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23. Mr. Hyde

Némesis. Esta vez no es una presa cualquiera; estamos hablando de un nivel superior.

No sé si hicimos lo correcto poniendo a Shawn y a Silver en lista de espera, pero creo que enfrentarla a ella primero nos ganará un buen puesto en la clasificatoria de prestigio; el suficiente como para mantener alejados a todos esos buitres que planean nuestra muerte.

Némesis. Por lo que hemos investigado, tiene recursos para todo y el Talento de los Sentidos es demasiado variado. Cómo hacerlo. Cómo sobrevivir. Némesis. Sé que somos dos personas contra una, y que aún así esto va a estar reñido. Después de que Jaden cayera hace seis días, los gallitos de pelea que pueden suponer algún riesgo en el Div'Vulk se han reducido a Sony, Et'Reum y pocos más.

Némesis. Es obvio que a Daiki le inquieta más que a mí, pero sé que podemos hacerlo, no vamos a ponértelo fácil. Claro que no.

—A ver. Repasemos el plan —murmuré al hombrecillo de piel morena y cresta que caminaba a mi lado—. Daiki, ¿qué debemos hacer cuando encontremos a Némesis?

—El plan consiste en acorralarla desde los laterales para que no pueda escapar. Entonces tú copiarías mi Talento del Sonido y ambos lo utilizaríamos a la vez contra ella.

—Ya estoy saboreando el olor a cadáver... Ningún cuerpo podría soportar tu Talento de forma tan ampliada. —Respiré hondo, con una gran sonrisa de confianza en los labios—. Es una táctica fácil.

—Las tácticas fáciles siempre salen mal, si tienen ese nombre es porque están ideadas para ser complejas. Además, sigo pensando que enfrentar a un usuario de los Sentidos con sonidos es un fracaso.

—Ya veo. Estás pensando en retirarte... —me burlé. El paso rápido que llevábamos los dos había comenzado a inquietarnos. Igual que íbamos a provocar una muerte, parecía que estábamos huyendo de ella.

—A veces la retirada es la mayor victoria. Creo que Shawn y Silver son unos candidatos mucho más asequibles que Némesis. Al menos de momento. —Daiki rehuyó la vista—. Podemos dejar que ese tal Sony se encargue de ella mientras...

—Los leones no se ponen a maullar solo porque les encare un elefante. Un león siempre debe ser un león y comportarse como tal. ¿Tú eres un león? —espeté.

—Sí.

—No —repliqué—. Eres más que eso. Eres un lobo.

Daiki no replicó más.

Dimos con Némesis en un campo abierto situado a las afueras, cerca de la Puerta de España. La fabulosa hierba verde y bien cortada interrumpida por tramos de árboles, lagunas de arena y estanques nos hizo sospechar que nos encontrábamos en un campo de golf, aunque la competidora se encontraba en un espacio vallado en forma de cuña en cuyo extremo se divisaba una diana. Tanto Némesis como seis o siete compañeros provenientes de Vanadium se apelotonaban a unas decenas de metros del objetivo, mientras la chica levantaba un arco y apuntaba con su flecha en medio de un ambiente de concentración. La flecha silbó en el aire mientras nosotros nos acercábamos al grupo, comprobando de reojo como pasaba un par de centímetros por encima de la diana y se clavaba algún metro por detrás.

—Ni siquiera has acertado en el lienzo —replicó un hombre alto y serio al que identificamos como Boreas—. No me alegraría saber que estás perdiendo práctica; hemos puesto cantidades muy grandes en juego por ti.

Daiki y yo enmudecimos de sorpresa al escuchar únicamente chasquidos de lengua y reproches por parte de los griegos, pues en nuestra opinión, que una chica ciega consiguiera poner su flecha a un par de centímetros del blanco, era una hazaña digna de profesionales.

—Némesis —intervine con voz potente, pretendiendo intimidar a la que ahora volvía a cargar el arco sin dirigirnos la vista siquiera. Solo sus acompañantes nos prestaron la atención requerida.

