4
"Un error no se convierte en verdad por el hecho de que todo el mundo crea en él." – Mahatma Gandhi
— ——
Frente a esa abrupta situación tomé a Madison desde atrás compulsivamente, sosteniendo su cuerpo delgado y volátil a punto de caer de bruces al piso.
— Gracias por colaborar Jean Bruce, la Dra. Kruppova lo acompañará hasta la salida —indiqué en voz potente.
— ¡Esto ha sido un desquicio! — sentenció segundos antes de marcharse, farfullando ingratitudes.
Yo asentí en silencio con el sabor de la victoria en mi paladar.
Nadie me ganaría.
Yo sabía que de algún modo, Madison hablaría.
"Maddie"...algo en ella significaba aquel sobrenombre y como buen cabezotas, estaba dispuesto a averiguarlo.
La giré en el aire en un santiamén, ante la atenta mirada de Tatiana que ingresaría con premura tras acompañar a Jean Bruce hasta la salida y en oficio mudo, balbuceó que me esperaría fuera. Madison se acurrucó en mi torso e interiormente, me sonreí por la gran diferencia de alturas.
— Discúlpame Madison, desconocía que odiabas que te llamaran así—mostrándome cómplice debía ganarme su, difícil, confianza. — Lo tendré en cuenta para la próxima — hecha un ovillo, con su rostro enterrado entre sus manos, se refugiaba en mi pecho.
Con mis palmas acaricié su cabello cuidadosamente a sabiendas que continuaba escarbando en un terreno desconocido y escabroso. Su pelo era sedoso a pesar de estar enredado en esa trenza que parecía tatuada sobre su cabeza.
Angustia, dolor, temor...mil cosas deduje se entrecruzarían en su mente. Una mente confusa, cerrada y poco accesible.
— Shhh, llora todo lo que quieras. Necesitas hacerlo—su ahogo parecía no tener fin, su decepción tampoco.
Apoyé la barbilla paternalmente sobre la cúspide de su cráneo, generando una inexplicable sensación de confort para mí mismo. Instantáneamente, ella culminaría su llanto para alejarse bruscamente de aquel contacto poco pensado de mi parte.
Daría un paso hacia atrás, tomando distancia.
Refregando sus ojos despojándose de lágrimas, me miraría otra vez.
— ¡Me defraudaste! —disparó para mi sorpresa. Parpadeé varias veces — ¡He confiado en tí! — con la voz quebrada y ronca, regresaría a su cama zafando de mí, cayendo desplomada en el colchón para aferrarse a su almohada.
Impactado, en shock, quedé de pie como un idiota, decidiendo que lo mejor era irme de allí para darle espacio...y a mí también.
--
— ¿Ha dicho algo más? — el rostro de Tatiana mostraba incredulidad — ¡Debo felicitarte aunque nos cueste una injuria legal!
— No seas ridícula, Tatiana, ese tipo no tendría argumentos para decir que ella lo atacó ni mucho menos. Jamás lo he expuesto.
— ¿No has visto su rostro al salir?
— ¡Es un gran actor! — resoplé confirmando mi teoría más que nunca.
— ¿Viste los puños comprimidos de esa muchacha? ¡Estaba al borde de un brote!
— Ambos vimos su gesto, pero jamás lo ha hecho con ánimos de atacarlo. Si eso deseaba, le hubiese saltado a la yugular. No lo dudes.
— ¿Qué más dijo?
— Que no la llame Maddie nunca más.
— ¿Sólo eso? — levantó su ceja, minimizando la conquista obtenida.
— Y que la he defraudado.
— ¿Defraudado? ¿A qué se refiere?
— Supongo que deberé añadirlo a mi listado de preguntas sin respuestas.— dije elevando mis hombros, algo resignado y desconcertado.
— Esa muchacha es todo un misterio.
— Un misterio que no me vencerá de ningún modo.
— Ya lo creo que no; esta te ha salido de pura suerte.
