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12. Otra manzana picada


No. No puedo hacerlo. No sé cómo hacerlo. Ni quiero hacerlo. Pero lo haré. Sé que si no me apunto al Div' Vulk estaré cada momento del día lamentándome, teniendo que escabullirme con Misha de por vida y sin poder mirar a la cara a su padre.

Sé que ella tiene razón. En todo lo que dice. Especialmente en la parte aquella de: «En el torneo es preferible estar fuera deseando estar dentro, que estar dentro deseando estar fuera».

Joder. ¿Y si la estoy cagando? ¿Y si me arrepiento una vez apuntado? ¿Cómo podría mirarle a la cara cuando lo descubra y decirle que ruegue cada noche por que llegue a la final? Si tan solo lo descubriera Misha no pasaría nada, pero allí estará el resto de participantes acechando como buitres. Atentos a cualquier indicio, a cualquier movimiento en falso. Pero ¿qué puedo esperar? Es una maldita catapulta directa a la fama; cualquier idiota desearía apuntarse y ganar. ¿Soy ese idiota? ¿Tendré agallas para serlo? También Misha lo dijo, cuando estuvimos más calmados y le prometí seis veces seguidas que no me acercaría al Salón de Inscripciones:

Pero eso es una barbaridad... Jugar de ese modo con la vida de las personas...

—¡De ninguna manera, Silver! Es una noble tradición que une todas las culturas, donde se da la oportunidad de ascender de rango a los que no tienen nada. —Y después me miró con esa expresión soñadora, como la de un poeta que termina de plasmar sus sentimientos en un papel—. Destinados a cosas distintas... y a la vez con el mismo destino. Al final todos nacemos para morir, simplemente jugamos con la posibilidad de adelantarnos.

Y vaya posibilidad. Vaya decisión. ¿Cómo decides que una persona va a dejar de vivir y encima logras dormir a la noche siguiente? Joder, si es que yo no tengo madera de asesino. Solo soy un gallina que juega a empuñar un cuchillo. Como dijo Gala, sigo siendo un osito de peluche.

Tranquilo, Silver. Solo tendrás que empuñar ese cuchillo una sola vez. Recuerda que tu táctica es quedarte al margen como la polilla más inofensiva, admirando y aplaudiendo como lo haría cualquier espectador. Sí. Que se maten entre ellos.

Y al final, solo al final, cuando únicamente quedemos el último y yo...

Suspiré con angustia, frotando mi cara con las manos para intentar borrar la angustia. Se supone que ya había decidido apuntarme; ¿a qué venían tantas dudas? Y todo a espaldas de la dulce Misha. No podía sacarme ese pensamiento de la cabeza.

«Bien empezamos la relación, ocultándonos cosas...»

Fue justo aquella noche, sentados en el banco bajo la tenue luz de la farola. Ella se había inclinado hacia mí, besándome por primera vez y susurrándome al oído palabras bonitas que no me causaron efecto. Estaba demasiado ocupado en amargarme la existencia mentalmente. Porque sí. Porque acepté una relación seria a pesar de estar planeando sin ella algo que iba a cambiar nuestras vidas. Sobre todo la mía, porque iba a cambiarla tanto que incluso podía llegar a eliminarla. Pero me limité a corresponder al beso y a los siguientes que vinieron, sin poder borrar esa falsa sonrisa que ocultaba la elección que había tomado.

«Sé que he decidido poner mi nombre en la lista del torneo, pero supongo que para las cosas personales sigo siendo un cobarde».

—¿Silv?

Alcé la cabeza, deslumbrándome dolorosamente por los rayos del sol. Por suerte, la cabeza de Anya eclipsó el foco de luz.

—Ah... Hola.

—¿Qué haces aquí tirado? ¿La fotosíntesis?

Me levanté de la hierba sacudiendo mis pantalones, clavando mis ojos dorados en los suyos verdosos.

—Lo cierto es que me he quedado un poco traspuesto. Ayer estuve cazando con Lewis hasta las cuatro de la mañana.

—¿Acaso tienes fetiche por las lechuzas? Porque también podrías conformarte con los pigargos que hay por las tardes y dejar de hacer esas tonterías.

—De hecho, no me llevo muy bien con los pájaros. Prefiero las presas que corren y muerden, como las leonas que estuvimos persiguiendo ayer. Y que yo sepa, las leonas también saben correr de noche.

—Pero no hay leonas cerca de aquí.

—Cierto. Por eso llegamos a las cuatro de la mañana. —Fruncí el ceño—. Lo siento pero tenía que... entrenar.

La vendedora de plantas alzó las cejas e hizo un aspaviento con la mano.

—Bueno, como sea. ¡Debes ser el único idiota que está aquí parado en estos momentos! Mi madre decía que cuando las oportunidades llaman a tu puerta tienes que estar preparado. ¿O acaso no sabes que están llegando los participantes del Div' Vulk del resto de ciudades?

—Algo había oído...

—¿Entonces...? ¿Esa cara de muerto tiene alguna explicación? ¿Por qué no estás en la plaza lanzando silbidos como todo el mundo?

«Porque cuanto menos me vean allí, menos pensarán que voy a participar...»

—No tengo ningún interés en ver a los participantes si no voy a estar entre ellos.

—Tonterías. Verlos como rivales no es el único motivo de utilidad... También puedes verlos como ganancias. —Anya alzó los puños con emoción—. Es el momento de echar el ojo a los favoritos y comenzar a apostar. ¿Apostarás conmigo, Silver?

«Apuesto todo lo que tengo a que gano yo. A un cadáver poco le importará que te quedes sus cosas...»

—No lo creo. No conozco a ninguno de los participantes... —La miré de reojo, expectante.

—No hay problema, yo puedo hablarte de ellos.

«Exacto. Eso es justo lo que necesito».

Sonreí, satisfecho con mi astucia mientras emprendía junto a Anya el camino a la plaza.

Lo cierto es que las calles estaban prácticamente desiertas a excepción de los comercios. Bueno, quizás me estuviera volviendo un poco paranoico; no había nada de sospechoso en ir a ver a los competidores como un simple espectador. Lo mejor sería actuar con normalidad y seguir a la corriente incluso después de que hubiera pasado por el Salón de Inscripciones. Sí. Sobre todo después.

El olor a calamares fritos reblandecía el aire y el punto de bochorno dejaba unas ganas importantes de tumbarse en la sombra. El sonido rasposo de las cigarras en los árboles aumentaba aún más la sensación de verano aunque este no hubiera hecho entrada todavía, y mis axilas volvieron a llorar por la diferencia de tiempo con Inglaterra.

—He oído que va a presentarse un alemán bastante peculiar —comentó Anya, metiendo las manos en sus bolsillos—. Por las redes sociales andan diciendo que usa maquillaje y tiene un Talento muy poco común.

—Me caen bien los alemanes.

Aunque no lo reflejara, mi corazón dio un vuelco ante la información de su Don. No quería enfrentarme a nada poco común. Las habilidades extraordinarias se vencen con estrategias extraordinarias, y yo no creía poseer ninguna de las dos.

—A mí no. De hecho, no quiero oírles ni una palabra. Los alemanes y los rusos hablan como si se hubieran tragado un clavo.

—A mí me gusta... Suena como un ronroneo.

—Como el ronroneo de un gato atropellado.

La conversación se cortó cuando tuvimos que frenar ante una mole de gente apelotonada, dos calles antes de la plaza en la que estaban reunidos los participantes. Había un clamor general de gruñidos de impaciencia, mezclados con los gritos de ánimo de grupos con banderas de otros países. El olor ácido del sudor cargaba el ambiente hasta hacerlo casi irrespirable.

—¿Pero qué mierda es esta? Más les vale empezar a abrir paso si no quieren que les meta una planta por el culo.

Anya alzó las manos hoscamente, pero fue interrumpida por un hombre junto a ella que también estaba esperando a que la masa avanzara.

—No pierdas el tiempo; el Cuerpo Policial ha llenado esto de Évones.

Anya se puso de puntillas para visualizar la posición de los inhibidores, aquellos que podían desactivar los Talentos de las personas temporalmente. En efecto, había decena de ellos varados en las esquinas y vigilando desde los tejados. También había policías que boicoteaban las transformaciones lobunas.

—No consigo ver nada... —me quejé, sin poder ver la plaza a unos trescientos metros. Me pareció oír un megáfono encendido haciendo las presentaciones un poco más lejos, y fue entonces cuando alguien me cogió del brazo. A punto estuve de lanzarle mi puño a la cara por el sobresalto.

—¡Silver! ¿Qué tal se ven los traseros desde este lugar? —La chica de pelo cobrizo soltó una carcajada—. Vika y yo os hemos cogido un sitio en la plaza. Si nos damos prisa aún lograremos ver algún participante...

Gala tiró de mi camiseta y de la de Anya, internándonos en un lateral de la calle hasta que tanteamos la puerta entreabierta de una tienda de muebles. La cruzamos rápidamente para salir por la puerta trasera, donde Vika nos esperaba para cerrar con llave.

—Dile a Bosch que le debemos una.

—Prefiero no decirle nada. Ya le debemos unas cuantas —puntualizó la tutora de Lewis, poniendo los ojos en blanco. Se guardó las llaves de la tienda en el bolsillo y nos guio por una serie de calles paralelas y cortadas por cinta policial, desiertas a excepción de unos cuantos niños que habían conseguido colarse y seguían nuestros pasos. Lejos de decirles nada, volcamos un cubo de basura donde poder subirnos y alcanzar el tejado plano de una oficina de turismo, situada en los lindes de la plaza atestada de gente y ruido. A partir de ahí, fue fácil llegar hasta el suelo agarrándonos a las ramas de un fresno que había junto al establecimiento.

