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10. La opinión de una sola persona


Ahhhhh... Hoy hace una mañana estupenda. Ni el sol pega muy fuerte, ni el viento muerde agresivo, los pájaros cantan, la lluvia se ha detenido, el aroma a hierba mojada lo inunda todo... Es un día ideal para comenzar a verter sangre.

Casi se me escapa un ronroneo.

¿Qué hora serían, las doce y media? Puede que la una, no me ha podido dar tiempo a llegar en tan solo cinco minutos. Es un poco tarde para empezar una cacería, pero bueno, lo entiendo. Todo el mundo parece demasiado ocupado en construir todos esos andamios en el cielo y... termas. Por favor, ¿en una ciudad española? ¿Dónde se ha visto eso? Quiero decir... sí, se ha visto en lugares griegos, romanos, asiáticos...

Pero ¿qué utilidad tiene una terma? Esas instalaciones deben construirlas los mismos que construyen submarinos de azúcar; porque es número uno en el ranking de servicios inútiles. Si quieres bañarte, lo haces en tu casa para no compartir aguas con el resto de viejos verdes de tu barrio, y si quieres nadar ya tienes las piscinas, que son bastante más limpias...

No entiendo a qué vienen todos estos cambios en la ciudad últimamente. Parece como si se estuvieran preparando para algo, pero aquí ningún alto cargo suelta prenda.

Pss...

¡Ah! Parece que ya llegaron todos. Uhm... Quince, dieciséis, diecisiete... No somos tantos como otras veces; supongo que estos días la gente tiene mejores cosas que hacer que ir a cazar arpías. Veamos... Joana, Ander, Martina, Oliver el Astuto, Gala...

Parece que una vez más, nadie nuevo se unirá a la fiesta. Al fin y al cabo siempre somos los mismos los que...

¿Uh? ¿Quién es ese chico de ahí?

No tardé en acercarme a Gala y al muchacho que la acompañaba a paso lento, descuidando que mi pulcra capa de terciopelo pudiera ensuciarse al arrastrarla por la tierra.

—¿Te quedarás a esparcir un par de plumas, Galarie? ¿O también piensas gastar tu energía en esos esqueletos que están construyendo en el cielo? He oído que tu hermana está tendiendo una mano por allí...

Analicé a ambos con la mirada, sin perder la sonrisa que tenía establecida bajo el bigote retorcido. La francesa tardó cierto tiempo en reconocerme, aunque no la culpaba; esta era una de las nuevas facetas que había diseñado. Finalmente sonrió.

—Lo cierto es que esta vez os dejaré solos. Sé que las arpías no me echarán de menos, pero me alegro de que aquí haya gente que sí lo haga.

—¡Por supuesto! La apuesta no será tan divertida si solo yo añado muertes a mi marcador. Además, no será tan inspirador cazar sin el olor a pollo asado con el que nos honras.

—Procurad dejar algún pajarraco que pueda chamuscar la próxima vez. Así se os acaba el problema... —rió la mujer.

—No te preocupes por eso. Esas alimañas se reproducen como conejos.

El chico pareció querer mimetizarse con el entorno, al menos hasta que posé mis ojos sobre él. Desde la altura de mi vista resultaba todavía más pequeño de como se sentía en ese momento.

—¿Y quién es tu nuevo amigo? Cuando bromearon con que adoptaras no pensé que te lo tomases tan a pecho... Ni que elegirías a alguien tan crecido —me burlé, mirándola de reojo.

—Lo cierto es que fue adopción forzada. —Gala dio la vuelta a los ojos—. Esquivel andaba buscando a alguien de fuego, y mi hermana le fue tirando miguitas de pan hasta llegar a mi elección. ¿Y quién soy yo para negarme a la cabeza desordenada de nuestro Líder? Además, Silver es el chico que desapareció del mapa durante doce años. Creo que así insinuaron que encima debía ser un honor enseñarle.

—¡Oh! ¿Ya dieron con él? —Retiré mi guante blanco dejando ver unas uñas largas y negras como las astas de un perchero, quitándome el sombrero de copa al tiempo que estrechaba su mano suavemente y clavaba mis ojos ambarinos sobre los dorados del chico. Él se quedó ensimismado, cautivado por mi mirada y acallado por el respeto que infundía mi presencia—. Enhorabuena Silver, fuiste el reto más difícil para los amantes de buscar a Wally.

—Uhm... ¿Gracias?

—¡Vamos, ZigZag! ¡Deja de asustar al chico! —reprochó Gala, alargando la mano hacia mi rostro y arañándolo con sus uñas pintadas de rojo. Mi apariencia se desvaneció como el polvo siguiendo la dirección de su mano, y en lugar del solemne señor vestido de traje me presenté como un niño de doce años al que ambos acompañantes superaban o doblaban en altura.

—¿Por qué todos los mayores os empeñáis en cortar el juego cuando más efecto hace? —reproché.

Coloqué mejor mi nuevo sombrero, bajo, de ala corta y cuadros negros, que escondía una cresta rebelde y una mente desbordantemente astuta. Vestía una camisa verde cubierta por un chaleco con capucha, y mis manos estaban enterradas en los bolsillos de unos vaqueros holgados. Había oído todo tipo de descripciones para mi estilo, pero todas ellas incluían la palabra artista.

La mente de Silver quedó completamente descolocada, así que Gala se apresuró a explicarle lo ocurrido antes que la inquietud pusiera su semilla en él.

—ZigZag es uno de los mejores usuarios del Ilusionismo que tenemos que La Ciudad Que Nunca Duerme. A pesar de que sea solo un niño ya se habla de puro talento natural corriendo por sus venas... aunque él únicamente emplea sus capacidades en gastar bromas a otros, haciendo creer a sus ojos lo que en realidad no existe. Ya ves... es un ejemplo de persona de gran utilidad para la ciudad... —farfulló con sarcasmo.

—¿ZigZag?

—¡Así me llaman, hermano impuro! Vince es mi nombre y larga es mi historia, pero en estos momentos no puedo pararme a contar: estoy aquí para cazar un par de arpías, o quizá una docena, y Garra ya está fustigando al equipo. —Señalé con el pulgar a una mujer algo más mayor que Galarie, envuelta en ropa apretada y gritos que demandaban la preparación de todos los presentes para partir. El carácter de la líder del Escuadrón de Cacerías era tan inflamable como un bidón de gasolina, y ese bidón bailaba entre las ascuas en cuanto alguien la hacía esperar.

—Silver también está aquí para eso —informó Gala—. Yo he decidido echar una mano a mi hermana con esos esqueletos que están construyendo en el cielo, pero creo que el chico aprenderá más yendo a cazar a un par de vecinos que transportando piedras.

—Yo no estoy tan seguro de eso —se quejó Silver—. No se me ha perdido nada en los bosques de las arpías. No tengo ganas de ver una, ni siquiera de olerla después de la descripción que me has dado. Ya te dije hace un par de semanas que a mí me basta y me sobra con perseguir conejos, y ya crucé la línea pasando a cazar esas enormes manadas de venados tras las que me llevaste.

—Las arpías te gustarán más. —Esta vez fui yo el que habló, con mi habitual tono alegre e infantil—. ¡Son más interesantes y más ruidosas!

—Esto es bueno para ti, Silv. Matar a otros Aleaciones es el siguiente paso hacia el prestigio.

—No entiendo qué le veis de bueno al sistema de prestigio. Lo único que hace es introducir peligros a tu vida...

—¡Y así la hace más interesante! —reí. Silver se quedó atónito. Parecía incapaz de comprender que un niño como yo tuviera tal afición a la sangre, al peligro y a la muerte—. Abre tu mente. Estás en una sociedad de bravos e intrépidos. Las reglas son más suaves y la vida más acelerada. No nos asusta morir ni que alguien nos pueda hacer daño; la existencia no es más que una simple época pasajera.

Garra gritaba en el fondo, y Galarie se apresuró a despedirse.

—¡Au revoir, pequeño saltamontes! Te dejo en buenas manos. Disfruta de la adrenalina del viaje.

La mujer tomó su formidable forma de loba pelirroja y emprendió el galope hacia el centro de la ciudad. Me tomé unos cuantos segundos para observar una vez más las estructuras que estaban empezando a construirse en el aire; me recordaban a las gigantescas atalayas del puerto de Astilleros.

Carraspeé. Silver parecía ligeramente cohibido. No importaba, yo tenía un Talento especial para ganarme la confianza de la gente. Tiré del brazo del chico para dirigirnos hacia Garra, que hacía recuento de los presentes alzando el dedo índice. Dio la orden de partir desapareciendo ella en primer lugar, mientras los cazadores más jóvenes se despedían de sus familiares y los más fuertes como Oliver el Astuto cargaban con los bártulos y las tiendas de campaña. Aunque en las cacerías en grupo todos colaborábamos, agradecía que hubiera otros que se encargaran de llevar las provisiones. Silver se quedó mirando las tiendas enrolladas, preguntándose cuanto tiempo se suponía que iba a durar aquello.

Los árboles taparon las vistas a la ciudad, y pronto nos vimos sumidos en la inmensidad esmeralda del bosque. Tuvimos que caminar a pie humano durante casi media hora hasta que logramos vislumbrar la gran muralla que delimitaba La Ciudad Que Nunca Duerme. Podíamos decir que prácticamente fue un camino de rosas. Un camino relajado, de grandes espacios entre los cazadores y donde el terreno era limpio, llano y armonioso. En comparación con las odiseas que había allá afuera, el bosque que rodeaba el interior de la ciudad era una arboleda de cuento. No vimos individuo más amenazante que un ciervo grande y saltarín a unos cuantos metros, y la iluminación que se filtraba entre los árboles era suficiente para hacernos confirmar que era de día, algo que no se podía decir de otros bosques.

