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16. Matemáticas


La calculadora. ¿Qué esconde la calculadora? ¿Y cómo ha llegado hasta mi mesa? La idea de que alguien haya podido entrar en mi casa me aterra, y si lo ha hecho una vez puede volver a hacerlo de nuevo. No puedo evitar imaginarme a un encapuchado entrando por la ventana, desenfundando un cuchillo a la luz de la luna y acercándose a mí lentamente mientras duermo.

Resoplo y paso las manos por mi cara, sin ganas de moverme ni de salir de casa. Misha ya ha llamado seis veces, y si no se lo cojo acabará por venir a buscarme.

Pero es que no puedo dejar de pensar en la calculadora, el porqué está encima de mi mesa con ese mensaje escrito en la pantalla. Ese mensaje me aterra, más por quién lo habrá escrito que por su significado. ¡Pero tiene que significar algo!

Es como una maldita historia de terror. Nadie me creería si se lo contara. Una muñeca diabólica, un diario encantado, un programa de televisión misterioso... De acuerdo. Pero, ¿una calculadora científica? ¿Quién elegiría una calculadora científica para crear una historia de terror? Recuerdo odiar las matemáticas en el Raudnigan, pero no creo que sea suficiente motivo para que vengan a asustarme por las noches...

Me quedé quieto, en silencio, pensativo mientras me mordía la uña del dedo pulgar. Me rasqué la nuca y decidí ir a beber algo a la cocina, sin dejar de pensar en la calculadora que había en la mesa.

Había aparecido una mañana en el escritorio, unos diez días después de que Sony matara al chico del ácido, en caso de que tenga alguna relación con el Div' Vulk. No recordaba tener en casa ninguna calculadora, ni tampoco la había dejado allí, ni había escrito el mensaje que había en su pantalla. No le di demasiada importancia y lo borré, guardándola en un cajón pensando que quizás Gala la había traído. Lo más espeluznante fue que a la mañana siguiente la calculadora volvía a estar encima de la mesa, otra vez con el mensaje escrito. Asustado, tiré la calculadora en un cubo de basura, pero los hechos se repitieron a la mañana siguiente. Busqué un sistema de instalación de cámaras, pero era demasiado caro para mi presupuesto; y también fallé en el intento de quedarme despierto toda la noche para ver quién era el que entraba en mi casa. No se lo dije a nadie, pues temía que pudieran relacionarme con el Div' Vulk, pero la calculadora seguía apareciendo cada mañana en el mismo sitio.

Finalmente supuse que alguien quería decirme algo, por lo que apunté en un papel el mensaje que aparecía todos los días. Desde ese momento, la calculadora siguió volviendo a mi casa pero sin mensaje escrito, por lo que confirmé que había dado en el clavo.

Me quedé mirando la nota una vez más, mientras bebía pequeños sorbos de zumo: «YY1D0YY,5.YY1πD0YY.607.17»

Había probado a multiplicar, sumar y dividir todos los números, pero no me resultaba nada concluyente y no sabía qué hacer con todas aquellas letras. Por primera vez me pregunté el por qué de usar letras, únicamente posible en las calculadoras científicas. También probé a leer alguna palabra, pero no había manera de sacar nada en claro con tantas «Y».

Y probé a escapar de aquella ansiedad desviando la vista hacia mi mano escayolada, la cual dolía como mil demonios. Y no me sentí mejor precisamente.

Y resoplé y me senté en el escritorio, observando una vez más el mensaje cuidadosamente calcado de la máquina, incluida la caligrafía.

«Vaya mierda...»

Aburrido y confuso, me dispuse a escribir el mensaje en el mismo papel, pero esta vez con mi letra habitual. Tras varios segundos de calma, me pareció concebir las letras de otra manera. Entrecerré los ojos. Había hecho las «Y» tan juntas que se pegaban entre ellas hasta parecer una «W», los unos les hacía a modo de palitos, y la coma de los decimales siempre la ponía arriba en vez de abajo. La visión general me transmitió una frase torpe y extraña, en mi idioma natal en vez de en el español imperante de la ciudad:

«SILVER'S.WIπDOW.GO7.I7»

El «π» tenía pinta de ser una «N» a todas luces, y la letra a la que más se asemejaba al 7 era la «T».

«La ventana de Silver lo tiene». Miré de reojo hacia mi ventana. Aquella maldita ventana que dejaba pasar toda la luz por las mañanas y que quitaba a la casa toda noción de intimidad. Pero aparte de eso, nada de especial. «¿Qué es lo que tiene mi ventana?»

Me vi obligado a acercarme a ella para analizarla, cada centímetro de cristal, cada esquina ribeteada con silicona sucia. Y eso que ni si quiera sabía si había descifrado bien el mensaje.

Pero entonces descubrí que en la parte inferior, casi pegado al pequeño escalón del marco, estaba tallado el conjunto: «5XG8IIi88».

—¡¿Quién diablos se empeña en perturbarme la mente en su tiempo libre?! —espeté dando una patada a la silla. Me hacía poca gracia el hecho de que hubieran llenado mi casa de mensajes; era lo más macabro que me había ocurrido en la vida hasta ahora—. ¡Si hay alguien aquí que me está observando, quiero que sepa que no me está ayudando nada a dormir por las noches! ¡Déjate de bobadas de detectives y da la cara de una vez!

Nadie contestó, nadie apareció. El silencio contribuyó a acrecentar mi terror, el pensamiento de que pudiera estar alguien acechándome en estos momentos. Alguien que sabía que participaba. Agarré la calculadora y la lancé contra el cristal de la ventana con fuerza, quebrándola en una gran telaraña de grietas pero sin romperla.

—¡Llévate tu puta calculadora! ¡Puedes quedártela, no la quiero más en mi casa! —grité con la respiración agitada. Recordé entonces que el mensaje estaba escrito en inglés, y le respondí de la misma forma—. ¡Get out of my house! I want to know who you are.

Obtuve la misma contestación, que resultó desesperante y angustiosa. Retrocediendo hasta una esquina, tomé mi pequeña forma de lobo y me acurruqué en la esquina notando los ojos humedecerse. Si no estaba seguro en mi casa, no lo estaría en ningún sitio, y no me atrevía a pedirle ayuda a Misha o a Gala por lo que pudieran pensar.

Me quedé allí todo el día, extenuado pero alerta, pero en vista de que no pasó nada, decidí salir a dar un paseo y a cazar un rato.

Accedí a la competición con la que ZigZag me asaltó en el Campo Grande, y acabé volviendo a casa a las doce de la noche. Estaba demasiado cansado como para pensar en calculadoras, pero a la mañana siguiente volvió a aparecer en el escritorio para recordarme el infierno en el que estaba viviendo. Pero me negué a vivir angustiado y lo dejé estar, sin volver a tocar la máquina para no dar motivo al extraño para entrar en mi casa de nuevo.

Cada día dedicaba un tiempo a sentarme en una silla, observando el mensaje rayado en la ventana con algún tipo de cuchilla. No saqué nada en claro, ni los dos primeros días ni los cuatro siguientes, pero determiné que darse por vencido me traería malas consecuencias en el Div' Vulk, con el que supuse que estaba relacionado.

«5XG8IIi88...»

Esta vez no podía leer nada, ni encontraba una operación con la que relacionar los dígitos. Escribirlo en un papel tampoco sirvió de nada, por lo que solo podía limitarme a quedarme quieto y observar el mensaje hasta que los trazos dejaban de tener sentido. Entonces me iba a comer algo y seguía observando, aunque también retorné las citas con Misha, el entrenamiento con Galarie y las competiciones con Lewis y ZigZag. Con la intención de alegrarme un poco, me volví a inscribir en una gran cacería guiada por Garra que tenía como presa un grupo de minotauros extraviados. Me salió bastante bien y acabé por recuperar un poco el entusiasmo, e incluso me animé a encararme en un debate moral cuando Bass afirmó:

—¿Nunca habéis pensado que el ser humano es la representación a escala mundial de un cáncer que acaba lentamente con el planeta?

