18. El juego de la muerte
Je. Así que Arakim, Daiki, Denya y yo, ¿eh? La Segunda Alianza, sí. No suena mal, pero que nada mal... Creo que incluso podríamos competir exitosamente con la Primera, aunque no me gustaría hacerlo tan pronto porque solo beneficiaría a los anónimos que siguen escondidos.
Tampoco creo que les convenga a ellos, así que supongo que antes nos dejarán dar un paso hacia alguna presa solitaria que haya por ahí. Quizá esos dos que han aparecido nuevos...
Un mentalista y un usuario del hielo, ¿eh? No parece muy difícil.
—Kimbra. —Giré la cabeza al escuchar mi nombre en boca de Denya—. ¿Podrías apagar el cigarro? Estoy empezando a marearme con tanto humo.
Di la vuelta a los ojos y saqué la lengua para apagar el cigarrillo contra ella. No sufrí daño alguno a pesar del siseo que sonó, pues era casi inmune al fuego gracias a mi Don.
—Quizás hubiese sido mejor que hubiéramos ocultado la alianza a la prensa —intervino Arakim—. Creo que la Primera se lo tomará como un desafío. O al menos, así me lo habría tomado yo.
Me permití echar una lenta ojeada al chico egipcio, por primera vez desde que había comenzado el Div' Vulk. Aunque él no había traído su fama de conquistador de mujeres, había hecho justicia a los rumores a los pocos días de llegar a la ciudad. Se hablaba de que ya habían entrado dieciocho chicas distintas a sus habitaciones en lo que llevaba de estancia. Quise buscar alguna razón para decirme que no era para tanto, pero cuanto más lo miraba, más llegaba a la conclusión de que el chico estaba para comérselo. Veinti pocos años; tenía el pelo rojizo natural, elevado en una cresta hasta dar la sensación de tenerlo en llamas, y sus ojos rasgados de color café transmitían un misterio y un atractivo inexplicable que provocaban escalofríos si te quedabas mirándolos largo rato. Lo más destacable de su rostro era que tenía tatuadas unas líneas negras alrededor de su ojo derecho, —semejantes a los ojos de los grabados egipcios—, y debajo, en la mejilla, tenía grabada la famosa Llave de la Inmortalidad o Ankh. Era de facciones finas, musculoso, con la piel ligeramente tostada por el incipiente sol de Voleus, y en su oreja derecha se balanceaba un pendiente con la figura de un escarabajo verde brillante. Era como si su mitad izquierda reflejara la apariencia de un hombre normal, mientras que la derecha estaba llena de símbolos referentes a su lugar de nacimiento.
El alacrán que le acompañaba siempre en su hombro, su inusual Talento del Desierto, su carácter arrogante, y sus numerosos apodos de grandeza como El Escorpión de Guiza, únicamente ayudaban a impulsar a los hombres a sus pies y a las mujeres a sus brazos.
«Sería una lástima que perdiera el torneo alguien como tú, cariño, pero voy a tener que matarte cuando solo quedemos nosotros...»
La seguridad de mi comentario me hizo sonreír.
—No hay razón para que la Primera Alianza nos ataque a nosotros antes de terminar con los que están solos —replicó Daiki.
—Yo no lo veo así. No necesitan a todos sus miembros para acabar con los competidores solitarios, así que si encuentran la oportunidad de pillarnos desprevenidos sería una estupidez desaprovecharla. Creo que deberíamos cubrirnos las espaldas en todo momento.
—Bah. Yo estoy de acuerdo en que todos prestemos ayuda a un aliado que sea retado por varios competidores a la vez... —Arakim alzó la vista—. Pero si no es capaz de sobrevivir al ataque de uno solo, es mejor que desaparezca. La oportunidad de un duelo individual es tan aprovechable por ellos como por nosotros; huir ante un desafío tan abierto sería una señal de cobardía imperdonable.
—¿Y qué sugieres?
El pelirrojo sonrió bravamente, escuchando el chasquear de las pinzas del alacrán en su oreja.
—Destruir personalmente al miembro que huya de un duelo. Una deshonra así no volverá a ser aceptada en la Segunda Alianza, como todos reconoceréis, por lo que es mejor eliminarle antes de que se vuelva un competidor solitario y vaya contando todos nuestros planes por ahí.