—¡Señoras y señores, hagan sus apuestas! ¡El mayor evento deportivo y cultural del mundo les espera!

El megáfono estaba unido a un par de altavoces y casi me reventó los tímpanos. Gala nos abrió paso hacia la primera fila de espectadores donde esperaban cordialmente todos los líderes de las Unidades con actitud altiva. Garra se limitó a mirarme de reojo, aunque también pude reconocer a Esquivel y a Rovira murmurando entre ellos en una zona más elevada que el resto de la plaza. Al lado de su padre, la dulce Misha observaba la llegada de los representantes de las ciudades con expresión seria.

—¡No pierdan el tiempo! ¡La edición número quince del Div' Vulk está a punto de dar comienzo! ¡Inscripciones abiertas durante dos horas, hasta rellenar el cupo de veintiséis participantes! ¡Puesto de preferencia para el ganador anterior!

La respiración se me cortó.

«El ganador de la otra edición... ¿ha venido también?» Las manos me empezaron a sudar irremediablemente mientras miraba al cielo, intentando calmarme y ordenar mis ideas.

Varias tiras con farolitos de colores cruzaban la plaza mezclándose con el confeti que propulsaban algunos cañones camuflados. La pasarela estaba marcada por una estela de fuegos artificiales unidos al suelo que propulsaban chispas anaranjadas. Me incliné un poco hacia delante para comprobar donde terminaba toda esa parafernalia.

—¡Pasen sin miedo al Salón de Inscripciones! ¿Eres lo suficientemente valiente para hacer entrada a la vista del público? ¿O prefieres usar la puerta trasera para mantener el amparo del anonimato?

El Salón de Inscripciones se cernía imponente al final de la pasarela, cuya puerta abierta parecía invitar a entrar a todo aquel que tuviera agallas suficientes. Era un edificio circular y sobresaliente, con dos antorchas decorando la entrada y las paredes esculpidas al estilo de un coliseo romano. Junto a la puerta te daba la bienvenida la escultura de un gran lobo postrando a sus pies a otro ejemplar más pequeño; en la entrada había un pilar grabado con la frase «Una gran muerte es el único camino hacia la inmortalidad» y el símbolo del infinito debajo.

«Hay que ser imbécil para pregonar a tus enemigos que participas. ¿Por qué alguien preferiría cruzar delante de todas estas miradas, antes que usar la puerta de atrás y mantenerte a salvo por un tiempo?»

No pude evitar fruncir el ceño, hallando la respuesta para mi propia pregunta.

«Por supuesto, porque todos creen que van a ganar. El maldito prestigio les ha derretido los sesos». Suspiré amargamente—. «Pero en el juego de la muerte el porcentaje siempre va en tu contra».

La ovación general se encendió cuando un individuo salió del Salón alzando las manos con magnificencia. Se trataba de un mulato con el pelo teñido que vestía una sudadera dorada, contrastando con su piel tostada y cubierta de tatuajes tribales aún más negros. Tenía el pelo en forma de cresta y las cejas cruzadas por varias cicatrices. La gran cantidad de piercings y pendientes de sus orejas reflectaban la luz del sol, pero lo más deslumbrante de su apariencia era, sin duda, su sonrisa de satisfacción.

—¡Daiki Tanayee vuelve a hacer aparición! ¡Participante número tres, proveniente del clan Tanayee, en representación de la ciudad de Taurania! ¡Finalmente ha puesto su nombre en esa lista y se dispone a reunirse con la participante número dos, Denya Tanayee, de su mismo clan y ciudad!

El muchacho de veinte años se introdujo en un pintoresco grupo unificado por la bandera de Taurania, formada por rayas verdes, blancas y azules que representaban los colores de Argentina, México y Brasil. La ciudad representante de América del Sur vitoreó la vuelta de ambos concursantes con un ruidoso redoble de bongos, mientras las tres Líderes gemelas que gobernaban Taurania saludaban a Esquivel con una reverencia antes de retirarse.

—Vaya montón de exhibicionistas... Y ese Daiki el primero de todos —escuché quejarse a Garra, haciendo una mueca de disgusto. Poco después sonrió, codeando al líder de la Unidad de al lado y mostrando un par de billetes—. Apuesto treinta euros a que le consiguen arrancan esa cabeza sonriente justo después de las eliminatorias.

El hombretón de su lado aceptó la apuesta con un movimiento de cabeza.

«¿Qué eliminatorias?»

No había escuchado nada de eliminatorias, pero consideré que preguntar a Anya era demasiado sospechoso y tuve que conformarme con la alarmante duda rondando por mi cabeza.

—¡Provenientes de la ciudad de Larousse, en concreto del clan L'Antique, hacen entrada las hermanas Dominique Reybaud y Jolie Reybaud! ¡Perfectamente preparadas para poner sus nombres en la lista de la gran cacería! ¡Participantes número cuatro y cinco!

Clavé mi vista en las mujeres que hacían entrada en la pasarela, mientras el grupo de representantes que las acompañaban permanecían a la espera ondeando las banderas francesas. Aunque ambas tenían el pelo rubio rizado y la piel pálida, Jolie vestía de manera mucho más recatada que su atrevida hermana, que hacía gala de una camiseta apretada y unos pantalones demasiado cortos. Las botas negras altas le llegaban hasta los muslos y los tacones empequeñecían todavía más a la mujer que le acompañaba. Un pañuelo enlazado al cuello hacía juego con una pequeña boina de diseño, ambas estampadas con los colores de su bandera, y cuando se quitó las gafas oscuras pude comprobar que iba maquillada profusamente. Mientras la más pequeña hacía ademán de ir hacia el Salón, la mayor se dedicó a posar ante las cámaras de la primera fila.

—Vamos, Dominique. Deja de hacer esperar a los participantes que vienen detrás... Ya nos están poniendo malas caras y no quiero que nos pongan en el punto de mira desde el principio.

—¡Shhh! No estropees mi momento y deja que estas ratas disfruten un poco más de las vistas.

Los pocos espectadores que pudieron traducir su frase esbozaron una mueca de disgusto, pero la chica no parecía tener intenciones de avanzar y dejar de atormentar a su público con esas sonrisas encantadoras. Lo que en mi cuerpo surgió como un escalofrío de curiosidad, en el de Misha se tradujo como una brutal expresión de asco.

—Creo que deberías mostrarte un poco más respetuosa —Jolie tiró del brazo de su hermana—. Los comportamientos altivos solo agradan hasta un cierto punto.

—¿Altivo? —Volvió a colocarse las gafas—. No es que yo sea superior, es que los demás son despreciables.

Dejó un beso carmesí en el cristal de una cámara antes de perderse con su hermana en la puerta del Salón.

—Creo que voy a vomitar... —escupió Galarie arrugando el ceño.

Un hombre delgado y vestido de punta en blanco hizo una reverencia a Esquivel, sin perder nunca su mueca desdeñosa. El Líder de Larousse ordenó la retirada de su grupo con apenas una palmada.

—Guárdate tus jugos, por ahí viene una de las favoritas.

El sonido de un gong gigante partió el ambiente, quitando protagonismo a los franceses y haciendo vibrar a los presentes de la plaza. El zumbido de unos tambores a destiempo anunció la llegada de los nuevos antes de que el megáfono tuviera oportunidad de hablar, aunque para cuando lo hizo, todo el mundo ya sabía a quién pertenecía el escuadrón. Unido bajo una bandera bicolor y separado por un inmenso dragón hecho de escamas de papel, el viento ayudó a exhibir un estandarte con la mitad de la bandera de China y la mitad de la de Japón. El escuadrón se detuvo, mientras los tambores cesaban para que el dragón atrajera todas las miradas y expulsara una voluta de fuego por la boca, fruto de algún mecanismo interno.

—¡Sin hacer esperar, el complejo Takara-Chikara nos presenta a sus dos concursantes, Jaden Aoyama, al servicio del clan Aoyama, y Roux Zhèng! ¡Las plazas seis y siete quedan llenadas!

Aunque el megáfono no lo dijera para no desprestigiar al resto de jugadores, la colosal aclamación de la plaza obvió el reconocimiento de la mujer como una de las competidoras favoritas. El corazón se me aceleró cuando ambos se adelantaron y se dejaron fotografiar de una manera mucho más solemne que la de Dominique. No necesitaban ganarse al público; el respeto que infundían hacía todo el trabajo por ellos.

—¿Por qué es una favorita? —susurré a Anya, mirando de reojo a la chica vestida con un kimono verdoso que cubría por completo un brazo y en el otro carecía de manga.

—Por lo que he oído, es bastante prestigiosa en su ciudad. Digamos que tiene un Talento un tanto... destructor.

Incluso todos los líderes se sumaron al aplauso, algo de lo que se habían abstenido hasta ahora.

—¿Destructor en qué sentido? —La alarma de mi interior estalló con preocupación.

—Imparable. —Anya giró la cabeza para mirarme—. Es decir... que preferiría no estar nunca frente a ella mostrando los colmillos.

Me limité a fingir una sonrisa de excitación.

«Mierda. ¿Y si sobrevive ella hasta la final? ¿Cómo se supone que voy a parar algo que es imparable?»

