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Capítulo 23: El pasado toca a la puerta

Max

"¡Turner, duerma a ese evolucionado y tráigalo a la sede!" Habían sido las órdenes del operador, mientras yo solo sentía cómo la gota fría de sudor caía por el costado de mi frente cuando Columbus estaba por matar a ese joven.

Ahora sabía que pedían sedarlos para ponerlos bajo control. Había hecho eso siguiendo las órdenes de mi antiguo capitán antes... Sin saber lo que les deparaba. Creía que eran tratados y liberados, pero debí sospechar más. Tampoco era que me pusiera a filosofar seguido.

Aunque detestaba al tal Columbus, no era para meterlo en tal tortura. Claro que no fui mejor, quizá, al dispararle casi sin pensar, en la rodilla, al ver que estaba quedándome sin salidas.

—Hueles a ella —gruñó—. No tienes derecho a acercarte. —Estaba furioso.

Le rasgó la piel al pobre tipo y saqué la otra arma, que ya tenía lista, y disparé.

Se había burlado de que no podíamos matarlos, pero al ver que no dudé, pude ver algo de miedo en sus ojos, debajo del dolor, cuando lo amenacé de esa forma tan fría.

—Sé lo que haces, sé lo que intentaste —siseé, apuntándole a la frente. Él todavía en el suelo—. Vuelve a molestarla o a ponerle un dedo encima y, apenas me entere, estás muerto.

El joven herido había corrido y caído desmayado, no muy lejos, y mi equipo ya lo estaba atendiendo. Columbus respiraba hondo, con el ceño fruncido y la mirada inyectada en rabia, pero se arrastró lejos de mi arma y se puso de pie con mucha dificultad, para irse casi corriendo, aunque cojeando.


***

—Necesito vacaciones —renegué.

—¿Y sigues con tu chica? —preguntó Marcos.

Se sirvió algo de comida.

—¿Por qué preguntas como si hubieran pasado meses? Creo que no ha pasado ni una semana.

—Es que contigo, nunca se sabe.

—Hombre de poca fe —le recriminé.

John, que también estaba ahí, rio.

Nos sentamos en una de las tantas mesas. La cafetería del cuartel estaba llena. Habíamos regresado de dar una corta conferencia de presa porque los ciudadanos ya estaban empezando a excitarse con la idea de ver evolucionados. Tontos.

—Para mí que es mentira —se burló John.

—Okey, cree lo que quieras, pero sí tengo novia. Y estoy enamorado de ella —me jacté—. Estamos trabajando en su agresividad, pero todo va bien.

Marcos casi se atragantó.

—¿Qué? —rio—. ¿Estamos hablando de una chica o de un animal?

—Mierda —renegó John—. No tienes que restregarnos tu salvaje vida sexual en nuestras caras.

Reí.

—No me refiero a que sea agresiva en eso, ¡puerco!

—¿Entonces no te rasguña la espalda? —se burló.

—Ja. Rasguña, sí, pero no mi espalda. —Sonreí como tonto, viendo la comida, jugando con el cubierto.

Alcé la vista y ambos me miraban pasmados. Bah, ¿y ahora qué?

—¿Es una evolucionada? —preguntó Marcos de pronto, mirándome como si estuviera viendo a Judas en tanga.

—¿Qué? N-no...

—Ah. —Pareció aliviarse—. Con lo que está pasando ahora, no sería bueno que te vieran con una. Ya sabes. Los humanos no son como ellos. Somos culturas muy distintas. —Resoplé, removiendo la comida con incomodidad, pero él siguió—. Un evolucionado no va a darle la espalda a sus reglas, y los humanos no podemos entender eso. Lo de Marien es un caso aparte, pero ya ves que incluso ella se ha ido a vivir allá con él. Yo le dije que él no iba a dejar su mundo. Ella no tiene problema de todas formas, ama la tranquilidad del pueblo, pero, como dije, cada caso es distinto.

—¿Por qué no sería distinto también si un humano estuviera con una evolucionada? —pregunté cruzando los brazos.

—Bueno, ese humano debe tener en cuenta el peso moral de las reglas en la mente de una de esas chicas. Para empezar, ellos son monógamos. Para ellas, nosotros somos sucios, corruptos. Los ancianos líderes son muy celosos, cuidan a sus mujeres. Y no los culpo, la verdad. Ya ves a John, no es el mejor ejemplo de humano.

