Sesión #6
Fueron muy pocas las veces en mi vida que deseé morir y dejar de sufrir. Obviamente me arrepentía de ellas al instante y volvía a ponerme de pie y ser la guerrera que mi nona quería que fuera, pero esta vez, verla así, tener ese último recuerdo e imagen de ella ha sido devastador.
El grifo de mis ojos parecía haberse roto, no podía contener las lágrimas, sentía las manos fuertes de Ricardo subir y bajar por mi espalda mientras susurraba palabras que mi cerebro no lograba procesar.
—¿Ana? –habló separándome lentamente de su cuerpo.
—Por favor, no –rogué sujetándome de él con fuerza.
—Ana, debes soltarte por un momento –insistió.
El golpe llegó con aún más fuerza que las veces anteriores, éste era el definitivo, abandono tras abandono, ya debería de estar acostumbrada, pero no lo hacía, ¿Cómo podría acostumbrarme al dolor del abandono?
Así que solamente lo dejé hacer, me separé de él, acaricié su rostro y después de susurrar un "gracias", tomé mis cosas y me dirigí hacia la salida de la consulta.
Lo sentía caminar tras de mí, podía oír mi nombre salir de sus labios una y otra vez, pero no me volvería a verlo, no lo haría, no quería ver la lástima en su mirada. Ajusté mi bolsa a mi cuerpo y me largué en una carrera hacia la nada, iba tropezando, golpeando personas a mi paso, pero nada importaba, mi alocado corazón se saltaba varios latidos cada vez, pero nada importaba.
Iba a ciegas, con la visión completamente obstruida por las lágrimas que libres como raudales caían por mis mejillas.
—¡Cuidado! –oí gritar con desespero.
Aun así, no detuve mi carrera en ningún momento, siquiera me volví para averiguar quién gritaba aquella advertencia, tan sólo oí el sonido del claxon de un coche y seguido más gritos.
Mi cuerpo recibió el golpe de lleno saliendo despedido para luego golpear el parabrisas del coche y terminar cayendo al asfalto con la fuerza suficiente creyendo así que al fin mi deseo se cumpliría y dejaría de sufrir de una vez por todas.
—¡Ana!
El caliente líquido que comenzaba a bañar mi rostro dificultaba mi visión por completo. Escuchaba murmullos a mi alrededor, una mano acariciaba delicadamente mi rostro mientras me rogaba con desesperación que no cerrara los ojos, que no me durmiera, ¿cómo no hacerlo? Era lo que quería, dejar de sufrir, dejar de llorar, dejar mis demonios y dejar... dejar de existir.
—¡Ana! –oír su voz antes de entregarme a la oscuridad fue un bálsamo.
ASRAEL
Fuera de control, era la frase que mejor definiría la situación actual en el "Limbo" en el que estábamos destinados a habitar los caídos.
No miento cuando digo que no soy el demonio que Ana cree y que tampoco soy el ángel que necesita en este momento, pero cada vez es más alto el precio que debo pagar por haberme aventurado a soñar.
Tengo aun grabada a fuego en mi memoria la primera vez que la vi, una pequeña bola de grasa, mejillas rosadas, cubierta por una mata de cabellos negros ensortijados, tan frágil, tan tierna y tan llorona.
Sonreí como otras tantas veces al recordar el momento en que las responsabilidades y obligaciones quedaron de lado al verla de esa manera.
—María, serás mi pequeña María –sonrió su madre iniciando el más bello ritual de la naturaleza.
Vaya que, si tenía un apetito voraz mi pequeña María era una glotona. La sonrisa de su madre, cansada y tierna hizo que me acercara hasta ella sin que notara mi presencia, acaricié su rubio cabello lentamente relajando su cansado cuerpo.
Noté como algo brillaba sobre la mejilla de mi niña, al cambiar mi perspectiva pude ver que eran lágrimas, lágrimas que caían suavemente hasta ella desde el rostro aguado de su madre.
