Capítulo 7: Conociendo a los gatos
Max
No podía respirar...
—Les avisé a tus tíos para que vengan a saludarte...
Omar y Gustavo, hermanos de mi padre, Rafael Carrasco. Yo hacía mucho que me había cambiado el apellido al de mi madre, igual que Jorge.
Cuando encontramos el cuerpo de mamá, ninguno de ellos había estado en la casa con ella. Al final, ni siquiera sus hijos. Todos la dejaron sola. Mi hermano por hacer un encargo, y yo por imbécil.
...Era una basura...
—Necesito este papeleo listo —decía la mujer en traje, mientras inspeccionaba la casa y algunos hombres se llevaban los muebles.
Los del banco nos sacaron de ahí, dando falsas miradas de "lo sentimos, pero así son las cosas". Solo hacían su trabajo, de todas formas. Lo entendía.
—La mujer estaba sola —comentaban cuando iba hacia la cocina—. Hay evolucionados locos afuera. ¿Quién deja a su madrecita sola así?
—Así son los hijos. Malagradecidos. Por eso yo...
Retrocedí un par de pasos, bajando la vista.
—Omar nos va a recibir en su casa —dijo Jorge—, pero su esposa no está muy de acuerdo.
—Está bien —murmuré apenas, volviendo en mí—. No va a tener que soportarnos tanto tiempo. Tomaré dos trabajos, no es para tanto.
Llené las solicitudes y las formas para entrar a Seguridad Nacional. Ya tenía la edad, cumplía con todos los requisitos, sin embargo, me mantuvieron en la espera en una oficina.
La general me miraba desde su escritorio. Sonrió apenas. Se le veía conservada, aunque obviamente era mucho mayor que yo.
—Podemos aceptarte a mitad del ciclo de entrenamientos. Solo tendrás que prepararte durante este y esperar a que empiece el siguiente para también tomarlo.
—¿Mi padre ha dicho algo? No quiero entrar por algún favor de él. La verdad.
Ella me miró y negó.
—De hecho, no. Más bien él se interpone, así que soy yo la que ha decidido aceptarte... a cambio de mi propio favor. —Sus ojos me recorrieron y volvieron a los míos. Casi entendí lo que quería, pero no quise creerlo. Tal vez mi mente me engañaba—. No te va a ser difícil, por las cosas que me ha dicho su señor padre. Aunque, si dices que no, me temo que va a ser imposible. No se suele aceptar a los hijos de alguien aquí. Significa que tenemos que pagarle un poco más... Suele ser visto con malos ojos por la prensa.
Respiré hondo y asentí.
—Probablemente mi hermano también quiera entrar. Si hago esto... prométame que a él no le van a hacer problemas.
Abrí los ojos, reaccionando y apresurándome para subir.
Di una bocanada de aire tras salir a la superficie. Había caído a un lago. Vi el cielo ya anaranjado, algo de humo y nubes más arriba. Las sirenas sonaban.
Suspiré.
Seguía vivo de milagro. ¿Por qué? Porque hubo un ataque de evolucionados. Orión queriendo vengarse. En resumen, terminé cerca de un misil bomba, sin embargo, el roñoso de Sirio me sacó de ahí a tiempo, y caímos al agua.
Yo ya había aceptado a la muerte. No era la primera vez que la contemplaba. No le temía, y por mucho tiempo pensé en por qué no me llevó a mí en su lugar... En el lugar de mamá.
Luego de asegurarme de que mi gente estuviera bien, fui a buscar a Patricia y la encontré patas arriba como una cucaracha.
—Ay, nena —lamenté—. Mira cómo te dejaron.
Entonces recordé cuando Ursa me dijo que no la insultara, y sonreí soltando aire por una corta risa que ahogué. Negué manteniendo el gesto.
Si estiraba la pata no iba a poder ir a verla y demostrarle que mi mundo apestoso era mejor, o que esa palabra no era un insulto.
Vaya tonto.
***
Revisaba una fotografía. Ácrux me había dicho que el tal Héctor, uno de los que aparecían en la imagen, era el que había ido a atacar su pueblo y a capturar a algunos evolucionados. Eso había pasado hacía casi dos años.
Apreté los labios. Era una foto antigua de los generales. Uno de mis tíos también aparecía ahí y, por supuesto, mi padre.
Vi la hora y me espanté. Salí de prisa y fui hacia los vestidores, encontrando a los hermanos gato Alpha y Centauri, que habían regresado recién de su mini descanso en su pueblo.
Uno estaba sin camiseta, así que se espantó de forma exagerada, y se cubrió el pecho. Por poco y creí erizaría la espalda como un gato.
Rodé los ojos, negando.
—No te vi. Solo vengo a avisar que no voy a estar, así que hagan lo que quieran. —Asintieron y siguieron mirándome fijo, esperando seguramente a que me fuera. Sonreí y le resté importancia—. Buenas tetas, por cierto —le dije al que se cubría, levantando el dedo pulgar y yéndome.
Pude ver su cara de ofensa y vergüenza antes de alejarme, y reí en silencio.
A los evolucionados no les gustaba que nadie los viera, ni siquiera alguien de su mismo género.
Pasé por el salón común, ahí estaba mi hermano, Tania, y un soldado joven, de los que iban en su primer año.
—Esos H.E son unos mojigatos. En los entrenamientos, como castigo, nos hacían estar de pie, desnudos, y nosotros nos burlábamos de los que no parecían tan bien dotados. En cambio, estos evolucionados...
—¿El arroz tiene gluten? —me preguntó Tania, volteando a verme.
—Pf. ¿Y yo qué sé?
—¿Vas a salir? Es quizá la primera vez que te veo vestido de persona normal —se burló.
Volteé, ofendido.
—¿Por qué todo el mundo cree que solo vivo aquí?
Aunque entendía. La ropa militar se había ido para dejar una camisa negra con jeans y una chaqueta encima.
Mi hermano rio.
—Encontró a su gata.
Tania, luego de verlo a él, volteó a verme con la boca abierta.
—¿Qué? ¿Vas a cogerte a una evolucionada y así me reclamaste cuando quise intentarlo con uno de ellos?
Me ofendí más.
—Okey. —Puse una mano en la cintura y me rasqué la nuca con la otra, para luego tomar una posición de menos vergüenza—. Tú estabas queriendo abusar del Ácrux, ¿sí? Es diferente. Por eso no te dejé. Y no. No voy con ninguna intención con esa chica. No soy furro. —Separé los brazos de mi cuerpo—. ¡Por todos los cielos, es otra especie! Me gustan las mujeres humanas.
Habíamos llegado al punto en el que había que aclarar la especie, además.
—Dijiste que no hay que discriminar a los furritos —se burló Jorge.
Lo apunté con el dedo índice.
—Tú calla. —Aunque sonreía, ya que no podía enfadarme en serio con él. Volví a ver a Tania—. Y tú. No hay nada ahí. Ni siquiera vamos solos. Hice una tonta apuesta.
—Solo sé que son re vírgenes. Me pone triste que haya tantas mujeres mal cogidas allá. Y peor, que si ella te prueba crea que eres el estándar.
—Oye, tú no sabes. Una vez incluso me recomendaron, ¿bien? Además, que no voy a intentar nadaaa —renegué pasando las manos por mi cara, ya entrando en la impaciencia—. Y con lo que dices, pues peor. No creo tener la paciencia que se requiere para estar con una virgen. Ahora, ¿ya puedo irme, señora?
—Sí, señor, ya puede irse.
—Gracias. —Resoplé dando la vuelta—. Por Diós...
Tampoco era que sirviera como novio. No tenía tiempo, no era romántico y no tenía nada que ofrecer.
Lo había pensado, sí, pero hacía mucho que no me daba el tiempo de buscar nada. Desde que me ascendieron, hacía casi dos años, mi vida se volcó por completo en el trabajo.
—Espera, ¿te has bañado? —preguntó Jorge.
Di media vuelta de nuevo, ya cansado.
—Sí, en la mañana. ¿Por qué?
—Es que tienen muy buen olfato. —Se encogió de hombros.
Quedé dudoso. Bajé la vista mirando mi cuerpo y chasqueé los dientes.
—Mierda.
Corrí hacia las habitaciones para conseguir perfume, solo por si acaso.
***
Alcé la vista de la pantalla del teléfono y los vi. Había ido con Patricia en modo automático para ver qué tal se llevaba con el camino sola, y le fue bien.
Bajé y extendí los brazos.
—¡Llegó por quien lloraban!
Los tres parecieron confundidos. Todavía me era bastante raro ver a los gemelos con heterocromía.
—Nadie ha llorado por nadie —renegó Ursa. Olfatearon el aire y ella se hizo hacia atrás—. ¿Qué te has echado?
—Eh... perfume.
—¿Por qué? —preguntó con cara de asco.
—Es que recordé su olfato y... —Apreté los labios. Claro, era justo ese buen olfato el que hacía que el perfume les fuera super intenso—. Bueno, fue una gota, no hagan drama.
—Ya conocemos tu aroma. No era necesario que lo disimularas. —Se trató de alejar.
—¿Gracias? —Miré a los hermanos—. Ustedes dos, ¿no ven de distinto color? —pregunté sin hacerle mucho caso a ella.
—Que sus ojos sean de distinto color, no los hace ver diferente —volvió a defender Ursa, y la miré luego de rodar los ojos. Estaba vestida bastante sencilla, pero era una chica preciosa, fuera como fuera—. De hecho, sé que vemos más colores que ustedes.
Sonreí de lado.
—Yo también veo muchos colores. —Se confundieron más—. Sí. Es que tengo un ojo marrón y el otro está azulado.
Ursa se acercó, enfocando su vista. Estudiaba mis ojos y yo pude deleitarme con los suyos, tan grandes, cristalinos como los de una gata curiosa. El celeste semi azul de sus enormes irises tenían un borde negro. Eran ojos magníficos.
—No veo nada de azul en tu ojo —murmuró ladeando el rostro.
—Está "azulado", mira bien —la tenté.
Ella entrecerró los párpados, poniendo sus manos sobre mis hombros y empinándose. Reí en silencio sin dejar de mirarla y sentirla tan cerca.
—Estás mintiendo.
—Que no.
—¿En verdad uno es diferente? —preguntó uno de los chicos con curiosidad, acercándose—. Yo desde aquí los veo medio marrones.
—Yo tampoco lo veo azulado.
Negué.
—A su lado —aclaré—. O sea que está al lado del otro —reí—. ¡No es mi culpa que entendieras otra cosa!
Y ella reaccionó, dándome un empujón que me hizo quejarme sin dejar de reír.
—¡Humano! —renegó.
Quien no entendía mis bromas, no merecía explicaciones... Aunque eso no tenía mucho sentido porque si las entendía, entonces no necesitaba explicaciones o ¡Ay, como sea!
—Vamos. Se hace tarde —los apresuré mientras yo subía y encendía el motor.
Los gemelos se acercaron bastante contentos y abrieron las puertas. Ursa planeaba subir adelante, a mi lado, para mi grata sorpresa.
Les sonreí antes de que subieran.
—Vaya que lo ponen fácil. —Me quedaron viendo—. Podría estarlos robando para ir a hacerles experimentos ahora mismo. —Estaban atentos, quizá pensativos. No parpadeaban, así que no pude aguantar más y me reí—. Es broma. Venga. Suban.
Uno de ellos recuperó su leve sonrisa.
—Si Sirio confía en ti, yo confío —dijo mientras se sentaban.
—¡Aw! —Puse mi mano contra mi pecho un instante—. Haces bien. Muy bien. Pueden confiar en los humanos en los que él confía.
—También confiamos en Marien. Ella es linda.
Mi sonrisa se amplió.
—Yo no. —Ursa negó en silencio, ya sentada y cruzada de brazos.
Abrí un poco la ventana del techo de la camioneta.
—¿Todo esto de las bromas es porque tu mundo es horrible y no quieres perder? —preguntó uno de los chicos.
—¿En verdad creen que el mundo humano es un asco? ¡O sea sí, pero no todo! —me excusé con una risa burlona—. Vamos a mi ciudad, así que necesito que se pongan esos cinturones...
Enseguida los vi tanteando y luchando por entender cómo se abrochaban. Para mi sorpresa, sí lo dedujeron rápido. Eran listos. Sonreí de lado y puse a Patricia en marcha.
—¿Qué nos vas a mostrar? —preguntó el mismo gemelo.
—Oh, ya lo verán. No hay prisa por arruinar la sorpresa... ¿Rigel?
Asintió. Vaya, adiviné. Claro que ya iba dándome cuenta, conociéndolos apenas.
—¿Cómo supiste? Que yo sepa, ustedes no tienen un olfato tan fino.
Encogí los hombros.
—Eres el más preguntón, supongo. Es común encontrar algunas diferencias en gemelos.
—¿Gemelos?
—¿Como hijos repetidos? —preguntó el otro—. ¿También hay esos casos en humanos?
—Síp.
—¿Y sabes por qué se da?
Ellos no sabían cómo llegaban los bebés al mundo. Según tenía entendido, su cultura era muy cerrada con esos temas.
—Verán, no sé si decirlo.
—No lo vamos a decir en el pueblo.
Ambos me miraban con los ojos de distintos colores, bien entusiasmados. Hice una mueca.
—Es que, cuando mamá gato y papá gato... reciben un hijo, a veces resulta que tiene una falla, ¿saben? —Los miré con seriedad y hasta lástima—. Por eso... las estrellas hacen otro igualito para que quede luego de que el fallido se muera. —Apreté los labios y asentí—. Así es. Lamentablemente no se puede saber cuál de los dos es.
Ursa los miró con evidente preocupación y ellos se miraban entre sí, bajando las vistas con una tristeza que empezaba a marcar sus expresiones con desolación.
Volví a reír, tirando el rostro hacia atrás y Ursa reaccionó.
—¡¿Era otra broma?!
Asentí y me dio un manotazo por el brazo, haciendo que me quejara entre risas todavía.
—¡Qué agresiva!
—¡Tú eres el que está fallido! ¡Humano tenías que ser!
—¿Era mentira? —preguntó Deneb.
—Que sííí —los calmé—. ¿En serio? Miren, no crean ni en el setenta por ciento de lo que digo, ¿okey?
Ellos sonrieron y terminaron riendo bajo, hasta con alivio. Ursa, sin embargo, nos miró ofendida, con la boca entreabierta.
Saqué una tableta mediana que tenía, le puse un juego y se la di a los chicos, quienes enseguida quedaron maravillados. Les expliqué reglas básicas del juego y los dos se pusieron a tocar la pantalla, a hablarse sobre qué hacer o no hacer, y pensar estrategias.
La chica volvió a cruzar los brazos y se acomodó en su asiento.
La miré. Su ceño iba fruncido, aunque se relajó. Cerró los ojos, dando un respiro, tal vez de alivio también, y los volvió a abrir.
Me miró, y no tuve ni la más mínima intención de alejar la vista de su rostro.
Su cabello dorado estaba en una cola alta, dejando mechones por su frente. Sus cejas eran perfectas, su nariz respingada, pequeña. Sus ojos felinos eran enormes, celestes y cristalinos. Irradiaban inocencia y, al mismo tiempo, sentías que penetraban hasta tu alma. Y sus labios... Esos labios.
Entendía a los evolucionados al querer tener a sus mujeres lejos de nosotros. Si los degenerados y enfermos humanos las vieran... Mierda, ¿qué no se imaginarían con esa boca tan...?
—¿Qué tanto miras? —casi que gruñó.
Las comisuras de mis labios subieron apenas en una sonrisa.
—¿En verdad tienes colmillos también? Porque no me parece haber visto.
—Por supuesto que tengo.
—¿A ver? —Me incliné hacia ella y levanté parcialmente su labio superior, logrando ver su diente canino un tanto más largo de lo normal—. Awww. —Frunció el ceño y me alejó de otro manotazo—. ¡Au! —reí—. ¿No te han dicho que no se usa la violencia? —reclamé entre risas, haciendo el que me sobaba la mano, ofendido.
—Deja de buscar que te golpee entonces.
Reí y asentí. Mi celular vibró así que lo saqué para revisar los mensajes y resoplé al ver el mensaje de una chica.
—¿Vamos a ver a más humanos allá? —preguntó Deneb, mirando hacia la pantalla agarrándose del asiento para asomarse por encima de mi hombro, espantándome.
Retiré el aparato de su vista.
—No. Solo es alguien a quien no veo hace siglos.
—¿Siglos?
Fruncieron el ceño con extrañeza y empezaron a contar con los dedos. Resoplé.
—No siglos literalmente. Significa hace mucho tiempo, pero no siglos. ¿Qué les dije a cerca de creer en lo que digo? Y no miren mi teléfono. Son aparatos muy, muy personales de los humanos, ¿bien?
—Bien —respondieron ambos sonrientes, y siguieron en lo suyo.
Me recosté contra el asiento y revisé de nuevo el mensaje. Era una chica a la que no veía hacía... ¿años, tal vez? ¿Uno, dos? No recordaba. Quería verme, luego de acordarse de que tenía mi número.
Era que trabajaba en un gimnasio cercano al cuartel. Había querido una relación seria, pero yo no estaba ni estaría para esas cosas. Aun así, esas no parecían sus intenciones en el mensaje.
Miré a los chicos y tensé los labios. Lo que faltaba. Que me contactaran cuando ya no podía cancelar ningún plan.
Le escribí que no podía, negando en silencio, lamentando mi mala suerte.
***
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