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Capítulo 45 «Libertad»

A la mañana siguiente mis ojos están tan hinchados como si estuviera pasando una crisis de alergia. Gracias a Dios, mi madre no se ha levantado.

—Ruth, ¿qué pasó? —Con esas palabras basta para que mi mentón tiemble y las lágrimas vuelvan a correr. Papá me abraza al instante—. Dios mío, mi niña. Discutiste con Max, ¿verdad? —El nudo en mi garganta no me deja responder—. ¡Ay mi niña! Date una ducha, recoge tus cosas y baja que se te hace tarde. Puedes perder el bus.

—En todo el camino no pude decir una sola palabra de lo ocurrido anoche. No tengo fuerzas para explicar la impotencia que corre por mis venas por semejante locura y mi padre es tan receptivo que no insiste.

—Cuando llegues, llámame. ¿Le menciono algo de esto a tu madre? —Niego al instante. No puedo gesticular ni una palabra—. Es verdad. Posiblemente se entere por boca de Emily lo que sea que haya pasado. Tranquila, mi amor. Esto va a pasar. Ustedes siempre lo arreglan.

«Siento darte la mala noticia, papá, pero me parece que esta vez no hay arreglo que valga», pienso, cuando me abraza.

—Apúrate en chequear ese boleto. Nos vemos pronto, mi pequeña.

Me da un beso cálido en la frente y me marcho, sin saber que esa sería la última vez que vería a Max.

Llego ese domingo 15 intentando ocultar mi tristeza, pero Rose y Silvia se dieron cuenta al momento.

—No me lo puedo creer —murmura Rose, extrañada, una vez que termino de contarles todo.

—De verdad que... ¡Lo que te está pidiendo es demasiado! —espeta Silvia, indignada.

—Chicas, no sé qué hacer —musito, agotada.

—Ruth —La voz dulce de Rose hace que todo sea tan fácil y sencillo—, siéntate aquí.

Las tres bajamos de mi cama y nos sentamos sobre la moqueta en un círculo, o al menos lo intentamos. Recuesto mi espalda a la cama y dejo escapar un suspiro cargado de angustia, con un poco de resignación.

—Si yo hubiera sido tú le hubiera roto la cara en ese momento. —Mi carcajada no demoró en llegar.

—Créeme cuando te digo que esa fue la primera idea que se me pasó por la mente.

—Rose, ¿desde cuándo eres tan violenta? —Sonrío ante el comentario de Silvia.

—¿En serio no hubieras hecho lo mismo?

—Puede que hasta le hubiera roto un par de dientes —responde Silvia y sonrío por lo bajo—, y un par de costillas. Puede que hasta le hubiera fracturado una mano y no trabajara una semana por menso, idiota y sin cerebro. —Suelto la carcajada por las ideas de mis amigas.

—Y después dices que la violenta soy yo —acota Rose, enarcando una ceja y Silvia se encoge de hombros—. Ruth, no hay persona en este mundo que tenga el derecho de estropear tus sueños. Él, de manera egoísta, intentó que tomaras una decisión que podría haber arruinado tu vida. A mi entender, eso está mal

—Rose tiene razón —secunda Silvia, poniendo una mano en mi hombro y le da un suave apretón—. Yo creo que la desesperación y la lejanía fue lo que le atacó, le cruzó un poco los cables y le quemó las neuronas. Yo y Rose podemos ver a nuestros novios todos los fines de semana. A veces mi novio dice que no me paso el tiempo suficiente con él y...

—Silvia, no estás ayudando —intercede Rose, enarcando una ceja y la aludida resopla.

—Lo que quiero decir es que le des tiempo para que se lo piense mejor. Lo que ocurrió fue un pequeño momento de desliz y desesperación.

El martes pongo a mis padres al corriente de lo ocurrido y ellos apoyan mi decisión. Logré convencerlos para que no le contaran nada ni hablaran con él del asunto. Necesito resolver esto yo misma.

Ruth, perdóname. No sabía lo que estaba diciendo.

Pongo los ojos en blanco ante la misma disculpa de siempre. Ya no me convence como antes.

—Fue solo un momento de tensión —recalco, pero mis palabras son vacías.

—¿Todo bien entonces?

—Todo bien.

Buenas noches, mi amor —murmura Max, arrepentido.

Cuelgo el teléfono sin despedirme. Estoy aliviada, pero siento que este no es el final de este asunto. Algo pesa en mi corazón y no es nada bueno. Esta ausencia de sensibilidad en mis emociones me resulta extraño.

El fin de semana siguiente decido quedarme en casa de unas amistades cerca de la residencia. Necesito despejar un poco y cuidar los niños de Zoey. Ambos peques me alejan un poco de las preocupaciones y los problemas. El sábado en la noche llamo a mi madre, para hacerle recuento de mi día como niñera.

¿Cómo te fue tu día?

—Bastante agitado. Lea y Aarón no me dejaron descansar ni un segundo. Son las 8 de la noche y siento como si no hubiera dormido en una semana —comento, agotada, masajeando mis piernas.

Eso es bueno. —Se queda en silencio unos segundos. Eso es malo. Está sopesando sus palabras.

—¿Qué hiciste, mamá?

—Hablé con los padres de Max referente al asunto de ustedes.

—Me lleva la que me trajo. Mamá, te lo dije. Esto quería resolverlo yo. ¿Por qué no te aguantaste la lengua por una vez?

Tranquila, Ruth. Solo fui a hablar y conversar con ellos.

—Oh, sí. Conozco tus formas de hablar, Kara González. Entonces, ¿qué te dijeron? —inquiero.

