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Capítulo 20 «¿Tú otra vez?»

Al entrar en mi habitación encima de mi cama hay unos jeans de mezclilla y una camiseta negra. Todo el pecho está cubierto por un ángel con las alas abiertas, pero su cabeza está de perfil y mis iniciales están bordadas a sus pies.

—Espero que te guste. —Una voz llega desde la puerta de mi habitación.

—Kade, no tenías que hacerlo.

—Ya lo sé. Es un regalo de despedida.

Escuchar que debe irse en dos días hace que mi corazón se contriste.

—¿Tienes que irte?

—Tengo que hacerlo, aunque no quiera. Los chicos me están esperando y extraño a Lisa. Ya tengo a letra de la canción, así que no tengo justificación para quedarme más tiempo.

—No sabes la envidia que te tengo. Ojalá que tú y Lisa sean felices. Tengo que ser la madrina de la boda. No se les ocurra seleccionar a alguien más.

—Te voy a extrañar mucho, Ruth. —Sus brazos em rodean con la misma calidez de siempre.

—Yo también, hermanito. —Al mencionar la última palabra, se separa de mí.

—Nada de hermanito —protesta, amenazándome con el dedo.

—Eres dos meses menor que yo. Si nos guiamos por ese detalle, eres menor que yo por edad.

—Pero no por tamaño —aclara con rapidez y le saco de la lengua de forma juguetona.

—Eso se llama discriminación de tamaño.

—Tómalo como un cumplido. Apresúrate. Tu madre me está volviendo loco en la cocina ahora que tu papá no está y necesito de tu ayuda. ¿Te veo abajo en diez?

Unos minutos después bajo las escaleras con el conjunto que me había comprado Kade y camino hacia la cocina.

—Sabía que tenía buen gusto. Eres muy parecida a Lisa. Por eso se me hizo más fácil seleccionarla —comenta mi amigo, recostado al marco de la puerta de la cocina que da al patio.

—Creo que me odias —protesta mi hermana, y río por lo bajo—. Conmigo fuiste un desastre. Si Lisa se entera de esto se pondrá celosa.

—Si sabe que fue para Ruth, no habrá ningún problema —dice Kade, regodeándose.

—Chicos, hablen de moda más tarde—increpa mamá, y mi hermana le entrega unas botellas de agua.

—Todo está listo —recalca Sophie—. Solo falta que toquen el tim...

El timbre de la casa corta las palabras de mi hermana.

—Sophie, tú como siempre de oportuna —comenta mamá con ironía dirigiéndose hacia la puerta.

—Emily, Tom, pasen. Están en su casa —Escuchamos la voz de mamá—. Chicos, vengan para que conozcan los nuevos vecinos.

—¿Todos son tuyos? Yo también tengo 2 hembras y un varón —explica la señora rubia de ojos cafés. Ella debe de ser Emily.

—No, querida —aclara mamá con una sonrisa—. El joven no es mi hijo, pero es como si lo fuera. Esta es mi hija mayor Sophie y mi hija del medio, Ruth.

—Mucho gusto —hablo, intentando ser amable.

El hombre alto y cubierto en canas no me da mucha confianza que digamos. Su mirada a través de los lentes es un poco amenazante.

—Y este es Kade, un amigo de las chicas.

—Gusto en conocerlos. —Kade les saluda con un apretón de manos.

—Mucho gusto. Mi nombre es Emily y este es mi esposo Tom. Kara, querida, mi hijo debe de llegar un poco más tarde. Fue a comprar unos analgésicos. Llegó con el mentón inflamado. Una chica lo golpeó en el colegio.

Esa chica es una fiera o algo le hizo él para recibir tal golpe. No siempre la mujer es la culpable. Se parece mucho a mí. Kade me mira de soslayo. También cree que es demasiada coincidencia.