— No me subestimes, amiga. Ya he conseguido milagros. — dije en referencia a Soli.
La blanca palidez de Tatiana me brindaba una sonrisa plena de satisfacción, sabía que yo tenía razón. Sin embargo había un rictus adicional que no podía deducir a qué se debía.
— ¿Cuál es tu próximo paso?
— Ocuparme yo mismo de su terapia.
— ¿Qué? ¿Estás hablando en serio?— preguntaba incrédulamente. Tatiana había sido su analista desde el momento de su ingreso, un mes atrás. Pero ahora las cosas serían distintas; Madison había interactuado conmigo y no con ella.
— Debo exigirle de algún modo que me explique qué ha querido decir con esa frase desafortunada.
— ¡La quieres volver loca! Debo ser yo quien siga con su evolución. Agradezco que hayas intercedido, pero no te corresponde continuar con su terapia — elevó la voz, un tanto desencajada.
— A la vista de todos nosotros, ya está loca, por lo tanto, no hay modo que empeore — otro punto en el que acababa de acertar.
— No creo que sea conveniente, ha dicho que no confía en tí. ¿Qué te hace pensar que asumiendo su terapia soluciones ese enigma?
— Si logré sacarla de su zona de confort una vez, podré lograrlo dos.
— Eres un kamikaze...
— No se me ocurre otra alternativa... ¿o acaso a ti, sí? — la coloqué contra las cuerdas; ella había estado poco más de 30 días para sonsacarle un suspiro y yo, en un puñado de horas la llevaría a pasos del estallido.
--
Como todas las tardes, Tatiana era quien encaraba la sesión terapéutica de Madison, ya que después, iniciaba su taller de pintura y modelado con arcilla junto a Maggie, la profesora de artes plásticas desde hacía más de 15 años. Pero ese día, mi plan de acción se pondría en marcha.
Segundos antes de irrumpir (e interrumpir a sabiendas de mi colega) observé desde el corredor la situación a la que me expondría. En el diván, sentada, con las manos entrelazadas y mirando hacia ellas, Madison viajaba quién sabe hacia qué destino. Tatiana tomaba notas, la observaba, le hablaba, pero nuestra paciente ni siquiera se inmutaba.
Aguardé por contados cinco minutos de reloj, para hacer mi aparición triunfal.
Debía reconocer que a pesar de mi experiencia, vasta y extensa con numerosa cantidad de casos dentro y fuera del CAMH, Madison era un enigma con todas las letras. Y quizás, el desafío más grande que se me había presentado hasta entonces. Incluso, con Solange.
— Disculpe Dra. Kruppova — apenas tocando con mis nudillos, giré el picaporte e ingresé completamente a su consultorio. Madison reaccionaría, alerta. Sus ojos, ligeramente rasgados, se abrirían de par en par. Tragó con dificultad y su respiración se agitó. — Creo que ha llegado el momento de tomar cartas en el asunto.
Las manitas de Madison se cerraron en un puño, pero sin indicar violencia, sino más bien, impotencia por lo que se suscitaba frente a sus ojos.
Las aletas de su nariz buscaban oxígeno, pero una incipiente lágrima comenzó a formarse en sus ojos. Tatiana estaba de pie a esas alturas, pero estática. Ambos aguardábamos la reacción de nuestra internada.
— Estoy aquí para ayudarte, Madison— recordé no nombrarla por su diminutivo — tanto como la Dra. Kruppova. Es necesario encarar la terapia desde otro ángulo y por ello estoy aquí.— Tatiana asentía a pesar de su disconformidad. Aun así, me palmeó el hombro con delicadeza y se despidió tibiamente de nuestra interna.
Aquellos ojos color de otoño se clavaron en mí, despellejándome, pero ni siquiera de ese modo me intimidaba. La única que alguna vez lo habría hecho fue Solange y la nueva interna distaba de tener ese carácter dominante y autoritario.