Te cuento que esa gente no tiene dos dedos de frente.

—¿Por qué dices eso? Se supone que deben ser más sabios en este tipo de temas. Lo que dices no tiene sentido.

Ellos dijeron que como tú amas tanto a Max, deberías dejar la carrera.

—Espera. ¿Qué?

Así como estás oyendo, mi vida. Como tú lo amas tienes que dejarlo todo para estar con él, así como hizo Emily con Tom. Como él era el hombre, tenías que dejarlo todo por él, porque esa es su voluntad.

—Pero esa es una estupidez. ¿Qué tiene esa familia en la cabeza? —Analizo las palabras de mi madre hace unos segundos—. Espera un momento. Esa fue la misma razón que Max me dio.

—¿Ah sí?

Yo no le había contado a mis padres lo ocurrido, solo que Max me había propuesto dejar la carrera y yo le dije que no.

Pues ya ves de dónde él sacó esa idea.

El calor sube a mi rostro y orejas. Masajeo mi pecho por la presión en él. Debo respirar con profundidad. Zoe me dijo que esto no es bueno en una persona tan joven.

—Mamá, necesito acabar con esto. No es saludable y si me hace esto ahora, para cuando me case puede obligarme a que deje la carrera, o algo peor.

No, Ruth. Mejor déjalo que él decida. Que no quede por ti.

—El jueves volví a discutir del asunto y él sigue obstinado en esa ridícula idea.

Mi amor, espera un poco más. A lo mejor cambia de opinión.

—Mamá, te llamo más tarde.

Zoey, una enfermera blanca que mide al menos 1.80 cm, pelo negro largo que combina con sus profundos ojos negros había prestado atención a mi llamada. Me hizo explicarle la situación y ella concordó conmigo que era una locura la elección obligatoria que Max quería que tomara. Una vez que se sabe toda la historia, llamo a Leyla para ponerla al corriente de la situación.

De todas las personas es la última en enterarse. Me va a matar cuando me vea. Por poco le da un infarto cuando se entera de lo ocurrido. Según ella, debería haber estrangulado a Max en ese momento. Comenzó a protestar y decir palabras poco decentes, alegando que sabía y tenía el presentimiento que él no era bueno y así siguió la tertulia durante media hora más hasta que se cansó y dijo que un día de estos iba a cortarle los frenos al auto de Max. Sé que es capaz, pero no lo hará.

A la mañana siguiente, quise llamarlo. La noche anterior estaba tan alterada que no tenía ganas de hablar con él. Esperé hasta la noche para platicar con más calma. A la medianoche, Zoey duerme y los niños también. Agarro el teléfono y marco su móvil.

Hola, Ruth.

—¿Te desperté?

Estaba tirado en cama esperando tu llamada. No hablamos desde el jueves ¿Ya cambiaste de opinión?

Voy a hablar, pero me retracto cuando analizo sus palabras.

—Espera un momento. ¿Seguro que no estabas durmiendo? ¿Yo tengo que cambiar de opinión?

Claro que sí. Yo soy el hombre y tienes que obedecerme. Solo te pregunté de forma cordial, para que te fueras adaptando a la idea.

—Te escucho y aún no lo creo. Perdóname, pero tu machismo me está alterando. Es la segunda vez que me dices eso y creo que llegaste demasiado lejos.

Pero esa la verdad, Ruth. Si mi madre lo hizo, ¿por qué no tú?

—¿Te volviste loco? En primer lugar, mi nombre es Ruth, no Emily. En segunda, no es obligatorio que haga lo mismo que hizo tu madre para complacer a Tom y en tercera... —detengo mis palabras. Están en la punta de mi lengua. Decirlas o no cambiará todo de ahora en adelante—. En tercer lugar, esto se terminó.

El peso en mis hombros desaparece. Esas palabras se sintieron como un alivio.

—¿Qué acabas de decir? —pregunta, más despierto.

—Escuchaste bien, Max. Esto se acabó.

Cuelgo el teléfono y marco a Leyla.

¿Ruth? ¿Qué pasa? Son la 1 de la mañana.

—Perdóname por despertarte, pero tengo que darte la notica ahora.

Al otro lado de la línea escucho el chirrido de los resortes de su cama.

—¿Qué pasó ahora? ¿Te arreglaste con el imbécil de Max?

—Acabo de romper con él.

—Oh, vaya —musita, somnolienta—. Espera. ¿Hiciste qué? —Su chillido logra que separe mi oído del teléfono. Ya tiene sus sentidos en alerta.

—Como acabas de escuchar. —Mi móvil suena—. Espera. Acaba de llegar un mensaje de texto de Max.

—Dime qué es lo que dice —insiste, con voz ansiosa.

—Nada. Solo dice que era una locura lo que estuve diciendo pero que esto para él también se acabó. ¡Qué tonto! No sabe que me he quitado un peso de encima.

No me lo puedo creer, Ruth. Pero... ¿estás bien con eso? No te escucho llorando —pregunta, con temor.

—Leyla, estoy genial. Me siento libre. Es...como si me hubiera quitado un peso de encima y mi carga se hubiera aligerado.

Si estás bien contigo misma y sientes paz por tu elección, entonces hiciste bien. Mañana me llamas nuevamente y me cuentas todos los detalles. Tengo examen y necesito descansar.

—Está bien

Me llamas —insiste, y pongo los ojos en blanco.

—Te dije que está bien. Buenas noches.

Cuelgo el teléfono y dejo escapar un suspiro de satisfacción. Siento como los músculos de mi rostro se contraen cuando sonrió de verdad después de tantos días en angustia.


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