—Brunn. Daiki. Bienvenidos. Tomar posición en la zona segura, por favor, no queremos tener un accidente fatal, ¿verdad? —anunció ella con voz gélida.

Ninguno logramos entender como había adivinado nuestros nombres, y nos sentimos un poco estúpidos mientras esperábamos a que la competidora disparara la flecha una vez más y la colocara en una posición similar, antes de que dignara a girarse hacia nosotros.

—Hoy no estoy teniendo buena suerte. ¿Habéis venido a aprovecharos de ello? —preguntó, haciéndonos sentir que de alguna manera podía vernos desde detrás de aquella venda. En su hombro, la cacatúa blanca que tenía de mascota irguió la cresta sin dejar de mirarnos.

—Digamos que ojalá hubieras disfrutado esa flecha. Va a ser la última —espeté, haciendo una seña al grupo de griegos para que se alejaran.

Ante el frío semblante de Némesis tomamos nuestra forma lobuna, al tiempo que Daiki se agazapaba en su sitio y yo galopaba para situarme junto a la diana. Extendí mis brazos invisibles hacia mi nuevo aliado y extraje el Talento del Sonido de lo más profundo de sus entrañas, poniéndolo al alcance de mi mano con la misma facilidad que un niño con un trozo de plastilina. Némesis, situada en el centro, se quedó inmóvil mirando al suelo mientras su cacatúa emprendía el vuelo, ojeando a uno y a otro alternativamente desde las capas más altas del aire.

Daiki inspiró hasta sus límites y alzó la cabeza hacia el cielo, comprimiendo sus costados progresivamente para lanzar un potente aullido que pudo escucharse en muchos kilómetros a la redonda. Le seguí al instante, imitando sus actos con un aullido similar y que parecía ser interminable. El sonido de ambos focos chocó justo donde Némesis se encontraba, y aumentó de intensidad hasta tal punto que las vibraciones del aire se hicieron palpables sobre la piel.

Aquello solo era un simple aviso para los civiles que quedaban allí: cuando el grupo de griegos comprendió que taparse los oídos no era suficiente para proteger a sus maltratados tímpanos, tomaron su forma de lobo y desaparecieron del terreno en un par de zancadas.

Nos vimos solos. Era el momento.

El Talento del Sonido multiplicó la intensidad de los aullidos hasta que los farolitos de cristal que delimitaban la pista de golf estallaron. Los árboles comenzaron a temblar haciendo crujir sus cortezas, balanceando las copas de los árboles como si de titanes iracundos se tratara. Unas centenas de metros más lejos, los edificios donde se adquirían los materiales se derrumbaron.

Némesis no parecía estar en mejor situación, acurrucada en el suelo con los dientes apretados y las manos sobre las orejas. Aunque usó su Talento para anular su sentido del oído, era perfectamente consciente de que estábamos buscando la frecuencia exacta para hacer estallar su cuerpo como si de una copa se tratase.

«Puedes evitar escuchar el ruido, pero no puedes evitar que las ondas choquen contra tu cuerpo. Serás una maestra de los sentidos, pero aquí estamos hablando de algo más que de estímulos... Estamos hablando de vibraciones; y todo el mundo sabe que los cuerpos que vibran por encima de su resistencia se rompen. Este es tu final, querida.»

Silencio.

Némesis permanecía aislada de todos los ruidos, inmersa en un tenso silencio únicamente estropeado por un pitido de oídos. La vibración alteraba cada célula de su piel y afectaba a su cerebro desorientándola, pero aún así logró apañárselas para gatear torpemente hacia donde había estado el grupo de griegos. Allí rebuscó entre los bártulos del golf y encontró dos pelotas blancas, irguiéndose sobre sus piernas con cierta torpeza. Sentía que la presión iba a reventar sus oídos.

«¿Qué está haciendo?»

