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8. Niñera


Quejidos. Gotas de sangre manchando el suelo. El ciervo hace acopio de toda la energía que le queda para poder mantener la carrera, en contra de las pizcas rojizas que filtran su vida lentamente y marcan un reguero discontinuo sobre la hierba. Me recuerda a alguien que se esfuerza por llevar agua en un recipiente agujereado.

Ah... Ya sé que esto es solo un sueño, pero por favor, alarma, no me despiertes todavía.

Me permito sonreír con delicia y mi lengua asoma entre los colmillos. Solo un poco más...

—¡Arriba! ¡Es hora de hacer algo más productivo que calentar la hamaca! —El vozarrón femenino me hizo sobresaltarme y balancearme sobre las hebras. Parpadeé varias veces para poder enfocar la habitación, pero desistí en el intento y volví a cerrar los ojos. El dulce y delicioso silencio no duró demasiado.

—¡No oigo que funciones...! —insistió la mujer, golpeando con fuerza el cristal y acelerando mi corazón del susto.

—Tengo sueño... —farfullé con voz pastosa y remolona.

—Y yo tengo ganas de golpear a Rovira en plena cara y aquí estoy, gritando a un lirón perezoso que se empeña en hibernar cuando no es el momento. —Bufó—. Horas que duerme un lobo: ¡Diez! Horas que duerme un humano: ¡Ocho! Si haces la media te salen nueve horas, y has dormido desde las doce, una, dos, tres, cuatro... ¡llevas justo nueve! ¡Así que saca tu culo de la cama ahora mismo si no quieres que entre a tirar de ti como una mula testaruda!

—Podrías limitarte solamente a sumar las horas... no me importaría dormir un día entero.

—Ya, pero a mí sí. Cuando puedas quedarte un día entero durmiendo será porque a mí me hayan avisado previamente y yo también me haya quedado. Pero si yo me levanto, tú también. No caben discusiones.

La voz tanto irritada como irritable se calló. Giré la cabeza lo justo para mirar de reojo al ventanal, pero Gala ya no estaba. Parecía haberme dejado tiempo a que me preparara. Resoplé con pesadez; sabía que iba a volver, y si no estaba levantado para entonces aquí iban a caerse las paredes de los gritos. No tardé en comprobar que salir de una hamaca oscilante y a una cierta distancia del suelo cuando acabas de despertarte y tienes el sentido del equilibrio más vago que tus párpados, es una de las cosas más arduas que puede haber. Al menos si quieres incorporarte con un mínimo de dignidad. Me peiné el pelo con los dedos y después froté mis ojos con las manos, desperezándome y tardando un poco en tener completo control de mis movimientos.

Mi primera noche en La Ciudad Que Nunca Duerme había sido un tanto extraña. A pesar de que había tenido un día agotador y sin más horas de reposo que las dos que dormí en el College, había tardado casi tres cuartos de hora en conciliar el sueño. El sentido de alerta me había mantenido vigilante como un gato los primeros treinta minutos, sin quitar ojo de la ventana por temor a que una bestia enloquecida entrara a descuartizarme en cualquier momento. En vista de que al parecer ni un alma vendría a verme esta noche, dediqué el último cuarto de hora a analizar mentalmente cada cosa que Gala me había dicho, buscando cualquier prueba que las pudiera confirmar o negar para así dejarme más tranquilo. Cansado de toparme con preguntas que me encerraban en un callejón sin salida, procuré apuntarlas en mi mente para consultar a la chica después, hasta que sin darme cuenta fui desconectando el cerebro poco a poco y quedándome dormido.

Y todo para nada, porque ahora mismo no me acordaba de ninguna. Como cuando estudias para un examen y procuras dejar tu mente bien ordenada antes de irte a dormir, pero cuando te despiertas te das cuenta de tus recuerdos están tan revueltos como el cesto de la ropa sucia. Por supuesto que te da rabia, pero solo puedes te limitar a resignarte; la mente es un mecanismo complejo e incontrolable.

Caminé hacia el baño maldiciendo el frío de las baldosas bajo mis pies descalzos, apresurándome a salvar la temperatura aislándome en la alfombrilla. Luego me incliné sobre la ducha e inspeccioné su funcionamiento, encendiendo el grifo a la espera de que llegara el agua caliente. Si es que llegaba en algún momento. El temblor debido al frío de la mañana y la imposibilidad autoimpuesta de no salir de la alfombrilla para que no se me congelasen los pies, fueron los responsables de la torpeza con la que tuve que lidiar para desnudarme. Pronto localicé unas manchas negras de humedad que surcaban mi sudadera, probablemente rozaduras de la búsqueda que tuvimos en el bosque. De nada servía quejarse; iba a tener que conformarme con la misma ropa hasta que consiguiera algo de dinero para ir a comprar.

