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Capítulo 11 «Aéropostale»

—Ruth, pon este regalo junto al resto.

—Yo me encargo. —Kade deja a Casey en el suelo y esta se retira con papá tomada de la mano—. Tú instala a tu hermana.

Toma el regalo en sus manos y se aleja.

—Ese chico es genial ¿Su nombre es Kade?

—Tata, no seas asaltacunas. Tú casi estás en los 30.

—No lo decía por eso —rebate y enarco una ceja.

—No lo dijiste, pero lo pensaste. —Sonríe y me empuja hacia las escaleras. La conozco demasiado bien.

Ayudo a mi hermana con el equipaje y al instalo en mi cuarto. Menos mal que podían entrar 2 camas cameras y aun así había espacio en él. Sophie trajo suficiente equipaje para cambiarse 3 veces al día durante 3 meses.

—Este era mi cuarto antes de que papá añadiera la habitación de Casey al final del pasillo. —Asiento mientras me siento en la cama—. Se nota que es el tuyo. Lo remodelaste. —Su mirada se desvía hacia la pared cerca de la ventana—. Estas pinturas son hermosas. ¿Las hiciste tú?

—En mi tiempo libre, que no es mucho, por cierto —aclaro con rapidez—. Me siento en la ventana, recreo en mi mente varios recuerdos de la infancia y solamente dejo que el pincel haga su trabajo en el lienzo.

—Son fantásticas. —Mi hermana mira los cuadros, maravillada—. Yo recuerdo este lugar. Fue donde llevamos a Casey cuando cumplió los cinco años. La llevamos al museo de la ciudad. Se nos perdió y nos pasamos casi dos horas buscándola. El guardia la había encontrado, pero se puso a hablar en el idioma de Casey y allí se quedó hasta que la encontramos —relata con una sonrisa en sus labios.

—Pasamos un buen susto.

—Y que lo digas. Mamá por poco nos mata cuando se enteró. Pero al menos es un buen recuerdo y Casey se divirtió ese día. —Nos recostamos en la cama un rato.

—Sophie, Ruth, ¿ya terminaron? Casey está impaciente. Quiere picar el pastel —habla mamá desde la puerta de mi habitación.

—Bajamos en un momento —contesto, sin moverme de lugar.

—Esta bien. No se demoren.

—Me cambio y bajamos enseguida. —Mamá se retira y deja la puerta entreabierta—. Ayúdame a elegir que ponerme. Empaqué varias cosas pero tú eres la especialista en hacer conjuntos de ropa.

—Sophie, tú fuiste la que me enseñaste.

—Eso ya lo sé. Pero mejoraste mucho desde que me fui. Créeme cuando te digo que estaba al tanto de todas tus publicaciones en Facebook. Hay una que me encantó que te etiquetaron. ¿Cuál era? —Pone su dedo en el mentón en modo pensativo—. Ya me acordé. Estaban tú y Leyla cantando desafinadas. —Siento como el calor sube a mi cara y orejas—. Desde que subieron ese video, lo descargué y cada vez que lo veo no paro de reírme. Dime, por favor, que eso fue jugando.

—De todas las publicaciones ¿tenías que acordarte de esa? ¡Qué vergüenza! Kade, el chico que está abajo fue el que lo subió por maldad.

—Dime, por favor, que no estás cantando así o te mato. —Sophie habla entrecortadamente porque la risa es inaguantable. Debe sostener su estómago.

—Déjate de boberías y apúrate antes de que escuches a Casey gritar. Todavía no sé de dónde saca tanta fuerza vocal. —Intento levantarla de la cama.

—Mi amor, la hermana mayor es cantante-compositora y la otra es pianista y cantante. ¿Qué más se puede pedir? —Sophie tiene razón.

—¡Ruth! —Llega a mis oídos a voz de Casey.

—Te lo dije ¡Ya vamos, amor mío! ¡Bajamos enseguida Apresúrate y abre el equipaje

Sophie trajo maravillas de ropa de París. Mientras se da un baño fugaz, saco de su equipaje unos jeans azules oscuros, un pulóver gris de cuello V Aéropostale, y para terminar el conjunto, unos converses negros. Desde pequeña siempre me gustó la comodidad y la práctica antes que lo atrayente y llamativo. Este conjunto me trajo a la mente un hermoso recuerdo a la memoria.

