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Capítulo 34 «Neumonía»

Los meses pasan volando y de momento ya tengo a la vuelta de la esquina los exámenes de ingreso a la universidad. Un mes antes, me desmayé dos veces la misma noche. El neurólogo que me atendió dijo que se trataban de un síncope vasovagal. Podían darse en las personas que estuvieran bajo mucha presión y estrés.

Pasaron varios días sin ver a Max, y tampoco me llamaba o texteaba. Eso en él no es normal, aunque así me daba espacio para estudiar un poco más. Decidí llamarlo a su casa y para mi sorpresa, llevaba una semana hospitalizado y yo no me había enterado.

—¿Por qué no dijeron nada?

Lo siento, Ruth. No quería molestarte y él tampoco ¿Crees que puedas hacerme un favor? —La voz de Emily se escucha agotada.

—Claro. No hay problema.

Ruth, sé que va a ser un poco complicado, pero ¿podrías llevarle el almuerzo hoy? Max odia la comida de hospital. Estoy un poco cansada y Tom todavía no ha llegado.

—Emily, eso no tienes que decirlo. —Puedo pasar en 10 minutos por tu casa. ¿Está bien?

—Gracias, querida. Eres un ángel —agradece una vez más, y termina la llamada.

—Mamá, termino aquí y voy a la casa de Emily. Max está en el hospital y me pidió que le llevara el almuerzo.

—¡Oh, Dios mío! ¿Qué le pasó?

—Según Emily, fue un catarro que se complicó y se volvió una neumonía. Me voy.

Al llegar al hospital, sigo las instrucciones que Emily me había dado. Max se encuentra en la zona restringida del cuarto piso. Dios puso gracia y la enfermera me dejó entrar sin ningún problema. Incluso, no se debía entrar al cuarto y me dio solo unos minutos para verle.

Su piel se ha vuelto más pálida de lo usual por la falta de sol. Las ojeras debajo de los ojos destacaban un poco más. De su mano izquierda sale un suero administrándole un somnífero. Por causa de la neumonía no había podido dormir bien en algunos días. Su pecho sube y baja con suavidad.

La imagen es demasiado impactante para mí. Solo pude quedarme parada en la puerta sin poder mover ni un músculo. Jamás lo había visto en ese estado. Se ve derrotado y cansado.

—¿Quieres que lo despierte? —musita la enfermera, mirándome con sus profundos ojos negros y cabello castaño cayéndole un flequillo en su frente—. El somnífero ya debe de estar a punto de pasar así que no debe demorarse en despertar.

Habla la enfermera sutilmente esbozando una sonrisa, mostrando de esa manera unos pequeños hoyuelos en sus mejillas. Para que le hayan dado un somnífero debe de haber estado muy cansado, por lo que niego con la cabeza y le entrego la bolsa con la comida y la ropa. Al dar la vuelta, alguien me llama:

—¿Ruth? —La voz somnolienta de Max hace que me encoja de hombros—. Ruth, ¿eres tú?

Cambio la vista de la enfermera hacia Max. Él se estruja los ojos con suavidad como si de un espejismo se tratara. La enfermera me da un pequeño empujón por la espalda, indicándome que solo tengo unos 10 minutos antes del cambio de guardia.

—Hola, ¿cómo estás? Si no llamo a tu casa, jamás me entero de esto. —Dejo sus cosas en una mesa cercana a su cama.

—No quería molestarte. —Le ayudo a sentarse y recostarlo a la pared, colocando un almohadón en su espalda.

—¿Así está bien? —inquiero, y el asiente.

—Puedes sentarte. Yo no muerdo.

Sus labios finos se curvan en una sonrisa tímida y me siento en el borde, frente a él.

Sinceramente, lo he extrañado en estos días. Me había ayudado varias veces a estudiar Historia. De todas y cada una siempre caíamos rendidos en mi cama separados por una almohada. No ver sus ojos color café durante tanto tiempo me hizo dar cuenta que había pasado a formar parte de mi vida diaria poco a poco y que verdaderamente necesitaba verlo.

—¿Lista para el examen de ingreso? Espero que hayas estudiado bastante.

—Mi profesor ha faltado en estos días y se me quitaban las ganas de estudiar —comento con sorna y sonríe.

—Sigue así. Espero que él no se demore mucho o su estudiante va salir fatal.

Conversamos temas banales hasta que la enfermera anuncia que mi tiempo casi acaba.

—Mejor me voy. Tu mamá mandó ropa nueva y un aperitivo para que mintieras al estómago. La comida aquí es fatal. Nos vemos.

Me despido con un abrazo y salgo de allí. La enfermera me acompaña a la salida

—No deja de hablar de ti —murmura bien bajito.

—¿Disculpe? —insisto, creyendo que había escuchado mal.

—El joven al que visitaste no deja de hablar de una chica. Imaginé que eras tú por las descripciones que él cuenta.

Ella se retira y yo me quedo paralizada en mi lugar.

Así pasaron los últimos días que estuvo hospitalizado. Por un momento llegué a creer que su mamá estaba celosa porque él siempre le pedía que yo le llevara almuerzo y la comida, hasta que le dieron el alta del hospital.

Como siempre, pasé a buscarlo y lo llevé a su casa. Sus padres estaban esperándolo en la puerta. No quise pasar ni al garaje, porque Emily me querrá invitar a cenar y no tengo tiempo. Los exámenes se estaban acercando y no quiero retrasarme. Dejé sus cosas en la puerta y regresé a mi casa.

—¡Al fin el último examen! —espeta Camille a todo lo que le permitió su garganta.

—Y que lo digas compañera —secunda Leyla, con voz agotada.

—Chicas, yo llegué a mi límite. Estudiar tanto me dejó exhausta. Este año se adelantaron los exámenes y tenemos al menos 3 meses de vacaciones —comento. Suspiro cuando veo los anillos colgando de las llaves de mi auto. Aún no me decido.

—Es verdad. ¿Qué vamos a hacer? —pregunta Leyla, recostada a su auto.

—Este año salgo con mi padre y mi madrastra de vacaciones —explica Camille con los brazos cruzados en su pecho—. No tengo muchas ganas de ir, pero mis primos nos están esperando.

—Lo siento, querida. Tú te lo pierdes —ataja la rubia con ironía. Enarco una ceja hacia ella y deja escapar un suspiro—. Estas vacaciones te voy a extrañar. —Pasa su brazo por el cuello de Camile y recuesta su cabeza en el hombro.

—Chicas, estas vacaciones voy... —Mi móvil comienza a sonar. Por el sonido sé que es Max, y las chicas también.

—El que faltaba —comenta Leyla, con burla y pongo los ojos en blanco.

—Dime. —Asiento a lo que me dice—. Ya terminé. ¿Paso a recogerte? —Asiento una vez más y lanzo mi mochila al asiento del copiloto—. Está bien. Voy en camino

—¿Ahora qué le pasó? —protesta la rubia. Ella soporta la compañía de él por mí.

—El auto se le averió y me dijo que lo pasara a buscar al banco —añado, entrando al auto—. Nos vemos luego.

Al llegar al banco no veo a Max por todo el lugar así que entro. Todo sigue tan tranquilo como siempre.

—Hola, Ray —salud al portero con amabilidad.

—Buenas tardes, Ruth.

Así todos los compañeros de trabajo de Max me conocen. A veces paso a buscarlo para ir a casa juntos. Varias veces tenía que esperar hasta media hora. Me ponía a conversar con los trabajadores que salían de allí.

—Espero que te haya ido bien en el examen.

—Creo que salí bien. Gracias por la preocupación. ¿Max no ha terminado?

—Está entregando la caja. Hablando del rey de Roma —comenta, divertido, señalando hacia una puerta de marco marrón con cristales negros por la que Max está saliendo—. Nos vemos luego, Ruth.

—¿Nos vamos? —pregunto, colocando la mochila en mi hombro.

—Ya podemos irnos, pero primero tenemos que celebrar que hayas terminado los exámenes. Nos vemos mañana, Ray.

—Max, ¿qué vas a hacer con tu auto? —pregunto una vez que llegamos al parking.

—Llamé para que lo remolcaran a mi casa. Mi papá debe de llevarlo más tarde al taller.

Al salir de allí, nos dirigimos rumbo a Empire, donde comimos la vez pasada. Tate nos estaba esperando en la puerta del restaurant. Max ya debe de haber reservado una mesa. Aparco cerca de la escalera y apago el motor.

—¿Todo listo? —pregunta Max hacia el joven.

Esta vez se veía mucho más descansado. No lo veo desde febrero y ya se hacen notar los brazos bien definidos del joven. Si Leyla viera esto se volvería loca.

—Ya está todo preparado. Síganme, por favor.

Tate nos señala hacia la escalera de la última vez. Al llegar al segundo piso, nos guía hasta la última mesa de la izquierda. La vista da completamente hacia el lago. La mesa está forrada con un mantel azul cielo y las sillas de madera de roble estaban talladas con pequeños hilos de viento y tapizadas con la tela del mismo color del mantel.

—¿Lo mismo de la última vez? —Ambos asentimos y Tate se retira.

—Max —mi voz recriminadora fue suficiente.

—Sé lo que dijiste cuando vinimos la última vez, pero quiero aprovechar esta oportunidad que estamos solo nosotros.

Frunzo los labios en señal de molestia, pero ya estamos aquí y él paga. Así que decido pasar una tarde agradable.

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