El agua caliente llegó, aunque se cobró la factura reduciendo el caudal del chorro. Tuve que limitarme a poner los ojos en blanco y a ducharme como pude usando un botecito rojo sin etiqueta que había en la esquina. Al salir de la ducha me enrollé en una toalla suave y esponjosa, de esas que solían hacer las abuelas a mano y que ya casi no venden en el mercado, aunque la tiritona ganó fuerza y no tardé en refugiarme en la misma ropa con la que había entrado. Zarandeé la cabeza como lo hacen los perros para expulsar el exceso de agua y me dirigí a la cocina sin tener ni idea de lo que iba a desayunar ni de si habría algo en el frigorífico. No había comprado nada el día anterior, pero había suponía que la misma persona que había lavado los vasos previamente habría dejado alguna lata de conserva en algún cajón.

¡Bingo! No me hizo falta rebuscar en los estantes, pues en la puerta de la nevera asomaba un cartón de leche solitario cuya marca pude identificar, para mi sorpresa. En las baldas del frigorífico también pude encontrar un paquete de lonchas de beicon y un par de huevos amontonados, aunque ignoraba con qué iba a poder cocinarlos. Aún así los saqué acompañados de una barra de salami y una hogaza de pan que encontré sobre el electrodoméstico, poniéndolo todo encima de la mesa con una gran sensación de autosuficiencia. Llevaba casi toda mi vida poniendo el comedor a otros alumnos o esperando a que ellos me lo pusieran a mí, según el turno de cada día. Nunca había preparado algo para desayunar yo solo. Es más, nunca había desayunado yo solo.

Aclaré mi garganta para disipar el silencio y picoteé un trozo de pan antes de girarme para buscar algún cuchillo. Justo en ese momento sonaron en la ventana unos cuantos porrazos. Gala de nuevo, haciéndome un gesto desde el otro lado del cristal para señalarme la puerta.

—Pensaba que todavía estabas planchando la oreja. Ya venía calentando los nudillos. —Entró con naturalidad, dirigiéndose a la cocina—. ¿Y qué tal tu primera noche?

—Horrible. Tardé mucho en pegar ojo y encima tú me despertaste muy pronto —espeté molesto—. Pero he sobrevivido.

—¡Muy bien! Esa es la actitud.

Rodeé a la chica y me dejé caer en el sofá del salón, entretenido en desmembrar la hogaza de pan.

—No sé qué es lo que vamos a hacer hoy, pero espero que sea un día calmado. Creo que abrazaré el suelo varias veces si me mandas correr...

—Vaya porquería de cuerpo que tienes. Ni que fueras un viejo de ochenta años... Pero me complace informarte que hoy tendrás que hacer un poco de ejercicio, y no solo físico. Sé que ahora mismo estarás pensando que soy una maldita torturadora, pero créeme que hoy empieza la parte realmente interesante de tu estancia en Eops.

Un chisporroteo me distrajo y me giré para mirarla con cierta curiosidad.

—¿Vienes a comer o qué? —Apagó la llama que salía de sus propios dedos y volcó la sartén para deslizar dos huevos y dos tiras de beicon recién hechas sobre el plato. Me apresuré a comer y a beberme el vaso de leche si dejar de mirar sus manos desconfiadamente.

Gala prefirió esperar fuera, y terminé el improvisado desayuno descuidando las cosas en el fregadero. Salí y cerré con llave, metiendo las manos en los bolsillos para mantener el calor. Ella pareció no dar importancia al frío de la mañana, y comenzó a caminar sin darme explicación alguna de lo que íbamos a hacer hoy. Cruzamos una plaza que comenzaba a recibir los primeros bullicios del día, pero el lugar elegido por mi compañera fue una calle estrecha que se abría para formar una extensa glorieta salpicada por unos cuantos bancos de madera. Los edificios se extendían a su alrededor con mediana altura para frenar el recorrido de la brisa, pero a mí me seguían castañeando los dientes. Los rayos de sol rasgaban el cielo con cierta debilidad, aunque el reconfortante calor era palpable cuando estos incidían directamente sobre el cuerpo.

Unas cuantas golondrinas trinaron. No había más población que un par de señoras mayores cruzando hacia las bocacalles a una velocidad desquiciante.

—¿Qué hacemos aquí? —pregunté. Nos habíamos situado en el perímetro de la plazoleta, junto a un banco en el que Gala no me permitió sentarme.

—Ahora mismo hablar; pero pronto vamos a tener que usar menos la lengua y aprender a usar tus capacidades físicas. —Gala despegó su vista del horizonte para mirarme, cruzándose de brazos—. Te voy a enseñar a defenderte, chico, a ser práctico. Es algo fundamental para llevar una existencia cómoda aquí e infundir un mínimo de respeto al resto de personas. No puedes pasarte la vida agachando la cabeza y evitando a todo el mundo, tarde o temprano alguien con un poco de coraje e inteligencia acabaría aprovechándose de ti. Y el primer paso es saber controlar tu Don.

Por un momento se me olvidó el frío y alcé las cejas con interés.

—Muy bien. Muéstrame qué puedes hacer.

Nos quedamos inmóviles durante algunos segundos, en los que tardé en reaccionar sintiéndome algo desconcertado.

—¿Qué? ¿Ahora mismo? ¿Sin practicar?

—Estás practicando ahora. Esto no tendrá comparación con lo que aprendas a hacer después —inquirió con expresión aburrida.

Terminé por sacar mi mano del bolsillo y posarla sobre la superficie del asiento. Rogué concentración. Algo se removió en mi interior fluyendo hacia mis dedos y el banco se vio invadido por una onda de hielo que lo congeló por completo con un coro de crujidos. La miré de reojo con expectación.

—Penoso —declaró la chica con más frialdad que mi hielo—. ¿Eso es lo único que sabes hacer? Así no podrán apreciarte ni los niños. De hecho, he visto a algunos más fuertes que tú, y creo que mi frigorífico también podría superarte.

Mi moral se desmoronó y solté un bufido.

—Vale genio. ¿Quieres frialdad? —Me arremangué los brazos para dar más énfasis a mi frase.

—Para eso estoy aquí, enano. Hazlo con todas tus fuerzas o moriré de aburrimiento.

—¿Y si... congelo todo por accidente?

—Já, como si fueras capaz, Señor Creído. Además, los usuarios del fuego no estamos aquí de vacaciones...

—Vale. Te arrepentirás de haberme desafiado —espeté, más que nada para motivarme.

—Que sí, que sí. Dale de una vez. Te pedí actos, no palabrería.

Apoyé mis manos sobre el suelo con energía, ignorando el frío y apretando los dientes. Esta vez la sacudida interior fue más fuerte, y la oleada de hielo salió disparada devorando el suelo y todo lo que encontraba por delante. Galarie retrocedió con expresión tranquila para evitar que tocara sus pies, pero el hielo perdió fuerza cuando tuvo que escalar los álamos que había plantados en medio de la plaza. Los crujidos fueron música para mis oídos, y estos culminaron creando carámbanos colgantes bajo las ramas de los árboles.

Cuando levanté la vista, ciertamente fatigado por el esfuerzo, me di cuenta de que había conseguido congelar aproximadamente un tercio de la plaza. Me crucé de brazos con una sonrisa de suficiencia a pesar de que la capa nívea levantaba aún más el ambiente helador.

—¿Y qué opinas de eso, Señora Prestigio Alto?

—Tss... Un poco mejor. Quizás ahora puedas competir con los cachorritos quinceañeros —se burló.

—Al menos podré competir con algo que no sea un electrodoméstico —refunfuñé, con un suspiro—. Tienes que entenderlo, nunca he entrenado tan a lo grande.

—¿Y por qué no? —Gala alzó las manos y usó sus llamas para derretir el hielo lentamente, en dirección inversa a como yo lo había creado. El aire se inundó de una nube de vapor cálido, que sirvió para relajar mi piel de gallina.

—¿Cómo que por qué? Porque nadie debía verme en el College. No podía dar todos mis esfuerzos; no podía pasarme de la raya o cualquiera que pasara por allí se enteraría.

