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Sesión #7

ASRAEL

—¿Qué estás haciendo?

—Busco una salida –murmuró con molestia en la voz.

—¿Qué sucedió?

Giró viéndome con la intriga dibujada en el rostro.

—Lo mismo de siempre, me abandonaron –añadió antes de seguir caminando.

—No hay manera de salir de aquí simplemente caminando –dije andando tras ella.

—¡Pues ilumíname! –sugirió haciendo un ademán teatral.

—Si supiera como hacerlo habría evitado tu estupidez –contesté hastiado de su humor.

—¿Estupidez? Ahora mis sentimientos son una estupidez, genial –rio irónicamente parándose frente a mí.

—Lo son cuando los dejas dominar tu razón, Ana.

—¿Qué sabes de mi vida? –inquirió molesta.

—Más de lo que tú crees –afirmé acercándome con las manos en los bolsillos.

—Tú, no tienes idea de todo lo que he tenido que soportar.

—Claro que sí, siempre estuve ahí –admití por primera vez.

Sus ojos se abrieron atónitos ante mi declaración, ella no debía saberlo, pero que más daba, no recordaría nada al despertar.

—Debes volver, Ana.

Su expresión se suavizó, acortó la distancia que había entre los dos y levantó su mano para colocarla en mi mejilla.

Midiendo su reacción, levanté la mía para apoyarla sobre la suya, acunando mi mejilla.

Su tacto era tan suave, cálido pese al lugar y la situación en la que nos encontrábamos. Después de tantos años de cuidarla, sentir su piel acariciando la mía valía cada segundo de tortura recibida.

—Me contarás ahora aquello que tanto anhelo saber –afirmó más que cuestionar.

—No...

—Sí, Asrael, no sé si vaya a despertar y si lo hago quisiera saber qué es lo que me ata a mi pasado y no me deja avanzar al fin –habló con nostalgia.

—Duele, demasiado –confesé antes de abrazarla como tantas veces soñé con hacerlo.

—Mi presencia te hace daño, ¿Mi existencia es dolorosa para ti? –preguntó nerviosa.

—La existencia de tu madre y la tuya me han marcado de maneras indecibles, Ana –admití sin soltarla.

—¿Mi madre? –preguntó separándose lentamente.

Asentí acomodando un mechón de su corto cabello.

—Fui designado como ángel guardián de tu madre.

—Entonces, eres un ángel.

Negué con la cabeza tomando su mano, guie nuestros pasos unos metros más adelante del páramo en el que nos encontrábamos.

Una saliente rocosa serviría como refugio, el viento cálido que comenzaba a soplar indicaba que una de aquellas tormentas de polvo, azufre y lava se avecinaba.

—¿Qué sucede? –preguntó al ver que apresuraba el paso hacia la saliente.

—¡Corre! –grité sosteniendo su mano con fuerza.

—¡Asrael! –la oí gritar asustada viendo la ola de lava acercarse.

No íbamos a lograrlo, sus pasos eran lentos, la lava iba a llevarnos junto con todo lo que venía arrasando.

—¡Asrael! –volvió a gritar nerviosa.

—¡Sujétate de mí con fuerza! –detuve mis pasos y la tomé en mis brazos.

—Confía en mí –susurré abrazándola.

Sentí sus brazos alrededor de mi cuello y su cabeza esconderse en mi pecho.

En ese instante mi columna comenzó a estremecerse y mi espalda a abrirse dando paso al par alas que emergían gallardas luego de tanto tiempo.

Las agité sonriendo, me había negado aquella felicidad durante décadas, y ahora era feliz por partida doble, la tenía en mis brazos, acurrucada en mi pecho, y deseé como un vil egoísta, que se quedara a mi lado para siempre.

Divisé la cornisa a unos metros y apresuré el vuelo, el viento comenzaba a cambiar y no quería tener complicaciones, debía protegerla.

Bajé la vista para corroborar que se encontraba bien y fue un grave error, no vi una de las rocas que se desprendió a causa del fuerte y no pude esquivarla a tiempo.

—¡No! –grité al sentir el golpe en mi ala derecha.

Desequilibrado debido al golpe, intenté mantener la velocidad y no desplomarme. La roca además de su tamaño se encontraba tan caliente como la lava que amenazaba con devorarnos bajo nuestros pies.

—¡Asrael! –gritó asustada nuevamente.

—¡No te sueltes, Ana!

Sentí como volvía a asirse de mi cuello y su respiración agitada en mi pecho.

Hice acopio de toda la fuerza que tenía y retomé el vuelo, unos metros antes de llegar tomé un último impulso y cerré mis alas protegiéndonos de la estrepitosa caída que nos esperaba.

La caída fue fuerte y debido a la velocidad con la que íbamos nos arrastró unos metros más dentro de la cueva. Una roca sirvió de freno a nuestra carrera y un golpe en mi cabeza dio paso a una oscuridad, envolviéndome con ella por completo.

—Asrael –oí su voz, creí estar soñando— despierta.