—Bueno, hermano, ¿cuál es la especialidad de la casa? —pregunté jovialmente al chico que iba a mi lado. Había ido casi todo el camino en silencio, observándolo todo con sus atentos ojos de lechuza.

—¿Qué?

—Que qué Talento manejas —aclaré dibujando una sonrisa.

—El Hielo. Congelo objetos.

—¿Solamente? Conozco a unos cuantos Usuarios del Hielo. Pasan de los treinta años, claro, pero son verdaderos artistas dentro de su propio terreno. —Miré al frente, sonriendo—. No solo congelan objetos.

—¿A qué te refieres? —preguntó, demostrando interés.

—Me refiero... a esculturas a partir de la nada, me refiero a grandes nevadas, ventiscas y nubes de granizo. Hay un amplio campo de exploración, hermano.

El silencio contrajo a Silver.

—Tienes un buen acento. ¿De dónde eres? —me preguntó.

—Americano. Nací en Massachusetts, así que me tocó vivir en Avantine, donde pasé varios años de mi vida. No era una mala ciudad... pero no me gustaba el plato que me servían, así que decidí marcharme a buscar otros manjares que probar. Finalmente acabé por establecerme aquí.

Decidió no preguntar por el tipo de plato del que hablaba.

—Yo soy de...

—Sí. Lo sé. Inglaterra. Todo el mundo te conoce. Eops se estremeció por completo cuando desapareciste.

El chico resopló.

—Yo no tuve la culpa de...

—Ya. A ti no te culpa nadie, pero sigue habiendo un pequeño sentimiento de recelo. Además se rumorea que desafiaste a Rovira nada más conocerlo —solté una carcajada aniñada.

—No me gusta la gente que defiende sus principios y luego los rompe.

—Ah... Así que tú también tienes principios...

—Todo el mundo los tiene, lo que ocurre es que a veces no los respetan.

—Los respetan... pero solo al principio. Quizás por eso se llamen así —reí de nuevo, provocando la sonrisa del chico.

Garra ralentizó la marcha del grupo entreteniéndose a hablar con un hombre orondo y risueño que custodiaba la puerta de la muralla, así que tuvimos que bordearla y seguir sin ella a pesar de sus protestas.

Ya estábamos fuera, habíamos cruzado el límite. El límite que separaba a los que duermen con los ojos cerrados de los que tienen que dormir con un ojo abierto. Habíamos dejado atrás la protección. Nadie dijo nada, pero todo el mundo lo sabía. Flotaba un ambiente extraño de silencio e inseguridad mezclado con los deseos de acción de algunos de los cazadores. Hubo algunos que comenzaron a dirigir sus miradas a su alrededor; Silver también lo notó, aunque pareció relajarse un poco al advertir mi expresión calmada. El paisaje se había limpiado de árboles, dejando las praderas desnudas pero cubiertas de frágiles hierbajos ocres que se deshacían bajo los pies. La magnificencia del cielo invadido por las nubes te hacía sentir pequeño, insignificante, aunque no nos preocupaban las nubes sino las criaturas aladas que pudieran cruzar por ellas en cualquier momento. El horizonte parecía infinito, tostado por el sol con vaguería y despejado de cualquier mancha en el cielo o en el terreno.

—¿No hay carreteras? —preguntó.

—Innecesarias. Viajar a otras ciudades solo cuesta sesenta euros por medio de un Usuario de Teletransporte, y fuera de ellas el terreno pertenece a la naturaleza. Además, en La Ciudad Que Nunca Duerme solo se permiten automóviles en las Carreteras Suspendidas, en las calles bajas únicamente se puede ir a pie. No encontrarás aire más limpio que en Eops; apenas existe la polución.

Garra llegó hasta nosotros. Se apartó un mechón de pelo negro de la cara con un movimiento de cabeza y sonrió enérgicamente.

—Se han avistado arpías a varios kilómetros al suroeste. Algunas vuelan en círculos y otras se quedan en tierra, pero la mayoría se siguen desplazando en dirección contraria. Si queremos derribar a esas gallinas voladoras antes de primavera vamos a tener que apretar el paso.

Silver puso cara de susto ante sus palabras, por lo que me apresuré a aclararle que solo era una exageración.

—Pero Gala no me ha dicho cuando volveremos. ¿Cuánto se supone que dura esto?

—¿Cuánto dirías tú?

—Yo no diría nada. Pero ya que me preguntas... No sé. ¿Unas horas?

Fui a contestar pero el hombre que había a mi lado se unió a la conversación.

—¿Unas horas? Já. Unas horas no te dan ni para oler sus excrementos.

Silver lo miró de reojo, aunque yo no me sorprendí porque Ander volviera a meterse en una conversación ajena. Era algo propio de él, y había que decir que muy mala costumbre.

—¿Más?

—Días —aclaró el hombretón de barba pelirroja— ¿Por qué te crees que llevamos tiendas de campaña? Tú sabes correr muy bien, pero ellas saben volar. El problema viene cuando lo hacemos a la vez y en la misma dirección.

—¿Cuánto necesita alejarse un bicho de esos? —resopló Silver.

—Si son listas, mucho —repliqué—. No somos buenos compañeros de territorio, aunque algunas veces deciden acercarse a saludar y de paso, merendarse a algún vigilante. Pero de esas se encargan los soldados de las fronteras.

—Como Gala —señalé, para que fuera relacionando conceptos.

—Eh, los del fondo. —Garra alzó la voz para llamar nuestra atención—. Dejad la palabrería para otro momento. Es hora de perder peso.

La líder tomó su forma lobuna: un animal pardo, gigantesco y esbelto, cuyo costado estaba cruzado por una cicatriz carente de pelaje. Se desató una oleada de transformaciones en el grupo, a lo que Garra respondió mostrándonos sus cuartos traseros y emprendiendo la carrera. Alguno dejó escapar un aullido, y la jauría entera se movilizó sobre el terreno como una estampida de toros furiosos recién liberados. El polvo se levantó hasta cegar nuestros ojos por un momento, y los licántropos más fuertes y vivaces acoplaron su paso al del grupo para no adelantarse. El rumor de la carrera se aminoró hasta alcanzar el silencio, y algunos cazadores dejaron caer sus lenguas por el lateral de la boca para acomodarse a un ritmo monótono que iban a tener que mantener durante largo rato.

Silver pareció disfrutar del trayecto. Era su primera cacería en grupo, y tenía energía de sobra para alimentar sus patas sin cansarse lo más mínimo.

O así fue durante la primera hora y media. Tras noventa minutos de ejercicio continuado y millas recorridas, el cansancio comenzó a hacer estragos en los animales más viejos y en los más gordos. Garra se vio obligada a pasar al trote, frenando al grupo y dándoles un respiro mientras ordenaba al miembro rastreador averiguar la distancia a la que se encontraban las arpías. Silver observó detenidamente como el muchacho usaba su Talento para reunir a un par de aves sobre su cabeza, concentrado en transmitirlas el mensaje antes de que salieran volando hacia su destino.

Luego la líder decidió desviarse para buscar un arrollo, pues el terreno nos había College en un pequeño monte formado por árboles que habían crecido demasiado juntos. No fue difícil de encontrar para diecisiete narices husmeadoras. Mientras la jauría acaparaba la sección más profunda del río con sus hocicos, yo me mantuve al margen para presentarle los cazadores a Silver desde la distancia.

—¿Y quién es ese que se ha metido antes en nuestra conversación?

—Se llama Ander. Es impuro también, del País Vasco. No es más que un bruto con el Talento de la Tierra, aunque siempre puedes encontrar en él un buen compañero de apoyo.

—¿Y la que bebe a su lado?

—Martina y Joana, de izquierda a derecha —señalé—. Son hermanas, no hablan mucho y tienen un pésimo sentido del humor, pero son unas cazadoras increíbles.

Sendas lobas parecieron pelearse por el mejor sitio.

—Y ese es Oliver —replicó Silv, señalando a un lobo robusto y colosal que parecía vaciar el caudal del arrollo tras cada lametón.

—El Astuto; deduzco que ya lo conoces. No se pierde ni una cacería, es como si fueran porciones de energía para recargar su ánimo. Ya podían recargar también su cerebro: se cuenta que una vez estuvo horas y horas arremetiendo contra una montaña porque le había caído una piedrecita en la cabeza proveniente de su cumbre. —Solté una carcajada—. La montaña no se quejó, claro, pero ambos acabaron con graves heridas en sus cuerpos. Él casi se abre la cabeza, pero consiguió derrumbarla por completo antes de desplomarse.

Silv abrió los ojos como platos. No supe si se sorprendía por las dimensiones de su fuerza o por las de su cerebro.

—Al que está junto a Oliver le llaman Alabastro. —Ambos tendimos nuestras miradas hacia un lobo recatado y de pelaje níveo—. Tiene el asombroso Talento de deshacer la materia viva como si de un ácido se tratara, y sin embargo el pobre tiene fobia a la sangre. Suena irónico, pero lleva muchos años sin poder utilizar su Talento nada más que en las plantas, pues no soporta el hecho de disolver un cuerpo y convertirlo en una masa difusa de vísceras y pieles.

Silver puso una mueca.

—Le compadezco, es un Talento horrible.

—Horriblemente útil, querrás decir. Si pudiera usarlo con normalidad nadie sería capaz de levantar un dedo en su contra. Pero las cosas son como son, y así se ganó su muy merecido apodo. Sus cazas son limpias y finas como los dedos de una dama, y lleva más de una década sin teñir de rojo su pelaje. Y eso es algo muy honrado en una sociedad como la nuestra...