—Bah. Como una chica decía en un libro: «No sabes nada, Jon Nieve» —citó, con una sonrisa cortante—. Para empezar, no consiste en dar todos tus esfuerzos y dejar tu energía al límite del fallecimiento. ¿De qué te sirve eso si no sabes apuntar a tu objetivo? Si yo fuera tu enemigo simplemente me sentaría a esperar que gastaras todas tus fuerzas en convertir el terreno en una pista de patinaje, y luego te vencería moviendo solo el dedo meñique. Vamos... no me lo pongas tan fácil. Primero, necesitas precisión. —Las llamas rodearon cada álamo para disolver la capa de hielo, pero cuando estas se retiraron el tronco estaba intacto. El fuego no se había pasado ni un centímetro de lo que verdaderamente quería derretir—. Y después, fuerza.

La plaza había vuelto a su estado habitual, aunque con unos niveles de humedad bastante más elevados.

—Teniendo en cuenta eso podrías haber entrenado en cualquier sitio, a cualquier hora. Incluso aunque hubiera gente contigo. Y eso es porque los humanos solo tienen dos ojos; su punto ciego es tu lienzo, y el paisaje está a tu disposición. Es puro arte, cachorro: tú tienes la pintura blanca y las herramientas, pero no tienes ni idea de cómo manejar el pincel. —No admitió respuesta, ni yo tampoco repliqué—. El objetivo de tu entrenamiento debe ser convertirte en el mayor artista de pintura blanca que existe. Así que volverás a intentarlo en cuanto recuperes energía.

Después de descansar un rato en el banco, volví a poner en marcha mi Talento unas cuantas veces más. Para cuando mis pulmones estuvieron asfixiados y la fatiga hacía dar vueltas a mi cabeza vertiginosamente, ya había logrado conquistar casi toda la plaza con mi poder. Gala me llevó entonces a un bar y compramos una bebida energética de color malva electrizante llamada Kra-K-Toe. Procuré no pensar en el nivel de azúcar que tenía aquel líquido, aunque lo cierto es que las piernas dejaron de temblarme una vez apurada la botella. Poco después acabamos tirados en la hierba de otro parque como dos lagartijas tomando el sol. La brisa corría agradablemente, y por fin pude sentirme completamente cómodo desde que llegué a este lugar. Quizás se debía a mi alta autoestima en ese momento. Serían alrededor de las once de la mañana, y la ciudad había vuelto a alcanzar su bullicio habitual.

—¿Bueno... y qué tal vas? ¿Crees que estás listo para transformarte en lobo? —inquirió Gala de repente. Tragué saliva y miré a la chica de reojo.

—¿Acaso debería prepararme para algo doloroso?

—No se puede describir un olor, no se puede describir un sabor, igual que yo puedo describirte la sensación. Solo puedes conocerla tú mismo.

—Pues creo que aún no me encuentro con fuerzas. —Dirigí la mirada hacia el cielo.

—No necesitas tener fuerzas para transformarte en algo que ya eres, que es parte de ti. —Se incorporó quedándose sentada, dirigiéndome una sonrisa burlona—. Qué excusa más barata para justificar tu miedo. Podrías esforzarte más en la creatividad.

—¿Miedo? No digas estupideces. No puedo tener miedo de mí mismo... —inquirí basándome en sus palabras.

—No es ninguna estupidez. Hay mucha gente que sí que lo tiene. Miedo de lo que son capaces de hacer, de cómo pueden reaccionar ante algo... No todo el mundo puede controlar su manera de ser, el interior siempre es más fuerte que el exterior. Y eso a veces es un problema. —Borró su sonrisa—. Por eso estoy aquí. Tienes que estar preparado.

Me incorporé como ella.

—¿Cómo sabes que estoy preparado?

—Pues es obvio, ¿no? Dicen que un perro puede percibir cuando alguien está asustado, triste o enfadado. Yo soy de tu raza. —Clavó sus ojos en los míos—. Puedo oler lo que sientes... Y lo veo reflejado en tus ojos.

Me estremecí y aparté la vista. El silencio nos envolvió durante un instante demasiado largo.

—Otra vez, Silver. Lo estas volviendo hacer —gruñó. Se encorvó y creció en tamaño para formar una enorme loba de tonos rojizos.

—¿E-el qué?

Retrocedí lentamente, abrumado por la presencia del animal.

—Ser sumiso. Como si yo fuera tu líder, como si yo sujetara tu correa. Me evitas. Me tienes miedo. ¡¿Por qué me tienes miedo?! —ladró. Sus dientes se cerraron en torno a la capucha de mi sudadera. Sentí un fuerte tirón y me vi lanzado hacia atrás para revolcarme por el suelo—. No lo entiendes todavía. No eres inferior a nadie que hayas visto estos últimos días. ¡Eres igual que nosotros!

Palidecí de miedo cuando la loba saltó sobre mí haciendo retumbar el suelo. Sus dientes se hundieron en mi ropa de nuevo y noté claramente cómo las puntas se clavaban en mi piel. Me levantó del suelo sin ningún esfuerzo y volví a rozar el cielo durante un par de segundos. La caída varios metros más lejos me dejó sin respiración.

—Levántate —espetó la loba pelirroja—. El dolor no es más que un calambre en tus entrañas. ¡Plántame cara! Nadie te está poniendo un bozal, aquí nadie te recrimina que muerdas la mano que te da de comer. Hemos dejado a un lado los Talentos, tienes la misma capacidad para matarme a mí que yo para matarte a ti. Tienes garras, fuerza y colmillos; ¡solo tienes que saber cómo usarlos!

Me levanté como ella ordenó, pero en su lugar me di la vuelta para salir corriendo hacia cualquier lugar seguro. ¡¿Acaso se había vuelto loca?! Estábamos tan tranquilos charlando cuando de repente se había transformado y me había atacado como si fuera un total desconocido. Tampoco entendía sus supuestas razones, ¿todo esto venía porque había apartado la vista?

—Deja de correr como si fueras mi presa, por favor, me estás pidiendo a gritos que te persiga. —Gala galopó varias zancadas hasta cortarme el paso—. Ten un poco de dignidad. Tú eres el depredador aquí, compórtate como tal.

Lanzó un par de mordidas al aire —las suficientes para hacerme retroceder— y echó las orejas hacia atrás. La gente que pasaba cerca del lugar se quedó mirándonos con curiosidad, algunos incluso sonriendo burlonamente como si se divirtieran.

—Oye... Cálmate, por favor... No hace falta que...

—«Cálmate, por favor. No hace falta que...» —me imitó con voz aniñada—. ¿Qué eres, un licántropo o un chihuahua?

Incluso después de la provocación dirigió sus dientes hacia mí, esta vez en el vientre. Todo ocurrió muy deprisa.

Me agazapé sobre mi sitio para defender mis puntos blandos y apoyé las manos en el suelo para no perder el equilibrio. El pelaje estalló en mi cuerpo como un montón de chispas doradas y los sentidos reventaron con éxtasis como si me hubiera tomado algún tipo de droga. A pesar de que el mordisco de la chica había alcanzado la velocidad de una serpiente, pude verlo y vigilarlo con total claridad, redoblando mi cuerpo espasmódicamente para esquivarlo como un contorsionista. Aplasté las orejas contra mi cabeza peluda y levanté mis defensas arrugando el hocico. Mis colmillos quisieron sobresalir todavía más de lo que ya medían.

Gala reaccionó quedándose quieta y soltando un gruñido; parecía que el tiempo se había detenido de repente en aquel duelo de miradas y dientes. Fui yo el que rompí la tensión del momento, agachando la cabeza y relamiendo mis nuevas quijadas con confusión. La pelirroja también se relajó, con una sonrisa orgullosa.

—Te ves estupendamente —informó para restaurar mi orgullo.

Por fin tuve tiempo de analizarme calmadamente. No tenía el tamaño de Gala ni tampoco su porte, pero podía decir que no me sentía torpe del todo situado sobre mis cuatro pilares peludos y llenos de uñas. Sentía la necesidad vital de balancear la cola de un lado a otro, y las orejas se movían por su cuenta según el sentimiento que me invadía en ese instante.

—Un clavo saca otro clavo, y dicen que un lobo saca a otro lobo. —Gala bajó la cabeza—. Lamento haberte atacado... Bueno, quizás no. Lo cierto es que fue divertido.

Estaba demasiado concentrado en examinar mi anatomía como para molestarme. Aún así todavía no me había movido del sitio.

—¿Bueno qué? ¿Piensas quedarte ahí todo el día, o también tengo que ayudarte a dar tus primeros pasitos? —se burló. Me rodeó lentamente, entrelazando su pata trasera en las mías para tirar hacia atrás y corregir mi postura. Caminé unos cuantos pasos, probando la distancia entre cada extremidad para no rozarme con los talones de las patas contiguas. Pronto me sentí preparado para no parecer imbécil y andar como un verdadero lobo lo haría.