—Perdóname, hija, por favor –susurraba hipando mientras limpiaba el rostro de la bebé.
—Es mi culpa, no debí continuar con aquella relación, sabía que nada bueno podía salir de allí, pero el corazón es terco, hija y verás que caro pagamos luego cada error –siguió hablando llamando mi atención.
¿Culpa? No habían mencionado algo como esto al enviarme como su guardián. Creí que era nada más cosa de Zadquiel y su pereza al escribir informes, pero esto cambia toda la situación.
—Lamento tanto, hija mía no poder darte todo lo que realmente mereces, una familia, un hogar, tu... —confesó llorando amargamente.
—Pero... hija, prometo que daré lo mejor, haré todo lo mejor por salir adelante, ambas, juntas, te amo tanto –terminó de decir besando la frente de la bebé con cariño.
Qué difícil era la manera de accionar que tenían los humanos, guiados por el deseo carnal que los consumía terminaban dañando a cualquiera que se cruzara en su camino, dolía.
Podía sentir la soledad de la que era presa esa madre, sola con su hija en esa camilla de hospital sin más nada que lo puesto. Nadie la había visitado en los dos días que permanecieron allí, aun así, ella brindaba todo de sí ayudando a las demás madres que la acompañaban en la sala. Podía ver en sus ojos la tristeza cuando llegaba la hora de las visitas, simplemente arropaba a su pequeña y se dirigía en silencio hacia el patio del hospital.
Esa era otra actitud que me molestaba del ser humano, la falta de empatía para con esa madre. La veían llorar, sola en aquella banca y nadie detenía cinco segundos su andar para preguntar el motivo de su llanto, brindarle una palabra de apoyo, algo maldita sea.
—Basta Asrael –oí decir a mi lado.
—No es justo Zadquiel, ¿por qué se comportan de esa manera? —cuestioné decepcionado.
—Tú mejor que nadie sabes cómo es nuestro padre, él nos creó libres, ellos pueden decidir cómo ser...
—Con más razón, es mucha más mi decepción, que sean así por elección propia, tan ruines y mezquinos.
—Bien sabes que no todos son de la misma condición, Asrael –se acercó presionando mi hombro— la madre de esta niña tiene un corazón bondadoso, su niña será igual, aún no está todo perdido –admitió sonriendo.
Volví la mirada hacia la banca y vi como las lágrimas habían cesado dando paso a una brillante sonrisa, acariciaba, besaba y abrazaba a María, su tesoro, su vida.
—Lo ves, ella será su fuerza.
—Y la protegeré con mi vida –sentencié firme.
—¿Asrael? –llamó mi atención tomando mis brazos.
—¿Zadquiel? –cuestioné liberándome de ellos.
—No me agrada el tono que usaste, sabes que debes proteger, pero...
—Ellos son libres de elegir, lo sé –admití derrotado.
—No lo olvides, no puedes torcer su destino, no intervengas –añadió señalándome con el dedo.
—Estaré bien Zadquiel, igualmente sé que me estarás vigilando.
—Lo haré, siempre lo hago, a veces eres un dolor de cabeza.
—Intentaré dejar de serlo jefe –sonreí viendo cómo sus alas se abrían gallardas.
Y tal como había llegado volvió a su lugar en el cielo.
—¿Asrael? –esa voz, no debería estar aquí.
Miedo, terror, es lo que recorría mi ser en el momento en que la oí tras de mí.
Giré lentamente, quería que fuera mentira, ella no debía estar aquí, no podría protegerla estando ambos en este lugar.
—¿Por qué no me miras? –pude percibir el dolor en su voz.
—¿Qué hiciste? –fue todo lo que pude decir.
Su rostro se desfiguró por completo al oírme.
—¿Es todo lo que puedes decirme? ¿Qué he hecho? –sonrió negando— ¿Sabes? Ya debería de estar acostumbrada a esto, pero tenía la esperanza de que tras tantos años estando a mi lado, tú Asrael, no me abandonarías.