—Mejor olvidemos tal atropello y pónganse cómodos en la sala de estar. ¿Quieren algo de tomar? ¿Jugo, soda, cerveza o un té? —pregunta mamá como anfitriona.

—Un té, por favor —contesta Emily.

—Yo quisiera una soda —añade su esposo con voz grave.

—Está bien. Sophie, encárgate de las sodas. Ruth, prepara el té. ¿Limón, canela o menta?

—De limón, por favor —señala la señora.

Mi hermana, Kade y yo nos dirigimos a la cocina.

—Esa gente da miedo —comenta mi amigo en susurros una vez que entramos en la cocina.

—No seas llorón. Aunque ¿te soy sincera? El hombre parece un poco espeluznante —secunda mi hermana y pongo los ojos en blanco.

—Y que lo digas —comenta Kade, sacudiéndose como si tuviera miedo.

—¿Quién toma té a las 7 de la tarde? Ni que estuviéramos en Londres.

—Eso es raro —murmura mi hermana cuando abre el refrigerador—. Mamá, no hay sodas. Kade y yo vamos al súper.

—Espera. ¿Qué?

—Ya lo dije. No puedes echarte para atrás.

Aprieto los labios para no soltar una carcajada.

—Ruth, ya veo de donde sacaste el nivel de manipulación —protesta Kade agarrando las llaves de su coche.

—Y eso que no has visto a mi madre en acción.

—Nos vemos luego, hermanita.

—Váyanse de una vez.

Salen por la puerta trasera de la cocina. Sonrío hasta que entendí el plan de mi hermana. Quería dejarme sola en este aprieto. Preparo el té de limón y e lo entrego a la señora.

—Muy agradable tu niña, Kara. ¿Qué edad tienes, Ruth?

—Tengo 17 —contesto, dubitativa.

—¿Escuchaste, Tom? Tiene solo 17. Si te soy sincera, creí que tenías 15 o 16 —comenta ella una vez más, intentando ser amable.

—Gracias por el cumplido, señora Emily. Mamá, ¿dónde está Casey? Ya casi es hora de la cena.

—Leyla vino y se la llevó este fin de semana. Lía quería hacer una pijamada y la dejé ir. No regresa hasta el domingo.

—¿En serio? Papá fuera y Casey también. —Gimo por lo bajo—. Al menos tengo a Kade o la soledad sería mi compañera de nuevo.

—Ruth, ¿puedo hacerte una pregunta? O si quieres considérala como una propuesta —interviene Emily con voz melosa. Presiento que no me va a gustar su oferta—. Nosotros nos acabamos de mudar y no sabemos mucho del lugar. Mis dos hijas están casadas y solo me queda el menor. Mi propuesta es, para que no estés encerrada en casa y mi hijo tampoco, mañana sácalo a dar una vuelta y así conoce el lugar.

La idea no me gusta para nada.

—No sé si pueda. Mi hermano Kade se va el domingo y pensaba dar una vuelta con él.

Al parecer mi idea no le gustó mucho. Endureció los labios y junta un poco las cejas, pero ¡que le den! No sé cuándo volveré a verlo y no pienso aprovechar el último día con un extraño. Sin embargo, parece que a Tom, su esposo, le gusta mi respuesta y esconde una media sonrisa. Así se ve mucho mejor. Emily intenta disimular su decepción con un leve carraspeo y añade:

—Cariño, Max se ha demorado un poco, y comienzo a preocuparme. Él no conoce los alrededores.

—Cariño, tiene 22 años y existe el GPS —contesta su esposo con tono de cansancio—. Deja al muchacho tranquilo. Que se desenvuelva. Ya es hora que salga de tu falda.

En ese momento suena el timbre de la casa. Dejo a mi madre con la visita y abro la puerta. Mi expresión fue entre la decepción y el asombro.

—¿Tú otra vez? —preguntamos yo y la otra persona al unísono.

«Esto tiene que ser una broma», pienso, frunciendo los labios al reconocer al individuo frente a mí.


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