Epílogo
Al fin cumplo los 21 años. Ya soy mayor de edad, pero eso no ha evitado que siga haciendo travesuras. Creí haber sanado, pero es más complicado decirlo que hacerlo. Hago lo que más me gusta. Tocar el piano. La música llega a mis oídos y logra sacarme del sufrimiento que he vivido los últimos años.
Intento imponerme una sonrisa falsa para que la muralla levantada no se derrumbe por los constantes ataques de los dardos del amor intentando llegar a mi corazón nuevamente.
Sufrir y llorar por la impotencia puede producir pérdida de cordura y el vino no es el mejor amigo en esos momentos. "La vida es una sola y hay que disfrutarla" dice Valeria cada vez que hablo con ella por teléfono. Ojalá fuera tan fácil como dice.
¿Volveré a amar? Esa pregunta retumba en mi cabeza constantemente. No sé si alguien se fijará en este pobre cuerpo sin vida que intenta sobreponerse a todas las mentiras y falsedades detrás de sonrisas hipócritas de algunas personas que se hacen llamar amigos o enamorados. Necesito darme una segunda oportunidad, o en este caso una cuarta.
En mis momentos de debilidad, mi cabeza saca a relucir todos esos consejos que nunca he olvidado. Algunos los pongo en práctica. Esos consejos me hicieron comprender un poco tarde, y que no entendí al principio.
—¿Qué piensas? —pregunta Lisa, sentándose a mi lado. Gucci coloca su cabeza en mis piernas y acaricio su cabeza detrás de las orejas como siempre.
—En la vida, querida amiga.
—No entiendo —responde extrañada, por mi escueta respuesta y sonrío.
—Después de tanto tiempo comprendí que la vida no es perfecta. Tiene altos y bajos. Tristezas con heridas a cicatrizar. Alegrías con lágrimas de por medio. Belleza natural en una tormenta eléctrica.
—Ruth, me estás asustando.
Mi carcajada no demora en llegar.
—¿Has discutido con Kade desde que se casaron? —pregunto.
—Pero claro. En un matrimonio siempre hay asperezas que limar.
—A eso es a lo que me refiero. La vida no es color de rosa, y tener novio tampoco es algo de ensueño. Es más, esa es la etapa de las conversaciones fuertes para luego tener fotos de ensueño y momentos bellos. ¿Pero sabes qué es lo más gracioso de toda esta historia? Max y Scott me enseñaron eso a las malas, y después de tanto tiempo comprendí, que cuando las parejas dicen color de rosa, no significa que todo es perfecto. Todo lo contrario, pero se apoyan mutuamente y liman esas asperezas porque aman al otro. Y aún en momento de dolor, están ahí, aunque estén molestos entre ellos.
—¿Has sabido de Scott?
—Amy tiene cinco meses de embarazo. Su niña está creciendo bien. No pude estar en su boda, pero al menos puedo ser la madrina de Azalea.
—Te lo juro. No sé cómo lo lograste.
—¿Qué cosa?
—Ruth, hablaste con Max en el cumpleaños de tu hermana cara a cara hace un año como si nada hubiera pasado entre ustedes y fueran amigos de toda la vida. —Me encojo de hombros, restándole importancia—. Y ahora serás la madrina del bebé del chico que te enamoraste por primera vez. Si es que es de locos.
—Lisa, aprendí que odiar no me permite olvidar y tampoco me permite pasar de página. ¿Qué sentido tiene el rencor hacia una persona? —Inclina su cabeza hacia un lado, analizando mi pregunta—. Pues no lo tiene. El rencor envenena el alma. Cuando el odio atraviesa los huesos, te ciega de forma tan desmesurada que no logramos ver las maravillas a nuestro alrededor. Los amigos, las risas, las nuevas oportunidades que nos brinda la vida.
—Voy a llamar a tu psicólogo. —Río a carcajadas, por su expresión.
—Ese odio tan ciego me llevó al límite de la tristeza, la locura, el alcohol y hasta tuve pensamientos suicidas —añado, tomando sus manos temblorosas entre las mías—. ¿O ya olvidaste que casi me lanzo del balcón en la residencia? —Solo ella, Leyla y Kade saben sobre este secreto—. Sí, querida. El rencor, el resentimiento y la ira contenida son sentimientos tan venenosos que nos hace pensar y hacer locuras de las que a veces podemos arrepentirnos, porque creemos que no hay otra salida al sufrimiento y olvidamos que habrá personas llorando y sufriendo por esa desastrosa decisión. Pero aprendí la lección. El amor no se basa en una persona, sino en cómo lo vemos a través de los ojos. Además, no vale la pena perder mi tiempo y vida en algo o alguien que no lo vale.
