13. Seis
No es el momento. ¿Unirme a ellos para llevar a cabo la eliminatoria? ¿Y qué gano con ello, además de un par de anillos más brillando en los dedos? No los necesito al principio del concurso, porque al fin y al cabo, es el último quien se quedará con todos sin importar que solamente se haya merecido uno. Tampoco quiero favoritismos en el público; todavía no. Tengo mucho para mostrar, pero sería una imprudencia utilizarlo con el cebo después de todas las pirañas que hay en este río.
Ellos también lo saben. Mi simple negativa de: «No quiero empapar todo esto y estropearos la fiesta» fue aceptada, pero no mirada con buenos ojos. A ellos también les afecta la misma consecuencia, pero saben que alguien tiene que empezar a mostrar sus cartas en algún momento. Algunos solo piensan en lucirse. Y a otros no les queda nada que perder porque su fama ha llegado demasiado lejos.
Pero yo... Yo me he encargado de jugar bien mis cartas todos estos años. No ha sido más que una inversión: muchos saben acerca de mi potencia, pero realmente pocos la conocen de primera mano. Sí... un tal Sony Fawkes. Simplemente tienes que dejar la mecha encendida y esperar que los rumores hagan el resto.
Tan fácil de manejar...
La gente simple hace simples a las ciudades. Al final no somos tan diferentes de esos humanos a quienes despreciamos. El resultado es más que satisfactorio: todos saben que puedo matarles pero no tienen ni idea de cómo. Y contra algo que no conoces, poca defensa puedes levantar. Por eso se mantienen a raya. Por eso me han propuesto ser cazador en vez de presa.
Sonrío interiormente, en medio de toda esta asfixiante oscuridad a la que llaman interior.
Al menos sé cómo medirme con ellos. Que me hayan invitado a formar parte de su grupo significa que no me consideran un cebo y que mi lugar no está en las eliminatorias. Eso me mantendrá protegido, al menos al principio...
Mi plan no es dar el primer golpe, sino dar el último.
Miré de reojo al grupo de célebres competidores, que estaban ideando alguna especie de plan en voz baja para que la masa que les rodeaba no lo escuchara. Despistadamente el anillo rodaba sobre mi dedo pulgar, como si aquel simple gesto pudiera distraerme de toda la multitud irritante y escandalosa. Me molestaban de sobremanera. Cada aplauso, cada exclamación, cada mínimo susurro. Echaba de menos el rumor de la lluvia contra el suelo; aquel sonido era el mejor silencio que podía existir en el mundo.
Todo sería soportable si solo se limitaran a hacer ruido, pero la gran proximidad estaba siendo muy bien aprovechada por las mujeres. Desde luego, el roce estaba haciendo de todo menos el cariño. Dylan estaba a la cabeza de ellas y me protegía como un macho celoso, repartiendo bufidos de advertencia a las admiradoras que se acercaban a hacerme regalos y fotos, mientras yo buscaba paciencia donde no la había y buscaba una vía de escape de aquel maldito panal de abejas.
«Yo me niego a ser la miel». Empujé a una reportera violentamente para que me dejara pasar. «Si la regla de no dañar civiles no existiera, aquí estaría corriendo tanta sangre como está corriendo el vino...»
Tomé mi estilizada forma lobuna, en este momento permitida únicamente a los participantes oficiales del Div' Vulk como obsequio por mostrar sus caras. Ayudándome de secos gruñidos para abrirme paso hacia la salida, me vi detenido por una niña parada justo en medio del camino.
—¡Hola, chico de la lluvia!
La cría extendió su bracito para tenderme la mano, pretendiendo saludarme aunque me costara mi forma humana en el proceso. No consideré una demanda lo suficientemente importante para el precio.
—Hazte a un lado —espeté fríamente, negándome a rodearla. Porque Sony nunca se mueve; el resto debe hacerlo por él.
—Me llamo Anouk, ¡y soy la participante número uno! —La niña sonrió abiertamente, con un marcado acento suavizado en las erres—. ¿Has visto? ¡La primera en inscribirme! ¡La primera!
