Ursa
Marcos trató a Max, luego de que saliera bien de la operación. Le regeneró la parte del hígado que la bala había impactado, con algo llamado "células madre" o algo así.
Felizmente no le habían disparado más. Su padre había dado la orden de ya no abrir fuego contra su hijo.
Me mantuve recostada sobre la camilla, acariciando el brazo de mi Max con suavidad. Las comisuras de sus labios se levantaron levemente en una sonrisa, mantenía los ojos cerrados. Todavía se recuperaba, pero estaba tranquilo.
—Perdón que hayas tenido que hacer todo esto, por mí —murmuré.
Él negó despacio.
—Por ti, lo haría de nuevo. Aunque condene mi alma.
—No. Si tú no hacías algo, iban a matarnos. La naturaleza es así. Lo veo en el bosque, siempre.
Él suspiró y apretó los labios.
—Supongo. —Giró el rostro hacia mí y su mirada intensa me atrapó, como siempre—. No hubiera permitido que te lastimaran. Jamás. —Acarició mi mejilla con el dorso de su mano. Sus ojos se fueron a las leves marcas rojas en mi cuello y apretó los labios—. Perdóname tú por meterte en mis dramas familiares. Era lo que menos quería.
Negué y tomé su mano.
—Somos una familia desde que nos unimos, incluso desde antes. Ya formaba parte de todo tu drama, lo quieras o no.
Dio una corta risa en silencio y luego hizo una mueca de dolor, llevando su otra mano a su costado.
Continuó acariciando mi mejilla luego de respirar hondo.
—No sabes el terror que sentí al saber que estás embarazada. Las pastillas fallaron supongo.
Él lo había sabido cuando vio los resultados de un escaneo que me hice de casualidad mientras jugueteaba con el aparato extraño ese, por curiosa, justo antes de darse cuenta de que su padre había mandado gente por mí.
—Yo también me he asustado al enterarme —admití.
El corazón se me disparó cuando la enfermera me lo dejó saber. Me habían dejado inconsciente, me había golpeado, pasé por mucho estrés, había peleado y todo, teniendo a una vida adentro de mí. Había corrido peligro sin saber.
El solo saber que llevaba un ser que era parte mía y parte del hombre de mi vida, mi Max, me había tibiado el corazón. Había tocado y acariciado mi vientre, aunque no estuviera abultado todavía.
—Lo siento. Es mi culpa. Sé que solo tienes veintidós. —Max me miraba de forma seria sin dejar de acariciarme—. Que tienes planes y... que quizá no planeaste esto. No lo hicimos. Así que... decidas lo que decidas... voy a apoyarte.
—¿A qué te refieres?
Suspiró y apretó los labios.
—Que puedes decidir no tenerlo, si no... —resopló—. No puedo decirlo así de simple...
—¿Puedo decidir no tenerlo? —Me horroricé—. No. ¡Yo sí lo quiero! Por supuesto que lo quiero. —Mi corazón se había desbocado—. Ya lo amo. Lo adoro. Es tú y yo, juntos.
Él me miraba con ojos muy abiertos. Soltó aire, pareció aliviado, y sonrió ampliamente.
—Perfecto, porque yo también lo adoro con toda mi alma.
Puso la mano detrás de mi cuello y me atrajo hacia él para besar mis labios. Mis ojos ardieron, quería llorar, pero de felicidad repentina.
—¿Por qué creíste que no lo querría? —reclamé.
Negó con una sonrisa de culpa.
—Es que no sabía. Dijiste que también te habías asustado. También tengo miedo, pero voy a darle todo. Va a ser muy, muy amado. No voy a permitir que los genes malévolos de mi padre se apoderen de mí.
Reí entre dientes.
—Exagerado. Él no eres tú.
Me dio un par de besos más.
—Voy a ser el mejor padre posible. Lo prometo.
Y volvió a sellar mis labios con un suave e intenso beso.
***
Me escabullí por uno de los corredores. Sabía que no era hora de visitas, y aunque lo fueran, él no lo tenía permitido, así que fui sigilosa.
Abrí la puerta despacio y vi al padre de Max en una cama. Cuando me acerqué, él ya había puesto sus ojos en mí.
Una máquina le pasaba un suero o algo así. Suspiré.
—Debería hablar con su hijo... Decidió no dejar que lo mataran. Eso me dice bastante sobre lo que siente por él.