—¿Cómo supiste que habías pasado página?
—Si sientes paz en el momento que miras atrás o un recuerdo surge en tu mente, sabes que tomaste la decisión correcta.
—Estás triste. —Niego con la cabeza—. Tus ojos nunca mienten, Ruth.
—Los ojos son traicioneros, Lisa. Nunca lo olvides. No voy a negar que sí hay personas que reflejan en ellos lo que tienen en el corazón, porque al final, las mentiras salen a la luz y no puedes mantener un estilo de vida cuando no es el tuyo. En algún momento tu verdadera personalidad saldrá a flote.
—Eres muy valiente y fuerte.
—Hasta que vea una rana. Verás como me tiembla el cuerpo entero —añado, con sorna, y ambas reímos.
Una sonora carcajada llega a mis oídos, y pongo los ojos en blanco.
—No sé cómo Casey pudo invitarlo —protesta Lisa entre dientes—. No después de lo que te hizo.
—Si yo no le pongo atención, tú tampoco.
—Kade no soporta verlo. Te engañó, Ruth. Estaba con otra a tus espaldas y Ethan seguía pidiendo que volvieras con él.
—Ya estás comprobando que sus lágrimas y ojitos marrones también me mintieron cada una de esas veces.
—¿Ustedes llegaron a algo... íntimo?
—Algo en mi cabeza decía que no era el correcto para llegar hasta ese punto de... ya sabes. Y por lo visto... —La carcajada de mi último ex llega a mis oídos y sonrío al ver la cara de mi amiga—. Por lo visto mi juicio no falló. Hay muchas cosas que hice con él de las que me arrepiento, pero no puedo revolcarme en el pasado. De los errores se aprende.
—Ruth, vamos a jugar —interviene Casey—. La piscina es aburrida sin ti.
—Ya voy, cariño —le digo, y ella se retira—. ¿Cómo le explico a mi hermana menor que no me gustan las piscinas?
—Eso es algo que aun no entiendo. Has tenido un lago y piscina cerca de ti toda tu vida, y no sabes nadar. Es insólito.
—Nunca me ha hecho falta. Papá siempre ha estado ahí.
—¿Ya todo está bien entre ustedes?
—Mi relación con Ethan afectó la mía con mi papá. Esa fue la primera bandera roja anunciando que no era el correcto. Gracias a Dios, ya estamos bien, pero me costó mucho recuperar al mismo Henry de siempre.
—Él te ama mucho, Ruth.
—Lo sé. Le pido a Dios que mi papá viva muchos años a mi lado.
—Vamos a salir. Tengo hambre y tu mamá no se aleja de la mesa de bocadillos.
—¿Y tú desde cuándo le tienes miedo a Kara González? —Río a carcajadas y nos levantamos del sofá.
—A ella no, pero cada vez que intento robarle un pastelillo me golpea la mano, y ya me duele.
—Oh, entonces yo soy tu tapadera. —Sus ojos de cordero degollado y puchero me dan risa. Las carcajadas y palabras que provienen del exterior indican que juegan algo.
—Por cierto, una de mis amigas me escribió. Quiere comprar uno de tus bocetos. Dice que tus diseños son bellísimos.
—Dile que es un regalo de mi parte.
—¿De verdad? —Asiento—. No entiendo por qué te resistes a pensar que eres famosa, y no solo hablo de aquellos que te conocen solo en el área de la música.
—Mejor salgamos. Me apetece un pastelillo —doy por zanjada la discusión y ella resopla.
No sé si seré solo yo, pero hay momentos donde estoy rodeada de gente, pero me siento más sola que la una. Hablo de cuándo estoy tocando piano o mostrando mis ilustraciones. Quisiera ser reconocida por muchos, pero al mismo tiempo deseo ser invisible y dejar que otros tomen ese trofeo de la popularidad, porque siento que no lo merezco o incluso siento que me asfixio. Es una contradicción con la que siempre he vivido, y aun no he podido superarlo.
Mi psicólogo siempre me dice que debo darme más apoyo a mí misma. Que mi trabajo y lo que hago vale oro, porque es tiempo que no podré volver a recuperar, pero ¿qué le voy a hacer? Algo en mi contra es que nunca pido nada a cambio, y por eso, es que siempre soy tan vulnerable. Pero gracias a los consejos de ese psicólogo, he superado con levedad la barrera de la inferioridad. Requiere de tiempo, y es lo que estoy intentando superar a mi ritmo.
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