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Capítulo 22: Día de chicas

Ursa

Cuando vi a Max, con una venda por el brazo, me preocupé. Enseguida fue atajado por personas con cámaras y micrófonos.

—Va a sobrevivir —respondió a una de las preguntas, e intentó hacerlos a un lado.

Su amigo el doctor, se acercó a él para sacarlo del grupo de gente, alegando que no podían dar información, y fueron atajados por alguien más. Parecía de Seguridad Nacional, pero llevaba un uniforme un tanto más formal.

—La sede no está contenta —le dijo—. Casi mata a un civil. Si el evolucionado es un peligro, debiste obedecer, sedarlo y transferirlo a nosotros.

—Ya no va a ser un peligro —aseguró con tono frío.

—En la sede saben que le disparaste.

Me había enfriado sin darme cuenta. Mi estómago se había hecho un nudo.

Max resopló, frunciendo más el ceño.

—No lo maté. Y tampoco iba a sedarlo para que ustedes se lo llevaran. ¿Para qué lo quieren?

—Todo evolucionado problemático debe estar bajo control.

—¿Qué clase de control? —Esa pregunta había sido más suspicaz.

El hombre apretó los labios y cambió de tema.

—El equipo de comunicadores creyó escuchar una amenaza. ¿Conoces a ese evolucionado?

—No. Y mis asuntos no les importan. Hice el trabajo, ¿no? Casi destripa a una persona, y pude salvarlo. ¿No basta con eso?

Avanzó, casi chocando con el hombre de forma despectiva y suspiró, viniendo a nosotras. Cuando vio mi expresión, quedó con los labios entreabiertos.

—¿Escuchaste eso?

Asentí, pero bajé la vista.

—¿Estás muy herido?

—Estoy bien —aseguró enseguida.

Le agradeció a Tania y me guió al estacionamiento en donde esperaba Patricia.


***

Le pedí que me dejara en las afueras del pueblo. Era hora de volver a la realidad. Había sido la mejor noche. Había dormido tranquila, y su cama era suave comparada a la mía, que era un colchón relleno más que todo de paja.

Aunque aún estaba preocupada. Me contó que Columbus encontró a los humanos perdidos, quizá antes que ellos, y solo esperó para emboscarlos.

Salió a atacarlos y él se llevó un zarpazo por el brazo. Felizmente reaccionó rápido. Columbus agarró a un humano y le enterró las enormes garras por el abdomen.

No me imaginaba lo tenso de la situación. Si él perdía a un humano, podía haber repercusiones incluso si no era su culpa.

La sede le ordenó sedarlo, pero él se lanzó a atacar cuando Columbus empezó a rasgar. Le había dicho que era por mí. No mencionó mi nombre, pero Max lo entendió, así que, sin pensarlo, sacó al arma de balas y le disparó en la rodilla.

Una articulación rota era una condena para un depredador. Nos podíamos curar, pero luego, con la edad, el dolor regresaba.

—Le dije que, si se atrevía a acercarse a ti o a ponerte un solo dedo encima, yo iba a saberlo, y esa bala iba a ir directo a su frente —agregó en tono muy serio. Podía cortar el viento. Suspiró y llevó su mano a su cabello, cerrando los ojos con fuerza—. Lo siento.

Negué.

—Está bien. Creo que pisoteaste su orgullo. Además, si tenía algo en contra de mí o de ti, debió ser directo, no atacar a un humano. A nosotros nos han inculcado que, si el otro está en desventaja, no es honorable atacarlo. Ustedes, sin armas, están en una enorme desventaja. Fue cobarde lo que hizo. —Me miró arqueando una ceja y sonreí levemente—. Voy a estar bien.

—¿Segura? Puedo ir y hablar con tus padres, si es que eso es lo que quieren. Si sus costumbres...

—No es necesario. Y ya casi va a estar lista mi casa. Viviré ahí.

Suspiró.

—Bueno.

Asentí y bajé. Caminé solo un par de pasos, cuando lo escuché bajar también y venir hacia mí.

Volteé.

—¿Y mi despedida?

Me acorraló contra uno de los grandes y gruesos árboles, así que le di un corto y rápido beso.

—Listo.

Arqueó una ceja y me miró fingiendo decepción, pero luego acarició un mechón de mi cabello y observó mi rostro.

