27. Lo que no saben los pájaros
No puedo creerlo. ¿Cómo ha pasado todo tan deprisa? Sony descalificado. Et'Reum convulsionando en el suelo y ahogándose en su propia sangre. Misha relamiéndose los colmillos frente a él. Levantando la vista hacia mí como Jack el Destripador miraría a una mujer desnuda.
¿Y ahora qué? ¿Cómo acostumbrar a mi mente a un final que está tan cerca?
Ninguna de las dos opciones que tengo es demasiado agradable, pues en caso de que consiga matar a Misha tendría que deshacerme del pobre Silver después. Y bastante tiene él con lo que se le viene encima.
No debo dudar. Ningún otro competidor lo habría hecho en mi lugar. Anouk estaría ahora riendo felizmente, planeando con su demonio cuál sería la manera más repulsiva de acabar con esto. Arakim probablemente estaría celebrando su posible victoria con altas dosis de alcohol y sexo. Daiki hubiera estado ahora en medio de los periodistas, predicando falsamente cuánto agradecía el apoyo recibido. Búho estaría ahora reunido, recibiendo consejos de todos los miembros de su clan. Jaden hubiera permanecido tranquila, sentada sobre un cojín y rezando a sus dioses por que la dieran fuerzas. Dominique probablemente estaría de compras. Brunn estaría serio, reunido con su líder y todos esos alemanes de mirada fría para planear una estrategia, y Sony... Sony estaría haciendo lo mismo, solo que a solas y bajo la luz de un flexo.
Yo los he conocido a todos. He estado junto a todos esos competidores y he percibido los pensamientos que cruzaban por sus cabezas: sus frustraciones, su ira, su satisfacción, su entrega, su falsa modestia, sus mentes cansadas por las horas sin dormir, e incluso aquellas perturbadas psicológicamente.
Y ahora tengo la oportunidad que a todos ellos les ha sido negada. Silver y yo debemos poseer algo que otros no tienen y que nos ha mantenido con vida. ¿Pero el qué? Creo que pasarán cientos de ediciones del Div'Vulk y seguiremos sin conocer del todo cómo funciona.
Vamos Shawn, tranquilízate. Los nervios son el peor enemigo. Y tú siempre estás tranquilo. Lo saben los pájaros.
Silver me esperaba caminando de un lado al otro, en actitud nerviosa. El revuelto galopante de ideas que tenía en la cabeza podía percibirse a muchos metros de distancia.
—¡Shawn! ¿Por qué me has citado aquí? —preguntó alteradamente.
Aquel era, a todas luces, un lugar insólito para que dos colegas quedaran. No había nada que levantase un palmo del suelo en varios kilómetros a la redonda, y el viento soplaba con fuerza en aquel mundo compuesto únicamente, por un suelo de cemento y un cielo azul sobre nuestras cabezas.
Pero tenía buenos motivos para haberle citado en medio de una pista de vuelo, lejos de toda civilización que pudiera lamentar daños materiales o vidas perdidas.
—Estar en plena ciudad con una demente como Misha buscándonos es peligroso, ¿no te parece?
—Pero esto es un aeropuerto. Creía que los licántropos no necesitabais algo así, habiendo usuarios del Teletransporte por todas partes.
—Y no lo necesitamos, aunque ese no es motivo para dejar a los jóvenes pilotos sin practicar su hobby. En este aeropuerto se celebran exposiciones de aviones y exhibiciones de vuelo cada dos meses.
—¿Y nosotros estamos aquí para asistir a una cosa de esas? Porque no me gusta nada el rumbo que está tomando esta conversación...
Silver se quedó callado, con esos ojos dorados clavados en los míos y ambos entrecerrándolos para que el viento continuo no nos metiera el pelo en ellos. Por un momento no me atreví a responder, mirando el suelo como un niño esperando recibir su castigo.
—Lo siento, Silver —farfullé simplemente.
—¿Sientes qué? —Silver parecía trabarse con su propia lengua, sin saber bien cómo expresarse por culpa de aquel nudo que tenía en la garganta—. Mira, Shawn. He estado pensando... y se me ha ocurrido una idea genial gracias a lo que le ha pasado a Sony. Creo que podríamos ir por ahí y atacar a una persona cualquiera que vaya por la calle. Entonces nos acusarían de dañar a un civil y nos descalificarían enseguida, así no tendríamos que enfrentarnos a Misha. Y así...
