3. Uno de los nuestros
«Cobarde no es el que huye, cobarde es el que pudiendo salvar a un amigo, no lo hace».
Mi respiración se hace cada vez más agitada. Siento que el corazón me va a estallar y un escalofrío de miedo recorre mis entrañas. El lugar por el que corro ya no es un bosque; todo se ha distorsionado en un segundo para formar una pradera de tonos azulados.
No se escucha absolutamente nada, ni siquiera la percusión de mis patas contra la hierba. Solo jadeos. Parece que camino sobre las nubes y respiro en el vacío. Miro a mi alrededor con angustia, iluminado por el resplandor tenebroso de una luna escarlata.
Dos armiños blancos custodian mi camino al margen, corriendo con sus cuerpos larguiruchos sin dejarme marchar del todo. Y al final de la pradera, un montón de figuras oscuras de ojos flotantes me miran como si estuvieran esperándome. Puedo distinguir sus orejas picudas y sus hocicos largos.
La alarma me despertó con crueldad. Las dos de la mañana.
◊ ◊
—Ya vienen —masculló una loba de tonos rojizos, materializándose a partir del mismo aire. Los humanos que había a su alrededor tomaron su forma canina y los más jóvenes se impacientaron, echando las orejas hacia atrás.
—¿Consiguieron atravesar la puerta? —preguntó el enorme lobo castaño.
—Sí. Borja hizo un buen trabajo oxidando el engranaje del candado con su Talento, así que no les ha costado demasiado romperlo. Parece que sus ridículas pataditas humanas todavía sirven de algo.
Asintió.
—¿Ubicación?
—Unos novecientos metros, a las once en punto, mirando desde la puerta. —Guardó silencio un segundo—. Y... he de decir que son más de los que esperábamos... He contado dieciocho.
—¡Dieciocho!
—¿Por qué han venido tantos? —gruñó un lobo robusto—. ¿Les falta un hervor o qué?
—¿Alguno se dio cuenta de tu presencia? —preguntó el lobo de tres metros con cautela. No era lo mismo espiar a seis niños distraídos que a veinte adolescentes atentos.
—¡Por favor! Estoy jugando a mi juego —se ofendió la hembra con altivez—, y además en mi terreno.
—¿Y él? ¿Está entre ellos?
La hembra asintió con la cabeza.
—Lo huelo. Espero que no sea el que está soltando gilipolleces por la boca todo el tiempo. No lo voy a soportar.
El lobo sonrió entre dientes, volviéndose a quedar pendiente de la masa de árboles.
—¿Y a qué esperamos entonces? —preguntó un animal joven y delgado acercándose al líder con impaciencia. Fue la loba cobriza la que respondió.
—A que se salgan del perímetro. No queremos acercarnos demasiado al edificio, y necesitamos una distancia considerable para poder atajarle si echa a correr y para poder separarle del resto.
—¿Y si el resto de chicos que no necesitamos se quedan con él? ¿Cómo les separamos?
El joven lobo alzó la gran cabeza, pero esta vez fue contestado por un animal delgado, negro como el carbón y con los ojos verdes. Su mirada fría y cortante igual que un pedazo de hielo hizo que la cola del muchacho se metiera lentamente entre sus patas.
—Tú mismo lo has dicho, Wave, no los necesitamos. Será cuestión de segundos eliminarlos a todos excepto al que huela a perro.
Borró su expresión maliciosa cuando el líder le interrumpió.
—Ni se te ocurra tocarles un pelo a los humanos, Sony. No queremos a la DCB husmeando por aquí ahora que las desapariciones de los niños se han vuelto alarmantes. Además, estamos demasiado cerca de la Puerta de Inglaterra. No nos arriesgaremos por unos críos.
El joven miró a la loba cobriza que estaba sentada a su lado y preguntó:
—¿La DCB? ¿Qué es la DCB?
La División Contra Bestias —respondió Vika—. Fue creada hace unos once años por la Policía Internacional, cuando un licántropo de Avantine se dejó ver por accidente delante de un guardabosques canadiense. Corrió la voz y varios policías comenzaron a investigar el lugar. Encontraron rastros e indicios que coincidían con la descripción de un cánido enorme, y como habían debido recibir anteriormente más llamadas similares de otras partes del mundo, decidieron unirse para crear la División Contra Bestias. No se comunican demasiado con la gente de Oriente Medio y Sudáfrica, pero en Europa funcionan demasiado bien... La CIA no divulga esa información, pero nosotros nos enteramos hace tiempo por ciertos contactos que viven en la Superficie.
Wave se quedó pensativo. Ahora entendía por qué se ponía tanto empeño en ir reclutando a los novatos según nacían. Si la DCB estaban al acecho de cualquier cosa sobrenatural, no solo podían alertarles las transformaciones lobunas, sino también cualquier Talento que se mostrara por accidente.
El joven alzó la vista hacia el cielo uniforme y sin estrellas. Los veinte individuos permanecían en silencio entre los arbustos, tumbados y quietos como si formaran parte del propio escenario vegetal. Admiraba su sigilo y su cooperatividad, pero ahora que lo pensaba, nunca había conocido una Unidad de Reclutamiento con tantos integrantes como la de La Ciudad Que Nunca Duerme. En realidad, nunca había conocido otra Unidad de Reclutamiento porque él mismo había sido reclutado hacía dos meses.
—Tengo otra pregunta —inquirió tras un minuto de silencio—. Y si no podemos separarles para olerles por individual, ni acercarnos demasiado... ¿Cómo distinguiremos cual es el licántropo de los dieciocho chicos que hay?
—Muy sencillo. —Un lobo oscuro de matices azulados se levantó; por su tamaño y su tono de voz se podía deducir que era solo un niño. Su mirada apagada y carente de emociones evadía los ojos de Wave, y se dedicaba a mordisquear distraídamente el collar que colgaba de su cuello—. Ese tal Silver... será el único que no vuelva al College cuando se den cuenta de que nos acercamos.
◊ ◊
Haber pasado enfrente de la conserjería de Mr. Slorrance había sido bastante fácil. Estaba en uno de esos momentos de la guardia en los que roncaba desesperadamente en busca de oxígeno y en los que si las motosierras tuvieran vida, le contestarían.
Cuando encontramos el candado oxidado en la puerta nos quedamos perplejos. No nos cuadraba demasiado que estuviera en ese estado porque había coches que entraban y salían semanalmente, pero como teníamos prisa, aprovechamos la situación y lo rompimos de una patada.
Al principio caminábamos por el bosque encorvados con cautela, como si la gravedad hubiera comenzado a actuar con más fuerza. No sabíamos exactamente para qué servía, pero era algo habitual en todas las películas de sigilo. Pero poco a poco empezamos a asumir el ruido que hacíamos y abandonamos el intento de sentirnos como felinos silenciosos.
Entonces la situación adquirió un agradable tono de paseo nocturno forestal. De no ser por el frío. Tras veinte minutos gritando el nombre del niño desaparecido comenzamos a sentir las gargantas secas. La gelidez cortante se nos metía en el interior igual que una espada engullida por un tragasables.
El cansancio rápidamente comenzó a hacer compañía al escuadrón. Aunque intentaran ocultarlo, era muy sencillo notarlo porque el número de palabrotas y lamentos crecía a una velocidad vertiginosa. Nadie se esperaba este tipo de salida nocturna.
—Si un niño de nueve años anduvo por aquí, nosotros también lo haremos —animó Harrow apretando el puño.
—Ese niño ya está tirado en algún lugar con hongos hasta en las orejas. Vamos a asumirlo —gruñó Willfred. Aneth se echó a llorar.
—Hala, te has pasado —le reprochó Cole—. Con la familia no se juega, y menos en el Raudnigan. ¿Te digo yo que me follo a tu hermana pequeña?
—Sí, a veces.
—Bueno, pero tu hermana no está muerta.
Aneth lloriqueó de nuevo con más fuerza, así que Finneck se quedó el último con ella y le escuché pronunciar:
—No les hagas caso, Aneth. Pember estará bien. Si ha sido tan valiente como para salir de aquí él solo, podrá sobrevivir ahí fuera un rato más hasta que lleguemos.
No comenté nada al respecto. No se trataba de sobrevivir un rato más, sino de haber logrado evadir varias decenas de olfatos perfectos durante dos días. Lo consideraba imposible en todos los aspectos.
—Muchas gracias por todo lo que estáis haciendo. Es que no puedo ni siquiera imaginarme la idea de que esté muerto. No puede estarlo, así que no lo está —sorbió los mocos, convencida—. Es mi culpa. Debí contarle hace tiempo... que nuestros padres no iban a volver a por él, que nuestra vida en Canadá se fue cuando lo hizo papá. Es mi culpa.
—Tú solo estabas esperando a una edad más fácil para decírselo. Pero no te preocupes. Casi todos sus compañeros de clase son huérfanos de padre o de madre, así que de algún modo lo sabía.
Escuché el chasquido de un pequeño beso furtivo, a modo de consuelo. No lo compartían públicamente, así que a Aneth y a Finneck les gustaba fingir que nadie sabía que estaban liados.
Ignoré los sollozos de la rubia y me adelanté con la vista clavada en el bosque negro que se extendía a lo lejos. El silencio lúgubre y sepulcral le daba un aspecto de vacío perturbador y de muerte, de bestia dormida. Sabía que en algún lugar me estaban esperando. Lo sentía, pero por más que me esforzaba en distinguir alguna figura viviente en la oscuridad, quedaba decepcionado cuando solo se presentaban ante mí matorrales espinosos y árboles bajos.
Cole me alcanzó por la espalda.
—Oye, oye. Me ha parecido ver a un hombre en la oscuridad... —me susurró al oído—. Tiene la cabeza blanca sin rostro y los brazos muy largos...
Caí en la cuenta de que hablaba de un famoso videojuego de terror y le miré con cara de perro.
—Tú... Un respeto, que estamos buscando a un niño desaparecido.
La humedad constante inundaba el ambiente y acompañaba la actitud mortuoria. De vez en cuando se alejaban y volvían parejas de valientes para aumentar el ángulo de búsqueda. Aneth sollozaba en el silencio de la noche, escuchando las falsas palabras de consuelo de los que iban a su lado.
Cuando bajé la mirada comprobé que caminaba por un sendero de hojas revueltas, y entre ellas, había unas hendiduras que reconocí inmediatamente como huellas. Se me paralizó el corazón.
«Este bosque no está muerto. Ni siquiera está dormido».
Me agaché lentamente para colocar mi mano sobre una de las marcas, que sobresalía unos cinco centímetros alrededor de mi palma. La emoción me invadió al ver cómo la tierra se hundía en cuatro puntos perfectos en el borde de la huella, allí donde las garras habían debido clavarse. Jamás había imaginado un mamífero tan grande como el dueño de aquella zarpa.
Y no solo había una. Todos los alrededores estaban impregnados de réplicas más grandes y más pequeñas, aunque todas rozaban medidas desorbitadas. Cuando dejé de ser el único en darme cuenta, comenzó a cundir la inquietud.
—Se acabó. Me voy a mi puta casa —farfulló Willfred detrás de mí, dándose la vuelta. Fue imitado por unos cuantos; las chicas parecieron titubear porque no querían dejar sola a Aneth.
Nos miramos los unos a los otros con incomodidad cuando los muchachos pusieron varios metros de por medio.
—No son recientes... —intervine con voz calmada.
—¿Y tú desde cuando tienes un master en seguir rastros? —espetó Willfred, aunque fue opacado por la energía de Cole.
—¡Esperad, esperad...! ¡Venga, tíos, no podemos irnos ahora! Éste debe ser el lugar del que hablaron los guardabosques. ¡Estamos muy cerca! ¿Y si Pember está por aquí, inconsciente y muriéndose de frío detrás de algún árbol?
—Tú estás zumbado —espetó Thomas, sorprendiéndonos con la contundencia de sus palabras. Así de angustiado debía de estar—. A ti el riego no te llega bien, o las neuronas no te hacen contacto. Ya no sé. Basta de creeros mejor que la policía o las empresas de exterminio. ¿De qué sirve perder dieciocho vidas con el fin de salvar una sola? ¿No te das cuenta de que si sus zarpas miden eso, sus dientes tendrán el tamaño de la alcachofa del baño?
Thomas pareció ganar credibilidad en un momento y Cole rehuyó su mirada, intimidado por su tono de voz.
—Dios mío, creo que me estoy meando encima —confesó alguien.
—Vamos a volver, que me da miedo irme yo sola —replicó otra.
Me incorporé en ayuda de Cole cuando me di cuenta de que Pember estaba al alcance de nuestra mano.
Y no solo él.
