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Capítulo 24 «La llamada»

—Sé lo que estás pensando, y no, señora Kara.

—Yo no he dicho nada. —Mamá levanta las manos en señal de paz y enarco una ceja ante su defensa.

—No lo dijiste, pero lo pensaste.

—Mima, ya te levantaste. ¿Tú también quieres pan tostado? Aprovecha ahora que estoy de buenas. —Mi madre entrecierra sus ojos, analizando la buena bondad de mi hermana.

—¿Qué quieres, Sophie?

—Nada, mamá. ¿No puedo hacerte el desayuno? —Esta vez, mi madre es la que enarca una ceja con cinismo—. Mamá, no me mires así. De verdad no quiero nada.

—Como digas. Y sí. Quiero pan tostado, pero mejor tomaré leche ¿Quieren, niñas?

—Ya saqué el jugo, mamá —aclaro.

—Pues vuélvelo a poner. ¿En serio te estás negando a que te prepare mi famosa receta de las mañanas? ¡Qué dolor! —Coloca la mano en la frente de forma dramática y Sophie pone los ojos en blanco.

—Ya veo a quién salió Ruth.

—¡Oye! —protesto con una sonrisa en mis labios.

Al terminar de desayunar, y reír con mi hermana y mi madre, regreso a mi habitación. Después de una ducha tibia me acerco a la ventana. El sol se refleja en las ventanas del auto. Por un momento me había olvidado de él.

«¿Qué voy a hacer con un auto si ni siquiera he intentado sacar la licencia de conducción?», pienso, con inseguridad.

—Tendrás que pedirle ayuda a tu madre que te enseñe a manejar mientras no estoy.

—Buenos días, dormilón. ¿Dormiste bien?

—En lo que cabe, sí —contesta, cerrando la puerta de mi habitación.

Se nota que está recientemente levantado. Todavía lleva su pantalón blanco de dormir y el pecho desnudo enseñando sus abdominales bien definidos. Todo hace juego con su cabeza desaliñada y despeinada. Este chico, aún en ese estado deprimente y somnoliento, es digno de mirar. Kade se acerca a mí con paso lento.

—¿Te gustó mi regalo?

—No tenías que molestarte. Además, ¿qué voy a hacer con auto si no se manejar?

Kade rodea mi cintura con sus fornidos brazos, me acerca a su pecho y acomoda su barbilla en mi hombro.

—Ya te dije. Habla con tu mamá o dile a Sophie que te enseñe. Ella aprendió rápido

—Y después escuchas en las noticias que la hija menor de los González está hospitalizada porque a su hermana se le olvidó decirle que el acelerador era el freno.

—No sea tan mala. Dale una oportunidad. ¿Ya desayunaste?

—Ya estoy cambiada. Eso es mucho decir.

—Desayunaste sin mí. —Sonrío ante su voz cargada de dolor—. No importa. Te sigo queriendo. Ya se me olvidaba. —Del bolsillo de su pantalón saca un juego de llaves y las coloca en mi mano—. Son del auto nuevo.

Alzo las llaves a mi altura para observarlas con detenimiento. Tienen como colgante unas alas plateadas y negras haciendo que las comisuras de mi boca se eleven.

—Siempre tan curioso.

—Nos vemos abajo. —Besa mi mejilla y se retira.

Unos minutos después bajo las escaleras. Papá y mamá salieron otra vez, y Casey llega tarde en la noche. ¿Dónde está mi hermana? Al parecer, Kade ya había tomado su desayuno. El teléfono de la casa suena y lo descuelgo.

—¿Hola? —Lo único que recibo es silencio al otro lado de la línea—. ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?

Parpadeo, perpleja, y cuelgo. Es posible que fuera un equivocado. Siempre pasa. Cuando me giro, el teléfono vuelve a sonar y me encojo de hombros. Sacudo mi cabeza por la absurda idea que sea una de esas llamadas donde al otro lado alguien amenaza con voz de psicópata que vendrán por mí y me matarán.