Alabastro se dio cuenta de que lo mirábamos y frunció el ceño. Se levantó para internarse en la jauría, anteponiendo el cuerpo de Oliver a nuestra vista. No era difícil adivinar que también era tímido.

—Ugh... ¿Y quién es...? —Silver señaló disimuladamente a un can pequeño, que se había abstenido de beber durante el tiempo que llevábamos esperando a que aparecieran los pájaros del rastreador. Su tamaño indicaba que no era más que un niño, quizás unos años más mayor que ZigZag, y su pelaje azabache despertaba reflejos azules casi antinaturales. Su mirada era fría, oscura y calculadora, y no existía espacio en el terreno que hubiera dejado sin observar. Se entretenía en mordisquear un colgante esmeralda entre sus dientes.

—Shawn —respondí sin interés.

Silver alzó ambas cejas, recobrando su curiosidad por completo al recordar quién había mencionado su nombre anteriormente.

—¿El famoso jugador de Yaani?

—Así es. Su inteligencia supera por mucho a la de todos los que estamos aquí, pero su temperamento es de lo más detestable y antisocial. —Di la vuelta a los ojos—. Todo aquel que no aprecie mis bromas no se merece mi aprobación.

—¿Tu aprobación es necesaria?

—Sí, si quieres llevar una existencia agradable. —La sonrisa de Silver se borró cuando reí con maldad. Desvié la vista con brusquedad, no pensaba dar el lujo a Shawn de hacerle creer que me interesaba mínimamente. En cambio, Silver sí que pareció querer indagar en la barrera de inexpresión del niño, aunque Shawn le obligó a girarse hacia mí de nuevo usando una sola mirada de las suyas.

—¿Es impuro también? —quiso saber.

—Sí. O quizás no. No sabría decirte, aunque no vive con ningún clan en particular ni lleva un apellido famoso. De todas formas, se comporta como un licántropo puro. No le gusta hablar con la gente normal y corriente, insiste en que sus conversaciones le aburren. ¡Pues bien! Que se vaya a hablar con las piedras, seguro que sus charlas son más interesantes.

Garra se levantó y voceó un par de veces para atraer la atención de los cazadores. No era necesario montar tal alboroto para que la oyéramos, pero se veía a la legua que a la líder le encantaba demostrar su poderío a los tímpanos de sus seguidores.

—Pararemos aquí a comer. Necesito unos cuantos que vengan a por la comida; el resto podéis ir preparando el equipo.

Oliver el Astuto se levantó rápidamente, seguido de un chico musculoso que había olvidado presentar a Silver. La robusta Tambourine también se colocó junto a Garra, haciendo resonar los cascabeles de sus orejas con su movimiento, y su hermano hizo lo mismo atrayendo la mirada curiosa de Silv. Otros dos críos más se unieron a la partida de caza, ambos enérgicos y con ansias de fama. Garra no esperó más y emprendió el galope hacia la espesura, dejando a la decena de miembros que quedaban ocupados en buscar leña y encender un fuego para asar la carne.

Ander nos sorprendió por la espalda cuando nos acercamos al río a recoger agua.

—¡Hombre, muchachos! ¿Alguno quiere apostar sobre cuántos bichos de esos puedo derribar? —Sus manazas cayeron sobre nuestros hombros con fuerza.

—Nadie quiere ganar dinero tan fácilmente. Todos diríamos que vas a ser el primero al que derriben ellas —farfullé, liberándome del contacto con un movimiento giratorio.

—No crees ideas falsas en la cabeza de nuestro nuevo amigo... —se quejó, removiendo el pelo de Silver con los dedos—. Soy capaz de matar a cuatro gallinas de esas de un simple salto en el aire. Realmente creo que deberíais comenzar a llamarme el Terror de las Arpías.

Introduje mi sombrero en el río y con un movimiento rápido lancé el agua recogida hacia sus ojos. El líquido tomó la forma de una sombra alada y vociferante en pleno aire, desvaneciéndose la ilusión al chocar contra el rostro de Ander. Bastó esos segundos para que el hombretón cayera de culo pateando el aire, causando la risa de casi todos los presentes incluido Silver.

—El Terror de las Arpías... Suena bien —me burlé—. Quizás le pongamos ese apodo a tu trasero; parece la única manera de que logres aplastar alguna...

Ander se frotó los ojos para sacudirse el agua y me fulminó con la mirada, levantándose elegantemente para intentar recuperar su dignidad.

—Eres tú el que debería tener cuidado con ellas, mocoso. Como consigan echarle la zarpa a tu camiseta saldrás volando de allí como si fueran a tender la ropa.

—Ojalá ocurra. Desde el cielo tendré unas magníficas vistas de cómo das bocados al aire. —Solté una carcajada.

—Hablas demasiado...

—Y tú piensas muy poco.

Me giré para finalizar la discusión, llenando el recipiente que tenía en la mano. Ander bufó, pero decidió no seguir mi juego. Sabía que en los duelos de lenguaje no podía ganarme.

Habrían pasado fácilmente cuarenta minutos. El fuego estaba listo, al igual que la bebida y las mantas a su alrededor sobre las que sentarse. Garra volvió igual que se había ido: gritando órdenes. Las seis personas que la habían acompañado arrastraban detrás de sí una gran variedad de pequeños animales, destacando el cuerpo imponente de un puma moteado. No tardamos demasiado en desollarlos y limpiarlos, pues éramos un grupo numeroso, y en poco más de cuarto de hora estábamos todos sentados a un par de metros de la hoguera donde se cocinaba la carne.

—Garra. —Tambourine levantó la cabeza para mirar a la líder, que permanecía algo alejada intercambiando un par de palabras con el rastreador—. ¿Cuánto tiempo tenemos?

—De momento tenéis una hora para comer, aunque dependerá de cuando vuelvan a alzar el vuelo. A lo mejor nos toca adelantarnos.

El fuego chisporroteó furiosamente. El olor a carne asada hizo que una baba goteara lentamente desde la boca de Oliver hasta el suelo, el cual estaba tumbado boca arriba en su forma canina. Ander le dio un codazo en el costado para hacerse sitio en la manta; el grandullón ocupaba casi todo el espacio. El viento se había parado por completo. Era una buena señal, aunque el cielo estaba demasiado despejado. Solo se percibía el sonido de las conversaciones y de las risas.

Entonces rebusqué en una de las bolsas que había traído y estampé un tablero de Yaani contra el suelo que había frente a Shawn.

—Tú. Yo. Ahora —espeté bajo la atenta mirada de los presentes. El cachorro ojeó el juego y me dedicó la mayor mirada de indiferencia que había visto en mi vida.

—No quiero jugar —murmuró con voz suave pero seria.

—«Si alguna vez rechazas un duelo de Yaani no serás merecedor de ostentar el título de Mejor Jugador, ni siquiera el apodo. El ingenio solo es coincidencia si no se tiene a cualquier hora del día» —recité—. Es una de las reglas del juego, y no puedes negarte teniendo diecisiete testigos. Así que prepara tus fichas.

Me senté de piernas cruzadas frente a él, comenzando a colocar el ejército a mi lado del tablero.

—Conozco mejor las reglas del Yaani que la manera de usar un tenedor; no es necesario que des lecciones de navegación a un capitán. —Alzó la altanera mirada—. Pero he de recordarte que Iben Moegg tiene el record de veintiséis victorias consecutivas, y todavía sigue vivo. Lo saben los pájaros. Como yo solo tengo el título de cuatro, todavía no soy el Mejor Jugador de Yaani... así que técnicamente sí que puedo negarme. Respecto al apodo, puedes quedártelo, no lo necesito. Y ahora aparta esto de mi vista.

El tablero fue volcado con un leve movimiento de su zarpa delantera, tirando al suelo todas las fichas que yo había colocado con esmero. Entrecerré los ojos y golpeé el suelo con las palmas.

—¿Te crees muy listo, eh? Quizá no sea válida la regla, pero he de recordarte que también tengo diecisiete testigos de tu cobardía.

Silver guardó silencio al igual que todos los presentes. La carne salió del fuego y fue repartida de mano en mano a cada uno de los cazadores, que la devoraron de dos mordiscos y tuvieron que levantarse a por más.

—Haber empezado por ahí. Te demostraré lo que significa la cobardía —espetó Shawn clavando su oscura y fría mirada sobre la mía. Rechazó su comida y tomó su forma humana: un niño de expresión siniestra y pelo azulado oscuro, cuya camisa blanca se abría varios botones por el pecho y debía ser cuatro tallas más grande de lo normal. Un colgante de color verde atraía todas las miradas, aunque sin duda lo más destacable de su aspecto era que iba en calcetines. Yo también rechacé mi comida, no porque no tuviera hambre, sino porque no pensaba quedar por detrás de él. Shawn colocó el tablero y todas las fichas a una velocidad desorbitante, y todo sin despegar ni un segundo su vista de mi cara.

—Comienza, ilusionista. Puedo darte movimientos de ventaja si lo deseas...

—¿Y por qué iba a aceptar algo tan deshonroso? —espeté con ojos desafiantes.

—No es deshonra cuando se necesita. Y si no echa un vistazo a los que roban en la calle... —No sonrió a pesar de su burla.

—Tienes la lengua muy larga, Shawn. Cuídate bien de que no te la arranquen... —Adquirió el tono de amenaza deseado. Incluso los presentes intercambiaron miradas.

—Bueno, siempre es más útil que unos dientes largos. Mientras sepas usarla, claro. Yo cuidaré bien de mi lengua, tú solo preocúpate de mover ficha —repuso vagamente.

