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Capítulo 4: La inevitable tristeza

Ursa

Cargaba con un venado mediano sobre mi espalda. Deneb se había ofrecido a cargarlo, pero no quise. Estaba harta de estar triste. No era que lo dejara ver, pero era justo eso lo que me cansaba. Fingir no estar triste era agotador.

Mi vista iba concentrada en la tierra compactada del sendero. Hacía mucho que no llovía y empezaba a preocupar a los agricultores y a los ganaderos, mi padre ahí incluido.

Dejamos el animal en el mercadillo, que era en donde las ancianas repartían a las presas en partes iguales para todas las familias del pueblo.

Escuchamos comentarios sobre que los animales más listos y grandes se habían ido, buscando la lluvia, dejando el calor y el agua del lago que había bajado su nivel y estaba muy cerca de nosotros, sus depredadores.


Estiré los brazos, caminando hacia mi casa, pero cuando olfateé a los que estaban adentro, borré mi muy leve sonrisa. No había entrado, cuando mi madre salió molesta.

—¡Te dije venir a tiempo! ¡Esto es importante! —renegó y arrugó la nariz—. ¡Y te dije que consiguieras un conejo, no un animal que te dejara toda esa peste!

—Lo siento, madre. —Aunque no en realidad.

—Es tu futuro. Los hijos de nuestros colegas ya todos tienen una unión. Nos vas a hacer quedar mal con los líderes por ser incapaces de encontrarte a alguien.

Tiró de mi brazo.

Cuando se enteraron de que Sirio había terminado con la promesa de la unión, como no fui yo quien les dijo, sino los padres de él, mamá se puso furiosa por haberla hecho quedar en tal vergüenza.

Yo había puesto la palma de mi mano contra mi mejilla enrojecida y adolorida, luego de su bofetada.

—Te dije que esto pasaría —fueron sus palabras esa vez.

No me consoló... Y tampoco merecía que lo hiciera. En el pueblo se habló de mí durante días. Había sido una pesadilla.


Me senté en uno de los sillones, con la vista baja, muy incómoda. Podía sentir la mirada de la madre de Sol sobre mí, y era que ahora todo olía a venado.

Ellos eran excavadores. Era preferible que un cazador estuviera con otro cazador para que la habilidad se "transmitiera" como decían. O incluso con un guerrero, como Sirio. Aunque la madre de él era cazadora y se había unido a un constructor, juntando así la habilidad con el ingenio. Mi mamá, por su parte, se unió a un ganadero por su conocimiento sobre los animales.

Pero yo ya no tenía muchas opciones.

—Ursa ha probado que es excelente cazadora —hablaba mi madre a la madre de él—. No solo eso, hace un excelente asado de venado...

Miré de forma fugaz por una pequeña ventana de la casa, soñando que no tenía que hacer esto, mientras los padres decían qué nos gustaba a cada uno. Sol me miraba de reojo de vez en cuando y yo solo me mantenía inexpresiva.

El padre hablaba sobre los gustos de su hijo cuando escuché un muy leve golpecito en el vidrio crudo de la ventana. Giré el rostro y vi algunos cabellos de la cabeza castaña de uno de los gemelos.

Entreabrí los labios tratando de no resoplar por su pésima habilidad para esconderse, pero él se asomó antes de que pudiera hacerlo.

Susurró algo, pero no escuché bien.

—Ursa —mamá me habló y la miré enseguida, intentando disimular—. ¿Tienes algo que agregar sobre las tareas de la casa?

—Eh, no.

Apenas siguieron con lo suyo, volví a mirar a la ventana detrás de mí y Rigel se asomó de nuevo.

—Quiere decir algo...

—¿Qué...? —susurré.

—Ursa además es buena con las manualidades —escuché a papá y lo miré con sorpresa—. Mi madre era artesana. Supongo que las estrellas la favorecieron con el mismo don.

El que a mí me gustara trabajar el cuero era un secreto entre él y yo, además era mi gusto, no lo hacía por nadie más, ni para cumplir con el pueblo.

—Eso es bueno para los niños —agregó mamá.

Ay, ya estaban hablando del posible hijo.

La ventana sonó de nuevo y recordé que estaba tratando de descifrar lo que Rigel decía. Ahí seguía él, quien, al verme girar, siguió susurrando.

—Orión estaba por hablar en la plaza.

—¿De qué?

Cuando dijeron su nombre, al mismo tiempo en el que mi madre me llamaba la atención por no estar comprometida con la conversación, me puse de pie.

—¡Sirio! —exclamé para mí, aunque los demás escucharon.

—¿Qué sucede?

Mamá vio a los gemelos en la ventana y ellos se fueron corriendo. Yo también me dispuse a irme.

—Ursa, ¿a dónde crees que vas?

—Debo ir a la plaza. Orión va a decir algo.

Ella se preocupó y al final todos fuimos hacia el lugar.


Orión, jefe de guerreros, estaba sobre el pequeño escenario de la plaza. Era un evolucionado grande y fuerte, de cabello negro, ojos color entre miel y ámbar. Sus pupilas felinas estaban contraídas por la luz del sol y su color era bastante llamativo así. Estaba muy molesto y eso le resaltaba en la mirada fría.

—Veo que llegó mi persona de interés —dijo al ver a Enif, la madre de Sirio, llegar también.

Ella miró alrededor, incómoda porque Orión no le había ido a decir el asunto sobre su hijo en privado, sino que iba a decirlo frente a todos.

—Habla ya —dijo ella cruzando los brazos.

—Sirio, hijo de Enif y Arcturus, traicionó a nuestro pueblo. —Le dio una mirada a uno de los ancianos líderes que estaba presente—. Se ha quedado con los humanos bastardos. —Los demás empezaron a susurrar ofendidos. Se preguntaban cosas y yo podía notar la incomodidad de Enif—. Posiblemente haya ido a la capital de ellos.

Me crucé de brazos, molesta, ya que yo también sabía. El muy tonto había tenido la cara de venir a decirle a su madre que se iría a quedar con los humanos, y peor, en compañía de una humana inmoral.

En serio, ¡¿qué tenía de interesante ese mundo?!

—Si alguien llega a saber de él y de su paradero definitivo, háganle saber que va a tener que entregarse a nuestra justicia. Los traidores mueren. Y si no lo hace, voy a cazarlo y encontrarlo. —Le clavó la vista a Enif, quien no bajó la suya ni un poco—. Eso no le va a gustar. No cuando ataque sus puntos más débiles. —Algunos empezaron a animarlo a hacerlo, a pedir que lo detuviera—. Si. ¡No podemos arriesgarnos a que esos humanos vengan a atacarnos! ¡Nosotros lo haremos primero!

Me alejé para respirar, ya que, por algún motivo, saber de él me angustiaba, me hacía recordar toda la vergüenza que me hizo pasar y que todavía estaba en peligro por seguir a los humanos.

¿Qué les había visto? No entendía.

—¿Crees que de verdad esté en la capital de los humanos? —preguntó Sinfonía.

Reaccioné y la miré con molestia. Me abracé a mí misma, tragando saliva con dificultad y respiré hondo.

—Sí. El irresponsable vino a avisar eso antes de volver a largarse... —Apreté los labios.

Sinfonía bajó la vista.

—Ya veo.


***

Algunas noches seguía sin asimilar que las veces que pasamos juntos conversando o en festivales no habían sido tan significativas para Sirio como para mí. Que me buscara para hablar, que todos ya supieran que nos uniríamos, haber logrado que Sinfonía lo dejara de buscar también...

Esa chica tonta no seguía las reglas como una chica decente debía. Y, por cierto, la había dejado de ver desde el anuncio de Orión, pero no me importaba. Si estaba encerrada en su habitación, triste como yo, estaba bien por mí.

Durante el día, seguía con mi rutina de cacería, pero escuchando los rumores que se decían las demás.

—Entonces Sirio rompió el compromiso por irse con una humana —susurraban.

—Ursa va a quedarse de mentora solitaria entonces...

Gruñí. Era una vergüenza.

—Voy a unirme a alguien mejor que Sirio —les dije con enojo y ellas se callaron y siguieron con lo suyo.

Bufé y seguí amarrando las cuerdas de la trampa. No las usábamos mucho, porque decían que era para los ociosos, pero como había sequía, había que atrapar lo que fuera, a todas horas.

No había habido respuesta de la familia de Sol todavía. Me molestaba muchísimo que tuviera que estar en esa situación.

No había sido suficiente para Sirio. No lo era para mis padres, que esperaban más de mí, y ahora tampoco para los padres de Sol.

¿Por qué nunca era suficiente?

El nudo se formó en mi garganta y me puse a amarrar con más rapidez para alejar esos sentimientos.

—Ursa —llamó mi madre y alcé la vista—. Hay muchos conejos otra vez. A ver si vas con los gemelos a cazar unos cuantos.

Suspiré. Cazar a esos animalillos no era tarea fácil. Se escabullían, se metían bajo tierra, tenían mejor oído, y ya eran más de las doce. Iba a terminar mi jornada tarde. Ugh.

—Sí.


***

Regresaba con los gemelos, cada uno cargando unos cuatro conejos amarrados colgando de nuestros hombros.

—Deberías recordar que los ancianos dicen que, si algo no se da, es porque probablemente las estrellas te quieren favorecer con algo mejor —decía Rigel, con su leve sonrisa—. Por favor, alégrate.

—Estoy alegre —renegué.

—Probablemente te tienen preparada una mejor unión —agregó Deneb.

—Sí. Quizá otro cazador —continuó el otro—. Tal vez alguien que también te conoce desde siempre. Y-y me refiero a que... No que te viera en las cacerías, p-pero más de cerca como un amigo —se empezó a trabar.

Me preocupé al ver el cúmulo de gente y dejé de prestar atención. Me acerqué de prisa.

Enif, para mi sorpresa, era retenida por Arcturus y otro compañero suyo, mientras que Orión se tocaba la mejilla, aunque toda su cara estuviera con las marcas de las garras de la mujer.

—¿Qué pasa? —quise saber.

Todo era alboroto.

—Enif. Tu hijo es un traidor, además de haber sido un error —dijo uno de los ancianos líderes que estaba ahí—. Como has actuado en contra de nuestro pueblo al atacar a uno de sus guerreros, mereces un castigo.

Ella tenía lágrimas corriendo por sus mejillas. Mi sangre se enfrió, pues solo algo muy grave haría llorar a una mujer tan fuerte como ella.

—No —intervino su compañero, Arcturus—. Yo tomo su castigo. Por favor. Yo tomo esta responsabilidad —su voz se quebró un instante, pero estaba tratando de mantener su expresión firme.

Empecé a respirar de forma entrecortada.

—Ursa —mamá me jaló hacia un costado—. Parece que Orión encontró a Sirio. No sé si lo ha matado ya, pero los ancianos van a tener una reunión privada. Y como es un traidor, no merece que el pueblo sepa sobre el destino de sus restos ni nada. Los traidores son basura. —La respiración se me cortó de pronto—. Qué bueno que no llegaste a unirte a él. Te hubiera manchado más.

—Madre —logré decir, y me aparté con brusquedad—. ¡Déjame sola! —Le estampé los conejos amarrados en el pecho y ella los sostuvo.

Me miró con ofensa y decepción, negando con la cabeza y alejándose.

Quedé sin poder moverme. A pesar de estar rodeada de gente que iba dispersándose de a poco, me sentí más sola y vacía que nunca. No quería aceptarlo. Qué rápido fue...

Sirio...

Cuando se fue, nunca pensé que pasaría esto. Ni siquiera pensé que se iría. No pensé bien, no pensé en mi futuro como me lo habían aconsejado... Miré la plaza, incapaz todavía de seguir.

No pude evitar recordar, la primera vez que me pidió danzar, a pesar de que no era un festival ni nada por el estilo. Los músicos estaban ensayando con sus instrumentos hechos por los artesanos del pueblo.

—¿Me permites? —había preguntado él de pronto.

Tomó mi mano y, como siempre, mis mejillas se calentaban. Detestaba que eso me pasara, felizmente ya podía controlarlo, así no me ponía roja. Respiré hondo mientras nos dirigimos hacia el centro.

Empezamos a danzar de forma lenta el tranquilo vals. Él mantenía bien su distancia, como debía ser, apenas sentía su mano cerca de mi cintura. Los jóvenes no teníamos permitido tocarnos, salvo que fuera algún duelo amistoso durante nuestras clases.

Ahora que rememoraba ese momento, quería regresar y quedarme ahí con él, pero las reglas... Las reglas estaban en mi cabeza, debía respetarlas. Los demás hablarían, no podía fallarle a mis padres, qué vergüenza.

No podía creer tampoco que él quisiera bailar conmigo, ese fue el día más feliz de mi vida. Pero, como dije, las músicas usualmente las bailaban parejas ya unidas, ya adultos, y nosotros no lo éramos.

—¿Qué haces? Nos empiezan a mirar —murmuré con la vista baja.

—Aquella vez llegué tarde al festival de la luna y no pude acompañarte, solo quise compensártelo.

—No debería... —Me detuve—. No deberíamos estar danzando, no es apropiado si no es un festival.

—Claro, perdón.

—Está bien. Sé que lo haces porque quieres divertirte, como siempre egoísta.

—Bueno, pero también por compensarte. Eso no era mentira.

Y así volví a arruinar uno de los pocos momentos con él.

Bajé la vista sintiendo la presión en mi garganta, el peso en mi estómago, el aire frío, la soledad.

Cuando llegó el día, solo supe que se iba porque mamá lo mencionó. Creí que él vendría a buscarme, pero no lo hizo. Al parecer sus padres no estaban muy contentos ya, también los ancianos y su mentor le exigían mucho y podía ver que estaba cansado de todo.

Yo era parte del mundo que él quería dejar atrás, y eso me carcomió en tristeza. Había querido interceptarlo y abrazarlo, rogarle que no se fuera, que aquí me tenía, que siempre me había tenido. Éramos buenos amigos, después de todo, pero mi moral me atacaba y me decía que debía comportarme y no caer así de bajo.


Reaccioné al darme cuenta de que las lágrimas ya caían por mis mejillas. Algunos me miraban y susurraban, mientras los ancianos líderes se llevaban al padre de Sirio a su castigo. Volví a la realidad luego de haberme perdido entre tanto recuerdo, y tuve que ir lo más pronto posible a mi casa, limpiando las lágrimas.


***

Luego de haber aceptado, a duras penas, el destino de Sirio, alguien debía quemar sus cosas, por costumbre, para que al menos las estrellas tuvieran consideración por un traidor. Ese alguien debía ser su compañera, si la tenía, pero como no había nadie, decidí hacerlo yo.

Cuando su mamá, con la vista baja y los ojos hinchados, me dejó pasar a su habitación, su aroma me trajo recuerdos, y fue doloroso de nuevo.

Me dispuse a tratar de sacar todo, sin embargo, y como si un mal la hubiera llamado, apareció la tonta humana que le había causado todo esto. Marien. Él había querido quedarse con los humanos por ella.

—¡¿Qué haces?! —la escuché reclamar.

—¿Qué hace esa mujer aquí? —pregunté a los gemelos, sin necesidad de mirar, ya que los olfateaba—. No va a hacer lo que debe.

—No vine a seguir estas costumbres —dijo la desvergonzada—. Para empezar, tú no eras su esposa. ¡No quiero que muevan sus cosas!

¿Pero qué estaba diciendo esa loca?

—Por supuesto. Supuse que no ibas a aparecer a hacer lo que tenías que hacer así que tuve que hacerlo yo. Sus padres no pueden hacer más que quedarse resguardados. ¡¿Pero tú qué sabes?! —Apreté el puño—. Tú no sabes nada. Nunca supiste nada. —Volteé para clavarle mi mirada—. Tú lo condenaste —la acusé, acercándome—. ¡Es tu culpa! ¡Tú lo enredaste contigo a pesar de ser humana y no tener razón para acercarte a él, le hiciste traicionar a su superior! ¡Tú lo mataste!

Estaba cegada, tanto, que mi primera reacción fue intentar rasguñarla, tal y como Enif había reaccionado tras la rabia de saber lo de su hijo. Éramos evolucionadas, podíamos ser peligrosas.

Sin embargo, Deneb me detuvo.

—¿Qué te pasa? Le destrozarás la piel —regañó.

—No ha sido su culpa —agregó Rigel—. Sirio siempre pensó diferente a nosotros, él hizo todo eso. Él lo eligió.

Estos mini traidores habían sentido empatía por ella desde la primera vez que la vieron. En verdad, ¿qué les veían a los humanos?

—No pude hacer nada y pido perdón —dijo la humana entre lágrimas—. Solo quiero recuperar... su cuerpo, aunque sea, y ahí si gustas me matas.

La amargura me sobrepasaba. ¿Ahora se atrevía a ser fuerte y no antes? Hice que Deneb me soltara, moviéndome de forma brusca, y me dejé caer de rodillas. Ahora era cuando el dolor de saber lo que le había pasado me golpeaba sin piedad.

¿Entonces sí había muerto? No nos habían confirmado nada en el pueblo, y nadie quería hablar de él por honor.

Alcé la vista mientras ellos murmuraban algunas cosas y pude recién darme cuenta de que la cobarde humana no había venido sola.

Un humano no me retiraba la vista mientras ella hablaba con los gemelos tontos. Sus cejas estaban rectas sobre sus ojos, haciendo su mirada muy penetrante, así que supe que era de sus guerreros, también por la ropa que tenía.

Respiré hondo y limpié mis lágrimas, llena de vergüenza. No podía permitirme que más humanos pensaran que los evolucionados éramos unos llorones debiluchos. Sobre todo, yo. Nunca. Marien imprudente. ¿Por qué trajo más humanos?

Le fruncí el ceño para que dejara de mirarme, pero no lo hizo, al menos no de inmediato. Apretó los labios y volvió su atención a su amiga, para luego volver a verme de reojo y fruncir más el ceño.

Le fruncí el ceño también. ¡¿Qué tanto miraba?!

Escuché que hablaban de buscar a Sirio, así que reaccioné. Iría con ellos.


***

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