Tuve que detenerme unos segundos a coger aire antes de empezar un nuevo aullido, captando la mirada vendada de Némesis sobre mi cuerpo.

«¿Por qué me está mirando?»

Un cosquilleo recorrió cada poro de mi piel, haciéndome estremecer y recordando la hierba que tenía bajo las patas. Eso es. La hierba. Comencé a sentir progresivamente las briznas sobre mis palmas, los tallos duros y cortos que en su momento me parecieron ideales para caminar sobre ellos, y que ahora se clavaban en mis almohadillas como si fueran espinas.

Levanté una pata; luego la otra, disgustado. Después comprobé que Daiki estaba teniendo el mismo problema.

El viento removió el pelaje de mis cuartos traseros y casi me sobresalté del susto; parecía que me los estaban arrancando de cuajo. En ese movimiento, el rabo se chocó con mis patas por culpa del balanceo, y el contacto fue tan insoportable que me vi obligado a detener el aullido.

—¿¡Qué está pasando!? —grité, girándome hacia Némesis con furia.

El paisaje fue eclipsado por una pelota de golf dirigiéndome hacia mi rostro repentinamente, chocando contra mi mejilla con vaga velocidad y que a mí me pareció tener el impacto propio de una bala.

—¡AHHH! ¡Tú! ¡Puta! —espeté al descubrir la sonrisa inocente de la mujer detrás del lanzamiento.

Horrorizado, dejé escapar un aullido de dolor mientras me encorvaba sobre mí mismo. El golpe había sido brusco, demoledor y brutal, y parecía broma que hubiera sido causado por una simple bola de golf lanzada de mano. No sabía que me pasaba, no podía entenderlo. La mejilla me ardía como si me hubieran golpeado con una maza de hierro, y tuve que llevarme la pata al rostro para comprobar que no me había desfigurado las mandíbulas. Todo estaba en su sitio, aunque el roce de los dedos contra la cara resultó ser otra fuente de sufrimiento.

—¡Dios! ¿¡Qué fue eso!? ¿Con qué me golpeó esa bruja? —gimoteó Daiki desde el extremo del campo, hecho un ovillo en el suelo. A su lado había otra pelota de golf.

—Perdónenme, caballeros, estaba disfrutando mucho de sus cantos, pero tengo cosas más importantes que hacer. —Némesis alzó la voz, sonriente—. He potenciado vuestro sentido del tacto.

—¡Mátala, Brunn! —gritó Daiki, abrazándose el hocico allí donde había impactado su proyectil. Ella continuó:

—Ahora podéis sentir mucho más intensamente cada cosa que tocáis, lo que resultaría beneficioso de no ser por esa hermosa sensación a la que llamamos dolor. Así no es tan divertido, ¿verdad?

Aún estaba intentando controlar mis gimoteos cuando vi cómo Némesis alzaba su arco y colocaba una flecha en mi dirección, lentamente.

—No... —murmuré con un hilo de voz.

Apenas estaba logrando sobrellevar el efecto del pelotazo como para imaginar un dolor tan grande como el de una flecha clavada. Temblé de terror, pero eso solo sirvió para molestarme con el roce de la hierba. Solo me quedaba rezar por que siguiera teniendo mala suerte con sus tiros a la diana; al fin y al cabo estaba situado justo a su lado. Pensar que ahora yo era la diana estaba a punto de llevarme a la locura—. Némesis... creo que podemos llegar a...

La flecha silbó en el aire hasta tapar uno de mis campos de visión. Nunca imaginé que mi garganta fuera capaz de emitir un chillido como el que solté.

—Ja. Justo en el ojo. ¿Has visto eso, Boreas? —exclamó la mujer hacia uno de los laterales.

No me importó. Dejé de escuchar, dejé de ver; pero por desgracia no dejé de sentir. El dolor fue tan indescriptible que me hizo caer al suelo como un vegetal, con la incomodidad de la flecha asomando por mi nuca. Las patas de atrás no me respondieron; probablemente había sido dañada alguna parte de mi cerebro.