—Te diré algo que creo que aún no has comprendido y por lo cual eres capaz de largarte en un momento como este —repliqué mientras mis ojos dorados se clavaban en los suyos—. Pember es uno de los nuestros y es hoy cuando vamos a sacarlo de ahí, te mees encima o no. Es una cuestión de deber. —No podía haber sido más claro, aunque no me arrepentía de mi brusquedad—. Aquí todos tenemos miedo, Thomas, y eso solo nos ayuda a pensar cómo se estará sintiendo Pember en un momento como este. Cobarde no es el que huye, cobarde es el que pudiendo salvar a un amigo, no lo hace. Y créeme que no hay nada más doloroso que cuando uno se llama cobarde a sí mismo, que es lo que harás por el resto de tu vida si te vas ahora.
Diecisiete silencios.
Thomas se limitó a quedarse inmóvil como una muñeca rota, mientras sus seguidores desviaban las miradas avergonzados. Ambos habíamos ganado, porque les habíamos metido en la cabeza que abandonar ahora era lo más lógico, pero lo menos correcto socialmente. Probablemente no quisieran ser reconocidos como los gallinas del equipo, recordados como aquellos que dejaron en la estacada a un compañero cuando más lo necesitaba. Se volvieron a acercar por simple compostura ética aunque les temblaran los dedos de las manos, lo cual cabreó a Thomas todavía más.
—Pero cómo se puede ser tan manipulador... delincuente de la sensibilidad... demagogo sentimentalista... —me encaró Thomas, apretando los dientes y empujándome en el pecho.
Entonces algo cayó del cielo y golpeó el suelo con un sonido metálico. Todos giramos la cabeza hasta el foco del sonido y apuntamos con las linternas.
No había nada.
Willfred se acercó con paso lento y tembloroso bajo nuestras miradas atentas. Al alumbrar al suelo descubrió el armiño de metal reflejando el brillo entre las piedras.
—¿De dónde cayó esto? —acertó a decir, alumbrando a las copas de los árboles con nerviosismo—. Estaba en la puerta cuando la abrimos.
—Mira, chavales, yo me largo —declaró Thomas con un hilo de voz. Esta vez no hubo nada que pudiera retener al grupo, que salió corriendo despavorido detrás del chico de gafas. La bolsa de la evidencia estalló de repente, cuando en algún lugar de la espesura se levantó un aullido enérgico y grave envuelto en una amarga ironía.
Después todo pasó demasiado rápido. Los alaridos de los chicos se escuchaban en la distancia junto con los gritos de Aneth llamando a su hermano, siendo arrastrada por sus compañeras de habitación. El bosque fue quedando a oscuras a medida que los haces de luz me abandonaban y los pasos avanzados por el grupo eran deshechos.
Yo no podía moverme. Estaba demasiado ocupado en mantener la vista fija en el lugar donde había sonado tan atrayente melodía para mis oídos. Algo me agarró del brazo en ese momento. Volví la cabeza tras una tonelada de esfuerzo y encontré los ojos de Leaks.
—¡Silver! ¿¡Qué haces ahí parado!? ¡Vamos, muévete, que somos los últimos!
—Has venido...
—No te pongas sentimental —gruñó el chico con los ojos titilantes de terror—. ¿Cómo iba a dejarte solo con una jauría rondando y esa almendra que tienes?
—No puedo irme ahora —logré decir—. Ya están aquí...
La mente se me nubló por un momento y estuve a punto de caer al suelo. Cuando mis pantorrillas recuperaban la sostenibilidad, Leaks me sujetaba la cabeza por las mejillas y algo había cambiado. El paisaje a sus espaldas se había aclarado tanto que me permitía ver cada hebra de hierba creciente en la oscuridad, y los minúsculos poros de su piel se hicieron tan distinguibles y claros como el fino vello rubio que nacía entre ellos. Los olores fueron inundando mi nariz en ráfagas azotadoras, imposibles de asumir.
—¿Silver...?
Entonces le vi dibujar una expresión de terror tan aguda que deformó sus facciones habituales. Señaló a mis espaldas y cuando me volví, descubrí un lobo enorme subido a una rama. Tenía el pelaje cobrizo y parecía sonreír de diversión como el Gato de Cheshire, y adiviné que debía ser quien había dejado caer el armiño.
Me recordó a alguna especie de fábula macabra.
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