—También puedes ser la primera en morir si no te apartas.
A estas alturas ya habíamos atraído gran parte de las miradas de alrededor, ansiosos por que comenzara el primer duelo. Por mi parte, me limité a analizarla con toda la parsimonia del mundo: representaba a la ciudad rusa de Annelisse y era la competidora más joven del Div' Vulk, con apenas siete años de edad. Cualquiera que pensara que era un crimen permitir la participación de una niña, era porque no la había visto abrir en canal a otro licántropo a dos kilómetros de las murallas, allí donde yo estuve cazando ese oso grotesco y monstruoso. Sí, para aquel entonces los participantes ya habían llegado a nuestros terrenos aunque no hubieran hecho aparición en la ciudad, y me alegré de saber que no era el único que estaba entrenándose por esos parajes. Era una buena oportunidad de observación.
—Anouk no va a morir. Anouk va a ganar este torneo... porque en un torneo de salpicar sangre ella siempre es la mejor —murmuró la niña, esbozando una mueca de preocupación y levantando los puños.
Entrecerré los ojos para mirar a Anouk de arriba abajo y soltar un resoplido de gracia. Realmente sabía poco de ella, salvo que podía entenderse bastante bien con la oscuridad. Quizás no habláramos de un Don, pero tenía algo en específico que teñía esa expresión inocente con otra más siniestra y sádica. Ahí donde la veías, con esas trencitas rubias sobresaliendo de la capucha de esquimal y envuelta en ese abrigo de plumas a pesar del buen tiempo, acunando a esa horripilante muñeca entre sus manos, casi podía parecer hasta una niña normal. Porque desde luego, no era una niña normal.
Me pregunté si era yo el único en darme cuenta y cuántas vidas costaría que el resto llegase a la misma conclusión. Si no la habían admitido en el grupo de «cazadores» significaba que habían infravalorado por completo sus capacidades. Probablemente por culpa de su edad.
—Bah. No me intimidan las palabras. Con palabras no se gana una guerra.
Anouk soltó una risita infantil.
—Entonces las fichas están en sus casas... Solo queda tirar el dado para avanzar. ¡Este será un juego muy divertido! —Alzó su vista hacia la nada—. ¿Te has fijado, pequeño amigo? La mayoría de las fichas de esta partida son de color negro. ¿No es genial? ¡Nosotros también somos una ficha negra! ¡Nos gusta mucho el negro! ¿O nos gusta más el rojo? ¿Cuál nos gusta más?
Algo me decía que no estaba hablando conmigo, ni siquiera con su muñeca. Entonces una presencia pesada se removió en el ambiente, invisible y densa como un puré de patatas aéreo. Sin que nadie pudiera hacer otra cosa más que estremecerse y quedarse inmóvil, una voz ronca y arrastrada como si sufriera al pronunciar cada palabra sonó desde lo más profundo del aire:
—El negro me gusta. No es necesario el rojo para poder propagar el negro...
Anouk sonrió cálidamente, en medio de aquella atmósfera gélida que había hecho enmudecer a la gran mayoría de los presentes.
—¡Muy bien! ¡Una ficha negra! Una ficha negra. Anouk es una ficha negra...
La niña se marchó igual que había venido, dejando a los espectadores intentando acompasar su respiración. Eché las orejas hacia atrás, tomando mi forma humana para poder pensar con claridad y dejar de ser el centro de atención de las miradas. No logré dar con Anouk por mucho que lo intentara, ni siquiera el Líder de Annelisse estaba presente en la ceremonia. Sin más posibilidades de indagar sobre el Talento de la pequeña y la voz que la acompañaba, me limité a pagar mi impotencia con un enorme muslo de pato a la naranja.
Apenas quince minutos después, mi hermana volvió sobre mis pasos para lanzarse sobre mis hombros cariñosamente. Capté la presencia del novato, ese tal Silver, parado justo a mis espaldas.
—Dicen por ahí que has vuelto con un piercing donde antes no lo tenías. —Dylan paseó su dedo por mis vaqueros, justo en la entrepierna. Se mesó un tirabuzón negro con una sonrisa de complicidad.