Una caricia en mi rostro, su susurro nervioso, no podía ser tan real. Lentamente fui abriendo los ojos para encontrarme con su rostro preocupado muy cerca del mío.

—¡Volviste! –dijo sonriendo.

—Nunca te dejaría sola –afirmé acariciando su rostro.

La vi cerrar los ojos y sonreír ante mi gesto, era tan bella como su madre, igual de tierna y testaruda.

—Así que, ¿alas? –dijo acariciándolas.

—Pasaron décadas desde la última vez que las llamé a volar –contesté nostálgico.

—¿Décadas? –preguntó con la curiosidad bailando en su mirada.

—Décadas, también lo hice para salvar a alguien muy importante para mí.

—¿Mi madre? –aventuró confundida sentándose frente a mí.

Intenté levantarme, pero el dolor continuaba allí, latente, por lo que me quejé logrando que Ana se acercara aún más para ayudarme.

Su aroma era tan hipnotizante, sabía que no debía sentir esto, no lo tenía permitido, ese es el motivo por el que permanezco en el Limbo, atado a su maldito deseo, por atreverme a desafiarlo, por atreverme a ....--

—¿Asrael? –habló viéndome confundida.

Sus ojos eran del mismo color, sus cabellos, aunque cortos, también lo eran, su voz, podía ser la copia exacta de María.

—Eres tan parecida a ella –susurré perdiéndome en su mirada.

—¿Amas a mi madre? –cuestionó sin apartar la mirada.

¿Que si la amo? Soy lo que soy por ella, y no me arrepiento ni un segundo de ello, sólo me arrepiento de no haber podido salvarla aquella noche, llegué demasiado tarde.

—Lo haces, eras tú, aquella vez –siguió hablando ante mi silencio.

Terminé de incorporarme, tras volver a la normalidad luego de que mis alas se retrajeran en mi espalda. Me senté atrayéndola hacia mi lado.

—En aquel momento, Zadquiel me asignó al cuidado de tu madre, era un ángel novato –comencé a narrar— me habían hablado acerca de las reglas, proteger, pero no cambiar su destino y ese fue mi error.

Lentamente se fue colocando en cuclillas girando su cuerpo hacia mí, apoyó sus brazos en sus piernas apoyando su rostro en las manos.

—Continúa –sonrió dulcemente poniendo atención a lo que narraba.

Negué con la cabeza y el deseo de sentir su piel fue ganando terreno en mi cuerpo. Acerqué mi rostro al de ella ante su mirada de estupefacción, sonreí besando su frente con toda la adoración que sentía por ella.

—Tu madre desde niña fue muy, como lo diría, perceptiva, parecía saber cada vez que estaba a su lado –sonreí recordando.

» Fueron demasiadas las veces que ella me sorprendió hablando "a la nada", pero estaba hablándome, decía sentirse sola y que deseaba y fuera real.

—Mi abuela, ¿ella la abandonó? –preguntó cambiando su postura a una defensiva.

—¡No! Ella jamás abandonó a su hija, pero debía trabajar turnos dobles, era madre soltera, sin apoyo de su familia –contesté antes de que la imagen de su querida Nona cambiara.

—Ellas siempre estuvieron juntas –susurró perdida en sus cavilaciones.

—Lo sé, siempre estuve allí con ellas, protegiéndolas, a mi manera y con lo que contaba para hacerlo, pero se complicó cuando María comenzó a crecer –comenté recordando lo que sentí en aquel momento.

—¡María! –llamó su madre.

—¡Ya bajo, mamá! –contestó desde su habitación.

El lugar habitual donde siempre amaba estar era en la sala de la casa, la calidez se centraba en ese lugar y no me atrevía a entrar en la habitación de María desde que...

—¿Mamá? –habló llamando mi atención.

Y allí la vi y algo en mi interior cambió en ese instante y lo haría para siempre.

Era su primer día de preparatoria, llevaba el uniforme con tanta gracia y elegancia, su cabello recogido en una coleta alta con un moño blanco. Aquella imagen quedaría grabada en mi memoria para siempre.

Dejó de ser mi niña de dos coletas, traviesa y juguetona, que hablaba conmigo en sus juegos de té con sus muñecas, para dar paso a la adolescente que se iba olvidando poco a poco de mi existencia.

Las observé charlar de su rutina para ese día mientras desayunaban felices en la cocina.

—No te atrevas a verla de esa manera –oí el tono grave de Zadquiel en mi espalda.

—Avisa que vendrás, asustas –susurré molesto.

—Deja esa molestia para mí, que luego deberé de lidiar con los regaños del jefe por tu culpa –habló parándose junto a mí.

—No he hecho nada, he respetado las reglas a raja tabla, no hay motivo de regaños –dije viéndolo fijamente.

—Asrael, ¿crees que después de tantas centurias compartidas no te conozco? –cuestionó apoyando su mano en mi hombro.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Sé que ha crecido, ya no es la niña con la que pasabas horas hablando, con el tiempo te olvidará por completo y eso no debe dolerte, es solo el inicio del final –explicó con paciencia.

