Capítulo 26: Para olvidar
Max
La música retumbaba, las personas bailaban en las luces bajas e intermitentes, pegadas las unas a las otras. Había venido con algunos de mis hombres a despejarnos un poco.
Había creído que iba a olvidarme de Ursa pronto, estando lejos, pero no. El tiempo había pasado y el dolor en mi pecho solo había crecido. ¿Qué clase de maldición era esta? ¿Así era un corazón roto? Vaya mierda.
Bebí un trago de la cerveza y su amargura pasó ya casi sin sentirse. Me aclaré la garganta, frunciendo el ceño y apretando los labios.
Una chica se sentó en mí de pronto. Estaba oscuro, pero las leves luces me dejaban verla. Llevaba un top que dejaba al descubierto sus hombros y su abdomen. Sonrió al ver mi placa militar. Esa placa a veces había servido de imán de mujeres, cuando era un recluta, pero en esta ocasión, no lo esperaba.
Se puso de pie y tomó mi mano. Bebí el último trago de del vaso y lo dejé mientras la seguía.
Giró despacio, levantando los brazos con gracia, moviendo las caderas, y me pegué a su cuerpo. Rodeó mi cuello, moviéndose al ritmo de la música y seguí sus formas con mis manos. El bajo de la canción retumbaba en todo el ambiente. Me dio la espalda y rozó su trasero contra mí, una y otra vez, provocándome.
Estaba dolido todavía, eso lo sabía, y si hubiera sido el pendejo de antes, me hubiera ido con la chica solo por despecho... pero ya no era un niño.
Cuando ella se giró para intentar besarme, mis labios formaron una línea y luego sonreí a modo de disculpa.
Me fui y resoplé, tratando de quitarme el calor. No era de piedra, y poco me faltaba para irme con ella, pero mi cerebro estaba en un rincón, contra la pared, deprimido con una nube negra encima, pensando solo en Ursa. Solo la quería a ella.
Una muy fugaz idea cruzó por mi mente, que, si llegaba a hacer algo con otra chica, y ella se enteraba, mis escazas esperanzas de recuperarla se iban al carajo.
Entonces me di cuenta de que guardaba esa muy pequeña esperanza a pesar de todo, sin que me hubiese dado cuenta de que la tenía ahí.
—Max —Jorge me llamó y fui hacia él—. Es Ácrux. Creo que bebió mucho.
Lo miramos y el pobre estaba con el rostro apoyado en una mano mientras dibujaba círculos sobre la mesa con la otra.
—¿Qué? Solo tomó un par de vasos.
—Ya, pero...
—Sí, ya sé. No tiene costumbre. ¿Ya ves? Te dije que no debía tomar.
—¿Qué? ¡Pero si tú fuiste el que más le insistió!
Solté una carcajada y me acerqué al pobre perdido evolucionado. Le puse una mano sobre el hombro y lo moví apenas para llamar su atención.
Alzó la mirada y sus pupilas estaban dilatas.
Ay, madre, qué miedo.
—Oye, ¿estás bien?
Bajó la vista. Miré a Jorge e hice una mueca.
—Deberíamos...
De pronto tiró de mi mano y terminó rodeando mi cintura, enterrando el rostro por mi abdomen. Di un respingo.
—¡¿Qué...?! —Intenté alejarlo, empujándolo de los hombros, pero no sirvió—. ¡Ahhh! ¡Jorgeee!
Él solo se carcajeaba.
Ácrux, por suerte, aflojó su agarre y me pude apartar. Se dejó recostar sobre la mesa, con la frente pegada a esta, mirando al vacío.
—Suficiente. Voy a llamar a Rosy, que se lleve a este... —Marqué su número y le eché un vistazo a Ácrux—. ¡Oye! —Ramírez le había dado otro vaso—. ¡Oye, que no le des más!
Pero Ácrux ya lo estaba bebiendo. Me pasé la mano por la cara en exasperación.