—Quizá ahora no lo piensas así, pero voy a llevarte conmigo un día, mi estrella.

—Mi nombre es el de una constelación...

Rió entre dientes.

—Okey. Mi constelación. Mi mujerón, mi belleza, mi gatita, mi muñeca —me halagó hasta de sobra, haciéndome sonreír inevitablemente mientras se inclinaba para despedirme con uno de sus tan buenos besos.

Absorbí su labio inferior entre los míos, sintiendo su grosor, cuidando ya mejor que mis colmillos no lo lastimaran. Tomó mi rostro e hizo lo mismo.

Rodeé su cuello con los brazos y de pronto me tomó de mis muslos y me levantó, sentándome en una de las grandes piedras en capas que estaban por el lugar.

Me aclaré la garganta y lo detuve poniendo mi mano contra su pecho.

—Lo siento.

Negué con una leve sonrisa. Estaba bien. Se sentía todo muy bien, pero...

—Es que... siento que voy a perder el control. Tus besos desarman todas mis barreras y mandan muy lejos toda mi compostura. Mi mentora siempre me dijo que no debía ir más allá siquiera de empezar a perder el control, ni estar tan cerca de un muchacho o podrían pasar cosas que no iban a gustarme. Y creo que sé a qué se refiere.

—¿Te incomoda? —Se había preocupado.

—No. No... —Pensé otro par de segundos.

—Puedes decirme. Si algo te pasa o si te incomodo en lo más mínimo...

—No. No eres tú. Es mi cuerpo raro. Apenas siento que estoy conociéndolo recién, y yo que creí que ya lo hacía. —Encogí los hombros—. Ahora parece exigir cosas que no sé, y... y cuando nuestros besos se prolongan más allá de lo que mi control puede tolerar... Eh... —Lo miré a los ojos—. Es que, no quiero arruinar mi ropa.

Se confundió, pero al segundo su sonrisa cambió junto con su mirada. Era una expresión similar a la de travesura que ponía, pero intensa, peligrosa y prometedora a la vez.

—Por eso dicen que es mejor si te la sacas —ronroneó apretándome contra su cuerpo y dándome un beso corto.

—¿Cómo así?

—Eh —pareció reaccionar y sacudió la cabeza, mostrando una sonrisa de disculpa—. Nada. Eso estuvo fuera de lugar. Olvídalo, ¿sí? —Suspiró y se apartó, ayudándome a bajar—. La dejo, mi doncella. Tengo que ir a pelear contra dragones gato.

Hizo una reverencia y reí entre dientes. Últimamente reía más. Estaba cambiando. Yo cambiaba y no sentía que fuera malo.


Cuando entré a casa, mis padres ya me habían escuchado venir. Mamá se acercó. Había estado muy preocupada al igual que papá. Esperé otra bofetada, pero, para mi sorpresa, no pasó.

—¡¿Dónde has estado?! Escuché que Columbus fue atendido por los ancianos doctores. ¿Los humanos te han hecho algo?

—Dijiste que te ibas con alguien —dijo papá—. Creímos que, con los gemelos o Sinfonía, o por último con aquella humana que ahora está con Sirio, pero no.

—Columbus obtuvo lo que merecía. No voy a unirme a él. Quiero poder hacer lo que yo quiero por una vez en mi vida.

Aunque ya había hecho eso varias veces, era solo que se sentía tan bien, que ya no quería saborear la libertad una "última vez", quería saborearla bien y saber que lo iba a volver a hacer.

—Hueles a humanos.

Bufé.

—Si al menos me escucharan.

Me dirigí a mi habitación.

Puse mi ropa en una cesta. Iba a lavarla luego, a mano, recordando que los humanos tenían máquinas que lo hacían por ellos.

Me acerqué al osito que me había dado Max, al que dejaba en mi mesa de noche, y sonreí.

Tenía que ir a cazar, pero quise sentarme un rato y ver las fotos de Max.

Arqueé una ceja al darme cuenta de que había borrado las que tenía en las que salía sin camiseta. Excepto una en la que estaba casi de espaldas.

Fui a donde él me había escrito lo de brincarle y le respondí.

"BORRASTE TUS FOTOS"

Me di cuenta de que la letra había salido enorme, pero no estaba segura de qué lo ocasionaba.