Jaden hizo una reverencia hacia el público, entrecerrando sus ojos rasgados. Era hermosa a su manera y tenía un porte natural que ninguna modelo de plástico podría conseguir jamás. El pelo liso y negro caía sobre sus hombros como las ramas de un sauce, recogido parcialmente en un moño lateral atravesado por dos agujas de metal cruzadas. Jaden esbozó un gesto de suficiencia en su rostro de porcelana y encaminó sus pasos hacia el Salón, del cual acababan de salir Jolie y Dominique. Sus miradas se cruzaron con osada rivalidad, pero ambas sabían que no era el momento de intercambiar palabras ni sangre. Rokku, Líder de Chikara y representante de ambas ciudades, se inclinó ante Esquivel con exageración, volviendo a su sitio.

—Maldito Akisa. Ya podía mover el culo de su puto trono de oro alguna vez... —farfulló Garra.

Antes de que preguntara, Anya contestó:

—Akisa es el Líder legítimo de Takara, esencialmente centrado en amasar fortuna para su país. En general es Rokku quien asiste a los eventos internacionales en representación de ambos, pero dentro de sus murallas ellos se llevan bastante mal. De hecho, la disputa entre ambas islas es la que provoca tantos terremotos en Japón, territorio que les queda justo encima...

Asentí levemente con la cabeza, observando a los orientales alejarse haciendo ondear el largo dragón.

—Mi turno. —La voz suave e imperturbable de Sony apareció a mi lado seguida de su dueño, provocándome un sobresalto que se transmitió a la chica que tenía al lado. El muchacho se abrió paso y se plantó en medio de la plaza, levantando un coro de silbidos que prácticamente acallaron al megáfono.

—¡Participante número ocho! ¡Muchacho de edad tierna, originario de Altaria y proveniente de la ciudad hospedadora, La Ciudad Que Nunca Duerme! ¡Responde al nombre de Sony Fawkes y es amparado por el clan Fawkes!

Sony dibujó una mueca de aburrimiento, como si toda esa escena estuviera dirigida hacia otra persona. No tardé en comprobar que los vítores eran esencialmente femeninos.

—Siempre supe que ese chico era un peligro. —Gala se cruzó de brazos.

—Sí. No tiene pinta de ser muy agradable.

—No, no. Un peligro para sí mismo. Las revistas de la ciudad le calificaron el verano pasado como el individuo más «violable» de la ciudad —bufó—. ¡Violable! ¿Te puedes creer que alguien pueda calificarte como eso? Menos mal que tiene mal carácter y no le da nada de juego a la prensa.

Me dediqué un tiempo a observarle para comprobar si las revistas le hacían justicia. Tenía el pelo negro azabache, algo más largo en las patillas y crestado de manera rebelde hasta enmarcar los ojos. Sus ojos eran de color verde claro y a la vez profundamente oscuros, como dos charcos contaminados. Para concordar con su apariencia sombría, no llevaba mucha más ropa que unos vaqueros rotos, un chaleco negro con el cuello levantado y unas muñequeras también negras. El pecho al descubierto estaba empezando a encender al público, pero sus características puntuales no eran más que banalidades en comparación con aquella figura elegante de lord inglés, que armonizaba a la perfección con su apariencia de lobo. Parecía una de esas pocas almas que aunque las tiraras al barro, seguían teniendo brillo.

Cuando alguien de entre los espectadores le tiró una rosa, Sony se adelantó para poner su pie sobre ella y aplastarla con expresión distante, fría como los amaneceres.

—Baja esos humos de gallito, chico de la lluvia. No esperarás durar mucho en este torneo con un rival como yo... ¿verdad?

Un individuo pequeño en todos los aspectos salió de algún lugar de entre los espectadores para situarse junto al muchacho de negro, dirigiéndole una mirada descarada que heló la calidez de los aplausos. Como competidor tenía unos aires un poco patéticos: desgarbado como la rama de un árbol y enfundado en un jersey de rombos verdes, típico de cincuentón de molde aunque tuviera prácticamente la edad de Sony. También llevaba una corbata y el pelo desordenado, acompañado de unas gafas enormes y redondas que hacían sus ojos todavía más enormes y redondos.

—¡Esperen! ¡Me comunican que un nuevo competidor originario de la ciudad hospedadora acaba de hacer entrada! ¡Puedo afirmar que pertenece al afamado clan Plumas Libres y es conocido como Búho! ¡Preparado para ser el participante número nueve!

—Vaya... Así que el pajarito se decidió a abandonar el nido. ¿Estás seguro de que puedes sobrevivir ahí fuera tú solo, sin la ayuda de un clan que te cubra las espaldas? —La voz de Sony sonó venenosa; ciertamente amenazadora—. Es bien sabido que cuando un ave se separa de su bandada, sus posibilidades de sobrevivir se reducen casi un noventa por ciento.

—Los búhos somos buenos cazadores, niño, así que no deberías tomarme tan a la ligera. Aunque La Ciudad Que Nunca Duerme ponga dos competidores, es obvio que únicamente esperará la victoria de uno.

Ambos entrelazaron una furtiva mirada de arrogancia, como dos muchachos rivalizando por ver quién la tiene más grande.

—Descuida. No pensaba hacer alianza contigo por ser de mi ciudad, pero capto la indirecta. Si me acerco a ti será solo para comprobar que no tienes pulso.

—¡Ja! Mejor deberías correr a tu casa a poner tu apellido a salvo. La verdad es que los Fawkes no ayudáis mucho a manteneros vivos. —Búho sonrió abiertamente, provocando una mirada rencorosa en su adversario—. Veremos si tus garras son tan rápidas como tu lengua.

Búho se giró para saludar al público, mientras Sony ponía a los ojos en blanco y se disponía a caminar hacia el Salón de Inscripciones con una mueca de desprecio.

—Acepto tu propuesta, pajarito —susurró.

Búho se quedó solo en medio de la plaza, algo que pronto se le quedó grande para abastecer al palpitante público. Entonces miré a Gala de reojo, mientras señalaba al participante concentrado en huir de las miradas de la forma más sutil posible.

—¿El clan Plumas Libres? ¿Es lo suficientemente importante como para que una persona precavida como yo deba recordarlo?

—De hecho, sí. Es el segundo clan más prestigioso del territorio español, justo después de Gau Begiak.

—Tampoco conozco Gau Begiak; ni siquiera es un nombre español.

—Es euskera, y deberías conocerlo teniendo en cuenta que es el clan al que pertenece tu novia... —Alcé ambas cejas—. Es la hermandad imperante en esta ciudad y dominante en todas las demás, fundada por altos cargos como Esquivel.

Instintivamente dirigí la mirada hacia el palco donde estaba el Líder y sus allegados, sin encontrar los ojos azules de Misha entre ellos. La voz de Gala se apresuró a distraer la idea de que la chica se había ausentado.

—En las ciudades suele gobernar el clan más grande, pero lo normal es que también acojan a otros más pequeños y cuenten con su opinión y sus fuerzas para poder mantenerse a flote pacíficamente. —Se encogió de hombros—. Es lógico; los barcos con problemas de liderazgo suelen acabar encallados.

—Gala, discúlpame un momento.

Retrocedí sin esperar respuesta y me interné en la masa de espectadores, serpenteando entre ellos con la vista fija en cualquier chica rubia de ojos azules. Entonces la vi, apenas como un fulgor dorado desapareciendo detrás de un grupo de rusos, a juzgar por su bandera. Escasamente noté los empujones y los pisotones de la gente que se esforzaba por avanzar; incluso logré ignorar aquel codazo en las costillas que me dejó encorvado unos segundos. Y luego la seguí viendo un par de veces más, siempre consiguiendo escabullirse antes de que lograra agarrarla del brazo. Parecía huir de mí. No. En realidad no me había visto. ¿Quizás estaba buscando a alguien? Se perdió por una de las calles ya vacías, o mejor dicho, yo la perdí. Ell griterío a mis espaldas señalaba el lugar por donde había venido, aunque iba a tener problemas en encontrar la calle que volviera a la plaza directamente.

Y me encontré allí solo, desorientado, en un patio pequeño y empedrado decorado con un millón de flores enredándose por las paredes, en las cuales destacaba la presencia de ventanas completamente cerradas. Todas. Como si hubieran sellado la placita entera para dar una mayor sensación de intimidad.

«El Salón. Por supuesto...»

Así que allí se encontraba la puerta trasera, recóndita y disimulada por una enredadera que permitía ver un pilar de piedra con la figura de dos lobos mordiéndose. Bajo ellos, se repetía la frase de la puerta principal seguida del mismo símbolo.

La voz de Misha sonó lejana y terriblemente familiar, proveniente del callejón por el que había entrado y acompañada de una segunda voz también femenina.

—Sí, sé que me lo prometió, pero también sé cuándo una persona miente.

—¿Por qué iba a apuntarse un novato? Tengo entendido que todavía no ha matado a nadie. En un torneo de asesinar se lo comerían vivo.

—Pero yo confío en él. Silver no haría nada imprudente, y menos algo que le llevara a la muerte.

—¿Ni siquiera por ti?

Las voces se extinguieron, pero no precisamente porque se estuvieran alejando. Era irónico; al final era a mí a quien Misha estaba rastreando. Busqué un lugar donde esconderme, pero el patio estaba vacío.

—¿De qué sirve luchar por amor si luego no puedes disfrutar de él? —La voz de la rubia sonó preocupada, a punto de hacer entrada en el lugar—. ¿Y por qué siempre tiene que ganar el corazón? Él debería decidir que esta vez la razón es más fuerte, que con el dolor de ahora se secará las lágrimas de más adelante. Al final... los que se guían por los sentimientos son los que caen en esta vida.

—¿Y por eso estamos aquí? ¿Quieres asegurarte de que Silver no caiga?