—¿Qué te he abandonado? ¡Te he salvado! Y ¿tú que haces? –hablé conmocionado caminando hacia ella.
—¿Qué hice? ¡¿Me ha chocado un auto maldito imbécil?! –gruñó caminando hacia mí.
—¡Pues porque vas por la vida como alma en pena, mujer... vas a...
—¡Voy a qué! –gritó deteniéndose y desafiando con su mirada clavada en la mía.
—Vas a volverme loco –susurré acunándola en mis brazos.
—Lo siento tanto, Asrael, estaba muy dolida, todos me dejan, la soledad ya me pesa demasiado, el pasado parece empeñarse en dejarme más...
—Quizás y simplemente debas dejar tu pasado atrás, Ana –dije levantando su rostro para verla mejor.
El dolor que bailaba en su mirada hizo que mi guardia bajara miserablemente. Limpié las lágrimas que rodaban cuesta abajo en su rostro magullado.
—Asrael –susurró sin apartar la mirada.
—Hmmm –fue todo lo que pude decir.
—¿Quién eres? –preguntó levantando su pequeña mano hacia mi rostro.
Su suave tacto me desarmó por completo, siempre la había estado cuidando, incluso de mí mismo.
Negué y la separé de mí lentamente, midiendo mis acciones, calculando cada paso a seguir, sabía de antemano sus pensamientos, emociones a flor de piel, no quería que pensara que la estaba abandonando.
—¿Quién quieres tú que sea? –cuestioné sin dejar de verla.
—No lo sé –negó bajando la cabeza para apoyarla en mi pecho.
—En este preciso momento, juro que desearía ser todo lo que necesitas, Ana –tomé su rostro en mis manos haciendo que me viera a los ojos.
—¿Qué necesito? Dímelo tú, Asrael porque ya ni me reconozco –afirmó separándose abruptamente.
—Necesitas irte de aquí, el peligro aquí es constante para ti, no conseguirás la paz que tanto anhelas, Ana...
—¿Paz? Y crees que volviendo si la hallaré –rio irónicamente antes de volverse de espaldas— lo único que quieres es librarte de la carga que significo para ti.
—¿Eso crees que eres para mí? –solté acercándome a ella.
—No te atrevas, Asrael –dijo colocando sus brazos como barrera.
—Estás mal, Ana –dije deteniéndome rendido.
¿Cómo sacarla de su error sin colocarla en peligro? Un momento, quizás y sería mejor que lo creyera de esa manera, eso la haría regresar, eso...
—Anda, vuelve a mentir, Asrael –desafió con la barbilla en alto.
—¿Mentirte? Jamás lo he hecho, lo sabes bien, no soy el ángel que quieres que sea, no estoy vivo, no soy más que un invento burdo de tu imaginación para sacarte de tu soledad miserable –declaré con seriedad.
Su rostro, sus ojos cristalizados, anegados, casi logran que me retractara de lo dicho, hasta que vi como su mirada adquiría otro color, otro sentimiento la iba llenando, vi la ira abrirse paso en su ser como un volcán en erupción.
—Eres tan detestable y miserable como yo, Asrael, y es todo lo que necesitaba saber, eres tan asesino de mi madre como lo es mi padre...
Todo se detuvo para mí al oírla decir aquello con tanta rabia y dolor, y ¿Quién era yo para sacarla de su error? Era real, era tan culpable como su padre, por no ir en contra de un maldito reglamento, por convertirme en lo que soy ahora. Un maldito cobarde con aires de salvador.
¡Hola! Aquí estamos con la actualización de la semana de esta historia.
A partir de ahora comenzaremos a conocer a Asrael y juro que llegué a odiarlo y amarlo por partes iguales.
¿Qué opinan del recuerdo de Asrael?
¿Creen que Ana volverá?
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