Caí rendido en la cama. Quizá sí bebí mucho y ya había perdido un poco de costumbre, pues los niveles de salud que nos obligaban a tener no permitían ser bebedor asiduo, pero ya no importaba.
Había hablado con mi tío y eso también me había tenido amargado durante el día.
—Los evolucionados son como salvajes prehispánicos —se había burlado.
—Eso se pensaba antes. ¿Héctor ordenó ese ataque solo por eso?
Sonrió con esa malicia que ya tenía impregnada en el rostro desde que lo recordaba.
—Veo que andas defendiéndolos. —Me dio un palmazo en el hombro—. ¿Ah? Y me parece que creyeron verte con una chica, quizá evolucionada. —Se me enfrió la sangre—. Vi la foto en el periódico. Lástima que fuese uno de mala muerte al que casi nadie lee. —Movió las cejas—. ¿Era evolucionada? ¿Son salvajes en la cama? Dime al menos si la pusiste en la pose de la gatita, eso sería épico. Si lo que dicen es cierto, esas chicas saben muy bien que deben satisfacer a sus esposos.
Apreté los dientes. Sentí repulsión por sus comentarios, pero yo no había sido muy diferente no hacía mucho. No me había expresado de forma tan... asquerosa, pero tampoco había sido el mejor ejemplo.
—No. No he estado con ninguna chica. Mucho menos evolucionada. No es bueno que la gente crea que juntarnos con ellos es fácil. Ellos son otra cultura, no debemos interferir.
Chasqueó los dientes y rió.
—Qué aburrido te has vuelto, sobrino.
Al final, me dejó con la preocupación de que pudiera haberle comentado a mi papá sobre esa foto en ese periódico. El teléfono de Ursa no era de mi red, lo compré aparte, con el objetivo de que ellos no pudieran rastrearlo ni saber sobre ella.
Todos los teléfonos de Seguridad Nacional estaban registrados en el sistema. No me preocupaba por Ácrux y los otros, pues tenían nombres falsos de humanos, pero no había querido correr ni el más mínimo riesgo con Ursa, ni que vieran un nombre femenino nuevo en la red.
Suspiré y revisé el teléfono. Vi su mensaje, su "NO" rotundo a mi pedido de seguirme, y di una leve risa silenciosa. No me había bloqueado, aunque probablemente ni siquiera sabía que podía hacer eso.
Entré a su perfil, curioso porque aparecía una foto en su miniatura. Al entrar, vi que era un paisaje algo genérico, pero pude reconocer el bosque. Su biografía además había cambiado. Ya no estaba vacía, tenía la misma breve descripción de su tienda.
Las fotos eran de los brazaletes. No parecían tomas perfectas, pero tampoco eran malas para alguien que recién empezaba.
Pero claro que ella podía sin mí. Sonreí por eso.
***
Me vendaban el brazo. Un dardo me había pasado rozando. No había esperado y había atacado otro cuartel, el de Héctor para, de paso, averiguar algo más, sobre las chicas evolucionadas o mi padre, pero no hubo nada esta vez.
Al final, los videos que mandó Ácrux cuando se coló primero al cuartel, sí habían ayudado. A pesar de que Héctor había parecido ser buen hombre frente a las masas, el revelar que también tenía evolucionados siendo maltratados y encerrados, tumbó esa imagen en seguida.
Seguridad Nacional ya estaba en el ojo de la tormenta. Con ese último cuartel general, no quedaba más que los pequeños, como el mío, y la sede, que no era un cuartel en sí. Quizá había acabado para los evolucionados encerrados, pero no para mí.
Ya habíamos podido desactivar sus chips para que ya no pudieran caer bajo el control de los humanos, nunca más.
Vi cómo se llevaban a Héctor, malherido, pero vivo como para confesar. Solo me faltaba enfrentar a mi padre. Para eso, iba a tener que volver.
Pensaba hacerlo, y de paso terminar el contrato con el señor del edificio de departamentos...
—Nos encontramos de nuevo —dijo una mujer. Era la agente.
—Ah, oficial.
Miró alrededor, miró a los evolucionados hablando entre ellos, con algo de dolor de cabeza por causa de sus chips recién desactivados.
—Hicieron un desastre, pero lo lograron. Mi investigación todavía no termina, sin embargo. Mi compañero descubrió que tu padre parece haber derivado dinero con un destino inespecífico. Sospechamos que era para financiar esto en parte.
Asentí.
Observé la muralla en la lejanía mientras iba por la autopista alta, de regreso al cuartel en donde nos quedábamos mientras tanto. El sol se ocultaba en el horizonte. Por un instante, sentí que volví a aquel día en el que salí de la escuela. Era la misma ciudad, después de todo...
Probablemente me quedaría por aquí, pero debía consultarlo con Jorge, qué era lo que él quería. Ya iba a entrar a la universidad también. Aunque, con la inminente caída de Seguridad Nacional, ahora sin uno de sus más importantes directivos, podía poner eso en riesgo.
Los días habían pasado.
Me mantuve mirando la tumba de mamá por varios minutos. Cada detalle en la placa, el mármol, las flores que, aunque eran artificiales, se veían tan hermosas como las reales. Me entretuve también con cada hoja del pasto que crecía alrededor.
A veces observar era todo lo que uno podía hacer.
—Voy a averiguar por qué —susurré.
***
Luego de arreglar algunas cosas en mi habitación, bajé para hablar con mi hermano. Lo vi pasar, vestido con una camisa y pantalones normales. Eso me extrañó.
—Hey, eh...—Volteó a verme, así que continué—. Vamos a regresar a la capital unos días. ¿Quieres quedarte ahí antes de que empieces la universidad o...?
Se encogió de hombros.
—Puedo estar aquí, si has decidido quedarte. Ya luego iré allá, cuando empiecen las clases.
—Okey.
Sonrió y se fue. Arqueé una ceja cuando vi que le dio alcance a la chica evolucionada de ojos verdes. Ella miraba al exterior, a las escasas plantas que crecían entre la vereda y la pista.
—¿Vamos? —le habló de forma suave, con mucha amabilidad—. Nos esperan en el auto. Vamos a tu pueblo. —Le sonrió levemente.
Le dio el pase para que ella avanzara y lo hizo.
Arqueé ambas cejas y negué. Él no había dejado de hablarle, trataba de calmarla siempre, aunque ella prefiriera ver a otros evolucionados, sobre todo a Ácrux, por ser de su pueblo y ser su especie, obviamente. Aun así, él parecía ser el único humano en el que llegó a confiar. No lo decía, no era evidente y nadie más lo notó, solo yo, ya que había aprendido a leer esos ojos felinos.
La forma en la que esas pupilas se dilataban y parecían dos grandes almendras cuando Ursa estaba cómoda, en confianza, o le gustaba lo que veía. Cómo me perdí en esos magníficos ojos más de una vez. Cómo incluso podía verse tierna cuando estaba así.
Retrocedí un par de pasos de forma despreocupada y giré para regresar a la oficina.
Saqué el teléfono y busqué a Ursa. Necesitaba verla, y no sabía qué estaba haciendo aquí, perdiendo el tiempo en lugar de buscarla...
Suspiré y me recosté contra la silla.
Ursa. Mi gata salvaje y retrógrada... Sospechaba que se enojaría si le decía sobre mi pasado, pero no pensé que me dejaría. Yo había entendido su cultura, creí que ella estaba aprendiendo a entender la mía. La herí tanto... Merecía seguir con su vida sin que la siguiera atormentando con mi presencia que le asqueaba, pero el pasar de los días solo hacía todo más insoportable.
Solté aire, ahogando una corta risa en silencio. Bah, también extrañaba a los gemelos. Parecía que solo me inventaba excusas para aliviar mi culpa.
***
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro