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Especial 4: Hermanos repetidos - parte 1

Deneb

Éramos dos, desde que tenía memoria. Mi hermano "repetido" era el reflejo de mi ser. Siempre juntos, siempre jugando, rara vez peleando. Al menos en modo serio, porque sí teníamos duelos a modo de juego, para desarrollar nuestras habilidades de cazadores, o eso era lo que decía papá.

Y era que, si discutíamos en serio porque uno hizo mejor una trampilla o que si agarró una fruta que el otro prefería o cosas sin sentido, nuestros padres no nos hacían mucho caso.

"Ellos lo solucionarán a su modo" dijo una vez. O "Solo se tienen el uno al otro. No pueden estar peleados por siempre". Y si le decía feo a mi hermano, la respuesta era "Es igualito a ti, así que tú también eres feo".

Él y yo nos hicimos cómplices y compañeros desde muy pequeños.

Cuando estábamos en el grupo de niños pequeños, los que apenas estaban aprendiendo a cazar, abrimos la bolsa de tela que tenía nuestra fruta, y vimos que solo había una manzana.

Nos miramos, retándonos desde ya.

—Mamá dejó esa para mí, obviamente. Las estrellas me enviaron unos minutos antes que tú —reclamó Rigel.

—Eso significa que debo comerla yo entonces —contraataqué—, porque debo alcanzarte en tamaño.

Empezamos a gruñir bajo, aunque nuestros gruñidos fueran más agudos que amenazantes, por nuestras cortas edades.

—Ambos son del mismo tamaño —dijo una niña.

Volteamos y vimos a Ursa con un cuchillo hecho de madera, de uno de los árboles más duros. Ella era tal vez un año mayor que nosotros, así que guardamos silencio.

Creí que partiría la manzana en dos, pero de su bolsa de tela sacó otra manzana y me la dio.

—La suya es más grande —farfulló Rigel.

—Coman en silencio —renegó ella—. Ya van a volvernos a llamar para que practiquemos con otra tarea. Quiero concentrarme —nos increpó.

Se alejó y cayó sentada contra una de las piedras.

Mi pecho palpitaba de forma rara, pero se sentía cálido cada vez que la veía, sobre todo cuando perseguía y cazaba algún conejo con eficacia. Como eran animales pequeños y "casi" inofensivos, nos los dejaban de tarea a veces.

Sonreí levemente, de forma tímida, jugueteando con mis dedos. Miré de reojo a Rigel y él sonreía igual que yo.

También me miró de reojo y terminó volteando para volver a clavar su mirada retadora porque, al igual que yo, notó que ambos nos poníamos igual cuando veíamos a Ursa.

—Deja de sonreír así. Es vergonzoso.

—Tú deja de sonreír.

Empezamos a gruñir de nuevo y nos lanzamos al ataque, haciéndonos una bola caótica de pelea.

Estábamos forcejeando, cuando los adultos nos llamaron y ambos volteamos a ver nuestras manzanas sobre la bolsa de tela en la hierba. Nuestros estómagos gruñeron, pero ya no podíamos comer. Habíamos perdido el tiempo peleando otra vez.


***

Nos juntamos a Ursa y ella nos tomó como una suerte de hermanos. Al final, el jefe de los cazadores siempre decía que era mejor si alguien nos cubría la espalda. Había depredadores territoriales, como nosotros, buscando defenderse o defender sus tierras.

Aunque, a Ursa se le había dado por querer demostrar que ella podía incluso con ellos.


Avanzaba despacio, sin producir sonidos. Dio un vistazo al costado, vigilando a Sirio, otro niño de nuestro grupo, y frunció el ceño un poco, apretando los labios y volviendo a concentrarse en el frente.

Él nos vio, sonrió levemente y se empezó a acercar. Nosotros le correspondimos la sonrisa, pero Ursa no.

—¿Qué han olfateado? —quiso saber en susurro.

—Es nuestro —atajó Ursa.

Él parpadeó con sorpresa, pero volvió a sonreír.

—Me alegra ver que has ido mejorando en esto. Te dije que así sería.

Ursa formó una línea con los labios y asintió. Yo los miraba a ambos, manteniendo mi gesto alegre. Soñaba con que seríamos los cuatro mejores cazadores del pueblo. Seríamos los más veloces.

En mi mente ya estábamos los cuatro siendo ovacionados por el anciano líder, mientras teníamos al animal más grande del bosque, capturado y listo para preparar un gran festival.

¿Cuál tendría que ser? ¿Una vaca quizá?

—Deneb —Rigel me sacó de mi ensueño y reaccioné.

Estaban ya varios pasos adelante. Me preocupé y, por avanzar de prisa, pisé algunas ramas. Quedé congelado en mi sitio.

Todos me miraban con los ojos muy abiertos, voltearon hacia el frente y esquivaron al puma que me había escuchado.

—¡Ursa!

Sirio la sacó del camino y el animal se volteó a verme. Me espanté y corrí. Los escuché gritar que peleara, y empezaron a correr detrás de mí.

Miré hacia atrás, espantado, y los tres le saltaron sobre el animal.

Los pumas eran criaturas fuertes. Un evolucionado adulto podía pelear contra uno de esos, pero ¿tres niños?

Me preocupé cuando el ágil felino giró sobre la tierra. Sirio no lo soltó, pero igual este logró golpear a Rigel y casi rasguñó a Ursa, que lo soltó, haciendo que Sirio perdiera el agarre también tras la reacción violenta del animal.

Para fortuna nuestra, el puma prefirió escapar. Todo depredador prefería guardar energía.

Quedamos respirando, asustados. Sirio dio una leve risa y se acercó, poniendo su mano en mi hombro.

—¿Estás bien?

Mi corazón también latía cálido.

—Sí.

Ursa, sin embargo, resopló, cruzando los brazos.

—Tienes que mejorar. No puedes distraerte. Los depredadores no tenemos ese privilegio.

Mis mejillas se calentaban. Asentí y bajé la vista. Era verdad. No podía distraerme. Casi habían salido heridos por mi culpa.

Rigel vino para comprobar que estaba bien, se veía aliviado.

A veces él recibía mayores reprimendas, por ser el "mayor", y se las tomaba muy en serio. Era muy responsable.


***

—Deneb, ella es Galatea. —Nuestro padre nos presentaba a unas chicas—. Rigel, ella es Adara. —Sus padres estaban al lado de ellos—. De ahora en adelante, van a cuidar de ellas. Serán sus compañeras eternas, ¿entendido? El vínculo que los une es tan fuerte como el de una familia.

Ya teníamos diez años. En el pueblo, ya empezábamos a ser vistos como hombres. No me había dado cuenta de lo rápido que pasó, entre aprender a cazar, festivales, la escuela y todas las demás cosas para aprender.

Rigel y yo no habíamos pensado en compañeras todavía. Nuestros padres se habían adelantado, pero estaba bien, esa era una de sus funciones más importantes.

Solo los padres podían saber qué era lo mejor. Por lo tanto, quién era mejor para ti también. Los jóvenes no pensábamos bien las cosas.

Le sonreí a la niña y ella solo frunció el ceño. Eso me recordó un poco a Ursa.


Ursa había estado un tanto "ocupada" en sus cortos tiempos libres, espiando a Sirio a veces, o trabajando en algunas cosas en su casa.

Sirio, por su parte, ya no entrenaba para ser cazador desde hacía tiempo. Iba a ser un guerrero y su tutor, Orión, quería que se concentrara solo en eso.

Mi sueño de ser los mejores cuatro cazadores del pueblo había quedado atrás hacía mucho. Aunque entendía que era un pensamiento infantil, porque la realidad siempre cambiaba. La vida era diferente a como uno la veía de pequeño.


El tiempo pasó, y Rigel y yo nos hicimos a una nueva rutina. Ir a la escuela, cazar, ayudar en casa, y pasar una hora o dos conversando con nuestras futuras compañeras.

Nuestro tutor decía que era fundamental conocernos, hacernos el uno para el otro desde temprano, acostumbrarnos a ser parte de la vida del otro.

—Mamá es artesana —contaba ella—. A veces trabaja con las cosas que traen los excavadores.

La miraba con interés y ella me mostraba una muy leve sonrisa recatada. Sus felinos ojos eran de un amarillo casi anaranjado, suave.

Todo era lo usual. Nuestra vida era como la de cualquiera del pueblo.


***

Rigel y yo entramos en etapa de transición, y, casi no salíamos de casa. Tampoco era que hubiera podido verme en una superficie reflectiva con claridad, pero igual me sentía vulnerable, sin mis colmillos.

Galatea me trajo un espejo de su mamá artesana y pude verme.

Quedé con los ojos muy abiertos al notarlos. Seguían de sus colores, uno verde y el otro celeste, pero el iris estaba pequeño y la pupila igual, redondita.

Reí y me puse las manos en las mejillas.

—Dicen que así se ven los humanos —dije con algo de emoción.

Ella asintió.

—¿Cómo pueden ellos lucir tan indefensos y ser malos?

Suspiré.

—Ironías de la naturaleza.

También era raro ver a mi hermano. Siempre dábamos leves respingos cada que nos veíamos por la casa a veces, y reíamos en silencio por nuestro aspecto.


A los pocos días, Sirio nos presentó a una humana, y mis ideas sobre ellos cambiaron.

Cuando vi a Marien, con su dulce sonrisa, algo que solo había visto en Galatea y en mamá a veces, fue bastante fresco. Claro que también su apariencia, sus ojos redondos, con aire inofensivo, sin garras, sin colmillos. No podía ser mala.

El saber que no tooodos los humanos eran malos, como siempre nos dijeron los líderes, me abrió un nuevo mundo. La curiosidad se apoderó de mí, y, claro, de Rigel también.


Fue divertido empezar a conocerlos. Marien se ganó nuestra confianza enseguida. Era muy linda y buena con nosotros. Y aunque luego pasaron cosas tristes, se solucionaron gracias a ella y a la ayuda de otro humano. Max.

Él nos introdujo a su mundo sin dudarlo, y eso nos emocionó mucho a Rigel y a mí. Sentí que volvíamos a ser niños, con la ilusión a flor de piel.

La ciudad era más de lo que alguna vez imaginé. El mundo de ellos era demasiado vivo. Estar en ese festival humano fue la mejor experiencia, aunque luego Rigel y yo terminamos en cama.


—Bueno, esto no lo he visto, pero he escuchado de ello —dijo el anciano médico.

—¿Qué es? —Mamá estaba preocupada.

—Creo que están así de agotados porque sufrieron sobreestimulación sensorial.

Ambos nos miramos, parpadeamos, y sonreímos.

¿Estábamos cansados por haber sido más felices de lo que nuestros cerebros estaban acostumbrados?

Con razón Ursa estaba bien. Ella había estado algo tensa, aunque luego se dejó ser libre un momento, pero no se subió a los juegos.


Max, además, nos hizo conocer a otros humanos, como Tania.

—Eres un gatito muuuy atractivo —dijo ella mientras apretaba mi mejilla—. Y tú también. —Le hizo lo mismo a Rigel—. ¿Van a querer bailar conmigo más tarde?

Ambos asentimos.

Pero, cuando ella se fue a hablar con otros y seguir organizando y arreglando el pequeño local para la fiesta, Rigel y yo nos miramos.

—¿No deberíamos traer a Galatea y Adara?

—Cuando le pregunté, dijo que no podían estar en un festival que no fuera del pueblo, podría ser mal visto.

Él suspiró y se encogió de hombros.

—Bueno.

Y luego nos desmandamos como irresponsables, y nos divertimos.


***

—Han estado saliendo con humanos —renegaba mamá—. Han roto reglas. Los han castigado por bailar con una mujer que no era su compañera... —Caminaba de un lado a otro, enfadada—. Han estado afuera todo el día diciendo que cazaban. Ha habido un día en el que no se presentaron a hablar con sus compañeras. ¿Qué está pasando?

Papá estaba con los brazos cruzados.

—Estoy seguro de que se les ha pegado alguna mala maña de los humanos —dijo él—. Esos seres no saben nada de responsabilidad y honor.

Ambos escuchábamos con la cabeza baja.

—Hay habladurías de que Ursa es la que está más metida con ellos porque Sirio la dejó por una humana.

—Sí. Qué vergüenza...

—No —respondió Rigel, haciendo que ambos abrieran un poco más los ojos. Los hijos nunca, nunca debían interrumpir a los padres—. No hablen así de ella. Tampoco hablen de la compañera de Sirio, es una humana buena.

Respiré hondo. Era lo que yo pensaba también.

—Rigel —increpó nuestro padre—. Bueno, si así lo dices. De todas formas eso no explica por qué dicen que Ursa se fue con un humano.

—¿A quién le importa...?

—Rigel.

Mi hermano apretó los labios, frunciendo el ceño. Estaba frustrado.

—Y tampoco explica por qué ustedes se han vuelto unos irresponsables —agregó mamá.

—Siempre hemos sido responsables —me atreví a decir—. Tan solo nos divertimos una vez.

—Cumplir con su función en el pueblo es lo más honorable —insistió papá—. No olviden eso cuando salgan.

—Cygnus —mamá le reclamó—. ¿Qué quieres decir?

Él mostró una muy, pero muy leve sonrisa.

—Que pueden divertirse si gustan, pero no descuidar sus labores.

Ambos sonreímos.

—Gracias, padre —dijimos al mismo tiempo.

—No descuiden a sus compañeras, ni la cacería.

Mamá cruzó los brazos y resopló.

—Bueno —aceptó—. Y tampoco sigan los pasos de Sirio y Ursa. Han dado mucho de qué hablar esos dos. Incluso aunque no se unieron, siguen siendo iguales.

—Es que las estrellas no se equivocan ni siquiera en eso —comentó papá.

—Cuidaremos de nuestras labores —dijo Rigel—. Por honor.


