4. La linterna
«No siempre los ojos están allí para ver las cosas que ocurren por accidente».
—Fallaste en tu teoría, Shawn... —siseó con voz femenina—. Al final fueron dos los que no volvieron al College.
Un animal de tonos azulados se fue acercando con parsimonia, hasta que le iluminó el claro de la luna y denotó su condición de cachorro, aunque alcanzaba el tamaño de un dogo argentino.
—No fallé —contestó con voz infantil pero seria—. Realmente aquí solo hay uno con intención de quedarse. El otro sobra.
—¡Silv, en serio! ¡Muévete! —repitió Leaks con voz amenazante, tirando violentamente de mi brazo—. ¡Ahora!
Mientras el miedo iba conquistando su cuerpo, un número interminable de lobos gigantescos fueron haciendo entrada en el pequeño claro del bosque y se detuvieron en el borde. Era una escena grotesca, alarmante y peligrosa pero raramente tranquila. Ni siquiera sabía qué sentir. Incluso esperándolos, yo también me sentí avasallado por las repentinas miradas sobre nosotros.
—Al menos era interesante ver cómo discutían. Así puedo conocer un poco más al novato —comentó la loba en actitud juguetona. Clavó sus ojos duros como flechas en los míos—. Y ya sabemos quién es Sly Harris. El manipulador.
—Aquí le llamamos Silver —salió a defenderme Leaks—. ¡Dejadle en paz!
—Deberías preocuparte más por tu vida que por la de tu amigo —masculló un tercer lobo de color negro y mirada altiva, con aburrimiento. Echó un vistazo al enorme animal castaño que parecía ser el líder de la jauría—. Eliminemos al hablador y acabemos de una vez.
Éste esbozó una mueca de duda.
—Nos ha visto. Sabes que no debe sobrevivir —añadió—. Además, si va a desaparecer uno por aquí podemos aprovechar para que desaparezcan dos.
Leaks se encogió sobre su sitio, mirando con la boca entreabierta a la manada de canes parlantes que estaban decidiendo sobre el futuro que nos esperaba. Tardé un momento en darme cuenta de que estaban decidiendo sobre la forma de morir de mi amigo, pero no era capaz de reaccionar ahora que mi vista había vuelto a oscurecer el entorno y a perder calidad, igual que había pasado con el olfato y el oído. Me dio la sensación de haberme quedado como un vegetal.
Los lobos dejaron de hablar entre ellos y se quedaron callados mientras clavaban sus atentas miradas sobre mí.
—Tú. Todavía no te he escuchado ni una palabra. —La pregunta fue clara y simple, formulada por el gran líder castaño oscuro—. ¿Cuántos años llevas en el Raudnigan?
—Unos... trece —murmuré algo intimidado, desconcertado por tener que dirigirle la palabra a un lobo.
—Bien. ¿Dónde están tus padres?
—No tengo. Quiero decir... mi madre murió cuando era pequeño y mi padre me abandonó aquí. Pero supongo que sigue vivo en alguna parte.
Esperé que la respuesta hubiera sido todo lo respetuosa y sumisa posible.
—No, no sigue vivo. Nosotros nos encargamos de él hace justo trece años —respondió con tranquilidad—. La verdad es que tu madre fue muy considerada al evitarnos tener que matarla también. Las mujeres siempre suelen morir por las secuelas del embarazo.
Entrecerré los ojos lentamente sin dar crédito a sus palabras, mientras notaba las ascuas de la furia arder en mis venas.
—¿Qué? —espeté con un hilo de voz.
—Lo siento, novato. Los licántropos impuros deben perder a sus padres. Así es por naturaleza, y si la naturaleza no se encarga, nos encargamos nosotros. ¿Nunca te preguntaste por qué tu padre nunca volvió a buscarte al College?
Mis puños se cerraron hasta perder el color.
—Dios, Rovira... ¿quién te puso a ti como líder de la Unidad de Reclutamiento? Tienes menos tacto que un pañuelo de astillas —reprochó la loba cobriza poniendo los ojos en blanco—. Mi nombre es Vika, y soy la captadora del equipo.
Emprendió algunos pasos hacia nosotros y agachó la enorme cabeza. Yo lo interpreté como un saludo, pero Leaks no pareció entender lo mismo y retrocedió alumbrando el suelo para buscar algo con lo que defenderse. No hizo falta, pues la loba no avanzó más.
—Sentimos lo de tus padres y que te hayas enterado tan bruscamente, pero así son las cosas. Por tu cara deduzco que aún no sabes acerca de tu identidad, pero al menos ya conoces tu Talento. Tengo entendido que eres usuario del Hielo y que ya lo sabes manejar un poco, así que no te asustan las complejidades de la naturaleza. —Entonces la hembra pareció detenerse a buscar las palabras adecuadas, y clavó sus ojos en los míos reduciendo mi respiración—. Eres un licántropo, Silver, y eres uno de los nuestros.
El tiempo se detuvo un instante. No reaccioné.
«Eres uno de los nuestros».
Mi mente repitió la frase una y otra vez, confundida ante la idea de pertenecer a un grupo tan singular como aquel, con quien ni siquiera compartía una característica física en ese momento. Y a pesar de todo era una frase que había estado atesorando en mi mente durante años; la consecuencia que sufren la mayoría de los niños cuando su familia se destruye. No me sentía "uno del College", ni siquiera "uno de la pandilla de la tercera planta". Realmente no me sentía parte de nada, y eso era lo que me había convertido en una masa infeliz desde que tuve conciencia de mis circunstancias.
Me atormentó un sentimiento de incredibilidad y confusión, igual que cuando descubrí mis poderes por primera vez, congelando un vaso de agua por accidente seis años atrás. Me enorgullecía haber sido capaz de mantener oculto mi secreto durante tanto tiempo, incluso cuando tuve que mantener oculto el de Leaks también. Y ahora llegaban estos desconocidos a llamarles Talentos y a comentarlos con la misma naturalidad que aquel que cocina unas lentejas, sin entender la estupefacción que nos recorría al escuchar hablar de ellos por primera vez desde una tercera persona.
—No... —me froté la cara violentamente—. Los licántropos y los hombres lobo no existen. Son seres fantásticos que fueron inventados para protagonizar historias de terror. Es imposible.
El tal Rovira dio la vuelta a los ojos con hastío, como si estuviera aburrido de escuchar siempre las mismas cosas.
—Estás ante veintidós de ellos. ¿Acaso tienes problemas de visión?
—No seas borde —le regañó Vika. Luego me dedicó una sonrisa liviana, aunque me limité a fruncir el ceño con desconfianza. Su intención de incorporarme al grupo estaba clara, pero no estaba tan clara mi intención de irme con ellos.
—No soy uno de los vuestros. Yo no soy ningún asesino —declaró.
—Todavía —masculló el lobo azabache con desinterés.
—Vamos, Silver... No es algo que solo hagamos contigo —explicó ella—. Es una norma y debes entenderlo. Ningún ser humano puede saber sobre nuestra existencia, por eso nos vemos obligados a eliminar a los padres de los licántropos impuros, es decir, aquellos que no nacen de otros licántropos, como en tu caso.
Me abrumó su contestación. Era una locura cada cosa que decía, y si estaba hablando en serio era todavía peor, porque se trataba de un crimen universal en toda regla.
—Podéis tener vuestras razones, pero no tenéis derecho a decidir sobre la vida de las familias. Lo que hacéis es una atrocidad.
—Le damos al niño la posibilidad de crecer feliz, a salvo y en paz con su naturaleza.
—Sonáis como los nazis —intervino Leaks de repente, con una mueca de asco—. El niño-perro crece estupendamente, meándose en los árboles y con una correa larga para que pueda correr a sus anchas. ¿Pero qué hay de sus padres? ¿Acaso ellos no han sido niños y han crecido en paz con su naturaleza, para acabar degollados? ¿Tampoco importan aquellos amigos, abuelos y tíos destrozados por las pérdidas? Estáis provocando que existan más instituciones como el Raudnigan con vuestros actos, así que no justifiquéis vuestro instinto asesino con honradez porque eso es aún más rastrero que irse sin dar explicaciones.
Rovira torció el morro al reparar en el muchacho. Erizó el pelo de su lomo dedicándole una mirada poco amistosa que le hizo retroceder.
—¿Quiénes? ¿Te refieres a sus familiares humanos? ¿A aquellos seres despreciables que nacen todos iguales como copias y que tienen el exclusivo «Talento» de destruir cada terreno que ocupan? ¿Humanos como tú, egoístas y explotadores, únicos animales capaces de ignorar la llamada de auxilio de sus congéneres, que nacen en países pobres al otro lado del mar? —caminó peligrosamente hacia Leaks—. Nosotros no somos quienes creamos instituciones como el Raudnigan, ratita humana; sois vosotros quienes lo hacéis, para compensar vuestros fallos. Si queréis reducir el número de muertes moved un poco más vuestros bolsillos hacia los que caen cada día por hambre. Al menos nosotros nos cuidamos los unos a los otros, proveemos por todos y contamos con todos. —Los ojos del líder se clavaron en los de Leaks, y algunos de sus peludos acompañantes enseñaron los dientes para mostrarse de acuerdo—. Hay siete mil millones de personas inútiles en el mundo, pero tan solo unos pocos millones de licántropos... ¿así que sabes qué? Que les jodan a los humanos.
El lobo se dio la vuelta para apartarse de Leaks, mientras el chico se llevaba la mano al pecho para recuperar el color de su semblante. Los licántropos parecían haber establecido ya entre nosotros la línea que separaba la amistad del recelo, lo cual me pareció enormemente racista porque estaban cargando a mi amigo con las atrocidades de la humanidad sin tener la culpa. Aunque me pareciera injusto, solo un idiota tiraría de la cola al gato después de haber visto sus uñas.
Entonces miré a la loba y murmuré tímidamente, recordando su nombre:
—Vika... —Se giró para mirarme—. Si buscáis a los niños licántropos para darles una vida mejor, ¿por qué habéis tardado diez años en venir a buscarme?
Vika miró de reojo a Rovira y chasqueó la lengua antes de aclararse la garganta.
—La verdad es que hemos dado contigo por accidente. Quiero decir, que en un principio no vinimos aquí por ti. —Hizo una pausa—. Verás, hace dieciocho años naciste en un barrio periférico de Londres. Teníamos a los Harris en el punto de mira, pero tu madre consiguió sobrevivir a las secuelas durante casi quince meses y se nos complicaba la opción de matarla porque vivíais en un ambiente demasiado sociable. Así que decidimos esperar y, cuando finalmente falleció a los dos años, tu padre se mudó a Escocia contigo y nuestros colegas de rastreo os perdieron de vista. Seguimos una pista equivocada que nos llevó fuera del país y tardamos casi tres años en volver a encontraros. De hecho, solo encontramos a tu padre. Tú no estabas por ninguna parte. —Desvió un momento la mirada, en actitud pensativa—. Eliminamos a Michael Harris, pero tu ausencia fue un extraordinario giro de acontecimientos. El primer problema no era que fueras demasiado mayor, sino que habías convivido demasiado tiempo con un humano y cualquier desliz en tu naturaleza habría sido motivo para que acudiera a algún especialista. Así que estudiamos su entorno para buscar cualquier indicio, a la vez que buscábamos tu paradero, pero para bien o para mal no dimos con ninguno de los dos. Ese era el segundo problema, que no volvimos a saber de ti en los años siguientes y podías estar por ahí, correteando con las piernas llenas de pelo.
—Tardamos doce años desesperantes en dar contigo —corrigió Rovira, poniéndose serio y recrudeciendo el asunto—. Doce años en los que nuestro enorme secreto dependió exclusivamente del simple comportamiento de un niño, allá donde quiera que estuviese. Nunca en la historia de La Ciudad que Nunca Duerme habíamos tenido un accidente semejante en la Unidad de Reclutamiento, y el resto de ciudades de Eops no dudaron en mirarnos con ojos acusadores y juzgar nuestra hegemonía como buitres. Sin embargo, era una causa común, así que todos pusieron de su parte para aportar más rastreadores a la búsqueda.
Me rasqué la nuca, apesadumbrado. Nunca me había gustado destacar ni causar problemas a nadie, y ahora acababa de enterarme de que había hecho las dos cosas durante doce años.
Aun así, me había perdido cuando habló de ese montón de nombres desconocidos.
«Ciudades que no duermen, Eops... ¿De qué está hablando? Parece que esta gente tiene aldeas y lugares propios para vivir pero, ¿dónde están situados? ¿Nadie los había visto nunca ni les habían parecido raros? Hablan como si hubiera una línea que separara este mundo del suyo. Digo del nuestro».
—La búsqueda no se abandonó, por supuesto, aunque si te encontramos aquí fue por pura casualidad. En realidad seguíamos la pista de Lewis Pemberton. —La loba se sentó y se mesó la cola con la lengua.
—¿Pember? Es...
—Un licántropo, sí —acabó la hembra.
La sorpresa me dejó sin habla. Había visto al niño crecer a mi lado, comer mi misma comida, soportar a mis mismos superiores y dormir en mi mismo pasillo sin notar nada extraño en él. Eché una ojeada de complicidad a Leaks, que parecía igual de desconcertado.
—Pero eso significa que también maneja un poder...
—Sí, y además con mucha gracia. El Talento del Materialismo es muy poco común y muy complejo.
—Pero él nunca...
—Nunca... —repitió Vika, interrumpiéndole—. ¡Nunca digas nunca! No siempre los ojos están allí para ver cosas que ocurren por accidente, cachorro, y no por ello puedes negar que esas cosas ocurren. Nunca es un término que solo puedes utilizar si tienes conocimiento sobre el mundo entero; y tú no tienes ni una centésima parte del conocimiento de tu mundo como para encima tenerlo del nuestro. Así que, haz un favor a los que estamos aquí y deja de cuestionar todo lo que decimos. —Me dedicó una sonrisa alegre, a lo que respondí quedándome callado y vacilante.
—Entonces... he de deducir que no habéis despedazado a Pember, como se cuenta en todo el College.
—Lewis se encuentra a salvo en Gau Begiak.
—¿Gau... qué?
—Todo a su tiempo, novato. Tan solo mueve esas piernecitas de mono y marchémonos de aquí de una vez. Hay un considerable camino hasta la Puerta de Inglaterra y Gala ya debe estar empezando a derribar paredes... —La hembra se giró para avanzar hacia sus congéneres.
Arqueé una ceja y miré a Leaks.
—¿Pero... y qué pasa con él?
Leaks había sido casi un hermano durante la mayor parte de mi vida, al menos se merecía la duda de preguntarme si dejarlo aquí o intentar que nos acompañara. No pensaba terminar nuestra relación de trece años en tan solo dos minutos. Sin embargo, la respuesta de Rovira me hizo palidecer de estupefacción y espanto.
—El humano... Ah, sí. Matadlo.
Me giré al tiempo que gritaba su nombre, pero no pude verle la cara porque me había dado la espalda para echar a correr. No tardó demasiado en internarse en la oscuridad, haciendo su figura tan poco precisa como la de los árboles del fondo, pero el lobo negro ya había abandonado su puesto y se había encargado de emprender la persecución tras emitir un gruñido sordo. Pasó por mi lado igual que una sombra, permitiéndome captar el olor almizclado de su pelaje y la vibración del suelo a cada zancada que daba, y el corazón se me encogió al ver a la enorme silueta dar alcance a la del chico despavorido y tumbarla mordiendo uno de sus tobillos. Percibí los gritos aterrados del muchacho y cómo zarandeaba los brazos en el aire, mientras el lobo lo tumbaba bocarriba con la zarpa sin ningún cuidado.
Apenas me había recuperado del shock, cuando me descubrí corriendo hacia ellos gritando a la bestia que se detuviera. No hizo falta. Me agarré a su cola con desesperación, pero Sony permanecía inmóvil, observando a la presa temblorosa como una gelatina que tenía entre sus garras.
—Mira, Rovira... El humano resultó no serlo tanto... —Giró la enorme cabeza para mirar hacia atrás, al tiempo que sacudía la cola con brusquedad y la liberaba de mi abrazo igual que un perro sacudiéndose las pulgas—. Apesta a cambiador.
Al azabache parecía resultarle humorística la escena, como podía deducirse de la hilera de dientes sonrientes que mostró a su líder. Rovira echó las orejas hacia atrás y caminó lentamente hacia nosotros seguido por el resto de licántropos, recorriendo en menos de diez segundos la distancia que yo había hecho en casi un minuto de carrera. Luego agachó la cabeza para olisquear al muchacho del suelo y bufó.
—¿Qué hace en este lugar? Los cambiadores siempre nacen en sitios cálidos.
—¡Era... era lo que intentaba deciros! —espetó el joven levantándose y limpiándose el barro de su ropa—. Yo también puedo controlar un poder, igual que Silver. Así que imagino... que no soy tan humano.
Los lobos se miraron de reojo y arrugaron el hocico, mientras Vika soltaba un largo suspiro.
—Qué fastidio, eso te hace merecedor de nuestro mundo...
Cerré los ojos para respirar aliviado.
—... pero no de nuestro recibimiento. —Rovira entornó los ojos—. Perteneces a Eops, sí, pero no eres uno de los nuestros. Eso te convierte en un enemigo, un inconveniente para nosotros que igualmente debe ser destruido. Ahora no supones ningún riesgo, pero vendrán a buscarte como nosotros hemos hecho, crecerás como todos hacemos, y comenzarás a usar ese Talento del que hablas contra toda nuestra gente. —El lobo alzó la cabeza—. De manera que solucionaremos esto de raíz. Aquí y ahora.
Sony sonrió y avanzó de nuevo hacia el muchacho. Leaks retrocedió un paso maquinando una manera de sobrevivir a la jauría, aunque toda probabilidad quedaba reducida a cero. En lo máximo que podía ayudarle ahora su Talento vegetal era en crear alguna florecita para decorar su tumba.
—Tocadle un pelo y volveréis a vuestras ciudades igual que habéis venido: sin mí —murmuré interponiéndome entre las fauces dentadas y mi amigo. Leaks me miró sorprendido. Una nube de vapor blanquecino se arremolinaba entorno a su boca y orificios nasales. El silencio fue aún más frío, y sirvió para que ambos nos diéramos cuenta de lo entumecidos que teníamos los dedos.
—Mira, si al final el cachorro tiene sangre en las venas... —comentó un lobo riendo.
—Creo que no lo has entendido, novato. Rivalizamos con su raza por territorio. Es un enemigo.
—Él no es mi enemigo. Y nunca lo será —susurré con firmeza. Rovira resopló levemente, y sus seguidores se quedaron inmóviles a la espera de recibir órdenes. Sony chasqueó la lengua, sin decir nada.
—Resistirte es una mala idea, cachorro, tenemos infinidad de maneras de llevarte a rastras. La única dificultad es elegir cuál de todas usar.
—Si él muere no os lo perdonaré nunca. Supongo mi rencor os importa una mierda, pero ten por seguro que una vez que haya logrado escapar y dar con una ciudad civilizada en la que los canes midan menos de un metro y vayan con correa, me dedicaré a crear carámbanos en medio del asfalto para que vuestro preciado secreto guardado durante años se deshaga tan fácilmente como mi hielo bajo el sol de verano. ¿Y cuál será vuestra alternativa? ¿Matarme para evitar que hable? Me pareció oíros decir muy orgullosamente que los vuestros no matan a los de su raza. Descubramos en cuántos aspectos sois diferentes a los humanos... —Tuve que alzar la cabeza para poder cruzar mis ojos con los suyos.
El nuevo silencio fue interrumpido por el gruñido de Vika, aunque era aún más turbadora la mirada con la que Rovira me atravesaba. Fue suficiente para que me arrepintiera inmediatamente de mis palabras. Las rodillas empezaron a temblarme sin mi permiso. Creía sentirme protegido y a salvo por la naturaleza que me vinculaba a ellos, pero no debía olvidar en qué baja posición estaba en ese instante.
«Muy bien, Silver, empezamos con amenazas. Está siendo una gran bienvenida». Tragué saliva. La firmeza era la única que tenía a mi favor ahora, aunque la tensión se estaba encargando de morder bien mi respiración.
—Vaya... Eres un novato con agallas, ¿eh? Pronto descubrirás lo alto que pueden llevarte en una sociedad como la nuestra, construida a partir del respeto... o quizás sean las que te hagan acabar destripado a la segunda semana. —El lobo castaño sonrió con malicia, aunque no fue el único—. De acuerdo, dejaremos vivir a tu amigo por esta vez. Todo sea por no comprobar los límites de tu rencor...
Entrecerré los ojos. Acababa de decirme a gritos que no me tomaba en serio, pero era lo suficientemente listo como para no querer que me pasara todo el camino gritando y lamentándome.
El lobo dio la vuelta a su ejército animal mientras yo me giraba para mirar a Leaks. La expresión desconcertada del muchacho me dio fuerzas para volver a mirar a Rovira y atreverme a preguntar una vez más.
—¿Seguro que no podemos llevarle con nosotros? Puede... puede ser de ayuda... Está consiguiendo crear plantas casi hasta la cintura y...
—¿Acaso tenemos pinta de ONG? Respetamos a quien tú consideras tu enemigo pero con nosotros no es bien recibido. Pensé que no era necesario aclararte que en circunstancias normales sus intestinos llevarían ya diez minutos esparcidos por el suelo. —El líder ni siquiera se volvió, ni siquiera se detuvo—. Despídete de una vez. A él vendrán a buscarle los suyos.
—¡Ni siquiera sé quiénes son los míos! ¡Ni siquiera sé lo que es un cambiador! —vociferó el chico, apretando los dientes por el frío y la impotencia.
—Lo sé —dijo Rovira, con una sonrisa burlona que Leaks no pudo ver—. Y ya lo averiguarás... pero desde luego que no será por nosotros.
El chico no acogió bien sus palabras. Me habría encantado ayudarle, pero tampoco yo sabía lo que era un cambiador.
Suspiré frotando mis manos, dándome la vuelta lentamente para observarle y obligarme a soportar de nuevo su mirada. No sabía exactamente qué decirle. ¿Debía disculparme por tener que dejarle solo ahora, después de todos estos años? ¿Abandonarle a su suerte en ese valiente trozo de mierda vallado para que su juventud se marchitase lentamente como las hojas? No había nada que asegurase que también le vendrían a buscar; se suponía que debíamos confiar en alguien que no sabíamos quién era ni si existía.
El viento aulló entre los árboles, como único sonido en el lugar.
—¿Así que te vas? —preguntó con una sonrisa cargada de circunstancias.
Bajé la mirada y asentí sin demasiado entusiasmo. Ambos nos quedamos callados, frotándonos los brazos para intentar recuperar el tacto calado por el frío—. ¿Sabes? Siempre pensé que si algún día salía de aquí, sería contigo. Siempre me gustó pensar así.
—No es algo que acabo de decidir, Leaks. Yo pensé igual que tú durante mucho tiempo. Estaba convencido de que la vida estaba hecha para que tú y yo la recorriéramos juntos. Quiero decir, era tan obvio... Ambos lo habíamos perdido todo. No nos quedaba nada por lo que quedarnos, ni aquí ni en ningún sitio. El único sentido que tenía la vida para nosotros era enfrentar cada día el vacío. O quizás ver crecer tu planta más alto, y yo congelar agua más rápido. Sé que hablo igual que un viejo pero...
Chasqueé la lengua.
—¿Pero...?
—Pero estos últimos años me he dado cuenta de que hay un camino que tengo que recorrer solo. Cada día que pasaba sentía que había sido tiempo perdido... —Se me hizo un nudo en el estómago al intentar explicarme, porque eso iba a ser lo único que podía conseguir que las cosas quedasen en paz entre nosotros antes de irme—. Tú y yo no somos iguales. Es algo tan obvio que casi hace daño a la vista. Tú y yo somos idénticos porque somos diferentes al resto, pero entre nosotros realmente no hay nada en común.
—Todos debemos avanzar, pero cada uno por su propio camino. El nuestro estuvo junto durante trece años, pero ahora me toca retroceder. No es mi momento, lo entiendo. —Hizo renacer su sonrisa—. Ve donde tengas que ir.