Pero finalmente volvía a casa cada día, enfrentándome al dilema sin salida una y otra vez, sintiéndome como un Leonardo da Vinci fracasado. Nunca parecía cambiar nada en la ventana, por lo que un día probé a tirar la calculadora a la basura para comprobar si me seguían observando o me habían dejado en paz.

Y la calculadora volvió a su sitio. Me seguían observando.

«Maldito Div' Vulk. ¿Acaso esto deben hacerlo todos los participantes o yo soy el único subnormal?».

Paseé mi vista por el mensaje una vez más, entrecerrando los ojos a causa de la luz que se filtraba por el sol de media tarde. Me estaba adormeciendo un poco por el calorcito que entraba por el cristal. Distraídamente, me fijé en la sombra que proyectaba el mensaje sobre el marco inferior, levemente distorsionada y partida por la mitad.

«¿Partida por la mitad?»

Al no estar pegado al marco, la luz se filtraba por la parte de abajo del mensaje y borraba la mitad de la proyección, concretamente la parte superior, que en el verdadero mensaje era la inferior porque se proyectaba del revés.

El corazón se me aceleró al intuir una palabra en la proyección cortada, a la que eliminando la mitad de abajo y dando la vuelta a la de arriba quedaba un lugar y una fecha.

«5XG8IIi88. LAGO 11:00»

Lo comprobé una y otra vez. Había que partir el 5 de una manera particular para que la parte de arriba diera una «L», y la «G» quedaba bastante extraña pero legible. No. No le cabía ninguna duda. Los 8 y las «I» eran perfectas para dividirse por la mitad, y la «i» era minúscula exclusivamente para dar los dos puntos.

Me levanté con tal fuerza que la silla se cayó hacia atrás, y en mi mente repasé todos los lagos que había en La Ciudad Que Nunca Duerme. Uno amamantaba al río Sin Color, pero estaba demasiado lejos para referirse a él. Había otros dos lagos dentro de las murallas: el Lago de los Canales, que hacía fluir los canales donde vivían las sirenas, y el Lago Delgado, portador de una pequeña cascada.

El único problema que había era que no sabía a cuál lago de los dos se refería, ni si era a las once de la mañana o de la noche. Tampoco tenía muy claro si debía ir o no; podía ser perfectamente una trampa para retarme a un duelo. Miré mi mano oculta por las vendas, única capaz de proporcionar a los atacantes el milagroso beneficio de la duda, y juré ir a ver quién era el cabrón que me esperaba en el lago únicamente por el sufrimiento que me había hecho pasar.

Así que a las once de la noche de ese mismo día aparecí en el Lago de los Canales, pero no hubo suerte. A las once de la mañana del día siguiente me presenté en el Lago Delgado, pero tampoco encontré a nadie.

Decidí probar suerte por la noche, así que doce horas después me presenté en ese mismo lago, bajo el calmado rumor de la cascada, y mi adiestrado olfato pudo captar el aroma de alguien a quien no esperaba ver por nada del mundo.

—Ya era hora. —La suave y melódica voz de niño a mis espaldas levantó un sobresalto que me dejó sin aliento—. Quiero decir, esperaba que lo hubieras descifrado un poco antes, pero aún así estás dentro de mi límite establecido.

—No... esperaba verte...

—Eso era lo que pretendía. Al menos sé que lo estoy haciendo bien.

Observé al niño de pelo azulado y camiseta ancha, con su único ojo visible clavado en mí como un alfiler perdido. Seguía yendo en calcetines.

—No puedo creer que participes... —murmuré—. No deberías hacerlo.

—¿Y tú sí? Mira, aquí estamos los dos. Metidos en el sitio equivocado, participando en el sitio equivocado. Pero al menos has demostrado tener una gran capacidad de observación. Eso significa que eres uno de los míos. —Hizo una pausa—. Tú... ¿Aceptarías una alianza?

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