Faltaba solo un día para que la banda se fuera de la ciudad y decidieron ir a la costa. Ese viaje yo no fui. Mamá y papá estaban fuera de la ciudad para un fin de semana de Luna de Miel. Casey estaba resfriada, pero como no quería arruinarles la oportunidad no les dije nada, y además, tenía que lavar dos grandes montañas de ropa.

Gracias a Dios, mi hermana menor se había quedado dormida. La pobre no había podido dormir en toda la noche por la gripe. Yo creí que me iba a morir con tanto trabajo hasta que tocaron el timbre. Abro la puerta y ahí estaba él, con una sudadera gris de Aéropostale, pantalones cortos azules oscuros, sus zapatillas converses negras y una gorra. Alérgico al sol, así como yo.

—¿Scott, que haces aquí? Creí que habías ido con los chicos a la costa.

Me sorprendió que estuviera ahí pero también me daba un poco más de tranquilidad. Además, no lo veía hace una semana. El instituto y las pruebas me habían absorbido por completo y era un alivio el poder ver su rostro. Mensajes y llamadas no se comparar a tener a la persona que te gusta de frente y poder hablar con ella.

—No me gusta el sol y además te extrañaba bastante. Sé que los exámenes te tenían muy ocupada y por eso te di espacio. —Sonrío de soslayo.

—Muchas gracias. ¿Quieres pasar? No te prometo una buena atención. Tengo a Casey enferma y dos señores montículos de ropa a lavar.

—¿Quieres que te ayude? Soy bastante bueno y con mucha práctica.

—Te lo agradecería con la vida. Creo que el día no me va a alcanzar.

Que me hiciera esa propuesta me alegró la mañana. Uno, por la ayuda que de verdad la necesitaba y dos, lo tenía cerca y podía mirarlo todo lo que quisiera por última vez antes que partiera al día siguiente.

—Pasa y siéntete como en casa ¿Desayunaste? Mamá dejó galletas con chispas de chocolate. Son tus favoritas, ¿no?

—Ella como siempre. Me leyó la mente. Yo tenía pensado pasar hoy por aquí. —Se acomoda en el sofá.

—En sí las hizo para el viaje de ustedes mañana. Yo hice un poco para mí y para Casey para desayunar ¿Quieres?

—Sabes que sí —contesta, y asiente, sin dejar de sonreír.

«¿Qué clase de pregunta es esa, Ruth?», pienso avergonzada.

Me dirijo hacia la cocina, pongo unas cuantas galletas en un plato y lleno un vaso con jugo de manzana. Cada vez que mamá y papá se van de viaje siempre dejan la despensa llena y el refrigerador también para que Casey y yo no pasemos necesidad. Escucho unos pasos que se acercan con lentitud.

—¿Todo listo? —pregunta Scott desde la puerta de la cocina.

—Mira que eres apurado. Aquí tienes. Está todo listo. —Le señalo el plato con galletas sobre la encimera.

—Huele bien. Gracias.

Sonrío con timidez hacia él, y me agarra por el brazo suavemente cuando paso por su lado para acercarme a él. Coloca sus brazos a cada lado de mi cuerpo, aprisionándome contra la encimera, sin ninguna forma de escapar

—Ruth, he querido decirte esto desde el día del accidente, pero no tenía la seguridad y la confianza.

—¿Qué pasa Scott? —Toco su mejilla y aparto el flequillo que cubre sus ojos.

—Te amo, Ruth —murmura bien cerca de mi rostro y nado en su mirada esmeralda intensa.

En el tiempo que llevamos juntos nunca me dijo esa frase, y haciendo memoria yo tampoco. Esas tres palabras me dejaron atónita y mi corazón comienza a latir más rápido.

—Ruth, Ruth, Ruth. Muchacha, sal de ese trance o pensamiento que te ha dejado fuera del Planeta Tierra.

—¿Eh? —murmuro, aturdida—. ¿Qué pasó?

—Te estaba llamando, pero tú ni enterada. Estás en el aire. Nunca te había visto así. ¿Todo bien?

—Aquí está la ropa —digo, para evitar un tercer grado de su parte—. ¿Te gusta?

—¡Ruth! —grita Casey desde abajo.

—Es la segunda vez que llama. No dejes que llegue a la tercera.

Mi hermana se viste y maquilló en cuestión de minutos, y nos reunimos con todos abajo en la cocina.


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