—Estoy al tanto de todo –bufé apartando su mano para salir de la casa.

—Lo estás, pero no lo estás asimilando, Asrael, estás enamorado de María –afirmó logrando que detuviera mis pasos.

Mi corazón se saltó un par de latidos, oírlo de los labios de otra persona convertía todo aquello que escondía en real.

Me volví hacia Zadquiel quien me veía con una sonrisa burlona plasmada en su rostro y una mirada de "te lo dije".

—No es así –refuté de inmediato girando para continuar con mi camino.

—Es así y lo sabes, no lo niegues –insistió siguiendo mis pasos.

—No puedo hacerlo, no puedo sentirlo –hablé nervioso llegando al parque donde siempre solía jugar María.

—Lo que no quita que lo sientas.

—El jefe va a matarme...

—Tanto como matarte no, pero si te llevarás una buena reprimenda –admitió viendo al cielo.

—No quiero perder mi puesto, hago bien mi trabajo...

—Lo sé, es por eso que estoy aquí, sólo será por un tiempo, tómalo como unas vacaciones, aclara tus sentimientos y pensamientos y regresarás con ella –comentó aún sin mirarme.

—¿Cuál es la trampa? –cuestioné nervioso.

—Asrael...

—Habla Zadquiel.

—Misael te relevará de tu puesto, serás sometido a una especie de evaluación...

—Bajo que cargos, con qué dere...

—¡Te lo dije Asrael! –gruñó furioso— está prohibido albergar sentimientos diferentes de un cariño protector por nuestras asignaciones –terminó de decir apuntándome con su dedo.

Comenzó a caminar de un lado a otro, balbuceaba palabras que no podía entender mientras tironeaba su largo y blanco cabello.

—Hay más detrás de todo esto –afirmé nervioso.

—Hay más, pero ni siquiera yo sé lo que es –admitió nervioso.

Detuvo sus pasos volviendo hasta mi lugar, algo en su mirada me hizo estremecer por completo. Dolor, tristeza, miedo, nervios, todos aquellos sentimientos eran fáciles de ver reflejados en su rostro.

—Zadquiel.

Giré aterrorizado comprendiendo la dimensión de lo que estaba por suceder.

—Misael, no –susurré antes de volver hacia Zadquiel.

—Lo siento, Asrael –dijo bajando la mirada.

—¡Lo sientes! Es una locura, no pueden separarme de ella –grité tomando la túnica de Zadquiel en mis manos.

—Ya están aquí –habló Misael con una voz gélida y neutra.

Sentí dos presencias más además de las nuestras. Se fueron materializando lentamente tras Zadquiel, mis verdugos estaban aquí.

—Zadquiel –el ruego en mi voz hizo que su rostro se torciera en un gesto doloroso.

—Lo lamento tanto, Asrael, he intentado todo para evitarlo, pero el jefe...

—No le debes explicaciones a un subordinado Zadquiel –habló nuevamente Misael.

—¡Cállate! –gruñí intentando acercarme a Misael.

—¡Ya llévenselo de una vez! –terminó de decir antes de girar hacia la casa de María.

—¡Más te vale que la protejas! –amenacé al verlo alejarse.

—¿O qué? –cuestionó divertido antes de reanudar su camino.

—¡Te mataré! Juro que lo haré –susurré lo último antes de sentir a mis verdugos apresarme con fuerza.

—Entonces, tú no eras quien la protegía durante ese tiempo –habló con nostalgia cuando callé.

—No, estaba en un lugar muy lejano en ese momento –mascullé con rabia al recordarlo.

—Sabes que no es tu culpa, Asrael...

—Lo es, de no haber sucumbido a esos sentimientos, habría estado allí y la...

—Estaba escrito, su destino, Zadquiel lo dijo muchas veces –susurró pensativa.

—De haber estado allí eso no habría pasado –declaré con molestia.

—Eso quiere decir que, tú amas a mi madre –susurró poniéndose de pie.

—¿Ana? –la llamé nervioso viendo que comenzaba a correr.

Intenté incorporarme, pero el dolor y el cansancio lo dificultaban bastante. La veía alejarse hacia la salida. ¿Qué pretendía?

—¡Ana! La tormenta aún no ha cesado –mascullé haciendo uso de mis fuerzas restantes para alcanzarla.

La veía correr desesperadamente hacia la salida, una idea se cruzó en mi mente y la imagen que aparecía de ella hizo que mis nervios me jugaran una mala pasada.

—¡Quieto allí! –gritó a la orilla de la saliente rocosa.

—¿Qué pretendes, Ana? –dije con calma.

—¡Que te quedes allí! –volvió a gritar retrocediendo.

—Caerás, Ana.

—Lo sé –susurró retrocediendo mientras intentaba acercarme a ella.

La vi con los ojos cerrados abrir sus brazos, una lágrima brilló en sus mejillas antes de que se lanzara al vacío.

¿Cómo ven a Asrael ahora que conocen parte de su historia?

¿Creen que despierte Ana?

¿Ricardo estará junto a ella esperándola?

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