—Eso es un poco cruel hasta para nosotros, ¿no crees?
—Piénsalo, Kimbra. Es una manera de obligar al aliado a terminar su duelo, tenga el final que tenga. Y si no lo consigue, el resto tomaremos el relevo para acabar con el contrario aprovechando su debilidad.
—Yo estoy de acuerdo. Retroceder es más despreciable que morir —corroboró Daiki.
—A mí me da igual lo que decidáis. A quien voy a matar antes que nada es a esos dos capullos que andan por ahí sueltos —espetó Denya con rencor.
—¿Te refieres al chico del Yaani y al de hielo? ¿No les habías matado ya? —bufé con aburrimiento—. ¿Acaso necesitas ayuda para matar a dos críos?
—No, querida. De hecho, iba a rematarles cuando alguien me retuvo en el último momento. —Todos la miramos con expectación—. Pero da igual, ya no importa. He decidido hacerlo independientemente de las consecuencias.
—Las consecuencias son positivas para nosotros. ¿Por qué habrías de perdonarles la vida? —reí, pero Denya prefirió guardarse la contestación. No insistimos.
—Bueno, pues así quedan las cosas. Esperaremos a que esos dos niños mueran y después tendremos otra reunión aquí para fijar a la próxima víctima.
Asentimos formalmente y nos levantamos para abandonar la estancia. Devolví en la recepción las llaves del apartamento que habíamos alquilado para la alianza, y al salir a la calle solamente nos encontramos cámaras y periodistas intentando abrirse paso. Denya y Daiki escaparon por un lado, mientras que Arakim desapareció rápidamente sin que tuviera tiempo de acompañarlo. Porque realmente quería acompañarlo, pero la prensa me había cortado el camino y me estaba reteniendo descaradamente. Logré dar con un hueco entre los periodistas y zafarme del círculo como una lagartija, pero la masa de personas y flashes se movió conmigo por la calle durante varios minutos.
«¿Por qué me están siguiendo?»
Quise pensar que era para intentar conseguir alguna entrevista, pero era muy extraño que hubieran dejado escapar a los demás miembros de la alianza y vinieran todos detrás de mí.
—Kimbra, querida, esta gente está buscando espectáculo. —El acento francés solucionó mis dudas inmediatamente—. Y nosotros se lo vamos a dar.
Dominique entró en el círculo de las cámaras a través de un pasillo que habían formado los periodistas frente a mí, fingiendo una expresión de aburrimiento detrás de aquellas gafas y aquel montón de maquillaje.
—¿Quieres algo? —respondí tranquilamente, enmascarando la inquietud interior.
—¿Tú qué crees? Ya era hora de que salierais de esa estúpida reunión... Lo cierto es que he estado esperándote.
—¿A mí?
—¿A quién si no? —rió—. Arakim requiere más planificación, y Denya y Daiki van juntos a todas partes. Pero el fuego... el fuego es fácil de apagar, querida.
Ensombrecí mi rostro, notando la sonrisa arrogante de Dominique frente a mí. La prensa guardó silencio, ansiosa porque alguna se moviera o hablara, e incluso un periodista joven alzó el micrófono hasta casi metérmelo en el ojo.
—Espero que hayas meditado bien si te conviene luchar conmigo, putita, porque en el juego de la muerte no hay segundas oportunidades —contesté finalmente.
Antes de que la competidora francesa pudiera responder, avancé hasta ella como un rayo y la cogí de la hermosa cabellera rubia. Preferí acabar con ella rápidamente con un tajo en la garganta, proveniente de un cuchillo que había sacado del cinturón cruzado del pecho, pero Dominique reaccionó antes e introdujo su pie entre los míos para hacerme caer. Tomó su forma lobuna, aunque logré mantenerla a raya mientras el fuego estallaba en mis manos y se hundía en su denso pelaje.
Los espectadores vitorearon calurosamente, e incluso algún hombre embaucado por el morbo se atrevió a gritar un «¡Pelea de chicas!».
Me levanté triunfalmente mientras la loba dorada retrocedía encogida. Las llamas que impregnaban su lomo se apagaron cuando se revolcó en la arena, pero la marca en carne viva tardaría bastante en desaparecer.
