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Capítulo 42 «Sorpresa»

—Esto tiene que ser una broma.

—Estoy en carne y hueso. Hola, hermanita.

—No me lo puedo creer, hermano. ¡Qué alegría verte! —Salgo del auto y me lanzo a su cuello.

—Yo también estoy contento de verte. Ruth, necesito que me sueltes un poco. Me estás ahogando. —Suavizo el abrazo y escucho como respira con profundidad—. Así está mejor

—¿Qué haces aquí? —Entrelazo su brazo con el mío y salimos del garaje.

—Tu madre me llamó. —Pongo los ojos en blanco. Debí suponerlo—. Hace unos días le llamé preguntando por ti. Me dijo que estabas en la ciudad y decidí darte una visita.

—Kara nunca pierde la oportunidad.

—¿No te alegra que esté aquí?

—Déjate de boberías. Claro que sí ¿Qué tiempo te quedas con nosotros?

—Me quedo hasta el domingo. ¿Te parece bien?

—La idea me encanta.

Entramos a la casa por la puerta de la cocina y subimos. Yo estaba cansada emocionalmente y Kade por el viaje. Así que nos pusimos de acuerdo para mañana dar una vuelta y así conversar.

A la mañana siguiente, Kade y yo salimos a dar una vuelta como habíamos acordado. Me contó todo lo que había hecho en estos últimos meses y planeaba pedirle matrimonio a Lisa el año próximo. Tuvo que posponerlo por razones que no me quiso comentar pero lo importante es que les va bien a ellos como pareja y en el grupo.

—¿Has sabido algo de Scott? —pregunta, de forma repentina.

—Hablé con él ayer en la mañana. —Sus ojos se abren bien grande—. ¿Por qué la sorpresa?

—Por nada.

—Miéntele a cualquiera menos a mí, compañero. Puedes hablar con tranquilidad y sin pena. ¿Cuál es el problema?

—Es que —Hace una pequeña pausa y pasa la lengua por sus labios—, respondiste tan casual que me tomó desprevenido. Nosotros no sabemos de él a no ser que le preguntemos a sus padres.

—Ayer me dijo que estaba bastante bien. Le va súper bien en el internado.

—¿Hablan todos los días? —Asiento—. ¿A Max no le molesta?

—Al principio, pero como al final estoy en la beca y no sabe que Scott me llama y me escribe al e-mail, no tiene razón alguna para enterarse o molestarse por esa tontería.

—Cuidado, ángel. Eso puede traerte problemas.

—Puedes quedarte tranquilo. Eso ya lo discutí con él y al final decidí no hablarle más de ese tema. Además, son solo correos sin importancia. Incluso pensé en cómo me sentiría si él hiciera lo mismo.

—¿Qué conclusiones sacaste?

—Mientras sean cosas en plano no personal, no hay problemas. Por lo menos para mí.

Su silencio me resulta extraño.

—Ángel, no me gusta lo que estás haciendo.

—No lo creo. ¿Tú también?

—Es que lo veo muy extraño. ¿Si Max hiciera eso, en verdad no te resultaría raro?

—Ya te dije que no, Kade. El pasado ya está superado. Scott y yo hablamos como simples amigos. Nada más.

—Tú sabrás lo que haces.

Su escueta respuesta esconde algo más, pero decido no hablar más del tema. Los días de la semana no me alcanzan para hacer todo lo que tenía planeado, pero el lunes ya debo regresar, aunque no quiera. Max me deja en la estación de autobuses.

La semana de clases pasó muy rápido. Los profesores, como siempre, no se cansan de hablar demasiado y nosotros a las 4 de la tarde ya no teníamos fuerzas ni ganas de seguir escuchando. Me decanto por grabar las conferencias para copiar más tarde.

Cariño, mañana salgo para allá. Quiero pasarme tu cumple a tu lado. Papá no puede ir por Casey.

—¿Sabes si Max vendrá? —Su silencio fue respuesta suficiente—. Olvídalo. Voy a pedir un autorizo para ti el fin de semana.

Por eso no te preocupes. Ya tengo un lugar para quedarnos. ¿Te dieron el día?

—No, pero tampoco voy a ir. No pienso pasarme mi cumpleaños en la universidad. ¿Tienes la dirección de donde nos vamos a quedar?

Está a una hora de camino a tu universidad.

—¿Vienes en bus o en el auto? —pregunto, desanimada. La idea de no ver a Max me entristece.

Voy en bus, cariño. Debo de llegar como a las 4.

—Nos vemos mañana, mamá. Saludos a papá y Casey.

Al día siguiente mi madre me timbra. Está en las puertas de la residencia. Bajo por el ascensor con pantalones cortos y una camiseta negra. palmeo mis mejillas para espabilarme un poco. Estoy recién levantada y Morfeo me quiere de regreso.

—Hola, cariño —habla mamá, y sonrío.

—¿Tuviste un buen viaje? —pregunto, mientras estrujo mis ojos con suavidad.

—Te tengo una sorpresa.

—Mi cumpleaños es el lunes.

—Esta te va a gustar.

Mamá se aparte de mi vista y el sueño que tengo, desaparece de un plumazo.

—Max. —Bajo las escaleras con rapidez y lo abrazo como si no lo hubiera visto hace un buen tiempo—. Creí que no vendrías.

—¿Crees que me perdería tu cumpleaños? —Me alejo y él sonríe, apareciendo los hoyuelos en sus mejillas.

—Me alegro que estés aquí.

—No más que yo. —Intenta besarme, pero me niego. No me he cepillado los dientes.

—Denme 20 minutos para cambiarme y bajar con la mochila.

Media hora después, nos encontramos los tres en carretera. El lugar del que mi madre había hablado para quedarnos era en la casa de una tía de Max que vivía allá. Todo estaba planeado.

A la medianoche, todos duermen. El sueño no me ha alcanzado así que enciendo el televisor. Las horas del domingo se habían esfumado y cuenta no me había dado. De momento alguien tapa mis ojos con sus manos.

—Felicidades, Ruth —susurra Max en mi oído, y sonrío.

—Gracias, cariño.

—Aquí tienes. Me entrega una caja y se sienta a mi lado en el sofá.

En su interior hay unas zapatillas negras con diminutas piedras plateadas incrustadas y un pequeño cuadro colgante donde su dedicatoria dice: "Felisidades mi amor en este tu día. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Tu haz sido un regalo de Dios para mí. Espero que nunca olvides este día presioso a los 19 años. Te quiero. Max. Mua".

Hago una mueca al ver el color del cuadro. Él sabe que odio el verde, pero eso lo hizo para fastidiarme. Y lo segundo son las faltas de ortografía. Es imposible para mí pasar esto por alto. Es culpa de mi madre por haberme introducido en la lectura. Pero como Max lo hizo con cariño, solo sonrío. Dejo el obsequio a un lado y lo abrazo.

A la mañana siguiente mi madre se levanta temprano. Quiere prepararle las condiciones a Max antes de partir. Ellos no compenetran mucho, pero había momentos en los que se consideraban mutuamente por mí.

Yo había discutido varias veces con ambos por separado. La que siempre terminaba en el medio era yo. Las palabras extremas de mi madre: "Mira lo que está haciendo Max" "¡Pero será estúpido! Eso no se hace", y as palabras dolientes de Max: "Mira a tu madre, Ruth" o "Está a punto de sacarme de quicio". Me estaban volviendo loca. La batalla campal entre ellos era frustrante.

Lo gracioso del caso es que me lo decían a mí, para que se lo transmitiera al otro en alguna que otra conversación. Aquello era un caos. Estuve una semana sin hablarle a ambos hasta que se pusieran de acuerdo. Esos eran problemas personales de ellos. No tengo tiempo para arreglarles su vida cuando la mía es un completo caos por la universidad. Al final, todavía quieren matarse, pero al menos no pelean frente a mí o discuten conmigo por algún tema que tenga que ver con el otro.

—¿Tienes que irte precisamente hoy? —inquiero, cuando estamos en la puerta principal.

—Lo siento, Ruth. —Besa mi frente y dejo caer mis hombros—. Para pedir el sábado y hoy tuve que trabajar doble el viernes en el banco.

—Está bien.

—Nos vemos en diciembre cuando regreses —insiste, con suavidad, pero noto el dolor en sus ojos color café y en su voz.

—Todo listo —interviene mamá, entregándole la mochila a Max y regresa a la casa.

—Nos vemos, Ruth.

Max se despide con un beso y sube al carro del primo. Lo iba a adelantar hasta la terminal de autobuses. Me quedo en la acera hasta que pierdo el rastro del auto a lo lejos.

A la mañana siguiente, dejo a mamá en la estación de autobuses y yo sigo a la residencia. Al llegar al departamento, las chicas lanzan confetis y cantan Feliz Cumpleaños, desafinadas por completo, pero lo que vale es la intención.

Prepararon algo pequeño que incluye un buffet. No teníamos mucho así que intentaron con lo que pudieron. Una vez que terminamos de arreglar y organizar todo aquello, me dijeron que no hay clases, así que mis preocupaciones se esfumaron. Mis deseos de atender al turno de clases de ICI a las dos de la tarde es como querer salir el día de la Marmota.


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