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02. Trampa fallida.

Capítulo 02: Trampa fallida.

Ambientación: Libro Tierra. Episodio 1.

Cuando las puertas del barco se abrieron de par en par, las filas de soldados ubicadas parejamente a los costados de la extensa alfombra roja se arrodillaron en reverencia hacia su princesa. Los cuatro hombres que cargaban el transporte real de Azula se detuvieron, lo bajaron con todo el cuidado del mundo y dos de ellos abrieron las cortinas, dejando ver a la princesa sentada en su asiento tan similar a un trono. Xica esperaba que aquella imagen no fuera un vaticinio de la coronación a la que la ambición de Azula estaba dirigida.

[N/A: Vaticinio: Hecho o situación futura que se anuncia a partir de ciertos indicios o por simple intuición]

Azula bajó de su asiento y con un gesto de su mano ordenó que todos se pusieran de pie. Xica se trasladó unos pasos desde el costado del transporte real hasta quedarse detrás de Azula, tal y como la princesa había solicitado ya con antelación.

—...No es por nada, pero quiero que permanezcas junto a mí. Si yo voy, tú vienes.

—Así será, mi señora.

Xica se acostumbró a ese tipo de órdenes desde que pasó de las manos de Iroh hacia las de Ozai, y ahora, provisionalmente, a las de Azula. Padre e hija se parecían en sus deseos de control total, y al parecer su obediencia siempre ejemplar hacía que sus temperamentos estuvieran satisfechos con su presencia. 

—Mi hermano y mi tío han deshonrado al Señor del Fuego y nos han avergonzado a todos.—espetó Azula con su característica firmeza, caminando entre los soldados con el porte de la realeza y la frente en alto. Xica le siguió el paso, manteniendo una distancia prudente de su figura pero sin faltar a la orden—Deben sentirse extraños atacando a miembros de la familia real, y yo lo comprendo. Pero les aseguro que si fallan, yo no voy a dudar en atacarlos a ustedes. Retírense.

Su orden fue acatada y todos salieron corriendo hacia el interior del barco, mirando de soslayo a la persona que debía quedarse junto a Azula en todo momento y llegando incluso a tenerle pena por ello. Xica no los miró, pero sabía que lo habían hecho. Eran pocos los que sentían lástima de los esclavos, pero no ayudaban con eso. De todas formas, cuando miraban a Xica sólo veían de su rostro sus extraños ojos, la única parte del rostro de los esclavos que quedaba al descubierto con sus ropas que los cubrían casi por entero.

Xica miró de reojo al capitán, que se había quedado de pie detrás de ellas y se apresuró a hacer una reverencia antes de hablar.

—Princesa, me temo que la marea no nos permitirá llegar al puerto antes del anochecer.

Xica sabía que esa frase quedaría invalidada tan pronto como Azula abriera la boca, y no estaba equivocada.

—Disculpe, capitán, pero yo no soy experta en mareas.—espetó Azula con una expresión inescrutable en su bello rostro—¿Podría explicarme una cosa?

—Por supuesto, su alteza.

—¿La marea comanda este barco?—musitó Azula, mirándolo de soslayo con una dura mirada que lo puso tan nervioso como la misma guerra. 

—Me temo que no comprendo...

—Dijo que la marea no nos permitiría llegar pronto al puerto.—contestó Azula—Dígame, ¿la marea comanda este barco?

—Me temo que no, su alteza.

—Y si yo decidiera arrojarlo al mar, ¿acaso la marea dudaría en azotarlo contra las rocas?

—M-me temo que no, su alteza.

—Entonces debería preocuparse menos de la marea, quien ya tomó la decisión de matarlo, y preocuparse más de mí, que todavía lo estoy pensando. —declaró Azula con seriedad, volteandose hacia él y dedicándole una severa mirada.

—Lo que usted diga.—respondió el capitán, haciendo una reverencia y echando a correr hacia el interior del barco. La puerta se cerró y Xica pudo escuchar el suspiro de Azula, quien había adoptado una expresión de enojo con aquella muestra de insolencia.

—A veces pienso que no les enseñan lo suficientemente bien lo que es la obediencia.—farfulló apoyando los antebrazos en la baranda del barco. El viento arrullaba suavemente los mechones de cabello que caían a los costados de su rostro—No quiero enterarme de que desacatan mis órdenes cuando las mande a través de ti, así que cuida bien de que obedezcan al pie de la letra mis indicaciones. 

—Así será, mi señora.

—¿Sabes qué hacer en caso de que desobedezcan?

—Aplicar el castigo correspondiente, mi señora.

Azula sonrió suavemente y se volteó hacia ella, apoyando esta vez sus codos en la baranda y observando directamente a sus extraños ojos. Azula pensaba que eran exóticos y le gustaba que se vieran, para que la reconocieran como propiedad únicamente de la familia real. En términos generales, era la esclava de más alto rango en la Nación del Fuego, y ahora estaba a su única disposición.