—Has estropeado mi hermosa tonalidad, estúpida. ¡Nadie toca mi pelaje! —espetó Dominique furiosamente. Apenas me dio tiempo a reaccionar cuando se abalanzó sobre mí y enterró sus colmillos en mi pierna, pero pronto la presión se hizo insoportable y agarré sus orejas para tirar fuertemente hacia atrás. Aunque habría sido más fácil arrancarlas que separar las fauces de mi carne.
No se rindió y pasó a zarandearme, venciendo la resistencia de mis huesos con un espeluznante crujido, por lo que el dolor ardiente alertó mi cerebro y ataqué instintivamente en el lugar más blando que encontré: el ojo.
El fuego estalló fugazmente calcinando su globo ocular derecho, pero en vez de reaccionar apartándose de mí, reaccionó retrocediendo con un aullido de dolor y arrastrándome con ella por todo el terreno. Ambas gritamos de dolor, cada una por nuestro motivo, y mi vista se nubló cuando me golpeé la nuca con el bordillo de la acera. Con una repentina sacudida de violencia, separé a Dominique de una patada en pleno rostro gracias a la pierna libre.
—Creo que no te está resultando tan fácil como esperabas... —me burlé entre jadeos—. No te enfades cuando acabe contigo, ¿vale? Es pura selección natural... Los débiles deben morir para que los fuertes puedan prolongar la especie.
—¿Entonces cómo estás logrando burlar a la selección natural? —espetó la francesa recuperando el aire.
Y ambas volvimos a ponernos en pie, luchando valientemente por ignorar el dolor. El sudor humedecía mi pelo rojizo y tuve que tomar mi forma lobuna para compensar la pierna destrozada, única manera de poder caminar. Dominique no iba mucho mejor, medio ciega y con quemaduras de tercer grado a lo largo del cuerpo, aunque parecía que nuestro dolor solo servía para alimentar el fervor del público.
Retomamos la pelea en una danza macabra de gruñidos y mordiscos, basados en la fuerza para someter a la rival y la rapidez para esquivar los colmillos ajenos. Era un continuo movimiento de miradas hoscas y ladridos, un frenesí de fuego y sangre en el que también influía la suerte. Y a costa de muchos sacrificios en mi cuerpo fui logrando el retroceso de la rubia, provocando cada vez más caídas, cada vez más ataques furiosos que se quedaban en el aire. Y a este nivel de pelea no podías permitirte fallar.
«Solo un poco más...»
Dejando de lado toda elegancia y feminidad, arrastré a la loba hasta la pared por el pellejo del cuello y estrellé su cabeza contra ella repetidas veces. La sangre que antes había salpicado el suelo comenzó a crear su arte contra el muro, en un pintoresco collage de sangre, sudor y polvo.
Solo me permití detenerme cuando comprobé que Dominique no se movía, y que yo tampoco tenía fuerzas para levantar su cabeza.
«Ya... Ya está. La loba del Ilusionismo... No ha sido tan difícil...»
«Ilusionismo...»
Me dejé caer junto al animal inmóvil, sin saliva ni espacio en los pulmones para soportar más ese ajetreo. No tenía ganas de reclamar el anillo; lo único que deseaba en aquel momento era que mi corazón volviera a su ritmo habitual.
Y me permití cerrar los ojos...
Dejar que la calma y el silencio me acunaran.
Pero algo estropeó la armonía. Un fuerte dolor de cabeza amenazó mi oscuridad obligándome a abrir los ojos, aunque por un momento no supe quién era ni dónde me encontraba.
—¿A quién si no? —rió Dominique—. Arakim requiere más planificación, y Denya y Daiki van juntos a todas partes. Pero el fuego... el fuego es fácil de apagar, querida.
La frase sonó con el más cruel realismo, justo frente a mí, provocando aquel horripilante sentimiento de déjà vu.
—¿Qué...? —murmuré torpemente. Me costó varios segundos darme cuenta de que estaba arrodillada en mi forma humana, en el centro del círculo de periodistas que me había seguido desde la reunión. Y Dominique... Dominique se hallaba frente a mí, sonriendo triunfalmente y con los brazos cruzados. Tenía la ropa y la piel impolutas, y me miraba con aquellos dos ojos cargados de significado.