Me encogí de hombros y estuve dispuesta a irme, pero el teléfono sonó con un mensaje y sonreí, tomándolo de nuevo.

"Sígueme y puedo darte acceso a mis fotos privadas. Solo para ti."

Arqueé una ceja.

"NO"

Vi a papá bajo el marco de mi puerta y me reincorporé, sentándome. Él vino a mi lado y puso la mano sobre mi cabeza.

—¿Columbus te hizo algo? Puedes decirme.

Parecía sospechar. Quizá porque era hombre y las ancianas decían que ellos sabían "cosas". Suspiré. No podía ni quería mentirle.

—Antes me seguía y eso no me agradaba. —La mirada de mi padre cambió, y asintió lentamente—. Y... tuve que pelear con él para ayudar a Sirio, así que puede decirse que me desquité, pero... —Fruncí más el ceño al recordar—. Me parece que... Que sus manos se desviaron a otros lugares de mi cuerpo, cuando forcejeamos. —Sacudí la cabeza—. Quizá fue mi idea...

Aunque, si Max le había dicho que no me tocara de nuevo, significaba que él también había notado algo.

—No. Está bien. —Bajó la vista. Sus ojos celestes como los míos lucían agotados. No había dormido bien, preocupado por mí—. Hiciste bien en decirme. Hablaré con los ancianos y anularé esa futura unión.

Apreté los labios, tratando de no sonreír tan ampliamente, y pegué mi frente a la suya.

—Gracias, padre.


***

Dejé los conejos en el mercadillo, y el señor Régulus me puso mala cara. Era el actual jefe de los cazadores y todos debíamos llevar las presas ahí para que las repartieran a todos por igual.

—Joven Ursa, ¿está todo bien? Su rendimiento ha bajado.

Los otros cazadores voltearon a mirar. Fruncí el ceño.

—Cumple la cuota.

—Sí, aunque esperábamos venados o jabalíes. Los conejos son fáciles de conseguir.

—Es que está distraída —dijo Sinfonía desde su puesto.

La miré con desdén. Como ya estaba pronta a unirse, le habían dado hasta un puesto en donde poder vender algunas de las cosas que hacía por tener la fortuna de ser artesana.

—Estoy bien. ¿No tienes que ir a hacer las decoraciones de los muebles de las nuevas casas? —Eso incluía la mía.

No sabía qué tan en serio había bajado mi rendimiento, si de verdad lo había hecho. Los demás murmuraron muy, muy bajo.

—No creas que puedes saltarte tus funciones solo porque te corteja un humano —soltó la chica, cruzada de brazos. Abrí mucho los ojos y miré de reojo a todos los demás, que empezaban a murmurar—. Si los líderes se enteran, puedes decirle adiós a tu casa.

—Ellos han traído a los enemigos —murmuró alguien—. Sirio y ahora ella.

—¿Columbus está recuperándose de una herida por culpa de ella...?

Apreté los puños.

—El humano nos visita a nosotros —intervino Rigel, apareciendo a mi costado—. A la compañera de Sirio también. Deja a Ursa fuera de esto.

Sinfonía, sin embargo, no estaba contenta. Puso cara de preocupada.

—No quiero que nadie más de nuestro pueblo pase por lo que yo he pasado. Los humanos me atraparon y quisieron experimentar conmigo. No los quiero cerca. Y ella huele a él. Yo conozco su aroma.

—Lo conoces porque, hasta donde sé, te rescató de ese lugar —defendí—. No todos los humanos son como nos dicen los líderes. Luego también te rescatamos del mismo Orión. Uno de nuestros guerreros, el jefe, que debió ver por nosotros, pero no lo hizo.

—Él vio por nosotros, pero ahora no está, y por culpa de ustedes.

Bufé.

—Ursa, déjala —pidió Rigel—, vamos. Te ha venido a buscar alguien.

—¿Es él? —quiso saber Sinfonía.

—No —respondió Rigel—. Y no te importa.


Caminé molesta, humillada. Aunque entendía que tuviera miedo. A mí no me habían tratado de hacer experimentos, no sabía qué tan horrible sería.

—¿Es verdad? —preguntó Rigel.

—¿Qué?

—Que él te está cortejando.