—¡Oye! —le arrojó una zanahoria en cubo.

Marcos rio, pero siguió hablando. Cuando empezaba, no había quién lo callara.

—Con el pasar de los años hemos comprobado que es mejor, y hay paz, cuando no interferimos en otra cultura. Ya ves lo que pasó con los países del medio oriente, cuando un presidente ignorante quiso intervenir, y creyó que arrojándoles bombas iba a acabar con el sufrimiento de esa gente causado por su cultura. Aunque haya cosas que no nos gustan, no tenemos por qué interferir.

—Además —agregó John—. Ellos están bien allá en sus pueblos, con su forma de vida. No necesitan que los ayudemos, ni nada. Son muy saludables, están en el bosque felices con sus animalitos.

Resoplé de nuevo.

—Ya.

—¿Estás bien?

—Sí. —Negué—. Es solo que... Sí, entiendo a qué se refieren.

—Señor —uno de mis hombres se acercó con dos personas—. Lo buscan.

Me puse de pie. Había una mujer y un hombre, vestidos algo elegantes. Me mostraron sus placas luego de saludar.

—Somos los agentes que están trabajando en investigar todo esto de la corrupción y el maltrato a evolucionados en Seguridad Nacional. Sabemos que no ha habido quejas sobre su cuartel, pero nos preguntábamos si nos deja revisar, solo por mera burocracia.

—Ah. Claro. Adelante.

Felizmente los evolucionados que habían estado conmigo todavía estaban en sus pueblos, pasando tiempo con su gente. De todas formas, aunque hubieran estado, ellos no estaban restringidos ni siendo maltratados o controlados, así que no tenía problema.

Solo no quería que la sede se enterara de eso de alguna forma y vinieran a querer llevárselos y ponerlos bajo su control. Tampoco quería que mi padre se enterara de nada, ni de Ursa.


***

Estacioné a Patricia y bajé, suspirando al ver a Ursa con Tania en la puerta, hablando con el señor de la tienda. El gato estaba ahí también, al lado de mi chica, y ella... Ay, madre santa, pero ¿qué...?

Me acerqué sin desprenderle la mirada, sonriéndole. Ella no parpadeaba y me correspondía con su leve sonrisa recatada.

—Buenas tardes —saludé al señor y a Tania y volví a ver a Ursa.

—Oh. Quiero llevar unas cosas. —Tania entró con el señor a la tienda.

Seguí mirando a mi chica. Estaba con una blusa que le dejaba los hombros al descubierto, su cabello rubio suelto caía en ondas sobre ellos.

—Hola, muñeca —ronroneé—. No la he visto por aquí antes. ¿Me da su número?

Ella parpadeó confundida.

—¿Tan diferente me veo?

Reí.

—No, pero ¿no puedo coquetear contigo?

—Ah —se alivió—. Ya sé que no tienes tan buen olfato, por eso me preocupé haber cambiado mucho.

Solté una carcajada.

—¿Qué? —Me hice el ofendido—. Vaya. ¿Tan ciego me crees? ¿O que coquetearía con otra chica?

—¿Qué es coquetear?

Apreté los labios en una sonrisa y negué.


Ella pidió ir a mi habitación a cambiarse, una vez que subimos, así que la dejé. La tentación por verla era grande, pero ya había cometido el error de decir ese comentario cuando me dio a entender que mis besos la excitaban.

Ay, carajo, cómo me calentó el solo escuchar eso. No podía pasar de nuevo. No quería asustarla ni que pensara que...

—¿Te puedo pedir un favor? —preguntó.

Volteé y la vi asomándose por la puerta.

—Claro.

Salió, ya estaba con su camiseta sencilla del pueblo, pero, usara lo que usara, ella seguía siendo la misma chica hermosa de la que me había enamorado inevitablemente. Y no, no porque me pusiera caliente o porque fuera bella, sino por su inocencia, su carácter, su pureza.

Tenía una bolsa de papel de la tienda de ropa, doblada en sus manos.

—¿Puedo dejar esto aquí? Si lo llevo, mi mamá probablemente lo olfateará y querrá ver qué es.

