La historia
Allan cerró los ojos fuertemente, tratando de no ver nada a su alrededor, en un intento por borrar las imágenes que se aglomeraban en su mente tan horriblemente tormentosas como agujas de hielos filosas, frías y dolorosas.
La pequeña habitación estaba hecha añicos, todos los bombillos habían explotado en diminutas partículas que yacían esparcidas por el suelo. Reinaba una profunda oscuridad.
No quería ver, se negaba absolutamente. Si hubiese tenido la voluntad suficiente hace tiempo que él mismo se hubiese sacado esos ojos, ya muertos, pero era cobarde.
Esos otros ojos se habían adueñado completamente de su voluntad a tal grado que ya no veía lo que quería ver sino lo que ellos le permitían. Eran como esas voces de los esquizofrénicos, sólo que él no oía voces sino que veía imágenes aterradoras que lo perseguían.
En un intento por apagar todas esas horribles imágenes había hecho destrozos en su cuarto atándose un pañuelo para no ver.
Apoyó su cabeza en la almohada en un intento por descansar sus pensamientos. Quiso recordar su vida pasada pero se encontró sumergido en la más atroz inexistencia. Sus recuerdos parecían morir con el tiempo. Vagas imágenes de su hermana y de su padre que le parecían lejanas, sin apego, casi borrosas. La visión de su madre muerta que lo miraba con terror desde la tumba, lo atormentaba...
Yo solía mirarlo, sin poder tomar ninguna decisión ante el terrible destino que veía.
Su padre no se acercaba a él, parecía querer ignorarlo a propósito, únicamente su hermana pasaba a verlo a aquella habitación que se había convertido en su cárcel.
Ya casi no hablaba y lo poco que comía era producto de las constantes insistencias de su hermana. Otras veces la crisis era tan grave que debían sedarlo para calmarlo un poco.
Yo lo contemplé tantas veces en estos ataques de mutismo que me sorprendía como podía pasar tanto tiempo mirando a la nada, como muerto. A veces, su mirada se detenía en mí, sin ver y solo repetía hasta el cansancio: "ya estoy muerto" "Ella ya se llevó mis ojos" y "ahora viene por mi"...
En un afán por consolarlo, su hermana se sentaba en la cama, con su cabeza sobre sus piernas y le contaba historias de lo que hacían cuando pequeños al tiempo que lo acariciaba.
_ Pues, tú eras muy travieso y ese día yo jugaba a la pelotica de goma con mis amigos y cuando me tocó batear, tú te metías una y otra vez en el medio...
Y él se quedaba como meditando en sus palabras.
A veces, por breves instantes, él parecía reaccionar y le hacía alguna pregunta sobre algo y ella le respondía con ternura:
_Es que eras muy inquieto, y siempre me hacías enojar pero de mentiras...
_ ¿Y que pasó?
_Pues esa vez, yo me moleste y te lancé una piedra que fue a dar a tu rodilla. No te hice mucho pero tú lloraste tanto que mamá s...
Pero si nombraba a su madre, por breve que fuera el reaccionaba de inmediato.
_Ese no soy yo...
_Yo, estoy muerto...
Y nuevamente se sumergía en la más atroz de las alucinaciones. Su hermana trataba de calmarlo, sin lograrlo.
_Ya estoy muerto!
Quizás pueda sorprenderte el hecho de que Allan fue un niño normal, sin altibajos emocionales. Era el segundo hijo de un matrimonio, aparentemente estable hasta que la muerte de su madre los sorprendió. Ella se había cortado las venas un día, sin más.
Aquel desventurado día, fue Allan quien la encontró en un gran charco de sangre, con las venas de las muñecas cortadas y con una expresión de infinito horror en su rostro. Era apenas un niño de 10 años.
Lo cierto es que Allan no supero del todo la muerte de su madre, desde allí había vivido episodios constantes de cambios de humor frenéticos e histéricos envueltos en mutismo a tal grado que muchas veces debió ser internado, pero de nada sirvió.
Yo me mantuve cerca de él, observando cada uno de sus movimientos como lo había hecho secretamente con su madre. No quería perderme, por oscuro que pareciera, aquella vida cuyas circunstancias parecían ya irrumpir en el más cruel y aterrador final.
Allan vivió un terrible momento que nadie pudo consolar pues sus seres más cercanos se perdieron en sus propios sentimientos, dejándolo solo.
Creció con una imagen triste y desolada de su madre y sabia que él único capaz de notar eso era él. Su padre y su hermana parecían vivir una vida ajena a todos los tristes sentimientos que embargaban a su madre. Él, sin embargo, pasaba horas a su lado en un intento mudo por hacer sus días más felices y colmarla de momentos de alegría.
Y cuando su mano apretaba en silencio aquella funesta carta que había encontrado a su lado, sentía su corazón explotar en miles de sensaciones que no podía controlar. En una culpa muda por no haber hecho algo más allá...
Jamás habló de aquello y jamás mostró las últimas palabras garabateadas por su madre antes de morir.
No pudo...
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