Capítulo 5.
Los dioses no creen en el amor. No pueden creer en algo que no han vivido...
Pero muy dentro de sí, muy en lo profundo de la divinidad que los condena, saben que es real.
Y eso los asusta.
—Del libro Verdades atroces, el último ejemplar está atesorado en la Biblioteca Oculta
Corrió tras el hombre. Zigzagueando entre las calles de la plaza hasta que quedaron atrapados en un callejón, un par de metros separándolos. Ya no tenía ningún antifaz que lo ocultara, el gesto quedaba expuesto. Había sido una decisión impulsiva, apenas lo vio lo siguió. Y ahora, frente a él, estuvo seguro que fue la mejor decisión.
—Perdón —dijo con la voz suplicante.
Edward no lo entendió.
—Yo no debí.
—¿Quién eres? ¿De qué hablas? —Dio un paso hacia el hombre de cabello dorado, y este retrocedió dos como un animal asustado o un niño que teme el enfado de sus padres—. No te haré daño.
Pero no respondió, y en su lugar desapareció en una pequeña bruma.
Edward se derrumbó, no fue consiente del lazo invisible que lo mantuvo firme hasta que el rubio desapareció... Se trataba de él.
Llevó una mano al corazón y deseó enterrar sus dedos, arrancarse el centro de la vida.
Pesaba.
Dolía.
Algo faltaba.
—Venga ya, tú puedes, Edward. —Un par de manos suaves y con determinación lo cogieron de los codos para alzarlo—. Lo has hecho antes.
Clavó la mirada en la mujer pelirroja.
—De nuevo tú.
—Siempre he sido yo, Ed.
Un rose suave lo estrujó, como una mano cálida que le brinda consuelo.
—No te conozco.
Ella sonrió, y él le devolvió el gesto. Entonces dio media vuelta y se marchó dejándolo en el callejón.
Cuando volvió a la cabaña le fue imposible no romperse en mil pedazos, su mente jugándole bromas al intentar recordar lo que fue de los años pasados, buscando a la mujer de cabello rojo entre ellos o al hombre rubio, y no hallándolos porque no tenía acceso a sus propias memorias. Tony sabía que había perdido algo, solo que no dilucidaba qué.
Lloró hasta que su cuerpo terminó cansado, y pudo sumirse en la inconsciencia.
No fue hasta muy tarde, que cayó en cuenta de cómo se había llamado a sí mismo: Tony.
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