—Tú eres libre de irte, pero yo me quedaré aquí hasta que se cierren las inscripciones. Me aseguraré de que no ponga su nombre en esa lista, me aseguraré de no perderle. Quiero proteger sus ojos dorados. Que no se cierren nunca.

Detuve mi respiración. Ni siquiera sabía en qué momento me había colado por la puerta trasera y me había quedado junto a la entrada, al amparo de la oscuridad. Y Misha estaba al otro lado del muro, desvelando a su compañera su plan de quedarse ahí hasta que se acabara el plazo para evitar que me inscribiera.

«Quiero proteger sus ojos dorados. Que no se cierren nunca...»

La frase trompeteó en mi cabeza como un martillo, pero ahora me enfrentaba a un problema más grave: si Misha no se movía de ese lugar en dos horas, estaría completamente atrapado e incomunicado por ambas puertas. Ni siquiera podía volver en otro momento a inscribirme, porque yo todavía necesitaba pensarlo, meditarlo y auto-convencerme. No estaba preparado. Habían encarado al ratón con el gato demasiado pronto.

Luché por acompasar mi respiración y animarme a caminar; cuanto más me alejara de la puerta más me alejaría de Misha. La penumbra me hizo chocarme con una mesa, pero logré avanzar a tientas hacia donde la luz permitía reconocer los objetos. El pasillo desembocó en una sala pequeña y circular, dividida por un tabique central que permitía el paso entre los semicírculos a través de una cortina. Y justo ahí, en el medio, un enorme lobo castaño esperaba pacientemente a que me acercara para no tener que alzar la voz.

—Eh... ¿hola? —susurré con timidez, más que nada para romper el silencio.

Entonces le vi con más detalle. Tenía el pelaje del rostro de color blanco como si fuera una calavera. Aunque su atenta mirada del lobo me incomodaba de sobremanera, decidí sacar las agallas de allá donde quiera que estuviesen.

—Saludos, participante sin cara.

—¿Este es... el Salón de Inscripciones?

—¿En serio estás preguntado eso? La gente que entra aquí viene de todo menos por accidente.

—No, no... Yo también estoy aquí por voluntad propia. Venía a inscribirme... creo.

—Los creos en el Div' Vulk siempre significan la muerte, y nadie se inscribe específicamente para morir. Tú eres Silver Harris, ¿me equivoco? —El lobo se inclinó hacia delante para olfatearme.

—Sí, soy yo. ¿Por qué? —La duda de que fuese otro competidor me asaltó con preocupación. El hecho de que supiera mi nombre solo empeoraba las cosas, pues significaba que había estado indagando con anterioridad—. ¿Qué quieres de mí?

—Yo, personalmente, nada. Se supone que eres tú el que me está buscando.

—¿Y quién eres tú?

—Depende del país. —El lobo alzó la cabeza, haciendo honor a su nombre—. Aquí puedes llamarme Mask. Soy el moderador de esta edición del Div' Vulk, así que es a mí a quien debes dar tu nombre. ¿Cómo te llamas?

Me quedé en silencio con cara de estupefacción, analizando al lobo de inusual pelaje.

—Ya sabes mi nombre. Lo acabas de decir.

—Ya, pero necesito que tú me lo des. Pronúncialo ahora. Solo si estás seguro.

Tragué saliva sin que ninguna palabra saliera de mi boca, enfrentando la decisión de repente. Mask esperó con paciencia, mientras las ideas bullían en mi mente como un hervidero infernal. Era ahora o nunca. Tenía que estar seguro de mis decisiones si quería que esto saliera medianamente bien; aunque pensándolo mejor, podía salir como le diera la gana mientras pudiera simplemente sobrevivir al torneo. ¿Podía confiar en una estrategia tan simple como la de mantenerme al margen? ¿De verdad funcionaría algo que quizás estuvieran pensando todos los competidores anónimos? ¿Y si los más fuertes tenían alguna habilidad para rastrear a los que preferimos escondernos?

Por mi mente pasó la imagen de Misha, esperando ahí fuera y confiando en que mi cara no apareciera en aquella plaza durante dos horas. Pasó la imagen de Lewis, la de ZigZag, la de Gala mirándome con esa expresión de desconcierto. ¿Qué diría si se enterara? ¿Me gritaría? ¿O quizás se alegraría de que la muerte me separase de ella?

—Tú puedes tomarte tu tiempo, pero es un tiempo que yo no poseo. Debo atender a los competidores de la puerta delantera y...

—Silver Harris.

Casi me asustó el tono de voz con el que lo dije, sólido y firme como si acabara de dictaminar una sentencia. Mi mente se había aclarado de repente, disipando todas las dudas que pudieran aparecer. Era una decisión fácil cuando en mi cabeza me construía dos elecciones tan sencillas como: quedarme por siempre en un mundo sin familiares y sin clan, sin ninguna habilidad en específico y con un Talento bastante ordinario, sumido en la pobreza permanentemente y sin la posibilidad de acceder al permiso de emparejarme con mi novia... o entrar en un estúpido juego basado en hacer vida normal durante un par de semanas hasta que solo quedara un competidor que pudiera llamar a mi puerta. Y entonces ir yo a llamar a la suya.

—Muy bien. —Mask dejó ver un aparato entre sus patas, semioculto por el pelaje de su vientre—. Esta conversación ha quedado grabada de manera privada hasta el desenlace del torneo, sin acceso a ella por nadie más que por mí, el moderador, y con la finalidad de responsabilizar únicamente al competidor número doce, Silver Harris, de todos sus actos y de su posible muerte.

El moderador apagó la grabadora tras la retahíla y se paró un momento a observarme, procediendo a mostrarme una hoja protegida por un cristal y con una serie de normas expuestas.

—Como competidor oficial, debes tener conciencia de un par de normas inalterables para asegurar el buen funcionamiento del torneo. El incumplimiento de cualquiera de ellas será penado con la justa descalificación o el encarcelamiento, dependiendo de su gravedad.

Por suerte, las reglas estaban traducidas a todos los idiomas. Aun así, Mask las recitó en voz alta como si se estuviera examinando de una oposición:

—Regla número uno: El Div' Vulk es un torneo llevado a cabo a tiempo real, lo que significa hacer vida normal y poder interactuar con terceros sin problema alguno. Sin embargo, está completamente prohibido salir de la ciudad mientras participas. Los asesinatos en las horas de sueño están permitidos y el tiempo de duración es ilimitado. El torneo termina cuando el penúltimo participante caiga y solo quede uno en pie.

Asentí, mientras el licántropo sacaba una cajita carmesí y la abría para mostrarme el contenido. Era un anillo plateado, con el símbolo del infinito en la parte central y de cuyos extremos salía el puente para unirse debajo.

—Regla número dos: Se repartirán los anillos específicos del Div' Vulk a los competidores, los cuales debes recolectar venciendo a tus adversarios. El ganador de un reto no solo se quedará con el anillo del perdedor, sino también con todos los anillos que la víctima ha ganado hasta ese momento. Es decir... que el último que quede deberá poseer las veintiséis sortijas en las manos. Está completamente prohibido robar anillos a los demás, al igual que quitarse el anillo propio de la mano. Ambas bajo pena de descalificación.

—¿Cómo? ¿No puedo quitarme el anillo en todo el concurso?

—Afirmativo. No puedes sacártelo y guardarlo debajo de la cama para esconder tu participación, por ejemplo, aunque está permitida cualquier argucia para camuflarlo una vez puesto. La manera de mantenerte anónimo es parte del juego...

Extendí la mano para coger la cajita, con el semblante desorientado.

—Regla número tres: Está totalmente prohibida la ayuda directa de personas ajenas al torneo, así como la manipulación de las reglas y la intervención de los Líderes a favor de sus competidores. Penado con descalificación.

Mask me dedicó una sonrisa fiera, asegurándose de que entendiera bien lo que acababa de decir.

—Regla número cuatro: Está totalmente prohibido atacar a otro competidor dentro del hospital. El edificio y sus alrededores quedan marcados como zona segura y de recuperación. Penado con descalificación.

Asentí, ubicando la situación del hospital en mi mente.

—Regla número cinco: Los competidores oficiales quedan liberados de la Ley Pacífica de Calles, pudiendo hacer uso de la violencia y el asesinato contra cualquier otro competidor. La utilización de estas ventajas para dañar a un civil ajeno está penada con el encarcelamiento.

Bajé la cabeza y saqué el anillo de la caja. Antes de que pudiera ponérmelo, Mask apoyó una pata sobre mi mano para detenerme.

—Sexta y última regla: Ningún participante tiene derecho a rendirse en una pelea, pues una vez que el competidor se coloca su anillo... no hay posibilidad de abandono o rectificación.

Mask retiró la pata, dejándome plena libertad de mis actos. La vacilación regresó, al igual que el sudor en la sien. El moderador parecía divertirse.

—La duda solo lleva a decisiones incorrectas. ¿Es que acaso nunca antes has asesinado a otra persona?

Apreté los puños para intentar ocultar mi debilidad.

—No, pero... he estado cazando mucho y... —ni siquiera yo estaba seguro de mis palabras— no encuentro la diferencia entre degollar a un oso y degollar a un lobo.

—Eso ya lo veremos... —Mask alzó la vista, distraído—. Adelante entonces, que no te tiemble el pulso. Al final esto no es mucho más diferente que una cacería...

Coloqué el anillo en mi dedo anular con lentitud; estaba frío como el hielo. Me quedé en silencio esperando a que pasara algo asombroso o trascendental. Por otra parte, el moderador se limitó a escribir mi nombre en un papel, suscitando mi cautela.