—¡El otro tipo se está escapando, Némesis! —gritó alguno de los griegos saliendo de su escondite. La competidora sonrió con tranquilidad, bajó el arco y se acercó a mí.

—Dejemos que se vaya. Al fin y al cabo... no se debe disparar dentro de la zona segura.

◊ ◊

—¿Qué tal aquí? —Misha señaló una zona de hierba baja y limpia—. No hay piedras, ni cardos, ni tierra que te pueda incomodar. ¿Es digna de tus reales posaderas?

Silver se echó a reír y asintió, sentándose en el césped elegantemente.

—Solo me falta que la señorita me busque una sombra y me abanique mientras coloca cerezas en mi boca.

Misha resopló graciosamente y se sentó a su lado, aunque duraron poco tiempo antes de que se dejaran caer bocarriba, recostados. El sol pegaba fuerte sobre los muchachos, aunque el cielo estaba infestado de nubes en movimiento.

—Joder, las cigarras. Qué pesadas. Parecen motosierras en miniatura, y encima están por todas partes. ¿Cómo harán ese sonido?

—Rozando sus patas como los grillos, quizás... Aunque es cierto, en este parque hay demasiadas —respondió Misha con somnolencia. Después se giró hacia el muchacho y colocó una mano en su pecho con una sonrisa traviesa—. ¿Crees que lo harán para atraer a sus parejas?

—Si sus parejas no han acudido ya significa que están hasta los huevos de escucharlas. —Silver bufó—. De todas formas, no sé que es peor, si escucharlas a ellas o escuchar a ese tío recitando poemas...

Silver esbozó una mueca de aburrimiento, mientras estiraba el cuello para observar a un hombrecillo esmirriado de increíble vozarrón lanzando versos en medio del parque. A pesar de su esfuerzo, no estaba recibiendo la atención esperada por parte de las parejas tumbadas a su alrededor.

—¡No te metas con él! ¡Es hermoso! —protestó la rubia—. Mi padre me leía poemas de Edgar Allan Poe cuando tenía doce años, y luego me ponía un vestido de la época victoriana y me dedicaba a recitarlos por los pasillos para que me los devolviera el eco.

—A mí me recuerda a la obra teatral que hicimos en el Raudnigan, para los padres que aún seguían yendo a ver a sus hijos. Shakespeare resultó ser un terrible trauma.

—¿Hamlet?

—Romeo y Julieta —farfullé—. Adivina quién era Romeo.

Misha abrió la boca con exagerada sorpresa.

—¿Y quién era Julieta? ¿Debería ponerme celosa?

—Ahí viene la peor parte. Estábamos en esa fase de la pubertad en la que ninguna chica quiere tocar a un chico, y como no había ninguna que se ofreciera voluntaria para besarme, Leaks acabó haciendo el papel. Y aunque se puso una peluca de rizos dorados, todo acabó siendo extrañamente homosexual.

—¿Leaks es un tío? —rió la rubia.

—Es mi mejor amigo. Tuve que dejarlo allí.

Misha se puso seria cuando Silver lo hizo, sumiéndonos en un incómodo silencio que acabó cuando ella se colocó a cuatro patas encima del muchacho.

—Te quiero, Silv... —susurró ella. El chico sonrió y esperó un beso que la situación empujaba a recibir, pero Misha se quedó quieta mientras sus ojos azules se humedecían y dejaban salir unas lágrimas. Ya no podía retenerlas, y estaban goteando sobre las mejillas del chico. Su tono de voz angustió a cualquier persona que pudiera oírlo—. Lo siento.

Antes de que Silver pudiera comprenderlo, Misha trasformó su cuerpo en la bella figura de un lobo blanco y lanzó sus dientes a su cuello.

