estaba sentada frente a su escritorio, y garabateaba en una libreta a la que no prestaba la menor atención, ya que estaba mirando a Sam como si fuera el centro del universo. Este había movido su silla hasta quedar frente a ella, y ahora hablaba de algo que, de no ser porque Bill sabía bien lo limitadito que era, bien podría haber sido la fórmula de la coca-cola, al menos a juzgar por la atención que ponía la chica.
Se acercó a ellos, con el ceño fruncido, y miró a Sam de una manera que lo dejó paralizado.
-¿Acaso somos John y yo los únicos estúpidos a los que pagan por trabajar y no por estar de tertulia? –Preguntó, severamente. Antes de que ninguno pudiera poner una excusa, o al menos intentarlo, continuó-. Sam, ponte inmediatamente a terminar la clasificación que te pedí esta mañana, porque hasta que no esté no sales hoy del trabajo, ¿entendido?
El aludido asintió como el idiota que por otro lado era y volvió rápidamente a su mesa. Bill lo observó un momento más, y después se inclinó sobre Fleur.
-Tú, necesito que vengas conmigo.
Ella ni siquiera se molestó en dirigirle una mirada, sino que empezó a teclear a un ritmo tan frenético que Bill quedó maravillado de que realmente pudiera estar escribiendo algo con sentido.
-¿Para qué? –Preguntó, con desinterés-. Tengo todavía mucho trabajo que terminar.
-Ya lo hubieras terminado de no haberte quedado hablando con ese... con Sam, pero olvídalo.
Por fin, la rubia apartó su completa atención de la pantalla del ordenador y lo miró a los ojos. Bill sintió entonces que algo se agitaba dentro de él; entre esa mirada y el marcado acento francés que tenía, él no era capaz de pensar con claridad.
-Y si tú no me estuvieras entreteniendo ahora, ya estaría a punto de terminar –replicó, orgullosa.
Bill se agachó hasta que sus miradas estuvieron a la misma altura.
-Ya lo harás el lunes, ven conmigo.
-¿Para qué? –Repitió la rubia, enarcando una ceja perfecta-. ¿Para que luego digas que no ha...
-Chst –pidió el pelirrojo posando un dedo sobre sus labios-. Ven conmigo, preciosa.
Fleur lo miró un momento, mientras mil emociones desfilaban por sus ojos y una lucha interna tenía lugar en su cabeza.
-Está bien –dijo al fin-, pero te juro que como vuelvas a...
Él sonrió y le pasó la elegante chaqueta que tenía en el perchero junto a su mesa.
-Sí, sí –asintió-, pero vamos.
Tanto John como Sam los vieron alejarse juntos por el pasillo, ella tan elegante y él tan informal, pero los dos formando una pareja perfecta. Cuando vio como su jefe pasaba la el brazo por la cintura de la chica con la que había esperado conseguir algo, John suspiró y se despidió de cualquier oportunidad que pudiera haber tenido.
Una vez salieron del imponente edificio de Gringotts, Bill condujo a Fleur a través del Callejón Diagon hasta llegar a una pequeña y acogedora cafetería que acababa de abrir la semana anterior y que él conocía porque era un antiguo compañero suyo en Hogwarts quien la había abierto.
Entraron al local y la chica lo examinó todo, sin perderse detalle. Al ver que sus ojos brillaban con aprobación, Bill supo que la había calado bien.
-¿Te gusta? –Preguntó, aunque ya sabía la respuesta de antemano.
-C'est vraiment fantastique –dijo ella, mientras contemplaba uno de los murales que representaba al gato de Cheshire, de Alicia en el País de las Maravillas, con ojos soñadores.
Pidieron, él un batido de chocolate y ella un té con leche y una napolitana de chocolate y se sentaron en una mesa ligeramente alejada, medio escondida tras una columna pintada con pequeñas florecitas.
-No está mal esto de que tu jefe te saque antes de tiempo del trabajo para merendar –sonrió Fleur, cortando un trocito de napolitana y llevándoselo a la boca a la manera tan exquisita aprendida en todos sus años en Beauxbatons.
-Podríamos hacerlo más a menudo si quieres –respondió él, bebiendo de su batido.
-Ah, ¿pero que esta vez no piensas irte de repente y luego decirme que fue un error que no volverá a repetirse? Pues menos mal.
Bill suspiró, a sabiendas de que se lo había ganado.