—Es lo que me gusta de ti, no tengo que perder mi tiempo en indicaciones.—admitió Azula recargándose contra la madera—Que te tengas que quedar aquí con lo útil que eres es lo que me desagrada del plan, pero si te ven mi tío y mi hermano sabrán que eres tú y que esto es una trampa. Ya sabes, esos ojos tuyos no engañan a nadie.

«Los esclavos no teníamos nombres sino hasta tener amos que nos lo dieran, y por mientras, teníamos apodos. Iroh me nombró Xica, pero hasta entonces yo siempre había sido Ojos Rotos. Mis ojos tenían una especie de falla en su coloración, o al menos era algo de lo que se pensaba. Eran diferentes al resto y me hacían fácilmente reconocible como la supuesta "esclava privilegiada" que algunos creían que era. Lo fui con Iroh, sí, pero con Azula, sin embargo...no tenía idea de lo que sería»

Xica no respondió, pero miraba a Azula para darle a entender que la estaba oyendo. Azula sabía que esa era la educación que los de su tipo recibían; no hablar si no se le ha solicitado. No obstante, a veces no le gustaba la falta de respuesta de Xica, porque le hacía parecer que estaba hablando sola. 

—Respóndeme de vez en cuando, es deprimente hablar sola.—ordenó Azula con una pequeña mueca. Estaba consciente de que una orden como eso haría pensar a cualquiera que la princesa estaba perdiendo noción de lo que era el lugar de un esclavo, pero Azula sabía que Xica jamás diría algo que no la satisfaciera.

—Así será, mi señora.

Xica oyó primero los pasos de Azula, y luego de unos segundos la vio bajando la larga escalinata que conducía a una choza en el bosque que estaba siendo ocupada por sus próximos prisioneros. El paso de Azula era ligero y sin prisa, lo que le daba a Xica la certeza de que tanto Zuko como Iroh habían creído en ella y por ende su papel de apoyo en un posible enfrentamiento quedaba reducido a la inutilidad. 

—Un éxito rotundo.—espetó Azula con una curva de satisfacción en sus labios. Pasó de Xica y continuó bajando las escalinatas, esta vez seguida por ella. Sus mechones sueltos se movían suavemente por la brisa y sólo sus pasos se escuchaban. Los esclavos tenían otro tipo de botas, diferentes a las de las armaduras. Eran más ligeras y casi no producían ruido para que su presencia pasara inadvertida—Me sorprende que Zuzu sea tan crédulo, pero supongo que tres años lejos de su honor le han dado unas fatales esperanzas de redención con nuestro padre...es ahora cuando me respondes algo.

«En ese entonces, los años en que Zuko y yo pasábamos tiempo juntos habían transcurrido y se habían ido lejos. Yo no era capaz de comprender el dolor que Zuko sintió al perder su honor, porque yo nunca había tenido nada, y si alguna vez tuve algo, entonces ya no me pertenecía. Mi obediencia era de mi Nación. Mi fuerza era del ejército. Mis armas de los soldados. Y mi poder era de la familia real al igual que mi vida, y sólo mi astucia me ayudaría a conservarla. Y siendo esclavo, astucia mayoritariamente se traduce como adulación bien manejada»

—Ningún factor es más influyente en el éxito de nuestra tarea que su propia intervención, su alteza, ni siquiera lo crédulo que pueda ser su hermano.—respondió Xica en un tono monótono. Su voz era naturalmente más firme, lo cual no era muy conveniente en su situación, por ello la modificaba para hablar de modo que se oyera más dócil. Al menos siempre que no hablara con Iroh o con Zuko.

—¡Esa sí es una respuesta!—dijo Azula esbozando una sonrisa—Responde más seguido, es bueno escuchar a alguien sensato en ese barco además de mí.

—Así será, mi señora.

—Regresaremos a casa después de tres largos años...no puedo creerlo.—murmuró Zuko, con una nota de emoción atascada en su garganta, dando crédito a su aún presente asombro por el comunicado de su hermana Azula en su repentina aparición en la cabaña donde estaban morando él y su tío.

—Realmente increíble.—admitió Iroh, cuyos ojos habían estado perdidos en el paisaje oscuro que le mostraba la ventana abierta. Él realmente no creía en lo dicho por Azula—Que yo sepa, mi hermano se ha arrepentido de nada.

—¿No escuchaste a Azula?—cuestionó Zuko—Mi padre se dio cuenta de la importancia de la familia: yo le importo.

—A mí también me importas.—señaló Iroh, volteandose hacia él—Y si Ozai quiere que vuelvas, no creo que sea por las razones que tú estás imaginando.

—¡Tú no sabes lo que mi padre siente por mí!—reclamó Zuko, dándole la espalda y con el rostro contraído en una mueca que contenía la rabia provocada por las palabras de su tío, queriendo arruinar la emoción que sentía por aquella importancia que su padre estaba demostrando hacia él.

—Zuko, quiero decir que en nuestra familia, no todo es lo que parece...

—¡Tú eres exactamente lo que pareces!—estalló Zuko dirigiéndole una mirada cargada de enojo—¡Un anciano traicionero y superficial que siempre ha estado celoso de su hermano!