—No te preocupes, la lista de competidores es completamente confidencial incluso para los altos cargos. Solo se van dando a conocer los nombres en público a medida que los participantes son derrotados.

—Claro. Qué menos que desvelarlo cuando ya nadie puede hacer nada... —espeté con tristeza.

«Que tus padres y amigos se enteren de tu muerte por un megáfono me parece la manera más triste y patética de dar el pésame. Es igual que una jodida cola de carnicería, pero esta vez nadie quiere que le toque su turno...»

—Qué puedo decir... Los familiares siempre son recelosos y llorones con estos temas. Gritan, sollozan, te amenazan, suplican y por último, te denuncian. Que por qué permito inscribirse a un crío, que por qué no aviso a alguien, que por qué, que por qué, que por qué —bufó—. No sé. Ya son tantas las cosas que oigo que podría escribir un libro con ellas. Cuando los jóvenes mueren a manos de otros es fácil aplaudir y vitorear... Pero, ¡ah! Si se trata de tus propios jóvenes la cosa cambia mucho. Supongo que los hijos están hechos para perder a sus padres, pero los padres no están hechos para perder a sus hijos. —Mask alzó la grabadora—. Y a mí es esto lo que me libra de toda esa bola de porquerías. Estoy seguro de que lo comprendes.

Torcí el morro, observando el infinito aprisionando mi dedo.

«Exacto. ¿Qué son tres personas derramando lágrimas en comparación con las millones que gritan y aplauden?» Alcé la vista hacia el lobo de la máscara. «Este sistema es perfecto o está corrupto desde la base; según se mire».

—En fin. Que comience el juego, concursante. Y recuerda que una gran muerte es el único camino hacia la inmortalidad.

◊ ◊

Las manos me sudaban en los bolsillos, tanto que sentía el anillo caerse de mi dedo continuamente. Y lo volvía a colocar con el pulgar, como si fuera un pecado que se saliera por accidente. Las reglas estaban bien clavadas en mi cabeza, repasándolas una y otra vez para intentar planear una estrategia de evasión que las respetara. En estos momentos, la idea de salir del país no resultaba tan descabellada.

«Una táctica... Necesito una táctica. Una estrategia de defensa, que para la de ataque ya tengo tiempo de pensar...»

La gente reía a mi alrededor muy animada, reprochándome constantemente que no estaba encajando con el entorno.

Congelar el tiempo temporalmente había sido un detalle por parte de Mask, que me había dado una leve pista de cuál era su Talento y me había permitido salir por la puerta trasera, echando un vistazo a una Misha inmóvil y sentada en el bordillo que no podía levantar la cabeza para verme marchar. La acompañaba una chica morena, con la mano levantada y la expresión facial de estar diciendo algo importante.

El tiempo había vuelto a correr como el agua y una vez más estaba ahí, quieto, junto a una Gala emocionada y parlanchina que sabía intercambiar palabras con todos los altos cargos de la ciudad, e incluso con los de otras. La miré de reojo, sin terminar de entender cómo ella y su hermana podían codearse con los de alta posición y asistir a las reuniones oficiales proviniendo del sitio del que provenían. Supongo que habrían ganado enchufe en algún momento de su vida.

—Dios, Silver. ¿Qué te pasa en la cara? ¿Puedes dejar de hacer eso que estás haciendo? —Anya seguía a mi lado también, incluso dos horas después de que todos los participantes oficiales hubieran dado la cara y se hubieran inscrito públicamente.

—¿Qué estoy haciendo? —murmuré desconcertado.

—Estar mustio. Mirar así a todo el mundo, como si te fueran a clavar un tenedor en el ojo de un momento a otro.

Usé mi propio tenedor para llevarme a la boca un emparedado de dátiles y hojaldre que habían servido en una mesa. Estaba ciertamente bueno; me pregunté si esa era la comida a la que estaban acostumbrados los de prestigio superior.

—Déjame ser. Me gusta mirar a la gente... —intenté evadirme, probando un pastelito de miel solitario que había en una bandeja.

—Pues no parece que te guste... —Anya observó cómo atacaba ahora unos taquitos de carne especiada, aunque desgraciadamente, fui a pinchar aquel que estaba unido a otro trozo más grande. Lo zarandeé repetidas veces hasta que un piñón voló por los aires—. Podrías probar a usar el cuchillo con la otra mano. Ya sabes, para partirlo y esas cosas extravagantes que se hacen con los cubiertos...

El puño se cerró en mi bolsillo, clavándome el anillo en la palma hasta hacerme daño. Estar todo el día con la mano guardada iba a ser sospechoso, pero en este momento no tenía manera alguna de camuflarlo.

«Mejor que murmuren y sospechen, a sacar la mano y despejar sus dudas. Si son inteligentes no atacarán a nadie sin pruebas claras, porque según las reglas, si llego a ser un civil quedarían descalificados...»

La solución fue tan simple como elegir otro trozo de carne separado completamente. Por alguna extraña razón, la única manera que encontraba de disipar mi inquietud era comiendo. Aquellos platos deliciosos lograban distraer por un momento la idea de que cualquiera podía verme el anillo y asesinarme allí mismo.

Sin contestar a Anya, me dediqué a vigilar con disimulo a cada uno de los participantes oficiales para tenerlos controlados, aunque quizás debería preocuparme más de aquellos que no tenían pedestal ni esa mirada de prepotencia. Por primera vez me pregunté si el resto de competidores anónimos estaban aquí, igual que yo, sonriendo y comentando los Talentos de los participantes como si ellos no fueran a tener que sentirlos en sus propias carnes. Y por primera vez me pregunté si estando fuera del concurso yo también reiría y comería con satisfacción, sin atormentarme interiormente por cada persona que me miraba más de tres segundos.

—¿En la Superficie? Qué va —comentaba Dominique—. La vida va teniendo el mismo rumbo y no permiten que nadie se salga de la línea. Las cosas ya no son tan complejas. Se ha perdido el encanto y el virus de la simpleza se extiende. Los asesinatos deportivos siguen estando fuera de la ética.

—A veces la ética solo sirve para tocar los cojones. —Daiki soltó una risita diabólica, formando parte de un círculo de competidores que apuntaba a ser terrible incluso cuando solo estuvieran bebiendo: junto al jugador de Taurania se encontraba su compañera Denya, con ese rostro serio y vacío de pez muerto. A su lado, Dominique excluía a su hermana pequeña para cobrar importancia en el círculo... pero era Et'Reum, originario de la ciudad pakistaní de Aquinate y segundo favorito, quien acaparaba la mayor parte de la prominencia. Jaden se mantenía ligeramente al margen, acompañada de un pelirrojo de aspecto egipcio cuya presentación no había llegado a escuchar.

No había nada de sospechoso en mirarles; eran el foco más atractivo de la velada y todos los espectadores tenían sus ojos puestos en ellos de manera más o menos directa. Eché de menos la presencia conocida e inofensiva de Alabastro, de ZigZag... o incluso de Oliver el Astuto. Sí, ese sí que era una presencia imponente, pero mis compañeros de caza parecían estar bebiendo y comiendo en otros puntos de la plaza más alejados de mí. Estar tan cerca de los competidores era, indudablemente, una posición privilegiada a la que Galarie me había arrastrado, pero no parar de encontrarle pros y contras a eso me estaba comenzando a afectar a la cabeza. Realmente quería irme de allí; quería huir de aquel enorme epicentro de sensaciones.

Alguien enredó sus pies en los míos y tuve que agarrarme a Vika para no trastabillar, a punto de chocar contra la espalda del joven pelinegro que iba a representar a nuestra ciudad: Sony.

«Como yo. Yo también la represento». No terminaba de hacerme a la idea.

Por suerte, recuperé el equilibrio antes de tocarle. La proximidad de la gente no solo parecía molestarme a mí, pues por el tono de voz de Sony pude comprobar que el chico estaba a punto de mandar a la mierda toda aquella parafernalia para irse a un lugar más despejado. Además pude reconocer a la hermana del pelinegro acompañándole, esa quinceañera de ojos verdes que respondía al nombre de Dylan.

La única ventaja de estar en multitud era que podías escuchar las conversaciones ajenas sin parecer que lo estabas haciendo. La desventaja era que tenías que escuchar las conversaciones ajenas aunque no lo quisieras.

—Dicen por ahí que has vuelto con un piercing donde antes no lo tenías. —La voz de Dylan sonó endiabladamente cautivadora, demasiado como para significar solo curiosidad fraternal.

—¿Quién te lo ha dicho?

Procuré alejarme del pelinegro y de todo aquel que representara una amenaza para mí, pero el hilo de una nueva conversación en el grupo de Daiki me hizo paralizarme con el amargo sabor del miedo subiendo por mi garganta. Disimulando mi posición, me acerqué a la mesa más próxima a ellos para coger una manzana y poder escuchar su conversación.

—¿Y por qué no ahora? El torneo no se vuelve digno hasta que la eliminatoria no filtra a los débiles, y esta es una buena oportunidad ahora que estamos reunidos con todos esos concursantes cobardes danzando entre nosotros. Te juro que el anonimato me pone enfermo —el chico egipcio bajó la voz.

—Es cierto. No conseguiremos idear algo tan significativo como para lograr concentrar a todos de nuevo. Este es el momento perfecto para librarnos del mal olor que se congrega cada año alrededor del Div' Vulk.

—Coincido con la francesa; tenemos que mantener noble este concurso. Apuesto a que este año será una cacería entre dieciséis personas. —Jaden sonrió abiertamente, provocando que la sangre se me helara en las venas.

«¿Dieciséis? Pero no somos dieciséis... Somos veintiséis».

La mano del anillo se retorció en el bolsillo mientras llevaba la vista a la manzana, roja y brillante a excepción de una pequeña mancha picada por la podredumbre. No podía dejar de preguntarme por qué, pero creía haber sentido esta sensación antes, en alguna parte. No pude evitar pensar que quizás fuera una especie de predicción de que se avecinaba un mal día. Porque sabía que algo iba a salir mal, sabía que las cosas iban a torcerse y que la podredumbre iba a envolver el rojo brillante con que había empezado toda esta celebración.

«Tengo un mal presentimiento...»

—¡Tú, muchacha! ¿Por qué no propones un brindis? —El bullicio se silenció ante las fuertes palabras de Et'Reum—. ¡Brindemos por la gracia de la vida: la muerte!


«Los malos momentos son buenos para los fuertes. Marcan quién se queda arriba y quién debe quedarse abajo».

9. Seis

N

o es el momento. ¿Unirme a ellos para llevar a cabo la eliminatoria? ¿Y qué gano con ello, además de un par de anillos más brillando en los dedos? No los necesito al principio del concurso, porque al fin y al cabo, es el último quien se quedará con todos sin importar que solamente se haya merecido uno. Tampoco quiero favoritismos en el público; todavía no. Tengo mucho para mostrar, pero sería una imprudencia utilizarlo con el cebo después de todas las pirañas que hay en este río.

Ellos también lo saben. Mi simple negativa de: «No quiero empapar todo esto y estropearos la fiesta» fue aceptada, pero no mirada con buenos ojos. A ellos también les afecta la misma consecuencia, pero saben que alguien tiene que empezar a mostrar sus cartas en algún momento. Algunos solo piensan en lucirse. Y a otros no les queda nada que perder porque su fama ha llegado demasiado lejos.

Pero yo... Yo me he encargado de jugar bien mis cartas todos estos años. No ha sido más que una inversión: muchos saben acerca de mi potencia, pero realmente pocos la conocen de primera mano. Sí... un tal Sony Fawkes. Simplemente tienes que dejar la mecha encendida y esperar que los rumores hagan el resto.

Tan fácil de manejar...

La gente simple hace simples a las ciudades. Al final no somos tan diferentes de esos humanos a quienes despreciamos. El resultado es más que satisfactorio: todos saben que puedo matarles pero no tienen ni idea de cómo. Y contra algo que no conoces, poca defensa puedes levantar. Por eso se mantienen a raya. Por eso me han propuesto ser cazador en vez de presa.

Sonrío interiormente, en medio de toda esta asfixiante oscuridad a la que llaman interior.

Al menos sé cómo medirme con ellos. Que me hayan invitado a formar parte de su grupo significa que no me consideran un cebo y que mi lugar no está en las eliminatorias. Eso me mantendrá protegido, al menos al principio...

Mi plan no es dar el primer golpe, sino dar el último.

Miré de reojo al grupo de célebres competidores, que estaban ideando alguna especie de plan en voz baja para que la masa que les rodeaba no lo escuchara. Despistadamente el anillo rodaba sobre mi dedo pulgar, como si aquel simple gesto pudiera distraerme de toda la multitud irritante y escandalosa. Me molestaban de sobremanera. Cada aplauso, cada exclamación, cada mínimo susurro. Echaba de menos el rumor de la lluvia contra el suelo; aquel sonido era el mejor silencio que podía existir en el mundo.

Todo sería soportable si solo se limitaran a hacer ruido, pero la gran proximidad estaba siendo muy bien aprovechada por las mujeres. Desde luego, el roce estaba haciendo de todo menos el cariño. Dylan estaba a la cabeza de ellas y me protegía como un macho celoso, repartiendo bufidos de advertencia a las admiradoras que se acercaban a hacerme regalos y fotos, mientras yo buscaba paciencia donde no la había y buscaba una vía de escape de aquel maldito panal de abejas.

«Yo me niego a ser la miel». Empujé a una reportera violentamente para que me dejara pasar. «Si la regla de no dañar civiles no existiera, aquí estaría corriendo tanta sangre como está corriendo el vino...»

Tomé mi estilizada forma lobuna, en este momento permitida únicamente a los participantes oficiales del Div' Vulk como obsequio por mostrar sus caras. Ayudándome de secos gruñidos para abrirme paso hacia la salida, me vi detenido por una niña parada justo en medio del camino.

—¡Hola, chico de la lluvia!

La cría extendió su bracito para tenderme la mano, pretendiendo saludarme aunque me costara mi forma humana en el proceso. No consideré una demanda lo suficientemente importante para el precio.

—Hazte a un lado —espeté fríamente, negándome a rodearla. Porque Sony nunca se mueve; el resto debe hacerlo por él.

—Me llamo Anouk, ¡y soy la participante número uno! —La niña sonrió abiertamente, con un marcado acento suavizado en las erres—. ¿Has visto? ¡La primera en inscribirme! ¡La primera!

—También puedes ser la primera en morir si no te apartas.

A estas alturas ya habíamos atraído gran parte de las miradas de alrededor, ansiosos por que comenzara el primer duelo. Por mi parte, me limité a analizarla con toda la parsimonia del mundo: representaba a la ciudad rusa de Annelisse y era la competidora más joven del Div' Vulk, con apenas siete años de edad. Cualquiera que pensara que era un crimen permitir la participación de una niña, era porque no la había visto abrir en canal a otro licántropo a dos kilómetros de las murallas, allí donde yo estuve cazando ese oso grotesco y monstruoso. Sí, para aquel entonces los participantes ya habían llegado a nuestros terrenos aunque no hubieran hecho aparición en la ciudad, y me alegré de saber que no era el único que estaba entrenándose por esos parajes. Era una buena oportunidad de observación.

—Anouk no va a morir. Anouk va a ganar este torneo... porque en un torneo de salpicar sangre ella siempre es la mejor —murmuró la niña, esbozando una mueca de preocupación y levantando los puños.

Entrecerré los ojos para mirar a Anouk de arriba abajo y soltar un resoplido de gracia. Realmente sabía poco de ella, salvo que podía entenderse bastante bien con la oscuridad. Quizás no habláramos de un Don, pero tenía algo en específico que teñía esa expresión inocente con otra más siniestra y sádica. Ahí donde la veías, con esas trencitas rubias sobresaliendo de la capucha de esquimal y envuelta en ese abrigo de plumas a pesar del buen tiempo, acunando a esa horripilante muñeca entre sus manos, casi podía parecer hasta una niña normal. Porque desde luego, no era una niña normal.

Me pregunté si era yo el único en darme cuenta y cuántas vidas costaría que el resto llegase a la misma conclusión. Si no la habían admitido en el grupo de «cazadores» significaba que habían infravalorado por completo sus capacidades. Probablemente por culpa de su edad.

—Bah. No me intimidan las palabras. Con palabras no se gana una guerra.

Anouk soltó una risita infantil.

—Entonces las fichas están en sus casas... Solo queda tirar el dado para avanzar. ¡Este será un juego muy divertido! —Alzó su vista hacia la nada—. ¿Te has fijado, pequeño amigo? La mayoría de las fichas de esta partida son de color negro. ¿No es genial? ¡Nosotros también somos una ficha negra! ¡Nos gusta mucho el negro! ¿O nos gusta más el rojo? ¿Cuál nos gusta más?

Algo me decía que no estaba hablando conmigo, ni siquiera con su muñeca. Entonces una presencia pesada se removió en el ambiente, invisible y densa como un puré de patatas aéreo. Sin que nadie pudiera hacer otra cosa más que estremecerse y quedarse inmóvil, una voz ronca y arrastrada como si sufriera al pronunciar cada palabra sonó desde lo más profundo del aire:

El negro me gusta. No es necesario el rojo para poder propagar el negro...

Anouk sonrió cálidamente, en medio de aquella atmósfera gélida que había hecho enmudecer a la gran mayoría de los presentes.

—¡Muy bien! ¡Una ficha negra! Una ficha negra. Anouk es una ficha negra...

La niña se marchó igual que había venido, dejando a los espectadores intentando acompasar su respiración. Eché las orejas hacia atrás, tomando mi forma humana para poder pensar con claridad y dejar de ser el centro de atención de las miradas. No logré dar con Anouk por mucho que lo intentara, ni siquiera el Líder de Annelisse estaba presente en la ceremonia. Sin más posibilidades de indagar sobre el Talento de la pequeña y la voz que la acompañaba, me limité a pagar mi impotencia con un enorme muslo de pato a la naranja.

Apenas quince minutos después, mi hermana volvió sobre mis pasos para lanzarse sobre mis hombros cariñosamente. Capté la presencia del novato, ese tal Silver, parado justo a mis espaldas.

—Dicen por ahí que has vuelto con un piercing donde antes no lo tenías. —Dylan paseó su dedo por mis vaqueros, justo en la entrepierna. Se mesó un tirabuzón negro con una sonrisa de complicidad.

—¿Quién te lo ha dicho? —Aparté su mano con los ojos entrecerrados.

—Cuando viajas con Oliver a tu lado no puedes ocultar demasiadas cosas. Tiene la boca tan grande como su cuerpo, ya lo sabes. —Rio ante mi bufido—. Ahí tiene que ser horrible. Dime, ¿te dolió?

—Terriblemente.

—¿Gritaste? —indagó la chica con los ojos brillantes de morbo. Sería la primera vez que alguien me oía quejarme, pues mi ego me impedía mostrar debilidad.

—Nada —aclaré con serio orgullo.

—¿Pero por qué...?