-Lo siento, Fleur –dijo con toda sinceridad-. Fui un idiota además de un cobarde, ya lo sé. Pero sinceramente, este es el peor momento que se me ocurre para perder la cabeza y joder, cuando tú estas cerca me resulta imposible. Porque eres preciosa, tienes unos ojos magnéticos, hueles jodidamente bien y tengo que hacer un esfuerzo muy grande para no cogerte y empotrarte contra la pared cada vez que te veo.
Nada más pronunciar estas palabras se dio cuenta de que no eran las más apropiadas para una declaración, pero se tranquilizó al ver que la francesa sonreía.
-¿Así que soy preciosa y tengo unos ojos magnéticos? –Preguntó, acercándose a él-. Nunca me habías dicho eso.
-Mm y no te olvides de tu olor –susurró Bill-, me vuelve loco.
Fleur sonrió coqueta, y le dio un beso en la mejilla.
-Tu colonia me hace querer lanzarme sobre ti –confesó, por su parte, mientras pasaba las manos por su cuello.
Bill rió roncamente y la besó.
Pasaron cerca de dos horas juntos en la cafetería, entre besos, risas y confesiones, hasta que de repente se echó a llover como si no hubiera mañana. Fleur miró a través de la ventana y frunció el ceño, pues su casa no pillaba precisamente cerca y además el edificio estaba protegido de tal manera que no podría aparecerse a menos de doscientos metros.
Bill en cambio sonrió, y pasó una mano por el pelo rubio de la francesa.
-Sino quieres mojarte mi casa pilla aquí al lado... -Ofertó, con una gran sonrisa.
-¿No te parece un poco rápido eso de irme a tu casa en la primera cita?
-Bueno, si tienes en cuenta todas las veces que nos hemos "encontrado" por Gringotts ya vamos por la octava...
-A poco le llamas tú cita –rió Fleur.
-Siendo contigo todo me sirve –replicó Bill, guiñando un ojo.
-Bueno venga vamos... Pero solo es por la lluvia, ¿eh?
-Claro, claro.
A la mañana siguiente, Fleur se despertó un poco confusa, entre unas sábanas azules que olían deliciosamente bien, como Bill. Olía deliciosamente a café, y la chica ya estaba a punto de levantarse para explorar cuando se abrió la puerta del dormitorio y el pelirrojo entró con una bandeja de desayuno repleta.
-Bonjour –saludó, y ella no pudo evitar reír por su acento francés, aunque apreció el esfuerzo.
-Salut! –Respondió, con una enorme sonrisa-. Si todos los días me vas a traer desayunos así pienso quedarme aquí más.
Bill se sentó sobre la cama y puso la bandeja entre ellos.
-Será un placer acogerte. Si quieres, hasta te presento a mis padres.
-Eso puede esperar... Es que he oído que Madame Weasley da mucho miedo.
Él se echó a reír.
-Eso te lo ha dicho Ron seguro.
-En realidad se lo oí a tu hermana, Ginny...
-Bueno, pero tú tranquila. No puedes caerle mal a nadie.
En lugar de responder, Fleur ensanchó su sonrisa y lo besó.
Los amores reñidos son los más queridos
(Fred Weasley II y Natalie Watson)
Había pasado una semana desde que Fred Weasley tuviera que ir a San Mungo por las quemaduras que se hizo experimentando en un nuevo producto de Sortilegios Weasley, y aunque el brazo le seguía molestando un poco ya estaba mucho mejor, tal y como Natalie le había asegurado que pasaría.
De todos modos, el chico se había tomado el día libre porque le apetecía hacer puente, y su padre no había puesto ningún inconveniente porque, además, los lunes solían ser muy tranquilos.
Fred pasó la mañana con su madre, Angelina, que estaba de vacaciones y agradeció la visita de su hijo mayor, y aprovechó para sacarle la promesa de que el fin de semana siguiente lo pasaría en casa, ya que su hermana Roxanne iba a venir de Gales. El chico aceptó, en parte porque tenía ganas de ver a su hermana –se escribían diariamente, pero no era lo mismo- y en parte porque la comida de su madre solo se veía superada en el mundo por la de las dos Mollys de su familia.
Aunque Angelina insistió en que se quedara a comer, Fred puso la excusa de que había quedado con un amigo y tenía que irse hasta que finalmente su madre se dio por satisfecha y lo dejó irse, no sin antes haberle interrogado, por supuesto.
El chico salió contento de la casa en la que había pasado su infancia, pensando además que su madre había quedado convencida con la excusa que le había puesto. De lo que no se dio cuenta fue de que los ojos negros de Angelina lo observaban mientras se iba con esa sabiduría que solo tienen las madres, a sabiendas de que su hijo no había quedado con un amigo, sino con alguien mucho más especial para él. Y había dado en el clavo, aunque las cosas no fueran exactamente así.