Parpadeé confundida.

—Hasta donde sé, esa palabra solo se usa para...

—Ya sé para qué se usa. Me lo ha explicado mi mentor. Es para ganarte a tu compañera o a la chica en la que tengas interés. —Parecía levemente molesto de pronto—. ¿Por qué no nos dijiste? Creí que éramos como tus hermanos.

Pero ¿qué le estaba pasando a todos?

—¿Qué sucede? Sí son como mis hermanos, pero eso es hasta que se unan a sus compañeras.

Sus cejas se soltaron y resopló. Negó y luego asintió.

—Sí... Es solo que... No sé. Es humano.

—Marien es humana y a ustedes les agrada.

—Sí... —Se encogió de hombros—. Sí.

Estaba más confundida ahora.

Llegamos y vi cerca de mi casa un auto negro y extraño. Una chica se bajó, emocionada, y vino a nosotros. Era Tania.

Por todos los olivos.

—Este hermoso caballero sí te trajo —dijo refiriéndose a Rigel—. Bueno. Vamos. Tendremos una salida de chicas.

—¿Qué?

Deneb bajó del auto, haciéndome abrir mucho los ojos. ¿Qué hacía en el auto de una desconocida?

—¡Diviértete! —dijo.

—¿Qué?

Miré a ambos y sonreían. Se despidieron con un movimiento de sus manos y se fueron comentando algunas cosas.


Iba con Tania en su auto.

—Quise venir en cuanto confirmé que eres novia de Max. Ese amargado ya lo necesitaba. Y descuida, no me dijo nada, yo lo deduje porque no soy estúpida, ¿sabes? Dormiste ahí. Asumo que no quieres que lo diga, y bueno, creo que yo también estaría avergonzada si fuera tú. Aunque sí está guapo el desgraciado, pero tranquila, tampoco es que hayamos tenido algo. Él no mezcla trabajo con vida personal, y claro, yo tampoco. —Hablaba sin parar—. Algunas de mis reclutas a veces sí babean por él, pero solo pueden hacer eso. Le tienen más miedo cuando se enoja de todas formas.

—¿A ustedes las dejan ser guerreras?

—¿Qué? Ah —pareció entender—. Sí, bueno. ¿Por qué no? Algunas mujeres podemos ser más duras que algunos hombres, y se sabe que toleramos más el dolor que ellos. ¿Ustedes no tienen mujeres guerreras?

—No. Los líderes dicen que somos muy valiosas como para arriesgarse a perder a una. —Encogí los hombros—. Porque algunos guerreros pueden morir por algún enfrentamiento. Nuestros compañeros deben respetarnos, cuidarnos y atesorarnos. Al menos eso dicen los ancianos.

—Ow... —pareció conmovida, pero luego frunció el ceño, confundida—. No sé si es machista o lindo. —Negó—. Ya quisiera yo no haber tenido que recurrir a esta clase de vida. Aunque para algunas sí es su pasión. Bueno.

Entramos a un estacionamiento y me hizo bajar del auto.

—¿Qué vamos a hacer?

—Vamos a verte algo de ropa. Ese glotón de Max seguramente no te ha traído aquí sino solo a comer. Vamos a hacer que nos pongan una mascarilla hidratante y otras cosas también, claro. —Dio un suspiró y se acercó para tocar mi cabello. La miré con extrañeza—. Eres muy bonita, necesitas mimarte un poco de vez en cuando. Vamos.

Entramos a una tienda y fui viendo ropa. Encontré muchas prendas que eran muy llamativas y bonitas. Aunque eran inusables en el pueblo, tal vez podía tenerlas aquí en la ciudad.

Me puse una blusa delante de mí, frente a uno de los tantos espejos del lugar, solo para ver su color y como se me vería así con los hombros descubiertos. Sonreí apenas, solo pensando en qué cara pondrían mis padres, o... Max.

—Mira esto...

Tania llamó mi atención hacia una muñeca que tenía unas ropas diminutas encima.

Era ropa interior... pero muy... ¿decorada?

No parecía funcional. Ni siquiera cubría bien lo que tenía que cubrir.

—¿Cómo caminan con eso entre las...?

Tania rió.

—Es que la idea no es caminar, porque se supone que te la vas a sacar pronto.

Ladeé el rostro, todavía observando la rareza. Recordé lo que dijo Max, de sacarme la ropa para que no se "arruinara".

—¿Sacármela?

—Ya sabes... para tener intimidad. —Miró mi cara de confusión y rodó los ojos—. Bueno, son cosas que en tu cultura no son dichas, supongo.

—Pero yo quiero saber. ¿Por qué debo sacarme la ropa?

Sonrió. Me había dado cuenta de que tenía pinturas en la cara, en los labios y párpados, que no eran sustancias naturales, aunque la hacían ver bien, como si un artista del pueblo la hubiera "retocado".

—Pues, cuando tienes un novio, o también con cualquiera, pero si tienes novio, es mejor, supongo. Al menos lo puedes disfrutar mucho más, supuestamente. —Negó—. En fin. Cuando tienes un novio, puedes tener intimidad con él. Ya sabes. Sexo.

—¿Qué es?

—Uy —apretó los labios—. Verdad que ustedes no saben nada sobre eso.

—En mi cultura... todo contacto está prohibido, pero me ha gustado cuando él me toma de la mano o me abraza —medité—. Quisiera saber más.

Su sonrisa se amplió y me dio una mirada cómplice.

—Cuando estén solos, ponte esa ropa y vas a ver cómo cae. —Volteó a ver a alguien—. Ese, por favor, en talla media.

Reaccioné.

—¿Qué? Pero...

—Tranquila. Considéralo un regalo. Toda primera vez debería ser perfecta. —Suspiró—. No como la mía. —Torció los labios—. En fin. ¿Quieres ver vestidos? Solo ver, porque esos son demasiado caros.

—Si eso que le llaman sexo, es muy íntimo... Bueno. No creo que pueda hacerlo.

—¿Por qué? Es lo más natural que hay. Es solo que tu gente parece temerle a todo lo que es bueno. Y, créeme, ni siquiera te va a importar el resto cuando estés gozando de lo más rico.

—¿En serio es así de bueno? —Como para olvidar literalmente todo. Aunque los humanos exageraban. No hablaban de forma literal.

—Oh. Lo es. Y mucho mejor si él sabe lo que hace y no es un pendejo primerizo y tosco.

Parpadeé confundida de nuevo.

—¿Qué tan íntimo es?

Ella resopló.

—Digamos que ambos, usualmente estando desnudos, se tocan y besan. En realidad, es algo básico de la reproducción, pero se siente tan bien, que no se hace con ese fin. Ugh. Niños. ¿Quién los quiere hoy en día?

Más confusión.


Vi unos vestidos demasiado hermosos como para ser reales, pero lo eran. Colores profundos, algunos cambiaban de color bajo la luz, otros brillaban. Mis ojos brillaban con ellos. Había uno entre celeste y azul como mis ojos, que brillaba bajo la luz. Tenía una falda enorme, pomposa y larga. La parte superior era pegada al cuerpo y dejaba los hombros descubiertos.

Tania insistió en que me lo probara, y la sensación de verlo en mí, fue algo bastante nuevo. Poco a poco iba dándome cuenta de que sí me veía bien. Que Tania tenía razón al decir que yo era bonita. Quizá sí lo era...

Me había visto en espejos más veces en ese tiempo que durante toda mi vida. Se sentía bien conocerme poco a poco, familiarizarme con mis formas, mi cuerpo, mi rostro.

Me probé la diminuta ropa interior y me di cuenta de que, si él me veía usándola, iba a ser demasiado íntimo. Demasiado privado.

Se transparentaba todo. Era como estar desnuda. ¿En qué estaba pensando? Todo iba en contra de las reglas que me habían impuesto desde que tenía memoria, las reglas que habían salvado a nuestra sociedad de la perdición la que cayeron los humanos.

Nuestro entero ser le pertenecía a nuestra futura unión, eso incluía seguramente esa intimidad. Nuestros mentores decían que lo que pasara en un núcleo familiar ya era cosa de adultos.

Por un segundo pensé en que, ya que los humanos hablaban de ello, quizá Max ya había estado así con alguien, y mi corazón se encogió, sufriendo como si alguien lo hubiera apretado. Mi estómago se hizo un nudo.

No... no. Eso era para adultos, para quien fuera tu compañero. Probablemente no había pasado. Él quería unirse a mí todavía...