—¿Quién te lo ha dicho? —Aparté su mano con los ojos entrecerrados.
—Cuando viajas con Oliver a tu lado no puedes ocultar demasiadas cosas. Tiene la boca tan grande como su cuerpo, ya lo sabes. —Rio ante mi bufido—. Ahí tiene que ser horrible. Dime, ¿te dolió?
—Terriblemente.
—¿Gritaste? —indagó la chica con los ojos brillantes de morbo. Sería la primera vez que alguien me oía quejarme, pues mi ego me impedía mostrar debilidad.
—Nada —aclaré con serio orgullo.
—¿Pero por qué...?
—Quería hacerme uno en la parte del cuerpo que más doliera. Era una apuesta.
—¿Contra quién?
—Contra mí.
Dejé vagar mis ojos por los alrededores, clavándolos sutilmente en el grupo de competidores reunidos.
—¿Me dejarías verlo? —Los labios de Dylan dibujaron una sonrisa de súplica.
—Por supuesto. ¿Qué tal si me desnudas aquí y ahora?
La chica ignoró mi tono irónico y tiró de las anillas de mi pantalón para decir, con una mezcla de humor y picardía:
—Aquí no, pero si vienes conmigo a ese callejón podemos bajarte los pantalones y probar a ver qué tacto tiene ahora...
—¿Podrías dejar de hacer esos comentarios tan repulsivos? Eres mi hermana. Compórtate como tal.
Me limité a separar sus manos de mis pantalones bruscamente. Dylan soltó gruñido a modo de queja, acariciándose las muñecas con cara de cachorro abandonado.
En algún lugar de la plaza, Et'Reum levantó la voz para hacerse oír entre el bullicio:
—¡Tú, muchacha! ¿Por qué no propones un brindis? ¡Brindemos por la gracia de la vida: la muerte!
Todas las miradas se dirigieron hacia ese lugar. Una quinceañera escuálida y con un lunar en el labio que parecía una mosca se giró, sonrojada y temblorosa por ostentar semejante honor. Tenía unas ojeras muy pronunciadas y estaba pálida, encorvada como si acabara de superar una grave enfermedad. Cuando cogió una copa y quiso levantarla, Et'Reum la condujo cordialmente hasta el estrado donde Esquivel estaba hablando con Mask.
—Por aquí, por aquí. Para que todos puedan verte.
El participante de Aquinate volvió junto a su grupo, con una sonrisa macabra perfectamente disimulada. Comencé a preguntarme qué clase de estrategia tenían preparada.
—B-Brindemos... por... la mayor gracia de la vida. La muerte... —La muchacha alzó la copa por encima de todas las cabezas, con la cara de desconcierto y nerviosismo más grande que el mundo ha podido ver.
Entonces algo llamó mi atención, brillando molestamente justo en su mano, justo en su dedo. Y no solo yo me había dado cuenta.
—¡Tiene el anillo!
—¡Es una competidora anónima!
La excitación se levantó de golpe, mientras miraba de reojo cómo ese tal Silver palidecía al mismo tiempo.
—¡Es mía! ¡Es mía! ¡Mi presa! —un grito se adelantó junto con un muchacho, saliendo de entre la multitud para lanzarse sobre la chica.
—¡No, no! ¡Este anillo no es mío! —chilló la pobre muchacha, pataleando bajo el nuevo competidor—. ¡Yo no participo! ¡Ayúdenme, quitádmelo de encima!
Los policías inhibidores se limitaron a permitir sus transformaciones a lobo, que rápidamente tomaron para poder mantenerse a raya.
Entrecerré los ojos, ignorando los gritos de emoción del público para fijarme en el grupo de los «cazadores» de nuevo. En ese momento lo comprendí, sonriendo ante tan hábil maniobra.