***

—¿Qué pasó? —hablábamos por "video llamada" como ya era costumbre.

—Eh —Max se rascó la nuca—. Tania está yendo, probablemente ya esté por llegar, es solo que recién puedo llamarles a avisar. Quiere pasear con Ursa porque escuchó a mi hermano... Nada. Solo quiere salir con ella.

—Okey, la ayudaremos a encontrarla.

—Gracias.

—¿Ursa pasó la noche allá? ¿Es por eso que tu hermano ha hablado de ella? —preguntó Rigel de pronto.

—¿Eh?

—Rigel —le increpé—. ¿Qué dices? Ursa no rompería una regla así.

—Nadie ha hablado mal de ella, solo aclaro —dijo Max—. Puedes estar tranquilo.

Mi hermano asintió y se alejó. Suspiré.

—Hermanos.

—Está bien. Se preocupa por Ursa, lo entiendo. —Max sonrió levemente—. Pero no peleen por eso. Tampoco me gustaría saber que alguien ha hablado de una persona.

—En el pueblo hablan, y eso ha molestado a Rigel, por alguna razón. Mamá y papá no quieren que demos de qué hablar en el pueblo. Aunque a mí no me importa mucho, Rigel es diferente. Pero, bueno, no muchos entienden. Creen que debemos ser iguales en pensamiento también.

Max apretó los labios.

—Tener un hermano es como tener otra parte de ti por ahí. Es como tu otro yo, o tu mitad. Aunque cada uno es independiente. Sé que en tu pueblo no muchos tienen hermanos, por lo de sus reglas, por eso no entienden ese aspecto.

—¿Hay reglas que determinan si una pareja recibe dos o más hijos?

—Eh... —Dio una corta risa nerviosa y negó—. Ya lo sabrás luego.


Cuando Tania llegó en su auto, Rigel se ofreció a ir a buscar a Ursa, mientras que yo quedé ahí, nervioso.

Ella se vestía de una forma diferente a las chicas del pueblo, e incluso que Marien, siendo ella humana también. Su ropa era pegada a su cuerpo y resaltaba todas esas formas que las hacían diferentes de nosotros.

Me llamaba mucho, mucho la atención, debía admitir. Era extraño.

—Sube —me invitó, al verme observándola.

Subí al auto con ella, mientras esperábamos a Rigel con Ursa, y me quedó mirando. Sus ojos me recorrieron.

—¿Qué edad tienes? Te ves chiquillo.

—Diecinueve.

—Aw. —Me apretó la mejilla—. Eres un bebé. Lástima.

¿Lástima? ¿Por qué?

Su cercanía me puso más nervioso. Mis ojos se fueron a su escote, por alguna otra razón desconocida, y eso no ayudó a tranquilizarme, sobre todo por la vista.

Ella se aclaró la garganta y la miré, espantado, pero ella sonrió, tranquilizándome.

—Está bien, has de tener mucha curiosidad, pero ya vas a descubrir estas cosas luego. Al menos eso dice Max.

—Ustedes... Sus cuerpos, son muy diferentes, ¿verdad?

—Sí.

—Pero... Siempre nos han dicho que no veamos. —Aunque de nuevo estaba mirando. Alcé la vista—. ¿Los humanos sí pueden ver?

—Claro. Para nosotros es normal. Es nuestro cuerpo. ¿Para qué esconderlo?

—Ah... Max también dice eso de que sabré más cosas luego, pero, sí, tengo mucha curiosidad.

Sonrió ampliamente.

—¿Tienes futura compañera? —Asentí, así que ella continuó—. Bueno, cuando estés a solas con ella, puedes seducirla un poco.

—¿Cómo es eso?

—Decirle algo bonito. Como que... No sé, algo que te guste de ella. Y hasta quizá te deje darle un beso.

Recordaba los besos. Sirio le daba besos a Marien. También me preguntaba cómo se sentía.

—N-no sé cómo se hace eso. Es decir... Se juntan los labios, ¿y ya?

Me miró con ternura.

—Te enseñaría, pero eres un bebé, y tengo novio.

Mis mejillas se calentaron ante la idea de darle un beso a ella.

—Oh... Está bien, n-no lo estaba pidiendo...

Era una chica muy atractiva y, aunque algo en mi cuerpo pedía a gritos que sí, recordaba que tenía a Galatea, y ya me habían castigado antes por bailar con Tania.

Aun así, la curiosidad era grande. Tampoco era que quería asustar a Galatea. Probablemente la ofendería si traspasaba su espacio personal, no como los humanos que parecían no tener problemas con eso.

Escuché a Rigel venir con Ursa y volteé a verlos por la ventana. Mi hermano parecía menos molesto, y eso me relajó.


***

El siguiente capítulo lo narrará Rigel 7u7

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