—¿Qué tal te ha ido en el cuento que he montado, querida Kimbra? Lo sé, lo sé, mi nivel de ilusionismo es tan perfecto que no puede distinguirse de la realidad.
—Yo... yo te he matado. ¿Qué estás haciendo aquí? —Me levanté torpemente. El dolor de cabeza era insoportable.
—Tú me has matado en la ilusión que puse en tu cabeza, estúpida, pero realmente has estado ahí parada todo el tiempo como un perchero. —Dominique estalló en carcajadas—. Bueno, bueno, no pongas esa cara. Es cierto que quizás te subestimara un poco y seas capaz de matarme en una lucha cuerpo a cuerpo, pero como comprenderás, la lucha física no es mi fuerte y no voy a valerme de ella en un duelo serio. Lo he visto; todos hemos visto de lo que eres capaz, pero lamentablemente vamos a dejar la falsedad a un lado para centrarnos en el final que verdaderamente importa de este encuentro.
La competidora francesa se encaminó hacia mí, mientras el dolor de cabeza y la debilidad mental hacían flaquear mis fuerzas. Casi podía sentir cada herida infringida en la pelea imaginaria.
Y supe que ya no podría repetir el espectáculo de nuevo. Supe que el escenario había bajado el telón.
Un fuerte dolor en el vientre me hizo cerrar los ojos para intentar olvidar cómo las entrañas salían bruscamente de su lugar. Y luego sentí oscuridad. Y luego nada.
◊ ◊
—No puedo hacerlo... —declaró Silver.
—Tienes que poder. Es ella o nosotros.
Shawn mantuvo alta la vista, enfrenado una vez más a la competidora de Taurania. Denya había vuelto para acabar su duelo, insistente y rabiosa como un buitre.
—Murmurad cuanto queráis, eso no va a ayudaros. No os dejaré escapar de nuevo.
Denya se había presentado minutos atrás en la casa de Silver buscando una manera de romper el ventanal para entrar, pero el muchacho había logrado salir por el escape de gas y llegar a la pequeña mansión de Shawn con la competidora pisándole los talones. Apenas habían podido ponerse de acuerdo entre reproches y exclamaciones de frustración cuando Denya infiltró sus plantas violentas por todos los conductos y agujeros, pero el niño de pelo azul consiguió salvar una salida trasera por la que escapar.
Finalmente habían decidido enfrentarla, negándose a seguir viviendo ese infierno cuando se dieron cuenta de que estaban en el único punto de mira de Denya.
«¿Cómo poder eliminar a una persona que cuenta con toda la vegetación a su favor?».
En la mente de Shawn surgían miles de ideas que normalmente eran derribadas por sus propias consecuencias, pero incluso aquellas que podían alcanzar el éxito tampoco podían ser comunicadas a su aliado. No habían tenido tiempo de planificar, no habían ensayado como compenetrarse y tampoco estaban seguros de cuál era su lugar respecto del otro; y eso al niño mentalista le ponía sumamente nervioso.
Las raíces emergieron del suelo levantando trozos de tierra y arena para intentar enrollar a Shawn entre ellas, pero al niño le resultó fácil mantenerlas a raya mediante el movimiento de fuerzas y la telequinesis. Silver no lo tuvo tan sencillo, y recurrió rápidamente a su forma de lobo para rechazar las lianas que colgaban de los árboles y edificios cercanos. Esos mismos árboles también se estremecieron por orden de Denya, impulsando sus ramas hacia ambos competidores en un coro de crujidos. Mientras tanto, el movimiento de sus extremidades levantaba el asfalto de las aceras y hacía resquebrajarse a las viviendas.
Pronto los derrumbamientos y los escombros se sumaron a las desventajas de Silver y Shawn, que ni siquiera este último podía mantener en el aire con su telequinesis por culpa de su peso desorbitado. Y el marcador comenzó a ponerse en contra de ellos.
—Nunca debisteis salir de la guardería... —se burló la competidora brasileña, tomando parte en la pelea personalmente por primera vez.