— ¿Qué sucede Madison?... ¿estás enfadada conmigo? — pregunté cruzando mi pierna, una sobre otra, mientras acomodaba mi agenda dispuesto a tomar notas frente al diván.
Sus labios eran presionados con fuerza pudiendo observar que los huesos de su mandíbula se marcaban bajo su tersa piel.
Limpié los cristales de mis gafas con parsimonia; quería irritarla, arrastrarla al borde de su temperamento y analizar si sería capaz de reaccionar del mismo modo que su esposo pregonaba.
— He decidido que la Dra. Kruppova te guíe solo un par de veces a la semana; una terapia complementaria conmigo quizás sea más productiva. Necesitamos ver resultados. Han pasado varias semanas desde tu arribo y no hemos obtenido una mejoría. Si deseas obtener el alta, irte de aquí y volver a tu vida, tendrás cooperar con nosotros.
La tensión disipada a lo largo y (escaso) ancho del cuerpo de Madison era vibrante a medida que pasaban los segundos.
— ¿Cuáles son tus expectativas? — lancé sabiendo que ser distante la haría montar en cólera; no obstante, no era mi estilo. Ella se apoyaría inicialmente, dándome su mirada como premio, por mi parsimonia y tranquilidad al hablarle. No la había presionado y le brindaría un espacio que ahora, no. — He esperado cada minuto por tí. Si hay alguien decepcionado aquí, soy yo. — siendo hiriente, causando un efecto cruel, encendí la mecha de la bomba.
Por primera vez, descendería la mirada, liberando otra lágrima sobre su mejilla.
Sufrí verla alterada, dolida y una corriente me cruzó la espina dorsal, lastimándome a mí también. Se la veía frágil como un cristal. Con mis sentidos alterados, dejé la libreta de notas sobre el asiento en el que me encontraba, para ir a su socorro.
"Eso no podía estar bien"
Mi conducta era contradictoria y poco profesional.
Su estado de ánimo, voluble y endeble, me enredaba en sus propios hilos.
— Madison...por favor...necesitamos...necesito saber qué sucede contigo — arrodillándome frente a ella, acaricié sus manos, inicialmente reticentes a mi contacto.
Su tacto era suave, sus palmas frías. Sus ojos finalmente, renacerían para afianzarse en los míos, dubitativos a esas alturas. Respiramos cerca uno del otro.
— Madison, te ruego que confíes en mí nuevamente, que ambos confiemos en el otro. Por favor — mi voz, ahora casi susurro, endulzaría su mirada. Metió de a poco sus labios por debajo de sus dientes, sellando aun más su boca. — Yo no creo en lo que dice tu esposo — comprometiéndome en mis palabras, violando el secreto de no emitir opiniones personales durante el análisis, debía demostrarle que en mí podría encontrar a alguien con quien hablar. Aunque fuese a expensas de mi futuro como terapeuta— Existe algo extraño en tu llegada, en su visita...pero no puedo seguir adelante si no me ayudas.
Tras esa reflexión intensa, quitó sus manos de las mías con extremo cuidado y algo de temor.
— Si sientes que la presencia de tu esposo ha sido un error, te prometo que sólo lo citaré cuando lo pidas — invocar a la imagen de su pareja resultaría un antes y un después en su mirar. Levantaría súbitamente sus ojos, aceptando mi proposición. — No quiero hacerte daño, queremos tu progreso, tu mejora.
Sus silencios, sus respiraciones, su rostro angelado, hacían de esa pequeña mujer alguien atrapante.
— No....no quiero verlo....más — balbuceando, quebrando su tono un tanto áspero, exhaló ingresando al momento de tregua al que la estaba exponiendo con mis palabras. Volvíamos a estar en carrera. Disfruté en mi interior.
— ¿Por qué? — tiernamente y sin abandonar mi postura, aunque ya me dolían las rodillas, aproveché el buen impulso de la confesión.