Nos quedamos callados un momento, mientras notaba cómo mis pulmones se esforzaban por respirar hondo.
—¿Todo bien, entonces?
—Todo bien, Silver. Espero que encuentres lo que buscas.
Asentí alzando mi puño y dejándolo suspendido en el aire, en su dirección. Leaks respondió imitándome y nuestros nudillos chocaron.
—Prométeme que volveremos a vernos. Aquí o allá —susurró borrando su sonrisa. Hablaba completamente en serio. Asentí con la cabeza.
—Te lo prometo. —Separamos nuestros puños y metimos las manos en los bolsillos en un intento de recuperar el calor perdido—. Cuídate.
Me di la vuelta en la dirección que los lobos habían tomado. Por el sonido de la tierra deduje que el chico había hecho lo mismo.
—Tendré que inventarme algo coherente allí para explicar cómo es que sigo vivo —sonó su voz de nuevo, algo alzada para superar los metros que nos separaban.
—Di que los lobos tuvieron suficiente conmigo y que ya no tenían hambre para ti —contesté riendo. En mis labios se dibujó una pequeña sonrisa involuntaria, mientras multitud de recuerdos acudían a mi mente para hacer más difícil el trayecto que nos alejaría para siempre.
Me estremecí apretando los dientes, mientras caminaba siguiendo el rastro obviado de huellas y alumbrado por la linterna. Por enésima vez, hacía frío.
Fue entonces cuando el aire se condensó a mi lado igual que una masa de abejas furiosas. Tomó la forma de la loba cobriza, haciéndose visible y provocando mi sobresalto.
—Vamos, Silver, he visto tortugas cojas más rápidas que tú... —farfulló Vika con voz cansina.
—No era necesario que me esperaras, no eres mi niñera —respondí con la vista clavada en el frente.
—No lo soy, cierto. Tan solo me aseguraba de que no hicierais trapicheos extraños, ya sabes.
—Me agrada ese College tan poco como a ti, no iba a quedarme de ninguna manera.
—Ya, bueno. Los humanos sois tan sentimentales y... profundos. Me dais dolor de cabeza. —La gran loba arrugó el hocico, balanceando su cola.
—¿Por qué me sigues tratando diferente, si tú también tienes una parte humana? —increpé—. Creo que es una muestra de respeto hablar de igual a igual. Me va a dar dolor de cuello de tanto mirar hacia arriba.
La loba me entrecerró los ojos tras la pequeña indirecta, brillantes y salvajes como dos jugosos caramelos. Su cuerpo se empequeñeció alzando sus patas delanteras para formar las manos, y el pelaje fue sustituido por ropa en menos de dos segundos. El pelo cobrizo ondeaba en la espalda y el flequillo enmarcaba los ojos sombreados por la oscuridad. Metió las manos en los bolsillos de sus vaqueros en actitud de pasotismo, sin detener su paso. Sus labios pintados de malva me hipnotizaron por unos segundos.
—Mucho mejor —concluí, más cómodo al poder hablar con alguien de mi altura y cuyos colmillos de diez centímetros no llegaban a mis ojos.
—Por supuesto que no. Ahora somos dos malditas tortugas cojas. A este paso llegaremos a la Puerta de Inglaterra en primavera —se quejó.
Pero la manada debía haber reducido la velocidad para esperarnos, porque pronto pudimos vislumbrar en la lejanía las colas peludas meciéndose lentamente sobre las patas traseras.
—Apaga esa cosa y deja de avergonzarnos —bufó después, arrebatándome la linterna—. Eres un licántropo; la oscuridad es tu naturaleza y debes ir acostumbrándote a ella.
Me quejé y forcejeé un segundo por el objeto, inclinando la linterna hacia ella para iluminar su rostro.
—Vika... ¿Cuándo me vas a dar explicaciones? Ni siquiera sé a dónde nos dirigimos.
—¿Explicaciones, yo? —Esbozó una leve sonrisa—. Como bien has dicho, no soy tu niñera. Espérate a conocer a Gala.
La linterna crujió por la presión de sus dedos y extinguió la luz, y con ella, su rostro.
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