—Quería hacerme uno en la parte del cuerpo que más doliera. Era una apuesta.

—¿Contra quién?

—Contra mí.

Dejé vagar mis ojos por los alrededores, clavándolos sutilmente en el grupo de competidores reunidos.

—¿Me dejarías verlo? —Los labios de Dylan dibujaron una sonrisa de súplica.

—Por supuesto. ¿Qué tal si me desnudas aquí y ahora?

La chica ignoró mi tono irónico y tiró de las anillas de mi pantalón para decir, con una mezcla de humor y picardía:

—Aquí no, pero si vienes conmigo a ese callejón podemos bajarte los pantalones y probar a ver qué tacto tiene ahora...

—¿Podrías dejar de hacer esos comentarios tan repulsivos? Eres mi hermana. Compórtate como tal.

Me limité a separar sus manos de mis pantalones bruscamente. Dylan soltó gruñido a modo de queja, acariciándose las muñecas con cara de cachorro abandonado.

En algún lugar de la plaza, Et'Reum levantó la voz para hacerse oír entre el bullicio:

—¡Tú, muchacha! ¿Por qué no propones un brindis? ¡Brindemos por la gracia de la vida: la muerte!

Todas las miradas se dirigieron hacia ese lugar. Una quinceañera escuálida y con un lunar en el labio que parecía una mosca se giró, sonrojada y temblorosa por ostentar semejante honor. Tenía unas ojeras muy pronunciadas y estaba pálida, encorvada como si acabara de superar una grave enfermedad. Cuando cogió una copa y quiso levantarla, Et'Reum la condujo cordialmente hasta el estrado donde Esquivel estaba hablando con Mask.

—Por aquí, por aquí. Para que todos puedan verte.

El participante de Aquinate volvió junto a su grupo, con una sonrisa macabra perfectamente disimulada. Comencé a preguntarme qué clase de estrategia tenían preparada.

—B-Brindemos... por... la mayor gracia de la vida. La muerte... —La muchacha alzó la copa por encima de todas las cabezas, con la cara de desconcierto y nerviosismo más grande que el mundo ha podido ver.

Entonces algo llamó mi atención, brillando molestamente justo en su mano, justo en su dedo. Y no solo yo me había dado cuenta.

—¡Tiene el anillo!

—¡Es una competidora anónima!

La excitación se levantó de golpe, mientras miraba de reojo cómo ese tal Silver palidecía al mismo tiempo.

—¡Es mía! ¡Es mía! ¡Mi presa! —un grito se adelantó junto con un muchacho, saliendo de entre la multitud para lanzarse sobre la chica.

—¡No, no! ¡Este anillo no es mío! —chilló la pobre muchacha, pataleando bajo el nuevo competidor—. ¡Yo no participo! ¡Ayúdenme, quitádmelo de encima!

Los policías inhibidores se limitaron a permitir sus transformaciones a lobo, que rápidamente tomaron para poder mantenerse a raya.

Entrecerré los ojos, ignorando los gritos de emoción del público para fijarme en el grupo de los «cazadores» de nuevo. En ese momento lo comprendí, sonriendo ante tan hábil maniobra.

«Fue Dominique, la legendaria usuaria del Ilusionismo. Ella puso la ilusión del anillo en la mano de la chica y probablemente también transformó su apariencia en una más débil. Entonces esperaron a que ella levantara la copa, ahí, situada donde todos pudieran verla... Y luego probablemente fue Arakim, el chico egipcio. Sí. Él debió modificar los rayos de sol con su Talento para que incidieran sobre el anillo y poder resaltarlo, deslumbrando a la vista de todos».

Un segundo y un tercer competidor anónimo salieron de la multitud vociferando, tomando su forma de lobo a medida que los inhibidores les detectaban y acorralando a la loba esmirriada, que aullaba y lanzaba mordiscos a diestro y siniestro para intentar defenderse. Tres competidores más no se hicieron esperar, picados por la envidia de conseguir el primer anillo y revelando sus identidades.

—¡Dejadme! ¡Soltadme! ¡Yo no participo! ¡Alguien puso mi anillo aquí! ¡¡Es una trampa!!

Para cuando la conmoción se relajó ligeramente, seis participantes nuevos incluyendo a Jolie se repartían mordiscos y gruñidos en medio del estrado, peleándose por la jugosa presa que tan fácilmente podían conseguir.

«Pero qué poco cerebro tienen algunos. En cuanto ven una presa asequible a su nivel, se lanzan a por ella pavoneándose como puros gallos de pelea... destruyendo lo poco que puede protegerles de manera efectiva en este torneo: el anonimato».

Miré de reojo a Jaden, Et'Reum y Denya, que se adelantaron para cortar el paso a todos aquellos que acababan de darse a conocer. «Los verdaderos gallos de pelea son los que saben esperar».

—Calma amigos —Denya habló por primera vez, alzando las manos para concentrar su Don—. No querréis pasar los últimos segundos de vuestra vida sudando... ¿verdad?

Una rama espinosa se abrió paso en el suelo que había debajo de una loba blanca, creciendo repentinamente para empalarla con su afilado extremo. El animal aulló de dolor, callándose cuando la espina salió bruscamente por su espalda y salpicó el suelo de rojo.

El segundo anónimo emprendió la carrera, pero fue inmediatamente atrapado por unas cuantas lianas verdosas que se enrollaron en sus patas traseras y le arrastraron por todo el terreno, logrando levantarlo y dejarlo suspendido en el aire. La multitud estalló de placer, vitoreando y aclamando a aquel revuelto de vegetación que amenazaba con extinguir una vida tras otra. Me recorrió un escalofrío agradable cuando los huesos de la víctima crujieron dentro del ovillo de lianas, por orden directa de la competidora de Taurania. Por supuesto, las tres Líderes de su ciudad aplaudieron orgullosamente como una madre lo haría por su hijo.

El tercer anónimo lloró, incapaz de moverse de su sitio por el puro terror el corría por sus venas.

Sin benevolencia alguna, Kimbra se unió a la masacre alegremente. La competidora proveniente de la ciudad india de Adhara me recordaba a Lara Croft: ligera de ropa y vestida con prendas de cuero y varios cinturones, sacudió sus cabellos rojos y lanzó una abrasadora voluta de fuego que calcinó al lobo hasta reducirlo a un bulto negro y cenizas.

El cuarto anónimo tenía la mitad del tamaño que sus agresores. Logró escapar del cerco de participantes y llegar a internarse en los espectadores, que le abrieron paso hasta toparse con uno que no se apartó por tener su misma expresión de terror. Ese espectador era Silver.

Ambos se miraron a los ojos. La diferencia de edad entre ellos era casi nula.

—Po-por favor... Que alguien me ayude... —El lobo pardo se agazapó a sus pies, temblando violentamente y con el rabo metido entre las patas. Se giró a tiempo para encarar a Kimbra, justo cuando su letal llamarada era detenida por una gruesa barrera de hielo.

Alcé las cejas. «¿El novato le ha protegido?»

Tenía entendido que Silver tenía el Talento del Hielo, pero ayudar a un competidor directamente estaba prohibido según las normas. Entonces sonreí.

«No. Una mosca como él no sería capaz de mover un dedo. De hecho, si Kimbra se acerca un poco más se va a mear en los pantalones». Silver tenía el rostro blanco como una hoja de papel y su cuerpo temblaba violentamente. «Ha debido ser el Talento del anónimo».

Kimbra caminó hacia su presa, frunciendo el ceño.

—Un usuario del Hielo, ¿eh? —rio—. Por si has visto pocas hogueras en tu vida... déjame desvelarte que no eres un buen rival para mí.

La barrera de hielo se repitió, al igual que la ardiente masa de fuego que chocaba contra ella. El ambiente se humedeció con una nube de vapor y el agua encharcó mis suelas, igual que todo terreno que tocaba. En apenas diez segundos de esfuerzo, el fuego venció su resistencia y atravesó la pared de hielo para carbonizar al muchacho.

La gente de alrededor glorificó otra victoria para Adhara, mientras yo me entretenía en observar el rostro traumatizado de Silver. Supongo que al tener su mismo Talento y edad se había sentido demasiado identificado. Se me escapó una risita malvada al ver cómo se apartaba temblorosamente del esqueleto humeante que todavía podía mantenerse en pie.

Jolie gritó una exclamación en francés, probablemente dirigida a su hermana. Dominique se limitó a ignorar su aterrada petición de ayuda diciendo:

—Los malos momentos son buenos para los fuertes. Marcan quién se queda arriba y quién debe quedarse abajo.

La atemorizada francesa buscó ayuda en su Líder, pero Rosseaum no podía —ni parecía querer— mover un pelo por ayudar a su competidora. Entonces Jaden, la participante favorita, se adelantó solemnemente atrayendo toda la atención y alzando las manos para crear un profundo y tenso silencio en la plaza.

En medio del olor a cenizas, a humedad, del aroma oxidado de la sangre y del sudor, Jaden soltó una carcajada propia del peor de los dementes. Inmediatamente el cuerpo de Jolie se distorsionó antes de estallar en mil pedacitos de cristal y seguido de ella, lo hizo el cuerpo del sexto y último anónimo, que había echado a correr hacia el final de la plaza y estaba a punto de salir de allí. Los trocitos se esparcieron lentamente como las bengalas antes de caer al suelo, sin soltar ni un ápice de sangre porque también estaba solidificada en partículas. La arena roja cayó al suelo de golpe imitando el sonido de la lluvia.

El Talento de la Distorsión había dejado sin habla a la multitud, pero no duró demasiado antes de que todos estallaran en aplausos: no quedaba anónimo vivo en el estrado que pudiera presentar batalla.

El megáfono se apresuró:

Número de derrotados hasta ahora: ¡seis! Los perdedores responden a los nombres de: Niro Edlaw, usuario del Agua, ciudad de Altaria, —participante número diecinueve—; Kathia Barliotte, usuaria de Electricidad, ciudad de Perdomo, —participante número veinte—; Dover Scott, usuaria del Fuego, ciudad de Kenewhalle, —participante número veintiuno—; Kane Tomfrey, usuario de la Tierra, ciudad de Avantine, —participante número veintidós—; Jolie Reybaud, usuaria del Ilusionismo, ciudad de Larousse —participante número cinco—; Ahmed Ashaz, usuario del Hielo, ciudad de Aquinate, —participante número veintitrés—. —Hizo una pausa—. Victorias a favor de Denya Tanayee, ciudad de Taurania, —participante número dos—; Kimbra Mareq, ciudad de Adhara, —participante número diez—, y Jaden Aoyama, ciudad de Takara-Chikara, —participante número seis—. ¡Eso es todo!

Los Líderes repasaron en su mente a sus representantes muertos y procedieron a aplaudir con seriedad, imitando al resto de la plaza y sumándose al clamor que recorrió el aire como una oleada de megavatios. Acompañados de las aclamaciones vinieron algunos lamentos angustiosos. Una mujer vestida con una túnica se arrastró hacia los pies de Silver, donde se encontraban los restos calcinados del participante de Aquinate.

—¡No! ¡No! —sollozó a voz en grito—. ¡No puede ser! ¡¿Qué se supone que estás haciendo aquí?! ¡Me prometiste que no te inscribirías, que solo habías venido a mirar!

La plaza se silenció por simple respeto a los familiares de las víctimas, aunque estaban acostumbrados a estas escenas después de cada muerte del Div' Vulk y nadie derramó ni una lágrima. La mujer abrazó los huesos negros de su hijo aunque pudieran quemarse sus finas ropas de lino.

—Mi Ahmed... mi pequeño... Solo era un niño... ¡Solo era un niño, bastardos! —Lanzó una mirada asesina a Mask, sentado junto a Esquivel en el estrado—. ¡¿Por qué permitiste que un niño se apuntara?! ¡Animal insensible!

Mask dio la vuelta a los ojos, desviando la vista como si la cosa no fuera con él. Le siguió una ristra de maldiciones e insultos en su idioma.

—Vamos señora, cálmese —replicó Et'Reum con sorna—. Ninguno de estos debiluchos habría logrado ganar el Div' Vulk ni aunque les metieran siete milagros por el culo.

La mujer sacó una navaja de los pliegues de su ropa y se abalanzó sobre el competidor con los ojos desorbitados de rabia. El hombre se limitó a sujetar sus muñecas para detenerla; sabía que no podía dañar a ningún civil mientras participaba. Los inhibidores se acercaron para reducirla mansamente.

La mayoría de la multitud intentaba salir de la plaza ordenadamente. Otros se quedaron a ver las secuelas movidos por el morbo.

—¡Simone! —gritó una chica con el pelo teñido de verde, mientras empujaba a los espectadores con violencia para abrirse paso hacia otro muchacho con el mismo color de pelo que ella, que estaba parado junto a la mujer y miraba a Et'Reum con odio. Llegó hasta él y se agarró a los pliegues de su camiseta—. Por favor... Dime... dime que no te llegaste a inscribir.

El tal Simone tragó saliva, con la tez de color cadavérico y esos ojos claros invadidos por el miedo. Kimbra y Jaden prestaron atención, mirándoles fríamente y preparadas para actuar según su respuesta.

—¡Dímelo!

—No... —Simone encontró finalmente las palabras para hablar—. No lo hice, Anya. Tranquila, Gala habló conmigo.

—Oh, dios mío, gracias... gracias, gracias... —Anya cogió la mano sin anillos que su hermano le mostraba, besando su palma efusivamente y abrazándole con fuerza. En el lado opuesto de la plaza, Galarie sonrió satisfecha y los competidores bufaron con decepción.

Algunos espectadores seguían celebrando la masacre con silbidos, fotografiando los cadáveres y robando los objetos que les gustaban. La policía los ahuyentó en su forma de lobo.

—Bueno. Fueron unas estupendas eliminatorias... —comentó Jaden—. Aunque sospecho que todavía no hemos acabado con toda la suciedad del torneo.

Y miró de reojo a la multitud, buscando otras posibles víctimas que no hubieran caído en la trampa del anillo. Kimbra se rio a su lado y se burló de un anónimo cercano que había muerto con expresión de susto.

En el estrado, Esquivel chasqueó la lengua y se inclinó hacia Mask para murmurar:

—No ha sido exactamente como esperaba...

—¿Te ha disgustado el espectáculo? —El moderador dirigió su vista hacia él.

—No del todo... pero también han herido a un espectador que no tenía culpa de nada. —Esquivel señaló a la escuálida loba que había servido de señuelo para la matanza. La ilusión del anillo y de su apariencia enfermiza había desaparecido, pero ahora su piel estaba surcada por multitud de arañazos y mordiscos que escupían hilos de sangre. Alguien la acompañó al hospital—. ¿Cómo debería actuar un buen Líder ahora?

—No podrías actuar ni aunque lo quisieras. No queda nadie a quien encarcelar, porque todos los que la han atacado físicamente están muertos...

Mask fue interrumpido por el grito de júbilo de Kimbra.

—¡Ahora, y ante todos estos testigos... reclamamos lo que es nuestro! —La pelirroja se paseó por los cadáveres, arrancando los anillos de sus dedos fríos o desenterrándolos de entre las cenizas. Los repartió equitativamente entre los ganadores que habían participado directa o indirectamente, que alzaron las manos para mostrar sus trofeos ante un nuevo clamor lleno de calidez. Unos hombretones vestidos de uniforme salieron de entre los espectadores para recoger los restos de los caídos y arrastrarlos fuera de la plaza, donde serían incinerados y enviados a sus lugares de procedencia.

—Sony... —Una voz coqueta a mi lado me hizo apretar los dientes—. ¿Por qué no has participado en esta estupenda batalla? Te habrías visto tan hermoso cubierto de sangre y anillos ajenos...

Dylan me rodeó con sus brazos, permitiéndome escuchar los latidos de su corazón acelerado.

—Deja de restregarte... ¿Qué eres, una gata en celo?

—Celosa estoy de esas arpías que te soban igual que los viejos verdes. Eres mi hermano y mi amigo. Si tú me tratas como si no fuera nadie acabaré por no serlo de verdad...

—Dylan... —Descrucé sus brazos con toda la delicadeza que pude—. Eres mi familia, y eso es suficiente para saber que eres importante para mí.

Sonreí levemente ante tan melosas palabras; casi me daban ganas de vomitar. Si quería que siguiera siéndome de utilidad tenía que mantenerla lo menos disgustada posible. Por suerte, la respuesta logró dejarla lo suficientemente desconcertada como para librarme de ella, así que eché a andar entre los espectadores buscando a la presa que había elegido para mi baile de la muerte.

Le encontré fumándose un cigarro a la sombra de un árbol, todavía pálido por la conmoción, pero lo suficientemente serio como para no considerarse débil de conciencia.

—Roux. ¿Puedo hablar contigo un momento?

El chico de ojos rasgados alzó una ceja, mirándome de arriba abajo.

—Pensaba que alguien como tú no trataría con personas de sangre impura.

—A mí no me preocupa mi sangre, mientras no se vierta demasiada.

Roux solo sonrió.

—Bueno. Entonces, dime.

—A solas —aclaré.

El joven chino miró a ambos lados cautelosamente y retrocedió para acompañarme a un callejón algo apartado, vigilando todos mis movimientos con desconfianza.

—Seré directo. Creo que mis tormentas y tu Talento del Ácido podrían llevarse bastante bien. ¿Hay alguna posibilidad de que prometan no tocarse entre ellos y trabajar unidos contra el resto de Talentos?

—¿Estás proponiéndome una alianza? —Roux alzó las cejas.

—Ah... ¿Eso estoy haciendo? —Miré a mi alrededor en actitud distraída—. Escucha. He oído bastantes cosas en Takara sobre ese ácido tuyo... Y ninguna desagradable para mi gusto. Un buen arma, tanto para defenderse como para atacar. Dolorosa, imparable y difícilmente eliminable una vez vertida sobre la piel. No sé, es un premio jugoso que me gustaría tener a mi lado en vez de en mi contra. ¿Acaso es necesario que hable más?

—No. Es suficiente —afirmó Roux con una sonrisa satisfecha.

«¿Te gusta lo que oyes? ¿Te he complacido? Eso. Curva tus labios como un niño con una medalla. Adelante. Ríete un poco y ponte colorado. Puedes hacer cuanto quieras con tal de darme el sí que necesito».

—Bueno, Fawkes, yo también me sentiría honrado de trabajar junto a alguien tan célebre. Los rayos de tus tormentas también han llegado a sonar en mi ciudad... En cada rumor, en cada habladuría de la gente.

«Ya, ya... Mejor baja el telón de este teatro. Cierra el puto hocico y trágate tus halagos; eres tú el que está cayendo en mi bote, no al revés. Simplemente dilo. Es lo único que me importa».

—Así que, bueno, sí. Acepto la alianza.

Alzó su mano y yo hice lo mismo para estrecharla, sonriendo con satisfacción. Cuando nos separamos, cada uno tenía una sonrisa en sus labios, cada uno por su propio motivo.

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