«Fue Dominique, la legendaria usuaria del Ilusionismo. Ella puso la ilusión del anillo en la mano de la chica y probablemente también transformó su apariencia en una más débil. Entonces esperaron a que ella levantara la copa, ahí, situada donde todos pudieran verla... Y luego probablemente fue Arakim, el chico egipcio. Sí. Él debió modificar los rayos de sol con su Talento para que incidieran sobre el anillo y poder resaltarlo, deslumbrando a la vista de todos».
Un segundo y un tercer competidor anónimo salieron de la multitud vociferando, tomando su forma de lobo a medida que los inhibidores les detectaban y acorralando a la loba esmirriada, que aullaba y lanzaba mordiscos a diestro y siniestro para intentar defenderse. Tres competidores más no se hicieron esperar, picados por la envidia de conseguir el primer anillo y revelando sus identidades.
—¡Dejadme! ¡Soltadme! ¡Yo no participo! ¡Alguien puso mi anillo aquí! ¡¡Es una trampa!!
Para cuando la conmoción se relajó ligeramente, seis participantes nuevos incluyendo a Jolie se repartían mordiscos y gruñidos en medio del estrado, peleándose por la jugosa presa que tan fácilmente podían conseguir.
«Pero qué poco cerebro tienen algunos. En cuanto ven una presa asequible a su nivel, se lanzan a por ella pavoneándose como puros gallos de pelea... destruyendo lo poco que puede protegerles de manera efectiva en este torneo: el anonimato».
Miré de reojo a Jaden, Et'Reum y Denya, que se adelantaron para cortar el paso a todos aquellos que acababan de darse a conocer. «Los verdaderos gallos de pelea son los que saben esperar».
—Calma amigos —Denya habló por primera vez, alzando las manos para concentrar su Don—. No querréis pasar los últimos segundos de vuestra vida sudando... ¿verdad?
Una rama espinosa se abrió paso en el suelo que había debajo de una loba blanca, creciendo repentinamente para empalarla con su afilado extremo. El animal aulló de dolor, callándose cuando la espina salió bruscamente por su espalda y salpicó el suelo de rojo.
El segundo anónimo emprendió la carrera, pero fue inmediatamente atrapado por unas cuantas lianas verdosas que se enrollaron en sus patas traseras y le arrastraron por todo el terreno, logrando levantarlo y dejarlo suspendido en el aire. La multitud estalló de placer, vitoreando y aclamando a aquel revuelto de vegetación que amenazaba con extinguir una vida tras otra. Me recorrió un escalofrío agradable cuando los huesos de la víctima crujieron dentro del ovillo de lianas, por orden directa de la competidora de Taurania. Por supuesto, las tres Líderes de su ciudad aplaudieron orgullosamente como una madre lo haría por su hijo.
El tercer anónimo lloró, incapaz de moverse de su sitio por el puro terror el corría por sus venas.
Sin benevolencia alguna, Kimbra se unió a la masacre alegremente. La competidora proveniente de la ciudad india de Adhara me recordaba a Lara Croft: ligera de ropa y vestida con prendas de cuero y varios cinturones, sacudió sus cabellos rojos y lanzó una abrasadora voluta de fuego que calcinó al lobo hasta reducirlo a un bulto negro y cenizas.
El cuarto anónimo tenía la mitad del tamaño que sus agresores. Logró escapar del cerco de participantes y llegar a internarse en los espectadores, que le abrieron paso hasta toparse con uno que no se apartó por tener su misma expresión de terror. Ese espectador era Silver.
Ambos se miraron a los ojos. La diferencia de edad entre ellos era casi nula.
—Po-por favor... Que alguien me ayude... —El lobo pardo se agazapó a sus pies, temblando violentamente y con el rabo metido entre las patas. Se giró a tiempo para encarar a Kimbra, justo cuando su letal llamarada era detenida por una gruesa barrera de hielo.
Alcé las cejas. «¿El novato le ha protegido?»
Tenía entendido que Silver tenía el Talento del Hielo, pero ayudar a un competidor directamente estaba prohibido según las normas. Entonces sonreí.
«No. Una mosca como él no sería capaz de mover un dedo. De hecho, si Kimbra se acerca un poco más se va a mear en los pantalones». Silver tenía el rostro blanco como una hoja de papel y su cuerpo temblaba violentamente. «Ha debido ser el Talento del anónimo».