—Esto es increíble —murmuré, probando a olisquear los aromas del aire.

—Increíble se queda corto. Ya te dije que es algo que no se puede describir.

No fui capaz de escuchar sus palabras debido a la enorme variedad de distracciones que notaba a mi alrededor. Intenté centrar mis sentidos en algo concreto para no marearme y entonces me asaltó una pregunta.

—¿Se puede usar el Talento convertido en lobo?

—Pruébalo en vez de preguntar.

Dudé un poco al escucharla, pero acabé concentrando mi energía en mis patas una vez más para hacer renacer el hielo. Pero la temperatura se negó a bajar.

—Creo que no, no se pueden hacer las dos cosas a la vez —aclaré.

—Sí que se puede, lo que pasa es que ahora mismo no sabes. Y es lo normal, no todos van a ser caminos rectos.Vas a tener que entrenar mucho; se requieren meses de práctica para poder sentir la unión completa con tu parte animal. —Pareció quedarse pensativa un momento—. Pero una vez más, aquí las palabras no sirven de nada. Así que, ¿sabes qué? Intenta seguirme.

Sin darme ninguna explicación más se dio la vuelta, iniciando el trote hacia una de las viviendas. La seguí probando a elevar la velocidad, hasta que logró subir a uno de los tejados haciendo escala en un toldo. Alcé ambas cejas y solté un bufido salvaje.

—¿Cómo esperas que suba ahí arriba?

—¿Necesitas instrucciones, como para construir un mueble? Mejor usa tus patitas, que para eso las tienes.

—No lo veo viable. Es como ponerse a hacer parkour por primera vez y sin haber practicado antes.

—El parkour se practica haciendo parkour —rió, desapareciendo de mi vista a modo de respuesta. Me impacienté al verme solo y procuré impulsarme todo lo que mis patas daban de sí. No habría resultado difícil subir con dos piernas, pero el problema era que ahora tenía que dar apoyo a cuatro. Solo llegué a quedarme colgando en el borde, así que decidí buscar otra manera de seguir el camino de Gala. Husmeé hasta encontrar un gran barril y lo empujé con la cabeza hasta los pilares del toldo a pesar de que pesaba una barbaridad. Teniendo otro escalón más pude llegar sin problemas al tejado donde estaba la loba. O al menos donde debía estar.

No la encontré a mi alrededor pero logré visualizarla varios tejados más lejos. Había vuelto a recriminarme mi tardanza con esa mirada de aburrimiento mortuorio. Instigado por su impaciencia, emprendí una torpe carrera hacia el borde del tejado, dando todo mi empeño en cruzar el pequeño espacio que los separaba a pesar de que habría sido fácil saltarlo incluso para un humano. El siguiente espacio era bastante más grande, pero también había aumentado mi confianza y logré superarlo sin trastabillar.

El resto de huecos hasta Gala tampoco supusieron ningún reto, aunque no era de extrañar. Podía decirse que había nacido para esto.

—¿No es un lugar precioso? —Al otro lado del saliente se podían contemplar las vistas de la parte baja de La Ciudad Que Nunca Duerme, removida por el viento, el sol y un par de nubes bajas.

—Sí, un lugar precioso para caerte y despeñarte... —repliqué yo, que solo estaba pendiente de la centena de metros que nos separaban del suelo.

—Qué agradable. Hablas como mi madre.

—¿Y qué hay de malo en eso? Solo me preocupo por mi seguridad.

—Tu seguridad está a salvo siempre que vigiles dónde pones las patas. Si haces eso dará igual que estés en un bordillo de diez centímetros que en un barranco de doscientos metros. La diferencia es psicológica. —Gala se dio la vuelta para buscar un paso hacia el suelo de la calle.

—¿A dónde vamos ahora? —quise saber, siguiéndola.

—Lo que te acabo de decir me ha dado una idea. Vamos a practicar dónde pones las patas.

El ejercicio de la chica francesa consistió en montarme un recorrido a base de piedras que debía superar en el menor tiempo posible, sin tocar los obstáculos ni con el más pequeño pelo. Me recordaba a los ejercicios de Educación Física del College, aunque esta vez la profesora era mucho más estricta. Tuve que repetirlo casi treinta veces hasta que tuve un control perfecto de mi nuevo cuerpo lupino. Me felicitó llevándome a comprar un helado a una tiendecita de barrio situada en la anterior plaza por la que pasamos. Aunque se me hacía increíblemente raro entrar en un establecimiento con nuestro tamaño descomunal, no tardé en descubrir que absolutamente todos los edificios de la ciudad estaban acondicionados para que cualquier bestia sin dominio en las manos pudiera entrar cómodamente y hacer uso de ellos. También comprendí rápidamente por qué Gala había insistido tanto en que aprendiera a dominar mis dimensiones, pues estuve a punto de barrer con la cola una estantería entera de cajas de caramelos.

La dependienta me miró con cara de bulldog masticando una avispa, así que bajé las orejas y salí de la tienda cuidándome de no tocar ni siquiera los marcos de la puerta.

Después nos dirigimos a un banco cerca de una fuente mientras saboreábamos los helados, momento en el que Gala aprovechó para explicarme donde tenía que morder para matar a alguien. No era un tema que me agradara mucho; había jurado y perjurado a la chica que yo jamás me convertiría en un asesino como ellos y que iba a demostrarle que podía vivir felizmente sin hacerlo. Ella puso la excusa de que no solo se trataba de otros licántropos, sino también de saber matar a las presas, así que tuve que tragarme una lección entera de órganos, arterias y puntos clave sin rechistar. Ni siquiera el helado siguió sabiéndome igual de bueno.

—A parte de poder obstruir las vías respiratorias o directamente cortar el cuello con todas las arterias que lleva, podrás descubrir en tu Talento una gran variedad de maneras de infringir daño o la mismísima muerte. Son variantes que yo no controlo, puesto que yo domino mi elemento y es al fuego al que conozco realmente bien. Por eso lleva años de práctica el hecho de manejar un Don, hay numerosas vías que puedes explorar de él.

—Tampoco quiero regocijarme con un pobre conejo. ¿Qué problema hay con matarle de un golpe y punto? —farfullé.

—No solo vas a tener que dar caza a otros, a veces vas a tener que defenderte. Cuando estés frente a un tigre enfurecido que se niegue a enseñarte el cuello donde morder y tengas que buscarte tú solito la manera de aislar todos sus elementos punzantes ya me contarás. Si es que vives para contarlo.

—Bah, yo creo que exageras. No hay tigres caminando a la ligera tan cerca de aquí. Dudo que me vea en el problema de enfrentarme a uno —respondí con seguridad.

—No sabes lo que hay por aquí cerca, cachorro. Un tigre puede ser la menor de tus preocupaciones.

Ella rió burlona, aunque yo me quedé serio involuntariamente. No sabía si bromeaba o no.

—La manera con la que cada uno mata es una verdadera marca de distinción, como una caligrafía personal. Algunos lo consideran un arte. Aquellos que se basan en el temor para mantener su prestigio suelen montar verdaderas carnicerías con tal de seguir infundiéndolo, mientras que hay otros que saben rematar a sus presas limpiamente, con elegancia y sin mancharse un solo pelo. De un extremo a otro hay miles de formas distintas de dejar tu huella en el cuerpo de un herbívoro, y tu manera de moverte o planificar puede ayudar a crear expectativas y buenos rumores a pesar de que no hayas tocado jamás a un enemigo. Es algo importante, no debes tomarlo a la ligera.

—Vale, vale...—repuse con voz cansina—. Aún así creo que eso no se aprende a partir de una explicación sobre anatomía. Supongo que hay que practicarlo mucho y basarlo en la experiencia.

—Y tienes toda la razón, aunque debo asegurarme de que tienes los conocimientos básicos para no hacer ninguna tontería. Es decir, que si te pasa algo no me echen a mí la culpa. —Gala se quedó observando el cielo mientras la galleta del cono crujía entre sus dientes—. Honestamente, aún no tengo esperanzas de que puedas cazar nada aceptable. Eres demasiado... pacífico.

—Creo que cazar no es lo único importante en esta vida, seguro que hay miles de cosas que se pueden hacer. No sé, ¿en qué gastáis vuestro tiempo libre? ¿Perseguís palos?

Reí socarronamente mostrando una hilera de dientes perfectos, aunque a Gala no pareció hacerle igual de gracia que a mí y echó las orejas hacia atrás con cara de indignación.

—Vaya, tu agudeza me asombra... No, eso se lo dejamos a los chuchos. ¿Pero sabes qué nos encanta? Conocer a otras personas. ¿Por qué no pruebas? —Esta vez fue ella la que sonrió, señalando con la cabeza a un enorme lobo situado algunos metros más allá—. Es muy sencillo, lo único que tienes que hacer es acercarte a alguien y olerle el trasero. Él te contestará de la misma manera y entonces podrá considerarse como una muestra de amistad.

—Uh... ¿Estás de coña? ¿Esperas que vaya por ahí oliendo culos?

—Es una buena manera de conocer gente cuando ambos estáis en forma de lobo. ¿Acaso estás despreciando nuestras tradiciones animales? —Gala pareció ofenderse, aunque a mi parecer, de forma algo exagerada. Bajé una oreja con extrañeza.

—No... no estoy despreciando nada. Es solo que...

No supe qué decir. No estaba seguro de hasta qué punto podían defender los instintos animales, y tampoco quería meterme en terreno peligroso. Así que tragué saliva y me levanté, caminando con la cabeza gacha hacia la persona que me había indicado.

Era un animal enorme; podría calcular que de entre treinta y cuarenta años. Tenía el pelaje pardo, voluminoso aunque de aspecto áspero, como si hubiera atravesado mil lodazales y penurias durante mucho tiempo. Llegué a su lado con timidez, pero él me estaba dando la espalda. Cuando miré a Gala de reojo pude comprobar que sonreía en actitud divertida, aunque me volvió a animar con un movimiento de cabeza. Torcí el morro y probé a olisquear el aire cerca del trasero del lobo. Fue el compañero de mi objetivo el que me visualizó primero, dejando de hablar y alzando una ceja con cara de desconcierto. El de pelaje pardo giró la cabeza hacia mí con cara de pocos amigos y el silencio nos sumió durante un momento en el que nadie movió un pelo.

—No sé si preguntar qué mierdas estás haciendo... —farfulló el lobo con voz grave. Sin previo aviso, su cola cobró vida y azotó el aire como un látigo para golpear mi cara. Retrocedí por su repentino ataque y agité la cabeza bufando, percibiendo con claridad las carcajadas burbujeantes de Gala.

Al comprenderlo eché las orejas hacia atrás con furia y le mostré los dientes casi sin pensarlo. Ambos compañeros negaron con la cabeza, y dieron la vuelta a los ojos antes de decidir alejarse de nosotros murmurando algo entre ellos.

—Ah, qué graciosa... —entrecerré los ojos, molesto.

—Ajá, empezaste tú con lo de perseguir palitos. Esa sí que fue una broma sin gracia —replicó soltando alguna que otra risita todavía.

—No, en parte no fue una broma. En serio que no sé qué es lo que hacéis aquí para pasar el rato, y en mi mente comportarse de esa manera era totalmente factible. ¡No había necesidad de vacilarme así! ¡Imagínate que se hubiera enfadado!

—Sí que se ha enfadado, pero se te veía a la legua la cara de novato y ha decidido tener piedad contigo... Eres como los guiris, se os nota en seguida.

—¿Qué piedad? ¡Me ha cruzado la cara con la cola! Y encima esto es lo más ridículo que he hecho en mi vida.

—Para él también fue vergonzoso; créeme si te digo que se ha apiadado de ti. —Gala se dio la vuelta comenzando a andar hacia la salida del parque aún con la sonrisa en la boca. La seguí al trote sin querer terminar la conversación.

—¿Y qué hubiera pasado si decide no ablandarse?

—Que yo habría salido en tu defensa.

Su rotundidez me hizo quedarme callado un momento.

—¿Y no era más fácil no enredar de esa manera?

—Más fácil sí, más divertido no. Además, ya has aprendido que tienes que dejar los prototipos a un lado. Vuelve a compararnos con perros y esta vez seré yo quien te cruce la cara, y no será con la cola. —Hizo rechinar las garras sobre el suelo pedregoso—. Llamar perro a uno de nosotros es un insulto, y si encima nos comparas con un perro faldero tendrás muerte asegurada. Es igual que relacionar un tigre con un gato; ambos ronronean, pero el tamaño de su boca sigue sin ser el mismo.

A pesar de mi enfado tomé nota en la mente. Creía que Gala ahora mismo era la persona menos peligrosa para mí, pero incluso ella me había amenazado si me iba de la lengua.

—¡Silveeeeeeeer! —gritó una voz a mis espaldas de repente. 

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