Suspiré.


Cerré los ojos, sintiéndome relajada mientras alguien lavaba mi cabello. Los humanos eran raros. Hacían que desconocidos les ayudaran con el cuidado de sus cuerpos, aunque el cabello era algo que no había "mimado" lo suficiente, según Tania.

Me echaron cremas a este, lo hidrataron, y lo cortaron. Al principio me rehusé, pero cuando me mostraron fotos de mujeres con distintos cortes de todo tipo, me animé a que solo le dieran algo de "forma", sin cortar demasiado el largo. Al final lo dejaron en "capas" como le llamaban, y quedó algo ondeado, además.

Me hidrataron el rostro también, con más cremas, y me relajé un rato mientras esta hacía efecto.


—No puedo creer que los bellos en tus piernas sean casi invisibles —renegaba Tania, mirándome conmocionada y a la vez admirada.

Estábamos con unas batas, que olían a algún químico que usaban para limpiarlas, además de que también olían levemente a quemado, cosa que indicaba que quizá las hervían o algo. Los humanos parecían no detectar esos olores.

—Yo me los saqué con láser para que ya no crecieran —comentó—. Todos. Los de ahí abajo también.

—¿Abajo?

Ella dio una leve risa.

—Ustedes son como aliens. En serio. —Reaccionó—. Ah, ya van a salir. —Se acercó en su silla y me mostró el teléfono.

Había gente esperando en una sala extraña, con una mesa alta como esas que a veces usaban los líderes del pueblo para hablar, parándose detrás.

Vi a Max con otro par de sus hombres y un humano con bata blanca. Mi corazón latía un tanto más rápido al ver a mi novio ahí.

—Él es Marcos, un amigo —dijo Tania, quizá al ver mi expresión—. Es todo un caballero. Me invitó a salir, y sin duda no es de esos tantos pendejos que me han sacado a citas antes. Ni siquiera insinuó nada. No era que me hubiera molestado, pero sin duda marcó una diferencia entre él y los inútiles.

Sonreí apenas. No entendía mucho, pero al menos el tipo era de los humanos buenos.

—Señores —habló Max. Muchas personas estaban ahí, manteniendo cerca unas cosas negras, podían ser micrófonos, cosas que usaban los humanos para que más personas los escucharan mejor—. Entiendo que, con la situación actual, haya curiosidad y muchos quieran o crean que pueden ir a ver a los evolucionados a sus comunidades, pero no deben hacerlo. Es por su bien. El bosque es difícil, y hay otros animales ahí no muy amigables. Mi colega va a explicar algo sobre el comportamiento de los evolucionados.

El tal Marcos se acercó al podio.

—Los evolucionados no son problemáticos, pero hay que entender que no les va a agradar que vayamos a verlos, a irrumpir en su cotidianidad. Ellos trabajan todos los días para no romper la cadena. Cada uno cumple una función. Véanlo como intervenir con la naturaleza. No podemos ir a meternos, ya nos ha ido mal antes.

¿Ya les había ido mal antes? Pero si eran ellos los que nos habían hecho daño.

Marcos siguió explicando cómo la intervención humana podría ser problemática. Les pedía a sus humanos que respetaran nuestra cultura y forma de vida como antes lo habían hecho entre sus propias culturas, cuando el mundo era más amplio. Entendí eso.

También sentí que solo le sumaba trabas a la idea de unirme a Max.

Cuando se retiró, algunos de los que sostenían micrófonos se lanzaron con preguntas apresuradas y Max se adelantó a responder, dejando que su amigo se retirara.

—¿Es verdad que ha sido visto con evolucionados?

—He guiado a algunos que se quedaron a ayudar tras el problema que hubo, sí.

Me alivié en parte, que no dijera nada sobre mí y los gemelos.

—¿Es verdad que las mujeres evolucionadas son tan fuertes como un hombre humano?

—¿Ellas pueden salir de sus pueblos? —agregó otro.

—No voy a responder más. No sé —dijo él, manteniendo su severidad—. Le pedimos a la población que no intenten salir. Hemos prohibido las salidas legales por tierra a civiles otra vez. Gracias.

Se alejó y, aunque quisieron hacerle más preguntas, él ya no volteó.


***

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