— Porque me hace daño.
Enmudeciendo, simplemente me entregué a sus dichos. ¿Daño? ¿Por qué? ¿A qué se refería? Su esposo, sin embargo, afirmaba lo contrario.
Era todo realmente muy confuso.
— Cuéntame...
— No...no...— retrayéndose, elevando sus piernas y abrazándose a ellas, se ocultó tras su liviana figura.
Comprendí que había sido suficiente. Demasiado por el día de hoy.
Me puse de pie lentamente e impulsado por una fuerza magnética e indescriptible, continué violando mi ética: la besaría en la cima de su cabeza, como cuando un padre felicita a su hija tras una buena nota en el Instituto.
— Gracias Madison. Has sido una gran niña. —regresé a mi silla a hacer mis escritos, cuando vislumbré por el rabillo del ojo que en su rostro se escondía una tenue sonrisa. —Dime Madison — hice un intento por conquistar su buen ánimo una vez más – ¿Qué te gusta hacer? He leído que te agradan las Artes.
Pestañeó una serie de veces, asombrada y sus hombros aligeraron su tensión. Desenrollándose como un ovillo de lana, sus piernas colgaron nuevamente en el diván y sus manos encontraron calor bajo su trasero.
— Sí —respondió monosilábicamente pero con mucha determinación.
— ¿Qué clase de artes? —repliqué colocándome mis gafas.
— Todas.
— ¿Y por qué no asistes al taller de artes de Tatiana?
— Porque no me gusta. — abandonando su silencios, me llenaría el pecho de emoción escuchar una oración completa.
— ¿Por qué?
— Porque hacen cosas de niños...—refunfuñando como un chico, frunció su boca causándome una risa estruendosa por la que debí disculparme segundos después.
— ¿Cosas de niños? Si llegasen a escucharte Maggie o Tatiana te matarían —expulsando aquellas palabras jocosamente, obtuve, acaso la mejor de las recompensas a mi tenacidad: la sonrisa llena de Madison.
Plena, sus labios se abrían para dar lugar a su dentadura perfecta, clara y luminosa. Unos hoyuelos simpáticos se dibujaron al lado de la comisura de su boca, imprimiéndole un encanto único y particular a su rostro.
— Deberías sonreír más a menudo. Te sienta bien.
El rubor azotó sus mejillas de golpe, con la vergüenza interponiéndose entre nosotros. Retrayéndose en sus gestualidades, comprimió su cuerpo, retomando su expresión adusta y contrariada.
"Un paso adelante, dos pasos atrás"
— Madison, no debes sentirte intimidada por los cumplidos. Soy tu doctor y en lo que a mí respecta, haré lo posible para que te sientas bien.
— ¿La mentira está incluida? — destilando sarcasmo, mostraba otra faceta.
— ¿Mentirte? ¿Qué pretendes decir con eso?
Haciendo un ademán con su mano, desestimaría mi repregunta. Pero yo no abandonaría mi tesón, el mismo que me llevaría a donde estábamos ahora.
— Habla Madison. ¿Por qué crees que te mentiría?
— Porque a ningún hombre le interesa la sonrisa de una mujer.— lacónica, soltó.
— ¿Eso es lo que crees?
— ¿Siempre eres tan preguntón? — desconcertándome, abrí mis ojos como dos platos ante su cómica expresión. Esbocé una mueca colocando la boca de lado.
— Debo serlo por mi trabajo...
— ¡Pareces policía, no psicólogo!—meneé la cabeza aceptando mi batalla perdida y al mismo tiempo, ganada.
— Hemos terminado por hoy, Madison — resolví observando mi reloj —ya puedes regresar a tu habitación. —exhalé cerrando mi agenda, con el reconforte del objetivo logrado.
Caminamos hacia su cuarto. Ella iba a la par mía. La diferencia de alturas era, hasta cierto punto, graciosa. Estaba acostumbrado a que las mujeres fueran mucho más pequeñas de estatura que yo, y a pesar que la estructura física de Solange era similar a la de Madison, esta última parecía más diminuta, quizás por cuestiones de carácter. Soli era plenamente consciente de la sexualidad que irradiaba; cuando caminaba, un halo de autoconfianza y sensualidad brotaba por los poros. Su figura esbelta se contorneaba, su espalda recta y su pecho altivo, hacían de ella el epítome de la seguridad aunque fuese tan solo una fachada.
Madison era dueña de una belleza exótica y sutil. Angelada, el extraño color de sus ojos ligeramente rasgados, era cautivante; una mixtura compleja de verdes y ocres le imprimía un mirar misterioso. Un brillo dorado cercano a sus pupilas era la invitación a un viaje de ida sin regreso. Sus labios, carnosos, parecían cincelados y aquellos hoyuelos traviesos que se colaban en sus mejillas, la convertían en una criatura digna de atracción para cualquier hombre.
Enfundada en la inmaculada blancura de la túnica hospitalaria, sus huesos se escabullían bajo ella.
— Estás a tiempo de ir al taller de artes, Madison. — jalando de la cuerda, solo obtendría de su parte, un doble levantamiento de hombros cual niño caprichoso. Su labio inferior sobresaldría por el de arriba, formando una pequeñísima "o" con su boca.
— He dicho que no quiero, doctor.—respondió rebelándose a mi sugerencia.
— Entonces, no insistiré — introduje la tarjeta de acceso en la ranura de la puerta de su habitación, le di paso y junto a ella, a una maraña de cuestionamientos.
--
Por varios días le daría vueltas al asunto. ¿Quién mentía? ¿Quién decía la verdad? ¿Tan buena actriz sería Madison Wells que podría engañarme con su aspecto dulce y tímido?
Las sesiones de terapia que le siguieron a la de aquella tarde de confesiones, no transcurrirían con igual suerte. Ella no conseguía entregarme más que simple monosílabos, pocas oraciones y nada sustancioso que me permitiese avanzar.
Sus secretos, su hermetismo, me movilizaban sistemáticamente.
El viernes por la noche me encontraría en mi apartamento, un lujoso semipiso en Brunel Court adquirido con el sudor de mi frente tras el divorcio con Sophie y con el anhelo de que Toronto me recibiera de brazos abiertos. La oportunidad de estar lejos de todo aquello que me unía a esa vieja vida en la que había demostrado mis miserias y que me ligaba a un pasado, en apariencia feliz con mi ex esposa, representaba ser una luz en el camino.
Fue para entonces, cuando conocí a Tatiana, una profesional de primera línea quien sería mi terapeuta y luego, mi amiga personal. Ella impulsaría mi viaje a este sitio y quien me abrió las puertas de este trabajo en el CAMH. Tatiana se convertía mi guía, mi tutora, la encargada de sacarme del fondo del pozo.
De un fondo del que no podía salir hasta el día de hoy, viaje espiritual mediante.
Tras mi ruptura con Sophie y el dolor de perderla por haber cedido ante la tentación de su propia hermana, mi rendimiento laboral no sería el mismo. Disperso, sin poder enfocarme en mis pacientes, sin tener una vida propia y hundiéndome en mis propias penurias, era una sombra de lo que hoy por hoy, era
Tatiana me rescataría, y por eso, siempre le estaría inmensamente agradecido.
Sumergido en mi copa de Malbec y en la voz de Sarah "La Divina" Vaughan me haría eco de un llamado bastante inesperado pero no por eso menos interesante: Pría estaba en Toronto hospedada en el Windsor Arms Hotel, a escasas calles de la Galería de Arte de Ontario y aguardando por mí. Fuera de todo plan, eso era precisamente lo que me atraía de ella: su imprevisibilidad. Siempre sacaba alguna salida de la galera, desestructurando mi metódica forma de ser.
Por un instante medité si finalizar mi copa de cosecha 2001 o tomarme una ducha con premura para acudir a su visita. Optando por lo segundo, mi decisión no conocería de arrepentimientos cuando la encontré sentada en el lobby del hotel: íntegramente de negro, el manto de su cabello brillaba por sobre el vestido de gasa y leves transparencias en el sector de sus brazos.
Imponente, era la primera conquista en mi haber que equiparaba mi altura.
Acercándome, tomé su mano, besé sus nudillos con parsimonia y me hundí en sus ojos negros y profundos. Era perfecta, glamorosa y sensual. Sus piernas largas se descruzaban coreográficamente para recibirme.
— Siempre tan elegante, Francis —dijo con su voz de locución radial — y siempre tan bello — replicó sin una pizca de vergüenza.
— Yo tendría que ser quien te dijera los cumplidos esta noche. Estás más impactante de lo que te recordaba. —posando un suave beso en la comisura de sus labios, reproduje con ardor.
— Tendrás tiempo de hacerlo; la noche recién comienza.— amenazó con la lujuria instalada en sus ojos, olvidando mi proceder de meses atrás, cuando hube de abandonarla cruelmente en la habitación de su hotel, en Nueva Delhi.
— ¿Aun confías en que puedo ser una buena compañía? — pregunté con la esperanza de resarcirme.
— ¿Acaso te hubiera llamado si no creyese lo contrario? —arqueando una ceja, pasaría por delante mío marcándome como una gacela el paso hacia el exterior de las instalaciones del hotel. Sus piernas interminables eran rematadas en la parte inferior por unos zapatos de tacón fino y alto, también negros y gamuzados.
Esa mujer era caliente, sexy e inteligente; se merecía un hombre con todas las letras.
Pero yo no sabría aun si estaba a la altura de las circunstancias, no porque dudase de mi virilidad, sino porque habría pasado muchísimo tiempo desde que no compartía la noche con alguien.
— ¿Has pensado donde me llevarás? Es mi primera vez en Canadá — dijo extendiendo su brazo para llamar un taxi, en la entrada del Hotel.
— No, pero coincidiremos en que no te defraudaré. Al menos, no esta vez. — suspicaz, mofándome de mí mismo, me concedí algo de gracia.
— Jamás me has defraudado, Francis. Quizás fui yo quien se apresuró... —reflexionó ingresando al vehículo con prestancia.
Todo indicaba que la noche, sería estupenda.
Alo Restaurante era un sitio exquisito, con un menú delicioso y muy conocido por mí tras asistir a varias reuniones laborales y alguna que otra cena formal organizada por la Asociación "Sanar", ente sin fines de lucro que Tatiana y yo comandábamos.
Generalmente, organizábamos eventos solidarios en los que convocábamos patrocinadores que donaran dinero para brindar una mejor calidad de vida al asilo de madres solteras y niños en situación de calle en las afueras de Ontario. Pero, lamentablemente, según palabras de la propia Tatiana, las cosas no le estarían yendo bien económicamente a nuestra Fundación. Sería inevitable sentir culpa por la poca atención que le habría brindado yo durante este último tiempo de exilio.
— No puedo quitarte los ojos de encima... —agregaría la menor de los Korfaa, sin el menor pudor, aunque en breve, se retractaría — perdona, olvido que puedo resultar un poco avasallante. — batió sus pestañas oscuras con gran intensidad.
— Pría, eres una mujer seductora y realmente me gustas. Pero no quiero engañarte. Siempre he sido claro contigo; no sé si puedo ser el hombre que te mereces.
— ¿Por qué no me dejas averiguarlo por mis propios medios?
Era tenaz y quizás la luz tenue de la noche, el ambiente rodeado de velas, el sonido de una exquisita pieza de Jazz de esas que tanto me agradaban y un halo de romanticismo, envolvería a la oportunidad de propicia para probarme a mí mismo que era capaz de creer en el amor nuevamente.