—Silver, Silver. No. Cálmate. Eso es imposible. Mask tiene a innumerables licántropos a sus órdenes para controlar ese tipo de cosas; si no todos los competidores que se vieran en peligro harían lo mismo. Y hacerlo voluntariamente es trampa. Lo saben los pájaros.
—¡Pero tenemos que intentarlo! Yo no quiero hacer daño a Misha. Y sí, sé que vas a decir que ella no tiene ningún problema con hacerme daño a mí, pero supongo que en esta extraña relación alguien tiene que encargarse de proteger al otro.
—¡Pero no hay tiempo! Además, Misha ha ido a casa de Et'Reum esta tarde y lo ha asesinado; menos mal que no lo has visto. Lo ha arrancado de los brazos de su Líder, literalmente, lo ha arrastrado fuera de casa, y le ha reventado la cabeza contra la pared. Ni siquiera ha tenido tiempo de usar su Don. ¡Y ahora viene a por nosotros! ¡¿Qué parte no entiendes de que tenemos que ganar?!
Silver sacudió la cabeza violentamente, intentando sacarse esa imagen de su cabeza y volver a recordar a Misha como la chica dulce que le limpiaba la mostaza de la boca con la lengua.
—¡A mí no me interesa la gloria, ni el respeto, ni el poder para hincar rodillas a mi paso, ni los murmullos de admiración, ni siquiera el reconocimiento de Esquivel! A mí lo único que me importa es estar vivo, conseguir que Misha esté viva, y poder estar juntos sin que nadie vuelva a separarnos.
Rápidamente se fue quitando todos los anillos que llevaba, tirándolos al suelo con desprecio. Con un sonido metálico cayó el de Némesis, competidora que le había proporcionado el de Búho y el de Brunn. Brunn había matado a Anouk y a Arakim, fieros competidores que a su vez le habían facilitado los anillos de Silvio y Dominique. Junto al de la víctima de la francesa, Kimbra, también cayeron otros dos procedentes de los asesinados en las eliminatorias.
En total acabaron diez sortijas tintineantes en el suelo. Silver miró con desdén los anillos que, por circunstancias equitativas, habían acabado en mis manos: el de Denya y sus dos víctimas en las eliminatorias, y todos los que estaban en la línea de muertes de Sony, —ya que Mask me los había transferido por azar—: el suyo, el de Roux, el de Jaden y el de su anónimo.
—Adelante. Puedes quedártelos. Sé que para ti son importantes —indicó hostilmente, señalando los anillos caídos para completar mi colección.
—Te equivocas, Silver. A mí no me interesa ganar este torneo más de lo que puede interesarme salir con vida.
—¿Entonces... por qué te inscribiste? —preguntó el chico sin comprender.
Estuve a punto de responder, pero la conversación fue interrumpida por un colosal movimiento en la lejanía que nos dejó distraídos, paralizados, sin entender cómo en aquel aeropuerto cerrado y alejado de la mano de Dios, sin ningún espectador o trabajador que pudiera rondar sus pistas en este momento, un enorme avión acababa de encender sus motores y se dirigía hacia nosotros titánicamente.
—¿Pero qué...?
Se trataba de un Airbus A300, un mastodonte europeo de color blanco metalizado y con unas alas colosales que habrían barrido cualquier edificio. Parecía estar elevando la velocidad cada vez más, pero no había ruido en el aire que lo demostrara. Su movimiento inmenso y vacío parecía una ilusión en el horizonte, un cuadro que dos muchachos habían ido a ver a un museo y que, de no ser por los crujidos metálicos que emitían sus alas en contacto con el viento, o sus ruedas en contacto con la pista, jurarían que estaba parado.
—¿Estás seguro de que no hay ninguna exposición? —susurró Silver, quién esperaba que el avión se desviase de su ruta en cualquier momento.
La tensa espera y la baja probabilidad de que esto ocurriera, se complementó con un sentimiento de estupefacción y terror cuando pudieron percibir un punto blanco situado encima del avión en movimiento. Un punto peludo, hermoso, elegante y de fieros ojos azules.
—No puede ser... —me oí murmurar.
Misha nos escudriñaba altanera como una reina, envuelta en vientos y desde una lejanía que estaba viniéndose a menos. Situación no menos inquietante teniendo en cuenta que los montacargas que estaban aparcados junto al aeropuerto comenzaron a dirigirse hacia nosotros también, incluso volcando estruendosamente en el caso de los que estaban de lado. Parecía no haber nada que pudiera frenarlos, como si una fuerza extraña y anormal estuviera atrayendo todo objeto hacia nosotros, aunque eso implicara hacerles rodar por el suelo.
—Silver. ¿Recuerdas qué Talento tenía Misha? —pregunté al chico de ojos dorados.
—Sony mencionó la Gravedad, aunque no tengo ni idea de cómo funciona.
—Está funcionando ahora en nosotros. Lo saben los pájaros.
Silver me miró fijamente, sin comprender. Eso le ponía todavía más nervioso, por no hablar del silencioso Airbus que teníamos ya a unas centenas de metros.
—Necesito que no intervengas a partir de ahora, Silv —murmuré posando mi vista fría y azulada sobre la de Misha, al fin y al cabo no tan diferentes. Entonces levanté las manos al aire, dejándolas al descubierto cuando las mangas cayeron hacia mis escuálidos codos, y mi Talento se concentró enérgicamente justo en las palmas.
—¿Cómo que en nosotros? ¿Por qué se acercan todos esos vehículos?
—Porque ha movido el punto de gravedad justo a nuestros cuerpos, por lo que cualquier cosa que no esté pegada al suelo será atraída hacia aquí, hasta que nos deje tan aplastados como una hoja de papel. Y por si fuera poco, la física dictamina que la fuerza es igual a la masa por la aceleración, lo que quiere decir que la fuerza del impacto depende exclusivamente de la masa del objeto.
—¡¿Pretendes que me haga a la idea de lo que quedará de nosotros cuando un objeto con la masa de ese avión choque contra nosotros?!
—Exacto. ¿Ahora entiendes por qué Misha ganó el Div' Vulk anterior?
Pero no me amedrenté por ello. Misha era una participante más, una maldita loba con un Talento tan potente como el de Jaden, pero que perfectamente podía acabar tan muerta como ella. Solo era cuestión de saber jugar tus cartas, y la telequinesis era una faceta de mi Talento que podía encarar a la Gravedad sin quedarse atrás.
Así que el Airbus rezongó metálicamente cuando notó una segunda fuerza sobre su cuerpo de acero, una fuerza excepcionalmente potente si tenemos en cuenta la capacidad de una mente como la mía, que gozaba de un coeficiente intelectual de ciento noventa. Incluso poniendo todo mi cuerpo al límite, tuve que pensar la manera de interrumpir el recorrido del avión de la manera más eficaz, distribuyendo mi energía para evitar que me estallara la cabeza por la presión. Por este motivo concentré mis posibilidades debajo del ala derecha, esbozando la fuerza de abajo hacia arriba con intención de levantar el armatoste por el ala.
El Airbus volvió a quejarse con un chirrido descomunal, así que mi mente no fue menos y demostró el esfuerzo con un intenso golpeteo en la sien. Algo vibró dentro de mí cuando las ruedas derechas del avión dejaron de tocar el suelo, amenazando con derrumbarse y provocar un derrame cerebral de un momento a otro.
Ignorando esa posible muerte y compensándome con la que me esperaba si Misha llegaba a nosotros, di una palmadita en la espalda a mi Talento y retomé el trabajo con más ahínco, inclinando el avión imperceptiblemente cuando quedaban menos de cien metros.
—Shawn... ¿Qué hacemos? —percibí vagamente que Silver decía, con esa cara de lechuza que ponía cuando estaba al borde de nervios.
«Cállate, joder. Ya lo estoy haciendo» —quise contestar.
Pero para qué, si la evidencia sembró el aire en cuanto el avión levantó el ala derecha lo suficiente como para pegar con la izquierda en el suelo, rozando el asfalto con tanta violencia que esta se partió por la mitad con gran estruendo y la perdió por el camino, junto a una de las ruedas que, gracias a su falta, terminó el trabajo inclinando el monstruo de acero hacia delante y derrumbándole entero.
Raro fue que Silver soltara un grito, pero no Misha. Cosas de la vida, supongo.