Kimbra caminó hacia su presa, frunciendo el ceño.
—Un usuario del Hielo, ¿eh? —rio—. Por si has visto pocas hogueras en tu vida... déjame desvelarte que no eres un buen rival para mí.
La barrera de hielo se repitió, al igual que la ardiente masa de fuego que chocaba contra ella. El ambiente se humedeció con una nube de vapor y el agua encharcó mis suelas, igual que todo terreno que tocaba. En apenas diez segundos de esfuerzo, el fuego venció su resistencia y atravesó la pared de hielo para carbonizar al muchacho.
La gente de alrededor glorificó otra victoria para Adhara, mientras yo me entretenía en observar el rostro traumatizado de Silver. Supongo que al tener su mismo Talento y edad se había sentido demasiado identificado. Se me escapó una risita malvada al ver cómo se apartaba temblorosamente del esqueleto humeante que todavía podía mantenerse en pie.
Jolie gritó una exclamación en francés, probablemente dirigida a su hermana. Dominique se limitó a ignorar su aterrada petición de ayuda diciendo:
—Los malos momentos son buenos para los fuertes. Marcan quién se queda arriba y quién debe quedarse abajo.
La atemorizada francesa buscó ayuda en su Líder, pero Rosseaum no podía —ni parecía querer— mover un pelo por ayudar a su competidora. Entonces Jaden, la participante favorita, se adelantó solemnemente atrayendo toda la atención y alzando las manos para crear un profundo y tenso silencio en la plaza.
En medio del olor a cenizas, a humedad, del aroma oxidado de la sangre y del sudor, Jaden soltó una carcajada propia del peor de los dementes. Inmediatamente el cuerpo de Jolie se distorsionó antes de estallar en mil pedacitos de cristal y seguido de ella, lo hizo el cuerpo del sexto y último anónimo, que había echado a correr hacia el final de la plaza y estaba a punto de salir de allí. Los trocitos se esparcieron lentamente como las bengalas antes de caer al suelo, sin soltar ni un ápice de sangre porque también estaba solidificada en partículas. La arena roja cayó al suelo de golpe imitando el sonido de la lluvia.
El Talento de la Distorsión había dejado sin habla a la multitud, pero no duró demasiado antes de que todos estallaran en aplausos: no quedaba anónimo vivo en el estrado que pudiera presentar batalla.
El megáfono se apresuró:
—Número de derrotados hasta ahora: ¡seis! Los perdedores responden a los nombres de: Niro Edlaw, usuario del Agua, ciudad de Altaria, —participante número diecinueve—; Kathia Barliotte, usuaria de Electricidad, ciudad de Perdomo, —participante número veinte—; Dover Scott, usuaria del Fuego, ciudad de Kenewhalle, —participante número veintiuno—; Kane Tomfrey, usuario de la Tierra, ciudad de Avantine, —participante número veintidós—; Jolie Reybaud, usuaria del Ilusionismo, ciudad de Larousse —participante número cinco—; Ahmed Ashaz, usuario del Hielo, ciudad de Aquinate, —participante número veintitrés—. —Hizo una pausa—. Victorias a favor de Denya Tanayee, ciudad de Taurania, —participante número dos—; Kimbra Mareq, ciudad de Adhara, —participante número diez—, y Jaden Aoyama, ciudad de Takara-Chikara, —participante número seis—. ¡Eso es todo!
Los Líderes repasaron en su mente a sus representantes muertos y procedieron a aplaudir con seriedad, imitando al resto de la plaza y sumándose al clamor que recorrió el aire como una oleada de megavatios. Acompañados de las aclamaciones vinieron algunos lamentos angustiosos. Una mujer vestida con una túnica se arrastró hacia los pies de Silver, donde se encontraban los restos calcinados del participante de Aquinate.
—¡No! ¡No! —sollozó a voz en grito—. ¡No puede ser! ¡¿Qué se supone que estás haciendo aquí?! ¡Me prometiste que no te inscribirías, que solo habías venido a mirar!
La plaza se silenció por simple respeto a los familiares de las víctimas, aunque estaban acostumbrados a estas escenas después de cada muerte del Div' Vulk y nadie derramó ni una lágrima. La mujer abrazó los huesos negros de su hijo aunque pudieran quemarse sus finas ropas de lino.
—Mi Ahmed... mi pequeño... Solo era un niño... ¡Solo era un niño, bastardos! —Lanzó una mirada asesina a Mask, sentado junto a Esquivel en el estrado—. ¡¿Por qué permitiste que un niño se apuntara?! ¡Animal insensible!
Mask dio la vuelta a los ojos, desviando la vista como si la cosa no fuera con él. Le siguió una ristra de maldiciones e insultos en su idioma.
—Vamos señora, cálmese —replicó Et'Reum con sorna—. Ninguno de estos debiluchos habría logrado ganar el Div' Vulk ni aunque les metieran siete milagros por el culo.
La mujer sacó una navaja de los pliegues de su ropa y se abalanzó sobre el competidor con los ojos desorbitados de rabia. El hombre se limitó a sujetar sus muñecas para detenerla; sabía que no podía dañar a ningún civil mientras participaba. Los inhibidores se acercaron para reducirla mansamente.
La mayoría de la multitud intentaba salir de la plaza ordenadamente. Otros se quedaron a ver las secuelas movidos por el morbo.
—¡Simone! —gritó una chica con el pelo teñido de verde, mientras empujaba a los espectadores con violencia para abrirse paso hacia otro muchacho con el mismo color de pelo que ella, que estaba parado junto a la mujer y miraba a Et'Reum con odio. Llegó hasta él y se agarró a los pliegues de su camiseta—. Por favor... Dime... dime que no te llegaste a inscribir.
El tal Simone tragó saliva, con la tez de color cadavérico y esos ojos claros invadidos por el miedo. Kimbra y Jaden prestaron atención, mirándoles fríamente y preparadas para actuar según su respuesta.
—¡Dímelo!
—No... —Simone encontró finalmente las palabras para hablar—. No lo hice, Anya. Tranquila, Gala habló conmigo.
—Oh, dios mío, gracias... gracias, gracias... —Anya cogió la mano sin anillos que su hermano le mostraba, besando su palma efusivamente y abrazándole con fuerza. En el lado opuesto de la plaza, Galarie sonrió satisfecha y los competidores bufaron con decepción.
Algunos espectadores seguían celebrando la masacre con silbidos, fotografiando los cadáveres y robando los objetos que les gustaban. La policía los ahuyentó en su forma de lobo.
—Bueno. Fueron unas estupendas eliminatorias... —comentó Jaden—. Aunque sospecho que todavía no hemos acabado con toda la suciedad del torneo.
Y miró de reojo a la multitud, buscando otras posibles víctimas que no hubieran caído en la trampa del anillo. Kimbra se rio a su lado y se burló de un anónimo cercano que había muerto con expresión de susto.
En el estrado, Esquivel chasqueó la lengua y se inclinó hacia Mask para murmurar:
—No ha sido exactamente como esperaba...
—¿Te ha disgustado el espectáculo? —El moderador dirigió su vista hacia él.
—No del todo... pero también han herido a un espectador que no tenía culpa de nada. —Esquivel señaló a la escuálida loba que había servido de señuelo para la matanza. La ilusión del anillo y de su apariencia enfermiza había desaparecido, pero ahora su piel estaba surcada por multitud de arañazos y mordiscos que escupían hilos de sangre. Alguien la acompañó al hospital—. ¿Cómo debería actuar un buen Líder ahora?
—No podrías actuar ni aunque lo quisieras. No queda nadie a quien encarcelar, porque todos los que la han atacado físicamente están muertos...
Mask fue interrumpido por el grito de júbilo de Kimbra.
—¡Ahora, y ante todos estos testigos... reclamamos lo que es nuestro! —La pelirroja se paseó por los cadáveres, arrancando los anillos de sus dedos fríos o desenterrándolos de entre las cenizas. Los repartió equitativamente entre los ganadores que habían participado directa o indirectamente, que alzaron las manos para mostrar sus trofeos ante un nuevo clamor lleno de calidez. Unos hombretones vestidos de uniforme salieron de entre los espectadores para recoger los restos de los caídos y arrastrarlos fuera de la plaza, donde serían incinerados y enviados a sus lugares de procedencia.
—Sony... —Una voz coqueta a mi lado me hizo apretar los dientes—. ¿Por qué no has participado en esta estupenda batalla? Te habrías visto tan hermoso cubierto de sangre y anillos ajenos...
Dylan me rodeó con sus brazos, permitiéndome escuchar los latidos de su corazón acelerado.
—Deja de restregarte... ¿Qué eres, una gata en celo?
—Celosa estoy de esas arpías que te soban igual que los viejos verdes. Eres mi hermano y mi amigo. Si tú me tratas como si no fuera nadie acabaré por no serlo de verdad...
—Dylan... —Descrucé sus brazos con toda la delicadeza que pude—. Eres mi familia, y eso es suficiente para saber que eres importante para mí.
Sonreí levemente ante tan melosas palabras; casi me daban ganas de vomitar. Si quería que siguiera siéndome de utilidad tenía que mantenerla lo menos disgustada posible. Por suerte, la respuesta logró dejarla lo suficientemente desconcertada como para librarme de ella, así que eché a andar entre los espectadores buscando a la presa que había elegido para mi baile de la muerte.
Le encontré fumándose un cigarro a la sombra de un árbol, todavía pálido por la conmoción, pero lo suficientemente serio como para no considerarse débil de conciencia.
—Roux. ¿Puedo hablar contigo un momento?
El chico de ojos rasgados alzó una ceja, mirándome de arriba abajo.
—Pensaba que alguien como tú no trataría con personas de sangre impura.
—A mí no me preocupa mi sangre, mientras no se vierta demasiada.
Roux solo sonrió.
—Bueno. Entonces, dime.
—A solas —aclaré.
El joven chino miró a ambos lados cautelosamente y retrocedió para acompañarme a un callejón algo apartado, vigilando todos mis movimientos con desconfianza.
—Seré directo. Creo que mis tormentas y tu Talento del Ácido podrían llevarse bastante bien. ¿Hay alguna posibilidad de que prometan no tocarse entre ellos y trabajar unidos contra el resto de Talentos?
—¿Estás proponiéndome una alianza? —Roux alzó las cejas.
—Ah... ¿Eso estoy haciendo? —Miré a mi alrededor en actitud distraída—. Escucha. He oído bastantes cosas en Takara sobre ese ácido tuyo... Y ninguna desagradable para mi gusto. Un buen arma, tanto para defenderse como para atacar. Dolorosa, imparable y difícilmente eliminable una vez vertida sobre la piel. No sé, es un premio jugoso que me gustaría tener a mi lado en vez de en mi contra. ¿Acaso es necesario que hable más?
—No. Es suficiente —afirmó Roux con una sonrisa satisfecha.
«¿Te gusta lo que oyes? ¿Te he complacido? Eso. Curva tus labios como un niño con una medalla. Adelante. Ríete un poco y ponte colorado. Puedes hacer cuanto quieras con tal de darme el sí que necesito».
—Bueno, Fawkes, yo también me sentiría honrado de trabajar junto a alguien tan célebre. Los rayos de tus tormentas también han llegado a sonar en mi ciudad... En cada rumor, en cada habladuría de la gente.
«Ya, ya... Mejor baja el telón de este teatro. Cierra el puto hocico y trágate tus halagos; eres tú el que está cayendo en mi bote, no al revés. Simplemente dilo. Es lo único que me importa».
—Así que, bueno, sí. Acepto la alianza.
Alzó su mano y yo hice lo mismo para estrecharla, sonriendo con satisfacción. Cuando nos separamos, cada uno tenía una sonrisa en sus labios, cada uno por su propio motivo.
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