Mientras dos árboles que decoraban la calle cobraban vida para derrumbar un edificio de gimnasio sobre el pequeño Shawn, la mujer acorraló a Silver gracias a la acción de un par de enredaderas. Ambas se encargaron de crecer enérgicamente encerrando al chico inglés en su interior, pegándole a la pared pero sin quitarle la movilidad de los brazos y las piernas.
—Supongo que en algún momento de mi vida me daría pena que alguien tan joven como vosotros muriera de esta forma tan trágica, pero os prometo que ahora puedo asesinaros sin que me tiemble el pulso. Deberías darme las gracias; los golpes certeros siempre llevan a muertes sin dolor.
Silver casi podía sentir su aliento a causa de la proximidad; casi podía distinguir los poros de su piel o las venas de sus ojos.
—Pero a veces, un poco de dolor nunca viene mal... —añadió en un susurro. El muchacho percibió a la perfección cómo nacían unas fuertes espinas en los tallos de las enredaderas, aumentando desde todas las direcciones y atravesando aquello que encontraron por el camino: ropa y carne. El grito de dolor de Silver hizo que Denya se derritiera de satisfacción, no solo conforme con que Shawn fuera sepultado por el amasijo de escombros y máquinas de gimnasio que habían invadido la calle.
—Shawn... —murmuró el inglés con voz entrecortada. Ajeno a toda emoción de su agresora, Silver solo se veía capaz de sentir dolor, escozor y mucha frustración.
Sí. Los hilos de sangre tiñendo su sudadera no era nada comparado a la frustración que sentía en ese momento, y no fue de extrañar que cuando Denya lo agarrara del mentón para alzar su vista y murmurara un «Vaya, bonitos ojos», se quedara completamente helada. Helada literalmente.
El hielo había estallado en su piel negra por orden de Silver, cubriendo instantáneamente todo el cuerpo de Denya y dejando unos graciosos carámbanos volados hacia atrás. Y todo por el impulso, por la energía, por la rabia. Los ojos marrones de la competidora parecían ahora los de un pescado congelado.
«Ambos observamos la planta, orgullosa creación que únicamente me atrevía a mostrar a Leaks. El sol arrancaba reflejos dorados sobre la acristalada escultura. Su único defecto era la carrera que protagonizaban las gotas a lo largo del tallo hasta perderse en la tierra. Por supuesto, el calor no era suficiente como para derretir la escultura de hielo en los próximos minutos, y aquello era algo que no podíamos dejar ahí plantado a la espera de que alguien lo viera.
El patio del Raudnigan tenía un aspecto gris: gris como su hierba, gris como su cielo, gris como sus piedras. Da igual el color que tuvieran, todo en el Raudnigan era gris como si se hubiera detenido en el tiempo.
—Ya es la hora de cenar —afirmó el chico de la cresta tras mirar su reloj. Fue instintivo adivinar sus pensamientos, y de una patada quebré la figura haciéndola estallar en miles de brillantes trocitos verdes».
Un potente grito arañó su garganta, liberándose de la enredadera a costa de numerosos cortes en su piel. Por un momento se las arregló para ignorar las espinas que se había llevado por delante.
Y entonces reventó la figura de Denya de una enérgica patada.
«Leaks...»
Por un momento esperó verle ahí parado, preparado para consolarle con una sonrisa en cuanto las cosas se pusieran feas. Pero ni Leaks estaba allí, ni estaba su planta congelada, ni los pedazos que saltaron fueron verdes. Esta vez fueron rojos.
No podía creer lo que acababa de hacer. No quedaba allí ningún resquicio vivo que se pudiera reconocer como Denya, como una persona completa. Incluso se había sentido igual que Jaden al usar su repulsivo Don.
—Silv... —La mano sobre su hombro le transmitió seguridad, y estuvo a punto de abrazar a Shawn por distraerle un momento de sus pensamientos. Pensamientos que también el niño había percibido.
—He matado a Denya... —susurró.
—Sabía que podías hacerlo. Sabía que...
—No me siento mejor por ser un asesino —espetó Silver apartando la mano de Shawn bruscamente.
El niño alzó una ceja, todavía sujetándose el hombro dislocado y con el cuerpo lleno de hematomas y arañazos. Poco quedaba ya de su camisa, y por los agujeros se podía percibir la piel blanca y suave como la de un corderito.
—De acuerdo, no tienes por qué sentirte mejor. Solo piensa que lo hiciste por... defensa propia y por conveniencia.
—Ajá. ¿Para reclamar esto? —El muchacho cogió el anillo de Denya, oculto debajo de un trozo de carne congelado. Su mirada reflejaba todo menos satisfacción, y aquello hizo enfadar a Shawn.
—No me alié con alguien al que no le gusta ganar, ¿sabes? ¿Por casualidad se te ha pasado por la cabeza la posibilidad de dar tú el primer paso en vez de esperar que otros le den hacia ti? ¿Por casualidad has oído hablar de qué va el Div' Vulk?
—¡Ojalá nunca hubiera oído hablar del Div' Vulk! —chilló Silver—. ¡Esa chulería, ese espectáculo, esa parafernalia... y todos esos espectadores grabando cómo las personas mueren sin que ninguno se digne a hacer nada! Esa manera de jugar con la vida, esa manera de tratar con la muerte. ¡Ese poco respeto por los que caen, esa lotería injusta que aclama solamente a uno a costa del sacrificio de veintiséis! ¿Quién os da derecho a quitar la vida de alguien? ¿Cómo sois capaces mostraros superiores a los humanos, diciendo ser lobos y siendo peores que ratas? ¡Yo al menos lo hago por amor! ¡¿Por qué lo hacéis vosotros?! —Se detuvo a recuperar el aire—. Tú y todos los que participáis en esta farsa... ¡sois asquerosos!
El muchacho se dio la vuelta con brusquedad, alejándose a paso rápido y apretando el anillo recién ganado con su mano libre. No se molestó en recoger los anillos de las víctimas de Denya, —los anónimos de la eliminatoria—, pues no quería sentirse responsable de aún más muertes.
—¿Y cómo pensabas ganar el torneo sin matar a nadie, eh, genio? —exclamó Shawn desde la distancia.
Silver no se volvió, no contestó. Tenía las mejillas mojadas, y ni siquiera tenía ganas de ponerse el anillo. Lo único que deseaba en ese momento era salir de allí, salir de ese cúmulo de sensaciones y asesinatos sin sentido para tener una vida tranquila junto a Misha, junto a ZigZag y Lewis. Ojalá pudiera ver a Leaks de nuevo; su recuerdo había resultado más melancólico de lo que esperaba. Eliminar a Denya había sido prácticamente como eliminarle a él.
Dobló una esquina hacia ningún sitio, sintiendo las punzadas de las heridas con el simple rozar de las prendas. No quería detenerse, tenía miedo de caer en las garras de los miembros de la Segunda Alianza. Eso le dejaba a él y a Shawn en tercer lugar, ¿no? Porque era prácticamente imposible que no se hubiera enterado media ciudad de que él también participaba.
En dirección contraria a él, Silver vio venir a una chica rubia con la oreja llena de pendientes. Su expresión dulce y despreocupada se cambió por otra de nerviosismo inmediatamente después de verle.
—¡Silver! ¿Qué... qué te ha pasado? ¿Estás bien? —Misha agarró el rostro del muchacho con sus manos. Silver sintió que quería dormirse en su acento y olvidar todo lo demás.
—Lo... lo siento... He estado peleando y...
—¿Peleando? ¿Co-contra una persona real?
La cara de estupefacción de Misha incitó al muchacho a pensar que quizás su participación no era tan popular como creía. Puede que la Segunda Alianza se hubiera guardado el descuHarrisiento para ellos solos, puede que los espectadores hubieran sido cautelosos con sus rumores... pero desde luego, era algo que merecía la pena intentar ocultar.
—Sí... Estuve peleando contra Denya. Sony me obligó a colaborar amenazándome en el baño de un restaurante... —sollozó Silver, recurriendo al primer nombre que se le vino a la mente.
—Pero no está permitida la intervención de civiles; Sony debería quedar descalificado por esto... —Misha dejó a un lado los razonamientos y abrazó a Silver con todas sus fuerzas—. Vale, vale... Escúchame, tienes que tranquilizarte. Vamos a tu casa a beber algo y a curarte todas esas heridas antes de que se te infecten, ¿sí?
El chico se dejó llevar como una marioneta, pues los escalofriantes sentimientos que estaban recorriéndole eran de verdad a pesar de que la causa fuera falsa. Llegaron a casa al cabo de un cuarto de hora en el que Silver chapurreó una historia donde Sony le había amenazado y obligado a matar a Denya mientras él iba tras Daiki, aunque afortunadamente Misha estaba más interesada en su estado actual que en los motivos para estarlo.
—Gala y yo te lo hemos dicho mil veces, que dejes de acercarte a individuos poderosos. —Misha le sentó en el sofá alasqueño, despojándole de sus prendas superiores para poder curarle las heridas de la espalda.
—Solo había ido a comprar unas cervezas al establecimiento de al lado; no fue mi culpa que Sony pasara por allí y me fijara como ayudante. —El chico emitió un quejido de dolor al notar un algodón mojado presionando los cortes.
—¿Y tú no te negaste? Podías haberte puesto a gritar, estoy segura de que alguien habría llamado la atención a ese estúpido.
Al terminar Misha dejó los utensilios en la mesa, apoyando la cabeza en el hombro de Silver mientras acariciaba su abdomen cariñosamente.
—Precisamente lo que no quería era llamar yo la atención...
El muchacho giró la cabeza para besar a la chica dulcemente.
Se mantuvieron así durante un rato, inmóviles, y así habrían seguido durante horas de no ser porque Silver se volvió para mirar a Misha y esbozó una expresión preocupada.
—A ti... ¿a ti no te altera la idea de matar a alguien? La idea de... que al día siguiente pueda salir a comprar el pan con normalidad o estar pálido en un hoyo sin poder volver a hacerlo más. ¿No te parece inquietante tener esa decisión en tus manos?
—Por supuesto que es una decisión importante, Silver, y es mejor que no mates a nadie si no estás seguro. No merece la pena si solo va a traerte arrepentimiento e insomnio.
Misha entrelazó la mano del chico entre las suyas.
—¿Incluso si lo haces por obligación? ¿Entonces podrías no sentirte culpable? Estoy empezando a dudar si soy una buena persona...
El silencio contrajo más el ambiente, provocando una suave sonrisa por parte de Misha.
—¿Quieres que te cuente una cosa, Silver? Al final de tu vida, la única persona que puede hacer balance de tus buenas o malas acciones eres tú mismo; porque la gente de tu alrededor siempre a va a medirte por tus actos, y lo que cuenta en realidad son tus intenciones.
El muchacho alzó su vista dorada hacia la azulada de la chica, meditando un momento sus palabras e inclinándose lentamente sobre ella para unir sus labios. El ambiente de tensión se relajó un poco, claramente influenciado por la constante serenidad de Misha, y Silver agradeció su compañía tumbándola suavemente y repartiendo suaves besos por su cuello.
—Me alegro de tenerte a mi lado en momentos como este... —susurró el chico con sinceridad. Misha pasó la punta de la lengua por su oreja a modo de respuesta, provocando la sonrisa de entrega total de Silver.
Se sonrojó ligeramente cuando la mano de la rubia recorrió su torso desnudo hasta llegar a los pantalones, bajándolos lentamente y paseando su mano por la entrepierna, aunque inmediatamente él reaccionó levantando la camiseta de la chica y acariciando aquello que había debajo. Por primera vez Misha pudo sentir el verdadero deseo del muchacho, camuflado entre sentimientos de angustia y dolor tan palpables como lo que estaba tocando en ese momento, y por primera vez encontró una manera tierna y efectiva de solucionarlo.
Las mejillas de Silver ardieron, pero no más de lo que estaba ardiendo su cuerpo entero, por lo que Misha le evitó la frustración y le permitió la entrada tan pronto como se creyó preparada.
El ventanal habría ayudado a revelar la escena al exterior de no ser porque estaban ocultos detrás del sofá, aunque también ayudó a proyectar hacia el interior los románticos rayos de un atardecer sonrosado, junto a los suspiros de placer que se quedaron dentro de casa.
Y por un momento los músculos no dolieron, por un momento la angustia desapareció, igual que todo pensamiento de alianzas conspirando contra él. Ni Shawn, ni Denya, ni Lewis, ni Leaks. Por un momento solo existió Misha.
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