Zuko se retiró sin decirle nada más y consumido por la cólera, mientras que en el rostro de Iroh se dibujó una triste expresión que prefirió ocultar. Le causaba dolor imaginar que la emoción de Zuko probablemente sería destrozada por las verdaderas intenciones de su padre, sea cuales fuesen, pero sabía que si no podía convencerlo, entonces lo mejor sería estar ahí para él cuando todo se derrumbara. De todos modos, había varios motivos por los que estaba interesado en regresar a la Nación del Fuego, y la "esclava privilegiada" de Ozai era uno de ellos.

Zuko se acomodó el bolso que traía en su hombro y se volteó a observar el barco que podía verse desde las escalinatas. Imponente como todas las flotas reales, parecía lo suficientemente grande y fuerte para sostener todas sus esperanzas. Continuó bajando las escalinata, pero se detuvo por segunda vez cuando pisó un objeto duro que casi lo hizo resbalar. Zuko arrugó la frente y se levantó a recogerlo al ver que brillaba.

—¿Pero qué...?—murmuró al tener en su mano un brazalete dorado de grosor fino. Un escalofrío le recorrió la columna al recordar que aquellos eran usados por los jóvenes que su padre había esclavizado, pero su asombro fue mayor cuando vio las iniciales talladas—Xica...

—¡Oye, Zuko!

Zuko se volteó y vio como su tío Iroh bajaba las escaleras a prisa para alcanzarlo, teniendo sobre sus hombros su equipaje.

—¡Cambie de opinión, voy a ir contigo...!

—¡Sí, pero no a la Nación del Fuego!—contestó Zuko de inmediato, subiendo rápido las escaleras y encontrándose con un confundido Iroh. No lo dejó hablar y le tendió frente a su rostro el brazalete que había encontrado—Es una trampa.

—Dame a ver.—Iroh tomó el brazalete y sólo le bastó ver las iniciales para que una sonrisa se formara en su rostro. De todos modos le duró un par de segundos antes de que se le borrara—Sí, lo es, ¡corre!

—Ya deberían haber llegado.—siseó Azula, cerrando los puños tras su espalda y con una mirada que estaba poniendo nerviosos a todos los miembros de la flota. Estaban comenzando a inquietarse con la impaciencia de la princesa. Azula volteó hacia Xica—¿Que tan astuto puede ser Iroh?

—Mucho, mi señora.—respondió Xica calmadamente—O al menos, lo suficiente.

—¡Sabía que ese anciano manejaría a mi hermano como un títere!—exclamó Azula enfurecida, volteandose hacia los soldados—¡VAYAN A BUSCARLOS!

Ante la orden dada, los soldados corrieron a obedecer. Salieron en masa del barco hacia la escalinata listos para enfrentarse a los dos prisioneros que, aunque no lo sabían, ya no se encontraban en el lugar. Azula ahogó un grito de enojo y se volteó hacia Xica.

—¡No quiero que tengas piedad si te los encuentras!—exclamó Azula.

—Sus deseos son órdenes, su alteza.

—¡Si alguien oculta a estos traidores será castigado por el Señor del Fuego!—exclamó Azula con voz estridente, exhibiendo los retratos de su hermano y su tío a la multitud conmocionada por sus palabras. La furia de Azula alimentaba el fuego de su espíritu y aquella llama ardiente podía proyectarse en su mirada. Estaba a punto de irse cuando escuchó la sorpresa del gentío ante la figura que acababa de aterrizar con una rodilla y una mano apoyadas en el suelo en medio de ellos después de saltar de uno de los tejados—¿Qué encontraste?

Xica se levantó y caminó hacia Azula a través del camino que la gente había dejado al hacerse hacia los costados para observarla mejor. Sabían que se trataba de un esclavo por su atuendo particular; todos vestían de negro, con armaduras distintas a los soldados comunes y con todo el cuerpo cubierto, a excepción de sus ojos. Los esclavos no podían ser distinguidos uno de otro a no ser que fuera por sus propios amos, todos a excepción de Xica, cuyos ojos se habían convertido en un mito entre los nobles que habían tenido la oportunidad de ver a la esclava de la familia real. 

—Encontré esto a dieciséis kilómetros de su última ubicación, su alteza.—informó Xica usando un falso pero sumamente convincente tono monótono, mientras que le extendía a Azula la coleta de cabello negro y el rodete de cabello gris que había encontrado en el río cercano a la antigua choza ocupada por los fugitivos. 

Azula frunció el ceño.

—No lograrán escaparse de mí.—siseó Azula, observando lo encontrado con algo cercano al asco—Hazlo arder.

—Así será, mi señora.—respondió Xica, formando en su mano una llama de fuego que rápidamente consumió las coletas, causando una ligera nube de humo. Xica había tenido suerte de que Iroh las dejara tan a la vista de forma intencional. 

«Siempre tuve suerte de que Iroh supiera que jamás iría contra él. Me hubiese gustado decir lo mismo de mi querido amigo Zuko, pero aunque en ese momento no lo sabía, mi camino estaba destinado a ser distinto al suyo. En este mundo no había nada más difícil que el amor»



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