Y debió ser el peso exorbitante del avión arrastrándose por la pista, o la distracción que interrumpió el Talento de la Gravedad, o quizás fueron los hilos del destino; pero el caso es que el Airbus acabó moviéndose varios metros más y se detuvo finalmente, justo frente a nosotros. El asfalto se había levantado en algunos puntos, destrozando la pista y provocando una nube de polvo y escombros, pero resulta que cuando la nube se dispersó, Misha quedó a la vista. Estaba espatarrada sobre el avión inclinado, con sus garras fuertemente agarradas a la chapa de metal mientras mantenía el equilibrio. Su mirada parecía indicar que no le había gustado en absoluto lo que había ocurrido con su juguete, aunque si esperaba que acabar con nosotros iba a ser tan fácil, me ofendía.
—¡Misha! ¡Detén toda esta locura! ¡Busquemos una solución! —vociferó Silver desesperadamente, justo en frente a aquel silencioso titán arrodillado.
Pero yo no pensaba dar tregua a una persona que no iba a dármela a mí, así que concentré mi telequinesis una vez más. El motor que estaba levantado hacia el aire, debajo del ala derecha, rotó sus aspas vertiginosamente hasta que pareció que estaba encendido. Y quizás lo estaba. Quizás el movimiento había despertado su mecanismo interno sin que hubiera sido regado con combustible, pero a mí me servía igual para hacer lo que pretendía hacer.
Misha pareció prever mis movimientos, por lo que me dispuse a levantar un trozo de chapa del suelo y a lanzarlo hacia el motor en movimiento lo más rápido posible, mientras agarraba a Silver por la capucha y tiraba de él para hacerlo retroceder.
El escombro chocó contra las aspas fatídicamente y fue absorbido hacia el interior del motor, que a esas alturas ya se hallaba lo suficientemente caliente como para provocar una colosal explosión que se llevó por delante fuego, acero y humo a partes iguales.
El estruendo ahogó el chillido de Silver gritando el nombre de su novia, protegiéndose la cara para que el calor desprendido no quemara sus retinas. Fui yo quien le guió para no ser heridos por aquellos desperdicios metálicos que llovían del cielo, algunos de nuestro tamaño, pero incluso cuando pareció que la cosa se había calmado, la nube ardiente se propagó al cuerpo principal del avión y fue desencadenando una serie de explosiones en su largo.
—¡¡Misha!! —bramó Silver hasta que su voz se quebró.
Su carrera alrededor del gigante caído me obligó a seguirle, pudiendo ver perfectamente, para mi disgusto y alivio de Silver, cómo la loba nívea avanzaba sobre el cuerpo de metal. La visión fue casi divina: la cánida atravesando la nube de humo y galopando a lo largo del avión inclinado, en aquel horizonte en el que únicamente existía el cielo y el metal, con las cenizas incandescentes iluminando su cuerpo y la cadena de explosiones pisándole los talones, hasta el momento en que se quedó encaramada a la aleta de la cola y, por quedarse sin superficie que pisar, se lanzó al vacío en un acto de desesperación, cayendo al suelo de una manera muy poco sana.
Pero allí estaba Silver para ayudarla. Es que había que ser gilipollas.
—¡Misha! ¡Misha! Joder, ¿estás bien? ¿Te has hecho daño?
—Silver... —murmuró la loba débilmente. Tenía el pelaje grisáceo por el humo, y la pata delantera torcida en un ángulo imposible—. Creo que eres gilipollas...
Mira. En eso estábamos de acuerdo.
Pero el tono de voz de la chica, endulzado y tierno como solo un amante utilizaría con su pareja, solo sirvió para hacer que Silver abrazara su cuello con fuerza y derramara unas lágrimas en su pelaje.
—Dios, menos mal que estás bien. Te quiero. Te quiero. Pensaba que te había perdido...
El chico la ayudó a levantarse lentamente, bajo la mirada irritada que yo les estaba dedicando.
—Silver. Estaría bien que dejaras de preocuparte del enemigo. Digo, porque...
—¡Ella no es mi enemigo! ¡Es mi novia! —me gritó furiosamente, volviéndole a dedicar la atención a la loba. Encerrando su cabeza con las manos, el chico la alzó con todo el cuidado del mundo y depositó un beso en la punta de su hocico.
—Por favor, Silv. No me hagas sentir más culpable de lo que ya me siento. Y menos cuando tengo que matar a tu amigo... —pronunció la loba con un deje de tristeza.