—¿Por qué revisaría tus cosas?

—Porque así es. —Se encogió de hombros.

Negué.

—Bueno, pero es solo una blusa.

Bajó la vista hacia la bolsa un instante y volvió a mirarme.

—Promete que no vas a ver el contenido.

—¿Eh?

—Promételo. —Estaba seria.

Eso me confundió.

—Claro, no lo haré, tranquila.

Sonrió apenas.

—Gracias.

—Nada de gracias, muñeca, ponte en cuatro.

—¿Qué?

Me carcajeé y me acerqué, negando.

—Nada, es solo un juego.

Ella puso su mano en mi pecho y creí que me estaba deteniendo, pero la deslizó despacio, alzando la vista. Sus inocentes, pero traviesos ojos felinos, me miraron con complicidad.

—Me gusta tu risa.

—Qué bueno, porque lo hago bastante seguido. A mí me encanta la tuya, pero casi no la he escuchado. Eres cruel conmigo.

Hice puchero, inclinándome para besarla, y ella rio entre dientes. Yo no era de besos, eso ya se sabía, lo consideraba muy íntimo, muy personal, pero a ella me la quería comer entera. La quería recorrer con paciencia. ¿Era eso querer hacer el amor?

Luego de poseer ese rico labio inferior, mi boca bajó a su mentón, y reaccioné al sentir las puntas de sus dedos colándose debajo de mi camiseta.

Ella también pareció reaccionar, deteniéndose y apartándose. Quedó pensativa, con la vista baja. Iba a decirle que estaba bien, para calmarla si creía que me había ofendido, pero habló primero.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Sí...

Alzó la vista hacia la entrada y se alejó. Volteé y mi hermano no tardó en abrir la puerta y sonreír al verme.

—Hey. Traje los ingredientes.

—Ah, genial.

Queríamos preparar un platillo especial, uno que mamá preparaba y que a veces yo le había ayudado. No esa noche, claro, pero valía siempre conseguir todo con tiempo.


***

—Bien, ya pueden pasar —les dije a Ursa y los gemelos.

Entraron emocionados a la parte del gimnasio del cuartel. Era domingo así que no había casi nadie en el lugar, y había cerrado esa zona para que otros no estuvieran queriendo entrar. Los chicos se acercaron a ver las máquinas, emocionados.

Ursa olfateó el aire.

—Huele como a cebolla.

Ay, carajo.

—Ya lo arreglo.

Fui corriendo a encender la ventilación.

¡Estos puercos!

Regresé, y me dispuse a cerrar de nuevo.

—Señor —Ramírez apareció, haciéndome dar un respingo—. Le tengo la confirmación de los que se van a Areq y... —Vio hacia el salón—. Oh. Una rubia...

Dio un paso, queriendo entrar, pero le puse la mano en toda la cara y lo hice retroceder.

—¡Vaya a entrenar, soldado! —ordené con severidad y cerré la puerta de golpe.

—¿Tú entrenas aquí? —quiso saber Deneb.

—Sí. Tenemos todo tipo de máquinas. Una pequeña pista arriba, que va todo alrededor —la señalé. Era como un largo balcón que miraba hacia el piso en el que estábamos—. Es por si el clima está muy complicado ahí afuera. No es que se use mucho. Hay otros salones también, arriba.

—Wow. —Rigel se acercó a una máquina de levantamiento de peso para trabajar los músculos de la espalda—. ¿Esto para qué es?

Les expliqué cómo usar la mayoría de las máquinas, y pude ver que sus niveles de fuerza se asemejaban a las de un hombre musculoso. Qué envidia por la superioridad de sus fibras musculares.

Ursa se balanceaba apenas al ritmo de la música de fondo y sonreí, acercándome.

—Podemos ir a mandar los brazaletes mientras ellos se distraen.

—¿Van a estar seguros?

—Claro. Ya cerré, además está a unas calles. No vamos a tardar.


La oficina de correo estaba cerrada, pero no los contenedores para paquetes. Le indiqué dónde ponerlos, y estos cayeron por una compuerta.

—Hay muchas oficinas de correo, pero esta es la más cercana a mí.

Noté que miraba un local. Era bastante llamativo y lleno de ventanas. Otro gimnasio, pero del público.

—¿Podemos ver? Escucho más música viniendo de ahí.

Apreté los labios, pero asentí. No iba a haber forma de disuadirla, era curiosa como una gata.

Rogué porque cierta instructora no estuviera ahí, o que ya no trabajara ahí, pero como tenía una suerte de mierda, sí estaba. Por supuesto.

—¿Max? —la chica se acercó—. ¿Qué te trae por aquí?

Me miró de arriba abajo.

—Mi novia... —Sentí que Ursa apretó mi mano—, quería ver las instalaciones. Solo ver. Eso es todo.

Ella la miró con emoción. Mi chica tenía sus lentes oscuros, y además estaba con expresión seria.

—¿Novia? —Luego me miró a mí y pareció ponerse contenta, u orgullosa, ya no sabía—. Te felicito. —Me dio un toque por el brazo—. Max con novia. Creí que dijiste que nunca te involucrarías. —Me aclaré la garganta, incómodo—. Me alegra que hayas madurado.

Ursa miró alrededor y dio un par de pasos, alejándose.

—Sí, eh, nos vemos. —Le di alcance a la gatita—. Hey, lo siento, fue raro.

—Casi pude escuchar su corazón sobre la música. Se emocionó mucho al verte, aunque luego tuvo un desbalance.

—Ah, no es para tanto.

Se detuvo frente a las ventanas que daban a un salón en donde algunas personas bailaban, y se cruzó de brazos.

—¿No querías involucrarte?

Resoplé y sonreí.

—Ese era el yo de antes. Mucho antes. Unos años antes.

—¿Fue tu novia?

—No. —Me miró arqueando una ceja—. No, en serio. No así. O sea... —Rodé los ojos—. No. No así como tú, ¿bien? Eso solo fue un... Un día. Ya. Tú eres mi chica. Con la que quiero estar todos los días, no solo uno.

Volteó y me pareció verle una leve sonrisa. Ay, Dios, ¡gracias!

—¿Cómo eras tú antes?

—Neh, no te habría gustado, probablemente.

Estaba en mi etapa de pendejo. Si la hubiera conocido en ese entonces, ya lo habría arruinado. Ya la habría perdido, con lo imbécil que era.

—Suenas muy seguro. Y sí, probablemente.

—Heeey —reclamé.

Ella rio en silencio. Vio a las personas bailando y pareció reconocer la música. Se giró y tomó mis manos, volviendo a mirar y observar los pasos que hacían. Mi sonrisa se amplió.

—Ya me la sé, casi —dijo.

Dio unos cuantos pasos y la ayudé, pero la canción ya acababa. Pasaron a otra con diferentes pasos y ella quedó frustrada. Reí.

—Esa es merengue. Creo que es un poco más sencillo que la bachata, así que no te será problema. —Le hice dar una vuelta, a lo que rio en silencio también, y le sacudí los hombros, tomándola de la cintura y pegándola a mi cuerpo—. Creo que la salsa también te va a salir bien.

—¿Todos los humanos saben bailar todo eso?

—No creo.

—¿Cómo aprendiste?

—La vida, supongo. —Me encogí de hombros—. Sé un poco de esos bailes que mencioné, de los bailes elegantes, como el vals, y... —la giré y rodeé su cuerpo, inclinándome para llegar a su oído—. Los bailes sucios también.

—¿Sucios? ¿Por qué a los humanos les gusta lo "sucio"?

Reí y la liberé.


***

Detuve la camioneta y los gemelos bajaron contentos.

—¡Gracias, te vemos luego! —se despidieron.

Miré a Ursa, que todavía no bajaba.

—Eh... ¿Te vienes conmigo esta noche?

Ella entreabrió los labios y vio al frente. Yo también lo hice, y vi a los gemelos mirando. No estaban cerca, pero estaban muy atentos.

Resoplé.

—Por lo menos podrían fingir no escuchar.

—Vayan, ya los veo luego —les dijo ella.

Ellos sonrieron apenas, me dieron un rápido vistazo y se fueron. Rodé los ojos. A veces olvidaba lo bien que escuchaban. Caramba.

—No creo que pueda —dijo ella finalmente—. Me han criticado porque he bajado mi rendimiento en la cacería. Es una vergüenza para mi familia.

Suspiré.

—Está bien.

Me sentó mal que quizá yo era la causa de eso. De todas formas, no me parecía bien que la estuvieran molestando. Ella era una buena cazadora, lo sabía.

Iba a decirle eso, pero interrumpió el breve silencio.

—¿Puedo preguntar algo?

Ah, era verdad que había querido preguntar algo antes también. Quería que confiara en mí un poco más.

—No tienes que preguntar si me quieres preguntar algo —le aseguré, dándole una suave caricia en su mejilla—. Solo hazlo, siempre trataré de responder.

Dio un hondo respiro y me entró una mala espina. Se miró las manos, jugueteaba con sus dedos.

—Hace poco me enteré de algo. —Me miró—. Me enteré de cómo se hacen los hijos... Algo así.

Me removí, incómodo.

Ay, no. ¿Quién mierda le dijo?

—Vaya. Debe haber sido un dato muy raro y novedoso para ti —murmuré. Ella asintió y sonreí apenas, aunque no feliz, sino de decepción—. Hubiera querido explicártelo en su momento. Bueno.

—Veo que todos los humanos parecen saber sobre eso —habló bajo—. Como dijo Tania... —Aich. Tania—. Y tú... ¿Lo... Lo has hecho?

Di un suspiro. Ya sabía que en algún momento preguntaría, ya fuese antes o después de que le explicara o enseñara, más o menos, pero no... No pensé que sería tan difícil.

Me di cuenta de que me había quedado en silencio. La miré y me preocupé al notar que mi demora la había hecho palidecer apenas. ¿Cómo podía lucir más blanca? Ya no tenía ese bello rosa en sus mejillas.

—Bueno... Un par de veces —confesé. Me aclaré la garganta, frunciendo el ceño—. Quizá un poco más... Pero nada más.

—Ah...

Mantenía los labios entreabiertos, mirando sus manos sobre sus muslos, ya sin moverlos.

—¿Estás bien?

—¿Cómo puedes decirlo así sin más? —murmuró ahora frustrada de pronto—. ¿Cómo pudiste hacer eso?

¿Eh?

Resoplé.

—Lo sé, ustedes no saben de eso hasta que forman un núcleo.

—Y ni aunque lo supiéramos antes, estoy segura de que ni así haríamos algo tan íntimo con cualquiera —recriminó—. ¿Cómo pudiste entregar tu cuerpo a otras mujeres?

Estaba sorprendido y confundido a la vez.

—Fue hace mucho, y no entiendo por qué el enojo...

Abrió la puerta y bajó.

—Adiós.

Reaccioné.

—¿Qué? —Bajé y la seguí—. Ursa. Ursa, ¿qué haces...?

Se detuvo y volteó a verme, cruzando los brazos.

—¿Cómo pueden tomarse algo así a la ligera?

—Nosotros crecemos con otras ideas en la cabeza. ¿Qué quieres que haga? —Dio la vuelta, pero la detuve—. Ursa, no es lo mismo.

Volvió a mirarme, con molestia.

—¿Cómo pueden tomarse como si nada el hecho de estar desnudos, e intimar con alguien de esa forma? Como si entregar lo único que te pertenece solo a ti, que es tu cuerpo, fuera un asunto sin importancia.

—¿Qué? ¡No es lo mismo! No compares. Los besos que te he dado han sido más íntimos que cualquier otra cosa que haya hecho antes. —Ella negó y dio un paso atrás—. Te he dado mi ser, te abrí mi mundo, las cosas que me pasaron, las cosas que pienso. No se compara en absoluto a los momentos triviales que...

—No puedo creerte.

—¿Por qué no? ¿Porque les dijeron que tenían que creerse el cuento de hadas ese en el que deben mantenerse vírgenes e inmaculados? ¿En serio valoran a las personas por lo que hacen con sus cuerpos?

—Sí —dijo cortante. Me miraba con frialdad, más fría que cuando le hablé por primera vez—. No quiero saber de ti, nunca más.

—¿Qué? Espera, no...

—Tú, tu mundo, tu gente, todo. ¡Todo me da asco!

Jadeé, sintiendo que mi corazón era estrujado de pronto. Mi estomago se había hundido como si me hubieran dado una patada ahí. Incluso dejé de respirar unos segundos.

Ella retrocedió y terminó dando la vuelta, alejándose de prisa.

—¡Bien! —renegué—. ¡Ya no importa! ¡Está demás hacerle entender a alguien que no ha madurado...! —Me callé enseguida al reconocer las palabras de mi padre saliendo de mi boca.

Empecé a respirar con dificultad y me llevé las manos a la cabeza. Retrocedí y par de pasos.

No... No, no, no...

Caminé de un lado a otro, queriendo ir tras ella, pero me dolía mucho el pecho. Me llevé la mano a la boca del estómago y traté de dar respiraciones hondas, ya que había perdido el control de eso.

Subí a la camioneta y dejé caer la frente contra el volante.

Maldije un par de veces, más de un par de veces, y me enderecé, volviendo a respirar hondo y arrancando el motor.


***

Estacioné y quedé mirando a la nada unos minutos.

Me di cuenta de que el señor de la tienda estaba con un par de personas mirando algo en la vereda, así que bajé y me acerqué. Cuando lo vi, apreté los labios.

Era el gato. Estaba muerto.

—Le pusieron veneno —murmuró el señor.

—Te digo —comentó otro—, la gente es malvada. El animal no hacía daño.

—Lo siento —susurré.

—Bueno. Es que este barrio es un asco, igual que su gente. ¿Ahora qué le voy a decir a mi sobrina...?

Se fueron a la tienda, comentando.

Quedé mirando al pobre animal. Tenía una línea blanca de líquido manchando el costado de su boca.

... Mi mundo sí era un asco a veces... Sí lo era.


—Llegué —dije sin ánimo.

Me dejé caer sentado en una de las sillas de la pequeña mesa cutre que teníamos.

Jorge movía el arroz. Me miró y sonrió. Miró a mi costado y hacia la puerta.

—¿No vino Ursa? —quiso saber. Solo apreté los labios y negué. Él pareció entender—. Ah. —Levantó la tapa de la otra olla y observó. La tapó y apagó la cocina—. Ya está, de todas formas. No necesité tu ayuda esta vez.

Sonreí apenas.

—Sí. Ya puedes casarte ahora —bromeé.

Rio entre dientes.

Le ayudé a servir y nos volvimos a sentar. Él suspiró y juntó las manos.

—Feliz cumpleaños, mamá —murmuró.

Había hecho arroz "árabe", que se llamaba así, aunque no era de ese país. Era entre dulce y salado. A cualquiera le parecería raro, pero a nosotros nos encantaba. También había hecho pollo mechado.

—Mamá siempre tomaba menos tiempo que nosotros en hacer todo esto. ¿Cómo podía?

—Lo sé. Era de admirar...

Comió un bocado y luego otro. Estaba delicioso. Lo felicité, ni siquiera a mí me salía tan bien el pollo.

—¿Por qué cocinaba para nosotros, si era su cumpleaños? Debía ser al revés.

—Lo sé. Aunque si lo intentábamos se enojaba y decía que mejor ella lo hacía.

Dio una corta risa en silencio y asintió, manteniendo una leve sonrisa. Pronto su expresión cambió, y su sonrisa ya no era más que sus labios intentando no curvarse hacia abajo. Sus cejas se habían juntado y hacía mucho esfuerzo para no quebrarse.

Suspiré.

—Oye, ¿recuerdas cuando te convencí de que los dinosaurios todavía existían? ¿Eh? —Asintió y se estremeció en una muy corta risa a labios cerrados, pero un par de lágrimas se juntaron en sus ojos—. Me puse una manta encima y te asusté. En verdad creíste que era un dinosaurio. —Rio un poco más y sus lágrimas cayeron—. Mamá te consoló, pero yo solo me burlaba porque —reí—, porque te veías horrible cuando llorabas. —Rio un poco más entre el llanto. Mis ojos también me ardían—. Anda, ven aquí, llorón —dije con la voz quebrada.

Recostó su cabeza por mi pecho y lloró en silencio. Respiré hondo, limpié el par de lágrimas que habían salido de mis ojos y besé su coronilla.

—Estamos bien —susurré, frotando su espalda—. Vamos a estar bien...


***

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