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Capítulo 33: Te llevo conmigo

Ursa

Tendida en mi cama, ya a punto de dormir, solo miraba el teléfono con impaciencia. Aunque lo había tratado de ocultar, no había podido dejar de pensar en todo lo que sentí al estar con él de esa forma.

Mi cuerpo latía aun, recordaba, me perdía repetidas veces en mis ensoñaciones, su peso, su calor, en su caliente boca recorriéndome, sus manos que no conocían restricciones...

Ahora me tenía esperando. No me había llamado. Me había pedido que yo no llamara en caso de que eso pasara. Quizá estaba ahí afuera, buscando a algún humano perdido en el bosque.

Resoplé y dejé caer mi brazo con el teléfono en la cama. Cerré los ojos y terminé dormida.


***

Miraba las noticias en el televisor que estaba en la gran casa de los ancianos líderes. A veces captaban alguna señal para ver en qué andaban los humanos. Así no solo fiarse de los rumores hablados desde otros pueblos o de nuestros vigías.

—El décimo cuartel en cerrar a nivel nacional —decía la presentadora—. Todo esto gracias al esfuerzo de nuestros agentes policiales y a la ayuda de grabaciones enviadas por alguien, que se cree es, o son, alguien del mismo Seguridad Nacional. Los agentes dicen que nunca se cruzaron con nadie que pareciera ser esa persona.

—Con esto, por ahora quedan pocos cuarteles activos. El Mayor Rafael Carrasco está intentando concentrar a la mayoría de sus hombres y mujeres en lugares clave.

—No podemos quedar desprotegidos de la amenaza de los evolucionados. Ellos siguen atacando —dijo el hombre a uno de los periodistas—. Quizá hemos perdido la confianza de muchos ciudadanos, pero haremos las cosas mejor. Hemos salvado más vidas de las que se han perdido. No olvidemos eso.

Fruncí el ceño.

—Se parece un poco a ese humano que vino con Ursa —escuché que dijeron.

—Yo diría que son familia —dijo Sinfonía—. No me extrañaría si le dice todo sobre nosotros ahora.

Volteé y le puse mala cara.

—No digas cosas que no sabes —renegué.

—El líder Artemis quiere verte —agregó ella, parecía complacida con eso.

Significaba algo malo.


Fui al salón de los ancianos, pasando por las paredes blancas, que eran así por su cubierta de cal, para reflejar la limpieza y sabiduría de los ancianos líderes.

En el salón estaba el hombre. Vestía su túnica blanca. Citrina y Lázuli estaban detrás, pero sentí el bajón en mi temperatura cuando también vi a Columbus. Como jefe de guerreros, estaba en todo. Su muy leve sonrisa de satisfacción mezclada con su mirada de odio me predijo que las cosas no iban a estar bien.

El líder me dedico su felina mirada fría e inexpresiva.

—Ursa —habló con voz grave e imponente—. Ha llegado a mis oídos que decidió negarse a unirse a uno de nuestros jóvenes.

—Sí. No puedo unirme a nadie. No quiero.

—Eso no depende de...

—Claro que sí. Ustedes no...

Levantó una mano. Su fría mirada hubiera congelado a cualquiera, pero a mí ya no me afectaba como lo hubiera hecho antes.

—No vuelva a interrumpir. Usted habla solo cuando se le permita. —Me crucé de brazos. Sentía que mi sangre empezaba a calentarse mucho—. Decidió no unirse a alguien, pero sí ha sido vista con un hombre humano. De forma muy indecente, debo agregar.

Recordé a la chica que pasó viéndonos.

—¿No puedo juntar mi frente a la de un buen amigo?

—Debo recordarle que los humanos son enemigos todavía.

—Él no.

—Va a dejar de verlo. Va a unirse a Columbus o a Sol, quienes estuvieron interesados, o...

—No.

Me miró, ya perdiendo la paciencia, aunque su rostro siguiera serio. Sus ojos eran como dos agujas que podrían haberme liquidado de haber podido.

—Lázuli —volteó a verlo—. Tu compañera ha sido una mala mentora. Lo lamento por tu honor.

Le hizo un asentimiento a Columbus y él tomó al anciano del brazo con brusquedad. Reaccioné, preocupada, pero él no cambió de expresión serena.

Lázuli apretó los puños.

—¿Qué hace? —reclamé—. ¡Déjalo!

—No interrumpa. Usted...

—¡Usted nada, viejo psicópata! —solté.

Me llevé las manos a la boca y di un respingo cuando Columbus le dio una bofetada a Lázuli. Quedé temblando, pero él solo lo miró con algo de molestia y regresó junto a su compañera, quien miraba a Columbus de forma fría también, mirada que pasó a mí.

—¿Por qué no le reclaman nada de esto a Sirio?

—Él es un guerrero.

—¡¿Y?!

—Ayudó a estabilizar la situación con los humanos, pero usted apenas cumple con su cuota de cacería. —Apretaba tanto los puños que temblaban. Mis uñas en punta se habían clavado en mi piel—. Ya que está tan renuente a no unirse a nadie y ha decidido quedarse así, su cuota de caería será el doble. No tiene un hogar y un compañero al cual cuidar, por lo tanto, va a dedicarse a su oficio.

—No...

—Siga negándose a serle útil a este pueblo y me veré obligado a desterrarla. Si no nos va a dar decendencia, si no va a cuidar de una familia, cazará el doble todos los días. Ese es el veredicto.

El nudo en mi garganta no me dejó responder. Tampoco era que fuera lo más sensato. A ellos nunca, pero nunca había que responderles. Todos los respetaban. Todos guardaban silencio si uno de ellos hablaba, pero yo ya me había olvidado de que era así. Había soñado un poco demás.

Ahora no iba a tener tiempo de hacer nada más que cazar. Con suerte podría hacer alguna de las cosas que sí me gustaban una vez a la semana...

Tragué saliva con dificultad.

—Retírese.


Cuando salí, algunas personas observaron con curiosidad, pero pronto volvieron a lo suyo. Sinfonía también estaba ahí.

Le fruncí el ceño.

—Los humanos son malos —repitió ella—. Si te han castigado, deberías entender que tienen razón y tú no.

—Calla.

Vi a Citrina salir con Lázuli y fui a ella. La mujer se detuvo y me quedó viendo.

—Lo siento —susurré apenada.

Ella negó.

—Columbus golpea como un bebé —renegó Lázuli en voz baja. Aunque su mejilla enrojecida no decía eso.

Citrina suspiró.

—Le doy la razón a ese chico humano.

—¿Eh?

—Tú no perteneces a este pueblo.

Me ofreció una muy leve sonrisa recatada y se fue siguiendo a su compañero.


En casa, me dediqué a guardar mi material, con la amargura quemando mi garganta. No iba a poder hacer nada en mucho tiempo. Tenía que doblar la cuota de carne por la decendencia que no iba a darles. Entendía que el pueblo lo necesitaba, pero me dolía que sintieran que tenían derecho a manejar mi tiempo y lo que hacía.


Vi a los gemelos llevar una danza lenta con sus compañeras. Los líderes y el pueblo estaban contentos con ellos. Hermanos repetidos y capaces de tener decendencia de cazadores era un gran favor de parte de las estrellas. Al menos eso decían, solo que ahora yo ya sabía cuál era la verdadera historia detrás de eso.

Sabía que mientras más, mejor, pero no podían exigirme unirme a quien fuera solo por darles otro bebé que fuera cazador en el futuro. No podía ni pensar en estar en esa clase de intimidad con otro. Se me revolvía el estómago.

No iba a hacerlo, así de simple.


De regreso en casa, volví a mirar mi teléfono. La preocupación se había convertido en angustia al no tener noticias de Max en ya casi tres días.

¿Se había olvidado de mí luego de todo? Iba a matarlo.

Había tratado de ver si había alguna noticia, pero no habían encendido el televisor de la casona de los ancianos. Ganas no me faltaban de ir y hacerlo, aunque Columbus me castigara por tocar esa cosa.

Ya le había preguntado a Marien, pero ella no había sabido nada. Me había dicho que no me preocupara, pero no sabía mentir, porque supe de inmediato que ella se había preocupado levemente y solo trataba de calmarme.

—Max es un sobreviviente, créeme —dijo entregándome un vaso con leche.

Lo tomé hasta el fondo y ella me sonrió con ternura. Respiró hondo y fue a agarrar un pequeño algodón, le puso alcohol y lo olfateó. Para mí, eso olía hasta donde yo estaba, pero ellos no tenían tan buen olfato.

¿Por qué lo olía?

—¿Te has enfermado de algo? Deberías llamar a Sirio y decirle que venga ya.

—No, tranquila, estoy bien —aseguró otra vez sonriente.

Arqueé una ceja. Esta vez sí que había mentido de forma tremenda, o estaba loca.

Palpó su vientre y suspiró. Agarró el vaso para llevarlo de regreso a la cocina y me di cuenta recién de que su vientre bajo estaba muy, muy levemente abultado. Hubiera pasado desapercibido, si no fuera porque la había visto seguido y nosotros éramos muy atentos a los cambios más mínimos.

Ladeé el rostro. Pensé en la posibilidad de que pudiera ser lo que estaba pensando.

—¿Tienes algo en el vientre? ¿Un hijo? —no pude evitar soltar.

Me miró y sonrió.

—Sí.

Quedé sorprendida. Bajé la vista a su vientre de nuevo.

—¿Te hace sentir enferma?

—Solo a veces. Nada grave. —Vino a sentarse luego de suspirar.

Contuve mi sonrisa.

—¿Va a ser como nosotros?

—No lo sabemos. No sabíamos que podíamos ser compatibles. Ya sabes. Hay especies que no se cruzan, que no pueden concebir un hijo por las diferencias.

—Oh...

—No sé si va a ser humano como yo, o si va a ser evolucionado. Pero no importa, solo quiero que sea saludable. —Se acarició el vientre con delicadeza.

Sonreí a labios cerrados.

—Seguramente va a estar bien.

Entonces, el sonido de un motor me hizo voltear.

—¿Qué?

—Su camioneta...

—Oh, ¿ya ves? Está bien —dijo más animada.

Me despedí y salí de prisa. No era para que viniera, todavía no habían pasado las dos semanas, así que no podía ser algo bueno.

¿Y si no era él?

Me detuve y esperé detrás de un grueso árbol. Mi corazón palpitaba en la espera y en preocupación...

El vehículo paró de forma casi brusca frente a mi casa y mi corazón dio un brinco al verlo bajar.

—¡Max...! —corrí hacia él.

Él volteó enseguida y me dio alcance. Sonrió y me recibió entre sus brazos.

—Hey —susurró apretándome contra su cuerpo. El alivio me recorrió al sentir que todavía me quería a su lado, que no se había olvidado de mí. Se apartó, tomando mi rostro y luego mis hombros—. ¿Estás bien?

Asentí y noté las dos heridas no muy antiguas en su sien y su pómulo.

—¿Qué te pasó?

—Nada. Ven. Necesito que guardes algunas de tus cosas.

Parpadeé confundida, pero lo seguí.

Cuando entramos en mi casa, cerró la puerta.

—¿Qué sucede?

—Te voy a llevar conmigo por un tiempo —dijo como si nada, buscando mis materiales, que ya sabía dónde yo los guardaba.

Sacó la bolsa y la puso a un lado.

—¿Por qué?

—Porque sí.

—No. No voy a moverme hasta que me digas qué pasa. —Puse las manos a cada lado de mi cintura.

Resopló.

—Te buscan, y no sé por qué.

—¿Quienes?

—Seguridad Nacional. —Mis labios formaron una sola línea y me miró de forma acusatoria—. ¿Tuviste algún encuentro con ellos en la ciudad?

—Tal vez.

Resopló y negó.

—Nos vamos.

—¡No!

Me miró con molestia. Él era un terco mandón, pero yo también lo era. Ahí chocábamos.

—Ursa. Vámonos. —Caminó hacia mí—. No me importa qué hayas hecho. No voy a dejar que te pongan un solo dedo encima, por ningún motivo.

—¡Si no doblo mi cuota de carne me van a desterrar!

—No me importa ahora.

Reaccioné, dándome cuenta tarde de sus intenciones, y giré, pero me rodeó por la cintura con velocidad y me levantó parcialmente del suelo. Pataleé.

—¡Max! ¡Te voy a rasguñar...!

—¡Hazlo! ¡Destrózame el brazo si quieres, pero no te voy a soltar!

Gruñí y quedé quieta.

Salimos de casa. Abrió la puerta de la camioneta y se giró hacia mí. Yo estaba con los brazos cruzados, así que solo me alzó de la cintura y me hizo sentar.

Cerró la puerta y aseguró todo. Resoplé.

La luz del tablero, de la pantalla, iluminaban mi rostro. Respiré hondo. Él puso algunas cosas en la parte trasera y luego subió frente al volante. Suspiró y partimos.

Volteé a ver mi casa y junté las cejas, sintiendo tristeza de pronto.

—Van a desterrarme. No sabes lo que haces.

Apretó los labios sin dejar de mirar hacia el frente.

—Lo siento... —murmuró finalmente—. Sé que te duele dejar tu pueblo, pero no quiero que te hagan nada. No sé qué quieren, pero no puede ser nada bueno.

—Si vienen a buscarme...

—No lo harán. Ya lo hubieran hecho de todas formas. Y solo si pasara, ya le he avisado a Sirio. Les avisará a tus padres también. Tranquila. —Puso su mano sobre mi muslo, gesto que me reconfortaba—. Lo lamento si te destierran, pero estás conmigo. No voy a dejarte abandonada como ellos quieren que termines. Puedes venir siempre conmigo bajo cualquier circunstancia.

Mi corazón estaba contraído por alejarme de mi pueblo. No entendía qué había pasado, pero confiaba en el criterio de Max, aunque estuviera molesta con él. Él conocía a su gente mejor que yo.

Entonces recordé que mis padres no sabían que estaba con él. O, mejor dicho, que tenía una relación especial con él. ¿Iban a enterarse así?

Suspiré y apoyé mi cabeza contra la ventana.


***

¿Creyeron que se libraban del capítulo de hoy? Pues no, mis cielas :v aunque estoy algo adolorida porque la enfermera me atravesó la vena con la aguja, aquí estoy xD :"V Si en caso no pueda subir cap algún día, pueden ver en mi muro por si he avisado que no podré, así con más seguridad.

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