Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 8: El festival humano

Ursa

—Lo siento —dijo Sol. Sus ojos color casi anaranjado me demostraban que era genuino—. Mi madre cree que como un guerrero rechazó unirse a ti, quizá no es lo mejor para nuestro honor el acogerte y...

—No necesito saber las razones. —Mi estómago empezaba a quemar.

Ahora que había cumplido veinte no hacía mucho, las cosas se ponían en verdad complicadas.

—Eh, toma. —Sacó uno de los brazaletes de cuero que yo hacía y lo tomé con algo de sorpresa—. Tu padre nos lo dio como una muestra de lo que haces, a ver si mis padres se convencían.

Asentí. Respiré hondo y me lo puse, ya que no tenía en dónde guardarlo. Estaba muy molesta con papá por ofrecer eso sin siquiera haberme consultado.

Qué humillación.

—Hasta luego.

—Ursa —me detuvo. Solo volteé parcialmente para verlo—. Yo sí quiero unirme a ti. Me agradas bastante, creo que haríamos un buen equipo, pero...

—Debes obedecer a tus padres. Ellos son los del buen juicio. Hasta luego.

Quedó con los labios entreabiertos, pero no tardó en asentir.

A mí me hacía sentir mucha impotencia a veces cuando, por ser hijos, no podíamos hacer valer nuestra voz. Si nuestros mayores hablaban, no podíamos refutarles nada ni poner en duda su sabiduría.

Los padres de Sol no se equivocaban. Si Sirio no quiso estar conmigo, sin duda era porque yo tenía algo malo. No era suficiente.

Me abracé a mí misma y continué caminando. Ya había dejado en el mercadillo al conejo que atrapé. Ya no había venados en la zona.

Me encontré a los gemelos y me sonrieron. Quedamos en encontrarnos en la nueva "salida" del pueblo, en donde iniciaba ese camino que esa camioneta ya había "marcado" con sus llantas horrendas.


***

La camioneta de Max andaba a una velocidad moderada. Había logrado mantener a los gemelos distraídos, lo cual me sorprendió. Yo, por mi parte, solo miraba por la ventana, ensimismada en los árboles que pasaban...

Max resopló apenas y lo vi guardar su teléfono que se suponía era muy "personal" y todos los humanos tenían uno.

Me preguntaba si todos ya venían con uno desde bebés como para ser de uso "personal".

Apoyó una mano en el "volante", como lo llamaba, y en la otra apoyó su rostro. Tenía el codo contra la ventana. Lo observé. Debía admitir que no era otro humano genérico como los que vimos en imágenes que los ancianos habían conseguido, en el televisor que tenían ellos.

Tenía lo suyo, pero eso era todo. Los humanos no eran seres atractivos por naturaleza... Su perfil estaba bien. Sus cejas rectas, la línea de su mandíbula... Giró levemente su rostro para mirarme y yo reaccioné, retirando la vista de nuevo.


—No voy a ir —había dicho la tarde anterior.

Los gemelos me miraban sin parpadear. Habían estado muy ilusionados hablando de ello.

—Pero ¿por qué? —preguntó Deneb, desanimado—. Ven con nosotros.

—Sí. Nosotros te cuidamos —agregó Rigel.

—Debería usar el día para ir más al norte y conseguir un animal más grande. Tengo cosas que hacer. Además... Nunca hemos estado ni cerca de una ciudad humana. ¿Qué tal si es peligroso? ¿Si nos pegan una enfermedad? Ya saben lo que dicen los ancianos.

—Si es miedo lo que tienes, no debes preocuparte.

—¡No tengo miedo...!

—Sirio ha estado ahí y está muy bien. Anda. Nosotros te cuidamos.

—Sin ti no va a ser divertido.

—Además todavía somos menores que tú. Si nuestra madre se entera de que nos dejaste... pues....

Rigel sabía cómo atraparme.

—¡Eso es trampa!

—El humano quiere ser nuestro amigo —lo excusó Deneb—. Creo que me agrada.

—Miente. Los humanos mienten —les recordé—. Él solo no quiere perder. No quiere que su mundo quede mal ante el nuestro. Y a ti te agradan todos, traidor.

No iba a olvidarme de que apoyaron a Sirio con eso de unirse a esa humana.

—Entonces vamos a demostrarle —animó Rigel.

—¡Sí! —celebró su hermano.


Así que, inevitablemente, ya habíamos subido a esa camioneta. Max había cumplido en venir por nosotros. Iba a ver por primera vez el mundo que le llamó tanto la atención a Sirio. Sentía una mezcla de ansias, expectativa y sí, un poco de miedo, pero de eso nadie debía darse cuenta.

Aunque no iba a darme por vencida.

—No te veo tan decido —dije, ya que lo vi revisar ese teléfono y parecer frustrado. Los humanos no sabían esconder sus emociones—. Todavía podemos dar la vuelta. Nos dejas. Tu mundo queda como lo que es, un asco, y no nos volvemos a ver.

Dio una corta risa silenciosa, arqueando una ceja.

—Buen intento, muñeca, pero de esta no te libras.

Me crucé de brazos.

—Al menos dinos qué vamos a ver.

—Algo así como un lugar de celebración. Que, por cierto, tus amigos dijeron que hace poco cumpliste años. Podemos celebrarlo también.

Mis cejas se juntaron en una expresión incrédula.

—¿Yo por qué voy a celebrar? El haber llegado a mis padres no es mi mérito. Es el de ellos. Eso dicen los ancianos.

Quedé muda al ver, a lo lejos, edificaciones altas... Muy altas. Por todos los Algarrobos, ¿cómo se sostenían?

—¡¿Es esa?! —preguntó Deneb, inclinándose y prácticamente quedando entre nosotros dos, por su afán de ver el horizonte.

—¡Quiero ver! —reclamó Rigel, haciéndose espacio. Mi asiento se giró un poco y reclamé—. ¡Oh, miraaa!

—¡Rigel! —renegué empujándolo, pues ya me aplastaba.

Max rio mirándolos a ellos y a mí.


Había un muro al rededor, sin embargo, patrullado. La camioneta se detuvo un instante. Max le hizo una señal al guardia y el portón se abrió. Las lunas estaban oscuras, así que no nos vieron bien, y por ser un vehículo de su armada esa, pasó sin problemas.

—Ni siquiera sé por qué siguen haciendo esto —se burló Max—. La muralla está destruida más allá. Tontos —rio.

Oh...


Subimos por un camino, una autopista, como la llamó él, y muchos vehículos iban y venían a una velocidad excepcional. Quizá nosotros superábamos a los humanos en cualidades físicas, pero ellos habían suplido sus fallas con otras cosas.

Usaban perros para suplir su falta de olfato. Autos para suplir su lentitud. Lentes especiales para la visión, y así tantas cosas.


Al llegar al lugar, en una especie de muelle, parecía haber alguna celebración. Era como el pequeño que teníamos en el pueblo, solo que este se extendía un par de kilómetros sobre la costa.

Max estacionó la camioneta mientras los gemelos veían en la pantalla cómo el aparato se guiaba para entrar de espaldas. Estaban tan ansiosos, que se movían de arriba abajo como pequeños niños emocionados.

—Okey. Va... —Y los gemelos bajaron antes de que Max terminara de hablar—. Mos...

—¡Rigel, Deneb! —Bajé de prisa también, pero me alivié al ver que no se habían ido—. ¡No se alejen!

—Tomen. —Max les dio unos lentes raros de humano, pero oscuros—. La gente es muy distraída. Dudo que noten sus ojos, pero solo por si acaso no queremos causar caos. —Les guiñó un ojo—. Y no se alejen, porque no tengo su buen olfato para encontrarlos si se me pierden.

—Yo sí. —Puse las manos a la cintura con suficiencia.

—Perfecto. Entonces te quedas conmigo.

Estaba entregándome otros lentes también. Los tomé. Ya había abierto mi boca como tonta, ya no se me ocurría qué más decir, sobre todo porque quería ver también qué había, el porqué del alboroto.

—Ustedes celebran de forma muy escandalosa —murmuré poniéndome esos lentes que, para sorpresa, no hacía ver todo negro como creí.

—Y ustedes no parecen celebrar nada. Vamos. —Me instó a avanzar y así lo hicimos todos. Los gemelos se adelantaron, pero no se alejaron—. Y dime —me habló él mientras andábamos. Las personas iban a nuestros costados, demasiado entretenidas, conversando entre ellas—. ¿Nos hemos visto antes?

—¿Antes cómo? ¿Antes de hoy?

—Antes de ir a buscar a Sirio. Como hace casi un año quizá, o más. No soy bueno con los tiempos.

Lo miré frunciendo el ceño con extrañeza.

—Imposible. No me olvidaría de haber visto a un humano. Ustedes son muy feos.