El numerito no dejaba de ser duramente irónico: Silver suplicando por la protección de la loba, y Misha rogando por la muerte de su aliado. O sea de mí, que me encontraba en medio, sabiendo perfectamente qué debía hacer y sin poder hacerlo.
—Podemos parar esto, Misha. Encontraremos la manera de hacerlo —repitió Silver.
Pero era demasiado tarde. La sádica y bipolar loba había clavado sus ojos gélidos en los míos, percibiendo el brillo del desafío y dándome razones para pensar que Misha poseía un serio trastorno de la personalidad.
—Lo siento, Silver, pero no quiero salir de este torneo. Quiero ganar, incluso si eso implica matarle a él. —O a ti, podría haber añadido, pero no lo hizo.
—No... No a Shawn, Misha, por favor. Me ha ayudado mucho y...
—Será mejor que lo mate yo a que tengas que hacerlo tú, ¿no crees? —preguntó la loba.
El muchacho de ojos dorados se quedó sin palabras, arrodillado en el suelo y derrotado mientras contemplaba como el blanco animal se separaba de él para encarar a Shawn.
—Necesito que no intervengas a partir de ahora, Silv... —murmuró Misha, provocando una mirada de ira y frustración en el chico.
Estaba cansado de ser una simple intervención entre aquellas dos personas dispuestas a matarse y a quienes quería conservar, pues probablemente nos hubiéramos convertido en unos de los pocos pilares de su vida. De su historia. No solo nosotros estábamos cansados de oír sus inútiles quejas, sino que también él mismo estaba cansado de pronunciarlas. Quizás creía que dejar pasar estos asesinatos sin intentar frenarlos era una ofensa contra su final.
—Te consideraba una persona cautelosa, Shawn... —inquirió Misha, ignorando el mundo de acontecía a su alrededor para fijarse solamente en mí y en los anillos de mi mano. Mordisquear mi collar esmeralda era lo único que ayudaba a calmarme.
—Y yo te consideraba una persona juiciosa y justa, que cambió su forma de ser gracias al cariño de Silver y a la estabilidad de tu posición. Ahora veo que no es así.
—Palabras bonitas no van a ayudarte —contestó, tomándoselo como un halago.
—Ninguna palabra ayuda a la hora de la verdad. Por eso soy tan callado.
Apenas terminé la frase, mi cuerpo comenzó a sentirse ligero y desatado, igual que un looping en medio de una montaña rusa. Mis pies se separaron del suelo antes que ninguno debido a mi escaso peso, lo que me dio a entender que Misha estaba moviendo el punto de gravedad sin que fuera necesario leer su mente.
—Silver, agárrate al suelo. Rápido —ordenó la loba, antes de que sus patas comenzaran a elevarse también. Uno de los pivotes que iluminaban la pista por la noche estuvo al alcance de Silver, para su alivio.
No entendí por qué Misha prefirió mantenerle al margen pudiendo atacar a ambos, pero habría sido necesario estar enamorado para hacerse una idea. Quizás no le deseaba a Silver el final que me había preparado a mí, pero de cualquier manera, no quería saberlo.
Como gigantes despertando de su letargo, los montacargas y las avionetas más cercanas se elevaron en el aire con pesadez, después de que lo hicieran las miles de partículas desprendidas del Airbus. Persiguiendo aquel punto de gravedad como si fuera un gran imán situado en el cielo, todo cuerpo que no estuviera pegado al suelo comenzó a ascender a distintas velocidades, perdiéndose en el aire y resultando equitativo para Misha y para mí.
No dejé pasar la oportunidad. Atrapé a la loba con mi telequinesis y la lancé hacia una de las ruedas del Airbus que estaba ascendiendo cerca de ella, resultándome patéticamente fácil gracias al peso ínfimo que había provocado la gravedad. Misha intentó amortiguar el golpe con sus patas, pero acabó recibiendo la mayor parte del impacto con su costado, para evitar romperse las extremidades.