Fred encaminó sus pasos hacia San Mungo, el hospital mágico de Londres, donde sabía que faltaba poco para que terminase el turno de mañana. Entró en la gran recepción y tomó asiento en uno de los incómodos bancos.
No habían pasado ni diez minutos cuando una mujer morena de unos cuarenta años, aspecto agradable y una gran sonrisa se acercó a él.
-Buenos días, ¿deseaba algo? –Preguntó educadamente.
Fred sonrió.
-No, muchas gracias, solo estoy esperando a una amiga.
La mujer asintió y desapareció tras una puerta blanca. Mientras esperaba, el pelirrojo echó un vistazo a las revistas que había en la mesa frente a él, pero no le interesaba demasiado saber quién era la nueva novia de Matthew Sheldo, y las pocas publicaciones interesantes en la sala estaban cogidas, así que el chico se quedó mano sobre mano mientras vigilaba los médicos que entraban y salían.
Por fin vio a Natalie saliendo junto a una mujer de mediana edad. Estaba preciosa, con unos vaqueros, una sudadera de Hogwarts y el pelo recogido en una coleta alta. En cuanto la vio, consciente de que no se había fijado en que estaba en la sala, probablemente porque era lo último que se esperaba, Fred se levantó y caminó muy seguro hacia ella. El chico saludó a la otra mujer con un gesto de cabeza y le dedicó una sonrisa de disculpa antes de coger a Natalie por la cintura y besarla. Definitivamente, él nunca había sido de los que se cortaban.
Ella, por su parte, no dudó en seguir el beso, aunque se puso roja como un tomate maduro.
-Hola, ¿cómo está mi médica preferida? –Preguntó él, cuando se separaron, sin soltar su cintura.
-Fred... Esto... Muy bien, un día tranquilo. Pero, ¿qué haces tú aquí?
Fred se encogió de hombros.
-Ayer me dijiste que no podías cenar porque hoy entrabas pronto a trabajar, y no iba a dejar que huyeras de mí eternamente.
Una sonrisa risueña se dibujó en los labios de la joven medimaga, quien se dirigió a su compañera, la cual seguía ahí, observándoles con una sonrisa entrañable.
-Bueno Marisa, nos vemos mañana, ¿vale? Pásalo bien esta tarde con Martha.
-Seguro que lo haré. Y tú disfruta con este chico, que no todos vienen hasta aquí y sino a este paso te vas a quedar para vestir santos...
Según se alejaban, Fred se inclinó sobre Natalie y susurró:
-Tranquila, que ya me ocupo yo de que eso no te pase.
-Mm, es un consuelo. ¿Entonces has venido solo por mí? ¿No es que te abriste la cabeza y lo has aprovechado como excusa?
Él negó con la cabeza.
-Nada de nada –prometió-, y si quieres luego te dejo examinarme para comprobarlo.
Muy a su pesar, Natalie volvió a ponerse roja.
-No hace falta, ¿eh?
-Bueno, luego te convenceré –rió Fred.
-Mm, ya veremos. De todos modos, ¿qué vamos a hacer? –Inquirió la medimaga, cambiando de tema.
-Bueno, anoche quise sacarte a cenar y me diste largas, así que hoy no te libras de comer conmigo en un buen restaurante.
-¿En serio? –Dijo ella, ilusionada.
-Por supuesto. Ya dije que aunque quisieras no te ibas a librar de una cita con el más genial de tus pacientes.
-Espero no poder librarme de unas cuantas –replicó ella, y le besó, sin importarle que estuvieran en medio de la calle ni que unos cuantos turistas llegaran a sacarles fotos.
Porque eso es lo que tiene estar enamorado, y más si se trata de alguien con el nombre de Fred Weasley.
¡Hola! Bueno, es tarde pero voy progresando, de momento no paso de la medianoche... Un día de estos os prometo que será una hora decente, peor es que la noche es lo que más me inspira (mentira, son las rosquillas de mi madre, pero no me las quiere hacer).
Espero que os haya gustado el especial, aunque sé que solamente contiene tres citas y la última está incompleta. Aún así, va a haber una segunda parte con otras tres en la que estarán la de Rose y Scorpius y otras dos que digáis (yo había pensado en poner algo de Molly y Arthur Weasley, pero lo dejo a vuestra elección), y según lo que me digáis en los comentarios si queréis seguiré con la de Natalie y Fred.
Bueno, se me van a hacer las doce así que mejor os dejo. Un besote a todos y gracias por leerme, ¡os quiero puñaos!
AngelaLannister
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