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Capítulo 39: Codicia humana

Ursa

Cuando vi ese video en el que esa mujer estaba con mi Max, quise vomitar. Me había tragado la amargura y las lágrimas, hecha una furia. Lo llamé y quise intentar darle ese placer, pero no había podido. Él no había querido y nunca me había dicho, sabiendo que podía lastimarlo.

¿Por qué me quería, si yo no podía darle todo? Quizá estaba exagerando, pero quería hacerlo disfrutar, así como él me hacía enloquecer. Además, los celos quemaron mis entrañas al darme cuenta de que seguramente eso era algo que había hecho en más de una ocasión.

Estaba tan frustrada, que solo seguí llorando, acurrucada en el sillón.


Ya me había dormido, agotada, cuando escuché el motor de la camioneta. Me removí. Vi las luces potentes entrar por las ventanas, así que me puse de pie. Me sobé la cara porque tenía rastros de lágrimas secas.

Se me hizo extraño cuando escuché más de una puerta abrirse, pero pensé que quizá había venido con alguien, Tania, o su hermano.

Fruncí el ceño, pero estaba adormilada y no se me pasó por la cabeza el detenerme a comprobar nada.

—No puedo creer que vengas aun habiéndote dicho que no quería verte —renegué y abrí la puerta.

Quedé quieta y fría cuando vi a dos enormes figuras frente a mí, y eso era lo último que recordaba.


***

Parpadeé despacio, sintiéndome lenta de forma no natural. Me quejé bajo. Intenté mover mis manos, pero noté que algo las aprisionaba contra la cama.

Miré a mi costado y reconocí la figura de un evolucionado, uno de los que me aprisionaron para traerme en contra de mi voluntad.

—Por favor, sácame...

Intenté romper lo que fuera que me retenía, pero era metal. Empecé a sollozar, pero tuve que ahogar el sentimiento y respirar hondo. Estaba sensible, pero no podía darme ese lujo.

El evolucionado me miraba de forma fría, parecía fuera de sí. Era un controlado de los que me habló Max. Había creído que ya no existían, no después de tanto tiempo desde que Seguridad Nacional había "terminado" como tal.

—Rompe estas cadenas y te ayudaré a salir también —le pedí.

Pero no obtuve reacción.

Una puerta se abrió y vino una mujer con una bata blanca, seguida de un humano con una gran arma en brazos. La mujer me sonrió, aunque intentaba ocultar que estaba aterrada.

—Por favor, déjame ir... —susurré.

Ella vio de reojo el tipo armado y se puso a acomodar unas mangueritas de una mesa metálica. Tomó un aparato extraño para ponerlo cerca de mi muñeca, pero me empecé a retorcer y gruñir.

Alisté las garras por si lograba rasguñar, aunque fuera un poco. No iba a dejar de luchar.

—Cálmala —ordenó el tipo del arma.

La mujer me miró y suspiró.

—Debes calmarte o van a dormirte. Si eso pasa, luego de sacarte la sangre podrías ya no despertar —me habló con suavidad.

Ahogué un sollozo.

El evolucionado me sostuvo los brazos con tal fuerza, que me quejé. La mujer pasó el escáner y esperó a ver el resultado.

Si me habían ido a buscar en la camioneta, ¿qué le habían hecho a Max?

Apreté los labios y sentí como el inferior temblaba con solo la idea de que pudieran haberle hecho algo luego de que yo lo botara de casa.

Las lágrimas quemaron por salir, pero no podía dejar que el sentimiento me superara. Si él estaba por aquí, quizá necesitaba mi ayuda. No podía dar todo por perdido todavía.

—Su sangre sí es buena —avisó la mujer y apuntó los resultados en un papel.

Empecé a sentir que mis ojos ardían más.

La mujer vio un resultado más y frunció el ceño. Tocó algunos botones y volvió a escanear. Me miró de reojo con sospecha y, cuando vio el nuevo resultado, apretó los labios.

—Debo hablar con el señor.

—Solo haz tu trabajo —ordenó el del arma.

Sin embargo, la mujer insistió.

—Debo hablar con el señor. Esto lo tiene que saber. Es la mujer de su hijo, ¿no? Esto le concierne. No querrá que se entere después y sepa que usted no me dejó avisarle.

El hombre resopló y la hizo seguirlo.

Cuando los escuché lejos, empecé a removerme de nuevo. El evolucionado no reaccionaba. Intenté estirar la mano lo más que me dejaba la cadena y logré enganchar una de mis uñas a la bandeja con mangueritas, agujas y bolsas.

Tiré y se movió. Volví a hacerlo y la bandeja cayó, produciendo un estruendo. Me congelé, creí que eso haría que volvieran enseguida, pero la puerta no se abrió.

—Sácame de aquí —le volví a hablar al de mi especie—. Si lo haces, puedo liberarte de lo que te hacen.

Al ver que solo me miró, empecé a retorcerme de nuevo, a gruñir como una salvaje para ver si al menos lograba mover algo fuera de su sitio.

El metal de la baranda de la camilla crujió en uno de mis intentos desesperados en los que forzaba las cadenas al máximo y de forma explosiva. El evolucionado se inclinó para retenerme de nuevo, pero reaccioné y le di un cabezazo en la cien.

Me quejé y me dejé caer. El dolor se había disparado por todo mi cuerpo y había visto borroso por unos segundos. Respiraba agitada. Sentí un hilo de sangre recorrer desde mi frente hacia el costado.

Escuché otro quejido y vi al evolucionado ponerse de pie, apretándose la cien. Sacudió la cabeza y me miró. Sus ojos tenían un brillo distinto, sus pupilas se contraían.

—¡Sácame y te liberaré también! —pedí de nuevo.

Él reaccionó y me ayudó a tirar de las cadenas. Como era bastante fuerte, el metal de la camilla vieja cedió y se desprendió del soporte. Pude liberar el brazo, aunque la cadena siguiera alrededor de mi muñeca, mientras el hombre tiraba de la otra baranda.

Pude salir y nos dirigimos a la puerta, pero nos detuvimos en seco al escuchar unos disparos. Quizá no eran muy audibles para los humanos, por el tipo de arma, pero nosotros sí escuchábamos.

Max me había enseñado algo sobre armas, y también a dispararlas en caso de tener que hacerlo.

Contuve el aire al escuchar pasos y la puerta se abrió de golpe. Reconocí enseguida al que portaba el arma.

—Max —jadeé y corrí a él.

Me abracé a su torso. Él me rodeó con un brazo y besó mi coronilla, pero no dejó de apuntar al evolucionado.

—Me ha ayudado, no lo lastimes.

—¿Ya no está controlado?

—No. Creo que lo golpeé muy fuerte.

Me miró arqueando una ceja y luego me revisó.

—¿Te han hecho algo?

—No todavía.

Suspiró con alivio y me abrazó de nuevo.

—Vamos.

Cuando dimos la vuelta, el hombre de antes, estaba avanzando, apuntando con un arma. Max me hizo retroceder y le apuntó también, quedando adelante de mí.

—Guzmán —gruñó. Lo conocía, era de los antiguos generales de Seguridad Nacional—. También estás libre.

—Agradécele a mi buen comportamiento, el sistema de justicia de mierda, y la falta de espacio. Todo porque prefieren ceder nuestro planeta a esas bestias.

—Las murallas van a ser destruidas, así que puedes despreocuparte.

Presionó un botón en un aparato en su mano y fui embestida. Escuché un disparo. Rodé por el piso con el evolucionado gruñéndome, aferrándose a mí y hundiendo sus garras en mi piel. Había vuelto a caer bajo el control humano.

Max y el hombre se debatían en una pelea. Parecía que había esquivado el disparo.

—¡Max...! —llamé, pero el evolucionado me agarró del cuello.

Empecé a patalear y golpear, le clavé las garras también, pero nada parecía dolerle. Max y el hombre forcejeaban y solo pude ver que intentaban alcanzar un arma mientras el otro se lo impedía, también queriendo alcanzarla.

Sentí que mi cerebro dolía como si fuera a explotar. Escuché dos disparos y di un respingo por el fuerte sonido seco que estos dieron. Ese sonido sin alma, que me estaba arrebatando todo. Ahogué un sollozo.

No, Max...

Mis lágrimas finalmente cayeron por mis mejillas, pero, tras otro disparo, el evolucionado cayó al costado, apretándose el brazo.

Max me ayudó a ponerme de pie mientras yo trataba de recuperar el aliento. Sentí un alivio enorme al saber que él estaba bien, que los disparos que escuché no habían sido hacia él.

Quise ver hacia atrás, pero Max me giró y me hizo avanzar. Me guió por un pasillo y tocó el comunicador en su oreja.

—Vamos hacia la salida.

—Sí. Está despejado —reconocí la voz de Jorge—. La policía está por llegar.

Vi un portón, que al parecer era una de las salidas, pero una bala pasó silbando cerca de mi oído, haciéndome dar un corto grito, y dio en el metal sólido de la puerta.

Volteamos y Max se puso delante de mí. Vi a su padre frente a nosotros y me sorprendió.

Estaba acabado. Parecía haber envejecido diez años, a pesar de que no lo veía hacía dos, más o menos. Mi corazón se estrujó.

—Eres un egoísta —le dijo a su hijo sin dejar de apuntarle—. Podría ser mi cura, y no me dejas tenerla.

—¡No hay cura para ti! ¡No la mereces! ¡Tú mataste a mi madre! ¡No el evolucionado! ¡No yo! ¡Tú!

—¿Te convenciste de eso para evadir la culpa?

—Max, puedo intentar ayudar.

—No. Para realizar una cura hace falta más que mucha sangre. Hacen falta pruebas. Fallas y aciertos. Él ya no tiene tiempo, pero no lo quiere ver. Y tú no estás en condiciones.

—Yo estoy bien.

El hombre resopló al escucharnos.

—Te importa tanto esa chica, más que tu propio padre...

—Señor —la mujer de bata habló desde atrás—. Recuerde lo que le dije...

La puerta se abría detrás de nosotros y pude olfatear a Sirio y a su amigo Ácrux. El hombre pareció asustarse y disparó. Ellos esquivaron detrás de la puerta metálica, pero yo solo quedé quieta entre los brazos de alguien, mi Max.

Reaccioné y él se apartó. Vi una mancha de sangre crecer por el costado de su abdomen y mi estómago cayó en un vacío.

—Llévensela —les dijo a Sirio y a Ácrux, que ya habían entrado.

—¿Qué? No —sacudí la cabeza.

Él se agarró el costado. Ahogó un quejido y tomó mi rostro.

—Escucha. Está bien. —Yo empecé a negar. No estaba bien. ¿Por qué sonaba tan relajado? ¡¿Por qué mentía?!—. Está bien. Ve, por favor. Debo detenerlo.

—¡No! ¡No!

—¡Llévenla! —les ordenó y Sirio me tomó.

—¡Max! —chillé—. ¡Sirio, suéltame!

Quise liberarme usando toda mi fuerza para correr detrás de Max, que se quedó esperando a varios hombres que venían por el pasillo, sacando una segunda arma de detrás de su cintura, pero solo un hombre evolucionado podía ser más fuerte que una mujer evolucionada.

Sirio logró arrastrarme afuera. Las lágrimas corrieron por mis mejillas y no fui consciente de nada más.

No fui consciente de las llamativas luces azules y rojas que se reflejaban en los muros del edificio.


Una mujer se acercó a revisarme, pero yo estaba pasmada. Tomó mi mano y escaneó sobre mi piel, luego de que Sirio le comentara algo.

Esperó el resultado y sonrió levemente, asintiendo hacia él, quien pareció aliviado. Me miró y se acercó.

—Vas a estar bien, ¿sí? Tranquila.

Negué.

—No sin él —susurré con la voz quebrada—. No voy a estar bien nunca sin él.

Su expresión se tornó sombría y bajó la vista. Mis lágrimas volvían a juntarse en mis ojos y caían. Yo que siempre había detestado llorar frente a alguien, que prácticamente nunca lo había hecho, ahora ya no me importaba.

Tanto había sido el enojo de su padre hacia él, tanta había sido su frustración, que no le importó lastimarlo.

No entendía...

La policía empezó a sacar a algunos hombres esposados, varios heridos. Los paramédicos, a un par de personas en bolsas negras con cierre.

Mi mundo se hundió. Sollocé y corrí hacia ellos, pero Sirio volvió a detenerme.

—¡MAX! —chillé. Ni siquiera reconocí mi voz.

Sirio aflojó su agarre y, cuando estuve por salir disparada, le escuché decir.

—Ahí está...

Volteé y vi que otros paramédicos sacaban una camilla con alguien que no estaba en una bolsa, sino con una mascarilla con oxígeno.

—Max —jadeé y me acerqué.

—Señorita, cuidado —advirtió uno de los hombres.

Tomé su mano.

—Por favor, no me dejes —le pedí entre sollozos—. Te amo. No me dejes. Sí quiero volver a verte, siempre...

Abrió apenas los ojos y sonreí con alivio. Apretó mi mano.

—Puede ir un familiar en la ambulancia —avisó el hombre.

—Soy su esposa.

—Bueno. Venga.

—Les daremos alcance allá —dijo Sirio.

Asentí y los vi irse con Jorge hacia algún vehículo antes de que cerraran las puertas de la ambulancia.


Durante el recorrido al hospital, no dejé de mirar y sostener la mano de mi esposo. Él se mantenía apretándola de forma suave. Los paramédicos decían que estaba bien que se mantuviera consciente, y que era muy fuerte.

Sonreí aun con la preocupación y besé su mano. Sí. Él era muy fuerte. Un humano con la voluntad y valía de un evolucionado. Él no era otro chico más.


Cuando entró en sala de operaciones y fui a esperar, vi a los otros llegando por la entrada de emergencias. También los heridos del lugar, incluso al evolucionado que habían controlado.

Por un momento tuve miedo de que quisieran seguir con su ataque, pero Sirio y Ácrux se pusieron a mi lado, Jorge guiaba a algunos y hablaba con los policías.

Todos estaban ahí, y eso me alivió. Tania también llegó y vino a abrazarme, dejándome estupefacta.

Extrañamente, una enfermera vino a buscarme y me hizo ir a un cuarto o consultorio para revisarme.

—¿Por qué me revisan tanto? —quise saber—. ¿Tengo algo malo? ¿Me pusieron algo mientras estaba inconsciente?

Me preocupé pensando en el virus del que escuché a Max hablar, ese del que supuestamente se habían deshecho, pero que él no lo creía.

La mujer me sonrió con ternura.

—No, tranquila. Solo queremos comprobar que el feto está bien.

Mi respiración flanqueó.

—¿El qué...? —pregunté con un hilo de voz.

Ella pareció querer calmarme con su sonrisa.

—Estás embarazada. Esperas a un bebé.


***

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