Recuperando la respiración rápidamente, se impulsó sobre la rueda para acercarse a mí y lanzarme un bocado a la cara. A tiempo estuve de apartarme a tiempo, aunque desgraciadamente fue para comprobar que el verdadero objetivo de Misha era mi collar. Sin remedio y con él encerrado entre sus dientes, la loba se encorvó para posar sus patas traseras en mi pecho, empujando con ellas dolorosamente a la vez que tiraba del collar en sentido contrario. El resultado fue el fino cordel negro del presionado contra mi nuca, hundiéndose en la carne y deteniéndose gracias al hueso, pero amenazando con cortármelo.
La asesina nata sonreía abiertamente, sin liberar el collar y comprobando la resistencia de mi cuello. Si no reaccionaba me cortaría la cabeza de un momento a otro, allí, gracias al fino collar que me había acompañado durante tanto tiempo. El cuerpo me dolía, y los dedos de los pies me provocaban calambrazos por culpa de la poca sangre que circulaba hasta ellos, ya que se había quedado retenida en el cuello. Y así, durmiéndoseme la mitad del cuerpo, nos vimos interrumpidos bruscamente por un objeto que bien podía haber terminado de guillotinarme, como podía haber ayudado a liberarme.
Gracias a Dios, fue eso último. Un gigantesco trozo de la cabina del Airbus había ascendido justo debajo de nosotros y había chocado contra Misha, desestabilizándola de aquella postura letal y permitiéndome salir vivo.
—Has tenido suerte, cachorrito... —resopló la loba, recuperando el equilibrio sobre aquella descomunal chapa de acero que nos proporcionaba un suelo estable y que nos elevaba cada vez más, igual que un ascensor. Respiré hondo y zarandeé las extremidades para recuperar la movilidad.
A nuestro alrededor, las partículas y los vehículos ascendían cada vez más rápido, como si un gran imán las estuviera atrayendo desde el cielo. Parecía casi apocalíptico, surrealista. No había que ser muy listo para darse cuenta de que los objetos que se elevaban estaban cogiendo velocidad debido a la cercanía del punto de gravedad, situado en algún lugar del cielo.
En unos pocos segundos, el cuerpo empezó a resentirse por la presión soportada. Silver y el suelo habían quedado ya bien abajo hace rato, probablemente a varios kilómetros de nuestra posición. Los pájaros que se habían acercado al aeropuerto se habían visto atrapados también por la inmensidad de la fuerza, interrumpiendo su ruta y acompañando a los escombros en su dirección. Solo el cielo azul poblado de nubes parecía estar igual que siempre, sin contar a la multitud de cuerpos metálicos que ahora estaban surcando el aire.
Y nos vimos obligados a alzar la cabeza cuando una serie de crujidos y golpes despertaron en el cielo, mientras todos los fragmentos se quedaban parados en lo que parecía ser, una densa capa del aire, o se hacían añicos al chocar contra ella. Parecían haberse topado con una pared invisible, un plano inmaterial y a la vez fuertemente tangible.
Separándonos de la cabina del Airbus para no ser dañados, no tardamos demasiado en ser víctimas también de aquel muro invisible que nos separaba del resto del cielo, chocando contra él y pudiendo percibir su extraño tacto rugoso en medio de la nada. Pero fue el tremendo golpe del trozo de avión el último que se estrelló contra el cielo, a un par de metros de nosotros, tan magnánimo y retumbante que el azul del entorno parpadeó y dejó ver aquella cúpula formada por tierra, piedras y raíces entrelazadas. En conclusión, un techo de cueva. La ilusión estaba fallando, permitiéndonos ver, por primera vez en la vida, aquel amasijo parduzco que nos recordaba que esto no es un mundo como la Superficie, sino que está por debajo, en el interior del planeta Tierra.
—¿Qué te pasa, Shawn? ¿Ya se te había olvidado que vivimos en el fondo de una gigantesca gruta? ¿En una cueva por debajo de la tierra como los verdaderos animales que somos? —Misha se encontraba inmóvil, bocabajo pero con las patas perfectamente apoyadas sobre el techo—. Me esperaba que el cielo azul pudiera engañar la mente de cualquier licántropo, pero no a la tuya...
Con algo de esfuerzo recuperé la compostura, situándome en la misma posición que Misha. No había más que mirarla para saber lo mucho que le estaba costando mantener su Talento en funcionamiento, soportando las miles de toneladas que ahora flotaban gracias a ella y que resistían en vilo en lo más alto de Eops. Misha había tomado su forma humana, con aquel rostro demacrado y tembloroso que amenazaba con derrumbarse en cualquier momento. Era fácil suponer que estaba cerca de dar el golpe final.
—Dicen que nadie conoce la clase de personas que se es en realidad... hasta que llega el momento de morir —murmuró la rubia débilmente.
—Eso es lo único que no saben los pájaros —contesté simplemente.
Misha sonrió, complacida, cerrando los ojos con cansancio y susurrando al cabo de unos segundos:
—Jaque mate, Shawn.
La gravedad volvió a su estado normal repentinamente, igual que un gancho liberándose por fin al soltar una carga pesada.
Los escombros y nuestras patas se separaron al mismo tiempo del cielo, que había vuelto a ser azul, y todos nos precipitamos en una vigorosa caída hacia un suelo donde solo nos esperaba la muerte y el destrozo.
◊ ◊
—Shawn... No...
Silver apenas podía contener el vómito, así que imaginad para encima contener las lágrimas...
De cualquier manera, agradeció que sus ojos se inundaran y emborronaran la terrible visión del cuerpo destrozado en el suelo; únicamente asomando una mano escuálida por el borde del agujero y tan ensangrentada que era imposible contar sus anillos.
—Lo siento... Silver —farfulló Misha a sus espaldas, con una voz cansada y débil como si se hubiera vuelto anciana de repente.
Su amado la recibió con un ardiente odio, unas palabras pronunciadas entre dientes y mezcladas con el sabor amargo del vómito y del asco. Asco por cómo había acabado su amigo. Asco por cómo había acabado siendo Misha.
—No... Tú no sientes nada. —Silver se giró lentamente hacia la chica rubia de ojos azules que había agazapada en el suelo. No había cambiado nada desde que la conoció aquel día cazando arpías, y aún así, ya no podía reconocerla—. Tú estás vacía. Siempre lo has estado.
—Claro que no. Yo te amo... —sollozó la chica, haciendo ademán de acercarse a Silver y con los ojos anegados en lágrimas.
—¡Mentira! Vives tu vida en una profunda pantomima, un cúmulo de mentiras y falsedades en el que obligas a girar a todo el mundo, llegando al punto de mentirte a ti misma y a la única persona que te quiere de verdad por lo que eres. Eres una egoísta, Misha. Dices amarme... pero creo que en el fondo sigues sin saber lo que es el amor.
—Silver... No sé cómo explicarme...
—«Destinados a cosas distintas... y a la vez con el mismo destino. Al final todos nacemos para morir». ¿No es eso lo que dijiste aquel día? —Silver respiró hondo, decidido como no lo había estado nunca hasta ahora—. Tienes una oportunidad de parar todo esto, una oportunidad de ganarte mi perdón. Lo único que tienes que hacer es detenerte ahora, si crees que me he equivocado al juzgarte.
El pelaje de Silver estalló en su cuerpo al tiempo que saltaba sobre la chica, mordiendo fuertemente su brazo hasta que la sangre salpicó. Misha tomó su forma de lobo por puro impulso, viéndose acorralada por unos colmillos que buscaban hacerla daño pero sin matarla y que pedían una respuesta a gritos. Una respuesta que para ella solo se traducía en devolverle cada uno de los golpes y hasta la mismísima muerte, una respuesta que se vio frenada por aquellos ojos dorados que tanto suplicaban por que fuera capaz de decir: «Basta. No quiero que nos matemos. Encontraremos otra solución».
Pero Misha estaba hipnotizada por el fulgor de la batalla, por el olor ácido de la sangre, por la dolorosa sensación de ser rasgada por fauces ajenas. Si en algún momento sintió compasión o remordimientos, bien hondos quedaron cuando Silver levantó el labio para mostrar los dientes rojizos, induciendo a aquella loba que había nacido para asesinar y admirar el amor sin conseguirlo, a devolverle a la realidad de un latigazo. A su realidad. A la locura que tan bien escondía y que tanto la comprendía. Algo en su mente chilló que se detuviera, chilló que había una pequeña luz al final del túnel. Pero ella se vio tentada por la excitación y la demencia y decidió abandonarse a la oscuridad.
Ni la decepción reflejada en los ojos dorados la hizo recapacitar. Sus bocas se unieron una vez más, con violencia, fundiendo sus dientes y sus alientos.
No fue un beso como los anteriores: fue el beso de la muerte.
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