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Sesión #4


—¿Qué quisiste decir con un demonio? —preguntó Ricardo.

Realmente estaba acojonado al oírme decir esa palabra, no sabía si tomarla literal o pensar que era solo un decir.

Ricardo Villalobos es uno de mis últimos intentos de acercamiento con una persona real y física para mí.

Lo conocí a través de un blog que mencionó una compañera de trabajo, el mismo es de autoayuda, lo admito, lo necesitaba demasiado, mi autoestima estaba por los suelos tras los intentos fallidos de interacción con otra persona de la especie humana.

En fin, luego de unos cuantos comentarios en su blog me volví más asidua, obsesiva diría yo, revisaba cada tanto sus entradas buscando respuesta a mis comentarios, necesitaba con urgencia sentirme importante para alguien, que rogaría o pagaría a quien fuera porque me prestara siquiera cinco minutos de atención.

Cuando al fin logré ver uno de mis comentarios contestados, el alivio que sentí fue tanto que casi lloro de la emoción. Comencé a agitar los brazos y sofocar un sollozo con las manos, al fin atención luego de cuatro meses de soledad.

Honestamente no quería dar el siguiente paso, ese que significaba estar uno frente al otro luego de cuatro largos meses de charla mediante un teclado pero él estaba terminando de convencerme, no por nada era un sicólogo bastante renombrado en la ciudad.

«Las consultas serán gratuitas» sonrío recordando su audio.

Habíamos dado el paso de intercambiar números telefónicos, por lo tanto la aplicación de ícono verde se volvió nuestra manera de comunicarnos diariamente, el avance fue tal que llegué al punto de animarme a enviarle audios, no siempre, uno que otro para romper el hielo y no perder su amistad.

«Sí claro cómo no, así comienzan y luego el costo es el doble» esa fue la respuesta que quise darle, pero una vez más, callé.

La mayoría de las veces nuestros intercambios de audios y textos eran nocturnos, una vez llegaba a mi solitario departamento susurrando un «Ya llegué» que no sé por qué siempre parecía ser contestado y aquello me hacía sentir nostalgia.

» Mañana a las 18

Rezaba aquel mensaje que dejé en visto sin responder.

Mañana a las 18, ese mensaje fue el que acompañó al insomnio en mi mente durante toda la noche. Y así sin lograr conciliar el sueño tras girar en mi cama desacomodando las sábanas, fue que los primeros rayos de sol del amanecer asomaron a través de la ventana de mi cuarto.

Apagando la alarma del celular, sin dejar que, suene me levanté iniciando mi rutina diaria, con un extraño evento, ese día decidí verme al espejo y la imagen que me regalaba raramente no fue rechazada por mi mente.

No veía aquella mirada triste en mis ojos marrones oscuros, mi piel no parecía tan pálida sino que la tez trigueña asomaba con un sonrojo en las mejillas.

No voy a negar que las molestas ojeras seguían allí, con la diferencia de que aquel día me tomé el tiempo para cubrirlas con maquillaje, peiné mi corto cabello negro azabache en un gracioso "rodete" con una horquilla decorativa.

Busqué el traje que llevaría ese día, una pollera tubo negra, blusa blanca con mangas tres cuartos y zapatos de tacón negros. Tras colocarme los aros y pintar mis labios de un color vino tinto ajusté mi bolso dispuesta a salir.

Luego de tomar las llaves del mueble junto al recibidor aquel estremecimiento que diariamente sentía al abandonar mi departamento se hizo presente.

El día pasó tan lento que se me hizo molesto, lo había decidido, iría a la consulta con Ricardo aquel día, lo vería frente a frente, intentaría cortar con mi racha de soledad una vez más.

—La última, el último intento— susurré viendo el reloj.

16:45, la hora se acercaba, siempre fui aplicada en mi trabajo, excepto ese día que dejé que mi mente viajara a cualquier lugar sin detenerse ni un solo segundo en el libro frente a mí, ese que debía entregar la semana siguiente para que vaya a la imprenta.

—¿Estás bien Ana? —preguntó Sergio apoyado en la esquina del cubículo celeste.

—Sí Sergio, ¿No lo parece? —cuestioné sonriendo.

—Pues no, el libro sigue en la misma pose y página desde la mañana —añadió señalando el libro con su mentón.

Sergio era mi jefe directo, quien me dio el trabajo, quien me hizo crecer profesionalmente, sabía que no podía fallarle y que notara mi falta de concentración fue un llamado de atención implícito.

—Lo siento, Sergio —dije viendo sus ojos color café.

—Está bien, no eres un robot, eres humana después de todo, aunque a veces lo disimulas muy bien —soltó sonriendo.

—Mañana estaré mejor, el día de hoy está siendo tediosamente lento.

—Eso parece, bien, si deseas puedes retirarte antes por hoy, si tu mente está en otro lugar ve allí y mañana regresas con nuevas energías.

—Gracias Sergio— dije soltando el aire que tenía contenido.

Asintió sonriendo y se marchó con ese andar lleno de seguridad que poseía, realmente era admirable.

Sergio Giménez, debo admitir que la coincidencia de apellidos al inicio fue algo contradictoria, el solo hecho de que tuviera el mismo apellido que mi padre, prejuicio aparte, fue todo un shock, pero luego de hablar y conocerlo fui desechando esa idea de mi mente.

Aquel hombre fornido de músculos cuidados, con sus pequeñas charlas compartidas mientras corregía conmigo algún libro, fue mostrándome que, tras ese aspecto de hombre duro, con su cabello oscuro y rostro bien definido por su barba de diseño, que era todo lo contrario a lo que creía en un inicio de él.

Fue así que tomando su consejo vi en mi reloj pulsera digital que la hora del encuentro con Ricardo se acercaba, decidí tomar mi bolso y lentamente dirigirme a la salida de la editorial.

Recorrí las calles que separaban mi trabajo de la consulta caminando, intentando aclarar mi mente, para que, en el tan ansiado momento de saludarlo, al menos no tartamudee por lo nervios que cargaba conmigo.

Llegué puntual tras caminar las ocho cuadras que distaba el local vidriado donde se hallaba mi nuevo intento por tener una amistad en mi vida.

Al ingresar el aroma a canela y manzana me recibieron generando un clima de paz y armonía. Los asientos dispuestos para la espera se hallaban vacíos, hasta creo que apartó todo para mi mayor comodidad dados los datos sobre mi experiencia con las relaciones interpersonales nombradas en mis charlas previas.

A las 18 horas exactamente oí el sonido de la puerta de su consultorio abrirse dando paso a la figura real de Ricardo Villalobos, el sicólogo con el que durante meses hablé a través de una pantalla de celular.

Su figura de metro ochenta emergió imponente, cabello rubio perfectamente cortado y peinado, un par de ojos verdes cubiertos por gafas me recibieron con la tranquilidad y parsimonia característica de los profesionales de su tipo.

—Llegaste —dijo sonriendo.

Gesto que correspondí casi por inercia, poniéndome de pie me acerqué hasta él con lentitud acomodando una arruga imaginaria en mi pollera.

—Así es, Ana Giménez —saludé extendiendo la mano.

—Ricardo Villalobos, un placer Ana —sostuvo mi mano mientras sonreía.

La calidez que despedía era demasiada para la soledad que cargaba conmigo por lo que a los pocos segundos la solté y volví a levantar los muros que había creado.

—Pasa —dijo haciéndose a un lado.

Di el primer paso hacia la aventura de mi vida, sin saberlo aún.

—Así que te consideras a ti misma como una ermitaña— dijo sirviendo una taza de café.

—¿Acaso no lo soy? —repliqué aceptando la taza caliente.

—Pues, más que una ermitaña eres una persona con miedo al abandono —sentenció serio.

La hora de consulta había terminado minutos antes, pero parecía negarse a dejarme ir, literalmente dijo que era un sujeto digno de un análisis exhaustivo.

Negar que aquello en un principio sonara un tanto cruel sería mentira, una vil mentira. Sujeto digno de análisis exhaustivo. ¿Qué opinan ustedes?

En fin decidí dejar el comentario de lado y continué oyendo sus opiniones acerca de mi situación.

—Me declaro culpable —solté sin más.

—¿De qué? —preguntó curioso acomodando las gafas.

—De tener miedo —sentencié firme.

—¿A qué le temes? —añadió inclinándose más hacia mi lugar.

—Ya sabes, he intentado de tantas maneras mantener relaciones interpersonales y nunca han durado más de unos pocos meses, es razón suficiente para temer —decirlo en voz alta, parecía liberador.

—Te has preguntado alguna vez cuándo fue que comenzaste a actuar de esa manera —inquirió.

—La verdad, no me lo cuestioné, pero si sé que desde niña he actuado del mismo modo —respondí secando las manos en mi pollera.

—¿Qué opinas de la hipnosis?

—¿Hipnosis?

—Sí Ana, necesito ver aquello que encerraste bajo llave en tu memoria para entender lo que sucede aquí y ahora.

—Hipnosis— susurré.

—Sí Ana, hipnosis —asintió sonriendo.

No sabría cuánto se arrepentiría de su ofrecimiento.

¡Hola mis lectores! Hoy toca actualización de OJOS ROJOSSerán dos o tres o no sé...¿Quién dice Maratón?

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