—Aish, esas películas de terror de Sophie comienzan a afectarme. —Descuelgo el teléfono una vez más—. ¿Hola?

Buenos días. Por favor, con Ruth. —Esa voz es familiar. Aprieto los labios, por la tonta idea que cruza mi mente.

—Es la que habla. ¿Quién es?

Oh, hola, Ruth. Es Max.

—¿Quién?

Es Max —habla un poco más alto y aprieto los labios.

—No conozco nadie que se llame así.

—¡Ay, Dios mío! Ese golpe te afectó más de lo que pensé. —Su voz aterrada me causa lástima.

—Nah. Hierva mala nunca muere.

—¿En verdad me recuerdas?

—¿A la única persona que me ha provocado dos accidentes en toda mi vida? ¿Quién no? —Suspira de alivio—. ¿Cómo estás?

Todo bien. Llamé para saber cómo seguías.

—Me siento mejor. La noche no fue la mejor de todas, pero me estoy recuperando.

Me alegro.

—Muchas gracias por traerme a casa ayer.

Es lo menos que pude hacer. —Su escueta respuesta me hace fruncir el ceño.

—Escupe lo que tengas que decir.

—¿Dónde pusiste las cámaras? ¿Por alguna casualidad eres vidente?

—Max, si hubiera nacido 2 minutos más tarde, es posible que fuera vidente. —Sonríe al otro lado—. Pero no. Soy una simple humana con gripe.

Veo que tu sentido del humor no ha cambiado.

—Ese no cambia. Solo mejora con el tiempo.

Y además sarcástica. Eres una caja de sorpresas.

«No eres el primero que me lo ha dicho», pienso, y aprieto los labios. Unos ojos verdes intentan entrar en mi mente, pero sacudo la cabeza.

Oye, ¿cómo está Kalhyl?

—Todavía no he pasado por las caballerizas. Estaba a punto de ir para allá cuando llamaste.

Ruth, yo... —deja las palabras en el aire, como si intentara buscar las correctas.

Cruzo los dedos esperando que mi madre y mi hermana no tengan razón o van a sacármelo en cara toda mi existencia.

—Suéltalo, Max.

Mis padres quieren ir de vacaciones y no sé cómo invitar a Leyla —murmura apenado y suspiro, aliviada.

—Vas a tener que pedírselo para las próximas vacaciones. Se va de viaje con Camille y sus padres.

Max, pregúntale si ella quiere ir —propone su madre.

Dudo que quiera ir —comenta, susurrando, como si quisiera que no lo escuchara.

—Escuché eso.

Ruth, no es que no quiera que vayas, es que...

—Tranquilo, no hay ningún problema —le interrumpo, aguantando las ganas de reír.

Pobrecito. No sabe que Leyla lo quiere a 1000 kilómetros de ella por que piensa que cerca de él, siempre le lloverían golpes.

—¿Max, sigues ahí?

—Sí, perdón —contesta, pero su tono de voz se escucha cargada de decepción—. Ruth...

—Dime.

—¿Quieres ir con nosotros?

«¿Y terminar con más golpes voladores? Ni hablar», pienso.

Te lo ruego, por favor —susurra, desesperado—. Cuando mis padres van de viaje se olvidan que existo. En el último viaje si no es por mi hermana, me hubiera lanzado del Empire State. —Tuve que reír a carcajadas.

—Tus vacaciones sí que son frustrantes.

Y que lo digas. Venga, acompáñame —ruega con voz lastimera, y analizo la situación.

—No prometo nada. Hablaré con mis padres y después te digo —contesto, porque sé que mis padres dirán que no de forma veloz. Sinceramente, no me apetece viajar, aunque me era conveniente. Salgo de casa, puedo despejar sin pensar en nada más y conoceré otro lugar fuera de la ciudad

—Gracias, Ruth.


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