Arqueó una ceja.

—Vaya. También tenemos lo nuestro, ¿sí?

—No significa que por eso vamos a mezclarnos.

Soltó un bufido y sonrió.

—¿Mezclarnos? No, muñeca. Por suerte, las niñas creídas como tú, no son mi tipo. Puedes estar tranquila.

Mi corazón se desestabilizó unos segundos. No entendí qué quiso decir exactamente, pero me sentí muy ofendida. En verdad no le agradaba.

—Qué bueno, porque tampoco me agradas.

—Perfecto entonces —dijo completamente despreocupado.

Resoplé y me crucé de brazos.

Me entretuve con los atuendos de algunas personas. Algunas mujeres mostraban mucho y hacían demasiado, e insisto, demasiado obvios sus pechos.

¡Se suponía que debíamos esconderlos lo más posible! Por eso yo usaba una tela larga para envolverla en mi pecho y reducirlas, así además no estorbaban si había que correr, cazar o arrastrarse por la tierra. A veces molestaba porque podía llegar a doler, pero era necesario. Las ancianas insistían en eso.

—¿De dónde consiguen esa ropa? —pregunté tratando de ocultar mi horror.

Él miró a la chica que llevaba una falda demasiado alta y una camiseta que parecía más bien la tela que yo llevaba debajo de la mía, y no una camiseta en sí. No le cubría ni los hombros.

Entonces reaccioné. Él la miraba de arriba abajo. Sonrió apenas y sus ojos volvieron a los míos.

Abrí la boca, ofendida.

—¡Deja de mirarla, es inmoral!

Dio una sonora carcajada que me causó una sensación de hormigueo incómodo en el estómago.

—¡Tranquila! Es normal que aquí muchas se vistan así. Estaba viendo su ropa, además —se excusó—. Tú misma me preguntaste sobre eso.

Resoplé.

—Sí, claro.

—La ropa la conseguimos en las tiendas. Te puedo mostrar una un día. —Se encogió de hombros—. Y si crees que muestra mucho su cuerpo, créeme, es que nosotros los humanos no hacemos alboroto por algo tan natural como eso.

—¿E-en serio?

—En serio tú. —Negó con su sonrisa—. ¿Por qué vas a negar lo que te hace ser tú? Por simple gusto, o por tener más facilidad en hacer tus tareas, quizá, pero ¿por una supuesta moral? —Negó de nuevo—. No.

Volví a ver a la gente y las dudas solo crecían.

—¿Por qué algunos van de la mano como si fueran a perderse? —Él soltó aire, como si se estuviera cansando—. Y ¿por qué...?

—¿Nunca has ido así con alguien?

—En nuestro pueblo, los líderes dicen que tocar a alguien es malo. No provoca nada bueno.

—Están locos. ¿Como pueden vivir sin tocarse? Deberían intentarlo y quizás se les quita lo amargados.

—¿Qué?

—¿Ni siquiera sus padres los acarician o algo?

—No. ¿Para qué?

Quedó con los ojos muy abiertos.

—¿Nunca los han abrazado siquiera? —preguntó horrorizado.

Nos miró a los tres. Rigel y Deneb se habían quedado también mirando por qué el repentino alboroto.

—¿Cómo así?

Resopló y negó.

—Okey. Vengan.

Se le acercó a Deneb y lo rodeó en brazos, dándole un par de palmadas por la espalda, haciendo que el chico se quedara con los ojos bien abiertos. Rigel sonrió y, ya sabiendo qué esperar, le correspondió. Quedó con una sonrisa de ilusión, como si rememorara la sensación.

—Y tú, gatita —dijo Max viniendo a mí.

—No.

—Anda, ven, no doy cariño gratis así nomás.

—No. —Encogí los brazos contra mi pecho cuando lo sentí rodearme.

—Anda, ¡déjese quereeer! —Cerré los ojos con fuerza al sentir el calor de su cuerpo y la presión de sus brazos al rededor mío. Mi corazón se desestabilizó de forma alarmante—. ¿Ya vez? No pasa nada. —Yo, como animal salvaje capturado, empecé a soltar un muy bajo gruñido en mi garganta, como el de un gato a punto de arañar, y él me soltó de golpe—. ¡Wow, wow! —rió—. ¡Okey!


Caminé con la sensación que dejó él al rodearme así. Por mis brazos todavía sentía un raro hormigueo. Resoplé. Había sido inmovilizada en una que otra pelea con alguna compañera en la escuela, pero nunca lo sentí así. Una pelea amistosa era una cosa muy distinta.

Una vez que llegamos, porque el lugar en donde se quedaban los autos era bastante grande, quedé sorprendida. Los gemelos me miraron emocionados y avanzaron. Sonreí levemente y los seguí.

Había música, puestos similares al mercadillo de mi pueblo, pero no había cosas conocidas para mí.

—¿Qué es esto? —quiso saber Rigel, todavía emocionado, mirando a todo lado.

—Juegos —dijo Max, arqueando las cejas—. Vengan. —Nos hizo seguirlo a un puestito y rebuscó por algo en un aro metálico que sacó del bolsillo. Era un cartoncito pequeño—. Cada que paso esta tarjeta pueden jugar. Y los puntos se acumulan de forma automática aquí mismo —explicó mostrando el pequeño objeto—. Adelante, intenten.

Les indicó tomar unos aros. Debían lanzarlo y que quedara en el cuello de las botellas.

Los dejó y se acercó a mí, que estaba a un par de pasos detrás de ellos. Vio mis brazos cruzados y notó mi brazalete.

—¿Qué es? ¿Representa algo en tu pueblo?

Negué.

—Lo hice yo. Es solo una tontería. —Bajé los brazos, cubriéndolo con mi otra mano.

—¿Qué? No es ninguna tontería si lo has hecho tú. ¿Puedo verlo?

Sin pensar muy bien en mis acciones, le di mi mano y la tomó entre las suyas, haciéndome reaccionar recién, dándome cuenta de que mis actos llevaban a un toque entre nosotros.

La observó ladeando el rostro, sus dedos repasando suavemente el patrón que tallé en el cuero, pero no solo eso, la sensación de su mano sosteniendo la mía era muy nueva y diferente.

Sus ojos se plantaron en los míos y solté aire en silencio.

—¿Por qué dices que es una tontería? Se nota el tiempo que le has dedicado.

—Exacto. —Retiré mi mano de su flojo agarre y volví a cruzar los brazos—. No tenemos tiempo para perder. El hacer esto no me llevó a ningún lado. Ni siquiera me consiguió un compañero. No soy una artesana, soy una cazadora. Si algo no es productivo o no tiene un objetivo claro, los ancianos dicen que es perder el tiempo.

Frunció el ceño y dio un paso hacia atrás, meditando la situación.

—Pues qué tontos.

—¿Disculpa? No sabes nada sobre nuestra cultura, que es mejor que la tuya que solo pierde el tiempo.

Ahogó una corta risa y asintió.

—Wow. Bueno, la verdad deberías reflexionar un poco acerca de lo que tú piensas y sientes, y no lo que los ancianos esos dicen. —Separó los brazos de su cuerpo y los dejó caer en un gesto de despreocupación—. No creo que hacer algo que te gusta sea perder tiempo.

—¡Listo! —vino Deneb.

Nos acercamos al juego. Habían arrojado todos los aros y todos estaban en una botella. Max estaba con los ojos muy abiertos.

Abrió los labios para decir algo, pero quedó en silencio. Volteó a ver hacia una caseta, una bastante grande, con iluminación en su base, en donde había muchas cosas en exhibición, luego al juego completado y luego a ese lugar de nuevo.

—Eh. ¿Me dan un segundo? —nos pidió levantando el dedo índice de cada mano y se fue.

Los gemelos lo siguieron, así que, por no quedarme tan sola, fui detrás de ellos. Max se acercó a una mujer que estaba en ese puesto. Me preguntaba si no hacían otra cosa más que gastar su día ahí de pie atendiendo preguntas de la gente.

—Hola —la saludó con una sonrisa. Parpadeé un par de veces y fruncí el ceño al verlo inclinarse y apoyarse en el mostrador, acercándose bastante a ella—. Dime, ¿sabes qué juegos son los que dan más puntos?

Ella le sonrió también. Respiré hondo y negué, dando la vuelta y alejándome. Detecté un aroma demasiado intenso. Y no, no era el perfume en el que Max se había prácticamente bañado, este era de comida.

Comida humana, claro, pero olía fuerte y eso despertó mi curiosidad. Seguí el aroma, y no pude evitar que mi vista se dirigiera a algunas personas vestidas de formas exageradamente raras. Aunque debía admitir que muchas de las prendas se me hacían interesantes. Claro que yo no podría usarlas.

Además de eso, algunos tenían una especie de dibujos en la piel. Algunos eran agradables y otros un tanto... turbios. Creía recordar que los ancianos dijeron que eran tatuajes, y que era antinatural, una aberración, pero ahora que los veía en persona, solo eran dibujos indefensos.

Llegué siguiendo el olor, y no era solo un stand de comida, eran varios. Al parecer cada uno preparaba algún tipo de plato diferente. Mi nariz se quería ir hacia donde olía a carne.

¡Ay, cómo extrañaba eso! Estaba cansándome del conejo. Quizá si me acercaba como todos los demás, me daban un plato... Sin embargo, me quedé cerca al darme cuenta de que todos pasaban la dichosa tarjeta, como de las que tenía Max.

Mi estómago gruñó y suspiré, abrazándome a mí misma.

—Una rubia —escuché que un par de humanos hablaban. En realidad, todos hablaban demasiado—. Podría vestirse mejor, pero está guapa.

—Ha de ser hombre, no te confíes.

—Tiene los lentes que usan los de Seguridad Nacional. Son costosos.

Se puso a mi lado, a un par de pasos de distancia, y noté que me veía. Miré hacia el otro lado con la esperanza de que eso hiciera que se fuera, pero no.

—Oye, amiga, ¿qué me recomiendas para comer?

Volteé a verlo. No podía saber lo que yo era porque tenía esos lentes oscuros. Sus ojos me recorrieron de arriba abajo. Era un humano genérico como todos los demás, aunque quizá muy joven.

—¿Eres alguna famosa encubierta, guapa? —preguntó el otro, viniendo a su lado.

—Ah, quizá —dijo el primero, sonriendo—. A ver...

Acercó la mano para intentar quitarme los lentes, pero lo agarré del antebrazo, deteniéndolo en seco, y haciendo que su respiración se alterara.

—¡Oye, suelta! —Intentó alejarse.

—¡Te dije que era hombre, pendejo! —El otro retrocedió.

De mi garganta brotó un gruñido muy bajo, pero el toque de alguien más me descolocó tanto, que aflojé mi agarre.

Max había puesto su brazo alrededor de mis hombros. Su aroma me envolvió. Sus cejas estaban rectas sobre su mirada, dándole esa intensidad que le caracterizaba, pero con un toque extra de severidad.

—Oye, amigo —murmuró el tipo.

—No soy tu amigo —dijo él, liberándome y cruzando los brazos—. ¿Qué quieres?

—¿Es una evolucionada? —preguntó el otro, volviendo a acercar su mano a los lentes.

Iba a volver a gruñir, pero...

—Intenta tocarla de nuevo y te corto esa mano.

Los hombres, finalmente entendieron y se alejaron. Aunque me molestó que fuera porque le tuvieran miedo a él y no a mí. ¿Acaso los hombres humanos en verdad no se tomaban en serio a una mujer?

Max me miró.

—¿Gustas comer? Vamos llevándole algo también a mis nuevos mejores amigos gemelos —tentó dando un par de pasos de espaldas para no dejar de mirarme.

Lo seguí. Había cambiado la frialdad por su tono amigable.

—¿Ya son amigos? Ni siquiera se conocen.

—Me están ayudando a juntar puntos suficientes para una consola de juegos, creo que eso los hace subir en la escala de amistad a pasos agigantados.

—¿Consola qué?

—Algo genial. Ya lo vas a ver —prometió con su tono de voz.

Un perro me quedó mirando, retrocedió un par de pasos dando un quejido lastimero y ladró, sin embargo, estaba muerto del miedo, podía olerlo.

—¡Hey, Max! ¡Ven, amigo! —lo llamó un humano.

El perro, dudoso, se apresuró a irse con él y miré a Max, quien veía al cielo, negando con una expresión de reproche, como si hubiera alguien arriba mirándolo.

El grito de una niña me puso alerta y giré. Cuando me di cuenta, ya había corrido a ella al ver que otro perro, pero de mal aspecto, mordía algo que ella tenía en sus manos.

La levanté en brazos mientras el perro se comía lo que le había quitado. Me gruñó y, por instinto, también le gruñí. El animal reparó recién en lo que yo era y retrocedió.

—¡Una evolucionada!

—¡Tiene a la hija del alcalde...!

¿La hija del quién?

Enseguida me vi rodeada de cuatro hombres en traje, apuntándome con pequeñas armas. Al mismo tiempo, alguien se puso entre nosotros. Max.

—¡Bajen eso, no es necesario! —les advirtió sonando autoritario y severo.

Lo miré con algo de sorpresa.

—Jade —un hombre se abrió paso y los otros bajaron sus armas.

Dejé a la niña y ella corrió.

—¡Papi! —Se refugió en sus brazos—. Un perro me quitó mi pollo y la chica me ayudó.

El señor, que también estaba de traje, sonrió levemente.

—Es una evolucionada, señor, escuchamos cómo gruñía.

Él me vio unos segundos, luego observó a Max, que no se había apartado y mantenía su brazo levemente levantado, listo para ponerme por completo detrás de él, al parecer, si era necesario.

El hombre asintió.

—Tranquilos. Gracias. —Volteó a ver a su séquito—. Vamos al balcón. Aquí no hay nada que reportar.

Max finalmente pareció relajarse cuando estuvieron ya lejos. Resopló.

—Una sola salida y ya hiciste amigos, y conociste al alcalde. Pero claro que estaría en este evento. Ugh. Necesito vacaciones —susurró al final. Me miró sobre su hombro—. ¿Todo bien?

—Sí.


Los gemelos nos esperaban en donde él les dijo que no se movieran, y respiraron hondo, conteniendo su emoción, al ver y oler la carne.

—Y tiene papas fritas —les dijo Max mientras le daba a cada uno un contenedor—. ¡Bienvenidos al engorde!

—¿Fritas?

—Sí. Ya saben, en aceite. —Al ver que no respondimos, abrió más los ojos y la boca en una expresión de indignación—. ¡¿Nunca han probado papas fritas?!

—Freír no es bueno —excusé—. Lo saludable es hervir.

—No, no, no. O sea, sí, entiendo, pero, como decía mi madrecita, una vez al año no hace daño. Así que coman, ¡coman!

Los chicos no tardaron en probar, se miraron y su felicidad y emoción fue palpable.

Luego, alguien subió al escenario que estaba más hacia el mar, en donde habían estado tocando música un grupo pequeño. Si a eso se le podía llamar música.

—¡Damas y caballeros! —anunció—. El momento ha llegado. ¡Nuestros aviones están listos para despegar! —Las personas celebraron y quise taparme los oídos—. ¡Con la presencia de nuestro alcalde, podemos darles la bienvenida a cada uno cuando pasen por aquí!

—¿Qué va a pasar? —quise saber, acercándome a Max.

—Magia. —Me guiñó un ojo.

Volteé a mirar hacia el cielo de nuevo, a la espera de esas máquinas de las que solo escuché historias. La mayoría malas. De hecho, lo único genial sobre ellas era que se desprendían de la tierra. Algo que solo las aves podían. Ellas eran libres.

—¡Águila, Ketzal y Alcón! —las anunciaron.

Un sonido lejano iba creciendo hasta que me obligó a taparme los oídos. Tres de esas máquinas pasaron veloces hasta casi perderse en el horizonte.

Los humanos se pusieron eufóricos y yo solo podía respirar por la boca por la impresión. Las naves se alzaban en horizontal hasta las alturas.

Miré a los gemelos. También se tapaban los oídos, pero estaban más que anonadados y entusiasmados.

Los aviones empezaron a volar en círculos lejanos mientras otros dos, más sencillos y no tan veloces, se unieron. Pudimos dejar de cubrir nuestras orejas. Casi no los veía por lo alto y lejanos que estaban, pero todos dejaban un rastro blanco que se disipaba.

—¿Es humo? —Eso que los ancianos dijeron que contaminó al planeta por años...

—No.

—¿Entonces?

—Siembran nubes.

—¿Nubes?

Las nubes eran para...

Volvió a rodearme con su brazo, inclinándose hacia mi oído. El fuerte olor del perfume ya no me molestaba, de hecho, en realidad no olía mal.

—Que se haga la lluvia —murmuró.

—¿Va a llover? —preguntó Rigel, muy feliz.

—Sí. Aunque esto que hacen aquí cerca es para la exhibición, ya que igual lo tienen que hacer más alto y más lejos también para que funcione mejor —le explicó.

Me sentía aliviada porque llovería. Los odiosos humanos habían logrado eso. Traté de no sonreír, pero no pude evitarlo del todo, terminando en una mueca rara en la que solo apretaba mis labios.

Di un respiro hondo sintiendo mi corazón latir desenfrenado. No había corrido detrás de un animal como para que estuviera así de alborotado, y eso me preocupó, pero tampoco sentí que fuera malo.


***

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro