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Capítulo 35 «Theo»

—Ruth, te tengo una sorpresa —dice mamá, con voz de felicidad.

Intento hablar, pero Gucci se me atraviesa en el camino y se sienta frente a mí. Cuando se levanta en dos patas, me da por la cadera y solo tiene 6 meses. Comienzo a rascarle detrás de la oreja como siempre.

—Theo llamó. Dice que la semana que viene es su graduación y te mandó la invitación. Debe de llegar mañana.

—¿Qué? No me lo puedo creer.

Theo es un amigo de la infancia que conozco desde que tengo uso de razón. Su madre siempre decía que yo era su nuera. Obviamente era una broma. El entró al internado de música junto a nosotras. Leyla y yo llegamos hasta el primer año en nivel medio hasta que decidimos abandonar, pero él siguió hasta graduarse.

Ese moreno es tan delgado que ni con bomba de aire sube unas libras. Su instrumento es el contrabajo y le encantas estar en orquestas y grupos del internado. Su sentido del humor no tiene límites, y es peor que una mujer. Cuando te dice que sale del baño en diez minutos, es preferible sentarse a leer un libro. Eso lo explica todo.

—Me mandó la dirección de la universidad. Aquí la tienes. Mamá me entrega una pequeña hoja con la dirección escrita.

—No era necesario. Ya sé dónde es. ¿Dijo a qué hora es la graduación?

—En la invitación están todos los detalles, pero dijo que será a las 2 de la tarde en la Sala Magna de la universidad. ¿Tienes pensado llevar a alguien?

Conozco el doble sentido de esa pregunta, pero no le voy a dar el gusto de darle la respuesta que quiere.

—Voy a llamar a Leyla a ver si quiere ir conmigo. Es posible que allí nos encontremos con nuestros antiguos compañeros

Como lo pensé, la cara de decepción de mamá sale a relucir al instante de mencionar el nombre de mi mejor amiga. Gucci me sigue hasta mi habitación y marqué el número de Leyla en mi móvil.

Dime, petarda. ¿Qué necesitas?

—Leyla, un día de estos, cuando te lances al colchón vas a terminar despatarrada en el piso o con un muelle enterrado en el...

Ya entendí, mamá —protesta, antes de yo decir la última palabra—. No me regañes más y dime.

—No tienes remedio. Theo llamó... —Su grito es tan grande al escuchar el nombre de nuestro amigo, que aparto el móvil de mi oído—. Leyla, recuerda que estás al móvil. —Ella resopla ante mi sarcasmo—. Dijo que su graduación es en una semana y mañana llega la invitación. ¿Quieres ir conmigo?

Ruth González, esas cosas no se preguntan. Claro que voy.

A la mañana siguiente, soy la primera en revisar la correspondencia. La invitación de Theo llegó como había prometido. Abro el sobre y me asombro por la perfecta caligrafía en dorado: 16 de mayo del 2016 en el aula Magna de la Universidad de las Artes.

A mi memoria llegan los recuerdos de cuando Leyla y yo nos graduamos del instituto el 5 de abril hace casi un mes.

—Leyla, en 10 días debes tener las maletas listas. Quiero estar allá un par de días antes.

—¡Qué emoción! —la voz de Leyla se escucha entrecortada.

—Te conozco. Toma esto con calma.

Pero si yo estoy muy calmada.

Conociéndola ahora formará una lista de las cosas para llevarse, las compras que hará antes y cuando esté allá querrá...

Ruth, tienes que ayudarme. Necesito hacer una lista. —Bingo.

—Leyla, te dejo. Mañana hablamos de eso.

Termino la llamada, porque si espero un poco más, esta llamada se extenderá bastante. He terminado los exámenes así que tengo unos días para descansar antes de emprender el viaje.

A la semana siguiente, Leyla viene a buscarme al menos 3 veces a mi casa para ayudarla a completar su lista de compras. Entre maquillaje, ropa, zapatos y sobre todo, una maleta nueva, se nos van las horas de la mañana y regreso a mi casa con mucho dolor en la vista de elegir entre vestidos y jeans. Solo serán alrededor de 6 días, pero estoy hablando de Leyla. Necesita cambiarse al menos dos o tres veces al día para sentirse persona.

—Hola, Ruth —habla Max entrando por la puerta del garaje—. ¿Qué estás haciendo?

—Estoy viendo si mi coche está en buen estado para el viaje —explico cerrando la tapa del capó.