Chasqueé la lengua y pegué mi vista al tablero. Garra dejó escapar una risita y se acercó a mirar más de cerca sin soltar su pedazo de carne. Finalmente adelanté en diagonal la figura del gusano. Shawn no lo pensó mucho e imitó mi movimiento. El silencio azotó al círculo de espectadores, aunque podía sentir el blando sonido que hacía Ander al masticar la carne prácticamente en mi oído. Estaba a punto de soltarle una patada en la boca.

Oliver el Astuto fue el único que se cansó a los dos minutos. No entendía el juego ni soportaba la espera.

—¿Cómo se juega? —quiso saber Silver, susurrando a las personas que tenía más cerca. Para nuestra sorpresa, fue Alabastro el que contestó.

—Es parecido al ajedrez, aunque en el Yaani los dos equipos son ligeramente distintos. En un bando están las figuras de los leones, y en el bando contrario están las de los tigres. Cuando alguien propone un reto siempre se queda con el bando de los tigres, pues es una manera de ofrecer el bando más útil a tu contrincante.

—¿Los leones son más útiles?

—Su manera de moverse es más útil. Tiene más variedad. Por otra parte, tienes los faros atrás, que pueden atacar a distancia y son custodiadas por las figuras de las gaviotas. Para poder protegerlos tiene que haber una gaviota a cada lado del faro o una en frente suya, y todas pueden atacar de diferentes maneras. El resto va siguiendo un orden de importancia: tienes los caballos, que pueden eliminar cualquier otra ficha a excepción de tigres, leones y hienas. Los elefantes son las segundas fichas más potentes que tienes, aunque pueden ser tumbados también si juntas a más de tres figuras de lobo, que no atacan en solitario pero si se encuentran se pueden acoplar todas en una misma casilla y moverse a la vez. Las hienas funcionan igual, pero a no ser que juntes muchas siguen siendo vencidas por los lobos. También hay antílopes, y zorros que pueden moverse incluso por los bordes del tablero y saltar casillas, aunque no son muy potentes. Las figuras más débiles son los gusanos. Suelen servir únicamente para interrumpir los movimientos del contrario, ralentizarle u ocupar sus casillas. Sin embargo, debajo de uno de los gusanos está escrita la palabra humano. Es una ficha importante; es capaz de destruir todas las fichas de alrededor.

Silver dio la vuelta a los ojos. Había captado la connotación.

—Antes de empezar la partida, los jugadores buscan a su humano y lo colocan donde quieran dentro de un límite, moviendo a los gusanos de forma parecida para esconder su identidad. El juego termina cuando los lobos encuentran al humano y comen su ficha, o cuando el humano llega al final del tablero y destruye las fichas de los leones o tigres.

Silver asintió con la cabeza; tenía innumerables preguntas pero sabía que este no era el momento de hacerlas. Si quería aprender lo haría más despacio y estando sentado frente a un buen maestro.

El ejército de gusanos de ambos se había movido, mezclándose con el resto de fichas. Shawn también había sacado a los caballos y a todos sus antílopes, y había conseguido insertar a un león justo en medio de mis filas. Yo prefería comenzar a juntar lobos cuanto antes, aunque también me había preocupado de rodear a su león con todas las hienas que tenía para impedirle movimiento. Miré de reojo al gusano de mi bando que escondía la palabra humano. Cuando llegué al río que surcaba el medio del tablero, tuve que pagar con la muerte de un antílope para poder pasar. La partida avanzó rauda y a intervalos, pues yo me paraba a pensar durante varios minutos y Shawn movía ficha prácticamente enseguida. Era agobiante. Si se tratara de otra persona, reiría creyendo que hacía movimientos sin pensarlos, pero tratándose de Shawn solo podía considerarse de una forma: le estaba resultando demasiado predecible. Me permití dibujar una sonrisa de triunfo cuando le comí sus dos elefantes, pasados ya los quince minutos de juego.

—Ya puedes borrar esa expresión de tu cara. Acabo de encontrar a tu humano. —Lanzó a sus lobos custodiados por sus leones sobre mi gusano, retirando la ficha del tablero y poniéndola a mis pies—. He ganado.

—Me parece que no —me eché a reír, cogiendo el gusano eliminado y mostrándole la parte de debajo de la ficha. No había nada.

—Es un gusano normal. Mi humano está danzando ahora mismo entre las fichas de tus leones. Solo necesito estirar la mano para destruirlas.

La expresión de Shawn se contrajo en una expresión de furia. Los espectadores apenas podían creer que hubiera ganado al campeón de Yaani en apenas cuarto de hora de partida «amistosa».

—Ojalá existieran las ratas en el Yaani. Sabes que sería tu ficha más preciada —espetó el niño de pelo azulado—. ¿Cómo te atreves a hacer trampas en tu propio reto? ¿Eso te parece más honorable que darte ventaja? Qué curioso.

—¡No he hecho trampas! ¿A qué viene esa absurda acusación sin tener pruebas?

Me crucé de brazos. Los miembros de la unidad detuvieron sus primeros inicios de celebración.

—He pasado mis leones sutilmente por todos y cada uno de tus gusanos durante la partida, por todos excepto por el que tienes en la mano. Si alguno de ellos hubiera sido el humano habrías tenido que hacerlo explotar obligatoriamente, y en caso de que no te hubieras dado cuenta, se habría invalidado la partida. —El chico se levantó a la velocidad del rayo y me arrebató bruscamente la ficha que tenía en la mano, frotando su parte baja y mostrando a todos el resultado. La ilusión se había borrado como si fuera una capa de polvo; la palabra humano indicaba su justo triunfo.

—¡No he tenido nada que ver! ¡No intentes inculparme con tus trucos! —grité con voz infantil, perdiendo toda credibilidad. Shawn tomó su forma lobuna y cayó sobre mí con sus dientes por delante.

—¡Yo nunca hago trampas en el Yaani, escoria miserable! ¡Lo saben los pájaros! —exclamó, induciendo mi transformación a lobo y devolviéndole los mordiscos. Alguien me apartó de él agarrándome por el pellejo del cuello.

—Ya es suficiente, pequeños guerreros... Guardad energías para esos pollos con cara de mujer —Garra me sostuvo pataleando en el aire hasta que me cansé, aunque a Shawn le habían cortado el paso de una manera mucho más honorable. Volvió a su estado de desinterés e indiferencia antes de lo que esperaba, y la líder me dejó en el suelo reteniéndome con la mano en el hombro.

—¡¿Cuáles son los parámetros de ese pasotismo que tienes?! ¡Ven aquí a resolver tus diferencias en vez de evitarlas! —me indigné, aunque logré que mi voz sonara poco alterada.

—No las evito. Solo las ignoro —fue la única respuesta. Shawn se alejó a paso lento para reclamar su merecido trozo de carne, mientras yo me liberaba de la mano de Garra y esperaba a que mi rival se alejara del fuego para ir a por la comida sin cruzarme con él.

El resto de la tarde trascurrió lenta y sin altercados, aunque el ambiente estaba cargado con un aire frío de rivalidad. Terminamos de comer, recibimos el mensaje de distancia del rastreador y nos pusimos en marcha casi con más energía que antes. Corrimos por praderas, bosques y montes, dejando pasar árboles a medida que cruzábamos los terrenos con nuestro galope. El viento nos acompañó durante casi una hora, pero después lo tuvimos en contra y la velocidad se vio afectada. La marcha se ralentizó también al tener que cruzar lodazales y ríos, donde pusimos a prueba nuestra energía y habilidad para luchar contra los fluidos. Encontramos a un par de cocodrilos del tamaño de tablas de surf en comparación con nosotros, pero igualmente se acercaron con las fauces abiertas en unos desordenados arranques de furia. Preferimos evitarlos para no perder tiempo, aunque Oliver rompió a uno la mandíbula de un vago manotazo mientras cruzaba. El camino fue más ameno con las bromas y frases humorísticas que hicimos sobre ese momento. Shawn y yo nos evitábamos, pero Silver se acercó bastante más al resto de compañeros de caza, hasta llegar al punto de que todo el mundo quería ir a contarle su vida. Saltaba a la vista que era una persona muy empática. Garra voceó incontables veces más —con aquella sonrisa desafiante que siempre tenía dibujada en la cara—, y a excepción de la distancia entre el niño peliazul y yo, el buen ambiente brotó con la naturalidad de un manantial entre las rocas.

El falso sol de Eops recorrió el cielo entero hasta volver a internarse en el horizonte, haciendo desaparecer la luz lentamente y formando un anochecer de tonos rosados y malvas. La brisa se hizo más lenta pero más cortante.

—Hoy tendremos una buena luna; no necesitaremos luces —informó Garra al pelotón, deteniéndolo en la parte alta de la colina. Llevábamos casi media hora ascendiendo por su ladera, era tan inmensa que permitía extender la vista por encima de los árboles desde nuestra posición—. Acamparemos aquí. Las arpías están a apenas dos pasos de bebé.

Los cazadores se mostraron de acuerdo, dejándose caer al suelo con un largo quejido de vaguería. Garra les gritó un insulto leve y fue a montarse su propia tienda de campaña con paso alegre. El escuadrón tardó bastante más tiempo en comenzar a funcionar, aunque poco a poco también comenzó a instalar el campamento alrededor del fuego. Asaron la carne que había sobrado de la comida y sacaron un amplio repertorio de vegetales y frutos secos que habían traído en bolsas repartidas por las mochilas. Escogimos para establecernos un lugar resguardado por unos cuantos abetos, instalando las tiendas a su alrededor aunque la oscuridad no tardara en ocultar las más alejadas de la hoguera. El frío nocturno serpenteó entre nosotros haciéndonos encogernos en los abrigos, aunque el fuego chispeante ayudó bastante a que la sangre siguiera circulando por los dedos de los pies. Las orejas de Ander habían adquirido un tono colorado, y tuvo que transformarse en lobo para evitar que siguiéramos señalándolas y comparándolas con rodajas de tomate.

—¿Por qué aquí hace tanto frío? —se quejó uno de los muchachos que había ido de caza con Garra. Parecía no haber participado todavía en ninguna a este lado del mapa.

—Tenemos en frente las Montañas Ocres; aunque no lo parezca hemos estado ocupando sus laderas desde hace varias horas. —Tambourine señaló una silueta borrosa en la lejanía. Aún se adivinaba el color blanco de su cumbre.

—Además, el Río Sin Color está bordeando la zona. Eso aumenta la humedad del aire y hace que el viento sea más cortante todavía —señaló Alabastro, frunciendo el ceño.

—Maldita sea. Si Galarie estuviera aquí haría florecer un poco más este mechero insignificante... —Oliver el Astuto señaló la decadente hoguera.

—Ni un incendio de verano conseguiría calentar tu cuerpo entero. Ya sabes... si tienes frío lárgate a vivir a las islas del ecuador. —Esta vez fue Garra la que habló, defendiendo siempre el honor de sus partidas de caza.

La conversación se desvió progresivamente hacia el tipo de vegetación que se podía encontrar en el lugar, logrando que se fueran cerrando los ojos de los más ignorantes del grupo, aunque la charla nocturna recuperó todas las atenciones cuando Silver me preguntó tímidamente:

—¿Qué... tamaño puede alcanzar una de esas arpías que pensamos cazar? —Parecía preocupado, llevaba dándole vueltas a la misma pregunta durante varias horas. Las risas se levantaron sin esfuerzo dentro del grupo.

—Nada que no te quepa entre los dientes... —ronroneó uno de los muchachos más jóvenes, que se hacía llamar Vine, haciendo alarde de su mísera experiencia. Yo decidí ser un poco más conciso.

—Uhm... Suelen oscilar entre el tamaño de un perro mediano y una persona. No carecen de fuerza, pero un lobo como nosotros puede derribarlas con facilidad.

—No tendrán también... Talentos, ¿verdad? —inquirió Silv.

—No. Son criaturas poco evolucionadas dentro de la variada lista de Aleaciones que existen. ¿Acaso Galarie no te contó nada acerca de ellas antes de traerte de caza? —se extrañó Garra.

—Lo cierto es que no. Además me dijo despreocupadamente que no pensaba informarme de ninguna manera para que no intentara echarme atrás.

—No sé por qué no me sorprende. Eso es propio de Gala...

—No me hizo la menor gracia, pero insistió en que uno no puede salir a enfrentar a un toro sin haber practicado antes con vaquillas —continuó el chico, resoplando.

—¿Qué? —Oliver parpadeó confundido por la expresión.

—Es una metáfora, cerebro de nuez. Todo el mundo tiene que enfrentarse a otro licántropo algún día; hay que estar preparado —explicó el hermano de Tambourine, a quien todo el mundo llamaba Bass. Ambos tenían unos apodos peculiares, Bajo y Pandereta en inglés, pero nunca se molestaron en explicar por qué escogieron un instrumento musical como seudónimo. Shawn permanecía en silencio, unido al círculo pero con la vista y el interés fijados en otra parte, quizás en lo más profundo de su mente.

—De todas maneras no debes preocuparte, cachorro. Sabiendo que eres nuevo, serás protegido durante el ataque. Solo tienes que tratar de divertirte. —Garra sonrió, hablando con voz autoritaria.

—No puedes pedir que no me preocupe. Ni siquiera sé cómo son exactamente...

—No hay problema, en cuanto veas una la reconocerás. Las arpías son de los Aleaciones más sencillos y más antiguos que han existido. Se cree que fueron una variante de las sirenas, pues en ninguna de las dos existe la especie macho. —Joana rebuscó en su pensamiento—. Realmente tienen el aspecto de águilas gigantescas, pero tienen el cuerpo curvado como el de una mujer y la cabeza de la misma.

—Y los muslos. No te olvides de los muslos. —Ander soltó una carcajada—. Si te pusieran en un prostíbulo a una arpía tapada de cintura para arriba, no dudarías en acercarte a besar sus piernas. Tan suaves y tersas... Es lo único que ayuda a compensar la fealdad de su cara.

Oliver se echó a reír y algunos varones más le siguieron la gracia, resaltando sus dientes lobunos de forma aterradora por efecto del fuego. Martina y Joana expresaron su disgusto con un resoplido sonoro, pero Ander continuó:

—Así es. No pongas esa cara de cordero, niño. Puedes detenerte a admirar sus piernas todo el tiempo que quieras mientras sepas esquivar su pico y sus garras. Vaya par de uñas... Eso sí que es una mujer que araña, y no las esposas histéricas. —Soltó una carcajada, aunque luego se puso serio y se inclinó hacia delante, bajando el tono de voz para dar énfasis a su frase—. Y esos ojos... fríos... atentos como los de un halcón apunto de desgarrar a su presa. Ni siquiera sabes si puedes considerarla un ser racional.

Ander sacó un odre de vino, llevándoselo a los labios antes de que Garra lo apartara de un manotazo.

—¡Que no se bebe en mi Unidad, coño! —espetó la líder—. ¡No queremos ebrios arrastrados cuando haya que mover el culo hacia esos bichos!

El hombretón bufó, tirando el pellejo de nuevo hacia las bolsas, aunque su relato continuó con la misma calidez con la que había empezado:

—Cuentan las leyendas que al principio las arpías tenían una voz melodiosa y dulce, que podían imitar el canto de cualquier pájaro hasta confundir al viajero y que por la noche se acercaban a las ciudades para raptar a los críos que caminaban por la calle.

—Bah. Cuentos para que los niños se vayan a acostar. Las arpías no se acercan tanto a las ciudades —desmintió Bass.

—No se acercan tanto ahora; no puedes opinar si solo has vivido los tiempos prósperos de La Ciudad Que Nunca Duerme. Hubo un tiempo después de las Grandes Guerras de Eops en que la comida escaseó y no nacían suficientes Aleaciones con el Talento de repoblar el mundo. En esos tiempos las arpías solían colarse por las noches en las casas de la gente y devoraban a picotazos las entrañas de los que encontraban. Sus hermosas piernas eran lo único que llegabas a ver antes de que sus bocas afiladas se adentraran en las cuencas de tus ojos y solo pudieras sentir dolor y oscuridad... y un lobo desentrenado no sabe orientarse solo con el olfato. Era solo cuestión de tiempo que terminaran de matarte, igual que un gato juega con un pájaro que no vuela.

Silver puso una mueca, y Oliver removió su corpachón para hacerse un poco más de sitio hacia el fuego. Garra decidió interrumpir el relato:

—No solo se movilizaron las arpías por el hambre. Las sirenas se acercaron a las playas cuando la pesca se agotó, y las esfinges salieron de sus desiertos por primera vez y cruzaron medio mapa para asaltar a los caminantes. Al menos las gárgolas se lanzaron sobre las ciudades directamente y fueron fáciles de sofocar, porque tuvimos que permanecer años y años luchando contra los ataques sigilosos de los Aleaciones que decidieron situarse en las montañas y en las lindes de los caminos. Todo un infierno. Fue la primera vez que dirigí tantas personas juntas en una cacería, puesto que si partía un número inferior a treinta individuos corríamos el riesgo de ser emboscados y que no volviera nadie vivo a la ciudad. —Garra respiró hondo—. Fue un periodo interesante; un momento en el que no sabías distinguir si tú eras el cazador o la presa.

El silencio reveló el tenue aullido del viento entre los árboles. Silver se había quedado pensativo.

—¿Qué Aleaciones más existen por aquí cerca?

—Define cerca.

—Uhm... no lo sé. Supongo que eso depende de la rapidez con que puedan moverse...

—Muy cierto.

—Galarie no me llegó a explicar qué otros tipos de «vecinos» teníamos. Me habló brevemente de las gárgolas, de nosotros y aún más escuetamente de las arpías.

La conversación se volvió interesante para el grupo. Fue Alabastro el que habló, con expresión animada pero sin perder su solemne seriedad:

—Ya deberías saber que los Aleaciones son criaturas mitad animal mitad humano, igual que nosotros. Bueno, hay excepciones, pero podrías generalizar que casi siempre es así. Supongo que las primeras mezclas que se te vengan a la cabeza son precisamente las que aquí existen.

—Por ejemplo... ¿vampiros? Ya sabes, agrupados en clanes o aquelarres y contra los que sentís una rivalidad y un odio profundo...

Los cazadores se miraron antes de echarse a reír.

—Los vampiros no existen. Si hay alguien que se dedica a beber la sangre de otra persona significa que es un enfermo mental. Además, aquí el canibalismo está penado con la muerte a no ser que estés en situación crítica. —Martina resopló, quedándose pensativa—. Me parece que en la Superficie se crean demasiadas películas ridículas...

—No tengo otra cosa en la que basarme, ¿recuerdas? —se defendió Silver—. Uhmmm... Vale, ¿zombis? Puede ser mezcla de humano y... ¿cadáver?

—Lo siento, pero nuestros difuntos descansan perfectamente. —Solté una carcajada.

—Arg... de acuerdo, vale. Uhmmm... No sé. ¿Qué tal... hombres-gato?

—¡Bien, cachorrito! Acertaste. Hay hombres-gato viviendo en diversos clanes a lo largo de todo Eops, y en determinados países se les llama de maneras distintas como... Kats... Katums...

—Nekos. —Fue la primera intervención de Shawn, que había permanecido en silencio desde que había competido conmigo al Yaani. Sus ojos azules se fijaron un momento sobre los míos, pero luego se desviaron con desinterés para añadir—. Así es como los llaman los japoneses. En Takara-Chikara está el clan más importante de nekos, y no han obtenido esa categoría por otra cosa que por su antigüedad. Fueron los terceros pobladores de Eops y uno de los felinos más primitivos de la Tierra. Asiáticos tanto arriba como abajo de la corteza lo sabían, y a partir de su culto a los nekos crearon los famosos gatos dorados de la suerte que mueven la pata indefinidamente. Lo saben los pájaros.

Silver dibujó una expresión de sorpresa.

—Shawn tiene razón —corroboró Garra—. Aunque no lo saben los pájaros. De hecho, eso es algo que muchos ignoran.

Silver pudo deducir que «Lo saben los pájaros» significaba algo así como «Todo el mundo lo sabe».

Los hombres-gato son astutos y ágiles, zalameros, maníacos y alterables. Duermen mucho y son capaces de adquirir la forma felina por completo, igual que nosotros. Se camuflan bien y mienten mejor. No es muy recomendable tratar con ellos si no estás acostumbrado.

—Eso es cierto. Y son unos malditos ladrones de primera. Una vez aposté con uno un billete de quinientos a que no era capaz de quitarme los calcetines en un plazo de veinticuatro horas. —Oliver frunció el ceño. Su voz sonaba ronca y profunda, y su vocalización era penosa a causa del tamaño de su lengua.

—¿Y lo consiguió? —pregunté con curiosidad.

—¿Qué si lo consiguió? A la mañana siguiente me desperté con mi casa cerrada a cal y canto, tal y como la había dejado el día anterior. Noté algo rozando mis cejas, y descubrí una nota de papel pegada con celo a mi frente que decía: «Me he llevado diez euros más por tener que soportar el olor de tus pies» y en el suelo estaban tirados mis calcetines, los cuales había conseguido quitarme sin haberme sacado antes los zapatos.

Las carcajadas estallaron en el grupo.

—A mí no me hizo la menor gracia. Además había desvalijado todos los cajones y había limpiado mi frigorífico de cartones de leche. Eso sí, el resto de dinero que llevaba encima ni lo tocó; solo se llevó quinientos diez euros justos.

—Fue un neko con honor... —comentó Tambourine soltando una risita cantarina acompañada por el sonido de los cascabeles de sus orejas.

—Pero no son los únicos Aleaciones con habilidad para robar —interrumpió Garra, dirigiéndose a Silver después—. ¿Sabes lo que es una esfinge?

—Por supuesto, mitad león mitad mujer.

—¡Error! Las esfinges no tienen sexo, aunque se las designa en femenino por el género de la palabra. Viven únicamente en el desierto de la Maliciosa, aunque también puedes encontrarlas domesticadas en plena ciudad de Voleus. Son recelosas y atentas como los felinos que son, inteligentes, algo traidoras y no muy buenas compañeras. Adoran los acertijos por encima de todo, y suelen plantearles difíciles adivinanzas a los viajeros que van en su busca. Si éstos las aciertan, su vida queda ligada al viajero hasta su muerte, aunque nunca pueden provocársela ellas ni hacerles ningún mal. Por tanto, tener una esfinge que te cubra las espaldas es motivo de deseo para cualquiera con una mente destacable, pero aquí viene la segunda parte. Si el viajero no sabe la respuesta la esfinge lo devora; y esa es la principal causa de muerte en todo el continente. Es decir, que ningún atrevido con inteligencia mediocre tiene posibilidad de sobrevivir a un encuentro con una. —Garra cerró los ojos un momento—. Ni siquiera tú, ni siquiera yo, podríamos. Es más, probablemente solo Shawn y pocos más sean capaces de domesticar una en toda La Ciudad Que Nunca Duerme.

Shawn no dijo una palabra ante su comentario, causando un sonoro bufido por mi parte. No creía que la inteligencia del chico lograra igualar ni una parte de la fama que tenía, y eso me irritaba de sobremanera. Mi fama de Ilusionista me la había ganado yo solito con esfuerzo y agallas, pero también había gente a la que le encantaba especular demasiado sobre ciertos individuos.

—Aunque como te he dicho, también las puedes encontrar en Voleus... y si son domésticas no suele ser porque alguien acertó su enigma, sino porque uno de sus habitantes tiene el Talento de controlarlas, como por ejemplo Antravick, el Líder del clan Jet.

—Ya veo... —Silver encogió las piernas, apoyándose sobre sus rodillas y asomando solo la mitad de su rostro.

—Respecto a ellas... Son bastante peligrosas y tienen más o menos el tamaño de un licántropo, aunque hay algunas que hicieron historia por llegar a alcanzar los treinta metros de alto.

—¡¿Treinta metros?! —El chico alzó la cabeza.

—Por sesenta de largo, más o menos. —Garra se quedó pensativa, atrayendo aún más la atención de los cazadores que no conocían aquella historia—. Sí, algunas crecieron bastante, aunque eso solía pasar más a menudo en la Antigüedad, donde tenían menos competencia. Dime, ¿conoces la Gran Esfinge de Guiza?

—Por supuesto, es uno de los mayores monumentos de Egipto. Creo que todo el mundo la conoce en la Superficie.

—Je. En la Superficie y aquí. Se llamaba Karaya, y tenía las medidas que te he dicho antes. Fue la esfinge más grande y antigua que vivió en el mundo, venerada por todos aquellos que sabían que existía, pues se enterraba en la arena para desaparecer de las miradas de los humanos.

—¿Qué? ¿Quieres decir que estaba viva?

—Ya te digo que si lo estaba. Su carácter era aún más potente que sus garras, y se cuenta que aumentó dos veces los límites del Sáhara cuando calcinó el terreno colindante con su aliento de fuego. Y todo por culpa de una insignificante rabieta.

—Pero es una simple estatua de piedra. No es...

—Ojalá pudieras preguntárselo tú mismo, pero por desgracia murió hace mucho tiempo. —La líder dio la vuelta a los ojos y se removió sacando las manos para ponerlas cerca del fuego, clavando su vista en él—. ¿Has oído hablar de la primera de las Siete Maravillas del Mundo, la Pirámide de Guiza? ¿Sabrías decirme cómo se construyó semejante edificación?

—Bueno, no está demasiado claro... Se supone que los egipcios de esa época no tenían tecnología suficiente para poder levantarla, y sus pergaminos no cuentan cómo se llevó a cabo.

—Ahí lo tienes. Los pergaminos de la Superficie no lo cuentan, pero sí los que trajeron las esfinges a Eops. Karaya fue la que colocó la mayoría de los bloques de piedra, pues en aquellos momentos ella veneraba al faraón Keops, el hombre para el que fue construida. No se sabe cómo semejante criatura salvaje llegó a tener esa estima a un simple hombre, pero hay quien cree que fue el propio Keops el que la creó en secreto. Vamos, que ese faraón era un Aleación.

—Pero...

—Pero hay más. ¿Te suena el mito de Edipo, verdad?

—Sí, lo estudié hace tiempo en Cultura Clásica. La diosa Hera envió una esfinge para castigar al pueblo de Tebas, pero un hombre llamado Edipo se enfrentó a ella y la esfinge le propuso un acertijo: Eh... Cómo era... ¿Qué ser es el que anda de mañana a cuatro pies, a mediodía con dos y por la noche con tres? Y Edipo contestó: El hombre, pues gatea de niño, camina sobre sus dos piernas de adulto y cuando se hace viejo utiliza bastón. Entonces...

—Frena. Antes que eso, pero después de la construcción de la pirámide, un hombre avaricioso pero inteligente que se hacía llamar Edipo fue a ver a Karaya para intentar domesticarla. Fue ella quien le propuso ese mismo acertijo a Edipo, quien también era obviamente, un Aleación. Le dio además esa misma respuesta, pero Karaya no quiso someterse a él a pesar de haber perdido. Entonces Edipo alzó sus manos y la convirtió en piedra como castigo, y así es como se halló en Egipto a la enorme criatura esculpida. —Garra cogió aire—. Por supuesto, el nombre de Karaya se perdió en el tiempo para los humanos, y nadie dio muestras de haber conocido nunca a ese tal Edipo. La pregunta que todos nos hacemos es... ¿qué fue antes, el mito del Edipo de Grecia, o la historia del Edipo de Egipto?

El grupo se quedó pensativo. El fuego chispeaba y dibujaba figuras con sus llamas. Finalmente fue Bass quien rompió el silencio.

—Já. Agradece que las esfinges de ahora sean diez veces más pequeñas que Karaya, aunque coincido aunque es una leyenda interesante...

—No es una leyenda, es una historia y es verdadera —espetó Garra—. No es mi culpa que un inculto licántropo puro como tú no tenga ni idea de dónde salieron nuestros antepasados.

Silver miró de reojo a Bass, pasando la vista hacia Tambourine poco después. Había olvidado mencionar al novato que ambos hermanos pertenecían a un clan centenario y de linaje puro. De todas formas era de agradecer que se comportaran de manera amistosa con los de sangre mezclada; probablemente eso era lo único que había camuflado sus orígenes.

La líder se quedó pensativa, aunque Ander no tardó en pisarle la palabra para informar a Silver de los vecinos más cercanos.

—Luego, si te mueves ligeramente más hacia el noroeste desde nuestra posición puedes encontrarte las ciudades fundadas por los cambiaformas. Son gente territorial y distante, que cuenta con su propia red de sociedades casi pegadas a las nuestras. Aun así procuramos mantener las distancias.

Silver balanceó la cabeza con cara de perdido. Tambourine se ofreció a explicárselo:

—Los cambiaformas son humanos capaces de transformarse en una gran variedad de animales. No tienen forma intermedia o mezclada, así que son muy difíciles de distinguir de un animal normal y corriente. Puedo decirte que tienen un límite; cada uno nace predestinado a ciertos animales... creo que funciona también por familias o clanes, que heredan las mismas posibilidades de transformación. No lo sé bien, ningún licántropo ha logrado nunca adentrarse demasiado en sus terrenos.

La chica se encogió de hombros, arrebujándose en la manta.

—¿Así que no os lleváis bien? ¿No... comerciáis o algo así?

—Nunca; ni siquiera seguimos los mismos intereses que ellos. Si nos empeñamos en mandar a algún emisario o embajador a sus tierras, ellos nos lo devuelven en un hermoso baúl con las partes de su cuerpo ordenadas en varias secciones. Después de aquello, es normal que estemos de uñas.

Garra puso una mueca.

—Captamos su mensaje, así que no volvimos a enviar el nuestro. Así son las cosas. Es una sociedad cerrada y fría, sobre todo con los extranjeros. De hecho, nos parecemos mucho. Los cambiaformas que van apareciendo en el mundo humano son recogidos por sus propias Unidades de forma similar, aunque hay que decir que nacen bastantes menos de los suyos que de los nuestros. Además, también manejan un Don. Digamos que les tenemos un cierto respeto y ellos nos lo tienen a nosotros, así que nuestra relación funciona a base de paz mezclada con amenazas hostiles. Además son enormemente buenos en el campo de batalla, sobre todo en lo referido al espionaje.

—A mí personalmente, me ponen enfermo —espetó Ander, tomando su forma lobuna y echando las orejas hacia atrás.

—A mí también. Cada vez que me cruzo con uno me dan ganas de abrirle la cabeza. —Oliver erizó el pelo de su lomo, mostrando los colmillos.

—Son gente interesante —replicó Shawn sin alzar su voz demasiado—. Solo os molestan porque son capaces de igualarnos. Si estuvierais por la labor de aprender de ellos...

—Cuando intentas aprender de ellos te clavan las garras en la garganta —farfulló Bass, estirando sus patas delanteras.

—Eso es porque vais mostrando el cuchillo antes que la mano. —Shawn se cruzó de brazos, desviando la vista como si no le interesara la conversación.

—¡Cuchillos es lo que mostrar cuando dos sociedades territoriales comparten el mismo límite! Ahí estrechar la mano no sirve de nada, a menos que quieras que se te expulsen de tu lugar como un perro se sacude las pulgas.

—Por eso nos parecemos tanto. Los dos bandos sois igual de animales. —El chico peliazul entrecerró los ojos.

Ander, Bass y Oliver sisearon. Aunque yo por una vez compartía la misma opinión que Shawn, no pensaba demostrarlo.

—Bah. No os alteréis, nada de lo que digamos aquí cambiará nuestras relaciones. Además las órdenes vienen de arriba, ninguno de los dos bandos decidimos popularmente cuando atacar o cuando ir a hacer turismo —dijo Garra impartiendo calma—. Además, es tarde. Debemos dormir un poco si mañana queremos bajar algún pajarraco del cielo. Solo te diré, Silver, que las arpías no son tan complejas como los cambiaformas, ni tampoco como los hombres-gato. ¿Y por qué es tan importante saber eso? Porque justo ahí está la diferencia entre las bestias que se limitarán a huir o atacar, y aquellas que planificarán como atacarte utilizando la huida inteligentemente. Ten mucho cuidado con los bichos que te encuentras por el camino, y sobre todo, no te fíes de lo que cada uno aparenta ser...

Alguien bostezó.

Garra se levantó de su lugar con un quejido perezoso, dando la charla por terminada, aunque una vez más la respuesta del escuadrón no fue tan inmediata. Algunos de los cazadores prefirieron sacrificar el calor del fuego para poder dormir en las tiendas más alejadas, pero el resto fuimos preparando las mantas para ocupar las tiendas que rodeaban la hoguera, —después de arrojar en ella los restos de la cena para evitar atraer insectos—. Percibí como Alabastro y Shawn preferían dormir al aire libre, así que me ofrecí alegremente para ser el compañero de «habitación» de Silver. Los gruñidos por disputarse los sitios más cómodos y el mayor espacio dentro de las tiendas se oyeron por todo el campamento a pesar de que las cremalleras estaban cerradas, y por las palabrotas de Oliver el Astuto y las risas de Ander pude deducir que alguno de los dos había derribado su dormitorio con ellos dentro. Se necesitaron casi veinte minutos más para que el campamento tuviera una reconfortante sensación de silencio.

—Creo que nunca he acampado al aire libre... —Silver alzó las cejas. Habíamos tomado una cómoda postura con la cabeza fuera de la tienda y boca arriba; ninguno de los dos queríamos irnos a dormir sin admirar el cielo plagado de estrellas un rato más. La brisa nocturna hizo que mi piel se estremeciera.

—¿No? Pues es obvio que no es tan cómodo como tu propia casa... pero sigue siendo una sensación agradable. Sobre todo si toleras los grillos y los búhos.

Clavé mi vista en la luna; le faltaban unos tres días más para llenarse por completo. Inspiré hondo cerrando los ojos un momento para escuchar el sonido de los grillos mencionados, aunque fui distraído al instante por la voz pausada de Silver.

—No niego que sea agradable, pero no entiendo como podéis dormir tan tranquilamente sin preocuparos de que algo pueda atacarnos de un momento a otro. Quiero decir... la oscuridad es un refugio perfecto para preparar una emboscada, por ejemplo.

Solté una carcajada. Con lo de dormir tranquilamente seguramente se refería a Oliver, quien no había tardado en ponerse a roncar como un motor mal engrasado.

—¿Y quién va a asaltarnos? Tanto si sabes pensar como si no, nadie con un mínimo de sentido común atacaría a un escuadrón formado por gente especializada en cazar. Tampoco deberías preocuparte por la oscuridad; funciona para todos igual sin distinción... Igual que los oculta a ellos, nos oculta a nosotros.

—Pero bajar la guardia en la oscuridad puede ser peligroso. Ahora deberíamos estar más alerta que nunca.

—Bajar la guardia es peligroso en cualquier lugar fuera de nuestras murallas. La oscuridad no es más que la ausencia de luz; el mundo es igual de tenaz de día que de noche.

El chico se quedó callado, acomodándose sobre la mochila que hacía de almohada.

—¿Y eso no debería preocuparme?

—No, porque nosotros también somos igual de tenaces. —Sonreí levemente mirando el cielo. La sombra de Alabastro se proyectaba monumentalmente sobre los árboles por efecto de la hoguera, y estos a su vez proyectaban una sombra tenebrosa y esquelética sobre el suelo que ocupábamos. La suave brisa sacudió las hojas.

—¿ZigZag? —susurró el chico, comprobando si me había dormido.

—Dime.

—¿Tú tampoco tienes padres?

Tardé un poco en contestar.

—No. Cuando descubres tu naturaleza debes ir a un lugar donde ellos no pueden seguirte. Tienes que saber qué es lo que dejas atrás y qué es lo que eliges.

—¿Y tú elegiste esto?

—Ellos eligieron por mí. —Mi voz sonó seria y con un imperceptible tono de disgusto. Pero Silver lo captó.

—Ellos. Te refieres a los licántropos de Avantine, ¿verdad?

Respiré hondo, dejando volar mi vista y provocando que mi compañero me mirara.

—Sé que Galarie te describió este mundo como un lugar perfecto y carente de errores, pero jamás debes forjar tu opinión a partir de la de una sola persona. Galarie ama este lugar y odia el mundo en el que nació; no encontrarás demasiados defectos en las palabras que salgan de su boca... Pero has de saber que cualquier lugar limpio tiene sus rincones de suciedad, y a veces se limitan a meter la suciedad debajo de la alfombra en vez de eliminarla.

Suspiré, escuchando a algún búho ulular. No esperé contestación y desaparecí entre los pliegues de la tienda antes de que Silver pudiera formular sus palabras. Él tardó unos minutos más en irse a dormir también.

◊ ◊

Una ráfaga de aire frío mordió mi piel vagamente, como si acabaran de abrir una ventana. Cuando alcé la mano para tantear algo con lo que arroparme, Alcancé a distinguir las hermosas piernas de una mujer agachada frente a mí, llevando a preguntarme si me encontraba en algún tipo de sueño. Entonces me vi reflejado en la oscuridad de dos ojos redondos, brillantes como dos gotas de petróleo en suspensión. El cielo estaba lo suficientemente claro como para percibir la enorme cabezota de una mujer deformada por un pico afilado, la cual había bajado hasta poner a mi altura.

Una patada involuntaria en su rostro volcó a la arpía, momento que aproveché para retroceder arrastrando a Silver de la capucha de la sudadera. Miré a mi alrededor desorientado: el animal había rajado la lona de nuestra tienda.

—¡¡ARPÍAS!!

Mi grito se confundió con el que soltó la mujer emplumada, recobrando su impulso para abalanzarse sobre nosotros. Su pico buscó con fiereza las partes blandas de mi rostro, por lo que tuve que cubrirme la cabeza con los brazos y perdí visibilidad.

El campamento se agitó casi al instante, alertado por los ataques desordenados al resto de tiendas por parte de las arpías más valientes. Aunque las primeras reacciones fueron de sorpresa, sueño e incomprensión, el aullido de Oliver terminó por indicar que el descanso había terminado para nosotros. Nadie podía explicar de dónde había salido la bandada de atacantes, y lo más importante, su osadía para hacerlo.

Nuestra principal preocupación ahora era rechazar su asalto. Cuando me vi libre de mi acosadora y alcancé a distinguirla en la oscuridad, caí en la cuenta de que un lobo blanco la estaba reteniendo por la cola. No desaproveché la ocasión de ponerme en pie tomando una rama del suelo, ayudando a Alabastro a reducir a la arpía a base de golpes. Silver apenas se había movido del sitio, conmocionado por el repentino ataque de las bestias.

Porque eso era lo que eran. Se movían encorvadas por culpa de su constitución desproporcionada, con aquellas piernas envidiables acabadas en garras de pájaro y ese torso cubierto de plumas, formando alas de casi un metro y una cola que podían abrir en abanico. Lo más lamentable de su aspecto era la cabeza: un intento de mujer humana donde las plumas de la nuca se habían querido confundir con cabellera, dando lugar a un conjunto de pelos raquíticos que las hacían parecer prácticamente calvas.

También parecían incapaces de hablar. Sus sonidos de buitre desquiciado daban fe de ello.

—¿Cuántas hay en tu marcador, ZigZag? ¿Una y compartida? ¡Espabila! —se burló Ander, apareciendo de la nada con una sonrisa en la cara. Sus puños se enzarzaron con la arpía más próxima, que intentaba alzar el vuelo para no ser arrollada por el corpachón de Oliver. Todas las tiendas del campamento habían sido rajadas y derrumbadas, y la hoguera apagada no ayudaba mucho a vislumbrar las insinuantes figuras que se movían en la oscuridad a la velocidad del rayo. Era imposible deducir cuantas había. Llegaban desde algún lugar de entre los árboles y aterrizaban para morir o volver a despegar hacia un lugar seguro. Atacaban desde todos los sitios aprovechando la poca claridad del cielo, aunque su inteligencia no llegaba al punto de hacerlo sin soltar un grito de aviso.

Decidí ignorar la provocación y ayudar a Silver a levantarse. La sombra del miedo había anidado en sus ojos.

—¡Silv! ¿Estás bien? No es el mejor momento para pararse a...

El graznido de una arpía de gran tamaño me hizo girarme velozmente, tomando mi forma lobuna para enterrar los dientes en alguna parte de su costado. Las costillas crujieron como tiernos trozos de pan, aunque la criatura se empeñó en quedarse junto a mí a pesar del dolor. Sus garras se engancharon en mi lomo, batiendo las alas enérgicamente con la intención de despegarme del suelo.

—¡Silver! —grité buscando su ayuda y su reacción. El suelo fue surcado por mis garras, buscando algo en lo que trabarse para oponer resistencia. El chico tanteó el suelo ciegamente y lanzó la piedra más pesada que encontró directa al rostro de la arpía, la cual se limitó a gruñir enfurecida y a seguir arrastrándome por el terreno con todo su empeño. Pronto logró alejarme del campamento.

Para nuestra sorpresa, el cielo comenzó a llenarse de un sonido común y repetitivo, que finalmente logramos identificar como un abucheo.

—¡Perro! ¡Perro! ¡Perro! ¡Perro! —reían alocadamente, incapaces de pronunciar alguna otra palabra lógica.

El grupo de cazadores se enfureció ante la ofensa, derribando a las arpías con más ahínco. Solo Alabastro y Shawn parecían tomárselo con calma y destreza. Mientras que Oliver era capaz de contar muertes de dos en dos, Ander se entretenía brutalmente en cada una que atrapaba, contrastando con la increíble rapidez de Garra. Para Bass y Tambourine también estaba resultando inexplicablemente sencillo y elegante. Solo los más jóvenes estaban teniendo algunos problemas, pues también las arpías notaron dónde estaba la inexperiencia y fueron lo suficientemente listas como para arremolinarse en torno a Vine y el resto de novatos, siendo rápidamente ahuyentadas por el dúo de Martina y Joana. Su cooperación las dotaba de una eficacia perfecta.

—¡Perro! ¡Perro! ¡Perro! —insistían, a pesar de estar cavando su propia tumba con cada palabra.

Silver se agazapó entre las hierbas con la cola entre las patas, intentando pasar desapercibido con el matorral que tenía a su lado. De haber podido agacharse más, estaría ya enterrado en el suelo. Las arpías revolotearon rayando el cielo y los primeros Talentos hicieron presencia, haciendo saltar la tierra y modificando el viento.

—¿A dónde vas, pequeña hija de puta? —vociferó la líder, encarándose con una arpía de gran tamaño y abundante cabello.

Incluso para Garra fue difícil de dominar, pues el medio-ave hacía gala de sus uñas y aleteaba colosalmente para liberarse del cuerpo de la loba. Tras rodar por el terreno esparciendo varias plumas, Garra logró quebrar la columna vertebral de la arpía tirando de su cabeza hacia atrás.

—¡Doce! ¡Trece! —anunció Oliver alegremente, decapitando de un manotazo a una en pleno vuelo. El cuerpo sin vida rodó torpemente hasta los pies de Alabastro, que gruñó con asco y retrocedió rápidamente para limpiarse las salpicaduras de sangre.

Silver procuró dejar su mente en blanco y parar de temblar, pero fue interrumpido por el grito de dolor de Vine. Instintivamente dirigió su mirada hacia allí, alcanzando a ver cómo una arpía se apoyaba en el cuerpo del pequeño lobo y hundía su pico en la cuenca ocular. Vine aulló y se sacudió la criatura, pero esta ya había logrado llevarse el ojo pendiendo de un hilo. Cuando las náuseas comenzaron a subir por su garganta, Silver fue mordido por una nueva atacante que había descubierto su escondite. Se volvió para gruñir todo lo fuerte que supo, sobresaltándose y apresurándose a correr hacia las profundidades del bosque. Sin importarle nada más que salir con vida de aquel infierno, comenzó a poner metros entre él y el campamento.

—¡Perro! Perro... perro... —El sonido comenzó a hacerse cada vez más lejano, pero un aleteo a sus espaldas aún indicaba que su atacante estaba sobre sus pasos. Temió dejar de correr por tener que enfrentarse a ella, así que siguió su carrera con la esperanza de que la arpía se cansara y volviera a por un objetivo más fácil. No permitió que el cansancio le ganara terreno, incluso sopesó la posibilidad de salirse del límite del bosque. Había olvidado cuán lejos estaba del campamento, había perdido el rumbo tras varios requiebros entre los árboles, y el amanecer comenzaba a hacer entrada lenta pero progresivamente. Y aún así la criatura se negaba a abandonarle.

«¡Márchate! Te juro que no pienso parar de correr. Únicamente nos quedará el cansancio...»

Pero la criatura finalmente encontró un atajo y le cortó el paso con un graznido estridente. Silver frenó en un derrape, jadeando y mirando a su rival a los ojos. Era un bicho enorme, prácticamente de su tamaño.

«Va a matarme».

Bajó la cabeza intentando ocultar su miedo; esforzándose por mantenerla a distancia mediante el pelo de su lomo erizado. Por un momento solo hubo silencio.

«Va a sacarme los ojos... Y después hurgará en mis entrañas. ¿Por qué la honran llamándola águila? Yo solo veo un cuervo. Un asqueroso y repulsivo cuervo».

Agachó las orejas con amargura. El temblor de sus patas no cesaba. La arpía tanteó la situación con varios amagos, y terminó por probar suerte abalanzándose con las alas extendidas y un chillido intimidante. Silver cerró los ojos con fuerza.

Esperó.

Nada.

Esperó. Tenía miedo de abrir los ojos.

Nada.

Torturado por la tensión, se convenció para mirar a su alrededor tímidamente.

La arpía se retorcía en el suelo dolorida, sin poder emitir sonido alguno. Las garras de un lobo níveo estaban insertadas en su pico, destrozando su garganta e inmovilizándola contra el suelo.

—¿Alabastro? —indagó, buscando su rostro con las primeras luces de la mañana.

—No. Yo me llamo Misha —canturreó una melodiosa voz femenina, dedicándole una sonrisa llena de dientes pequeños y afilados. Los usó para desgarrar el cuello de la arpía con un simple movimiento.

—¿Misha? ¿Has... venido con el campamento?

No recordaba haberla visto antes.

—No. He venido detrás de él. Tenía un tema de máxima urgencia que consultar con la líder de esta Unidad. —La loba clavó sus ojos azulados y tranquilos en los de Silver; parecía la personificación de la belleza y la dulzura. Su acento suavizante en las erres solo ayudaba a impulsar su aura de misterio—. Ni siquiera yo pude predecir la emboscada, si no me habría adelantado a avisaros. Tú... tan solo ten más cuidado la próxima vez. O más agallas.

Apartó las patas del cadáver, provocando el rubor de vergüenza del chico. Ya se estaba dando la vuelta cuando Silver alzó la voz, torpemente.

—Eh... Gracias por evitar que me saquen las tripas. Supongo. —Bajó las orejas con timidez—. Soy Silver.

—Lo sé.

Sin dar más explicaciones, balanceó la cola para demostrar la cortesía del gusto en conocerle. Cuando la loba empezó a andar para alejarse, el chico volvió a interrumpirla.

—¡Espera! Yo... creo que estoy algo desorientado.

No mentía. El bosque era desquiciante; idéntico en cualquier lugar al que miraras. Un lobo experimentado podría reconocer el olor de Garra desde aquí, o quizás alcanzara a captar el olor a sobaco de Oliver, pero para alguien tan poco familiarizado con los rastros como él, era imposible distinguir más animal que las ardillas que escoltaban las ramas altas. Se avergonzó enormemente de pedirle ayuda:

—¿Podrías indicarme? Suena estúpido, pero creo que me he perdido...

La loba indicó una dirección con la punta de su cola, sin dirigir la vista atrás. A pesar de que había dicho que buscaba a la líder, estaba caminando en dirección contraria.

—Perderse solo significa encontrar algo que no buscas.

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