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28. Blanco

Ya está, se acabó. Todo ha terminado. Tenemos un ganador. No sé cómo serán las cosas en la ciudad a partir de ahora, ni puedo decir si ha sido un Div' Vulk justo o no. Sea como sea, todo ha vuelto a su cauce.

Los Líderes se han marchado a sus países durante estos últimos días; todos sin los queridos participantes que trajeron y con el orgullo por los suelos. Casi todos han perdido dinero en las apuestas; casi todos se han ido con la boca llena de quejas.

Las imágenes de la pelea entre Silver, Shawn y Misha todavía ruedan por las redes sociales, y aquel espectador que tuvo la osadía de seguir a Misha hasta el aeropuerto y grabarlo todo con su móvil se ha hecho de oro.

No sé si debo alegrarme de cómo he acabado yo, pero supongo que la vida sigue su curso.

—Sony... ¿Estás bien? —preguntó la loba de ojos verdes que estaba a mi lado. Su pelaje era azabache y brillante como un piano de ébano, idéntico al mío en todos los aspectos. Me limité a asentir, sentado en aquel tejado que tan privilegiadas vistas nos ofrecía. Viendo y sin ser vistos.

Una cacatúa blanca cayó al suelo desde mis fauces, ensangrentada y con la cabeza unida al cuerpo por un fino hilo de carne. No me había resultado difícil encontrar a un pájaro que apenas podía volar, después de que la hija de puta me hubiera dejado en evidencia delante de Misha. Y como yo siempre cumplía mis objetivos, ahora Aquila era historia.

—¿Y cuál es el plan? Evans ha logrado salir de la ciudad, probablemente aprovechando los flujos de entrada y salida de visitantes.

—El plan es seguir su ejemplo y largarme de aquí. Recuerda que Misha me puso en busca y captura antes de enfrentarse a Silver. Bien claro me dejó que no duraría nada si me quedaba en la ciudad; probablemente tenga contratados a un par de sicarios.

—Te ha amenazado porque rompiste una ley que protege a una mentira. Dime, cuando una ley es injusta, ¿lo correcto es desobedecer?‎

—Me temo que esa pregunta nunca tendrá una respuesta unánime, hermanita. Pero bueno, el que está fichado soy yo, así que tú puedes hacer lo que desees.

—Yo te seguiré a donde vayas... —respondió mi hermana, restregando la cabeza en mi cuello cariñosamente. No hice ademán de apartarme, estos días estaba bastante decaído por la huida de Evans.

La gente se apelotonaba en la plaza que había a nuestros pies, descargando toda su excitación con petardos y vítores en abundancia. Después de que el desierto creado por Arakim desapareciera junto con él, la Plaza de la Discordia había vuelto a ser la misma, con su suelo empedrado y sus elegantes estatuas repartidas por su amplitud. Había vuelto a convertirse en un lugar clave de la ciudad, un lugar donde se hacían oficiales todas las celebraciones y nombramientos reales. Un lugar donde el ganador del Div' Vulk haría entrada en un instante, mostrando a todo el mundo sus veintiséis anillos ensangrentados.

No podía decir que tuviera envidia, pues aquel torneo había dejado de importarme en cuanto descubrí que Evans estaba en el hospital bajo el nombre de Fox. Tan solo digamos que tenía un poco de recelo.

—¿Y a dónde iremos?

—No lo sé. Quizás a Voleus, quizás con los clanes salvajes. Los Jëylls y los Levi-Strauss rondan por esas tierras.

—Así que aquí estamos otra vez. Tú y yo. Solos... —farfulló Dylan, soltando un suspiro de resignación.

—¿No te gusta la soledad? —pregunté sin mirarla, todavía con los ojos verdes clavados en aquella alfombra que traería al ganador. Los espectadores se miraban los unos a los otros con impaciencia. Esquivel esperaba al final del pasillo junto a Mask.

—La soledad es fría. Y a veces hace daño, como en nuestro caso.

—La gente odia a la soledad, pero sé que eso no es odio, sino miedo. Temen quedarse a solas consigo mismos, con sus pensamientos. Miedo de que los recuerdos vengan, de que les envuelvan como una sábana negra. Y se limitan a encogerse hasta que los recuerdos se marchan como han venido, o distraen su mente descargando su impotencia contra otras personas o cosas. —Dirigí la vista hacia mi hermana—. Solo eres capaz de levantarte si antes puedes levantar la cabeza. Cuando consigues mirar a los ojos a los fantasmas del pasado y no parpadear en el instante en que la sangre vuelve a salpicarte en la cara.

—Nosotros somos fuertes. Ya hemos superado aquello. No veo por qué no deberíamos abandonar la búsqueda de Evans y vivir nuestras vidas tranquilos, sin preocupaciones... —repuso Dylan, casi temiendo mi respuesta.

—Porque vivir sin objetivos es lo mismo que estar muerto.

Tomé mi forma humana, seguido de Dylan.

—Yo a veces no tengo muy claro cuáles son mis objetivos. Si encontrar a Evans o... —se quedó callada, sin atreverse a continuar—. Es que siento que me estoy dejando la piel en una lucha que no es la mía, y sin embargo... a veces consigo resultados que me satisfacen. No lo entiendo. No sé exactamente por qué sigo haciendo lo que hago.

—Imagínate que estás ahí, al borde de un precipicio. Que te puedes caer y matar con un simple movimiento. Basta con inclinarte, y detrás de ti no hay nadie que te lo impida. Así que... ¿Qué es lo que te hace quedarte donde estás en el último momento?

Mi hermana se quedó un momento pensativa, encontrando la respuesta y reuniendo todo el valor que pudo para pronunciarla.

—Tú.

Desvié la vista con calma, sin mostrarme sorprendido porque al fin reconociera que me amaba.

—Bien. Ahora ya lo sabes.

Transcurrió un incómodo silencio.

No sé exactamente por qué permití que Dylan cruzara el umbral y me besara. Tímidamente porque sabía que había dado un paso bastante largo. Ni por qué yo me quedé parado permitiéndola actuar y hasta pensando en corresponderla. No sé por qué la dejé probar mis labios fríos e insensibles durante tanto tiempo, unos labios de hermano, labios prohibidos por cualquier principio moral; pero quizás fuera a causa de aquella ovación que había roto el silencio cuando el ganador del Div' Vulk finalmente entró en la plaza.

Las cosas me estaban superando estos últimos días. Necesitaba largarme de una vez. Necesitaba respirar y sentir el golpeteo de la lluvia contra mi piel. Dylan sabía que para mí aquel beso no era más que una manera de canalizar mi ansiedad, que no significaba nada, pero no la importó. Ella ya amaba por los dos.

Me separé lentamente y emprendimos la marcha, sin decir palabra, percibiendo todavía la voz del megáfono desde la plaza.

¡Démosle una calurosa bienvenida... al ganador del Div' Vulk! —El animal entró al trote, envuelto en una sonrisa triunfal.

Su pelaje blanco como la nieve centelleaba a la luz de los focos.

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