—¿Vas a viajar? —pregunta, sentándose en una silla de hierro cerca de la puerta del garaje.

Esa pregunta hace que todos mis sentidos se pongan en alerta. Mi cara se transforma dando a entender que ese es terreno peligroso, pero por amabilidad contesto:

—Es la graduación de un viejo amigo de la infancia y quiere que asista.

—¡Qué bueno! Me alegro por él. ¿Dónde va a ser?

—En el internado Saint Bernardo. Está a unas 6 horas de aquí en auto.

—Sí, sé dónde es. Nos vemos más tarde, Ruth.

Se despide con la mano y sale del garaje. Eso fue raro. Ha sido la visita más corta que he recibido de su parte.

Falta un día para salir a la carretera y mi ropa sigue esparcida por toda mi cama. Sin contar que todavía no me he decidido por los zapatos y zapatillas que llevaré. Pero si así está mi cama, no quiero estar en la habitación de Leyla. A estas alturas debe de tener la cabeza metida en un secador, envuelta en toalla y toda la ropa esparcida entre la cama y el suelo, y sin contar las posibles 3 maletas que lleve. Suspiré porque en verdad no sé cómo va a entrar tanto equipaje en el maletero.

Tengo que apresurarme. Planeo salir a media mañana y no quiero empacar tan tarde. Necesito descansar. Seis horas en auto no son para nada gratas. Tapicé los asientos desde hace una semana por esa razón. Necesito viajar cómoda. Media hora más tarde terminé de empacar y bajo las escaleras. Este cuerpo necesita mantenerse y no solo de aire.

El reloj de la cocina da las 3 de la tarde. Mamá y papá están trabajando y Casey debe de estar en el instituto. Tomo la mantequilla del refrigerador junto al jugo de mango, corté dos rodajas de pan y a punto de dar la primera bocanada suena el teléfono de la casa. Debe de ser alguien muy oportuno para interrumpir cuando estoy en la mejor parte del día, comer.

—¿Hola? —Mi estomago ruge del hambre.

—¿Ruth?

—Dime, Max —intento sonar amable, pero es que tengo hambre. Y cuando alguien tiene hambre, por ley de la vida no trata bien a nadie, así que es mejor dejarlo en paz.

—¿Mañana por fin te vas? —Su pregunta no me gustaba mucho—. Necesito que me des un aventón.

«Lo sabía. Demasiado bueno para ser cierto. Esa visita tan corta fue muy extraña», pienso, y frunzo los labios.

—¿Sigues ahí?

—Eh, sí. Está bien. Mañana debemos de salir a las 10 de la mañana.

—Estoy en tu casa alrededor de las 9:30. Adiós. —La llamada termina y dejo escapar un suspiro cargado de tensión.

«Leyla va a matarme», pienso, pero eso no es lo peor.

Un sentimiento que había logrado dejar atrás, me invade otra vez. Siento que están irrumpiendo en mi privacidad y eso no me gusta. No quiero terminar igual que la otra vez. No quiero que se repita la historia con Scott.

Max vio mi cara cuando preguntó, pero es como si lo hubiera obviado por completo. Emily ha hecho sus insinuaciones sobre lo que está surgiendo entre Max y yo, pero aún no estoy segura. Creo que se debe al miedo de fallar otra vez. Con Scott perdí toda ingenuidad y me volví más recatada con mis pensamientos. Max es un buen chico. He tenido sentimientos encontrados con él desde hace un tiempo, pero todavía siento que algo no encaja.

—Hola, compañero —le digo a mi cachorro una vez que llego a mi habitación.

Dejo la merienda en la mesa de noche y me siento en la ventana. El apetito ha desaparecido. Llamo a Leyla para contarle que Max irá con nosotras. Como imaginé, no se lo tomó bien. A ella no le agrada su compañía. Ambas pensábamos hacer este viaje juntas, antes de entrar en la universidad.

Gucci se acercó a la ventana y me toca la pierna una vez que termino la llamada. Eso significaba cargarlo y rascarle la panza. Lo tomo en mis manos y lo siento frente a mí.

—Muchacho, ya estás bastante grande para cargarte de este modo. —El cachorro gruñe, y luego ladra—. No me ladres de ese modo, jovencito. —bajo mi cabeza hasta su altura y pasa la lengua por mi nariz—. Eres un malcriado. Mírame a mí hablando con un perro. —Vuelve a ladrar y remueve su cola con rapidez.


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