Sonrió apenas, con amargura.
—Perdí la cabeza hace mucho y él nunca me lo va a perdonar. Lo conozco.
—S-si tanto la necesita, puede tener un poco de mi sangre todavía.
Negó.
—Él tiene razón. No me queda tiempo. En el remoto caso de que tu sangre sea compatible conmigo como para hacer una transfusión, solo me alargaría un poco más la vida.
—Entonces...
—Estaba tan fuera de mí, tan asustado, que disparé. Él te protegió, arriesgó su vida. Le disparé a mi propio hijo. —Frunció más el ceño—. Pero también mandé a acabar con su madre. No tengo escape de mis pecados. He decidido, finalmente, esperar a la muerte como lo hacen los hombres. Y tú tienes a mi nieto en tu vientre. No voy a aceptar tu sangre. Me iré con la dignidad que me queda, intacta.
No pude evitar entristecer.
***
Cuando Max salió del hospital, solo le dedicó una mirada a su padre, quien dormía. Apretó los puños, pero sabía que debajo de su enojo, había tristeza, frustración. Le había dicho que quería ayudar, pero al final ninguno aceptó.
—Va a tener que aguantar —yo le había prácticamente ordenado al hombre—. Debe ver, aunque sea una vez, a su primer nieto.
Él, dubitativo, había asentido.
En el departamento, nuestros amigos se reunieron para darnos la bienvenida. Me felicitaron, por alguna razón, por estar embarazada. No pensé que eso fuera un mérito, pero me hizo sentir bien de todas formas.
***
Anduve sobre el césped, acompañada por papá, hasta llegar a Max, que me esperaba vestido elegante, y se le veía demasiado guapo. Él, por su parte, estaba hecho un manojo de nervios. Aunque lo disimulara, lo sabía por sus respiraciones, el brillo en sus ojos, su sonrisa amplia que trataba de contener sin éxito.
—Gracias, suegrito —le guiñó un ojo a papá.
Mi padre solo frunció levemente el ceño y reí entre dientes. Mis padres no se acostumbraban a la palabra, aunque Max y su carisma se los había ganado hacía mucho tiempo. Podía jurar que lo adoraban, lo sabía, aunque ellos fueran muy reservados.
Max me miró de arriba abajo. Yo tenía un vestido, el que más me gustó, de una tela blanca, ligeramente metálica, que brillaba bajo el sol con miles de destellos.
Todos estaban presentes y lucían muy felices. Nos casamos con una ceremonia al estilo "humano", y la verdad, no estuvo para nada mal. Fue muy divertido. Todos comieron, bailaron, y hasta bebieron.
No estaba muy acostumbrada al alcohol, solo muy pocos me habían agradado. Aunque, por el momento, no podía beberlo por el bebé de ya tres meses en mi vientre. Max había ordenado unos licores suaves, y otros más fuertes. Los fuertes para sus amigos humanos, y los suaves para el resto.
Ya no me importaba si alguien me veía hacerla de tonta, divirtiéndome, riendo, o besando a mi esposo. Era libre, así me sentía desde hacía mucho, desde que empecé a conocerlo.
Quería que mi hijo creciera libre de igual forma, aunque con ciertas reglas de mi cultura. Max estaba más que dispuesto a apoyar eso, y me alegró muchísimo.
Entramos a la gran habitación del hotel en donde iba a ser nuestra "luna de miel" o algo así. Un viaje que se acostumbraba a hacer luego de una boda humana. Él me llevaba en brazos como lo había hecho cuando nos unimos en mi pueblo.
—No hay sexo salvaje hoy —advirtió con diversión—. No quiero causarle una conmoción a ese bebé y salga menso como yo.
Reí echando el rostro hacia atrás.
—Tú no eres tonto —insistí.
Le acaricié el cabello y moví un mechón castaño fuera de su frente. Me dejó pisar suelo y enseguida llevé mis manos al primer botón de su camisa.
—Bueno. ¿Ahora sí me vas a dejar hablar sobre...?
—¿Sobre qué? —Iba bajando el cierre de mi vestido, despacio.
—El tema importante. El sexo oral.
Resopló y negó.
—No es importante.
—Lo es para mí. ¿Por qué no me pediste...?
—Porque, no sé, ¿sí? No quería que de repente te sintieras obligada a hacerlo, o que te sintieras extraña. No lo sé.
—Quiero intentarlo. Si otras...
—No. Otras nada. No hay quien se compare a ti. A estar contigo. Nadie. ¿Entiendes? —Sonrió, negando—. Ven.
Me abrazó con fuerza, dejando que me refugiara contra su pecho. Mi hogar. Cerré los ojos y respiré hondo de su aroma.
—Mi gatita celosa.
—Igual, quisiera intentar...
Acarició mi cabello.
—Te he dejado tocarlo... Varias veces —dijo en ese tono juguetón que me tentaba, que indicaba que iba a hablar perversidades.
—Sí, pero quiero hacer eso también.
Suspiró.
—Bueno. Los besos que le diste también se sintieron muuuy bien. Incluso mejor.
Lo miré con ilusión, pero luego entrecerré los ojos.
—Mientes.
—No. Lo juro. —Rió en silencio—. Okey, puedes intentarlo, pero desde ya, te aviso que nada se siente mejor que estar adentro de ti —ronroneó inclinándose para darme un beso—. Nada es más glorioso que eso, te lo aseguro.
Sonreí y me puse de puntas para acabar con la distancia y devorar sus labios.
***
Cuando mi pequeño Alioth nació, fue recibido con mucho entusiasmo. Mi corazón se derritió cuando vi a Max cargarlo en brazos por primera vez, observándolo con una enorme sonrisa, susurrándole cosas dulces, tocándole la punta de su nariz.
Tenía los ojos de gato como los míos y su cabello era rubio, aunque era muy probable que se tornara castaño claro luego. Lo amaba con todo mi ser.
Fui a presentarlo al padre de Max. Aunque mi esposo se había negado, como insistí, no tuvo más opción que aceptar. Quedó de brazos cruzados contra la pared mientras yo le mostraba el bebé al señor. No se lo di en brazos, no solo porque desconfiaba hasta cierto punto todavía, sino que también porque estaba muy débil.
A él pareció quebrársele algo. Sonrió débilmente y un par de lágrimas se juntaron en sus ojos.
—¿Cómo se llama?
—Alioth —respondió Max—. La estrella más brillante de Ursa. —Me dedicó una sonrisa dulce y volvió a ver a su padre, ya con cara de menos amargado.
—Alioth...
Al final, ni él le pidió perdón a Max, ni Max mencionó que lo perdonaba. Tampoco esperaba que pasara. Cuando falleció, al menos, lo hizo tranquilo y hasta quizá satisfecho.
Max vino a mi lado luego de dejar la caja con las cenizas del hombre en una especie de altar. Algunas personas se reunían, lo observaban y se iban. Jorge se limpiaba las lágrimas y respiró hondo.
Anduvimos juntos, de la mano, por el gran jardín afuera de esa iglesia, y encontramos una banca blanca. Alioth estaba con Marien. Ella, gustosa, lo tenía mimando. Además, Leo también jugaba con el bebé.
—¿Estás bien? —pregunté a mi Max, que veía el horizonte.
—Ya sé —murmuró con expresión sombría—. Me vas a decir que no lo perdoné, que debí intentarlo y... Bueno. Voy a tener que vivir con esa decisión.
—No. —Acaricié su cabello—. Él mandó a matar a su compañera, tu mamá. Eso fue horrible y él lo sabía, por eso no pidió perdón. No te juzgo por no perdonar eso, jamás lo haría. Pero sé que, a pesar de todo lo que te hizo, a ti y a tu hermano, no dejaba de ser tu padre y lo apreciabas. Sé que te duele, que estás triste, y sentir eso no está mal.
Me observaba con los ojos algo más abiertos y los labios apretados. Se inclinó hacia mí y recostó la cabeza por mi pecho. Lo abracé fuerte y dejé que llorara.
Él no se derrumbaba por nada. Sabía que Jorge lo había hecho, pero no mi Max. Se sacudió en llanto como un bebé y lo acogí con todas mis fuerzas. Se dejó ser vulnerable por primera vez, por su mamá, porque se la arrebataron, por los años duros que vivió, por su padre, porque vivió años sin una buena figura paterna, que les hizo daño, por todo.
Derramé un par de lágrimas también, pero cerré los ojos y seguí acariciando su cabello hasta que pudo calmarse. Respiró hondo y se quedó así conmigo, en mis brazos. Ambos pudimos refugiarnos el uno en el otro.
***
Alioth el gatito :v
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