Pría me agradaba y mucho. Mi cuerpo se sentía sumamente atraído y reclamaba que después de mucho tiempo, lo consintiese en sus instintos. Pero en el fondo de mi ser, existía algo que no me permitía entregarme por completo.
Un violinista acompañaba la velada y junto a la música, el plato principal: una pata de cordero flambeada con la compañía de una ensalada de hojas verdes y aderezo de yogurt.
— Continúas muy pensativo Francis, — tomando por el pie la copa de cristal con champagne recién servido, Pría humedecía sus labios gruesos y seductores — en ciertas oportunidades solo hay que dejar que el cuerpo hable y ya— traviesa, introduciéndome a un juego perverso, me arrastraba.
— No quiero lastimarte.
— No tendrías por qué hacerlo.
— ¡Realmente me sorprendes!
— ¿Por qué? ¿por tener tan en claro cuánto te deseo?— arqueando una ceja y agitando nuevamente sus pestañas pesadas color carbón, imponía respeto.
— Verás, soy un poco a la antigua. Me gusta el cortejo de un caballero hacia una dama. Me intimida un poco que la mujer sea quien tome la iniciativa, tan sólo eso...
— ¿Tan paleozoico eres?— dijo y no pude evitar liberar una sonrisa por lo bajo.
— No creo que ese sea el término; simplemente creo en la galantería.
— ¿Soy la primera mujer que ha intentado seducirte tan abiertamente? — la pregunta, inocente, nos enredaría en un tema bastante delicado. Pero Pría merecía sinceridad, y yo, dejar de lado mi hermetismo.
— No, no lo eres.
— ¿No? — puso la boca haciendo puchero. Tragué fuerte disimulando mis ansias por arrebatarle un beso. — Pues qué pena— replicó desinflándose como un globo ante mi sorpresa —Imaginé que al menos en ese aspecto podría resultarte atractivamente original...—jugueteando con el enorme anillo de brillantes de su dedo anular, bajaba la mirada, exagerando su decepción.
— No me malinterpretes. Ya he reconocido que me atraes y demasiado. Pero no siempre es cuestión de piel, Pría. Que intentes mostrar tus cartas desde el comienzo, es una ventaja para mí y no pretendo abusarme de ello.
— ¿Y quién ha sido la persona que me sacó el trono de las persuasivas? — retomando su humor, dibujaría una sonrisa en su rostro de piel aceitunada.
— Alguien muy especial — gané unos minutos para pensar.
— Ya lo creo que sí... —cortó un trozo de comida y lo llevó cadenciosamente a su boca jugosa — ¿Y ella ha obtenido el premio que yo aun busco conseguir? —repreguntó al terminar de masticar.
Sonrojándome como un adolescente, haciendo una mueca con mi boca un tanto dudosa pero no menos graciosa, aliviaría mi carga confesando parte de los secretos que me perseguían.
— Solange. Su nombre era Solange. — exhalé con peso. Retrotraerme a las circunstancias que derivarían en la disolución de mi matrimonio, era nostálgico.
— Bonito nombre, pero ¿tanto como su dueña?
— Sí. Tal vez.
— ¿Lo dudas? — subió su cejas por la vaguedad de mi respuesta.
— No dudo de su belleza; he estado con ella siendo consciente de que era una mujer condenadamente hermosa. — no escatimé en sutilezas — Pero no ha sido más que un traspié muy importante en mi vida —sosteniendo su mirada, cortaba en mil pedazos el medallón de cordero.
— Estás nervioso... ¿recordarla te pone de ese modo?
— Es más complicado de lo que supones.—seguí cortando con insistencia, aunque ya quedaban trizas de aquella porción.
— ¿Sí? ¿Tanto como para que te moleste hablar de ella?
— En cierto aspecto, es sólo incomodidad. Mi terapeuta es la única que conoce los pormenores de esa mancha en mi vida.
— ¿Esa mujer ha resultado ser una mancha? —parpadeando muchas veces, parecía desentender. Era psicóloga y su naturaleza investigativa, sería de la partida.
— No ella, sino la situación que vivimos juntos. Se me fue de las manos.—apreté la servilleta muy inquieto, rememorando con nerviosismo. La secuencia "Desnudos en el baño- Soli arrodillada - Sophie llorando – yo corriendo – ambos firmando el divorcio" era un flash recurrente en mi cabeza.
— No te imagino perdiendo los estribos ante nada, Francis. Eres tan medido, estricto e incluso con un ejercicio del autocontrol tan logrado, que me sorprende que me confieses esto.
— Verás, — comencé a decir intentando calmarme, aquella era una historia que pertenecía al pasado y no tendría que suponer un malestar hacerla conocida —Solange era una muchacha preciosa. Tan preciosa como intensa. Éramos amigos de pequeños y yo he sido su obsesión durante muchos años...
— Oh — dibujando una pequeña o con su boca, Pría asentía mientras comía.
— Una tarde en la que me llamó pidiendo por ayuda, acepté socorrerla. Pero me encontraría...vulnerable — aclaré cauto y sin entrar en detalles — Finalmente accedí a pasar un momento con ella.
— ¿Y acaso qué es lo tan malo que te saca de tu zona de confort? —analizándome, como una profesional que era, leía los sectores oscuros de mi estructura mental.
— Solange era presa fácil de las adicciones. A toda clase de ellas, como ser drogas, alcohol y hombres. — Pría abrió los ojos, grandes, incrédula.
— ¡No puedo creer que te enredaras con una mujer así! — dijo azorada tras limpiar la comisura de sus labios— Debía ser muy bella y hábil...
— ...Y yo muy débil, sin dudas. — completé su razonamiento — Pero eso no sería lo peor.
— ¿No?
— Ella...ella era mi cuñada — tragué.
Durante mi estadía en la India saldría a la luz mi estado civil, circunscripto simplemente en divorciado y solo. Sin embargo, era conocido entre los más allegados, que Sophie seguía estando presente en mi vida. Continuaba atada a ella, a su recuerdo, a la estúpida esperanza de que el americano Ajax cometiera un error lo suficientemente peor, para que ella me eligiese por sobre él.
Maniobra egoísta y traicionera, me engañaba a mí mismo inventando una realidad paralela, sin poder superar que Sophie ya no me pertenecía. O que en realidad, nunca la habría tenido. Yo ya no era su esposo. Nunca lo volvería a ser, porque habría perdido la oportunidad de la redención. Siendo acaso lo que más me dañaba, reconocer que ella amaba a otro de un modo que yo no conocía.
— Solange era la hermana de Sophie... —con un susurro, Pría se colaba en mis coloquio.
— Sí. Su hermana gemela — aseguré.
— Esto merece una copa de algo más fuerte que este vino, querido.—dijo astutamente, bebiendo hasta el último sorbo que tenía frente a sus narices.
— Ese flirteo me ha llevado al divorcio.
— Lo que sientes, entonces, es culpa.
— Bastante.
— ¿No crees que has pagado ya con perder a Sophie? ¿O te has prometido ser célibe el resto de tu vida? — dijo quitándome una sonrisa de mala gana.
— No está en mis planes ser un monje tibetano, Pría — acepté con resignación y un resto de buen humor ganado en buena ley por la armenia— Lo que más deseo es volver a confiar en el amor. Tengo 35 años y me disgusta la soledad.— reconocí con pesar.
— Para eso, debes confiar primero en tí mismo, colega.— guiñándome su ojo, daría en el blanco.
Como durante todo el resto de la noche.
**La historia sólo tiene 4 capítulos publicados ya que se encuentra a la venta, en Amazon, por lo tanto, este es el último.
Gracias por leer hasta aquí :)
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro