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PROLOGO

Un golpe, me asusté.

Dos golpes, me escondí.

Tres golpes, abracé mis rodillas.

Cuatro golpes, tapé mis oídos.

Siguieron uno tras otro, parecen no querer detenerse, quedaron grabados en lo más profundo de mi alma.

Era pequeña, con tan solo ocho años, ¿Qué podía hacer para defenderla?

Quería gritar, pero el miedo me mantenía quieta, de pronto los sonidos fueron cesando lentamente dando paso a gemidos y pasos cansados.

Intenté salir de mi escondite y una delgada mano me detuvo, sostuvo la puerta desde fuera, sus dedos eran largos, uñas largas y sucias, era muy peluda.

Volví a empujar la puerta sin éxito, para ser delgada tenía mucha fuerza en verdad, insistí e insistí, hasta que el gruñido que escuché fuera me detuvo.

Más que un gruñido, parecía un alarido de dolor, la mano lentamente fue liberando la puerta, dejando entrar la luz que, de la habitación, fue entonces que al fin pude verlo todo, aquello que el ente frente a mí no quería que vea.

Siempre oí las frases: "lo hago de cariño", para justificar un golpe, "ella se pone sensible", otra justificación, el inicio de la debacle total de mi familia. Empujones, discusiones, gritos, llanto, dolor tras dolor que soportábamos mi madre y yo, pero esta vez cruzó todos los límites, el rostro de mi madre reflejaba aún el dolor, sus ojos, un par de cuencas vacías, ¿cómo pude haber olvidado aquella imagen?

Mis pequeños pies se movieron lentamente y el sonido que hicieron al pisar un líquido llamó mi atención, rojo, brillante, demasiado, viene de...

—¿Mamá? —susurré atrayendo la atención del ente parado junto a mí.

Su cabeza se volvió lentamente hacia mí y el miedo logra estremecer cada célula de mi pequeño cuerpo, sentí el miedo crecer, quería correr, pero, no podía, mi cuerpo no respondía a ningún estímulo que mi cerebro enviaba. Mi vista se dirigió hasta dar con el cuerpo inerte de mi madre.

—No quiero, no quiero, no quiero —comencé a repetir.

Mis ojos viajaron hasta los ojos rojos que me veían con... tristeza... culpa.

Sabía que mi cabeza estaba negando por el dolor en mi cuello, el mareo que sentí repentinamente y el aire que escapó de mis pulmones.

Un gruñido volvió a retumbar en la habitación, al buscar el origen del mismo vi como aquel ente se retiraba lentamente, dejándome sola frente a aquella atroz escena.

Quería, no, necesitaba explicaciones, necesitaba entender, ¿Dónde estaba mi padre? ¿Qué le pasó a mi madre? ¿Qué hacía esa cosa junto a ella? ¿Por qué sentí su dolor al verla? ¿Por qué no me hizo daño? ¿Fue él quien la mató? ¿Qué o quién era?

Los sonidos de las sirenas se hacían más estridentes, no podía soportarlo, tapé mis oídos y me senté junto a mi madre. La sangre fue empapando mi ropa y mi piel, volví la vista una vez hacia ella.

Unas manos taparon mis ojos y me rodearon al último instante.

—Mamá, sangre, papá, algo... —comencé a balbucear.

—Vas a estar bien, todo va estar bien, no te preocupes, el doctor te revisará y llamaremos a un familiar que pueda acompañarte ¿Está bien?

Me sobresalté y aún más cuando me abrazó fuertemente, escondiendo mi rostro en su pecho.

No olvidaré ese aroma, madera, dulce, una sensación de calma invade mi cuerpo logrando que mi mente se colapse rompiendo en llanto.

Al levantar la mirada, con los ojos escocidos por el llanto, vi el color de sus ojos, verdes, no eran rojos, no eran rojos, rojos, ojos rojos, ojos rojos.

—Despierta Ana, vamos, uno...

No, espera...

—Dos...

Quiero verla una vez más...

—Tres...

Una bocanada de aire, otra, toser, agitarme, conocía la reacción a esto, no es la primera vez, tampoco la última, ahora más que nunca necesitaba saber que era aquello que vi.

—¿Cómo te sientes? —preguntó curioso.

—Con más dudas que antes.

—¿Qué fue lo que viste? Estuviste más agitada que las veces anteriores.

—Un detalle, algo que había, pero no recordaba haberlo visto.

—¿Qué cosa?

—Ojos rojos— dije soltando un suspiro.

—¿Ojos rojos?

—Sí, un par de ojos rojos y otro par de ojos verdes, similares a los suyos.

Me volví a verlo, se había convertido en mi psicólogo hace un tiempo ya que me era muy difícil mantener alguien en mi círculo de amistades o parejas, que, siendo sinceros, se resume en cero.

A pesar de tener un buen inicio, mi mayor problema consiste en que, por más esfuerzo, buena voluntad y haga cuenta de todas las "buenas cualidades" que tengo, no puedo mantener una persona a mi lado.

Así ha sido desde que perdí a mi madre y mi padre fue llevado preso. Fui de hogar en hogar hasta que finalmente me dieron por un caso perdido al devolverme del último hogar de acogida.

Es que, luego de convivir conmigo por un tiempo las personas huían de mí cual si tuviera alguna enfermedad terminal o algo aun peor.

Y dolía, como un demonio que dolía tanta soledad.

Fue así que decidí venir a visitar a este psicólogo y despejar las dudas que había en mi mente. Fue luego de la tercera sesión que indagó en mi pasado y aquel rostro de confusión en él hizo que hasta yo misma dudara de mi existencia.

***

—¿Qué opinas de la hipnosis?

—¿Hipnosis?

—Sí Ana, necesito ver aquello que encerraste bajo llave en tu memoria para entender lo que sucede aquí y ahora.

—Hipnosis— susurré.

***

Esta es la segunda sesión de hipnosis que experimenté y su cara de confusión y de terror acarreó aún más dudas y miedos que antes.

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