La mordida acabó cerrándose en el aire, una y otra vez, como un cocodrilo furioso debatiéndose a diez centímetros de su víctima. El muchacho apenas podía retener al animal por el cuello; Misha estaba demostrando tener una fuerza casi antinatural. Aún en estado de shock Silver intentó buscar los ojos azules de su agresora para reconocer en ellos a su dulce chica, y lo peor de todo es que sí la reconoció.

—¡Ki... Misha! —balbuceó con voz ahogada, enterrando su puño en las mandíbulas del animal y lamentándose a la vez por ello.

De milagro consiguió rodar hacia un lado y levantarse, entrecruzando las manos y exclamando mil perTalentos por haberla golpeado. La loba nívea sacudió la cabeza y mostró los dientes, dejando al muchacho sin habla y completamente confundido. Allí estaba ella, perfectamente consciente de lo que hacía.

—¿Qué... qué te pasa? —Silver mantuvo las distancias, alargando un brazo con intención de calmarla. Por toda respuesta, la loba avanzó un paso y hundió sus dientes en su mano con la rapidez de una serpiente, agitando la cabeza hasta que arrancó la venda acompañada de varios manchurrones de sangre.

—¿Cómo te esconderás ahora, Silver? —gruñó con fiereza, observando el anillo refulgir con la luz del sol a pesar de estar bañado en rojo.

Ambos se miraron, peligrosamente enzarzados en un duelo en el que habían dejado de ser compañeros para convertirse en rivales.

—¿Tú también participas...? —susurró el chico con un hilo de voz.

Misha erizó el pelo de su lomo.

—He esperado tanto, tanto tiempo... Tantos días a tu lado, paseando, a solas. Tantas oportunidades de matarte. Creí que este día no llegaría nunca; deseando cada segundo verter la sangre de un participante anónimo tan obvio como lo eras tú, y a la vez suplicando que este momento nunca tuviera que llegar. Creí que solo era cuestión de tiempo, de esperar un poco, que tú conseguirías cambiarme. —Bajó las orejas—. Creí que esta vez sería diferente, que se me iría el valor cuando tuviera que atacarte y que sentiría alivio al decidir no hacerlo... Pero algo no ha funcionado aquí, mi amor, y no es culpa tuya. Eres absolutamente perfecto, Silver, el problema soy yo. No puedo evitarlo. Supongo que nunca estuve a la altura del amor, y en el fondo me conozco tan bien que recurrí a montar guardia aquel día frente al Salón de Inscripciones...

Silver se llevó las manos a la cabeza, pálido como un huevo.

—Pero aún así lo conseguiste. Conseguiste poner tu nombre ahí de alguna manera y ahora... Tengo que matarte. Y lo peor es que quiero hacerlo. —Sus ojos azules brillaban peligrosamente—. Te quiero, Silver, nunca pienses lo contrario... Pero te he querido a mi manera, quizás demasiado egoísta, y supongo que al final no es suficiente. Espero que puedas perdonarme...

El chico retrocedió con la mente completamente descolocada. La loba se encargaba de cerrar el espacio mediante zancadas que superaban a las de Silver con creces.

—Creo que al final quedan claras las prioridades. Cuando una mala decisión está tomada solo queda llevarla a cabo lo mejor posible. Además... —añadió con voz dura y sin esconder los colmillos—. Siempre existe algo peor que matar a otra persona: fallar por muy poco.

El megáfono se encendió repentinamente en algún lugar de la ciudad, potente, por encima de todas las cabezas; y provocó una interrupción en el ataque de Misha que la hizo alzar la cabeza con atención.

Lo que fuera a decir, ahora era oficialmente importante para ambos jóvenes.

—¡Derrota del participante número diecisiete! ¡Brunn Kramer, con el Talento de la Copia y proveniente de Astor! ¡Agradecemos la victoria a favor de Némesis Vryzas, de Vanadium, participante número veinticinco!

Para cuando Misha miró hacia su presa y amante, Silver había desaparecido.

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